El mejor regalo de Reyes Salía de cuentas en Nochebuena y parecía que Lucas sería tan puntual como lo fue Adrián, dos añitos antes. Sin embargo fue una falsa alarma y estuve con contracciones hasta el 2 de enero. Ese día ingresé en el Hospital de San Pablo sobre las once de la noche y por fin sí era verdad que estaba de parto. En mi anterior embarazo el parto tuvo que ser por cesárea por lo que todo aquello que estaba viviendo era nuevo para mí. Estaba convencida de que esta vez sería un parto natural y luché con todas mis fuerzas para conseguirlo. Todo marchaba bien pero lento. Sobre las nueve de la mañana del día 3, al hacer el cambio de turno de médicos me visitó una de las adjuntas a la ginecóloga jefe y sin ni siquiera mirarme, sólo consultando el informe me dijo: "prepárate ya que hace 2 horas que no dilatas y esto acabará en cesárea". Esas palabras me helaron el cuerpo. Ella se fue y yo empecé a llorar como si el mundo de repente se hubiera desplomado encima de mí. Una de las enfermeras me dio ánimos y también salió de la sala de partos. Al segundo entró la ginecóloga y me dijo que todo estaba bien, que Lucas estaba bien y que si yo no me rendía todo saldría como esperábamos. Me fue visitando cada media hora y siempre me decía: "¿sientes presión en la barriga?". "No", era mi respuesta. Así pasó un rato muy largo y yo sólo pensaba en que no quería otra cesárea por mil razones: quería sentir como era parir a un hijo, no quería estar tantos días en el hospital y no poder estar con Adrián, quería ver su carita el día de reyes... Sobre las once ya me dolía todo y le pedí a Carlos que me ayudara a cambiar de postura. Al moverme sentí que me mojé y como ya me habían puesto la epidural pensé que me había hecho pipí. Mi marido me dijo que sangraba y justo entonces vino la doctora. Le dije que notaba una gran presión, me miró y me dijo:" Bueno es normal. ¡Lucas ya quiere salir! Mira papi la cabecita de tu niño". Fueron las palabras más bonitas que jamás había escuchado. En un momento estaba todo preparado, tres empujones fuertes y tenía conmigo a mi niño tan bonito. No podía dejar de llorar. Nos invadía una alegría tan grande que no puedo explicar, sólo la siento todavía cada vez que revivo ese momento. La mañana de Reyes salimos del hospital y pudimos ir a casa con Adrián a abrir los regalos, aunque el que más nos gustó no llevaba lazo y lloraba de vez en cuando.
María Martínez Gómez Ámbito sanitario-2ºILSE