Quise escribir de nosotros y lo primero que llegó a mi cabeza fue ella con el nombre de Ulrica. Saqué la pipa de mi boca y tapé, con ella, la foto de un joven Borges que ayer me volvió a contar su historia. Volví a guardar mi anotador en la campera. Faltaban minutos para conocerla y horas para verla por última vez. Tal era nuestro trato. A pesar nuestro teníamos en mente cumplirlo. En vano intenté tranquilizarme leyendo una y otra revista de esas de moda y farándula que suele encontrarse en el lobby de los hoteles baratos. Un ominoso sillón de mimbre chillaba, delatando mi estado. Pensé en Woody Allen y su trágica comedia, aquella en que con la prostituta intercambiaban hijos. Al momento me amonesté por faltarle el respeto pero no pude dejar de desear que ella sepa manejarme como aquella a Allen. Pedí otro café y ya iban mil. Pasados unos cinco minutos la vi acercarse a la puerta del hotel y pensé si en realidad en mundo vive equivocado. Pestañeé tratando de espantar tanta disgregación de pensamientos a la vez que me levantaba para recibirla. Caía ya la noche apurada por la sombra de los edificios de Buenos Aires, pero al verla, lo juro, el claro firmamento le hizo de alfombra a sus pies. Temí, a pocos metros de ella, que esa boca devorara de mí más que el espíritu. Si es que lo esperan, es en vano, ya no lo hagan, no habrá descripciones metafóricas ni metonímicas de su andar, ni de su vestir. Era un todo perfecto que se desprendía, a cada paso, de aquella foto del ordenador. Por fin nos detuvimos, estando apenas a treinta centímetros uno del otro, y llegó la primera prueba. Lentamente acercamos nuestras caras sin saber, ni uno ni otro, de que forma besarnos, tal vez fue el miedo, tal vez la desconfianza en nosotros mismos, lo cierto es que al mismo tiempo fuimos vencidos por un estafador decoro que nos hizo girar levemente hacia la izquierda y darnos un beso en la mejilla. Al rozar con mis labios su morena piel comenzó a moverse el piso del hotel, sus paredes ventanas puertas y cortinas. Los vidrios empezaron a estallar y partes del cielorraso a caer por todo el lobby. Yo no podía separar los labios de ella y ella parecía no notar que las paredes empezaban a caer. Elio me guiñó un ojo y yo tuve que cerrar los míos. Como imantados, nuestras bocas se buscaron lentamente y al encontrarse también lo hizo el resto de nuestros cuerpos, sentí sus pezones en mi pecho y su vulva mojando la base de mi pene. Fui subiendo las manos, de la cintura hacia su espalda y su nuca. Levantó el mentón ofreciéndome su exquisito cuello. Lo besé mientras le soltaba los pelos de la nuca. Ella se permitió el primer suspiro de goce. Apoyé mis palmas en las finas sabanas y me fui empujando hacia abajo. Llegué a sus tetas y al besarlas lenta y alternativamente comenzó a moverse, al mismo ritmo que yo me tomaba para chuparle sus rígidos pezones. Con sus piernas, cual boas, me invitó a entrar el ella y fue el paraíso, tierno y cálido. Los movimientos fueron casi imperceptibles y eran acompañados por el ir y venir de nuestras lenguas, acariciándose. Llegamos juntos y nos negamos a abrir nuestros ojos.
No se cuanto tiempo pasó, no se cuanto falta para que vuelva a pasarme algo igual. Se que junto al sudor que me caía de la frente llegó a mi boca una lágrima. Apagué la computadora y me acosté a intentar dormir. Despuntaba el alba.