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P. Marcial Lekeux
Matt Talbott
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INDICE
MATT TALBOTT....................................................................................8 I. VIVA LA ALEGRÍA..............................................................................8 II. LA DURA VICTORIA........................................................................12 III. CRISTIANISMO INTEGRAL............................................................17 IV. EL OBRERO...................................................................................21 V. EL ANACORETA.............................................................................25 VI. VIDA SUPERIOR............................................................................30 VII. LA SEÑAL DEL CRISTIANO.........................................................35 VIII LOS ÚLTIMOS DIAS.....................................................................39
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INTRODUCCIÓN
Asombra la vida de Matt Talbott, un humilde obrero irlandés. Un santo del siglo XX, en una época en que estaba de moda el socialismo y de comunismo; un santo que ha sido albañil, cargador de leña y guarda de almacén en un astillero. ¡Cuánta necesidad tenemos de tales ejemplos! "El gran escándalo de este siglo —decía Pío XI— ha sido la falta de afecto de las masas por la Iglesia". Son las masas las que hay que atraer. Es a los obreros a quienes hay que enseñar de nuevo la belleza del cristianismo. Para ello se necesitaba un santo obrero. Dios nos lo proporcionó, poniendo en este sencillo obrero una chispa de su amor soberano. Matt Talbot llegó en el momento oportuno para que se pudiese traducir el Evangelio en términos obreros. Su vida es un tesoro para la Juventud Obrera Católica y para todos los militantes del Apostolado Social. Y un tesoro también para todos los obreros en general, los cuales podrán comprobar cómo la santidad no es algo inalcanzable, sino que está al alcance de cualquiera, ya que el Reino de Dios pertenece a los humildes.
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MATT TALBOTT Datos biográficos Nace en Dublin, en 1856, el segundo de doce hijos, nacidos de Charles y Elizabeth. Talbott. Debido a la pobreza comienza a trabajar de obrero a los doce años de edad, siendo todavía un niño. Pronto cae en el vicio del alcohol. Repentinamente, después de 16 años de vicio, se libera completamente pero las tentaciones no le dejan. Un sacerdote le ayuda, dándole un programa de rehabilitación que incorpora los 12 pasos. Los mismos que 50 años más tarde se harían famosos gracias a la organización llamada "Alcoholicos Anónimos". Comienza a vivir una vida de de profunda oración y ascesis. No solamente deja el alcohol, también deja el cigarrillo (era un fumador empedernido), y hacia ayuno y oración incluso hasta en las jornadas de trabajo. El 7de junio de 1925, mientras iba a la Santa Misa, a los 70 años de edad, cae desmayado en plena calle y muere allí mismo, antes de que una mano solícita lo pudiese ayudar. Vivió por 40 años en completa sobriedad en unión con Cristo hasta su muerte. Juan Pablo II lo reconoce como "Venerable" en 1973 y esta en la fase final del proceso de beatificación.
Nota: Para mayor información sobre Matt Talbott: http://www.corazones.org/santos/mateo_talbot.htm http://www.churchforum.org.mx/santoral/Junio/0706.htm
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Los 12 pasos para dejar el alcoholismo, según A.A. (Alcohólicos Anónimos) Matt Talbott dejó de tomar alcohol 50 años de que Alcohólicos Anónimos fuera fundada, pero su programa para perseverar sobrio fue similar al de LOS 12 PASOS DE AA: Paso 1 para dejar el alcoholismo Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol y que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables. Paso 2 para dejar el alcoholismo Llegamos al convencimiento de que un Poder Superior podría devolvernos el sano juicio. Paso 3 para dejar el alcoholismo Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos. Paso 4 para dejar el alcoholismo Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos. Paso 5 para dejar el alcoholismo Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos. Paso 6 para superar el alcoholismo Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos de carácter. Paso 7 para dejar de ser alcohólico Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos. Paso 8 para superar el alcoholismo Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que les causamos. Paso 9 para superar el alcoholismo
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Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros. Paso 10 para superar el alcoholismo Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente. Paso 11 para abandonar el alcoholismo Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente con Dios, como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla. Paso 12 para abandonar el alcoholismo Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de llevar este mensaje a los alcohólicos y de practicar estos principios en todos nuestros asuntos.
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MATT TALBOTT
I. VIVA LA ALEGRÍA
Esto sucedía hacia el año 1880. Unos obreros se hallaban sentados a la mesa en una taberna de Dublín. Ya se sabe que un irlandés no hace mala cara a una copa, y en las numerosas tabernas del puerto no faltaban los clientes. Debe haber sido hacia el fin de la semana, pues los bolsillos estaban medio vacíos. –Y bien, Matt –dijo uno de los bebedores–, ¿otra vuelta? A ti te toca. El llamado Matt debía estar, en efecto, mejor abastecido que los otros, pues acababa de pagar algunas vueltas principescas. Era un joven de veinticuatro años, de cara alargada con pómulos salientes y rosados, de aspecto bonachón; mas era el bebedor más empedernido del grupo. Por toda respuesta dio vuelta a su bolsillo vacío. –Eh, –observó un camarada—, ¡tiene puestos otra vez sus zapatos viejos! ¡Caramba! ¡Ha empeñado otra vez sus zapatos¡ Con razón tenía dinero... ¡Ja, ja, ¡qué diablo este Matt! Y todos reían, mientras Mátt, medio ebrio, sonreía. 8
Sin embargo, aún tenían sed y no era tarde. Entró un hombre con un violín bajo el brazo. Se le dio la bienvenida, y él se acercó muy contento; lo que puso a la reunión de buen humor, y se le invitó a tomar parte entre los bebedores de whisky. El tabernero sirvió una vuelta, y otras más… Pero se trataba de pagar: un cargador guiñó a Matt y lo llevó al rincón donde el hombre había dejado su instrumento. –¿Y si la empeñáramos? –Ah, –dijo Matt, contestando con una sonrisa, pues no era muy locuaz. Escamotearon el violín, que se reunió con los zapatos de Matt, y, éste volvió con el bolsillo lleno otra vez. Se pasó una alegre noche con el violinista, quien ignoraba que él pagaba el gasto y que se bebía su medio de subsistencia. Cuando se le acabó el último centavo, Matt se levantó y salió. Se imaginó el la cara que pondría el pobre violinista al comprobar el delito, su cólera y desesperación. Pero esto no duró más que un instante: estaba mareado y no pensaba más qué en volver, como mejor lo llevasen sus pesadas piernas, al hogar paterno. Su madre velaba sola, ocupada en remendar ropa. Estaba acostumbrada a esto; era lo mismo todas las noches. –Buenas noches, mamá –Buenas noches, Matt. Lo miró con tristeza y suspiró. Matt se sentó con los codos sobre las rodillas, mirando el suelo. Pero la cabeza le pesaba cada vez más. Besó a su madre en silencio y subió a echarse sobre su cana. Se durmió en seguida, aturdido por el alcohol. En la habitación contigua, su madre se había puesto a orar. No pudiendo hacer otra cosa por su infeliz hijo, pues todo parecía inútil, recurría al último recurso. Aún ignoraba hasta qué punto es eficaz y que la oración de una madre piadosa es todopoderosa sobre el corazón de Dios. ¡Qué dolor era para los padres del joven ver a su hijo en este estado. ¡No eran ellos los que le habían dado tal ejemplo! El padre. Carlos Talbot, capataz en los muelles del puerto, era un hombre modelo, serio, honesto; jamás probaba una bebida alcohólica, pertenecía a la Congregación de la 9
Inmaculada Concepción y comulgaba frecuentemente. En cuanto a su esposa, Elisabeth, era la piedad misma. Con el rosario siempre en la mano, parecía estar continuamente en oración; se la consideraba como una santa. Habían tenido doce hilos, que educaron en el temor de Dios, y en el cumplimiento del deber. Matías había nacido en 1856. A los doce años, al terminar sus estudios primarios, fue puesto como aprendiz en casa de un importante vendedor de vino, donde fue empleado como mandadero: Allí se encontró con la tentación. Los embotelladores de la casa Burke, creían que era lícito probar la mercadería. El pequeño Matt siguió su ejemplo; pronto se le vio volver a casa cada tarde bastante alegre. Su padre le administró un severo castigo, lo retiró de la casa Burke y le consiguió un empleo de cargador en el puerto, donde él mismo tenía a su cargo las mercaderías en depósito. Desgraciadamente, si en la casa Burke se bebía vino y cerveza, en los depósitos del puerto, los cargadores bebían whisky. Ellos se lo daban al joven y éste, cada vez, se habituó a gustar de la bebida. Su padre estaba desolado. ¡Se robaba en los depósitos confiados a su propia vigilancia las bebidas que debían servir para embriagar a su hijo! Probó Ia persuasión, se sirvió del látigo: todo sin resultado. El joven crecía y terminó por librarse de la autoridad paterna. Sin embargo, Matt tenía un buen corazón: a Ios diecisiete años comprendía la vergüenza que infligía a su padre; dejó el puerto y se colocó como albañil en la firma de construcciones Pemberton. Desde entonces se hundió completamente en el vicio. Pasaba sus noches en la taberna y volvía bastante ebrio. Todo su salario se iba en tragos; casi nunca daba un centavo para la casa. Sus padres, sin embargo, requerían su ayuda. Debían hacer prodigios de economía para mantener su numerosa familia. Matt se daba cuenta de ello; pero la pasión lo hacía cruel. Sólo de cuando en cuando ofrecía un chelín a su madre. El sábado recibía la paga de la semana; el martes, generalmente, ya no le quedaba nada: Entonces, vendía o empeñaba lo que podía, hasta sus zapatos; tenía reservado un par viejo para reemplazarlos. Se había acostumbrado también a jurar y a emplear el lenguaje soez 10
de los obreros del puerto. En una palabra, se había convertido en el tipo perfecto del alcohólico de baja estofa. Naturalmente, su vida religiosa había naufragado en el desastre. Conservaba su fe, iba a misa el domingo; más, ¿cómo acercarse a los sacramentos, estando tan enfangado en el vicio? En 1894 hacía tres años qué no había cumplía cumplido con Pascua. Su sola oración era la señal de la cruz al levantarse; a la noche, ni eso… En esta época –tenía veintiocho años—, el caso de Matt Talbot parecía claro: bebedor empedernido, era uno de esos individuos de los cuales nada se-puede esperar. Sus padres habían renunciado a corregirlo, y él mismo, a pesar de los remordimientos de su conciencia, sintiéndose impotente, se dejaba ir a pique. No obstante, la bebida era su sola pasión; fuera de esto, no se le conocía ningún vicio, y aun tenía mucho de bueno. Era un obrero excelente, concienzudo, limpio, siempre correcto. Además, cuando estaba ebrio era pacífico, y después de sus visitas a la taberna, se acostaba tranquilamente. Por numerosos que hubiesen sido sus tragos, al día siguiente, a las seis, ya estaba en pie para dirigirse al trabajo. Cosa bastante rara en un bebedor, sus costumbres eran irreprochables. Se portó siempre con gran modestia y nunca frecuentó mujeres. Su madre hubiera querido que se casara y de esto le habló en repetidas ocasiones; pero él se contentaba corresponder sonriendo: “Mamá, tú eres la única esposa que yo quiero”. Tenía un natural muy bueno. Se puede lamentar que su generosidad no tuviera mejor fin que pagar la copa a sus amigos; pero la cualidad existía y un día podría cambiar de objeto. Además, la educación y los ejemplos de los padres, a pesar de todo, no se habían perdido. Esta primera formación; donde el niño toma su norma de vida; deposita en el fondo del hombre un capital que nunca se destruye. Deja en él algo indeleble y muy profundo que para bien o para mal, que volverá a la superficie en los momentos solemnes, cuando la vida lo ponga frente a frente de sí mismo. Sobre tal fondo, la gracia encontraría una buena disposición. Dios podía obrar, y lo hizo: y fue su conversión tan rápida como decisiva. 11
II. LA DURA VICTORIA
Era un sábado del año 1894. Matt había estado reducido al descanso y a la abstinencia del alcohol cuando se le acabaron los últimos centavos. Un deseo furioso de beber lo atenaceaba. Ese día no pudo más. Hacia mediodía se vistió y con su Joven hermano Felipe, se apostó en una esquina por donde tendrían que pasar los obreros de Pemberton, después de haber recibido su paga, seguramente lo invitarían a beber con ellos. Aparecieron, en efecto. Todos al pasar, le saludaron: "Buenos días, Matt", pero ninguno lo Invitó... Sabían que Matt no tenía un centavo. Matt se puso silencioso, "impresionado en lo más profundo de su corazón –como lo dijo más tarde—, por la conducta egoísta de sus camaradas". Se sentía herido en su sentimiento de generosidad. El les había pagado tantas veces muchos tragos cuando ellos no tenían, y ahora ¡ni uno solo tuvo este gesto de retribución¡ Jamás se le hubiera ocurrido tal cosa... Bruscamente Matt conoció lo que es el hombre, la vida. Un velo caía delante de sus ojos. Un hecho insignificante en sí mismo le hacia probar la amargura del universal Taniquam felix eris… Este instante fue para él más amargo y útil que veinte años de experiencia. Ahora bien, no hay como la experiencia de la vida para hacer desapegar de la vida. –Vuelvo a -casa –le dijo bruscamente a su hermano—. Y lo dejó. Se sentía como un hombre a quien se le ha roto un resorte; una especie de fiebre hervía en él: se sentía capaz de todo 12
con tal de escupir su desdén a tal egoísmo y para afirmar los derechos de la generosidad. En su casa la madre preparaba el almuerzo. –¿Cómo, Matt, ya estás aquí? –dijo ella-. Y… ¿no has bebido? –No, mamá –respondió simplemente. Se sentó. Su madre parecía contenta: esto le hizo bien al espíritu. Turbado todavía por el suceso de esa mañana, comenzó a pensar en su madre. ¡Cuánto trabajaba! ¡Cuánto había hecho por él, su Matt! Contemplando su rostro cansado y lleno de arrugas, consideraba cuanto le amaba. Y de pronto, como si un cuchillo hiriese su corazón, comprendió qué cruel había sido con sus pobres padres, Los había dejado sufrir solos, los había colmado de tristeza, ¡y sólo por ir a beber estúpidamente con esos egoístas¡... Gradualmente se iba llenando de indignación contra sí mismo. Estaba por echarse llorar, pero se contuvo. Por fin, después de la comida, se encontró solo con su madre y dos o tres de los niños. Tras unos momentos de silencio, de pronto dijo: –Me voy para hacer el voto de abstinencia para no beber. Ella le sonrió y le dijo con cierto grado de escepticismo: –Por Dios, vete a hacerlo. ¡Pero no lo pronuncies si no lo vas a observar¡ –Lo pronunciaré en el nombre de Dios. Después de ponerse su ropa de calle, salió de casa. Al pasar el umbral de la puerta, su madre, mirándole con dulzura, tan solo le dijo: –¡Dios te dé la fuerza de observar ese voto! Matt se dirigió al Colegio de la Santa Cruz, no lejos de su casa, y pidió un sacerdote. Se confesó con el R. P. Keane y pronunció su voto; pero no se atrevió a hacerlo más que por tres meses, para comenzar. Al día siguiente, domingo, fue a escuchar la misa de las cinco en la iglesia de San Franciseo Javier y comulgó. Volvió como renovado y lleno de fuerza. Pasó todo ese día pensando en lo que había hecho y en lo que tenía que hacer. Se había echado al agua, se trataba ahora de llegar a la orilla. Sentía los efectos de 13
los sacramentos que había recibido, que le empujaban a mantenerse firme. El hecho es que en esos momentos ya casi no sentía más esa necesidad de beber que antes lo dominaba. Pero también sabía muy bien que esto no duraría, y divisaba, no sin temor, estos tres meses que debía pasar en seco: se daba cuenta de su fragilidad... Comprendió que era imprescindible tomar decisivas medidas: las tomó, y entabló la lucha con resolución. Al día siguiente volvió a la misa de las cinco, y desde entonces lo hizo todas los días, asegurando así que el socorro de la gracia y fuerza divina supliera su gran debilidad. Preveía que los momentos más duros serían las tardes; los camaradas vendrían a buscarle... : ¡Había que huir! Después de la comida se dirigió a un barrio lejano de la ciudad, entró en una iglesia, y de rodillas delante del Tabernáculo, se puso en oración, suplicando a Dios lo fortaleciese lo bastante para poder ser fiel a su voto. Se quedó allí hasta la hora de volver a casa para dormir. Volvió a hacer esto todas las noches. Sus compañeros ya no lo encontraban. Así, cada día, señalaba una victoria y cada victoria lo hacía más fuerte para el combate del siguiente día. El sábado, sin embargo, tuvo una tentación: ese día el trabajo terminaba a las 12, y como era día de pago, se pasaba por la taberna antes de almorzar. Matt se sentía ya más fuerte; hizo una oración interiormente y aceptó entrar, con el grupo: pero, en vez de tomar whisky pidió una botella de agua mineral. Fue un asombro general; las bromas llovieron. Matt se contentó con sonreír, como ya se había habituado a hacerlo cuando se mofaban de él: bebió su agua tranquilamente y se despidió. Era la última vez que puso los pies en una taberna. Se sentía feliz. Pero el demonio no se deja vencer sin rudos contraataques y estos son de ordinario bien terribles. Ciertos días su pasión lo dominaba, luchaba desesperadamente, prolongaba su oración; y cuando entraba en su casa cansado y desanimado, se dejaba caer en una silla y decía lleno de tristeza a su madre: "Todo es inútil, mamá; volveré, a beber, cuando terminen estos tres meses...” La buena mujer lo consolaba, le decía que resistiese. Matt se retorcía de sufrimiento contra el vehemente deseo; pero, como buen 14
irlandés, era obstinado, y la oración terminaba por hacer ,desaparecer la tentación. Había ábandonado a todos sus camaradas y no contaba sus confidencias más que a su madre. El sábado le entregaba su salario; después se iba a entablar la lucha contra sí mismo, delante del Santísimo Sacramento. Le sucedió lo que sucede a todos aquellos que perseveran en laoración: a fuerza de frecuentar al Dueño de todo bien, comprendió "¡cuán dulce es el Señor! Dios se le fue manifestando gradualmente, a medida que éste se iba purificando con su contacto. ¡Allí, delante del Tabernáculo, se encontraba tan bien, se sentía fuerte, puro y admirablemente segiuro!... Ahora se sentía impulsado a ir a la iglesia como en otros tiempos lo era hacia la taberna. Su hermana declara: "Durante estos tres meses la piedad lo subyugó, cada día amaba más las iglesias, y se había habituado a pasar en ella el resto del día apenas terminaba su trabajo". Así llegó al término de los tres meses. Y feliz de comprobar que había resistido, casi asombrado de ver las posibilidades que la lucha le descubría, renovó su voto por un año; al cabo de éste, lo hizo por toda la vida. La victoria final no fue sin nuevos combates. No habiendo podido vencerlo por la carne, el enemigo lo atacó por el espíritu. A veces le asaltaban espantosas tentaciones de desesperación. Un día, tuvo que abandonar la iglesia, empujado por una fuerza extraña que le impedía físicamente acercarse a la Comunión, mientras que una voz burlona le decía: "Es inútil seguir luchando, volverás a caer a pesar de todo". Durante tres horas con gran angustia erró por las calles, luchando contra el demonio, y sintiéndose rechazado cada vez que penetraba en una iglesia. Por fin, encontrándose delante del pórtico de San Francisco Javier, se echó sobre sus escalones sollozando con los brazos en cruz: "Dios mío, no quiero volver a caer". Y habiendo invocado a la Santísima Virgen, sintió que la crisis desaparecía y pudo comulgar al fin: eran las diez de la mañana. A menudo tuvo que luchar contra esta fuerza misteriosa. Pero la fe venció, y quedó definitivamente dueño de la posición tan arduamente conquistada. Fue una magnífica demostración de lo 15
que se puede llegar a conseguir cuando van unidos el valor humano y la gracia divina.
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III. CRISTIANISMO INTEGRAL
Entonces comenzó una nueva vida, maravillosa y extraordinaria. La carne había sido derrotada y el espíritu tomaba las riendas de su vida. Gozaba de la más pura de las alegrías y de una dulce paz. Las puertas del Reino de los Cielos se abrían para este valiente. Toda su vida estaría dominada por la fe. Matt no vivió en adelante más que para este Reino sobrenatural. Trató en vano de convertir a sus hermanos, que también se habían entregado al vicio do la bebida, y como no lo consiguiera, alquiló una pieza en las cercanías y se fue a vivir allí. Tenía necesidad de cierta libertad para reorganizar su vida siguiendo ese plan divino que a los ojos del mundo es una locura. Quizá también cedía a esa búsqueda del recogimiento y desierto que acomete a aquellos que han encontrado al Amor. Allí, en la soledad, se internó en un reino maravilloso. Su hermana, la señora de Andrews, le preparaba las comidas; el resto de las horas libres, fuera del trabajo, las consagraba a la oración y a la penitencia. Una joven, impresionada por la conducta intachable de este obrero, le habló de casamiento. Al buen muchacho le costó rehusar; pidió un plazo de una novena, y él confesó más tarde que la misma Santísima Virgen le había dicho que no se casara. Además, el matrimonio hubiera deshecho la vida que había adoptado, 17
¡Ya lo creo que la habría deshecho! ¡Su cama no tenía nada de un lecho nupcial! Había clavado dos gruesas- tablas sin cepillar y dormía sobre ellas sin cubrirlas con nada. Tres veces por semana se privaba de carne, y aun en los demás días sus comidas no eran nunca completas. Se acostaba tarde y se levantaba temprano, pasando todos sus momentos libres en oración. En un principio siguió fumando, hasta que un día un compañero le pidió tabaco. Matt acababa de comprar una pipa y una bolsa de tabaco; le dio lo uno y lo otro, y desde entonces no volvió a fumar. Sentía, como todos los que viven sobrenaturalmente, el deseo de una vida de penitencia, adivinando muy bien que esta vida superior se acrecentaría a medida que sus apetitos inferiores se fuesen extinguiendo. Después de algún tiempo, como sus hermanos ya no viviesen en la casa paterna, Matt se instaló de nuevo con sus padres. Se llevó sus -tablas y siguiendo viviendo como lo había hecho estando solo. Asistía a la misa de las cinco en San Francisco Javier, comulgando todos los días. Esta hora era la más preciosa del día y por ella estaba dispuesto a sacrificar todo lo demás. El hecho siguiente así lo prueba: Matt era un obrero excelente, amaba su oficio de albañil, el cual, por otra parte, le era bien remunerado, por haber adquirido mucha habilidad. Ahora bien, en 1892 se suprimió la misa de las cinco en San Francisco Javier: la primera misa sería sólo a las- seis y media. El horario de Matt comenzaba a las seis. Antes que perder la misa, sin titubear, renunció a su oficio y se empleó como peón en un almacén de madera, donde el trabajo no comenzaba hasta las ocho. ¡No es esto admirable, cuando tantos cristianos dicen que sus ocupaciones les impiden Ir a misa! Para ir, tendrían que organizar su vida de otro modo, dando primacía a lo espiritual, renunciando en algo a las ocupaciones estrictamente temporales. Pero, una lógica tan valiente les parece excesiva. Sin embargo, eso fue lo que hizo Matt. Mostraba sencillamente que él creía en la palabra del Maestro: “Buscad ante todo el Reino de Dios y considerad el resto como accesorio". Y de esta manera se hizo santo. Desde el año anterior pertenecía a la Tercera Orden Franciscana. Había encontrado en el ideal del Pobrecito de Asís una fórmula de vi18
da que lo sedujo; y vivía indiferente a todo lo terreno, según el más puro espíritu franciscano.. Para servir a Dios y esperar el cielo, un oficio era tan bueno como cualquier otro. ¡Qué le importaba el dinero¡ Una sola cosa necesitaba: orar. En la empresa Martín, donde se había empleado, el trabajo de Matt consistía en cargar los camiones. Entre la partida y la vuelta de los vehículos, disponía de algunos momentos libres. Se escondía entonces detrás dé una pila de postes y se ponía a rezar. Algunas veces tenía que esperar que las vigas saliesen de la prensa: corría a la iglesia cercana„ oía una misa y volvía antes que las vigas estuviesen listas para el transporte. Se denunciaron estas fugas al director; éste habló con él, y al ver que no desatendía su trabajó, no prohibió sus salidas. A la tarde, en cuanto terminaba su tarea, dejaba presto el aserradero, y se dirigía a iglesia, para estar allí a la hora del ángelus. Después comía y comenzaba su velada de oración; ¡recién entonces se sentía vivir! Para él, vivir era orar. Era su alegría, su descanso, su verdadera, profunda y continua actividad. Matt. era esencialmente el hombre que reza. Había comprendido el sentido de su vida. Este hombre sencillo, en sus coloquios con Dios, había comprendido esa cosa infinitamente simple que es la clave del destino humano: el hombre, salido de Dios, ha sido hecho para volver a Dios. Él era su fin, su misión, su gloriosa razón de existir. Es lo único a lo que se debe tender: reunirse a Dios, su principio y su amor. Y esta tendencia, este constante movimiento, es la oración. Tuvo el sencillo valor de vivir esta vida integralmente, sin cálculos. En lo más hondo de su espíritu llevaba la preocupación de su Señor. Había desplazado su propio "yo" del centró de su existencia; en este centro estaba Dios, y más especialmente la Iglesia, el templo terrestre del Altísimo, el Tabernáculo donde latía el Corazón humano de Dios. Este estado de oración no le impedía ocuparse en otros deberes; era como su respiración. Mantenía en él esa tendencia al retiro que le hacía buscar la soledad en la iglesia, o detrás de las pilas de madera, cada vez que el deber se lo permitía. 19
Al poner a Dios como centro de todo, la actividad de Matt se purificó, se renovó, impelida hacia el bien por esta vida interior que era su centro. "La piedad es útil para todo", dijo el Apóstol, y muy especialmente para el fiel cumplimiento del deber de estado. Y como Matt era el más sobrenatural de los hombres, fue el mejor de los obreros.
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IV. EL OBRERO
"Físicamente, Matt era de talla menor que la mediana, de constitución más bien débil, pero nerviosa. Tenía la cara alargada, con las mejillas salientes y bastante coloradas, la nariz recta, los ojos grandes y brillantes, la frente ancha. La expresión de su rostro era seria y pensativa, pero se animaba mucho cuando hablaba de un tema que le interesaba; y en estos casos, mostraba a veces gran vivacidad. Caminaba por la calle rápidamente, a grandes pasos, balanceándose ligeramente, pero siempre natural y sencillo, los ojos bajos con un aire de profundo recogimiento" (Joséph A. Glynn). Exteriormente parecía tranquilo. Sin embargo, su temperamento mostraba cierta violencia; mas era una violencia concentrada. Era un hombre de pocas palabras. Lo que decía parecía razonable y bien pensado. Siempre fue muy sincero, era de una franqueza sin cálculo, y hasta algunas veces, sin miramientos. Era un hombre de una pieza, de ordinario era dulce y paciente, aunque a veces tuviese arrebatos de brusquedad. Sin duda que esta vivacidad natural fue uno de los puntos sobre el cual tuvo que luchar más; tanto más cuanto que, al comienzo de su conversión, parece haber caído en ese celo intransigente de los neófitos, y al que pocos convertidos escapan. La conducta de sus hermanos, que continuaban bebiendo, como el lo había hecho, fue una de las causas que determinaron su partida 21
de la -casa paterna. Matt insistió en que ellos también hiciesen un voto de abstinencia, y al no conseguirlo, abandonó el hogar. Lo mismo era con los juramentos. El también había tenido esa mala costumbre. Para corregirse había prendido en su manga dos alfileres en forma de cruz; no podía mirarlos sin pensar en el Crucificado. Este pequeño ardid le aseguró la victoria al mismo tiempo que mantenía en él la vida interior: Pero con sus compañeros no podía hacer lo mismo. Matt no podía soportar sus juramentos y su lenguaje grosero. Pidió al capataz que no le hiciese trabajar más en el muelle: "Ya conoce usted mi defeciíllo..." –le dijo. Cuando los cargadores blasfemaban el nombre de Dios, él se descubría respetuosamente. Al ver el gesto, los camaradas repetían la blasfemia. Al principio Matt los reprendía duramente; más tarde se limitó a decirles con dulzura: “Jesucristo os oye”. En el trato con Aquél que es "manso y humilde de corazón", había aprendido los modos que la cortesía impone. Por eso, las reacciones instintivas de la piedad, con ser más discretas, no fueron menos eficaces: se hicieron tan benéficas que Matt llegó a ejercer un verdadero apostolado en el aserradero. Obraba individualmente, y, sobre todo, con los jóvenes. Viendo a un obrero reír de una broma demasiado subida, lo tomaba aparte y le decía: "Usted no podía dejar de oír eso, pero no tenia necesidad de reír al relato de una historia inmoral". Y su consejo era seguido de algún buen libro que les obsequiaba. Ocurrió cierta vez un altercado entre un obrero y su mujer que le llevaba la comida. El cargador, furioso, lanzaba su más repugnante vocabulario. Matt se acercó, sacó de su bolsillo el crucifijo que colgaba de su rosario y poniéndolo delante de sus ojos, le dijo con la mayor dulzura: “Ved a Aquél a quien estáis crucificando". Esto fue todo, pero produjo su efecto: el hombre bajó la cabeza y calló. Terminaron todos por respetarlo. ¡Había tanta sinceridad, convicción y franqueza en su fe! Era tan conmovedor su ejemplo, que desde entonces, en vez de burlarse de él, sus compañeros evitaban hablar mal delante de él. 22
Por otra parte, era el más amable compañero, abierto, alegre, siempre dispuesto a reír de un buen chiste, con tal que se mantuviera en dos límites de la decencia. Sobre todo Matt Talbot era, como obrero, un excelente modelo para todos. Jamás se le vio llegar tarde al trabajo. Es verdad que en una o dos ocasiones no se le encontró en su sitio a la llegada de un camión. Pero al primer llamado, surgía de abajo de las maderas donde estaba en oración, y confesaba que no había oído llegar el vehículo. Era de una honestidad extremada. Después de haber trabajado durante varios años como peón, había sido nombrado guarda del almacén. Este puesto era de cierta responsabilidad. Mientras que él lo ocupó, no se pudo nunca comprobar la menor pérdida ni la más mínima irregularidad. Cuando necesitaba leña para su uso personal., la compraba y pedía un recibo en regla. A la llegada de un barco, los trabajadores debían trabajar duro para descargar todo antes que bajase la marea. Tenían un suplemento de dos chalinas si lo descargaban en el debido plazo. La primera vez Matt no lo cobró y el capataz le preguntó por qué motivo no lo había hecho. –Es porque tengo muchas horas desocupadas en la semana – respondió—, y me parece esas horas se compensan con éstas. –Yo no voy a malograr mi contabilidad por sus escrúpulos –le replicó el capataz. Jamás se presentó para cobrar estos suplementos; tenían que llevárselos, y Matt no los aceptaba sino a título de gratificación. Sucedió, en cambio, que Matt no había sido incluido en un aumento de salario, y sus compañeros creyeron que debía reclamar: Se presentó, pues, al director, y formuló su reclamación: recibió una negativa. Se retiró sin decir una palabra, y nunca más habló del asunto. Cuando creía tener razón, hablaba a quien quiera que fuese con cierta brusquedad, cualquiera que fuese su rango. Fue así que un día reprochó bastante duramente a su capataz por su poca generosidad: Él superior lo llamó al orden. Al día siguiente, Matt se presentó delante de él y le declaró lo siguiente: 23
–Nuestro Señor me dijo que le pidiera perdón, y he venido a hacerlo. Con ello demostraba el móvil real de su virtud: Nuestro Señor le hablaba durante sus largas oraciones y en la comunión, tal cual como lo hace con las almas contemplativas. Lentamente lo iba transformando y lo volvía a crear a su imagen. Es así como este hombre violento llegó a ser un ángel de dulzura y de paciencia. Un día, durante una acalorada discusión, un obrero asestó a Matt un fuerte golpe en la cabeza con una vara. Aunque tenía una herida, Matt, sin decir palabra, continuó sencillamente su trabajo. Sus compañeros sabían que podían contar con su rectitud y también con su bondad. El director le preguntó un día si no había visto a un hombre que buscaba. Matt acababa de ver como se escondía detrás de las-pilas de madera; mas él no quería ni mentir ni. traicionar a su camarada, por lo que respondió: –Hubiera querido que usted no me hiciera esa. pregunta, Ud. sabe qué no puedo contestar. El director conocía a Matt y sólo dijo: –Si lo ve, adviértale que necesito verlo. Ayudaba a sus compañeros siempre que lo necesitaban, sobre todo a los casados y a aquellos que tenían enfermos en casa. Les prestaba o les daba dinero (en cambio, jamás dio dinero para beber). Le gustaba prestar libros y ayudar a aquellos que querían llevar una vida espiritual. Nunca provocaba discusiones sobre temas religiosos; pero daba su opinión francamente cuando era oportuno para hacer algún bien a los demás. Mediante su rectitud y su forma sencilla de comportarse, que no sabía otra cosa que trabajar y orar, se había ganado el prestigio y la estima de los demás. Se le veía con respeto, a la hora del ángelus, interrumpir su trabajo, descubrirse y decir las oraciones sencilla y piadosamente, sin vergüenza ni ostentación, o pasar las cuentas de su rosario, o en cada descanso, retirarse detrás de las pilas de leña para rezar. En todo esto se advertía la gran vida interior que latía en su alma. Un ejemplo así era por sí solo todo un apostolado. 24
V. EL ANACORETA
En 1899 moría el padre de Matt. Matt tenía cuarenta y tres años. Desde entonces vivió solo con su madre. Aprovechó de esto para dar un paso más en el "camino real" del renunciamiento perfecto. y de la penitencia. La santa mujer era capaz de comprenderlo. Era dichosa de ver a su hijo tan piadoso después de su conversión. Él sentía por su madre un amor tierno y profundo. Era un hogar feliz. Un hogar alegre, donde se reía y se bromeaba de buen grado. Pero su goce mayor era hablar de temas espirituales; los temas religiosos ocupaban casi todas sus conversaciones. Hablaban, sobre todo, de los santos, "sus amigos del cielo". Matt contaba maravillado, lo que había leído de los grandes penitentes: Santa María Magdalena, María Egipciaca, los Padres del Yermo. A veces hacía la lectura en voz alta. Pero en general, hablaban poco, pues los días de Matt estaban bien ocupados. Apenas terminado su trabajo se lavaba cuidadosamente y se ponía su ropa de calle para no entrar en la casa de Dios con la ropa de trabajo. Había obtenido permiso para no trabajar más en el guano, a fin de no llevar a la Santa Misa ese olor penetrante; conmovedora delicadeza de su amor y respeto hacia Dios. 25
Tomaba su comida de prisa, y en seguida comenzaba sus oraciones, sea en la iglesia o en su habitación. Las continuaba hasta las once. Se acostaba entonces sobre su cama de penitente: como colchón, dos tablas, una piedra por almohada y para cubrirse, media manta; en las noches muy frías agregaba una bolsa vieja de gruesa tela. Se había rodeado el cuerpo con cuerdas anudadas, con gruesos rosarios y cadenas que le apretaban fuertemente; éstas no se las sacaba nunca, ni para trabajar ni para dormir. Se acostaba sobre un lado apretando contra su pecho una talla de la Santísima Virgen con el Niño Jesús, la cual se le clavaba en el pecho despertándole frecuentemente. A las dos de la mañana sonaba su reloj, se ponía de rodillas y continuaba su oración hasta la hora de la misa. Su madre dormía en el otro extremo de la pieza, alumbrada por un velador. La primera vez que lo vio así, se impresionó por el aspecto extraordinario de su rostro. "¿Qué sucede, Matt?" –le preguntó. Mas él no respondió; estaba inmóvil, con las manos extendidas, la mirada fija y con una sonrisa indefinible en sus facciones. Quedó convencida de que estaba en éxtasis. A veces rezaba en voz alta como si hablase con alguien. Sus ojos parecían fijos en una maravillosa visión y su madre lo oía dirigirse a la Santísima Virgen con acentos llenos de amor: era como un diálogo cara a cara. "Estoy segura, –decía su madre—, que Matt ve muy a menudo a la Santísima Virgen". Un día, mostrando su imagen confesó: "¡Nadie sabe lo que esta buena Reina es para mi¡" Pero nunca dijo nada más sobre sus inefables y heroicas veladas. Poco importa; pues es fácil adivinarlo. Sencillamente, la vida de Matt llegaba a su floración; era la rosa mística que crecía entre espinas y que se abría después de haber muerto todo egoísmo. A las cuatro, Matt se vestía y volvía a ponerse en oración hasta el momento de salir para la misa. La iglesia de San Francisco Javier se abría a las cinco y media. El, siempre estaba allí, algunas veces se adelantaba y entonces se arrodillaba sobre los escalones o contra la reja 26
esperando que abriesen, y aunque lloviese no se guarecía nunca bajo el portal. Un día en que se dirigía lentamente al templo, el agente de policía de servicio nocturno lo detuvo, suponiéndole intenciones de robar. El buen hombre tuvo que dar explicaciones hasta el momento en que llegó otro agente conocedor de sus costumbres. Apenas abierta la puerta, Matt se arrodillaba sobre las lozas y las besaba. Luego se acercaba al comulgatorio y oraba un momento con los ojos clavados en el Tabernáculo, después hacía ell Vía Crucis. En seguida escuchaba la misa y comulgaba. Todo el tiempo que pasaba en la iglesia permanecía inmóvil con las manos juntas, de rodillas, bien derecho en el banco, sin apoyarse en nada. El domingo esto duraba de siete a ocho horas seguidas sin que esto pareciese incomodarle. En esta inmovilidad debía esconderse una formidable actividad del espíritu; sólo una vida interior intensa podía reducir a este punto el cuerpo. Matt se sumía en la oración y se encontraba en su elemento. No tenía ningún obstáculo, pues todo había perecido, excepto el amor, y este podía así obrar libremente. –He deseado mucho el don de la oración –le dijo a su confesor–, y me ha sido plenamente concedido. Siempre se hincaba sobre las rodillas desnudas; para esto había practicado dos aberturas en su pantalón,_ que no se veían a simple vista, y al arrodillarse tiraba de la tela dejando las rodillas al descubierto. El hermano sacristán terminó por descubrir esta piadosa industria oculta tan cuidadosamente. El santo obrero se cuidaba de no llamar la atención. Sólo su recogimiento angelical lo distinguía. El Padre que le daba la Santa Comunión dijo un día a los fieles: "Hay un santo que frecuenta nuestra Iglesia, y que recibe la santa Hostia con un fervor extraordinario". Sólo cuando se publicó su vida se conoció de quién se trababa. Después de misa Matt volvía lentamente a su casa, sin mirar a nadie. Tomaba un trozo de pan con una taza de cacao preparado el día anterior y se iba al aserradero, deteniéndose unas minutos en la iglesia de San Lorenzo, “a fin de ver a Nuestro Señor de paso”. 27
A mediodía almorzaba allí mismo un trozo de pan que llevaba en el bolsillo y un poco de té. La edad lo obligó a agregar un poquito de cacao al té. La persona que preparaba esta bebida nos describe el recipiente: un jarro viejo al cual Matt le había puesto una tapa de loza y que utilizaba como taza. Una costra espesa se había formado en el interior. Nunca quiso que la quitaran, lo cual debió ser por penitencia, pues era muy limpio en su persona. Se imponía ayunos severos y prolongados; además de la cuaresma, observaba los ayunos franciscanos aún después que fueron abolidos por orden de León XIII. Durante este tiempo no tomaba más que dos comidas, sin carne, manteca ni leche. Los miércoles y viernes y durante nueve meses del año se privaba de la carne. Pero cuando lo invitaban sus amigos, comía como todo el mundo, de tal modo que nadie se dio nunca cuenta de su austeridad. Y con todo, a pesar de las cadenas, los ayunos rigurosos y el terrible agotamiento de las noches en oración, en las cuales sólo se concedía tres horas de un sueño a medias sobre las tablas duras, Matt trabajaba mejor que ningún otro, y sin otro alivio más que el de deslizarse detrás de los postes... para rezar de nuevo y encontrar a su Dios. ¿Cómo pudo soportar esta vida?. ¿Cómo un hombre casi enclenque pudo, durante cuarenta años, vivir tan inhumanamente? ¡Ah!, es que no sabemos las fuerzas que hay en nosotros; somos demasiado cobardes para explotarlas. y muy pocos son los que se dan cuenta de las posibilidades para el bien que Dios ha depositado en nosotros. Nosotros calculamos, Matt Talbot llegó hasta el fin. El secreto de este heroísmo se lo confió a uno de sus amigos: “Si se cree realmente en la Encarnación y en la Redención, no puede haber límite para los actos de nuestra piedad.” ¡Si se creyese!...Pero, ¿quién cree de esa manera? ¿Quién comprende el heroísmo del Amor, y a qué precio este inefable amor nos quiso salvar?.. ¡Dios mío, un amor sin medida se debe corresponder sin poner medidas! Tú has muerto por nosotros, y nosotros... ¡Escatimamos nuestro amor¡ ¡Qué humillación sentímos delante de vuestro fiel siervo, Matt, el cargador. ¡Nos vemos tan viles, mezquinos y despreciables! Sí, el mal está ahí: ¡Somos cobardes¡ Ayúdanos, Señor, a ver las cosas como él, a creer en 28
vuestra Encarnación, en vuestro desconcertante Amor, y a que en vez de poner límites, amemos como él!
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VI. VIDA SUPERIOR
Matt tenía cincuenta y nueve años cuando perdió a su madre. Siendo absolutamente libre dio un salto hacia el ideal y se entregó totalmente al Señor. Desde entonces vivió solo y no tuvo más compañía que Dios. "Hay que orar siempre...", decía y lo llevaba a la práctica. La lista de sus oraciones vocales que rezaba diariamente es asombrosa: los quince misterios del rosario, el oficio parvo de la Santísima Virgen, varias letanías, la corona de los Siete Dolores o de la Inmaculada Concepción, oraciones del Espíritu Santo, de San Miguel, del Sagrado Corazón o de las Almas del Purgatorio. Además de esto las novenas de cada fiesta de la Iglesia, las oraciones prescriptas por la Tercera Orden y las de las otras cofradías a las cuales pertenecía. A veces rezaba en voz alta o se ponía a cantar himnos. Pero su mejor oración, la más cara y substancial, era sin palabras. Amaba a su Dios y se sabía amado por Él; en la contemplación de este tesoro íntimo encontraba en seguida una plenitud de vida maravillosamente consoladora: la plenitud que da el Amor. El amor no se puede expresar; y por ser inefable, su mansión es el silencio. Era así como rezaba en la Iglesia delante del . Santísimo Sacramento, y de ahí esa maravillosa inmovilidad. Se notó que estaba siempre de rodillas, y que ni al evangelio se ponía de pie. 30
Como se le observase esto, replicó que temía distraerse si tenía que pensar en levantarse. Había leído por otra parte que un santo hacía lo mismo y esto lo tranquilizaba. Si hubiera sido libre, se habría instalado en la iglesia para no moverse más. Sentía especial atracción por la Santa Misa. Entre semana tenía que resignarse, pero se desquitaba los domingos. ¡Qué bien empleaba esos días! Matt llegaba a participar hasta de una veintena de misas. Se quedaba en el templo desde la primera misa, hasta la bendición con el Santísimo Sacramento y volvía a su casa hacia las dos de la tarde, hora en que hacía su primera comida. Hacia 1918 lo mandaron al almacén de maderas, allí tenía una estrecha oficina a su disposición donde permanecía mientras no iba al aserradero. Fue un oratorio para él; allí, como detrás de las pilas de leña, si se le sorprendía en un momento de descanso, se le veía de rodillas, rezando. Cuando los que le observaban eran niños no hacía caso y continuaba orando; más si veía acercarse a una persona mayor, se levantaba y se iba. Cada vez que su servicio se lo permitía, hacía una visita al Santísimo Sacramento en la iglesia cercana: “¡Nuestro Señor está tan solo durante el día”!, decía. Su espíritu se sentía sin cesar atraído por el Tabernáculo, y su corazón sentía nostalgias por la Iglesia. Sus ayunos y maceraciones eran extremados. La penitencia había llegado a ser su placer. En época de inventario, tenía que permanecer todo el día en su oficina con un capataz que compartía su merienda con él; sin decir nada, sacaba la manteca de la rebanada para comer el pan seco. Al volver de su trabajo, se echaba de rodillas delante de su crucifijo, rezaba con fervor y en esta postura comía el alimento que su hermana le había traído. En seguida comenzaba su vela nocturna. La almohada de piedra de la cual hemos hablado y la posición incómoda durmiendo encadenado, le causaron un embotamiento de la cabeza y un poco de sordera. Al fin de su vida, sin embargo, sus dolencias le obligaron a disminuir un poco sus penitencias. Pidió a su hermana que le llevase el agua donde ella cocía el pescado, y en eso mojaba su pan. Y cuando estuvo enfermo e incapaz de trabajar, comió 31
dócilmente todo lo que le recetaron; la lucha había terminado. Igual que San Francisco podía, ya al final de su vida, reconciliarse con “su hermano asno” a quien tanto había maltratado. Por otra parte esto no era lo esencial; la penitencia no era más que el medio, el fin era amor triunfante que había conquistado por medio de esa lucha. No es, pues, de asombrar, que con una vida organizada tan por encima de sus contingencias humanas, Matt permaneciese extraño a los sucesos políticos que se desarrollaron a su alrededor. Sin embargo, le toco vivir graves acontecimientos. El período de 1911 a 1921 fue de hondo malestar en Irlanda. Primeramente fue el conflicto del trabajo, señalado por la gran huelga de 1913, el lock-out y la desocupación que alcanzó a Matt. En medio de tanta turbación conservó una perfecta serenidad aprovechando la falta de trabajo para rezar aún más. Nunca discutió sobre esos asuntos, juzgándose incompetente en la materia, sólo se preocupó de ilustrar su conciencia. En un libro que le prestó un padre jesuita, leyó que “nadie tiene derecho de hacer morir de hambre a los que emplea”; esto le bastó. Por cierto que la causa de sus camaradas contó con sus simpatías; condenaba con franqueza y calor la insuficiencia de los salarios para los obreros casados, a los cuales él ayudaba de su bolsillo. Pero personalmente a él estas cosas no le interesaban. Nunca pidió indemnización por ls huelga, ni asistió jamás a reuniones de la corporación, dejando que los otros tomasen las decisiones. Pero cuando sus compañeros dejaron el trabajo o fueron despedidos, él los siguió por espíritu de solidaridad. Después fueron. los disturbios políticos; la lucha por el HomeRule, la gran guerra, la rebelión de 1916 y de 1919 a 1921, la guerra entre Irlanda e Inglaterra. En éstas cuestiones Matt se abstuvo completamente. Si se le preguntaba su opinión sobre uno u otro hecho, respondía que nada sabía, pues no leía ni diarios ni proclamas. Sólo expresó su pena por ver combatir entre sí a los irlandeses. Quizás encuentren algunos que Matt hizo mal en desinteresarse de este modo por lo que a todos interesaba. Es una manera de ver; el punto de vista de Matt era otro; su vida estaba en otra parte. Este hombre vivía en las cosas eternas y los 32
acontecimientos temporales debían parecerle infinitamente mezquinos e insignificantes. No leía los diarios, pero leía la Biblia, la "Imitación de Cristo”, la "Ciudad Mística" de San Francisco de Sales, Jaber y Newmann. Las notas que se han encontrado, escritas por su mano, sobre hojas viejas de hacer pedidos, revelan al mismo tiempo que un fervor profundo, una elevación de pensamientos y una cultura espiritual asombrosas en hombre que no había recibido más que una instrucción muy rudimentaria. He aquí algunas de sus notas: -La verdadera nobleza de sangre es la que mana de la sangre del Hijo de Dios. -Los hijos de hombre no conocen ni la grandeza de lo que es eterno ni la bajeza de lo temporal. El tiempo de la vida no es más que una carrera hacia la muerte; en la cual a ningún hombre se le permite detenerse. -El amor es un dulce tirano, dulce para la persona amada, tirano para el que ama, esto es, para Jesucristo, nuestro Dios. -La libertad de espíritu se adquiere liberándose del amor propio, lo cual dispone al alma a hacer la voluntad de Dios, hasta en las cosas más mínimas. -El uso de la voluntad consiste en obrar el bien, su abuso consiste en obrar el mal. -¡Oh dulce Jesús¡ Mortificad en mí todo lo que sea malvado; ¡hacedlo morir! ¡Mortificad en mí todo lo que es mío¡ Dadme la verdadera humildad, la verdadera paciencia, la verdadera caridad. -¡Oh Rey de los que hacen penitencia y pasan por locos a los ojos del mundo, pero que os son tan queridos, mi señor Jesús¡... -Oh madre bendita, obtenedme de Jesús un poco de su locura. -En la meditación buscamos a Dios con el razonamiento y los actos meritorios; pero en la contemplación lo percibimos sin esfuerzo. -¡Cuánto anhelo, Señor Jesús, que seáis único dueño de mi corazón! -¡Virgen María, no os pido sino tres cosas: la presencia de Dios, la gracia de Dios y la bendición de Dios¡ He aquí la última: 33
-¿Qué necesidad tengo de hablar cuando tengo a Jesús para que me hable? Esta frase compendia toda la vida de Matt; fue una conversación, una amistad con Nuestro Señor. "¡Para mí, vivir, es Cristo¡", hubiera podido repetir con el apóstol. La belleza de su vida, lo que la hace sublime, es su unidad. Realmente, con una vida tan colmada, tan llena de lo divino, no necesitaba hablar a los hombres. Como por instinto, tenía la preocupación de ocultar el tesoro del Rey. Era de una discreción absoluta en lo que concernía a su vida interior Y nadie penetró en el secreto de su profunda alma. A los ojos de sus camaradas, jefes y vecinos, no fue más que el buen Matt, un hombre piadoso y un buen obrero; y los millares de hombres que se le acercaron no supieron jamás, que era un santo. Y esto nos hace pensar ¿quién sabe?... ¡quizás también nosotros vivimos al lado de semejantes maravillas sin verlas! Pues los santos se esconden, y la humildad, que es hija del amor, los hace astutos. Sólo algunos íntimos recibieron algunas confidencias.. "Es una pena –dijo un día a su hermana–, que los hombres amen tan poco a Dios... ¡Ah, Susana, si supieras el goce intenso que he tenido al conversar anoche con Dios y su Santa Madre!" Más en cuánto se daba cuenta que hablaba de sí mismo, trataba de corregirse y cambiaba de tema. En cambio, cuando hablaba de los santos, del Evangelio, de cosas espirituales, era incansable; y siempre que se ponía a conversar desviaba el asunto hacia una de estas cosas, como incapaz de interesarse por otra cosa; su conversación era encantadora y amena. Pero después de esto volvía a su gran silencio. Delante de los sacerdotes era muy reservado, y nunca descubría su personalidad. Aún el mismo director de la tercera orden no lo conocía por su nombre. Sin duda fue sólo su confesor quién pudo penetrar en el fondo de esta alma y quien supo sacar provecho; pues, dice que cuando necesitaba una gracia. particular, se dirigía a Matt Talbot, y obtenía todo lo que quería. Este era el fruto que se podía esperar; Matt no hacia más que la voluntad de Dios y Dios hacía la suya. 34
VII. LA SEÑAL DEL CRISTIANO
"He aquí la señal por -la cual se reconocerá que sois mis discípulos: es la caridad que tendréis los unos por los otros". La caridad es la más cristiana de las virtudes; la más rara también –al menos en un cierto grado—, pues requiere la supresión del egoísmo y por ende implica el renunciamiento. Sabemos ser buenos mientras esto no nos incomoda y no daña nuestros intereses. Pero no ser buenos con los otros hasta llegar al sacrificio. Sin embargo tal es la ley: "La caridad no busca su interés, sólo tiene en vista el interés ajeno", dijo el Apóstol. Matt no tenía intereses aquí abajo: Había reducido sus necesidades a lo estrictamente necesario. Seis chelines por semana le bastaban para vivir; el resto era para los demás. Siempre usaba ropas viejas y usadas que recibía como limosna. Un día que le llevaron un traje nuevo, lo devolvió. Sin embargo, una vez se encontró un argumento que lo convenció. Unas señoras caritativas habían tomado como intermediario al Padre Walsh, su confesor. –Matt -le dijo-, tenéis una ropa bien fea. Se os ofrece un traje nuevo. Padre mío, -respondió-, he prometido a Nuestro Señor no usar jamás ropa buena. 35
–¡Y bien!; es precisamente Él quién os lo manda. –¡Ah!... entonces, si es Nuestro Señor quién me lo manda, lo tomaré. Se comprende que en estas condiciones a Matt no le costase deshacerse de un dinero cuyo uso se había prohibido. No tenía deseos terrenos, su corazón era libre, y cuando un corazón, por el desprendimiento, ha encontrado su libertad, recupera su movimiento normal que es el amor. Ese renunciamiento había hecho florecer a un mismo tiempo el amor de Dios y del prójimo: esas dos amores que no tienen más que una raíz. Nadie acudió en vano al compasivo Matt; salvo cuando él creía que era para beber, pues entonces era irreductible. Le gustaba más prestar que regalar: en primer lugar porque así podía ayudar a un mayor número; además porque él acreedor, estando obligado a. economizar, se privaba de beber. Prestó suma considerables, sobre todo a los que tenían varios hijos. Estas sumas al ser devueltas, terminaban siempre por ser dadas. La cuenta es sencilla: Matt daba todo lo que ganaba, excepto seis chelines por semana. Sus donaciones iban de preferencia a las obras de apostolado: con su gran espíritu de fe, él estimaba que ésta era la mejor, la más productiva de las caridades. Las que pedían para las casas religiosas lo conocían bien. Una dama que pedía para un convento, obtuvo una libra de él. Le gustaba dar a los sacerdotes, porque ellos con la limosna material pueden hacer a la vez la limosna de la gracia. Se interesó mucho en las necesidades de una misión en China a la cual contribuía con treinta libras por año. El mismo dijo un día a su hermana "que había ayudado a ordenarse a tres sacerdotes y ya estaba en el cuarto". Un sacerdote obtuvo autorización para hacer una colecta para su iglesia. El personal del aserradero acababa de cobrar y Matt dio toda su paga: "Jamás he encontrado un obrero más generoso", dijo el sacerdote. La característica predominante de Matt en sus relaciones con el prójimo era la bondad, flor de la caridad. 36
Su corazón se daba a todos espontáneamente, y con todos era de una dulzura, de una paciencia y de una abnegación admirables. Sentía debilidad por los niños, les enseñaba a . rezar, les hablaba de Dios, de la Santísima. Virgen, de los ángeles de la guarda. Siempre acompañaba sus enseñanzas con regalitos que facilitaban que fuesen mejor recibidas. He aquí la pequeña escena que en Navidad se desarrollaba todos los años en una familia de muchos niños: “La víspera del día de Navidad por la tarde, después de su trabajo, llegaba Matt y hacía llamar a los niños, que estaban impacientes esperando sus regalos. Primero buscaba en sus bolsillos, simulando que no encontraba el dinero. Después sacaba tres monedas de seis peniques, cuidadosamente envueltas en varios trozos de papel, los cuales desenvolvía lentamente hasta que aparecía la moneda; y por fin cada chico recibía su moneda de seis peniques. Más tarde los niños aumentaron, eran siete, entonces Matt redujo la moneda a tres peniques, distribuyéndolas siempre con la misma ceremonia”. Su bondad se extendía hasta los animales. Le gustaba acariciar al salir de la iglesia a un hermoso perro que esperaba a su dueña en el portal. A una señora que fue a verlo acompañada de un terrier irlandés, él le insistió para que lo hiciese entrar: "Me gustan mucho los perros", le dijo. Pero su caridad iba sobre todo a las almas. Quería hacer el bien sobrenaturalmente. ¡Hubiese deseado tanto dar a los otros el tesoro que había descubierto, compartir con ellos su tesoro celestial! Y como vivía en un mundo sobrenatural, sabía encontrar palabras para suscitar su nostalgia. Una joven que tenía un hermano en América se lamentaba de su soledad. –"¡Sola! –exclamó–. ¡Cómo puede decir ese disparate! ¿No está Nuestro Señor cerca de usted en el Tabernáculo?" Esta frase la dijo con tanta convicción, que fue para esa persona de gran ayuda para toda su vida. Muchos le iban a pedir consejo: a todos recibía con gran bondad y les daba consejos llenos de sentido sobrenatural. Otros le pedían oraciones, y la experiencia demostraba cada vez más su eficacia. 37
Uno de sus amigos le rogó que pidiese por su mujer, que estaba gravemente enferma; se lo prometió agregando con un tono de seguridad que lo sorprendió: "Sanará, no temas", y en efecto, sanó muy pronto. Algún tiempo después el mismo hombre le pidió que rogase por un cuñado, Matt le dijo entonces: "Tienes que resignarte", y el enfermo murió poco después. Otro de sus amigos debía ser operado de una úlcera de estómago, fue a ver a Matt para pedirle consejo. "Vete a ver al médico a quien yo siempre acudo, pues yo nunca veo a otro. ¡Pídele la curazión¡", le dijo, y le hizo rezar junto con él. Pronto mejoró sin necesidad de operación. He aquí como Matt, por su gran amor y vida de intensa oración, podía dar lo que ningún hombre tiene el poder de d a r: los tesoros de Dios mismo. Pero, por encima de todo, desencadenaba conversiones. Le bastaba decir una palabra a quemarropa para que muchos pecadores se rindiesen bajo el poder de la gracia de Dios. De estas conversiones podrían contarse miles, cuenta su biógrafo. Ciertamente el único medio eficaz para convertir el mundo: "Ser santo".
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VIII LOS ÚLTIMOS DIAS
Hasta la edad de sesenta y siete años, Matt Talbot se las ingenió para padecer por su Dios; mas en los dos últimos años de su vida, Dios mismo se encargó de hacerlo por él. Los años pasaban, haciendo su obra de desgaste. Matt sufría del corazón. Pero era de tal temple que no abandonaba el campo de batalla sino en el último extremo. A pesar de lo que le hacía sufrir su enfermedad, a pesar de la sofocación, de las palpitaciones y dolores, siguió trabajando, ayunando, orando y llevando sus cadenas ceñidas al cuerpo como antes. Aceptaba con alegría esta penitencia involuntaria, un favor inesperado para este hombre habituado al sacrificio. Un día Matt se encontró repentinamente muy mal. Un amigo que le aconsejó que fuese a ver a un médico del hospital de la Misericordia; Matt se quitó las cadenas y fue a verlo. Ingresó en el hospital el 18 de junio de 1923, tres días más tarde, recibía los últimos sacramentos. Sin embargo pronto se repuso y se pudo levantar, y encontró la forma de hacer lo que más le gustaba: todo el tiempo que podía se lo pasaba en la capilla. Fue dado de alta el 17 de julio. Siguió yendo al hospital para hacer el tratamiento y el 17 de agosto volvió a trabajar. 39
Pero su corazón estaba ya muy deteriorado y era irreparable. El 3 de septiembre de ese mismo año, 1925, ingresó en el hospital de nuevo. He aquí lo que dijo la Hermana encargada de cuidarlo: "Permaneció acostado casi todo el tiempo que estuvo en el hospital, hasta mediados de noviembre. En ese momento no llevaba ya su cilicio de cadenas. Hablaba a muy poco, era bastante reservado y mostraba una dulce sonrisa y gran amabilidad. Siempre estaba tranquilo. Tomaba el alimento que se le ofrecía sin decir nada, sin lamentarse jamás; nunca probaba manteca... Se fue agravando y se le administró la Unción de los Enfermos; parecía que estaba en agonía y aperas respiraba; hoy creo que en ese momento estaba más bien en un profundo recogimiento. Me. llamó la atención su gran tranquilidad mientras yo recitaba las oraciones de los moribundos. "Sin embargo, superó esta crisis y dos días después podía bajar la escalera para ir al consultorio de cardiografía. En cuanto pudo levantarse, desapareció y no se le pudo encontrar en ningún sitio; al fin, fue hallado en un rincón del jardín rezando. Me quejé del susto que nos había dado, y me respondió con su sonrisa habitual: "Ya di las gracias a las enfermeras y a los médicos por mi mejoría, y creí que sería justo sobre todo agradecérselo a Aquél que es el primero que cura". Estas palabras me hicieron tanta impresión que desde entonces mandaba a todos los enfermos ya sanos que fuesen a dar gracias a Dios. "Varias veces nuestras Hermanas notaron su profundo recogimiento en la capilla, y que jamás usaba libro de oración. "Comulgaba todos los lunes. Si algún enfermo recibía la Santa Comunión algún otro día, le preguntaba si la quería recibir y siempre aceptaba; pero nunca pedía este favor por sí mismo. No hablaba de cuestiones religiosas con las Hermanas. A algunos enfermos les gusta hablar de esto: más Matt, con su conducta, demostró que era un santo anciano con muy buen carácter. Como conocía su vida de austeridad, estaba claro para mí qué trataba de pasar desapercibido ante los que le rodeaban. A su salida del hospital no pudo volver al trabajo y durante los meses siguientes vivió penosamente con unos pocos chelines de su indemnización por su enfermedad. Sufría mucho, y sin embargo seguía poniéndose los cilicios y hacía sus ejercicios de piedad hasta la extenuación. Su hermana lo encontró a menudo tendido 40
sobre su cama de tablones, incapaz de hablar, pero continuando sus oraciones. Se propuso quedarse con él. –“Que bien me podrías hacer” — le respondió—. "Si tengo que morir, tendré a Jesús y a María conmigo!". Jamás se quejó ni de sus dolores ni de su inacción forzad a . En abril de 1925, creyó que podía trabajar de nuevo Y volvió al aserradero. Tenía la cara demacrada por la enfermedad, pero cumplía su obligación tan perfectamente como antes. El domingo ya no podía prolongar su ayuno hasta el almuerzo del mediodía. Asistía misa temprano, comulgaba, se iba a desayunar, y volvía para oír otras misas. El domingo 7 de junio de 1925, a eso de las nueve, se dirigía hacia la iglesia de San Salvador. A mitad de camino cayó desplomado sobre el pavimento. Estaba agonizando. Una vecina le ofreció un vaso de agua. "Amigo mío –le d i j o — ¡ U s t e d s e va al Cielo¡" Matt abrió los ojos, sonrió y dejó caer la cabeza. Este hombre, que había elegido como estilo de vida pasar gran parte del día en la casa de Dios, moría como convenía, caminando al lugar santo. Se dirigía a la iglesia y llegó al cielo. Se le encontró todo un arsenal de cadenas incrustadas en sus carnes: la más gruesa parecía una cadena de arnés. Había caído, como buen soldado, con su equipo de combate. La vida de Matt Talbot está contenida en una sola frase: "vivió como cristiano". Nada más que eso, y sólo eso. Cristiano de una sola pieza. Fue grande a fuerza de ser sencillo. Bajo la trama vulgar de una vida de obrero, ardía por debajo una llama silenciosa que se remontaba hacia Dios. Durante cuarenta años trabajando de cargador sólo vivió para el Amor. Sencillo, pero a la vez gigantesco y sublime, se asemeja al Pobrecito de Asís en su heroica sencillez. Son del mismo temple, intransigentes ambos ante el Ideal. ¡Qué diferente de tantos hombres que se dicen cristianos. ¡Pobres vidas, almas mezquinas! Sus ocupaciones son tales que les impiden ir a comulgar, mientras que Matt renuncia a su oficio para asegurar su pan espiritual. No tienen tiempo para rezar; pero este cristiano auténtico sacaba tiempo para ello sacrificando gran parte de la noche. Su salud y trabajo les impide ayunar, y este extenuado trabajador 41
lleva una vida de dura penitencia, siguiendo el ejemplo de los anacoretas del desierto. Aquellos no son lo bastante ricos para hacer limosnas, y este pobre trabajador ayuda a los pobres dando gran parte de su salario. "¡Si se creyese!... ¡Si se creyese en la Encarnación y en la Redención!" ¡Ah!, como creyó él, y cómo vivió de este pensamiento profundo y magnánimo, con qué lógica inflexible y heroica. Es necesario que los cristianos y sobre todo los obreros, lean y mediten la vida de Matt Talbott. Es una demostración palpable de lo que puede hacer una fe realmente vivida. Los fermentos de rebelión que subyacen en nuestro corazón pueden llegar a desaparecer mediante la penitencia y el amor. Se puede llevar una vida santa en cualquier estado de vida y condición. Nuestra vida se renovará si ponemos como él nuestra esperanza en la Vida eterna. Podemos hacer mucho más de lo que creemos si como él nos decidimos por vivir el mandato de Jesucristo: “¡Buscad primero el Reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura!". Seamos lógicos y consecuentes, pongamos en práctica el Evangelio, vivamos la lógica del amor que nos muestra Nuestro Señor Jesucristo. ¡Intercede, oh querido y bienaventurado Matt, por nosotros, pobres pecadores!
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