Osvaldo Alfredo Dallera
LOS SIGNOS EN LA SOCIEDAD
Titulo: "Los Signos en la Sociedad" ISBN Colección 958-9419-55-0 ISBN "Los Signos en la Sociedad" 958-9419-62-3 Primera Edición, 1996 © PROA Asociación Latinoamericana de Comunicación Grupa¡ Dirección General: Secretariado de Apostolado Latinoamericano - SAL Revisión y Coordinación: Hna. Lucero Patiño H.S.P. Diagramación: Isabel Gómez Peñaloza Corrección de Estilo: Martha López Zuleta Portada: Rasgos © Instituto Misionero Hijas de San Pablo Cra. 32A No.161A-04. Teléfono: (1) 6711298 Fax 6706378 Santafé de Bogotá, D.C. COLOMBIA Prohibida su reproducción
...Comprendí que cuando no tenía una respuesta, Guillermo imaginaba una multiplicidad de respuestas posibles, muy distintas unas de otras. Me quedé perplejo. Pero entonces -me atreví a comentar-, aun estáis lejos de la solución... Estoy muy cerca, pero no sé de cuál. * ¿0 sea que no tenéis una única respuesta para vuestras preguntas? • 5i la tuviera, Adso, enseñaría teología en París. • ¿En París siempre tienen la respuesta verdadera? • Nunca, pero están muy seguros de sus errores. • ¿Y vos? -dije con infantil impertinencia- ¿Nunca cometéis errores? • A menudo -respondió-. pero en lugar de concebir uno solo, imagino muchos, para no convertirme en el esclavo de ninguno. Umberto Eco El nombre de la rosa, pág. 290
Antes de iniciar el análisis de la producción social de signos y discursos estudiaremos el marco o el contexto bajo el cual tiene lugar la producción social de sentido. Para eso trataremos de establecer primero qué entendemos por comunicación desde una perspectiva cultural y luego veremos qué entendemos por cultura desde una perspectiva comunicacional.
La comunicación entendida culturalmente es un proceso de intercambio de producciones de sentido entre sujetos sociales. Es decir que cuando la gente se comunica lo que hace es intercambiar productos (un argumento, una historia, una imagen, etc.) que llevan consigo un determinado sentido que el otro debe captar o entender. En ese proceso de intercambio se producen efectos, defectos, recortes, expansiones, distorsiones en virtud de las diferencias (y las similitudes) que existen entre la producción y la recepción del producto. Guando digo algo, por ejemplo, cuando cuento o narro una historia no agoto el sentido de la historia, porque no puedo expresar t o d o el significado de un texto. Lo que hago simplemente, es adoptar un recorrido, establecer recortes y orientar el sentido de mi relato. Al mismo tiempo, el que recibe ese texto, o ese discurso tampoco puede captar la totalidad del sentido de ese texto y, además Suele transformarlo en el mismo acto de recepción, enriqueciéndolo (o empobreciéndolo) con sus experiencias propias. Dicho brevemente, en el proceso de comunicación no se puede agotar ni acceder a la totalidad del sentido. La comunicación, podríamos decir, es el punto medio entre el extremo deseo de querer decirlo todo (cosa naturalmente imposible porque produciría un efecto de saturación) y no poder decir nada (el otro extremo cuya muestra patológica sería el sujeto encerrado sobre sí mismo sin poder comunicarse con el mundo y con los otros).
Esto es particularmente interesante porque da cuenta de las limitaciones presentes que evitan el desarrollo de intercambios comunicativos estáticos. Por ejemplo, es imposible desde todo punto de vista que quien recibe el mensaje, lo reconstruya para el exactamente en los mismos términos y con las mismas cualidades con que fue construido por el emisor. Este desfase comunicativo da lugar, en principio, al dinamismo cultural que de este modo tiene su origen en la comunicación.
La ropa de lar mujeres que aparecen en le fotografía, evidentemente es para abrigarse, pero para quien las ve (nosotros) esa misma ropa indica el frío que padecen, nos permite inferir la temporada por la que pasan y el lugar geográfico-cultural donde es usual vestir de esta manera, todo esto acentuado por los detalles arquitectónicos del ambiente que aparecen en la foto.
Veamos ahora qué entendemos por cultura, desde un punto de vista comunicacional: a. Las culturas son construcciones humanas que adquieren dimensión significante. Esto quiere decir que, para modelar un mundo que tenga sentido, cada cultura se ordena en torno a sistemas de significación que, facilitan a sus miembros relacionarse entre sí. En otras palabras, la cultura es un orden generado arbitrariamente por los miembros que pertenecen a ella y ejercido en sistemas de significación que hacen posible la convivencia en la comunicación. Cada cultura posee rasgos distintivos que la hacen diferente de las otras por la forme en que organizan sus comportamientos, sus saberes y sus hábitos de vida. b. La cultura tiene por función ordenar el mundo cognoscitivo y actitudinal de sus miembros y dotar de sentido los hechos, saberes y las conductas de las personas que forman parte de l a s o c i e d a d . Para que sea posible «entender», es necesario que en el caso de múltiples estímulos perceptibles se produzcan recortes que ordenen la producción y la recepción de mensajes. Con esos recortes comienza el orden comunicativo. Pues bien, el lenguaje es «la tijera cultural» en cuyos códigos, gramáticas y reglas se determina el campo de producciones significativas.
c. En su despliegue histórico, la cultura es memoria colectiva. Como tal, contribuye a acrecentar los conocimientos de la comunidad a medida que ésta se permite consolidarlos y fijarlos como propios en función de sus necesidades. Para que la memoria no conlleve a una saturación textual ni a un caos por ausencia de orden (y por lo tanto ausencia de identidad e imposibilidad de discriminación), se autolimita por medio de la utilización del olvido como instrumento de recorte que, descartando aquellos textos que la cultura no valora ni utiliza, refuerza aquellos otros que confluyen para la configuración de la misma.
La semiótica es una disciplina que se ocupa de explicar cómo se produce el sentido que circula socialmente, a partir de la descripción y de la clasificación de los elementos que componen los signos y los discursos sociales y del análisis ele las reglas que se utilizan para articular dentro de un texto esos elementos. Dicho de otra forma, a la semiótica le interesa la composición interna de signos y discursos sociales y la articulación de los elementos que componen nos signos y esos discursos.
La semiótica es un saber descriptivo que nos aporta un conjunto de instrumentos valiosos para entender cómo se genera socialmente el sentido que hace posible la comunicación.
La historia contemporánea de la semiótica puede dividirse en dos grandes momentos. El primer momento es el qué se denomina comúnmente el momento de la semiótica del signo. El periodo de la semiótica del signo es un período en el que la semiótica todavía está ligada de algún modo a la lingüística. Se estudian los sistemas de significación producidos a imagen y semejanza de la lengua (sistemas de significación compuestos por unidades discretas y por reglas sintácticas y gramaticales que se utilizan para producir sentido). En este periodo se centraliza el estudio de la construcción y composición de los distintos tipos de signos (insignias, carteles, señales, uniformes, etc.) y en los códigos que regulan la formación y utilización de los sistemas ele significación. En resumen, en este periodo la noción de signo y su utilización está todavía muy ligada a las nociones de lengua y lenguaje.
El segundo momento es el que, situándolo a mediados de los años Sesenta, se conoce con el nombre de semiótica de los discursos. Aquí comienza la progresiva separación de esta disciplina de la lingüística y, consecuentemente, el ensanchamiento del terreno apropiado para desempeñarse como saber autónomo. No sólo el signo lingüístico llama la atención de los semiólogos sino que muchos otros fenómenos de la vida social (las comidas, el vestido, los objetos de consumo, etc.) empiezan a analizarse desde su dimensión significante, es decir como objetos que, además de cumplir con la función para la cual están específicamente hec hos (alimentarse, vestirse o brindar confort), representan (significan) algo distinto a ellos mismos. En este momento, la Semiótica le llamará discursos a todos los fenómenos sociales analizados en su dimensión significante.
Este periodo coincide con el furor que causa el análisis de los productos que provienen de los medios de comunicación de masas. A partir de aquí el semiólogo se interesa por la complejidad de los fenómenos sociales, pero analizados desde su dimensión significante. Al semiólogo le interesa saber qué causa un fenómeno social complejo, cualquiera que sea, sea construido siempre, más o menos del mismo modo y, al mismo tiempo, sea recepcionado por los demás, asignándole un sentido que, en líneas generales, coincide con el Sentido elaborado en el momento de la producción del fenómeno. Por ejemplo, al semiólogo, a partir de este momento, le interesa saber qué recursos, qué rasgos son necesarios para construir un fenómeno social complejo que signifique «saludo» y al mismo tiempo le interesa saber qué condiciones deben darse en el receptor del saludo para que éste capte el sentido del fenómeno como saludo y no, por ejemplo como insulto. Dicho en otras palabras, (desde el saludo hasta el artículo periodístico, desde la situación dentro de un aula que significa, por ejemplo, «gente estudiando en una escuela», hasta la ubicación de un filme dentro del género al que pertenece). Dentro de este marco, la semiótica intentará dar cuenta de los rasgos que hacen que el saludo sea para esa sociedad un saludo y no otra cosa, y también de los rasgos que hacen que un filme sea un filme de suspenso y no una comedia musical. En pocas palabras, el objeto de la semiótica de los discursos es el conjunto de todos los fenómenos sociales analizados como objetos que significan algo, que tienen sign i f i c a d o .
¿Qué
quiere
decir
«tener
significado»?
En
nuestra
vida
diaria,
constantemente recibimos infinidad de estímulos. Sin embargo, no a todos les prestamos la misma atención; es decir, muchos de ellos pasan desapercibidos. Bien porque no nos interesan, bien porque no representan nada para nosotros. En cambio, un número relativamente reducido de estímulos (reducido si lo comparamos con la infinidad de estímulos posibles) se presentan como portadores de sentido: significan. Esto se debe a que la sociedad en la que vivimos, para hacer posible la comunicación, usa aquellos estímulos, aquellas expresiones que le sirven para funcionar. Esto es vivido a diario, sin reflexionar sobre la cuestión. Cotidianamente percibimos ruidos, luces, formas, olores, etc. Sin embargo, sólo un número reducido de todos esos estímulos son utilizados por nosotros. En otras palabras, muy pocas percepciones «nos sirven». Determinadas señas que están en lugar de objetos, situaciones o entidades abstractas ausentes de la percepción del sujeto que las utiliza, son usadas con la finalidad de instruirlo acerca de «algo» en particular. Todas esas señas, que son realidades concretas, materiales, adquieren una dimensión significante. Y ese «algo» representado, traído hacia el sujeto por aquel significante, es lo significado. Los signos cumplen con la función de significar. Ahora bien: todo signo es una cosa y toda cosa es un signo Si CUMPLE CON LA FUNCION DE SIGNIFICAR; es decir, sí en el tiempo y lugar que ocupa, tiene un sentido para alguien. Entonces, para que haya significación serán necesarios: a. Una cosa significante. b. Otra cosa significada. c. Una relación entre a y b establecida por un ser humano.
Vemos entonces, que hablar de signo como de una cosa aislada no tiene sentido, si no están los otros componentes. Surge por necesidad de
Comprender Comunicarse Cualquier objeto sensible
Signo
Características
Sirve para sustituir cualquier otra cosa Ausente de nuestra percepción Cosa significante
Relación entre Cosa significada
Establecida por un ser humano
Requiere ser interpretado
Uno de los componentes del signo es aquello que lo expresa, es decir lo que denominaremos la expresión del signo. El contenido del signo puede estar sostenido por diversos tipos de soportes expresivos; es decir, que la expresión siempre es sensible; por lo tanto, captada por los sentidos. De este modo un mismo contenido puede ser expresado de distintas maneras y puede ser captado por distintos sentidos. En general, algo agradable o desagradable, verdadero o falso, puede ser expresado por un signo visual, fónico, táctil, etc. Cualquier cosa que usamos como signo, sin excepción, significa algo. Sin embargo, no siempre eso que es significado por el signo, tiene o tuvo existencia concreta. Puede ocurrir, como de hecho ocurre que el contenido de ese Signo sea una construcción específica para una situación específica. Por ejemplo, «centauro» o «unicornio» son signos que no tuvieron ni tienen algo concreto que significar, y no por eso decimos que no significan nada. Cada uno, en su caso designa una entidad, una producción de la cultura sin existencia real concreta, sin denotado o referente (en nuestro ejemplo, son construcciones de un universo mítico) pero también es posible generar contenidos pertenecientes a mundos de ficción, o simplemente producir mentiras, significar algo que no tiene su correlativo en la realidad.
Si yo utilizo un signo para expresar algo de la realidad, puedo decir que además de tener designado, ese signo tiene denotado o referente. Tener denotado implica que, si se diera la ocasión, yo podría estar en contacto con el fenómeno sustituido por el signo; es decir, el objeto, el hecho, o la circunstancia a la que el signo hace referencia. De esto puede deducirse que el contenido de un signo no es lo mismo que el objeto denotado. No hay una correspondencia necesaria entre uno y otro. El contenido designado puede elaborarse artificialmente, sin un objeto real concreto con que relacionarlo. En definitiva, e/ contenido no es más que un conjunto de propiedades rescatadas o relacionadas arbitrariamente y ligadas a una expresión significante. Percepción del signo ¿Cómo es la expresión? (verbal, icónica, escrita, acústica) Sobre la expresión
¿Con qué está hecha? (materiales que la componen) ¿Cuál es su origen? ¿Cuál es el medio de difusión? ¿Tienen en sí mismos alguna connotación? ¿Cuál es el contenido de la expresión? (qué es lo que transmite) ¿Tiene denotado o sólo designado? ¿Cómo se elaboró? ¿Cuáles son las propiedades que lo conforman?
Sobre el contenido
¿Quién o cómo se establece la relación con la expresión? ¿Qué denota o qué designa? En cualquier caso, ¿qué connota? (la connotación siempre presupone una denotación o designación precedente)
Siempre sobre este tema podemos preguntarnos: ¿Quién relaciona y cómo se relaciona la expresión con el contenido? La vinculación de un plano con el otro es el resultado de la necesidad y la decisión gestada en lá misma cultura en la que aparece el signo. A partir de la necesidad que genera su aparición en la sociedad o en un sector de ella de expresar un contenido para establecer la comunicación, es esa misma sociedad la que elabora las reglas que relacionan la expresión con el contenido, para dar lugar a la aparición del Signo.
En vez de hablar de significación es mejor hablar de sistemas de significación construidos socialmente para producir y reconocer Sentido. Las relaciones generadas por los miembros de una comunidad suponen el uso de recursos y procedimientos específicos para asignar y reconocer el sentido. Por eso, para relacionarse entre sí, las personas se sirven de sistemas de significación. No hay un solo sistema de significación. Los s i s t e mas de significación son múltiples. Pero, ¿qué son los sistemas de significación y cómo funcionan?
Cada sistema de significación es un conjunto de materiales expresivos articulados o relacionados entre sí a través de reglas, para que la sociedad pueda, mediante procedimientos, asignar y reconocer sentido a. Selecciona determinadas marcas o rasgos sensibles de la materia significante. Materia significante es cualquier cosa que puede ser recepcionada por nosotros a través de nuestros sentidos y a la que le asignamos un significado determinado (un gesto, una imagen, una palabra, un sabor, etc., investidas de algún sentido o significado para alguien, se constituyen en materias significantes). De la multiplicidad de estímulos perceptivos que circulan socialmente, la sociedad selecciona algunos que funcionan como rasgos y se repiten en el uso para expresar siempre el mismo significado (por ejemplo levantar la mano de una determinada manera es un rasgo que se repite habitualmente para expresar o significar un saludo). b. Esas marcas, esos rasgos se articulan entre sí del mismo modo cada vez que con ellos se desea expresar el mismo sentido. Esa articulación «parecida» cada vez, es posible porque hay reglas gramaticales que regulan la manera de relacionar los rasgos entre sí. Esas reglas funcionan como gramáticas de producción (o de reconocimiento) de sentido y son las que posibilitan que una misma expresión pueda significar (y, por lo tanto, ser reconocida) de igual o
de manera parecida, cada vez que se les usa. Siguiendo con el mismo ejemplo, levantar la mano y moverla de una determinada manera en una determinada circunstancia puede significar «saludo». Pero con otro movimiento y en otra circunstancia puede querer significar otra cosa, por ejemplo, pedir «permiso para hablar». c. La sociedad confecciona los sistemas de significación (conjunto de gramáticas y marcas dentro de un mismo lenguaje). Esto equivale a decir que es la sociedad misma la que genera estos sistemas que le sirven para establecer relaciones de comunicación entre sus miembros. Pensemos en el clásico ejemplo que propone Barthes: la alimentación, que en los procesos de comunicación, se establece entre las personas a partir de esas «cosas» entendidas formando parte de un sistema de significación, son utilizadas como recursos para «decir» y «entender». Como se sabe, en este ejemplo como en otros (la ropa), Barthes trataba de establecer un paralelo entre estos sistemas de significación y el sistema de la lengua aludiendo la relación que hay dentro de este último entre lengua y habla:
«La lengua de los alimentos está constituida: I. Por las reglas de exclusión (tabúes alimenticios); II. Por las oposiciones significativas de unidades próximos a determinar (del tipo, loor ejemplo, salado/dulce); III. Por las reglas de asociación, sea simultánea (en el nivel de una comida) o s u c e s i v a (en el nivel de un menú); IV. Por los protocolos de uso, que funcionan quizá como una especie de retórica de la alimentación. En cuanto al 'habla' alimentaria, sumamente rica, contiene todas las variaciones personales (o familiares) de preparación o asociación (se podría considerar la práctica culinaria de una familia como un dialecto). El menú, por ejemplo, ilustra muy bien el juego de la lengua y el habla: todo menú está constituido por referencia a una estructura (nacional, regional y social), pero esta estructura queda determinada de manera diferente según los días y los usuarios, de la misma manera en que una `forma' língüística está determinada por las variaciones y combinaciones libres que un hablante necesita para un mensaje particular».' ' Barthes, Roland: Elementos de Semiología en la Aventura Semiológica. Paidós, Barcelona, España, 1990, página 32.
Otra manera de estudiar los signos que usamos habitualmente es analizar las relaciones que se establecen con ellos y entre ellos. Señalaremos tres tipos de relaciones: a. Relaciones con otros signos. b. Relaciones con contenidos; es decir con aquello que designan.
c. Relaciones con quienes los usan. En el primer caso, los signos nos interesan por lo que son, independientemente de lo que significan o de aquello que designan. Nos ocupamos de ellos para saber cómo están formados, o bien para saber cómo podemos formar nuevos signos a partir de los que ya tenemos. En los dos casos utilizamos reglas que nos permiten formar los signos primitivos, o también transformarlos en otros más complejos. Por ejemplo sabemos que las letras son unidades elementales. Guando formamos una palabra, combinamos esas letras o unidades elementales para formar un Signo más complejo. Lo mismo sucede con las imágenes o signos icónicos. A partir de unidades elementales (puntos, rayas, curvas, etc.) podemos formar una imagen más compleja, Según como combinemos esos elementos. Además, sí podemos combinar esos nuevos signos obtenidos con otros y elaborar expresiones más complejas estaremos transformando aquellos en otros nuevos. A esta dimensión, a esta manera de estudiar la relación que los signos tienen entre sí la llamamos dimensión sintáctica. La segunda posibilidad nos permite estudiar el signo en otro tipo de relación: aquella que establece con la cosa o las cosas que designa, o sea con su contenido. Esta dimensión, llamada semántica, también tiene dos tipos de reglas que regulan la relación del signo con su significado. Mediante las reglas de designación, asignamos a cada signo del sistema un determinado designado, de manera que «yo» pueda saber a qué hago referencia cuando lo uso. Pero puede ocurrir también que pretenda verificar si la relación que establezco entre el signo y el designado sea verdadera. Para eso, la dimensión semántica tiene reglas de verdad. La dimensión que queda es la pragmática. En este modo de estudiar los signos nos vinculamos con todas aquellas características y circunstancias que rodean y condicionan a quienes los usan. Las reglas pragmáticas enuncian las condiciones sociológicas, políticas, sicológicas, biológicas que se dan entre los usuarios y los signos. La importancia de esta dimensión radica en que nos indica cómo debe interpretarse un signo a partir de las condiciones que lo rodean, o bien cómo se debe proceder para verificar un enunciado del lenguaje. DIMENSIONES DE LOS SIGNOS
i DIMENSION
SINTÁCTICA
RELACION ENTRE SIGNOS
REGLAS DE FORMACIÓN DE TRANSFORMACIÓN
SEMÁNTICA
PRAGMÁTICA
SIRVE PARA Formar nuevas unidades, Formar expresiones más complejas.
SIGNOS Y DESIGNADOS 0 CONTENIDOS
DE DESIGNACIÓN ESTABLECER el significado de cada signo: para DE VERDAD verificar o no, la relación establecida.
SIGNOS Y USUARIOS
PRAGMÁTICAS (de uso)
Para emplear correctamente el signo.
Tanto los signos como los discursos están compuestos por características que le son propias y que el trabajo del semiólogo las hace reconocibles. Por un lado nos encontramos con un conjunto de características en el plano del contenido. El conjunto de rasgos que configuran el contenido del signo, los reconocemos como propiedades del significado. A ese conjunto de características las llamamos marcas semánticas. Todos nosotros alguna vez hemos intentado hacer un crucigrama. Una de las características de este entretenimiento es que se dan como pistas una serie de características de la palabra que expresa el contenido que debemos encontrar. Por ejemplo: 1. «recipiente, con asa, que sirve para beber»; 2. «dos átomos de hidrógeno más uno de oxígeno». El conjunto de características
que definen o diferencian al contenido del signo son propiedades del significado. En el primer ejemplo, el conjunto de esas características conforman el contenido del signo /taza/. A ese conjunto de características las llamamos marca. En el segundo ejemplo, el contenido es /agua/ y sus marcas semánticas son dos átomos de hidrógeno más uno de oxígeno. Las marcas semánticas son rasgos distintivos del contenido y las mamas sintácticas son rasgos distintivos de la expresión. Supongamos que nos encontramos frente a la siguiente frase: «El Salario está deprimida» Inmediatamente advertimos que aunque no nos suena bien, somos capaces de entender el significado. Reconocemos qué significa la expresión por las marcas del contenido y por cierta coherencia sintáctica (que en este caso no es completa). Una expresión, para poder ser captada en su significado debe estar elaborada respetando las reglas que esa cultura utiliza habitualmente para construir sus textos. Desde la construcción de una palabra (por ejemplo para escribir la palabra «casa» debemos poner las letras en el orden y la secuencia con que podemos reconocer el significado de esa palabra). Sí escribimos «ac as», los rasgos utilizados son los mismos pero la alteración del orden (es decir, el desvío de la regla), no nos permite reconocer mí construir el sentido. Esto mismo vale para textos más complejos y para el uso de cualquier tipo de lenguaje. En resumen, captamos el significado de los signos y el contenido de los discursos porque reconocemos las marcas del contenido y por cierta coherencia sintáctica que advertimos en el plano de la expresión. Señalamos que además de necesit a r conocer las marcas semánticas que nos permiten comprender y tener acceso al contenido de un signo, también es necesario que exista cierta coherencia interna, un reconocimiento de las marcas que participan en la composición de la expresión. Vale decir que para entender bien un mensaje, es necesario que se exprese de manera que podamos relacionar las partes que lo componen (supuestamente el usuario posee y maneja las reglas de las dimensiones que vimos en el parágrafo anterior), y además que podamos rescatar las características de los signos que lo expresan. para que yo detenga el automóvil ante la luz roja del semáforo es necesario que la luz roja tenga un contenido, signifique algo «peligro» que yo pueda establecer la relación entre las dos cosas (expresión y contenido) y que ambas estén articuladas dentro de un sistema de significación (el conjunto de luces que componen la idea de semáforo), mediante algunas reglas que gobiernan su funcionamiento (secuencia del encendido y el apagado de cada luz).
Hemos determinado la diferencia entre el contenido del signo y el referente. Así, mientras al referente o denotado le asignamos el carácter de un ente real concreto (una cosa, un hecho, un estado de cosas), El contenido de los signos decimos que son «cuasi-ideas», conceptos, conjuntos de propiedades (semánticas y sintácticas) que son agrupadas en un tiempo y espacio determinado, por los miembros de la comunidad en la que ese conjunto de propiedades, sirve para reconocer en la expresión significante, a la cosa, objeto o situación aludida. En otros términos cada vez que hablamos de signos no tenemos dos elementos (signo y objeto), sino tres: el signo, el objeto, y esa «cuasi-idea» que nunca se identifica ni es equivalente al referente. A ese tercer elemento, Peirce le dio el nombre de interpretante: “se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o, tal vez, un signo aun más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto, no en t o d o s los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea...»2 Como se ve, mientras el signo cumple con su función de estar en lugar de otra cosa sólo «en algún aspecto o carácter», genera en el sujeto intérprete del signo «otro signo» que es el interpretante. El interpretante, entonces, no es el intérprete, no es un sujeto que interpreta sino que es un producto, es una función, resultado del vínculo, de la relación que el sujeto-intérprete establece entre el signo y los objetos. Modelo triádico de Peirce Signo
objeto interpretante
2. Peirce, Ch.
S.: La Ciencia de la Semiótica. Ed. Nueva Visión, Bs. As., 1986, página 22.
Ahora nos podemos preguntar a partir de qué mecanismos las personas avanzan en el conocimiento y la interpretación de los signos dando lugar al
desarrollo del proceso semiótico. Podemos intentar responder a esta pregunta, acudiendo a dos tipos de operaciones fundamentales para acceder a la lectura de los signos: la abducción y la connotación. La abducción es una forma de razonamiento que nos permite construir hipótesis sobre la base de premisas inciertas que obtenemos cuando hacemos nuestro trabajo de denotación. Esa presunción la obtengo mediante una abducción del tipo: “aquí no hay nadie. Sin embargo, en ese cenicero hay un cigarrillo que fue apagado hace poco tiempo. Por tanto, alguien pasó por aquí hace un instante”. Luego, la abducción pertenece a la lógica del descubrimiento, mientras que la inducción y la deducción nos permitirán probar o desmentir las hipótesis. El conocimiento obtenido a partir de interpretaciones hechas por abducción es siempre aproximado y erróneo. Eso significa que puede corregirse y reformularse. De manera que debe tenerse en cuenta que la abducción no conduce a verdades absolutas, sino sólo a aproximaciones de la verdad. Pero ése es justamente su objeto: hacernos ir más allá de lo que sabemos, a partir de sucesivos descubrimientos. La connotación es otro mecanismo de lectura que hace posible el proceso de desarrollo semiótico. Esta contribuye a la expansión del sentido del signo a partir de la competencia del sujeto para desprender otros sentidos una vez producido el acercamiento denotativo. Para decirlo de una manera esquemática, todo signo o todo discurso, tiene o admite dos niveles de lectura: un nivel de superficie, y un nivel latente u oculto. Veo la fotografía de una casa, lo primero que hago es denotar el significado inmediato del signo, reconociendo el objeto que representa, y digo «esa fotografía es la fotografía de una casa». Sin embargo, este acercamiento resulta demasiado general. Puedo, a partir de otros detalles de la fotografía, ir un poco más lejos en mi lectura y connotar por ejemplo, otras propiedades u otros atributos ligados a ese objeto denotado, que dependerá del conjunto de conocimientos previos que yo disponga para elegir ese recorrido de lectura y no otro: así por ejemplo, puedo ir más lejos diciendo: «esa casa es una casa lujosa, y si es una casa lujosa, el dueño debe ser una persona muy rica. Y si es una persona muy rica, es porque esa persona ha trabajado mucho» (otro, haciendo otra lectura, podría decir «es una persona muy rica porque es un explotador», etc.).
Mencionaremos algunas características que forman parte de este mecanismo de lectura. En primer lugar y t a l vez ésta sea su característica más importante, los rasgos que se derivan de una lectura connotativa de un signo son independientes de las propiedades del objeto denotado. Es decir, en general la connotación p u e d e ir tan lejos como le sea posible al sujeto que la practica. En este sentido él podrá derivar en su lectura rasgos que aparezcan «muy atrás» en la cadena asociativa, o que estén muy lejos de los rasgos más «inmediatos» del sistema denotado. Unos y otros son independientes del objeto, pero cuanto más alejados estén los rasgos que la connotación rescata, de los que la cultura le admite como propios al signo, más difícil será la tarea de justificar la operación, excepto en el caso del texto estético. Desde luego, esto nos introduce en un terreno bastante complejo como es el de indagar sobre la presunta objetividad de las propiedades que se le imputan a los referentes. Otra característica, sí se quiere independiente de la anterior, es que el número de rasgos connotados que componen la cadena de interpretantes puede variar de uno a otro número; si no es infinito, por lo menos es indefinido. Por ejemplo, sí escucho que en la terraza de mí casa algo se cayó, produjo un ruido muy definido, puedo connotar, /objeto de vidrio/, en función del ruido que normalmente hacen al caer, las botellas de ese material. Salvo alguna distorsión auditiva, si el indicio es nítido será difícil connotar /madera/. Pero por otro lado, a partir de ese mismo ruido, por vía de una connotación asociativa, puedo connotar «alguien camina en la terraza», «un ladrón pretende entrar en mi casa», etc. Al vincular este ejemplo con la característica que señalamos en primer término, de ningún modo podré connotar que acaba de producirse una invasión de ballenas en la terraza de mi casa, so pena de ser calificado de loco. En tercer lugar, «en la connotación», el sentido es sugerido, y su decodificación es más aleatoria, esto significa que t o d o aquello que se desprende «explícitamente» del signo, pertenece al orden de la denotación; lo connotado resultará siempre difuso, subyacente, e implícito. Queda por agregar que la riqueza del trabajo de connotación se desprende de las múltiples funciones que ésta ejecuta al abordar cualquier texto. Entre las más importantes de esas funciones, podemos rescatar las siguientes: a. Enriquece el material denotado: cuando el sujeto connota más allá de lo que el texto sugiere en su inmediatez, de alguna manera construye el objeto con el conjunto de matices que introduce en su configuración, aprovechando aquella independencia de los rasgos connotados respecto del objeto denotado. La resultante del proceso de connotación es ese «otro objeto» que habita en la mente del sujeto, al mismo tiempo tan lejos, y t a n cerca del objeto denotado.
b. Organiza redes de interpretantes: conforme se produce lo señalado en el punto a, los interpretantes que se desprenden de la lectura connotativa, se encadenan en sistemas arbolados, abriendo paso a un número indefinido de ramificaciones, t o d a s provenientes del mismo tronco -el objeto denotado-. c. Construye recorridos de lectura: esa misma organización de los interpretantes desprendidos del trabajo de connotación, en subtroncos a la vez conectados por interpretantes comunes, va construyendo posibles vías de acceso en un sentido «casi completo» del signo, sin que esto constituya la posibilidad de agotarlo. d. Multiplica los planos y niveles de lectura: est a función de la connotación depende en alguna medida de la capacidad -competencia- del sujeto que ejecuta el mecanismo de connotación. Sí vemos la apertura de múltiples recorridos de lectura como potenciales vías de desarrollo que se van desplegando en una línea horizontal, cada una de éstas podrá a su vez adquirir mayores niveles de profundidad (y por lo tanto de alejamiento del núcleo común), conforme vayan apareciendo más lejanos eslabones en la cadena de interpretantes. e. Altera la legalidad de la lectura denotativa: si se quiere, la función connotativa resulta ser una exigencia que brota del mismo texto y además de la necesidad del destinatario de no quedarse sólo en el «qué d i c e » ; bucear en el «qué quiere decir» es de alguna forma romper el orden y la estabilidad de la superficie; es transgredir lo literal y arriesgarse en propuestas de sentido que admitan la deriva en el recorrido. f. Relativiza la idea de un hipotético acceso objetivo al referente: de lo dicho deducimos que parece inevitable arribar a resultados vinculados con la pérdida de la neutralidad con relación a quien recibe el texto. La toma de distancia respecto del objeto representado en el discurso es una ilusión que se desvanece en cuanto ese mismo discurso se deja atravesar por la connotación; a partir de allí se explican las conexiones que ese discurso tiene con otros discursos, las limitaciones tanto como los alcances que le son posibles al sujeto receptor en la tarea de extraer sentido del discurso objeto y con todo esto, la pérdida de la posibilidad de permanecer en el sentido único. Resumiendo: Abducción
hipótesis
Connotación
expansión del sentido
Observemos cómo en el cuadro de la página siguiente, “signos de /a vida cotidiana', hechos o cosas reales adquieren la dimensión de signo a partir del momento en que nosotros les conferimos el rol significante y les asignamos un significado, interpretando relaciones o vinculando datos:
En general, cuando alguien busca entender el sentido de algún objeto discursivo, comienza la tarea tratando de responder a una pregunta implícita que genéricamente podría formularse en estos términos: «A ver, ¿de que se trata esto?». Formulada la pregunta, empieza su tarea comprensiva, buscando elementos (un personaje, un rasgo de un personaje, una circunstancia) que le proporcionen pistas, recorridos que le permitan en algún momento decir: « ¡Ah, se trata de...! » Pero claro, para que pueda hacer una exclamación semejante, el sujeto no pudo haber tenido contacto por primera vez con un personaje (el rol de héroe en una película) o en una circunstancia semejante (la luz roja del semáforo), en ese momento. Si verdaderamente pudo reconocer de; que se trata el asunto por medio de las pautas que escogió “para darse cuenta”, entonces esas pautas ya le eran de algún modo familiares. Quiere decir que en su ámbito cultural, esos personajes, esas vicisitudes aparecen recurrentemente en distintas expresiones discursivas significando lo mismo. De esa forma se convierten en elementos estereotipados del discurso; en clichés que proporcionan indicios para dar cuenta del asunto que está siendo tratado. Supongamos, por ejemplo, que una persona llega de trabajar y su familia está mirando una película por televisión. Mientras se acomoda escucha la música de fondo que acompaña la escena: no sabe de música pero la identifica como una melodía de tonos graves. Da una ojeada a la pantalla, y ve una noche cerrada, una calle oscura, el asfalto mojado, y un personaje de espalda, vestido de negro, con un cuchillo en la mano, alejándose de la cámara. A este señor, no le hace falta más para exclamar, en principio: «seguramente aquí hubo o habrá un asesinato». El señor ha dado con el tema de la película. Muy bien, el asesinato es, en principio el tema de la película. Pero ¿y la noche cerrada?, ¿y el asfalto mojado?, ¿y los tonos graves de la música de fondo?, ¿y el cuchillo?, ¿y el sujeto vestido de negro y de espalda? Todos esos son motivos que, articulados dentro del texto, y porque aparecen muchas veces en textos de ese tipo, permiten configurar el asunto (tema) que lo recorre y lo atraviesa. Los motivos son unidades de significado menores que el tema y se les utiliza repetidas veces del mismo modo (con el mismo significado), articulados en un conjunto coherente para ayudar a definir o a construir los temas.
Las cosas adquieren la función del signo porque es esa misma sociedad con sus prácticas, la que hace que esas cosas adquieren sentido. En los dos casos hablamos de «hacer». Hacer algo supone realizar una práctica productiva. Para llevar a cabo esta producción hacen falta por lo menos tres elementos: el trabajo social, los materiales y las herramientas. El trabajo es siempre trabajo social humano. Es decir que en este caso hay signos y discursos porque hay una cultura, una sociedad que los necesita para constituirse en una cultura comunicada y comunicable por signos hechos en la misma sociedad. Con esto estamos diciendo que también es trabajo social atribuirle significado a las cosas. Los materiales de los signos son las marcas de las que hemos hablado en el punto anterior. Podemos clasificar esas marcas desde distintos puntos de vista. Sí como dejamos establecido, los signos son entidades sensibles, una clasificación posible sería esta: Materiales de los signos Según su forma
Según el canal y el soporte por el que se transmiten
Verbales
Lenguajes naturales
No verbales
Imágenes, gestos, música, cosas, hechos
Visuales
Carteles, libros, películas
Sonoros
Música, sonidos
Táctiles
Textura de los materiales
Olfativos
Perfumes, malos olores
Gustativos
condimentos
Según su procedencia
Cosas de la naturaleza que usamos para Naturales
significar Artificiales Construidos específicamente para significar
Hechos por el hombre Señales de tránsito, gestos
Según su finalidad Función significante subsidiaria
Un lápiz, una corbata, un automóvil
El recurso que utilizamos para producir sentido es un conjunto de operaciones que denominamos operaciones retóricas. Las operaciones retóricas nos sirven para articular las marcas semánticas y sintácticas que mencionamos en los parágrafos anteriores. Esas marcas solas, separadas, aisladas no dicen nada, pero cuando se articulan mediante operaciones determinadas queda configurada una expresión (signo o discurso) con sentido. ¿Cuál es la manera de llevar a cabo este trabajo? En general se admite que el trabajo retórico se cristaliza gracias al uso de dos recursos: por un lado, como dijimos, están las operaciones. Las operaciones retóricas son, en total, cuatro. Dos operaciones son las llamadas operaciones fundamentales: a. Operación de adjunción: La operación de adjunción consiste en agregar marcas (sintácticas o semánticas) con el propósito de lograr un efecto de sentido determinado (por ejemplo, repetir muchas veces lo mismo, exagerar un aspecto de la expresión, con operaciones de adjunción). b. Operación de supresión: De modo inverso, en las operaciones de supresión se eliminan marcas (sintácticas o semánticas) para lograr un efecto de sentido determinado. En publicidad, es frecuente observar que se retira por ejemplo un elemento relevante, justamente para llamar más la atención del receptor. Las otras dos son operaciones derivadas porque se realizan a partir del uso de las dos operaciones fundamentales. Las dos operaciones derivadas son: 1. Operación de sustitución: En las operaciones de sustitución se quita un elemento (sintáctico o semántico) y se sustituye por otro que no pertenece a ese texto o no está presente en él. Por ejemplo cuando los jóvenes se saludan con la expresión «qué haces fiera», se realiza una operación de sustitución. Se suprime el nombre del sujeto saludado y se adjunta el apelativo de «fiera», con el propósito de colocar un efecto de sentido diferente (poner más énfasis, denotar más amistad, sugerir un
halago, etc.). No pertenece «literalmente» a ese texto, ni es el nombre del sujeto, pero provoca un efecto diferente al que hubiera provocado un saludo realizado en términos más «formales». En general, también los piropos suelen elaborarse mediante es t e tipo de operación. 2. Operación de intercambio: En el caso de las operaciones de intercambio, lo que se hace e s reemplazar pina marca (sintáctica o semántica) del discurso o del texto por otra marca que pertenece o está presente en eI mismo texto. Es decir, hay un intercambio, en las posiciones o en los lugares que ocupan dentro del mismo texto, para provocar un efecto de sentido diferente. Un ejemplo (-le intercambio, puede ser, ver en una imagen, una mujer vestida con ropa de varón y el varón vestido con ropa de mujer. Este intercambio altera el sentido previsible del texto y genera un sentido diferente que el lector de la imagen debe interpretar para hacer una lectura adecuada a los propósitos del mensaje. Dentro de e s t a s operaciones se pueden establecer cuatro tipos de relaciones entre las marcas que componen el texto: 1. Relaciones de identidad: Por ejemplo, repetir (adjuntar) muchas veces el mismo, objeto, dentro del mismo texto. 2. Relaciones de similitud: En este caso se agregan o se eliminan dos o más marcas que tienen en común rasgos parecidos. Pensemos por ejemplo, en el uso de la rima en la construcción de una poesía. 3. Relaciones de diferencia: De manera semejante al caso anterior, se busca resaltar las diferencias de las marcas (sintácticas o semánticas) que componen el texto. Pensemos por ejemplo, en la composición de un texto cuyo sentido global sea un sentido unitario (por ejemplo el párrafo de algún texto) escrito con diferentes tipos de letras, o la construcción del cuerpo de un sujeto, con miembros, cabeza, busto, etc., de sujetos diferentes. 4. Relaciones de oposición: Se trata de relacionar marcas con caracteres considerados socialmente antagónicos; blanco-negro, ricopobre, bueno-malo. Como queda dicho, esas operaciones que tienen lugar a partir de establecer relaciones, son posibles en los dos planos del texto: en la expresión y en el contenido. Las operaciones que utilizamos para establecer las relaciones entre marcas no garantizan los vínculos reales entre la expresión y el contenido.
Se comprende que de la combinación entre operaciones y relaciones en la forma y/o el contenido de una parte de un texto se producen múltiples posibilidades que enriquecen la práctica del uso de los lenguajes. Muchas veces pueden establecerse relaciones no concordantes de manera accidental y otras veces, deliberadamente. Así, un documento de identidad encontrado en el lugar donde se cometió el delito puede ser un signo de la presencia del delincuente, pero también pudo ocurrir que el delincuente haya dejado caer deliberadamente un documento cualquiera, para producir un sentido que busque (y logre) despist a r a los investigadores. La operación, en este caso, sería una operación de adjunción: se agrega al escenario del delito un signo con el objeto de provocar un sentido determinado. Esto nos lleva a darnos cuenta que el signo lleva consigo una carga de contenido que se actualiza según el contexto en el que aparezca (un documento en las oficinas del registro civil, es un signo cuyo contenido se actualiza en un determinado sentido, distinto del sentido de ese documento sí aparece el lugar de un delito) y cuando está ante nosotros y nosotros hacemos uso de él, para saber o comprender algo más acerca del asunto, hecho o situación presente.
En sentido amplio podemos exigir de los fenómenos que caen bajo el dominio de la extensión de «signo», estos requisitos: a. El objeto de la semiótica cualquier cosa sensible que signifique algo para alguien. Como dice Elíseo Verón refiriéndose a los discursos sociales, el objeto de la semiótica es cualquier fenómeno social en su dimensión significante, es decir, en la medida en que ese fenómeno signifique algo para alguien. b. Entonces, la segunda característica es que estos objetos culturales están articulados por un conjunto de reglas que permiten clasificarlos dentro de (y reconocerlos como) propios de un sistema de significación. c. Estos fenómenos culturales portadores de sentido llevan consigo la
posibilidad (cuando no la necesidad) de ser «públicos» mediante diversos soportes expresivos, el más amplio sigue siendo el lenguaje verbal. d. A esta función sustituyente -estar en lugar de otra cosa- y a este carácter sustituible -en tanto que puede ser reformulado por otros lenguajes-, puede agregarse otra función que podríamos llamar función gnoseológica, por cuanto sólo es posible acceder y expandir el conocimiento a partir del uso que hacemos de los signos en los procesos de comunicación. En definitiva, las cosas tienen significado para alguien en la medida en que son objetos que pertenecen a una cultura en la que ese alguien es capaz de reconocerlo y por lo tanto asignarle Sentido.
Ejemplo de la pretensión de transmitir un mismo contenido, con formas expresivas diferentes (aun cuando el uso de distintos lenguajes permite hacer aportes propios de cada uno al contenido, con las consiguientes alteraciones, modificaciones o enriquecimiento del mensaje)
LA AVENTURA DE LOS LENTES DE ORO
Stanley Hopkins sacó del bolsillo un paquetito envuelto en papel. Desdobló éste y nos mostró unos lentes de oro, de los de presión o resorte, de cuyo extremo colgaban dos pedacitos de cordón negro de seda. - Willoughby Smith gozaba de vista excelente -agregó Hopkins- y no cabe la menor duda de que arrancó estas gafas de la cara a la persona que lo asesinó. Sherlock Holmes cogió con una mano las gafas y las examinó con la máxima atención e interés. Las colocó en su nariz, trató de leer con ellas, se acercó a la ventana y miró a la calle; miró y remiró los cristales a plena luz de la lámpara y, por último, gorgoriteando por lo bajo, tomó asiento frente a la mesa y escribió algunas líneas en una hoja de papel, que empujó hasta donde estaba Stanley Hopkins. - No puedo hacer otra cosa mejor por usted, y quizá resulte de alguna utilidad en la práctica El asombrado detective leyó la nota en voz alta. Decía así: "Se busca a una mujer de buena presencia y que viste como una dama. Es de nariz notablemente gruesa, tiene los ojos muy juntos y pegados a ambos lados de esa nariz. Es de frente abultada, expresión de miope, y tiene, probablemente, los hombros cargados. Hay indicios de que en los últimos meses ha acudido por lo menos dos veces al oftalmólogo. Como sus cristales son muy fuertes y como los oftalmólogos no abundan, no debe resultar difícil dar con ella". Holmes sonrió ante el asombro de Hopkins, reflejado seguramente en su cara, y dijo: - Créame: mis deducciones son la sencillez misma. Es difícil encontrar otro objeto que ofrezca campo más delicado para las inferencias que un par de gafas, especialmente cuando son tan notables como éstas. Deduzco que
pertenecen a una mujer, en primer lugar, por su finura; y luego, como es natural, por las palabras del moribundo (*). O En cuanto a que se trata de una mujer refinada y que viste bien, fíjese que la montura es de oro macizo, y no se concibe que una persona que use tales gafas sea descuidada en otros aspectos del vestir. Fíjese en que los bordes interiores de presión resultan demasiado anchos para su nariz; y con ello demuestran que la nariz de la dama en cuestión es muy ancha en su arranque. Esta clase de nariz suele ser corta y amplia, pero existe un número de excepciones lo suficientemente grande para impedir hablar dogmáticamente o para insistir en este detalle de mi descripción. Mi cara es estrecha, y aun así no consigo que mis ojos coincidan con el centro, o cerca del centro, de estos cristales. Por tanto, los ojos de esta señora están muy pegados a ambos lados de la nariz. Observe Watson, que los cristales son cóncavos y de potencia extraordinaria. Una mujer que durante toda su vida ha padecido de una visión tan corta, tiene seguramente las características de esa clase de visión, que se observa en la frente, en los párpados y en los hombros. - Sí -dije-, y voy siguiendo cada uno de sus razonamientos. Sin embargo, reconozco que no logro comprender de qué manera llega usted a la afirmación de la doble visita al oftalmólogo. Holmes tomó en sus manos las gafas, y dijo: - Fíjese que los bordes interiores, que son los que ejercen presión, están revestidos de finas tiras de corcho con objeto de suavizar la fuerza que ejercen sobre la nariz. Una de estas tiras se encuentra algo descolorida y gastada, mientras que la otra está completamente nueva. Es evidente que una de ellas se desprendió y fue sustituida. Y yo calculo que la más vieja de las dos tiras de corcho no tiene más que unos pocos meses de uso. Y como ambas corresponden exactamente, calculo que esta señora encargó que le colocaran la segunda en el mismo establecimiento que la primera. ( )
* Antes de morir, la víctima pronunció das palabras “fue ella".
Las aventuras de Sherlock Holmes. Conan Doyle, Tomo II, Editorial Aguilar, páginas 262-263 (Fragmento de "LA AVENTURA DE LOS LENTES DE ORO') 1. ¿Cuál es el objeto sensible que se constituye en signo? 2. ¿Cuál es el significante? 3. ¿Cuál es el significado? 4. ¿Quién establece la relación? 5. Enumere los contenidos que Sherlock Holmes denota a partir del significante. 6. ¿Qué fragmento del relato reconoce como información obtenida por el
sistema de significación? 7. Busque en el texto un ejemplo de dimensión sintáctica, otro de dimensión semántica, y otro de dimensión pragmática de la semiótica. 8. El signo de este ejemplo, ¿tiene designado o denotado, o sólo designado? Explique su respuesta. 9. Reconstruir por lo menos una de las abducciones que practica Sherlock Holmes para escribir la nota que le entrega a Hopkins. 10. ¿Qué denota y qué connota Holmes, a partir de su lectura del signo? 11. ¿Qué propiedades reúnen las gafas, según su Forma sígnlca, el canal, el soporte, la procedencia y la finalidad?
Bibliografía * Barthes, Roland: «Elementos de semiología» en: la Aventura semiológica Paidós Comunicación, Barcelona, 1990. * Eco Umberto: «La Estructura Ausente» Editorial Lumen, Barcelona, España, 1975. * «Tratado de semiótica General» Editorial Lumen, Barcelona, tercera edición, 1985. * Greimas, A.J.: «Semántlca Estructural». Editorial. Gredos, Madrid,1976. * Grupo µ: «Retórica General». Paidós Comunicación, Barcelona, 1987. * Kerbrat-Orecchioni, Catherine: «La Connotación». Hachette, Buenos Aíres, 1983. * Lotman, Jurij M. y Escuela de Tartu: «'Semiótica de la Cultura». Ediciones Cátedra, Madrid, 1979. Introducción de Jorge Lozano. * Peirce, Charles Sanders: «La Ciencia de la Semiótica». Ediciones Nueva Visión, Buenos Aíres, 1986. * Verón Elíseo: «Para una semiología de las operaciones Translingüísticas» en Lenguajes, revista de lingüística y semiología N° 2, Buenos Aires, 1974. * «La Semiosis social. Fragmentos de una Teoría de la Díscursivídad». Editorial Gedisa, Buenos Aires, 1987.