Lo que no existe Por: Irely Martínez Montes Artista
Si pudiera medir el espacio que ocupan los dolores, las cosas vacías y los tormentos, de seguro no encontraría la forma. No por el volumen que alcanzan en nosotros algunas situaciones, sino por lo que afectan a nuestra mente y a nuestra vida sus consecuencias. No es igual en relación a cosas ajenas a estos sentimientos. Así como el acto de amar es el comienzo a la procreación de la vida, el soñar es la antesala a una esperanza realizable y aún siendo imposible apreciar o rechazar lo que no existe, una vez se tiene un sueño, hacemos nacer en nuestras vidas esa otra parte de nosotros sobre la que no podemos eludir responsabilidades: la parte creativa. Un sueño nace de un deseo específico o de un estímulo exterior poderoso y definitivo, que nos reta. Los dolores, los tormentos y las cosas vacías son producto de la autocompasión, porque son sentimientos generalmente generados por una pérdida (o la idea de la misma) que nos afecta de manera directa y no digo definitiva, porque la reacción emocional a una pérdida tarde o temprano llega a superarse. Dada la diversidad de comportamientos y formas de pensar en el género humano, no es posible establecer pautas generales con relación a 1
las emociones y los sueños. Cada uno de nosotros, en mayor o menor grado, ha desarrollado de alguna manera la capacidad de crear, y así mismo ha recibido información de otros sobre la manera de ver y de reaccionar ante una pérdida (de la índole que sea), y la hemos recibido desde el instante mismo de nuestro nacimiento. Lamentablemente. Y digo lamentablemente, porque en realidad lo que se nos ha mostrado por milenios como solución a nuestros conflictos, realmente sirve de poco por ser eso: la solución que en su momento fue buena para otros y que no garantiza ser efectiva para nuestra particular situación y necesidad. Entonces desde que comenzamos a ser de alguna manera ‘educados’ por el resultado de las experiencias ajenas, limitamos el desarrollo sano y libre de nuestro ser creativo. Los sueños, por el contrario, tienen la virtud de poseer alas propias y espacios ilimitados. Sobra mencionar que desde tiempos inmemorables, se ha tildado de soñadores (o de locos, que para el caso se ha considerado lo mismo) a todo el que con sus ideas innovadoras tuvo la osadía de presentar al mundo una manera diferente de ver las cosas. Sin soñadores no hubiese surgido la escritura, el transporte, la revolución industrial. El primer soñador pudo haber sido sin duda quien inventó la rueda y probablemente el catalítico para el surgimiento de la idea, fue un accidente forzado por la necesidad. Dentro de esta confusión de temas tan opuestos, entonces hay una pregunta obligatoria: ¿cómo están las emociones relacionadas a los sueños? Intrínsecamente. Siempre soñamos con tener lo mejor y compartirlo con quienes amamos, adquirir reconocimiento, lograr un grado universitario y miles de cosas. Soñamos con una familia estable, hijos fuertes y saludables, amigos fabulosos, relaciones sociales que nos permitan alternar o adquirir prestigio... ¡soñamos con tanto! Pero... ¿son todos los sueños realizables? Definitivamente, eso depende de la manera en la que establezcamos estrategias para lograr hacer realidad esos sueños. Nada más complicado que eso, si tenemos en cuenta que ya hemos sido ‘enseñados’ por experiencias de otros a tomar decisiones, desechar oportunidades, preenjuiciarnos y... etc., etc., etc.... Cuando algo que no esperábamos sucede, y no logramos hacer realidad un sueño, entonces la manera aprendida ‘de ver y de reaccionar ante la pérdida’ es lo que 2
hace la diferencia entre el alcance destructor de las emociones y la capacidad de levantar vuelo nuevamente. La intensidad de las emociones es lo que hace que muera definitivamente un sueño... o permanezca. Los sueños mueren cuando no tenemos el coraje de perseverar hasta realizarlos y cuando esto sucede, nuestro ser creativo se lastima. Existen infinidad de formas para lograr manejar y controlar nuestras emociones, y casi intuitivamente podríamos encontrar la apropiada para nosotros, pero no he sabido de ninguna fórmula mágica que nos haga realidad un sueño sólo por el hecho de soñarlo. No es cierto que va a caer polvo de estrellas sobre nosotros y con sólo pestañear, aparecerá lo deseado. El empeño y el esfuerzo es lo que hace que aprendamos a amar lo que deseamos y claro, teniendo el amor por añadidura, no hay manera de realmente fracasar. Lo dice la Palabra de Dios: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” – Josué 1:9. Y teniendo la bendición de esta promesa, ¿quién osa dudar? Limitar nuestro ser creativo es dejar de ser, porque donde no hay espacio los sueños, no hay libertad de aprendizaje y lógicamente, no hay crecimiento. No hay manera de evaluar o apreciar lo que no existe... pero es maravillosa la oportunidad que tenemos cada día para asumir nuestra responsabilidad sobre hasta dónde podemos impedir que nuestras emociones destruyan nuestros sueños.
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