Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Filosofía y Letras Literatura mexicana 9 Luis Ángel Cortina Sánchez Los poemas guadalupanos: la construcción del cerro del Tepeyac como un espacio fundacional y paradisíaco
Los poemas guadalupanos colaboraron en la Nueva España con la necesidad de fundar un mito de creación e identidad del que forme parte de todo el pueblo mexicano. En obras que surgen durante la colonia, como la Octava Maravilla de Francisco de Castro y Primavera indiana de Carlos de Sigüenza y Góngora, menciona Mendiola en relación con Primavera indiana, “son piezas poéticas que nos hablan de una escritura religiosa y un testimonio histórico.”1 Durante el desarrollo de esta época novohispana, surgieron obras literarias que buscaron expresar el pensamiento religioso de la época sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe; estas obras marcaron el principio literario de un extenso proceso de creación alrededor de una imagen y es, a la vez, el desarrollo intelectual del carácter singular de México. Con estas obras surge la intención y la necesidad de integrar e insertar a América en la historia universal, con un papel primordial, fundacional y nacionalista. El mito de creación guadalupano le da a México un lugar primordial en la historia religiosa e históricamente surge como un recurso para brindar de nacionalismo; pues, la aparición de la Virgen transformará al cerro del Tepeyac en un espacio paradisíaco. Como afirma Sigüenza en la octava 17: Es el americano Guadalupe, / antes fúnebre albergue de la noche, / si no fue donde densas nieblas
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De Sigüenza y Góngora, Carlos, Primavera indiana, Ed. Víctor Manuel Mendiola, México: El Tucán de Virginia, 2016. PDF.
tupe / el claro, del Arturo boreal, coche; / timbre es lustroso al orbe, ya le ocupe, / no de ese manto azul fogoso broche, / sí de Apolo mejor purpúrea aurora, / que de fulgentes rayos el sol dora. La relación que existe entre Castro y Sigüenza y Góngora fue tal que tanto Sigüenza como Castro retomaron el mito de la aparición de la Virgen de Guadalupe para reformular y plantear un nuevo suceso histórico, un hecho que dotaría de valor y metáfora de la fundación de un mundo moderno de lo que, posteriormente, se construiría como lo mexicano. Ambas son obras llenas de pleno uso de caracteres mitológicos grecolatinos, sugerencias bíblicas, sucesos históricos y alegorías. El peso dado al pensamiento y tradición grecolatina contrasta con las preocupaciones de los poetas y su siempre interés por enaltecer la historia, la mitología y la religión de la Nueva España, y es que a lo largo de los versos hay una infinita mención de dioses griegos y otros latinos. A partir del análisis del Canto tercero del poema de Castro y de las primeras octavas de la obra de Sigüenza que hablan del proceso de aparición y del lugar donde sucede el hecho divino, se puede observar cómo se configura el espacio del cerro del Tepeyac, antes árido y deshabitado, como un lugar mitológico y paradisíaco. El mito fundacional de la aparición de la Virgen de Guadalupe en los poemas guadalupanos se construye a partir de dos planos o niveles de escritura que constituyen un espacio vertical: El cerro del Tepeyac que se construye, en un primer nivel, como un espacio terrestre y puramente descriptivo al que ambos autores le dan el mismo tratamiento. El segundo nivel de escritura es el que se compone del divino/mitológico, en el cual la aparición de la virgen construye al cerro como un lugar paradisíaco en un nivel más allá de lo terrestre.
En el primer plano, el de lo terrestre-descriptivo, se construye al lugar de aparición de la virgen, como un lugar desértico, árido, sin flores ni árboles bellos, e incluso feo. Castro describe, al inicio del canto tercero entre las octavas V y IX, la naturaleza del cerro, su aridez y origen que compara como un desgaje de Siria, no tan alto, rodeado de una laguna que, como Tántalo, no puede tocar, donde jamás hubo flora. Tal suele vislumbrarse la colina el que de Faro torre, o cresta sea, de alto al sur edificio la termina concha, que al agua torpe se rodea; bien que Tántalo pez que no camina, o se le huyen las ondas que desea: así tal vez gustosas en reflejos formas el monte miente al que está lejos. VI No es aquél, tan del aire pesadumbre que blasona de américo obelisco, ni de estrellarle al sol la mayor lumbre; pero ni bien arena, ni bien risco, […] Desgaje de la Siria, si no a mano puesto allí, la fue el sitio enorme boca, que en Mongibel de allá rompió Vulcano; de cuya adusta eructación no poca cruda reliquia contagió este llano; […]
ni el siempre ingrato a todos rumbos ceño de tierra, que sorteó tan grato clima, dudes, el que al ya hipérbole de empeño en la falda, en la loma, y en la cima: cima que no en su frente crespo leño; falda que jamás flor admitió encima; […] y hoja el tacto horrora: o el biznaga, espín verde, que a ninguno, de los que a penas hueste cazadora prende, helvecios cuadrupes, cedió picas; pruébalo el tacto, si a la fe replicas.
Mientras que Sigüenza, al principio de la octava 11, presenta al cerro calificado por el adjetivo “breve”, como apuntan las notas a la edición de Tadeo Stein, breve en el sentido de momentáneo o transitorio, pues, Sigüenza desde los primeros versos apunta a que la aparición de la Virgen transformará al cerro en un espacio paradisíaco. XI Yace a la parte, que la Ursa fría con rígido gobierno, y cetro ufano en los retiros de la luz tardía del sol, posee con imperio cano. Yace del tiempo inculta lozanía de la pura región breve tirano multiplicado escollo, cuyas peñas rígido asombro son de incultas breñas.
XII Aquí entre toscas peñascosas grutas opaco albergue dan a Erifictonio cimas, que exhalan lobregueces brutas con descrédito infausto de Fabonio. Siempre sus rocas las venera enjutas, a pesar del ilustre testimonio del liquidado cielo, el monte breve, que niega flores, que raudales bebe.
Otro apunte es que, ambos autores hacen alusión constante y replantean el relato de Sánchez, Castro en apunte del inicio del mito, las fechas y el cerro: “Por los principios de diciembre del año de mil quinientos treinta y uno, sucedió en el paraje que hoy llaman Guadalupe…”; y Sigüenza al planteamiento del cerro: “en el paraje que hoy llaman Guadalupe, y en su principio y lengua Tepeyácae, sitio a los ojos de México una legua distante cuya frente al norte, es un monte o cerro, tosco, pedregoso e inculto, con alguna eminencia bastante para poder atalayar a todos sus contornos, que si por la parte del medio día tiene a la ciudad insigne, y por la del occidente diversas poblaciones, goza por parte del oriente un espacioso y dilatado llano, cuyos confines o términos son lagunas indianas, todo común pasaje a diversas provincias.” Pero ambos, refiriendo a la descripción y fundación del mito que plantea en un primer momento Sánchez con la descripción del cerro y de la Virgen. Conforme avanzan los versos, ambos autores coinciden en la descripción de la localización del cerro a partir de la raíz astrológica que apunta que el cerro se encuentra a la sombra de la constelación de la Osa mayor. Castro escribe: Donde, desde ursa helada a can fogoso, su espejo mira el mexicano lago…
Sigüenza plantea en el mismo sentido: Yace a la parte que la Ursa fría, con rígido gobierno y cetro ufano, en los retiros de la luz tardía del sol, posee con imperio cano,
Así, conforme ambos autores comienzan a contar el mito y la aparición de la virgen, el espacio donde el suceso se desarrolla se tranforma de un árido oscuro a un luminoso valle, lleno de flores y color donde la Virgen decidió su aparición; es donde se plantea el segundo plano del relato, el celestial-simbólico que cuenta la visión y construcción simbólica del cerro y su acercamiento a la imagen, que otorga el valor fundacional de la aparición, imagen y construcción de la Virgen de Guadalupe y nacionalista de describirla a la semejanza de los habitantes americanos y el valor simbólico del indio Juan Diego. Así, el espacio se construye para ambos autores a partir de la comparación con un Titán, lleno colores, flores y poblado de la divinidad que sólo la Virgen pudo haber otorgado. XIX Pero a la vista de ese puro rayo, que el sol empíreo de convexa cumbre desprendió sin recelo de desmayo se vegetan las flores con su lumbre. Rayo has sido del sol, pues vive el mayo bella María, y con fragrante encumbre si en el inculto monte Fénix yace a vista de tu luz Fénix renace.
XX Moderna envidia, de las rozagantes del oriente intacto paraíso las flores son, que tienen por constante lo que por bello se adquirió Narciso. Que mucho si pinceles viven antes, que lampos beban del pastor de Anfriso, y en competencia airosa galantean la copia virginal, que colorean.
Finalmente, podemos ver como a partir de dos planos de la descripción poética, el terrestredescriptivo y el celestial-simbólico, marcan un antes y un después en la historia nacional y religiosa del pueblo mexicano, podemos ver como las luces, los rayos de la Virgen son divinos que irradian y fructifican el cerro, antes impuro y quemado. Así, como apunta en una de las notas finales Stein, “el monte es como un Fénix que espera su resurrección. Cuando María lo alumbra, el monte arde en luz divina y renace lozano y hermoso como el ave.”
BIBLIOGRAFÍA: Castro, Francisco de. La octava Maravilla y sin segundo milagro de México, perpetuado en las rosas de Guadalupe y escrito heroicamente en octavas. Francisco de Castro; nueva ed. y comento de Alberto Pérez-Amador Adam—México : FCE. PDF. De Sigüenza y Góngora, Carlos, Primavera indiana, Ed. Tadeo P. Stein, Argentina: Serapis, 2015. PDF. De Sigüenza y Góngora, Carlos, Primavera indiana, Ed. Víctor Manuel Mendiola, México: El Tucán de Virginia, 2016. PDF. Sabat de Rivers, Georgina. “Hacia una edición de Primavera indiana de Carlos de Sigüenza y Góngora” Universidad de Nueva York. PDF.