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  • April 2020
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  • Words: 5,589
  • Pages: 12
Cromwell, el cajero generoso La delirante historia de Cromwell Gálvez, el estafador más famoso de Perú, comenzó en 1998, cuando inventó un sofisticado método para robar el banco en el que trabajaba. Durante cinco años, y sin que nadie se diera cuenta, el ajero se llevó un millón de dólares. Pero no hizo fortuna: dilapidó cada centavo en llevarse a la cama a las vedettes más famosas de su país, con quienes organizó fiestas inolvidables y orgías suculentas. Estuvo preso un tiempo y, desde que recuperó su libertad, parece haber renacido. Por Juan Manuel robles / fotos de Jaime Gianella E. El protagonista de esta historia me jodió la tarde. Él no lorecuerda, fue hace tiempo. La única vez que lo visité en lacéntrica prisión en la que lo encerraron, Cromwell Gálvezhuyó de mí y se apresuró a decir que no hablaba con laprensa. Le habían quitado la libertad pero la fama insistía enquedársele, no podía sacársela de encima ni dentro de loscuatro muros de una celda. Cromwell, el hombre que habíarobado un banco durante años sólo para poder acostarse conlas vedettes más deseables de Lima, estaba finalmente presoy las carátulas de los diarios populares seguían poniendo sufotografía junto a letras grandes multicolores. Yo había dadosu nombre en la entrada del penal diciendo que era suamigo, arriesgándome a lo que a veces nos arriesgamos losreporteros: a que la persona que buscas te reciba mal. Había guardado la esperanza de que adentro podría manejar la situación portándome cortés, pero Cromwell Gálvezse mostró nerviosamente hostil y me dijo que sólo recibía afamiliares. No fue lo único que hizo. Se quejó ante los guardias del penal y ellos le hicieron caso: me detuvieron y mecastigaron dejándome cuatro horas encerrado por gracioso. No hay nada que moleste más a un uniformado que un periodista que se hace pasar por otra cosa. Mientras un efectivo de traje plomo tomaba mis declaraciones en la comisaría del penal, pude ver, a través de la abertura de la puerta, la imagen del interno Cromwell Gálvez hablándole a otrooficial. Asomaban sus ademanes de queja, los ojos molestos, cierta indignación bajo el pelo grasiento. ¿Es que cualquierperiodista entra aquí como si nada? El oficial hacía gesto demea culpa. Era fácil entender que el interno tenía cierta clasede cercanía con él, cierta llegada o conexión que atenuabala frontera típica que hay entre un preso y su celador.Añosmás tarde entendería que el motivo de tanta amabilidad erainocente: esos oficiales eran los mismos que, un día, le habían pedido al nuevo y simpático recluso Cromwell Gálvezque les contara eso. Eso de las vedettes. Un programa de televisión difundió un video casero en el que Cromwell aparecía en la cama con Eva María Abad, una vedette de moda a quien él había beneficiado con 10 mil dólares en una cuenta bancaria. Un tercer sujeto, apodado Coyote, completaba el trío. Todos la pasaban bien.

Y Cromwell, sonriente, les había empezado a contar lahistoria que lo ha hecho famoso. La de las chicas. Decómo robar un banco durante cinco años sin que nadie sedé cuenta con el único móvil de inaugurar una nueva modalidad criminal: robo por fantasía. Disparar billetes comoráfagas y así preparar orgías suculentas. Un día eres un correcto empleado bancario y al día siguiente una sorpresaelectrónica de cinco cifras en la pantalla de la computadoracambia tu vida. Luego tienes dinero. Lo gastas, lo prestas, ayudas a la gente, eres bueno, te quieren. Te acuestas conellas, con todas las que imaginaste. Te diviertes como un chancho. Luego te descubren, todo se va a la mierda y sales Cromwell Gálvez descansa las manos para pensar un momento. No está seguro de la respuesta, pero me dice quetodo es cuestión de práctica. También dice que los dedosíndices se usan para verificar al vuelo que cada billete seagenuino. Vuelve a hacer el movimiento otra vez y me indica la forma correcta de conseguirlo. El ex funcionariodel banco lleva una camisa blanca. Luce flaco y, si el lectorlevanta la mirada —y deja que las manos sigan jugando acontar billetes invisibles—, verá que en sus ojos se adivinacierta paz, la paz nostálgica usual en los que empiezan denuevo tras una catástrofe. Cromwell Gálvez está libre. Cumplió su reclusión por hurto agravado y apropiación en la prensa. En primera plana. Una historia suficientemente poderosa como para tener de qué hablar de por vida, o, al menos, para hacer nuevos amigos en cualquier parte, incluso en la cárcel donde te encierran y donde un periodistafaltoso te busca en pleno domingo familiar. Cromwell ledio la mano al uniformado y subió a su celda. Los oficialesme dejaron salir del centro penitenciario recién a las nuevede la noche, dándome la cariñosa recomendación de no regresar por allí. Un fuerte ruido, el ruido universal del portón de hierro de una prisión cerrándose, fue la señal de queya estaba en la calle. Anoté en la libreta una frase que entonces se me hizo urgente: “Mientras escribo esta historia, Cromwell Gálvez se acostumbra a la cárcel”. Pasarían años antes de volver a verlo. Sobre la mesa, dos manos hacen la mímica de contar con los dedos un fajo imaginario de billetes. Los dedos anular y medio de cada mano se mueven comoacariciando el aire, tan rápido que parecen las alas de uncolibrí: la carne no es carne sino un holograma traslúcido. ¿Cuántos billetes por segundo puede contar un cajero? ilícita. Ahora lo visito en el estudio de su abogado defensor, el lugar donde le han dado un trabajo temporal digitando escritos en una pantalla. Pasé todo el día pensandoen la posibilidad de que él tuviera algún resentimientocontra mí por violar su privacidad, hace tres años. Pero yano me recuerda. Al menos, no con nitidez. —No sé de dónde te he visto antes, flaco —me dijo alentar en la sala, tratando de hacer memoria achicando sus intrigados ojos como quien enfoca algo. Salí al paso: —¿A mí?, lo dudo. Bueno, pero yo sí sé de donde te he visto.

Para él es difícil hacer memoria. Para mí no. He visto a este hombre desnudo y él lo sabe. El 29 de julio de 2003, un día después de las Fiestas Patrias peruanas, el ex funcionario bancario Cromwell Gálvez llegó al clímax de lapopularidad mediática. Esa noche, un programa de televisión difundió en vivo y en directo un video casero en elque Cromwell aparecía en la cama con Eva María Abad, una pulposa vedette de moda a quien él había beneficiadocon 10 mil dólares en una cuenta bancaria. El hombre se había quitado la ropa y ahora desnudaba a la mujer. Untercer sujeto, apodado Coyote, completaba el trío. Todos lapasaban bien. El material fílmico probaba lo que ya era unsecreto a voces: que las mujeres que habían recibidoabonos ilícitos en sus cuentas bancarias correspondieronla generosidad de Cromwell con sexo. Semanas más tarde, el ex cajero se entregó finalmente a la policía y engrosó aúnmás la larga lista de portadas que los tabloides habían publicado en su honor. Cromwell Gálvez no es un hombre guapo. Sus ojoscaídos evidencian cierta inseguridad antigua y el hechode que su labio superior sobresalga cuando cierra la boca Pero volvamos a la oficina donde ha decidido mostrarme la minuciosa artesanía de contar billetes. Cromwell confiesa tener mucho tiempo libre. La calle es dura cuandodejas la prisión, así que se ha propuesto capitalizar la experiencia vivida. Negocia con una productora los derechosde una serie de televisión sobre su vida. Está en conversaciones con un director de cine para llevar a la pantalla ese cúmulo de noches locas y excesos que ha sido la fracciónde su existencia que nos compete. Evalúa propuestas deeditores para la publicación su libro biográfico. Recién salido de prisión, un amigo suyo sacó un diario tabloide llamado El Mañanero de Cromwell. —como el personaje de Ungenio de Condorito— contribuye a darle un aspecto carente de audacia y seguridad, acentuado por esa raya al costado que usó desdetiempos inmemoriales. De ahí que la prensa haya vendido fácilmente la imagen del feo sin talento que desfalcó un banco para resolver con plata sus problemas deseducción. Pero la cosa es más compleja. Hay algo sinceramente atractivo en la forma de ser de Cromwell: un tipo campechano, ameno, transparente, sin poses ni ínfulas, que ama a las mujeres como quien ama el mar, osea, de forma natural y embelesada, sin detenerse a pensar en los riesgos de los oleajes tormentosos. Se trata deun hombre que irradia vibraciones positivas, de esos conlos que te dan ganas de ir pronto a beber alcohol o a jugar un partido de futbol. No es broma. Bastan pocos díaspara darte cuenta de que Cromwell Gálvez se lleva biencon todo el mundo, que nunca dejó de ser el punto medioentre el nerd y el vivo de un salón de clases. El perfil delhombre generoso con la casi extinta cualidad de lograrque cada favor parezca desinteresado y sincero, inofensivo. El amigo perfecto. Su fantasía era jugar con las chicas, hacer que bailaran y movieran los tacos al sudoroso ritmo de un buen fajo de billetes, ensayar con ellas muchas posiciones y grabarlas con una cámara de video, por si algún día, de viejo, en esa ciénaga temblorosa que —lo intuía— iba a ser el futuro, le daban ganas de recordarlas.

presidiario contaba los detalles de sus relaciones íntimascon vedettes: historias edificantes para el hombre de apie. A estas alturas, él conoce bien los atractivos de su historia, siempre sabe cómo endulzar el relato y es consciente también de la regla de todo narrador de cuentos: guardarse un capítulo para después. No importa todo lo queescuches, él siempre habrá callado algo. Al ex funcionariole gustan los relatos. En la cárcel, acostumbraba ver películas en DVD. Recuerda con especial afecto Una mente brillante, la del matemático que se vuelve esquizofrénicoy ve apariciones. Le pregunto qué libros leyó en tantotiempo de encierro. —No, la verdad no soy mucho de libros. Siempre megustaron más los números. El juego se llamaba TODI y al funcionario del BancoContinental le encantaba encerrarse con los amigoy las chicas a jugarlo. Siempre tuvo una afición polos dados, esos cubitos–ruleta que ofrecían las mismasprobabilidades que el tambor de un revólver. Toma, obliga, derecha, izquierda: TODI. El juego consistía elanzar el dado y, según la correspondencia numérica, hacerque los otros tomaran. Si te salía °, tomabas tú; si te salía. obligabas a tomar quien quisieras. Si te tocaba el que estaba a tu derecha debía coger el vaso. Cromwelldebía estar bien abastecido de cerveza en tales ocasiones. Y para eso estaba Jorge Córdova, su leal sirviente, a quiehabía apodado Coyote por la afanosa celeridad con la querecorría hasta la punta de cualquier cerro para cumplir unencomienda. Jugar TODI sólo tenía gracia cuando habíchicas ahí. Era un entremés, una distracción antes del momidos. El banco buscaba un tipo de ese perfil, y encontróen Cromwell un chico empeñoso y con ambición, vocación de trabajo y disposición a aprender. Las cosas lefueron bien desde el comienzo. Los tejedores de imágenesuelen hacernos ver la función de un empleado bancariocomo una de las cosas más aburridas y mecánicas quexisten. Pero Cromwell dice que nunca hizo nada que ldivirtiera tanto. —Para mí era un juego trabajar en caja.Trataba de pasarla bien. Era el cajero que más encargos hacía dentrode la oficina. —¿Encargos? —Me refiero a tareas adicionales a atender la ventanilla. No todos tienen la capacidad de hacer encargosCualquiera se raya. O cierran la ventanilla para reciénatender un encargo. Yo no. SU ÚNICO MÓVIL ERA INAUGURAR UNA NUEVA MODALIDAD CRIMINAL: ROBO POR FANTASÍA. DISPARAR BILLETES COMO RÁFAGAS Y ASÍ PREPARAR ORGÍAS SUCULENTAS.

mento de rendirse a los instintos. Él y sus amigos se reunían en un departamento cercano a la agencia bancaria, unpiso que él le pagaba a Jorge con la condición de poderconvertirlo, cuando le diera la gana, en su cuchitril orgiástico. Había un dormitorio, y en él dormitorio una cama, en la cama una frazada de leopardos tejidos.En ese cuarto—recuerda nuestro hombre— se vivieron sesiones inolvidables con las vedettes. Cuando saltó el escándalo, todas negaron haber estado allí. Pero Eva María Abad tuvo mala suerte: un video casero la desmintió a nivel nacional. Las chicas que Cromwell recuerda en esa habitación eranpopulares. Podías encontrar fotografías de sus traseros encualquier kiosco, dando una ilusión de volumen y 3D a laplanas portadas de los tabloides. Estaban de moda, salían enla tele. En la página web de Eva María Abad aparecía, luminosa, una promesa feliz: “En cuestión de minutos transformo toda la noche en una bomba de gran diversión”. Al estudiante de ingeniería Cromwell Gálvez siemprele gustaron los números. Ingresó a trabajar en elBanco Continental de Lima el lunes 27 de junio de1988. Tenía veintiún años. Había sorteado satisfactoriamente un riguroso proceso de selección: de cien postulantes quedaron cuarenta; de cuarenta, veinte; de veinte, tres. Dos afuera, él adentro. No fue una sorpresa. Cromwell noera un chico disperso en clases ni trajo nunca mayores complicaciones a casa. Estuvo entre los seis mejores alumnos desu promoción de colegio, y siempre dedicó su tiempo libra los deportes: preselección de futbol, selección de básquetDice que sólo abordaba a una chica si tenía la seguridad deque ella iba a corresponderle: la coartada típica de los tíCromwell Gálvez describe su cerebro como una máquina compleja capaz de concentrarse en tres cosas almismo tiempo. Mueve los dedos de la mano derecha y recuerda el tablero numérico en el que acostumbraba a hacer sumas y restas mientras su cabeza miraba a otro lado. No tiene ninguna duda de que sus destrezas lo iban allevar lejos en el banco. Su carrera iba en ascenso. En1993, fue transferido a la oficina del aeropuerto. Empezara trabajar allí era visto en el banco como una promoción, un privilegio reservado a los mejores empleados. En 1996, fue ascendido a Cajero Back. Un año más tarde, pasa a seJefe de Atención al Cliente y en 1998 asume como Jefe deGestión Operativa. Todo iba bien, hasta el día en quCromwell recuerda haber recibido una sorpresa de cincodígitos destinada a embarrar para siempre el herrumbrosotúnel de su biografía. Fue una tarde de verano. Al cerrar las cuentas de la agencia, aparecieron 30 mil dólares de más en la pantalla. Cromwell se extraña. Hace llamadas, le dicen que eso eimposible, que todo ha sido cuadrado normalmente. Duda.

Deja pasar los días. Vuelve a dudar. Y entonces ocurre: decide coger los 30 mil dólares y para camuflarlos hace unabono en una cuenta bancaria de su madre, doña Rebeca Florián. Piensa que tomará sólo mil dólares. Pero pensaeso es como cuando le dices a un amigo que sólo tomarán un par de cervezas. En cuestión de meses, Cromwell se hagastado todo el dinero. Un año después de que la extrañcifra llegase para perturbarle la vida, le informan lo que stemía, que hay un saldo negativo de 30 mil dólares en lacentral. Ooops. Para evitarse problemas, el funcionario extrae 30 mil dólares de la caja y los envía a la persona que lo está molestando. ¿Listo? No, ahora hay un forado virtualde 30 mil dólares en Caja. Cromwell trata de calmarse. Ha trabajado diez años en el banco, es jefe de GestiónOperativa, y es experto en resolver problemas con números que no encajan. Así que decide actuar. Se pone a jugarcon los casilleros virtuales. En todo banco hay una cuentavirtual llamada Caja, pero además hay otros casilleros virtuales internos. Uno se llama Teleproceso y el otro, Remesas Interoficinas. Estas dos últimas cuentas suelen estar en movimiento permanente, pues corresponden a transacciones diversas y constantes de montos virtuales. CromwellGálvez pensó: “¿Qué pasa si saco 30 mil dólares de Teleproceso y los abono en Caja?”. Así lo hizo. Como por artede magia, la caja estaba nuevamente en orden: los 30 mildólares habían vuelto. Ahora el hueco estaba en Teleproceso. No podía dejar pasar demasiado tiempo. Decidió entonces sacar 30 mil dólares de Remesas Interoficinas paracubrir el forado de Teleproceso. ¿Qué hacía ahora con elhueco de Remesas Interoficinas?, ¿es que iba a buscar otracuenta interna de donde sacar 30 mil dólares y luego otra yotra y así hasta el infinito? No. —Lo que pasa es que Teleprocesos es una cuenta“bachera”. —Es decir, una cuenta que se refleja al día siguiente, a diferencia de Remesas Interoficina. —¿O sea? O sea que cuando vinieran a hacer el control verían lainformación del día anterior de Teleprocesos. No importaba lo que hiciese, la cuenta aparentaría estar saldada. ¿YRemesas Interoficinas? ¿No había quedado un hueco allí? Sí, pero Cromwell Gálvez se levantaría muy temprano, yllenaría el hueco de Remesas Interoficinas dejando un forado en Teleproceso. Y no importaba hacer un forado enTeleprocesos, porque el reporte que se vería en pantallacorrespondería al día anterior: era una cuenta “bachera”. En cambio, Remesas Interoficina mostraba su reporte enlínea. Esta diferencia de un día en el reporte de ambas fuefundamental. El resultado: Caja, Remesas Interoficina yTeleprocesos aparecían sin irregularidades. Naturalmente, por la noche Cromwell debía volver a cubrir el hueco quehabía dejado en Teleproceso por la mañana, para que elreporte del día siguiente muestre la cuenta en orden. Y lamañana siguiente tendría, otra vez, que hacer un foradoen Teleproceso

para cubrir Remesas Interoficina. Y así sucesivamente. Cromwell debió pensar más que nunca quetrabajar en un banco era un juego. La explicación del modus operandi es complicada, asíque aquí va la versión preescolar.Tienes dos casilleros.Encada uno guardas un fajo de mil dólares que no es tuyo. Cada día, viene un inspector a abrir los casilleros y verificar que el dinero esté allí. Dos mil dólares en total ¿Peroqué pasa si el inspector decide un día que ya no revisará los casilleros al mismo tiempo sino que a las 10 am revisaráuno y las 6 pm el otro? Si eres honesto, no pasa nada. Perotambién puedes hacer esto: coges mil dólares, te los tiras, yluego rotas el fajo de mil dólares de uno a otro casillero, todos los días, religiosamente, sin falta. ¿Es posible pasar mucho tiempo así? Cromwell Gálvez vivió en ese plan cincoaños de su vida. En todo ese lapso, sus vacaciones eranraras: los compañeros lo veían visitar la oficina, brevemente, por la mañana y por la noche. El descubrimiento fue maravilloso para él. Si podía camuflar electrónicamente un hueco de 30 mil dólares, nada le impedía hacer lo mismo con una cifra más elevada. Loúnico que había que hacer era teclear los números que sele antojasen. Tenía el método, de ahí en adelante, el cieloera el límite. El hombre que traga un sándwich de chorizo delantede mí sustrajo unos dos millones de dólares del bancoen el que trabajaba. Lo hizo durante cinco años, sinque nadie se diera cuenta, mediante transferencias ilícitasejecutadas con destreza y precisión. El dinero le servíapara gustos mundanos: nigth clubs costosos, un equipo defutbol amateur propio, una orquesta, karaokes, ternos, pero sobre todas las cosas, para llevar a la cama a las vedettes más cotizadas, jugar a disfrutarlas, hacer que bailaran y movieran los tacos al sudoroso ritmo de un buenfajo de billetes, ensayar con ellas muchas posiciones y grabarlas con una cámara de video, por si algún día, de viejo, en esa ciénaga temblorosa que —lo intuía— iba a ser elfuturo, le daban ganas de recordarlas. —El banco me preparó muy bien, eso no lo puedonegar. Hay gente que no aprovecha los momentos que elbanco te da para que aprendas. Yo sí lo hice. Eso dice Cromwell con la boca llena, y con una miradaparsimoniosa recorre en dos segundos los casi siete añosque han pasado desde la fecha en que el expediente policial registra su primera transacción ilícita, la primera de 376. Es la tercera vez que me encuentro con él y mi libreta deapuntes se ha llenado de dibujitos para entender bien sustransacciones. Hemos decidido venir al Prince Pub Karaoke, un lugar que le trae muchos recuerdos de sus días de gloria. Él no había vuelto aquí desde antes de entrar a la cárcel, a pesar de que el local se halla a pocas cuadras de su domicilio. Este barrio no queda muy lejos de aeropuerto. Esaquí donde Gálvez creció, un sitio de clase media que, vistodesde el cielo, es dominado por la presencia elefantiásica delos campos verdes de una universidad y del parque zoológico. A comienzos de los años noventa, la caótica liberalización económica y el shock

de inversiones comenzaron averse, quizá más que en ningún otro lugar de Lima, en estazona. La avenida principal, La Marina, empezó a poblarsede centros comerciales, KFC, McDonald’s, pollos a labrasa, casinos luminosos, discotecas, y karaokes, night clubs y los consiguientes hostales de paso. Todo un culto algoce efímero, a la paz recobrada, al libre mercado, porqueel libre mercado en América Latina siempre viene enforma de neón. —Esto está gigantesco. ¿No quieres la mitad? Cromwell es un hombre solidario, desprendido, servicial. Una vez que supo cómo sacar dinero, comenzó a prestarlo. Transfirió su generosidad natural al ámbito de la actividad Cromwell estuvo tres años en la cárcel, un periodo en el que aprendió a controlarse. Cuando llegó al penal todos lo respetaron de inmediato: no sólo debido a la fama de la que venía precedido sino, sobre todo, por lo de las vedettes. delictiva. Durante los primeros dos años, creyó con sinceridad que todo estaba bajo control. Su idea era utilizar susnuevas facultades para hacer préstamos y cobrar comisionespor ello. Algún día —pensaba— iría saldando el montodebido y podría olvidarse de todo, voltear la página y seguir su carrera ascendente, pues incluso hoy, mientras come la mitad de un sándwich, está convencido de que él ibaa llegar lejos. Muy lejos. El empleado bancario no era bueno. Era magnífico. ¿Tenías un problema?, ¿necesitabas ayuda? CromwellGálvez hacía un depósito en tu cuenta en menos de 24horas, sin firmar papeles ni atar tu preciado cuello a lasfauces de ese monstruo que es el sistema bancario. No tepreocupes, yo te voy a poner la plata. Págame cuandopuedas, hermano. Para eso estamos. Si eras chica, muchomejor. Su fama fue creciendo. Su atractivo con las mujeresllegó a niveles inéditos. Un coreógrafo del mundo de lasvedettes dice que hubo quienes ofrecían dinero sólo porque les presentaran al misterioso Cholo Cromwell, ángelbenefactor en mangas de camisa. Tuvo poder. Cumplió susdeseos de diversión. Las mujeres no eran mujeres, eranmoscas atraídas por los dólares–azúcar. Él era el rey. ElRomeo de Chollywood. Podían ser las tres de la mañana, pero si él las llamaba por el celular, las chicas tenían queir. “Cuando tú tienes un poder y te rodeas de gente guapa,te sientes el rey del mundo”, dice. Todas llegaban: sabíanque si no le hacían caso, perdían sus privilegios y quedaban fuera. Y era en el mismo karaoke donde ahora tomamos una cerveza —el sándwich de chorizo procesándose en nuestros estómagos— donde solían reunirse todospara cantar y ponerse alegres. Ellas hacían la vida más ligera. Ellas eran el mejor deporte, el único capaz de acabarcon la afición de jugar futbol los fines de semana. Pero ellas también fueron su perdición. El banco en el que trabajaba Cromwell Gálvez trajo aLima a Claudia Schiffer. Fue para promocionar latarjeta de crédito Visa Oro.Poner a una top model como la imagen de la campaña publicitaria de un dispositivocreado para el consumo hiperbólico es un tanto irresponsable.

Científicos de la Universidad de Windsor hicieron el siguiente experimento. Mostraron a un grupo de hombres fotografías de mujeres. Al otro grupo, no. Luego lesofrecieron a ambos grupos elegir entre recibir inmediatamente 50 dólares o recibir una cantidad mayor en el futuro. Los hombres que habían sido expuestos a las fotografíasde chicas eligieron los 50 dólares inmediatos en abrumadora mayoría. O sea, los hombres adoptamos conductas irracionales cuando nos vemos expuestos a la imagen de unamujer. Qué novedad. No pensamos en el futuro. CromwellGálvez no recuerda la llegada de la modelo alemana, perosí recuerda el anuncio publicitario en que la Schiffer promocionaba la tarjeta. Lo recuerda muy bien porque un día, de la nada, le ofreció la tarjeta dorada a MarthaChuquipiondo, una amiga a quien había conocido pocotiempo atrás: una mujer menuda, la frente ancha, de pelolargo y negro, que en el ambiente era conocida como La Mujer Boa: una bailarina que se subía al escenario con elcuerpo semidesnudo y una culebra rodeándola. Era muyliberal y ambiciosa. Al parecer, tenía muchas ganas deuna tarjeta de crédito. —Ella se emocionó mucho. Me dijo que si le conseguíala tarjeta, se acostaba conmigo. Así de simple, imagínate. Pensé que estaba bromeando. Para mí no era difícil darleuna, por ser empleado del banco. Pero ella hizo la oferta. Cromwell dice que La Mujer Boa siempre le parecióuna chica extremadamente abierta, y que por eso no lesorprendió el ofrecimiento. Decidió aprovechar. Su versión: le dio la tarjeta un martes y a los dos días ya estaban en unhotel. Se hicieron amigos cariñosos, y se acercaron máscuando Martha sobrevivió a un accidente de avión que ledejó cicatrices que luego serían descritas en el expedientepolicial. Cuando Cromwell empezó a hacer movidas parael desfalco, Martha comenzó a pedirle préstamos. Fue la quemás dinero recibió: 224 mil dólares. Construyó una casaen una zona campestre, compró una camioneta nueva yse hizo una operación de aumento de busto. Hubo unfactor determinante en que la amistad con Martha hayasido tan sólida y fructífera: las amigas que ella tenía. LaMujer Boa estaba en el ambiente, conocía a muchas vedettes. Se convirtió en el contacto de Cromwell con esas mujeres, es decir, se hizo indispensable. Ella sabía biencuál era la debilidad de aquel hombre de billetera gorda. Y un día le presentó a una atractiva y delgada vedettellamada Maribel Velarde. Maribel decidió darme la entrevista en un parque solitario. Llevaba gafas oscuras, un jean que le sentaba maravillosamente bien, tacos aguja y un polo que dejaba ver suespalda descubierta. Tenía expresión inofensiva, una mirada infantil que contrastaba con el cuerpo, un cuerpo trabajosamente contenido en el breve espacio de su vestimenta. Una imagen que era fácil revestir con la otra imagendel mismo cuerpo, semidesnudo en ciertas galerías de internet. Cuando nos encontramos, Cromwell estaba a puntode entregarse, pero aún permanecía prófugo. Maribel

negóhaber tenido encuentros sexuales con el ex cajero, sólo admitió que Cromwell y ella eran amigos. —¿Coqueteaba contigo? —Como cualquier hombre. Todos tenemos algo de coquetos. Hombres y mujeres. Yo tengo algo de coqueta. Tútienes algo de coqueto…Traté de no perder la compostura. Años después Cromwell me diría: “Estas chicas saben hacer sus cosas, son muy hábiles”. A Maribel, la tarde soleada le sentaba bien. Las líneas negras de dos pegasos en celestial cabalgata definían sus trazos oscuros en la piel clara de la espalda. En el expediente policial me enteraría de que ése era sólo unode los siete tatuajes. Le molestaba hablar de Cromwell. Apenas alcanzó a decir que el ex empleado bancario parecía un poco tímido, pero eso era sólo hasta que entrabaen confianza. Se encontraron 32 mil dólares en su cuenta bancaria. Ella dijo que eran por presentaciones privadas, y que no tenía los recibos correspondientes. —¿En qué consistían las presentaciones? —Hago jugar al público, coreografías, juegos. Maribel Velarde nunca pudo justificar el dinero de sucuenta bancaria. Durante el tiempo en que había recibidolos abonos, ella se compró un auto y un terreno de 200metros cuadrados en una zona exclusiva de Lima. Despuésde haber negado a los cuatro vientos algún contacto físicocon Cromwell, en el juicio se vio obligada a decir que síhabía tenido encuentros sexuales con el ex empleado.Tuvoque admitirlo pues era lo que más convenía para justificarel dinero recibido. Al fin y al cabo, no es delito recibirabonos a cambio de servicios íntimos. No es delito vender tu cuerpo. Aun así, Maribel fue encontrada culpable, perosu pena fue demasiado leve como para ir a la cárcel. El futuro llegó sin avisar, como un tsunami que se camufla en la borrosa quietud del horizonte: parpadeasy mueres. Cromwell podía olerlo. Objetivamente, nohabía ningún contratiempo: las transferencias seguían susilenciosa rutina, dos empleados habían detectado lasirregularidades pero prefirieron ser cómplices: permanecían con la boca callada a cambio de obtener sus propiosbeneficios. Cromwell dice con orgullo que ellos jamás seenteraron de cómo hacía él para llevar a cabo su jugarretaelectrónica. Sólo sabían que sacaba dinero, pero no laforma. Todo parecía en calma. Pero fue en la segundamitad de 2002 cuando el funcionario se dio cuenta de quehabía prestado demasiado dinero. Según Jorge Córdova, La Mujer Boa lo presionaba para que él le hiciera depósitos. Había perdido el control: ya no era él quien poníalas condiciones. Eran ellas. Sus reuniones con las chicas ya no eran tanto de placer: eran más bien un escape, unaforma de olvidar la gigantesca bomba que cada mañanatenía que desactivar, como un súbito MacGyver latino.

No importaba que se quedara bebiendo hasta las cuatrode la mañana, al día siguiente debía levantarse a la seis yhacer girar la máquina invisible. En las reuniones, Cromwell se deprimía con las chicas y les decía que todoiba a acabarse. Una vez —cuenta— estuvo con Maribel hablando de eso. —Chola, creo que mi reinado se va al diablo. —¿Qué dices?, ¿por qué hablas así? —Porque ustedes no me van a devolver la plata. Y vasa ver como mañana más tarde me voy a quedar solo. —Mentira. Vas a ver cómo tus amigos van a estar ahí. Yo voy a estar ahí. Pero nadie estuvo, naturalmente. En febrero de 2003, un error de rutina comienza a desmoronar el castillo de naipes. Cromwell Gálvez recibe un cheque de Telefónica, traído por quien supuestamente era un empleado de laempresa. Siguiendo una práctica común, deja cobrar elcheque sin pedir los requisitos reglamentarios. Es uno delos tantos favores que se hacen en la agencia para no complicarse la vida. Pero el hombre es un estafador. Desaparecedel mapa y Telefónica acusa al banco de negligente. Cromwell Gálvez pierde su trabajo por la falta cometida. Perosabe que se viene lo peor. Y así, al cabo de cinco años, el banco detectó el desfalco sistemáticamente perpetrado en su agencia bancaria delaeropuerto. Antes de iniciar acciones penales, llaman aCromwell Gálvez y le dan la oportunidad de devolver eldinero robado. Cromwell Gálvez toma su celular y empieza a hacer llamadas. Es hora de que sus amigas amigos respondan por la deuda adquirida, por el dineroque él no dudó en obsequiarles. Nadie le contestó. El ex empleado bancario se lamenta del mal que hizomientras bebe un sorbo de cerveza. La vanidad con la que ha estado hablando de sus habilidades bancarias se ha ido apagando poco a poco, como un fluorescenteantiguo que comienza a parpadear por el uso. Ahora recuerda la cárcel. Fueron tres años que le enseñaron a controlarse y estar tranquilo. Una vez que llegó al penal, todoslo respetaron de inmediato, no sóloCromwell soportó el adiós de su novia, recibió la noticia dela muerte de su abuelo, obtuvo su sentencia y recibió la visita de Maribel para la celebración del día del padre. Ellalo sacó a bailar y le quitó la camisa mientras los otrospresos alentaban el número preparado por la vedette. A Cromwell Gálvez siempre le gustaron los números.

En el Prince Pub Karaoke, una mujer prueba el micrófono y canta muy mal. Cromwell Gálvez dice que el lugaestá igualito, aunque la última vez que yo vine, hace tresaños, alguien había escrito en el baño algo muy feo sobre LaMujer Boa, y eso ya no está. Una nueva bebida energizanteva a entrar al mercado y le han ofrecido un trabajo de promoción en ventas. Ningún banco le permite abrir unacuenta de ahorros, aunque Cromwell cree que los bancos ndeberían cerrarle las puertas pues él podría serles útil para detectar las cochinadas internas de sus empleados.Tienemucho tiempo libre. Por las tardes entra a internet para conocer gente. debido a su imagen mediática y a la fama de la que venía precedido, sinotambién a su habilidad para jugar pelota. También era rápido con las manos. Ganó un campeonato de futbolín de mesa. La cárcel tenía una organización política interna y a Cromwell le tocó estar en la cima. Fue Delegado de Fiscalización, Delegado de Economía y Delegado General de su pabellón. Prohibió las apuestas en los deportes, porque eso desvirtuaba el espíritu de competencia sana. “La gente sequería matar por una moneda”. Conoció a peces gordos delGrupo Colina —los asesinos paramilitares de la época deFujimori—, a los hombres de Montesinos y a timadores, yse refiere a todos como gente de la que guarda el mejor recuerdo. Conoció también a un colombiano que estafaba incautos haciendo depósitos de mentira en cuentas bancarias: eran préstamos artificiales que aparecían en una pantalla pero que nunca llegaban físicamente. El hombre cobraba su comisión y se hacía humo. Cromwell habla de élcon un inocultable respeto, aunque apunta que una cosa etrabajar con el respaldo de una mafia internacional y otramuy distinta es hacer las cosas solo. En la cárcel donde undía fui a verlo arriesgándome a que me recibiera mal, Las cosas han cambiado en estos años. Eva María Abad. está prófuga y vive en Estados Unidos. Maribel Velardefue condenada a libertad condicional, y ha debutado comactriz en el teatro, mostrando más que tatuajes en la obraBaño de damas. Después de haber pasado casi tres añoshuyendo de la justicia, Martha Chuquipiondo se entregy está en la cárcel de mujeres del distrito costeño de Chorrillos. Su salud no es buena. Pesa 47 kilos y vomita lo quecome. Desde la prisión, ha llamado por teléfono a su examante Cromwell Gálvez. Quería decirle “Feliz Navidad”. Ahora pido la cuenta. Pago con dólares y me entregaun billete de 20 de vuelto. El local está oscuro, no veo bien, y en esta ciudad hay que ser desconfiado con los dólares. Sobre todo en esta zona de casinos y neón. Le doel billete a Cromwell. “¿Está bueno?”. Cromwell hace unacaricia fugaz con las yemas de los dedos. Sonríe. —Está perfecto. I

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