Lectio Divina Para Todos

  • July 2020
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LECTIO DIVINA PARA TODOS “Él (Jesús), a quien busco en los libros” San Agustín, Confesiones

Introducción Entre las herramientas más importantes que tiene una familia o un cristiano para buscar a Dios y permitir que él nos hable, es la Sagrada Escritura. Desafortunadamente, durante muchísimo tiempo el acceso a la Biblia fue un privilegio. Por un lado no existía la imprenta, así que sólo había manuscritos que se conservaban en los monasterios. Por otro, lado había una barrera de lenguaje, pues la Biblia oficial estaba escrita en latín y no hubo por mucho tiempo traducciones. Una tercera barrera tenía que ver con la capacidad de los creyentes para leer y escribir. Fue gracias a un herrero alemán, Johannes Gutenberg (1398 – 1468), que fue posible la impresión de miles de copias de la Biblia. Y en segundo lugar, la Reforma Protestante, propició la necesidad de traducir la Palabra de Dios al idioma nativo de cada fiel. La Biblia Casiodoro de la Reina (1569) fue la primera Biblia en castellano completa (antes hubo otras traducciones parciales). Todos estos datos parecen lejanos, pero son prueba que ha faltado por mucho tiempo una cultura religiosa de familiaridad con la Palabra de Dios. Viendo esta como algo lejana e incomprensible. Actualmente, todavía hay ciertas barreras que necesitan ser superadas. Sigue siendo válido un problema de comprensión de lo que dice la Biblia, pues parece que su mensaje no es claro siempre. En segundo lugar, hay un problema de la finalidad con que se lee la Biblia. Unos se acercan a ella en busca de conocimiento, parecido a una enciclopedia, olvidando que lo más importante sigue siendo el “vivir la Palabra”. Un tercer aspecto, es que se ha olvidado también, su dimensión sacramental, es decir, una manifestación de la gracia de Dios, de su Espíritu. Esa dimensión donde la Palabra de Dios es capaz de transformar nuestras vidas. Sin embargo, también se desarrolló toda una corriente espiritual desde los comienzos del cristianismo, presente en los Santos Padres de la Iglesia, que “vivían” su relación con la Palabra de Dios de una forma más edificante. Esta corriente se siguió cultivando en los monasterios y recibió el nombre de “lectio divina”. Se trata de una lectura orante de la Biblia, con la intención de encontrarse con Dios y dejar que él nos transforme. Esto es lo que aquí se desarrollará. Pero antes de hacer una descripción de los pasos para realizar la lectio divina, es necesario aclarar unos supuestos que todos debemos conocer.

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La Biblia es para Todos ¿Para quién está escrita la Biblia? ¿A quién está dirigida? Lo primero a tener en cuenta es que la Biblia antes de ser Palabra de Dios para nosotros fue Palabra de Dios para sus primeros oyentes. Los primero oyentes fueron aquellos fieles que vivieron en la época en que se escribieron los 46 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento. En primer lugar se trata de judíos, cuya lengua materna es el hebreo, por eso este es el idioma original de la mayoría de los escritos del AT. El segundo idioma más importante de la Biblia es el griego, lengua que hablaba la mayoría de los primeros cristianos fuera de Israel. Así que en principio, para ellos que eran personas de varias clases sociales, pero en su mayoría pobres y sin educación, la Biblia no presentaba ningún problema serio de comprensión. Entendían perfectamente el mensaje expresado en su propio idioma. Y además dado a conocer por medio de cantos, ejemplos, y símbolos que eran tomados de la vida cotidiana. Como ejemplo se puede tomar a Ezequiel quien toma dos varas en las manos. En una pone el nombre de Judá y en el otro el nombre de José. Luego las junta para formar una sola vara. Ante este acontecimiento sus paisanos le preguntan qué quiere decir con lo que hace y él responde que Dios desea unir los dos reinos en uno sólo (Ez 37,16-19). Su acción busca más comunicar que confundir. Claro que para nosotros, personas del siglo XXI, hay cosas que no nos quedan tan claras en la Biblia y más bien son oscuras. Nos topamos con esta dificultad cuando se hace evidente los problemas de traducción de un idioma a otro (hebreo-español o griego-español) y las diferencias culturales entre nosotros y las personas que vivieron hace miles de siglos. Aunque esto es una realidad innegable, también se debe recordar que la intención principal del Dios es de comunicarse con nosotros de forma entendible, con sentido, y no de manera confusa o que nos conduzca al error. Por eso, la Biblia está dirigida para nosotros para que la entendamos y no para que nos apartemos de ella por no entenderla.

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Cuál Biblia es la mejor Luego de establecer que Dios desea comunicarse con nosotros de una forma clara, surge inmediatamente la duda de cuál traducción de la Biblia es la mejor. Es decir, cuál nos puede ser de mayor provecho. En este tema de la traducción con el tiempo se ha mejorado. Un claro ejemplo es la Biblia de Jerusalén. La primera edición fue en 1973 con un lenguaje difícil, pero la edición revisada de 1998 mejora mucho el lenguaje. Una Biblia que ha tenido gran acogida por su lenguaje sencillo es la Biblia Latinoamericana (1972). La mejor regla para resolver el asunto de cual Biblia es mejor para nosotros, está en la finalidad con que la usaremos. ¿Para qué quiero la Biblia? Es la pregunta que debemos hacernos. Si la queremos para hacer estudios bíblicos pues es mejor una que tenga bastante anotaciones y referencias, como la Biblia de Estudio de SBU o la Biblia de América. Pero si la queremos para leer y orar con ella es mejor una traducción con la que se sienta uno cómodo. En este sentido recomiendo la traducción al lenguaje actual (TLA) de Sociedades Bíblicas Unidas o la Biblia Latinoamericana. En conclusión, ninguna es mejor que otra. Todo está en la finalidad con que voy a acercarme a la Palabra de Dios.

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La Biblia como una realidad sagrada Hasta cierto punto hemos perdido ese sentido divino o sagrado que tiene la Biblia. Esa actitud de respeto hacia ella, porque contiene la Palabra de Dios y porque es una mediación para acercarnos a Dios. Muchos tienen la Biblia arrinconada en algún lugar de la casa o hecha pedazos. Y prácticamente nadie se prepara previamente de alguna manera para leer la Palabra de Dios. Sin embargo, para mejor expresar cuál debería ser nuestra actitud hacia la Biblia, quiero poner como ejemplo al pueblo judío. Cuando los judíos en el año 70 d.C. perdieron el Templo de Jerusalén por ser quemado durante la rebelión contra los romanos, prácticamente se quedaron sin la referencia más importante de su fe. El Templo representaba el lugar del encuentro privilegiado con Dios, era el lugar de la “presencia de Dios”. Fue así como los fariseos, el grupo religioso más influyente en ese momento, promovió el estudio de la Torá como reemplazo al templo y medio principal para encontrar la presencia divina (Armstrong 2008:85). Así que ahora en vez de construir la vida espiritual alrededor del culto del templo, los fariseos invitaban a construir una nueva espiritualidad familiar alrededor del estudio de la Torá. Pero lo más importante de esto, es que no estudiaban la Biblia con una finalidad intelectual (saber más), sino con una finalidad mucho más práctica: buscar un sentido bondadoso que inspirara buenas obras (Armstrong 2008:87). Rabí Johanan un día pasó por las ruinas quemadas del templo de Jerusalén con Rabí Joshua, que gritó con dolor: ¿cómo podrían los judíos expiar sus pecados ahora que ya no podrían llevar a cabo allí los sacrificios rituales? Rabí Johanan lo consoló citando las palabras que dios le había dicho en Oseas: “No te aflijas, tenemos la expiación que está a la altura del templo, el hacer buenas obras, como se dijo: Yo quiero amor y no sacrificio” Este es el sentido correcto que quiere animar la practica de la Lectio Divina en casa, ya sea personalmente o en familia.

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La Biblia: testimonio de la Palabra de Dios Cuando decimos “Palabra de Dios” entendemos que Dios se está comunicando con nosotros. Que aquello que escuchamos proviene de Él y refleja su voluntad. Sin embargo, la Palabra de Dios no se reduce sólo a lo escrito, a la Biblia. En primer lugar, Jesús es la Palabra de Dios. Con Él Dios Padre lo ha dicho todo y nos ha revelado su voluntad. El es comunicador por excelencia de Dios. Al no estar él presente físicamente, podemos encontrar otras mediaciones por las cuales Dios se nos comunica. A lo largo de los siglos, se ha dicho que es posible encontrar a Dios en: a) la naturaleza: si observamos bien, somos capaces de notar que la belleza, el orden, la sabiduría de este mundo viene de Dios mismo. b) Los pobres: muchos santos han visto al pobre como otro “Cristo”. Sus necesidades y sus sueños son una invitación para nosotros para amarlos. c) La conciencia moral: la Iglesia nos enseña que Dios nos habla en nuestra conciencia indicándonos lo que está bien y lo que está mal. d) La liturgia: a través de los sacramentos y otras actividades religiosas. e) Los signos de los tiempos: es decir, en los acontecimientos de nuestra historia humana. f) En la oración: son muchos los testimonios de la oración como un lugar de encuentro con Dios. g) En la Biblia: es un lugar privilegiado, ya que recoge el testimonio de las enseñanzas de Jesús y sus milagros y hechos. Estos ejemplos son para que se entienda que Dios habla con nosotros en muchos momentos, en diversas circunstancias a lo largo de nuestra vida. Puede hablarnos tanto a ver a un pobre, como al admirar la belleza de un ocaso, o al leer el periódico. Unas veces requerirá más esfuerzo de parte nuestra en tratar de comprender con nuestra inteligencia y voluntad lo que Dios quiere decirnos. En otros momentos, todo parecerá más claro y sencillo. Aquí aprenderemos a descubrirlo en la lectura y oración de la Biblia, como un lugar privilegiado para comunicarnos con Él.

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¿Por qué la Palabra de Dios es viva? “… porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida”. (2 Cor 3:6) Estas palabras dice Pablo a los Corintios respecto a la obra que Dios está realizando en ellos por medio del Evangelio de Cristo. Además les dice: “A la vista está que ustedes son una carta de Cristo redacta por ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo y no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón.” (2 Cor 3:3) Así queda claro que el Evangelio de Jesús es una acción del Espíritu en el corazón de cada creyente. Esto significa que la Palabra de Dios toca el corazón de cada quien y lo transforma. Sin embargo, muchísimas veces no somos conscientes del poder que tiene la Palabra de Dios al leer la Biblia. Generalmente, se vuelve como letra de tinta. Sin la capacidad de conmover o de traer novedad. Pero más que pensar que la Palabra de Dios no es eficaz, el problema está en nuestra falta de disposición para acoger la Palabra de Dios. San José de Calasanz, santo educador de niños, resumía este principio tan importante así: “La voz de Dios es voz de Espíritu, que va y viene, toca el corazón y pasa, ni se sabe de dónde viene o cuándo sopla; importa, pues, mucho estar siempre alerta para que no llegue de improviso y se aleje sin fruto” E 131 “La voz de Dios es una brisa suave y delicada quien no está atento no la puede oír y quizá en ella ha puesto Dios su salvación y ¡ay de aquel que la pierde y no aprovecha la ocasión” Giner,Severino. San José de Calasanz. Maestro y fundador. BAC. 1992.p.168 Por tanto, aprender la “lectio divina” es aprender a estar atento a esa voz de Dios que es voz de Espíritu que “toca” nuestro corazón. Esta acción es la que lleva la gracia de Dios para transformarnos.

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Antes de comenzar la lectio divina Esta parte es para dar algunos consejos prácticos que pueden ser útiles para la tarea que se quiere emprender. En primer lugar, Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia por su experiencia en temas de oración dice lo siguiente: “No es mi intención ni pensamiento que será tan acertado lo que yo dijere aquí que se tenga por regla infalible, que sería desatino en cosas tan dificultosas. Como hay muchos caminos en este camino del espíritu, podrá ser acierte a decir alguno de ellos en algún punto. Si lo que no van por él no lo entienden, será que van por otro” (Fundaciones 5,1). Este primer consejo nos dice que Dios nos lleva por muchos caminos en esto de la oración, y por tanto, la “lectio divina” es un camino que puede ser de gran provecho para muchos, pero no para todos. Segundo consejo que da Santa Teresa sobre la oración que nos puede ayudar es: “lo que más os mueva amar eso haced”. Esto quiere decir que en la oración podemos utilizar cualquier medio que nos mueva más a amar a Dios. Se puede usar una candela, tener un crucifijo, la Biblia, una imagen. Lo que se debe procurar con todos estos medios es despertar nuestro amor. Un tercer consejo es la preparación de un momento y un lugar para realizar la “lectio divina”. Se debe procurar un lugar que permita el recogimiento, poner atención y evitar las distracciones ambientales. Respecto al tiempo es preferible un momento durante el día que pueda ser respetado. Por ejemplo, si se hace familiarmente cada domingo en la mañana, o si es individual al menos media hora al día. El cuarto consejo es sobre la escogencia del texto bíblico a meditar. Se puede utilizar las lecturas diarias que la Iglesia propones de acuerdo con los ciclos litúrgicos A, B y C. Si la “lectio divina” se hace en familia, por ejemplo el sábado o el domingo, se puede utilizar el evangelio del domingo. Los salmos de

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la Bilbia también son un buen punto para comenzar. Otro aspecto es que se debe preferir un texto corto a uno demasiado largo y, es mejor, un texto que entendamos a otro que nos resulte poco entendible. Los textos más difíciles es mejor dejarlos para momentos en que la “lectio” se hace con otras personas. El quinto consejo es tener un cuaderno personal o un cuaderno comunitario. Este cuaderno es muy importante para anotar aquellas palabras que de Dios hemos recibido. Una vez anotadas, permiten que las retomemos y puedan ser nuevamente meditadas. Son además un testimonio del recorrido que Dios ha hecho con nosotros. El sexto consejo es tener “determinada determinación”, con estas palabras Santa Teresa quiere decir, que debemos emprender el camino de la oración con todo el deseo de ser constantes y radicales. Solamente dando un paso, poco a poco, llegaremos lejos. Poco a poco esta forma de orar nos resultará más fácil y la palabra de Dios será más familiar para nosotros. El séptimo consejo es buscar mantener una unidad entre nuestra oración y nuestra vida. La incoherencia entre nuestra vida y nuestra oración es el principal obstáculo para desalentarnos en seguir orando. Así que debemos buscar una unidad entre lo que hacemos y decimos, entre lo que creemos y lo que actuamos. Hay que recordar que quien ora lo hace con todo lo que es. El octavo consejo es tener presente que hay momentos en que Dios nos ayuda a entender un texto y hay otros momentos es que debemos esforzarnos más con nuestra inteligencia. Lo mismo se puede decir sobre la oración, o la puesta en práctica de algo que nos hemos propuesto. Esto significa en que la oración es una gracia de Dios. Aunque él nos facilita las cosas, también nos educa para que utilicemos nuestra inteligencia y usemos libremente nuestra voluntad para buscarlo. El noveno consejo es uno de los más importantes: la Biblia debe ser leída con el mismo espíritu que la inspiró. Este principio significa que siempre se debe buscar y preferir aquél sentido de un pasaje bíblico que sea “bondadoso”, que sus efectos sean los dones del Espíritu Santo. Si un pasaje causa confusión o duda, no debe tomarse como el sentido que Dios quiere para nosotros. Luego de esta breve ambientación o marco teórico, a continuación empezamos cómo se realiza la “Lectio Divina” paso a paso. Debo mencionar que hay elementos adicionales, que fruto de la experiencia que he tenido, enriquecen el método que expongo. Estas experiencias son: el Camino Neocatecumenal, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, los escritos de San José de Calasanz, los escritos de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, taller de Lectionautas.

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LOS PASOS DE LA LECTIO Lectura Se escoge un texto bíblico para hacer su lectura y oración. Es preferible comenzar con uno que no sea difícil de entender y, sobre todo, que no sea demasiado largo. Hay que tener presente que unas veces nos resulta fácil sentir que la Palabra de Dios “nos habla” y otras veces requiere más de nuestro esfuerzo personal para entender el mensaje. Ambas cosas son queridas por Dios. Cuando la lectura se nos hace fácil y sentimos que Dios “nos habla” es una acción de la gracia de Dios que nos facilita las cosas. En este caso nos resultará muy fácil el siguiente paso de la lectio divina. Sin embargo, cuando no se da esta ayuda, tendremos que usar nuestra inteligencia para encontrar un sentido del texto que nos sea significativo. La pregunta clave en la lectura es: ¿Qué dice el texto? En este primer paso, es importantísimo respetar lo que el autor del libro quiso comunicarnos. Por eso, antes de interpretar el texto de una manera simbólica, se debe preferir una lectura literal de lo que dice. Si se respeta este principio evitaremos “decir” a la Palabra de Dios cosas que nunca quiso decir.

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Es recomendable leer el texto varias veces, hasta mejor entenderlo. Otro sugerencia es leerlo despacio y con nuestra imaginación ir recreando en nuestra mente lo que se va leyendo. Hay una anécdota que nos contó un día un hermano religioso argentino, Ricardo Grzona, sobre cómo fue que él entendió esto de repetir la lectura. Nos decía que un día que estaba en casa de sus padres, estaba revisando y botando las cosas que había en un armario. Fue así como se encontró con la caja que contenía todas las cartas que sus padres se habían escrito mientras eran novios durante un año, ya que uno estaba en otra ciudad. Todas estas cartas estaban enumeradas y ordenadas. Mientras él pensaba en botarlas, se acercó su madre y le hizo gesto de dejarlas. Él se justificó diciendo que eso fue hace muchísimos años y que ya tienen tantos de matrimonio. Ella le dijo que gracias a estas cartas habían llegado tan lejos en el matrimonio, ya que cuando necesita, buscaba una de las cartas las leía….con las dos manos las ponía en su corazón… suspiraba y …. recordaba. Fue así como entendió el hermano Ricardo que significaba leer la Biblia varias veces: Leo…con las dos manos lo pongo en mi corazón… inhalo.. y recuerdo. Recordar es un asunto del corazón, no de la cabeza. Cuando buscamos sentido con nuestro esfuerzo debemos tener presente siempre esta regla, ya anteriormente mencionada:

“La Biblia debe ser interpretada con el mismo Espíritu con que fue escrita” Esta oración la dijo un obispo católico oriental durante el Concilio Vaticano II y está recogida en el documento Dei Verbum, sobre la revelación divina. Lo que quiere decir es que no cualquier interpretación es válida, sino aquella que recoge el sentir del Espíritu Santo. Aunque tenemos dificultad para entender algunos textos nunca debemos conformarnos con un sentido que cause división, juicio a los demás, confusión, debilitamiento de la fe, nos quite la esperanza y disminuya el amor. Por tanto, recordando los frutos del Espíritu Santo, podemos decir que el “sentir” del Espíritu es:

“En cambio, el Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos. Nos hace ser pacientes y amables, y tatar bien a los demás, tener confianza en Dios, ser humildes y saber controlar nuestros malos deseos” Gálatas 5, 22-23

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Así que una interpretación más provechosa es la que nos da alegría, paz, nos acrecienta la paciencia, nos invita a la humildad y a la amabilidad. También podemos tomar los siguientes elementos para analizar de forma sencilla un texto que deseamos utilizar en la lectio divina. a) Es común en muchos libros de la Biblia la comparación entre dos “modelos”, entre dos tipos de personas: el del justo y el del necio. Por eso, una clave de lectura es recoger las actitudes propias de cada uno, sus pensamientos y acciones. b) Una segunda herramienta es la identificación de los personajes que intervienen en la historia bíblica. Igualmente hay que ver cómo son descritos y qué papel tienen. c) Es conveniente poner atención a los verbos utilizados en un pasaje. Ellos son como el motor de la acción y pueden orientarnos sobre el sentido que quiere comunicarnos. d) Hacer una pausa y pensar cuál es la idea principal del texto es muy importante. Es mejor si la idea principal se logra ubicar en el mismo texto. Si encontramos la idea principal sentiremos que nos ilumina todo el pasaje. e) Preguntarse por el significado de una palabra puede ser de mucho provecho. Sobre todo cuando se trata de un pasaje simbólico. Al pensar sobre el significado de una palabra se nos vendrá en mente sinónimos. Meditación En la meditación se hace necesario diferenciar dos situaciones:

A. Cuando la gracia de Dios nos ayuda: Se identifica muy fácilmente pues sentimos que lo que leímos es “para mí”. Además tiene una característica importante que “toca el corazón”. Así que si alguien nos pregunta qué leímos, nos resultará sencillísimo recordar, ya que la Palabra ha dejado una huella en nosotros. El mejor criterio para discernir si esto que me ha impactado viene de Dios es que tenga las siguientes características: LUZ Y FUERZA.

La Palabra de Dios trae LUZ Y FUERZA La Palabra trae LUZ porque nos abre el entendimiento, nos da a conocer algo de nosotros o algo que Dios quiere. Lo más importante es que nos enseña algo que lo recibimos sin duda. Lo segundo que trae la Palabra es FUERZA, porque al “tocar” nuestro corazón también pone en él la voluntad necesaria para realizarlo, para vivirlo. Si la Palabra nos dice

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“ama a tu enemigo” y nosotros sentimos que nos aclara una situación de conflicto familiar dándonos luz de cómo actuar, también sentiremos que nos da la fuerza necesaria para realizar lo que la Palabra nos pide. Así que cuando hemos identificado las palabras que Dios nos ha comunicado son su gracia, el siguiente paso será “sacar” toda la riqueza que tienen. Es como sacar agua de un pozo. Es profundizar en el entendimiento que nos dio y el sentir que nos despertó.

B. Cuando buscamos sentido con nuestro esfuerzo: Una vez que hemos logrado encontrar un sentido satisfactorio del texto, el siguiente paso es permitir que éste nos cuestione a nosotros. Es como colocarse frente a un espejo, en este caso el espejo de la Palabra.

Para mejor dar a entender esto voy a poner como ejemplo el Salmo 1. Lo primero que hice fue de acuerdo a los consejos de cómo interpretar sacar las siguientes observaciones: • • •

En este salmo hay tres personajes: Dios, los buenos y los malvados. Los tres son descritos de forma diferente: Dios bendice… los buenos aman su palabra y alegres la estudian…los malvados se encaminan al fracaso. La idea central es la vida abundante de quienes reciben la bendición de Dios: son como árboles junto a los arroyos que dan fruto y no se marchitan.

Luego de este breve esfuerzo por buscar un sentido del texto, sigue el paso de permitir confrontar lo que se dice con nuestra propia vida. Puedo hacerme preguntas como: • • • •

¿Qué hago yo para cultivar mi fe como hacen los buenos? ¿Cuál es mi constancia en la lectura de la Biblia? ¿Estoy dando buenos frutos? ¿Qué hago por Dios y los demás? Teniendo la imagen del árbol junto a los arroyos… me pregunto si encuentro en Dios lo que necesito para mi vida. ¿Acudo a él?

Este segundo momento trata de permitir a la Palabra de Dios examine nuestra vida, y que nos revele aspectos de nosotros mismos y la forma en que Dios nos ama y actúa. Dejar que resuene en nosotros con su eco. La forma de responder esta preguntas es siendo lo más concretos y sinceros con nosotros mismos. No se trata de buscar una respuesta general aplicable a todos, sino una respuesta concreta de acuerdo a mi situación de vida.

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Si hemos hecho bien la “meditatio” habremos descubierto un sentido más profundo del texto, tendremos una conciencia más viva del pasaje bíblico y una sensación de actualidad de su mensaje. Pero lo más importante es que el texto bíblico ha dejado algo en nosotros.

El fruto de la meditación es el encontrar o recibir una Palabra de de Dios que guardamos en nuestro interior para nuestra vida diaria. El mejor modelo de la “meditatio” es la Virgen María. San Lucas menciona dos veces en el evangelio: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (2,19); “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (2,51) La sabiduría divina: en la “meditatio” se aprende la ciencia sobre el hombre y el mundo de su derredor, y sobre todo se asimila la sabiduría de Dios, ese “sabor” de Dios que el orante gusta en todo. (Antonio Izquierdo)

Oración (Oratio) La lectio y la meditatio lo que hicieron fue “abrir” nuestra mente, nuestro corazón, nuestro espíritu al misterio de Dios y de su voluntad. Sin embargo, para seguir adelante deberemos echar mano de la oración. Ella nos permitirá profundizar más en el sentido del texto leído y colocarlo en el contexto de nuestra relación con Dios. Pues la finalidad de la lectio divina es la comunicación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Podemos decir, que por medio del Espíritu Santo nos acercamos a la Palabra de Dios, que es Jesús mismo, para conocer a Dios Padre y hacer su voluntad. Nuestra oración cristiana es por tanto algo personal. Pues no se trata de meditar sobre el significado de unas palabras, o encontrar sinónimos o

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comprender mejor un texto, sino de disponernos a un ENCUENTRO con ALGUIEN. Así que orar es ponerse en presencia de Él. Así, pues, luego de haber realizado los primeros dos pasos tenemos “tema de conversación” para dialogar con Dios. Este tema puede motivarnos a dar gracias, a adorar, a pedir, a interceder o alabar. En pocas palabras, nos pide DAR UNA RESPUESTA. Sin embargo, la primera respuesta que debemos dar es el SILENCIO. Parece contradictorio, pero es el fundamento de todo. El SILENCIO es dar un paso más para profundizar en el misterio de Dios. Es dar la oportunidad a Dios de ser Dios. Es un gesto de reverencia, de humildad, de asombro pues es reconocer que Él está más allá de nuestro entendimiento, más allá de nuestras ideas, más allá de nuestros sentidos. Por tanto, no se identifica plenamente con la idea que tengo de él en mi mente, no se identifica plenamente con el sentido del texto que yo he descubierto, no se identifica plenamente con mi sentimiento. Sólo así podremos hacer esta justa separación entre Dios mismo que es perfecto, y el mensaje que recibimos, que es imperfecto por nuestra condición humana. Sin embargo, podemos también utilizar otras formas para expresar nuestra respuesta a Dios: A. La Bendición y La Adoración: La bendición es la respuesta del ser humano a los dones de Dios. La adoración es el reconocimiento que somos criaturas y Dios Creador. Se trata de exaltar la grandeza de Dios. B. La petición e intercesión: La petición es pedir a Dios su auxilio, mostrando así nuestra dependencia a Él. La intercesión es pedir la misericordia de Dios por otros. C. Acción de Gracias: todo acontecimiento o necesidad puede convertirse en una ofrenda de acción de gracias. Es recibir todas las cosas como venidas de su mano y por ello, mostrar gratitud. D. La Alabanza: Es toda acción de reconocimiento que Dios es Dios. Es dar gloria por lo que Él es y no por lo que hace. Sobre cuál debe ser nuestra respuesta a la Palabra de Dios que hemos recibido en los pasos anteriores de la Lectio Divina, no hay una receta única. Lo que se puede recomendar es que nuestra respuesta debe ser apropiada al mensaje recibido, de acuerdo a nuestra situación o a la voluntad de Dios para nuestra vida. En conclusión, el paso de la oración es profundizar en Dios mismo y su voluntad revelada en su Palabra. Es colocar en medio de nosotros el texto bíblico para hacer crecer nuestra relación. La mejor actitud que podemos tener es la del SILENCIO, reconocer que Dios está más allá de nuestro lenguaje, nuestros sentimientos y pensamientos, es TRASCENDENTE. Sólo así evitaremos la tentación de reducirlo a nuestra imagen y semejanza.

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Ahora bien, toda Palabra de Dios tiene un propósito y una eficacia y esto nos llevará al siguiente punto de la Lectio Divina. Para aclarar más el sentido que debe tener toda oración, quiero poner de ejemplo las enseñanzas de Santa Teresa de Jesús. Según ella en la oración buscamos la comunión con Dios y esta comunión se busca al “contentar” a Nuestro Señor, es decir, estar siempre dispuestos a agradarle. Y no hay cosa que más le agrade que hacer su voluntad. ¿Y cuál es su voluntad? Teresa responde: amarlo a Él y al prójimo. Pero además dice: como eso de que amamos a Dios no se puede saber, es mejor que nos esforcemos por amar al prójimo. No nos preocupemos que Dios mismo se encargará luego de aumentar nuestro amor a Él de mil maneras (Moradas 5:3:8). Teresa pues nos aparta de una oración egoísta y nos muestra el camino correcto: agradar a Dios por medio del amor al prójimo.

Contemplación-Acción (Contemplatio- Operatio) En la Edad Media el último paso de la Lectio Divina se llamaba “contemplatio”. Al parecer el significado de la palabra viene del latín, de la preposición “cum” que es “con” y el sustantivo “templario” que hace referencia a “templo”. Esta palabra templo se entendía también como la tienda celeste que cubre el mundo, como el cielo, la bóveda o cúpula celeste. Así pues, la “contemplatio” era elevarse al cielo, mantener la mirada hacia arriba. Con palabras más actuales se puede definir la contemplación como mantenerse en presencia de Dios. Vivir la vida diara con una cierta mirada puesta en lo divino. Es como el joven enamorado que está aquí pero en su mente y corazón suspira por su amada. Así que el objetivo de la “contemplatio” es cómo llevar a la vida en los pasos anteriores de la lectio divina. Pero este “llevar a la se trata de quedarse inmóvil o apartado, más bien de ponerse realizar algo permaneciendo en el amor de Dios y bajo la guía Por eso la contemplación también es acción (operatio).

diaria lo vivido vida diaria” no en camino, de de su Palabra.

La primera recomendación es buscar resumir nuestra experiencia de los pasos anteriores de la Lectio Divina es una frase o pocas palabras significativas. Por ejemplo: el justo en Dios encuentra su refugio. De este modo tendremos el centro del mensaje de Dios. Cuando Dios nos ha ayudado con su gracia y nos ha facilitado el entendimiento de algo, será muy fácil identificar la frase o palabras significativas. El siguiente paso es preguntarnos: ¿Qué es lo que siento y a dónde me lleva?

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Retomando el mensaje del texto o la parte del mensaje bíblico que nos ha tocado el corazón, nos preguntamos cuál es nuestro sentir y cuál es la dirección hacia donde nos llevan. Se decía anteriormente que la Palabra de Dios nos trae LUZ Y FUERZA y, aquí en esta etapa es donde notaremos la dirección que tiene esa fuerza. Nuestra voluntad será movida hacia una dirección. No siempre es fácil entender el camino por donde nos quiere llevar Dios con su Palabra y, sobre todo, cuando se trata de tomar una decisión difícil, podemos dudar. También existe la posibilidad que hayamos “añadido” algo de nuestros intereses a esa frase. Por eso recomiendo lo siguiente:

a) Escoger aquello que conlleve crecer en humildad

b) Esperar un signo de confirmación de nuestra decisión. San Ignacio de Loyola daba gran importancia a este punto. Para él la confirmación era un paso necesario. La confirmación puede ser un signo de Dios, la aprobación de la Iglesia, un acontecimiento inesperado, la paz, el consuelo o la seguridad que Dios comunica. Es muy recomendable tener también un cuaderno en el cual anotar lo que Dios nos va comunicando poco a poco en la Lectio Divina. Sobre todo anotar aquellas palabras que han sido una gracia, que han “llegado” a nosotros. Se debe anotar, también el sentir que produjeron. Luego de un tiempo será posible notar que Dios tiene una dirección para nuestra vida. Cuando es posible visualizar esa dirección, se puede formular una “consigna” que recoja a todas. Este paso requiere de consejo.

Nuevamente la Virgen María es el mejor ejemplo que podemos tener. Sus palabras “Hágase en mí según tu palabra” es la actitud básica del final de la lectio divina. Además, San Lucas presenta a la Virgen en movimiento luego de recibir el anuncio del ángel, éste se va y ella se pone en camino. Pero no va vacía, sino que lleva consigo al que es la PALABRA, JESÚS.

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