La vida es una red social Sociedad
Educación
por Gonzalo Andrés - Ago 29, 2017
¿La vida está diseñada por algoritmos? La especialista Paula Sibilia analiza el cruce de las tecnologías de la información y la cultura. Paula Sibilia nació en Argentina y hace 25 años que vive en Río de Janeiro. Es doctora en Comunicación y Cultura. Estuvo en Rosario dando un seminario, donde presentó los temas que trabaja en sus libros. En diálogo con Pausa, reflexionó sobre las características de la sociedad contemporánea, ligada a la lógica del mercado y la expansión tecnológica, la crisis de la escuela, el narcisismo en las redes sociales y las formas de hacer política en la actualidad. —En las últimas décadas se está viviendo un momento histórico que es muy diferente al de la modernidad. ¿Cómo es eso? —Sí, la hipótesis es que se estarían transformando ciertas creencias, valores y modos de vida de la era moderna-industrial hacia otras formas de vivir que son contemporáneas, por llamarlas de algún modo. Lo que está sucediendo ahora tiene una dinámica distinta a la modernidad. Eso se manifiesta en el desplazamiento de un tipo de cuerpo y subjetividad que se producía en la escuela, en la fábrica, en la familia (todas instituciones moderno-burguesas) hacia una dinámica más estructurada en función del mercado, antes que del Estado, la autoridad, la jerarquía. Esa dinámica del mercado supone una horizontalidad, un control de todos por todos, un monitoreo, como se ve en las redes sociales. Una horizontalidad en contraposición a la
centralidad de la dinámica estatal moderna, cuyo eje pasaba más por las obligaciones y deberes del ciudadano, la capacidad de respetar reglas y horarios y el consenso moral era similar a la ley. Mientras que en la contemporaneidad este modelo de centralidad del Estado va perdiendo fuerza y se superpone con una dinámica de mercado cada vez más generalizada. Ya no opera el sueño de libertad, fraternidad, igualdad. Todo el edificio moderno se está desmantelando. —Desde esta mirada, la aparición de las tecnologías digitales no es simplemente una evolución tecnológica sino un cambio de paradigma. —Esa es mi perspectiva. Podría privilegiarse la continuidad, pero para mí es más interesante privilegiar la ruptura y tratar de entender por qué ahora hacemos lo que hacemos y somos como somos. Eso es lo que más me interesa mapear. En el caso de mi libro La intimidad como espectáculo fue el ejemplo de los blogs, que se decían que eran diarios íntimos publicados en internet. Pero me parece que los blogs o las redes sociales son tal vez algo opuesto a los diarios íntimos, incluso llegan a ser contrarios. Las redes y blogs exponen algo que antes se suponía que tenía que quedar protegido. En el caso del libro El hombre postorgánico tomo las tecnologías médicas y la metáfora de la máquina para pensar el cuerpo. Pero antes la metáfora era de una máquina industrial; ahora esa máquina remite a un código genético y la computadora informática. Entonces se podría enfatizar la continuidad. Hay varias perspectivas que van por ese camino. Pero yo prefiero enfatizar la ruptura, porque saltan a la vista cierto tipo de valores o creencias que son actuales pero que no estaban vigentes algunos años atrás. Si uno enfatiza la continuidad no hay mucho que hacer: ahora tenemos WhatsApp, antes teníamos cartas, los prehistóricos tenían señales de humo… y eso es tranquilizador. —Esa mirada se aleja del determinismo tecnológico… —Exacto. Mi perspectiva apunta a la ruptura y discontinuidad. Siguiendo a autores como [Michel] Foucault y [Gilles] Deleuze, pongo el énfasis en los modos de vida y los factores políticos y socio-culturales que llevaron a inventar las tecnologías. Entonces, las tecnologías serían un elemento más, no la causa de cómo actuamos. No sería “porque se inventó internet, ahora nos comunicamos de esta forma”. No. Yo trato de captar las transformaciones socio-culturales que llevaron a inventar esas tecnologías. Porque ya había demandas por comunicarse, de instantaneidad, de rapidez, de tener un público, de ser aplaudido, de afectar a mucha gente al mismo tiempo, de ser visto, el énfasis en a la imagen, el culto al cuerpo, etc. Esos son los valores que están vigentes hoy. Porque si no, ¿cómo se explicaría que las redes sociales tuvieran tanto éxito en tan poco tiempo? Son canales donde todos nos mostramos y pretendemos que nos miren, comenten y aplaudan. —Hay un mayor énfasis del narcisismo. —Es el show del yo. Hay un énfasis en el individuo. Eso no significa que el individuo no era importante en la era moderna, pero había una serie de valores que cohibían la expresión de la individualidad, como la patria, la familia, el trabajo o dios. Después de los 60 fue abriéndose un
espacio que fue privilegiando la realización personal: yo quiero, yo puedo, entonces el mundo debería dejarme. Pero fíjate que el narcicismo es una categoría del psicoanálisis que detectó Freud en el siglo XIX. Así que algo de eso ya existía. ¿Entonces cuál es la diferencia con lo que pasa ahora? En La intimidad como espectáculo yo planteo que existe un desplazamiento del eje donde se construye lo que somos. Ya no es más la interioridad secreta la que dice quién soy (lo esencial es invisible a los ojos), sino que cada vez más es la mirada del otro la que define quiénes somos. En ese sentido, el narcisismo encuadra perfectamente. Nos hemos vuelto una sociedad narcisista. Históricamente lo que viene ocurriendo es un desplazamiento hacia un “yo” monstruoso hiperinflado. Y diría que esa subjetividad narcisista es muy frágil, tiene una gran inseguridad y necesita que el otro lo aplauda porque él no tiene cómo sostenerse. Depende de la mirada del otro. Ese sujeto tiene una fragilidad enorme. Juzgamos a los otros por lo que nos muestran y por la imagen corporal en esa vitrina que es Facebook. Desarrollamos ese tipo de herramientas para mostrar lo que somos. Hay mucho peso en la mirada del otro. Igual, este desplazamiento del eje hacia afuera no es una decadencia ni es despreciable. La interioridad moderna era muy despótica, habitada por la culpa. Por eso, que nos construyamos desde la mirada del otro es incluso una conquista. El problema es que es captado por la lógica del mercado y el espectáculo, entonces vales según esos códigos hegemónicos.
Paula Sibilia, en diálogo con Pausa.
—Esa lógica del mercado invade todos los ámbitos de la vida, incluso las instituciones estatales.
—La lógica empresarial no está solamente en la empresa, está en los valores y en las maneras de administrarse a uno mismo: el costo-beneficio, análisis de riesgo, de lo que me conviene hacer, cómo administrar mis tiempos y contactos. En las redes sociales se ve de una manera caricaturesca con la cantidad de visualizaciones, de likes, que cuantifica. Son valores claramente del mercado, es como el rating. —¿Esto se relaciona con el discurso emprendedurista? —Sí. En lo contemporáneo la figura del emprendedor aparece como el héroe. La actual lógica horizontalizada tiene como ídolo al emprendedor, aquel que por cuenta propia y riesgo intenta ganarle al otro. El emprendedor surge como una figura glamorosa al lado del proletario, del trabajador, que tuvo su protagonismo. En cambio, en la era moderna el sujeto por excelencia era el trabajador, el proletario, el empleado. El trabajador sabe cumplir horarios y obedece al jefe o al profesor. Lo que se producía en ese paradigma moderno era la figura del empleado. —Hace poco Esteban Bullrich les dijo a los desocupados que se conviertan en emprendedores y comiencen a producir cerveza artesanal… —(Se ríe) Ese tipo de discurso está muy ligado a la lógica del mercado “tú puedes”. El empresario, el jugador de fútbol, la modelo, la cantante, el que inventó Facebook, son los modelos del exitoso. Uno es empresario de sí mismo. Sos emprendedor y no importa lo que vendes, lo importante es que supiste venderte, seducir a un auditorio. Emprendedorempresario-influencer son figuras que reemplaza a ese héroe moderno que era el trabajador. —En el libro El hombre postorgánico se plantea que hay un acercamiento entre el hombre y la máquina, a partir de las prótesis y técnicas que se van incorporando en el cuerpo y que van siendo constitutivas del hombre. ¿Pensás que lentamente vamos hacia un humano mixturado con la máquina? —Bueno, hay varias cosas en lo que decís. Primero, el imaginario de la máquina no es de ahora, es algo típicamente moderno, que empezó en el siglo XVII. La metáfora de la máquina no es casual. El siglo XVIII es el auge de la máquina como metáfora venerada para explicar al mundo: el reloj que es la máquina perfecta. Entonces la máquina viene siendo un referente para pensar el cuerpo humano y el mundo desde los inicios de la era moderna. Es una metáfora tecnocientífica por excelencia. Mientras que antes en la Edad Media, las metáforas para entender el cuerpo humano eran otras: la luz, el espíritu santo, el alma. Pero cuando empieza la ciencia anatómica en el Renacimiento, se empiezan a abrir los cadáveres para entender cómo funciona esa máquina humana. Se instaura la medicina en Europa y se hacen analogías con la máquina. Incluso el propio [Rene] Descartes, al establecer el famoso dualismo cartesiano, dice: está por un lado el cuerpo, que se puede entender como una máquina, y por otro lado el alma, que es un componente misterioso. El psicoanálisis, que es un invento moderno, también confiaba en un misterio interno que no tenía entidad física. Entonces la tradición de la metáfora maquínica no es reciente. La gran diferencia de lo que veo ahora es que es otro tipo de
metáfora de máquina sirve para pensar y actuar sobre el cuerpo humano y el mundo en general. Antes era una maquina analógica, ahora es una maquina digital, como la computadora por ejemplo. La gran diferencia es que tiene software, o sea no tiene un alma inanimada y misteriosa. Ahora ese alma también es programable. Y esto coincide con el avance de las neurociencias, que desmitifican cualquier otra explicación que no sea física: todo puede ser explicado por las neuronas, las encimas y los neurotransmisores. Ahora escaneamos el cerebro, incluso estando vivo, y lo vemos en pantalla, vemos flujos de sustancias e intentamos descifrar el misterio. —Menciona la neurociencia, que hace énfasis en lo físico y lo biológico del ser humano, y quizás deja a un lado las relaciones sociales o condicionamientos sociales. ¿La neurociencia en cierto modo forma parte de un auge del individualismo? —Recientemente tengo la impresión que hubo una sofisticación en la neurociencia, con menos determinismo y dejando más terreno a la influencia socio-cultural, más allá de las encimas y las células. Sin embargo, hay algo que tiene que ver con una voluntad de controlarlo todo y una creencia en que la tecnociencia puede lograrlo. Esto no era así en los siglos XIX y XX. La ciencia moderna sabía de sus límites, había cosas que la medicina no podía hacer. Además esa medicina se proponía curar no prevenir, como es el paradigma actual. Pero ahora hay un sueño fáustico que tiene una confianza desmedida en las posibilidades de la tecnociencia. Se piensa que ese saber va a poder solucionar todos los problemas, como evitar la muerte y desprogramar este cuerpo humano imperfecto. Se considera que el cuerpo humano no es perfecto; y la naturaleza tampoco, por eso la hemos intervenido. Y, por lo tanto, tienen que ser optimizados mediante tecnologías, medicamentos. —Hablemos de Big Data y los datos personales en internet. Las acciones de los usuarios de redes sociales y las actividades en internet quedan registradas, y las empresas utilizan esas actividades para configurar perfiles de usuarios y venderles publicidad… —Es una masa inmensa de información que se usa para vender publicidad… También se usa incluso para crear hábitos, eso es lo más asustador. Crean perfiles “performativos”. El ejemplo claro es lo que empezó con Amazon: comprás un libro y luego te empiezan a llegar sugerencias “esto también te puede gustar”. Ellos, que no son personas sino algoritmos, manejan enorme cantidad de datos, y saben más sobre mí de lo que yo sé. El algoritmo sabe lo que me puede gustar, más que yo misma. Pero en realidad no es así. El algoritmo no sabe más que yo, sino que está inventando algo y me está inventando a mí y a mis gustos. Entonces como me gustó aquello, supone que me podría gustar esto otro. Me crea el gusto. Hace cálculos y te hace pertenecer a un grupo determinado. De hecho, Facebook utiliza ese mecanismo para vender publicidad, sugerir amigos, crear hábitos, etc. —Con una conectividad y visibilidad creciente, la escuela entra en crisis. Entonces, ¿cómo enseñar y aprender en este contexto?
—Esa es la pregunta del millón que hacemos todos. La escuela es una institución moderna por excelencia. Es el arma de la modernización del mundo. Pero las cosas han cambiado. La escuela entra en conflicto con nuestros modos de vida contemporáneos, que son incompatibles con lo que esa institución nos pide: respetar horarios rígidos, quedarse quieto, prestar atención a la clase, etc. Los niños no están equipados para eso, además eso está desprestigiado, no se considera que sea algo tan valioso. Incluso los profesores tampoco nos sentimos tan a gusto con esa estructura y no sabemos si está bien o mal esa exigencia de cumplir horarios, poner notas, o si tomar prueba es un elemento válido para el aprendizaje. Y tampoco los padres están de acuerdo con lo que la escuela propone, a veces se quejan. Todo está en cuestión. El conflicto sucede porque la escuela es una institución con todas las características del mundo moderno: separación del tiempo y el espacio, respeto por la jerarquía y la ley, consenso moral sobre lo que está bien. Y eso funcionaba, porque podía no gustarte pero era lo correcto. Y hoy todo eso está en cuestión. —También hay que incluir a las nuevas tecnologías, porque eso también ha generado dificultades. La escuela está configurada principalmente en torno a una tecnología, que es la tiza-pizarrón, entonces cada vez que se intentó incorporar la radio, televisión o computadora hubo dificultades. —Yo lo que veo es que la radio, la netbook, las películas, están bastante institucionalizadas dentro de la escuela. Pero funcionan con la misma lógica, que es la de las paredes que definen tiempo y espacio. Puede ser que uno dé clases con tiza y pizarrón o esté mostrando videos, un programa de radio o usando Facebook. Hacemos el esfuerzo de hacerlo más atractivo. Pero no se sale de la lógica escolar, que no se define tanto por la tiza y el cuaderno, sino por las paredes que regulan horarios para cumplir y separan el espacio exterior. Y ese espacio-tiempo es lo que entra en conflicto con nuestra manera de vivir. Nuestra relación con el tiempo y el espacio es otra: hoy las redes atraviesan las paredes, y para mí ambas son excluyentes. La lógica de las redes, que supone otros usos del tiempo-espacio, va desmantelando la lógica de las paredes. Tal vez se pueden hacer experiencias de intentar de juntarlas o sacarle tanta jerarquía y que no sea asfixiante. —Eso implica rediseñar toda la escuela, tal como la conocemos… —Yo soluciones no tengo. Y creo que no las tiene nadie. Hay mucha experimentación y probablemente esto va a cambiar porque no se sostiene. Es muy conflictivo lo que está pasando, y sobre todo se hace insoportable porque en el aula el diálogo no se da… Todo el tiempo tratamos de inventar estrategias porque de hecho la situación de clase perdió sentido. Eso no significa que no tenga sentido aprender. Aprender es una de las experiencias más enriquecedoras y que se haya vuelto aburrido es un problema que merece ser pensado. Y ese problema no se soluciona poniendo internet, porque no fue causado por las tecnologías. Lo que pasa es que nuestras subjetividades ya son compatibles con el uso del tiempo y el espacio de las redes. Las redes desactivan las paredes. Al momento en que la red se instala y cada uno hace lo que quiere, la pared deja de servir. Y encima tenemos a los padres que dicen “la escuela es un plomo” o “todo lo