La Torre De Las Mil Puertas

  • October 2019
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  • Words: 82,393
  • Pages: 238
Extraído de: El libro de las Cien Torres.

La Torre de las Mil Puertas

Sandra Viglione. 2007

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La gran Torre de mármol blanco y rosa se levantaba contra el cielo. Blanca... y sin embargo gran parte de su luminosidad había desaparecido. Las ventanas se veían oscurecidas, y ni siquiera en los balcones de más arriba se veía luz. Los cuatro viajeros descendieron de su vehículo, y el más alto encabezó la marcha hacia la gran puerta. Los demás lo siguieron. Un destello opaco en los mármoles de la escalera fue el único signo de reconocimiento que pudieron observar. — Esto no me gusta, — murmuró la mujer, siguiendo al hombre y sacudiendo la cabeza. Y la muchacha avanzó unos pasos más y la tomó afectuosamente por el brazo. — Todo saldrá bien... — dijo con dulzura. — No te preocupes... El más joven de los visitantes los llamó en un susurro. — Miren... — Y señaló hacia arriba. Las aves que volaban en la parte superior giraban ahora en círculos, cada vez más bajos y amplios. Una de ellas lanzó un chillido peculiar. Los habían visto. El hombre se volvió a la puerta disimulando un gesto de fastidio. Cubrió la distancia que lo separaba de ella, y tocó el dorado llamador. La puerta se abrió en silencio. — Qué bueno que hayan venido... Ella no está bien, y ya no sé qué hacer... Dice que quiere verlos... La mujer miró al hombre con inquietud. Pero el hombre se limitó a sacudir la cabeza y encaminarse decidido al interior de la gran Torre.

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Capítulo 1. Los visitantes.

— ¡Di! ¡Levántate! Una mano la sacudió sin misericordia. Diana abrió un ojo y vio a Celina que la llamaba. Gateó bajo la almohada. — ¡Arriba, Di! ¡Ya están llegando! — No me importa. — Dicen que hasta el Dueño de la Torre viene esta vez... Diana se metió más profundamente entre las mantas. — El Dueño... No es cierto... Y además no me interesa... ¡No me importa nada!... — Vamos, Di... Hace semanas que los esperábamos... — No quiero ir... ¡No quiero! Celina suspiró y se alejó un paso. El bulto en la cama se distendió. Diana creía que iba a poder seguir durmiendo. O escondiéndose. Pero Celina no era tan fácil de convencer. Sin hacer ruido sacó la varita y apuntó al bulto. — ¡Gusanos de risa! — ¡Aaahhh! La luz dorada dio en las mantas, y Diana empezó a retorcerse. La colcha se arrugaba como si estuviera siendo tironeada por muchas manos invisibles. Manos invisibles que le hacían cosquillas. — ¡Ay! ¡No! ¡Celina, basta! ¡Páralos! Celina se reía en silencio. Hizo un breve movimiento con su varita, y la colcha y las mantas se detuvieron. Diana se sentó en la cama. — Levántate de una vez, — dijo Celina. — O nos vamos a perder toda la fiesta. Diana la miró seria. — No quiero ir, Celina. De verdad, — dijo, llorosa. — Ya estás levantada, y no estás enferma. Tuviste suficiente siesta, no digas que estás cansada. — No... No es por eso... Diana bajó la vista, para que Celina no la viese lagrimear. La muchacha insistió: — No escucharé más tonterías. Vamos, Di, vístete de una vez...

4 — Pero... Es que... no quiero ir. — ¿Por qué? Celina se acercó y se sentó junto a Diana. Era un par de años mayor que ella, pero por alguna razón seguía ocupándose de los más jóvenes del grupo. Una auténtica representante de la Rama de Tierra. — Es que... — Pensó repetir que no quería ir, pero no hubiera servido de nada. Tampoco decirle que se sentía enferma. Además no era del todo cierto. El brazo de Celina la rodeó, reconfortante. — Tuve un sueño... Tengo un mal presentimiento, Celi. Celina la abrazó. — Sólo estás asustada. Te da miedo el Dueño de la Torre. O que te elijan para acompañar a alguien... Diana se apartó, enojada. ¿A quién le importaba el Dueño de la Torre? Eso lo había inventado Celina para hacerla bajar a la fiesta. Como todos querían ver al Dueño, y se rumoreaba que la Torre estaba cerca... Pero ¿qué querría hacer el Señor de la Torre en un lugar como el Trígono? Cambió de tema. — No digas bobadas, — protestó. — ¿Quién iba a elegirme a mí? Quiero quedarme aquí. Celina la miraba sonriendo a medias comprensiva. — Estás asustada, Di. Te da miedo crecer. Madurar. Ser responsable... Enfrentar a los demás... Pero tendrás que hacerlo, antes o después... — Y agregó, mientras se levantaba: — Vamos a comer. Es una fiesta. Y comenzar el resto de tu vida con el estómago vacío no es buena idea. El salón comedor del Trígono estaba lleno de visitantes. La Reunión de Viajeros de este año se había fundido en una gran reunión de magos. Habían venido brujos y hechiceros de todas partes del mundo. Aquí y allá, conversando en pequeños grupos, los visitantes esperaban al Anciano Mayor. El joven Comites de la Rama de Fuego paseaba entre ellos, saludando a unos y a otros. Diana lo miró con cierta envidia. Él se veía tan cómodo con las personas... Ella hubiera preferido esconderse en el fondo de una cueva. Y no salir nunca más. Retrocedió un paso, al ver que uno de los visitantes miraba en su dirección, en un vano intento de esconderse tras las cortinas y desaparecer desde allí, pero Celina la tomó del brazo antes que pudiera lograr su objetivo.

5 — Cobarde, — le susurró. Y la arrastró con firmeza hacia su lugar en las mesas... desafortunadamente en medio de la multitud de visitantes, y debajo de las brillantes luces del salón. — La nota de Solana decía que viniésemos aquí. La tercera puerta, — decía una voz de mujer. — ¿Estás seguro que era ésta? — Sí, estoy seguro. Pero Solana es la Dueña de la Torre. ¿No podía arreglar ella sola este asunto? — decía el hombre a su lado. — No, querido. Tenía que atender a tu madre... Diana miró un momento a la pareja de magos. Estaban en uno de los rincones, casi escondidos detrás del estandarte de Zothar. Ella llevaba una túnica azul lavanda, y el cabello recogido en un broche de jazmines. Él estaba de espaldas, envuelto en una capa verde oscuro. Ella la miró vagamente, y Diana vio la llave plateada en su cuello. Pestañeó. ¿Un adorno, o un símbolo de poder? La bruja se llevó la mano al dije como para ocultarlo o protegerlo, y el mago que la acompañaba se volvió. Diana desvió la mirada y se encogió en su asiento. La expresión del hombre la asustó. Por fortuna para Diana, el Anciano Mayor eligió ese momento para hacer su entrada. Era un hombre de mediana edad, totalmente calvo y con pasión por los colores chillones. Hoy lucía francamente espléndido, envuelto como estaba en una túnica de franjas amarillas y violetas. Diana escuchó las exclamaciones ahogadas de más de uno de los invitados. La túnica dorada parecía brillar cuando el hombrecito se movía, e iba cambiando lentamente de color. Los símbolos bordados en el pecho y los puños y las amplias mangas, lo proclamaban como un mago de colores... Y aunque Diana sabía que tenía muchas otras cualidades, también sabía que esa era la que él más apreciaba. El Anciano se dirigió al estrado, en el centro del salón, frente al estandarte del Árbol, y el estandarte se cubrió de hojas y floreció. — Bienvenidos, amigos de tierras lejanas... y no tan lejanas... ¡El Trígono les da la bienvenida! Este iba a ser el cierre de nuestra reunión trienal de Viajeros, pero por una increíble casualidad tenemos todas estas visitas... ¿No es maravilloso? El hombre hablaba fuerte, y movía mucho los brazos. El estrado ante el que él se había parado también empezó a cambiar de color, tornasolándose a la luz de las velas y antorchas. Diana lo miraba fascinada. El Anciano le parecía... alguien especial. Solo al cabo de unos momentos se dio cuenta que el estrado también estaba cubriéndose de flores como el árbol del estandarte. Y que las flores iban cambiando de color al mismo

6 ritmo alocado de la túnica del Anciano. Sonrió. Y el viejo mago miró alrededor y continuó su discurso: — El Trígono les desea una deliciosa estadía, y los invitamos a quedarse y a participar en nuestra selección de juegos de invierno, hasta la Fiesta de la Puerta... Tenemos un torneo de patín en el lago, se han preparado dos cacerías de tesoros y una de fantasmas en las alas desocupadas... Tenemos un encuentro de juegos de mesa... y diecisiete maquetas para practicar exploración en miniatura... Y creo que alguien preparó... Alguien tosió detrás de él, y el Anciano se volvió. El Comites de la Rama de Oro y la de la Rama de Cobre se le acercaban con un pergamino. — Ah, sí... Organización... ¡Organización! No seríamos nada sin ella... — dijo el risueño Anciano, tomando el rollo y sacudiéndolo alegremente. El rollo se deshizo en una multitud de mariposas amarillentas que volaron hacia los invitados. — Me encanta este hombre... ¿Dijo cacerías de fantasmas? — escuchó Diana. Era la bruja que le había llamado la atención hacía unos momentos. El mago que la acompañaba le susurró algo, y ella se rió. — Sí, tienes razón. ¿El Comites de la Rama de Oro es el Ma...? ¿Es Aurum? Las voces se perdieron de nuevo. ¿Es que esta mujer no conocía a los líderes del Trígono? Bueno, si eran extranjeros... Pero él parecía enterado de todo. Diana arriesgó otra mirada en su dirección, y lo vio sonriéndole a ella y tendiéndole una de las mariposas de papel. Notó que él también llevaba una llave en el cuello. Pero esta no era una llave de plata como la de ella. La de él era una llave de marfil, labrada con muchas puntas, y con una gema verde en el centro, que brillaba como un ojo. ¿Por qué seguía escuchando sus voces, si estaban tan lejos? Sin saber por qué se estremeció, y desvió la mirada. Cuando volvió a observarlos, la mujer le mostraba algo que había en el papel al hombre, y él sacudía la cabeza, el ceño fruncido. Parecía pensar que algo no andaba bien. La mujer se rió y le tomó el brazo. Se inclinó hacia él y le susurró algo. Pero Diana no pudo seguir observándolos. En ese momento alguien le tocaba el brazo, y un murmullo azorado inundaba el salón. Las puertas se abrieron, silenciosas, y una brisa más fría que el aire del comedor hizo danzar las llamas de las velas. Alguien hacía su entrada.

7 Absolutamente todos los que estaban en el salón se volvieron a mirar al recién llegado. El hombre, alto y de aspecto bastante siniestro parecía esparcir frío y sombras a cada paso que daba. Su capucha oscura ocultaba parcialmente su rostro, y su capa caía, larga, hasta el suelo. Un ligero vaho subía en tenues volutas blancas desde el suelo que la tela había tocado, y permanecía allí, retorciéndose perezoso a espaldas del hombre. Parecía vapor de hielo. Diana lo miró, igual que todos, presa del temor y de la curiosidad, y no pudo sustraerse a su mirada. El hombre parecía ir registrando a cada uno de los presentes con un vistazo para descartarlos después. Cuando la oscurecida capucha pasó de largo, Diana soltó el aire. Se sintió de pronto abandonada, invadida por una curiosa mezcla de alivio y tristeza. Miró al hombre, y el hombre se detuvo frente al Anciano Mayor. — Hechicero Kethor, Señor de las Tres Ramas del Árbol, Anciano Mayor del Trígono, — saludó, formal. Su voz retumbó en el amplio salón, vibrando en los cristales de las altas ventanas. Su magia hacía temblar al castillo entero. — Hechicero Djarod, Señor de la Torre, — respondió el Anciano. Pero algo de la alegría en su voz, y del brillo en su persona se había apagado. Diana percibió también un oscurecimiento en el aire, como si algo prohibido emanara del Dueño de la Torre, y contuvo la respiración. Así que este era el Señor de la Torre... Realmente había creído que eran historias de Celina para hacerla bajar. — He decidido hacer uso de la tregua, Anciano Mayor, — decía el Hechicero. — Y solicito tu permiso para entrevistar a los habitantes del Trígono. — ¿Quieres entrevistar a los aprendices, Djarod? — preguntó el Comites del Fuego, Aurum. No parecía amedrentado por el oscuro hechicero. Y sin duda no parecía en absoluto complacido. Diana tampoco. Sintió que el frío subía y bajaba por su espalda y tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse. Vio a Djarod volverse hacia el profesor. — No. No es eso lo que he dicho, Aurum. Quiero entrevistar a todos los habitantes de este lugar... Aprendices y maestros... Incluso Comites. — Su sonrisa era siniestra. — ¿Y para qué harías algo así, Djarod? — preguntó el Anciano Mayor, algo recuperado de la sorpresa, ahora que el poder de Djarod iba en otra dirección. A Diana la cabeza le daba vueltas. La atención del Dueño de la Torre se volvió de nuevo hacia el Anciano y volvió a aplastarlo. — Debo elegir un Sucesor entre mis aprendices, — dijo tranquilamente. — Y sabes que no tengo ninguno.

8 — Djarod tú mismo lo decidiste así. Es una pena que no hayas querido compartir tu poder y conocimientos con nadie más, — dijo Minh, la Comites de la Rama de Tierra. Ella también retrocedió un paso, pálida, cuando el hechicero volcó su atención sobre ella. La tercera de los Comites se adelantó. — Está bien, Dueño de la Torre. Hemos escuchado tu solicitud. Lo discutiremos. En una semana a partir de hoy tendrás nuestra respuesta. Si es afirmativa, podrás empezar tus entrevistas en la Puerta del Invierno. Djarod se volvió a la Comites de la Rama de Plata, pero la hechicera, una anciana pálida de cabello plateado, lo enfrentó sin dar muestras de temor. El impresionante hechizo de Djarod no tenía efecto sobre Argéntea. Se conocían demasiado bien. Los poderes chocaron, y la luz vaciló un poco. Djarod la dejó ir con una mueca. La Dama de Agua ya conocía suficiente oscuridad de la Puerta de Zothar, y él no iba a asustarla con un hechizo tan sencillo. Diana los observaba desde su sitio, como todos los demás. Cuando Argéntea hizo retroceder el hechizo de Djarod, sintió que las cosas se volvían a enfocar por un segundo. La sensación de irrealidad se disipó, y ella pudo verlo bien. El Dueño no era tan mayor como les había hecho creer. Tendría... unos diez años más que ella. Había creído que el Dueño de la Torre era un anciano. Si había estado allí por... ¿Cuánto? No, no podía ser. Diana miró a su alrededor, como quien busca un punto de referencia. ¿Ochenta, o cien años? El último Dueño de la Torre había muerto hacía mucho tiempo en verdad, y este Djarod la mantenía cerrada y vacía. Nunca había tomado aprendices... en años y años que llevaba allá. Pero se decía que las torres conservaban a sus habitantes jóvenes, sin importar cuánto tiempo estuvieran allá. Sí, era un anciano, después de todo. Diana se sonrojó, confusa, pensando que el hombre que estaba viendo, que parecía apenas mayor que ella, tal vez tenía cien o ciento cincuenta años... El hechizo volvió a oscurecer su percepción. Vio al misterioso y joven Dueño de la Torre inclinarse educadamente ante el Anciano Mayor y los tres Comites, y retirarse con paso elegante. Las volutas de vapor blanco de su capa permanecieron unos momentos más, disipándose como a desgana. Diana se estremeció, sintiéndose perturbada. Nada bueno podía salir de esto. La Torre... La Torre no era como el Trígono. La fiesta se había reanudado hacía un rato.

9 El Anciano Mayor, algo amoscado después de la visita del Dueño de la Torre explicó que las mariposas de pergamino habían asignado a cada visitante un aprendiz que le serviría de guía y anfitrión durante su estadía. Después de la cena, podrían buscarse mutuamente, y tal vez recorrer el castillo... el Anciano siguió hablando por un largo rato, y sólo se detuvo cuando alguien conjuró la cena sobre las mesas. — Ah, la cena... ¡Al fin! Creí que nunca la traerían... — dijo, olvidando que era él quien debía hacerlo. — Bueno, mis invitados, creo que eso es todo... Podemos cenar y luego... ¡Ah, qué bien huele esto!... ¿Querida, me pasas esa salsa? Y el discurso se había perdido sin llegar a terminar. La bruja de los jazmines y su acompañante estaban en una de las mesas más alejadas. Sin embargo, Diana no podía dejar de darse vuelta y espiarlos. — ¿Qué te pasa, Di? — Beryl... Es que... me ponen nerviosa los extraños, — dijo, ocultando como pudo su turbación. ¿Por qué seguía escuchando las voces de estos brujos si estaban casi en el otro extremo del salón? — No tienes por qué... — La muchacha le sonrió. Aparentemente, Beryl no había notado nada anormal. — Verás... Me han comentado que los profesores han seleccionado a los estudiantes del pergamino. Muchos de nosotros no estamos anotados... Estoy segura que no te pusieron en esa lista... Ni a mí tampoco. La cara de Diana era de franco alivio. Beryl sonrió, atribuyéndolo al secreto que acababa de compartir. — ¿Cómo te enteras de esas cosas? — cuchicheó Diana. — Me lo dijo Celina, tonta. Si quieres saber algo de lo que pasa aquí, solo pregúntale a la ayudante de Dherok... Diana se rió. El despistado Entrenador de Viajeros siempre se las arreglaba para enterarse de todo. Y su ayudante también. Y después de todo, si ella no estaba en la lista... no había nada que temer. El pájaro negro que había visto en su sueño no significaba nada... aunque girase en círculos alrededor de una torre. — No sé por qué no me lo dijo a mí. Sabe que estas cosas me ponen nerviosa. Beryl se encogió de hombros. Diana era demasiado tímida con las personas, pensó. Era una lástima, porque era una chica inteligente, y muy capaz. Pero ahora se veía un poco más tranquila. Al menos parecía capaz de cenar. Al cabo de un rato estaba

10 comiendo y bromeando como todos los demás, olvidada de todos los extraños visitantes que llenaban el comedor. — ¿Por qué estamos aquí? — protestó el mago de verde, mirando a la bruja de capa color lavanda, la misma de los jazmines. — Solana dijo que el problema era aquí... ahora. — ¿Y cómo puede saber eso ella? — resopló él. — Es la nueva Dueña de la Torre. Tu madre le dio las Llaves. — Sí, pero... — Ya basta, Vann. A ti te hubiera gustado quedarte con todas las llaves, pero sabes que no puede ser así. Tú tienes tu propio lugar. El mago hizo un gesto de fastidio. — No me lo repitas, no soy tonto. — No. Eres insoportablemente celoso. — ¿Qué? — El mago se volvió bruscamente hacia su compañera. — Que estás celoso. De ella, de Siddar... De todos los que tienen algo de tu madre. — No digas tonterías. Y hablando de nuestro amigo emplumado... ¿por qué no está él aquí? ¿Acaso no es el Segundo? La bruja suspiró y miró a su alrededor, como si estuviera buscando a alguien con la mirada. Sacudió la cabeza. Al parecer la persona que ella buscaba no estaba aquí. — Solana no le dijo nada de lo de tu madre. Está de luna de miel y queremos que se quede ahí... — ¿Queremos? — Sí, lo queremos. Él y Crystal han pasado por suficientes dificultades; es hora de que se tomen un descanso... — ¿Ellos? ¿Y qué hay de nosotros, Cassandra? — dijo él tomándola por el brazo. Ella se liberó con una pequeña sacudida. — ¡Sh! No me llames así. Aquí y ahora soy Drassy. Y tú, Vann. No queremos perturbar a nadie. El mago de verde resopló. — ¿Y tú crees que nadie se dará cuenta? Aurum Ayri puede ser solo un joven profesor, recientemente nombrado Comites, pero sigue siendo Aurum. El mismo Aurum

11 que conocemos. Y no te acerques a Argéntea... Las sombras de Zothar no te protegerán de ella. Además, los mismos Tres te delatarán apenas pongas un pie en el Interior. — Ya pensaremos en algo. Por ahora tenemos que localizar a tu madre y a tu padre, y cuidar que no les pase nada. — ¿Y por qué supones que les va a pasar algo, Ca... Drassy? La bruja se encogió de hombros. — Solana vio algo en los espejos. Los de la Torre, los que yo no puedo usar... Algo cambió aquí. Algo que enfermó a Adjanara. No sé si cambió solo o fue cambiado por alguien... Pero tenemos que encontrarlo y repararlo... El mago de verde sacudió la cabeza y suspiró. — Solo yo pude haberme casado con una mujer así. Estás a punto de alterar toda nuestra historia, tal vez logres que yo nunca nazca... Ni tus hijos... Y vas tan campante. La bruja de azul le sonrió y le tomó la mano. El hombre la miró. — Es precisamente por eso que te casaste conmigo, te lo recuerdo... — le susurró con una sonrisa traviesa. — Para poder controlar lo que hago... En medio de la reunión, en el comedor del mismísimo Trígono, donde se conocerían y casarían ochenta años más tarde, Javan Fara besó a Cassandra Troy.

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Capítulo 2. El Comites Aurum.

— ¡Ada Mellow! — llamó la bruja de azul. Diana se dio la vuelta sobresaltada. La mujer sonreía, mirándola directamente a ella, y sacudiendo su mariposa de papel. Diana se acercó lentamente a la pareja. — ¿Eres Ada Mellow? — Sí, pero yo... yo no... — ¿Hay algún problema? El Comites de la Rama de Oro se había acercado al grupo. Apoyó la mano en el hombro de Diana y miró interrogante a la bruja de azul. El mago que la acompañaba avanzó un paso, tendiendo la mano. — Vann Dimor, de los Jardines del Yermo. Y ella es mi esposa Drassy. La bruja sonrió y estrechó la mano que le tendían. — La mariposa de papel nos ha asignado a esta señorita, — dijo. Diana vio que el Comites fruncía el ceño. La bruja le tendió el pedazo de pergamino, y Aurum lo miró al trasluz. Asintió con un gesto de extrañeza. La mariposa no estaba adulterada, y sin duda era su propia letra. Ada Mellow. Diana. — Es cierto. Bien, pero temo que nuestra Diana no estará disponible para atenderlos, de manera que con mucho gusto... — Oh, no necesitamos mucho, — dijo la mujer con una sonrisa que abarcó tanto a la asustada muchacha como al desconfiado mago. — En este momento solo necesitamos que nos indiquen nuestras habitaciones para ir a descansar. Diana miró al profesor, interrogante. Aurum le palmeó el hombro. — De acuerdo, yo los llevaré. Diana, querida... ¿Puedes traer al profesor Dherok aquí? Les encantará conocerlo. Es nuestro Entrenador de Viajeros. Drassy sonrió ampliamente. ¿Conocer a Dherok, de joven? Eso sería todo un descubrimiento. Pero Vann se acercó, rígido a ella. — ¿Por qué supone usted que queremos conocer a un Entrenador de Viajeros? — dijo fríamente. El profesor Aurum levantó la cabeza. Sus ojos centellearon con sorpresa fingida. — ¿No son Viajeros?

13 — Sí, pero de otra clase, —dijo ella con calma. — Ve, querida. Tal vez podamos hablar después. Si sigues siendo nuestra anfitriona, te prometo que no te daremos mucho trabajo... Vann la miró con el ceño fruncido, como si no esperara que ella dijera algo así. Drassy lo ignoró. Diana se alejó del grupo. — Ma... Comites Ayri. Presumo que usted preferirá hablarnos a solas... ¿Vamos a un lugar más... privado? Como Drassy había imaginado, Aurum los llevó a lo que en el futuro sería el despacho de la Comites Gertrudis Yigg. Drassy se preguntó por un momento dónde estaría ella ahora, y luego cayó en la cuenta de que Gertrudis probablemente todavía no había nacido siquiera. Estaban demasiado lejos de casa. El despacho estaba casi vacío, comparado con lo que sería el de ella en el futuro. Drassy se instaló en la silla que solía ocupar y miró al profesor sentarse en la silla de Gertrudis. Sonrió. — Bien. Es hora del interrogatorio. Dispare, profesor... Aurum la miró algo confundido. — ¿Por qué cree que la voy a interrogar, señora Dimor? Drassy siguió sonriendo. — Por la manera como me mira, Comites. He pasado por esto muchas veces antes. Dígame ¿qué le preocupa? — Diana. Ada Mellow, su anfitriona. Expresamente le pedí a la Comites Minh que la retirara de las listas de anfitriones. — ¿Por qué? — preguntó ahora Vann levantando las cejas con curiosidad. — Timidez. Es un caso realmente grave. No soporta el contacto con extraños. — No puedo creerlo, —murmuró Drassy. Se volvió a Vann. — ¿Sabías algo de esto? El hombre sacudió la cabeza. — ¿Por qué habría de saber usted algo de esto? —preguntó Aurum, mirándolos fijamente. Ella vaciló. — Le dije que somos una clase diferente de Viajeros. No venimos de la Frontera. — La Frontera. No viene de ahí, pero la conoce. Señores Dimor... Nadie vive en los Jardines del Yermo. De hecho no son jardines. ¿De donde vienen?

14 Drassy sonrió vagamente. Vann mostró los dientes. — Realmente venimos del Yermo. Y, — agregó levantando la mano para detener la interrupción de Aurum, — allá, entre las tierras del Hafno y las Colinas Azules de los Dro hay varias familias de exiliados. Y jardines. O al menos, lo que queda de ellos. Drassy asintió vivamente. Era cierto. Ellos no venían de este momento, pero habían pasado los tres últimos meses en la Torre, que Solana había instalado en el Yermo, cerca de la casa de Drovar. Y ella era quien había restaurado los Jardines. Casi nadie mencionaba ya que el Yermo había estado desierto por años y años... en los tiempos de la Serpiente; ahora todos los llamaban Jardines del Yermo. Había sido un desliz. Pero ellos sabían que los Huz se habían ocultado en el Yermo al menos por doscientos años, hasta que la Serpiente descubrió a Lanara. Aunque para eso faltaban muchos años todavía. Les había parecido una buena locación, un antecedente verosímil, cuando inventaron sus identidades para este viaje. Drassy imaginó que Aurum sabía de los Huz escondidos allá cuando lo vio entrecerrar los ojos y mirarlos de nuevo por sobre las puntas unidas de sus dedos. — ¿Conoce a los exiliados del Yermo, no es así? — preguntó ella. La expresión de Aurum permaneció impenetrable. — Sí, a algunos, — admitió al cabo de unos momentos. — Pero eso no explica por qué su esposo debería saber algo de Diana. — No podemos decirlo, — dijo Vann antes de que Drassy pudiera decir algo. Ella apretó los labios. Aurum miró a Vann, y Drassy notó el poder que se acumulaba en torno a él. Se preparaba para interrogarlos de la otra forma. Se sorprendió. El Maestro nunca lo hacía así con los extraños. Pensó si debía decir algo, pero Vann estaba preparado. En ese momento, el joven Comites no había alcanzado la plenitud de su poder, a diferencia de Vann. El hechicero no tuvo ninguna dificultad para inmovilizarlo y reducirlo. Drassy resopló. — No hagas eso, Vann, — protestó. — Necesitamos su ayuda. — No lo creo. No tiene nada que ver con el Trígono. — Pero sí con tu madre. Ahora fue Vann el que resopló y dejó ir a Aurum. — Eres poderoso, hechicero, — dijo el Comites, sin levantarse. Vann hizo una mueca. — Me enseñaron bien.

15 Drassy soltó una risita. El mismo Aurum lo había hecho... O lo haría, en el futuro. El joven Comites no volvió a intentarlo, ni lo intentaría más. — Aún así, debo preguntar. ¿Para qué quieren a Diana? — Diana. ¿No Adjanara? — ¿Adjanara? — No, Ca... Drassy. Ella recibirá ese nombre con... Con los otros poderes. Cuando se case... y cuando tome su herencia. Drassy se hundió en la silla, y miró a su esposo. — No entiendo. ¿Por qué Solana nos envió aquí entonces? — Es lo que te he estado diciendo desde que llegamos. — Disculpen, — interrumpió Aurum. — Pero, ¿qué es lo que buscan exactamente? Drassy miró a Vann, y él asintió ligeramente. Ella suspiró. — Tenemos un problema, en el lugar de donde venimos. Algo que se originó aquí, y que tal vez tiene que ver con Adja... con Diana. — O con Djarod. Drassy se volvió a Vann. — ¿Él? ¿Te parece que él...? — No lo sé. — Me parece que el Dueño de la Torre es lo suficientemente mayor y poderoso como para salvarse a sí mismo, — dijo Aurum con cierto fastidio. — Pero Diana... — Diana debe ser protegida. Pero no de la manera que usted piensa. Ella no llegará a ser lo que debe ser, si sigue permitiéndole que se esconda detrás de usted. Aurum la miró boquiabierto; y Vann sonreía divertido. Ella jamás se hubiera atrevido a hablarle así al Anciano Mayor. Sin embargo, el joven Comites sacudió la cabeza. — No puedo evitarlo. Ella es... especial. Drassy asintió enfáticamente. — Por supuesto que lo es... Ella será... — ¡Cassandra! Ella calló de golpe y enrojeció. — No me llames así, Vann. Habíamos acordado... — No adelantar información del futuro. Reglas de la profesora Dragón. Ahora, haz el favor, y no cometas indiscreciones.

16 — Lo siento. Tienes razón... — Y Drassy se volvió de nuevo a Aurum. — Si hablamos demasiado, nuestro presente no será su futuro... — Entonces, ¿vienen del futuro? Drassy se encogió de hombros. — Es bastante más complicado que eso. Había un pasado que se convirtió en nuestro presente. De alguna manera, alguien volvió atrás y alteró ese pasado... para convertirlo en este presente suyo... u otro cualquiera. Cada una de esas posibilidades conduce a un hilo diferente de la historia... y no necesariamente el nuestro. Si no reparamos el daño, no existiremos. — Yo no existiré. Tú sí. — Pero no como la Gua... Como lo que soy. — Ella se tocó significativamente uno de los collares que llevaba al cuello. — Y puedes olvidarte de nuestros hijos. Por un momento pareció que él iba a decir algo, pero se contuvo. Ella se volvió a Aurum. — Diana es... Será su madre. Si todo sale como esperamos. — Su madre... — repitió Aurum sin aliento, volviendo a examinarlos con la mirada. — ¿De dónde vienen? Drassy sonrió. — No de dónde. De cuándo. De su futuro. Uno de los muchos futuros que se abren ante ustedes... Y el único para nosotros. Por favor, Comites... No queremos hacerle daño a nadie... En ese momento llamaron a la puerta. — Pase. Para sorpresa de Drassy, el que llamaba era un joven y lúcido profesor Dherok. El mago los miró con curiosidad y sonrió. — Permiso, disculpen. Comites... ¿Me habías mandado llamar? Porque tengo que... Javan se había levantado casi de un salto cuando vio Dherok. — Profesor... — empezó a saludar Drassy. — Es el Vigía. Dherok se volvió a Vann, que lo enfrentaba con el ceño fruncido. De pronto, Aurum también se había levantado, tenso. — Diana, querida, espera afuera.

17 Tanto Dherok como Aurum se habían interpuesto entre Drassy y Vann y la puerta... o Diana. La muchacha los miró con cara de susto, y salió, cerrando la puerta tras ella. — ¿Qué fue lo que dijo, caballero? — preguntó Dherok con lentitud. — Dije que usted es el Vigía. Drassy lo miró entrecerrando los ojos. Y de pronto reconoció el destello verde en sus ojos. — Guau... — murmuró. — Tienes razón. Él es el Vigía... — Y su sonrisa se hizo más amplia. — No lo entiendo. ¿Es que del momento que ustedes vienen eso no es un secreto? — Lo es... Pero no para nosotros. Yo fui Vigía hasta que nos casamos... Igual que le sucederá a usted, profesor Dherok. Y luego entrené a mi sucesor. Dherok le clavó una mirada especuladora. — Yo creí que los Vigías eran siempre de Zothar... — dijo Drassy. — No, no siempre. Han habido Vigías en las Tres Ramas... él también será Vigía un tiempo, — dijo Vann, señalando a Aurum. — ¿Yo? No, no lo creo... — Cuando lo pierda todo, y antes de que su vida vuelva a tener sentido otra vez. Casi doce años, me han dicho... Aurum se dejó caer en su asiento, pálido. Drassy lo miró con una débil sonrisa. En este momento, el poderoso Anciano Mayor del Trígono no era más que un profesor muy joven... apenas un muchacho. Y ahora se veía bastante perturbado. — Lo siento. Pero todos tenemos momentos así en nuestra vida... Y el Vigía no puede tener más objeto en la vida que el bienestar del Trígono. Aurum sacudió la cabeza. — Lo entiendo, pero aún así... Dherok, ¿qué piensas? Drassy y Vann se pararon lado a lado frente al Vigía, y le permitieron examinarlos. Dherok los miró unos momentos y se rascó la cabeza. — No lo sé, Aurum. Hay... Luces y sombras. Deja que decidan los Tres. Drassy se acercó un poco más a Vann, y él le apretó la mano. ¿Qué harían los Tres si eran convocados aquí y ahora? ¿Era ella la Guardiana, o no lo era? No, no lo era todavía. ¿La reconocerían igual los Tres? Con algo de aprehensión vio a Aurum sacar su

18 Vara. Notó que las alas blancas del extremo no estaban desplegadas aún, pero la piedra de poder brillaba, clara. — Saquen sus varas, — pidió. Drassy miró a Vann y él asintió. Ella se llevó la mano al cabello y lo soltó. El broche de jazmines se transformó en su mano en la varita torneada de colores. Vann, por su parte sacó su varita negra. La giró un poco, y la vara creció en sus manos. Ya sobrepasaba su hombro. Drassy la miró, orgullosa. Ella había visto crecer esa Vara, pensó. Habían crecido juntos; ella, su esposo... y sus Varas. La cabeza de serpiente ya no tenía los ojos verdes, pero sostenía en su boca el Corazón, la Piedra Blanca que ella le había dado. Debajo, el Rubí de la Sombra de Alhemma, y en él, claro y brillante, el símbolo del Clan Fara. A la altura de la mano, las alas del fénix, el regalo de Kathara, hecho de plumas de ornitorrinco azul, y ribeteadas con oro y plata. Y en el pie, la sombra del la Llave Menor de Adjanara, que ahora en este viaje, Vann llevaba al cuello. Tanto Dherok como Aurum miraron la Vara con admiración. — Es... una gran Vara, hechicero. — Es el trabajo de toda una vida. Le dije que había tenido excelentes maestros. Aurum lo miró a los ojos unos momentos, pero no hizo preguntas. Por su parte, Dherok sacó su varita. Drassy jamás había visto la Vara de Dherok al descubierto, ni en el pasado ni en el futuro. Después de todo, había conocido al mago cuando era ya un anciano entrenador de Viajeros a punto de retirarse. Miró su Vara con curiosidad. Era extraña, cualquier cosa menos recta, y en cada una de sus singulares curvas aparecía la sombra o la imagen de algún objeto. Algunos eran artefactos forasteros. Otros, parecían figuras y cuerpos geométricos. Drassy sonrió. Sin duda, los trofeos de cada Vara tenían que ver con las cosas que los magos valoraban más. ¿Sería esa cosa cuadrada de la curva izquierda un control remoto? No consideró oportuno preguntar, pero en el tetraedro que coronaba la Vara, brillaba una enorme esmeralda, y a ésta sí la reconoció: el Ojo del Vigía. Aurum y Dherok unieron sus varas, y la luz verde de la esmeralda bañó las varas de Vann y Drassy. La varita torneada respondió con un remolino de color, y su forma fluctuó ligeramente. Por un segundo pareció crecer para convertirse en un cetro, y casi de inmediato, la ilusión se desvaneció. Era tan solo la varita torneada de cuatro colores de una bruja común. Tanto Dherok como Aurum la miraron frunciendo el ceño. — ¿Qué crees, Aurum? ¿Llamamos al Anciano?

19 Aurum volvió a su asiento y se dejó caer en él. — No lo sé. Hay poderes ocultos aquí. No nos han dicho ni la mitad de lo que saben... o de lo que son. — El joven Comites miró a Drassy con los ojos entrecerrados. — Y sin embargo... Creo que no intentarán hacer daño a nadie en este lugar... Pero debo advertirles: los estaremos vigilando. Drassy sonrió, y Vann hizo una mueca. — No esperaba menos, —dijo él. —¿Qué hay de Diana? — Eso ya es más delicado... Ella es muy tímida. Drassy asintió. — Creo que necesita ayuda... Vann la miró con media sonrisa disimulada en la cara. Drassy continuó: — Creo que deberíamos ayudarla a salir del cascarón. Estoy segura que puedo hacer algo, pero... — ¿Después de lo que le hiciste a Kendaros? — dijo Vann sin poder contenerse más. — ¿Veinte centímetros de Vara en solo un semestre? Y solo era tu primer año aquí... — ¿Es usted maestra o criadora de Varas? — preguntó Dherok mirándola con atención mezclada con sorpresa. — No, no necesariamente. He colaborado en algunas... Pero Kendaros... — Ella se volvió a Vann. — Él tenía lo que se necesitaba. Pero, Vann, tú sabes que Diana es diferente. Vann asintió, pero Aurum se inclinó hacia ella. — ¿Diferente por qué? Admito que es una chica especial, pero... Drassy lo miró. — Ella no aprenderá aquí. Lo hará en la Torre. Necesita algo que la sacuda hasta la raíz... y la eche a volar. — La Torre... — repitió Aurum sin poder creerlo. Y luego asintió con lentitud. — Bien, estoy de acuerdo con usted... Ella es especial, aunque la Torre... Me parece demasiado. — El joven Comites detuvo con un gesto la protesta de Drassy y la interrupción de Dherok. — Por ahora permitiré que ella sea su anfitriona. Por ahora. Pero estaré atento. Si la presionan demasiado... — No la molestaremos mucho. En realidad... Creo que no necesitamos guía en este lugar, ¿verdad? Y tenemos otro asunto que investigar... — Djarod.

20 Vann hizo un gesto de disgusto. — Sí. ¿Cómo...? — Ustedes dijeron que el problema podía ser Diana o Djarod. — ¿Qué quieren con el Dueño de la Torre? — preguntó Dherok con curiosidad. Drassy meneó la cabeza sin contestar. — Por ahora solo vigilarlo, — dijo Vann. — Es una suerte que haya elegido este momento para entrevistar aprendices. Dherok meneó la cabeza. — ¿Saben? No creo que haya sido casualidad. — Yo tampoco, — dijo Drassy. — Es curioso que nos hayan enviado precisamente aquí. Vann soltó un gruñido. — De todas maneras... — dijo. — De todas maneras podemos continuar esta conversación después. Tenemos que darle la mala noticia a Diana, — interrumpió Drassy. En realidad, prefería discutir los detalles a solas con Vann. Aurum era un hombre que le inspiraba confianza, pero... este joven Comites no era todavía el Anciano Mayor a quien ella hubiera deseado pedir consejo. Aurum, por su parte, asintió lentamente. Estos visitantes lo desconcertaban un poco. Él también necesitaba pensar sobre todo el asunto a solas. — Tiene razón. Bien, señores... Los acompañaremos a sus habitaciones. Diana estaba en la puerta, todavía esperando. Por alguna extraña razón, algunos fragmentos de conversación habían llegado a su mente, ya que no a sus oídos. Más temprano en la cena, habían sido comentarios sueltos. Volvió a preguntarse por qué. ¿Por qué seguía escuchando en su cabeza la profunda voz del mago de verde y las contagiosas risitas de su esposa? Ahora pensaba, y escuchaba... la Frontera, el Vigía... Luces y sombras... Que decidan los Tres. Su curiosidad se había despertado. Los estaremos vigilando. ¿Quiénes eran estos viajeros? — Diana, querida... Diana salió de su ensimismamiento con un sobresalto. El profesor Aurum estaba allí, en la puerta. Su expresión era ligeramente culpable. — Tendré que pedirte que te ocupes de nuestras visitas. No quedan más anfitriones que puedan hacerse cargo.

21 Diana se estremeció, y asintió, pálida y seria. No esperaba otra cosa, y la cálida sonrisa de la bruja de la capa azul no la reconfortó.

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Capítulo 3. Las Pequeñas Hadas.

Diana se despertó y sonrió a la luz del sol que entraba por la ventana. Y de pronto todo el extraño asunto volvió a su memoria. La sonrisa se esfumó. Se levantó de mala gana. — Qué cara tenemos hoy, — murmuró Beryl al verla. Diana le hizo una mueca y le lanzó uno de los almohadones del sofá. — Dijiste que a algunos no nos habían puesto en la lista de anfitriones, — replicó con los brazos en jarras, mientras la otra esquivaba el almohadón. — Es cierto, — dijo la muchacha encogiéndose de hombros y levantando el almohadón. — Yo tampoco tengo a nadie. ¿Quieres venir al lago esta tarde? — No puedo. Yo sí tengo que hacer de guía, — dijo ella de mal humor. Beryl la miró con sorpresa. El almohadón y su posible vuelo de regreso quedó olvidado. — Pero Celina dijo... — Pues, hubo un error. — ¿Qué cosa dije yo? ¿Y por qué estás tan gruñona hoy? Celina había entrado a la salita que comunicaba los cuatro dormitorios. La última habitación estaba vacía esta semana, porque Milena se había marchado a ver a su familia. — No estoy gruñona. Estoy de mal humor, — dijo Diana, dándole la espalda. Celina levantó la varita. — Y si me lanzas gusanos de risa otra vez, los hago rebotar en ti. Y no los voy a quitar. Celina se rió y bajó la varita. — Bueno, está bien. Cuéntanos que te pasa. — ¿Pasarme? Nada... Casi nada... Tengo que hacer de guía para dos brujos de afuera. ¡Si no me pasa nada! Ahora fue Celina la que la miró perpleja. — Pero el profesor Dherok me dijo que... — Que yo no estaba en las listas. Sí, muchas gracias. — Bueno, tal vez podamos turnarnos, Beryl y yo... Y no tendrás que ocuparte de ellos. Podemos ir a ver al Comites Aurum y...

23 — No lo creo. Él me dijo que me hiciera cargo. Celina la miró un momento y luego miró a Beryl. Beryl se encogió de hombros y fue a sentarse junto a Diana. Celina se sentó del otro lado. — Ya lo solucionaremos. ¿Te sientes bien? Diana suspiró. — Sí. Pero sabes que el problema empezará cuando esté frente a ellos. — Qué lástima que no podamos transformarnos... — suspiró la chica. Celina levantó la cabeza. Beryl sí podía hacerlo. Y era muy buena en eso. Pero seguramente pensaba que esa no era la mejor manera de ayudar a Diana. No, la pequeña bruja debía crecer. Solo podían ofrecerle apoyo moral. Celina miró a Beryl un momento por sobre la cabeza de Diana, y asintió en silencio. Estaba de acuerdo, y guardaría el secreto. — Vamos abajo. No puede ser tan malo, después de todo. — ¿Y si sí lo es? — preguntó Diana con voz débil. — Entonces apuremos el trago, — dijo Celina con tranquilidad. — Estaremos cerca por si nos necesitas. Drassy y Vann estaban en el comedor, de nuevo con Aurum. Diana se acercó a ellos con aire de resignación, y Drassy le hizo lugar junto a ellos en la mesa. — Hola, cariño. Pensé que ya habrías comido... o que preferirías desayunar con tus amigos. — Eh... Sí, si no me necesitan... Drassy la miró apenas. Su deseo de huir era casi audible. — Ve tranquila... podemos hablar después. Diana se alejó aliviada. — ¿Por qué hizo eso? Drassy miró a Aurum y levantó una ceja. — ¿Hacer qué? ¿Dejarla comer? — Arruinarle el desayuno. Está en un estado de nervios calamitoso. Drassy meneó la cabeza. — No puedo aliviárselo todavía. Primero tiene que conocerme. Vann soltó un suspiro. — Pobre Diana... ¿Y cuál es tu plan, si se puede preguntar?

24 — Tú puedes preguntar lo que quieras... Lo que no significa que yo te lo conteste, — le dijo ella, pícara. — C’ssie... Ella hizo un gesto con la mano, y él se la retuvo. La miró. — No lo sé. Había pensado en la Torre de Inga, o llevarla de picnic a la Cascada... Tú dijiste que ella era una bruja de aire, ¿no? — Sí, pero eso fue antes de que conociera a mi padre. Drassy levantó las cejas y sonrió. — Estamos antes de que ella conozca a tu padre. Y dijiste que Djarod... — Es un mago de tierra. Lo es. Aurum los miraba intrigado. — Disculpen... ¿Qué quieren decir con que el Dueño de la Torre es un mago de tierra? Sus habilidades... — Djarod se dedica principalmente a la cría de... animales. A veces trabaja con cruzas... híbridos... — Nadie sabe lo que el Dueño de la Torre hace en la Torre, — observó Aurum. — Sólo los que han estado en la Torre. Comites, en verdad no debemos hablar de ello... Aurum los volvió a mirar e hizo un gesto de impotencia. — Lo siento, tienen razón. Pero nadie sabe a qué se dedica Djarod exactamente. Desde que el antiguo Dueño de la Torre lo nombró sucesor, él ha ido despojando a la Torre de sus aprendices... Todos ellos han sido expulsados, tarde o temprano. — Y suponen que se dedica a algo tan oscuro e inconfesable que por eso no puede ser compartido con nadie, — completó Vann. Había un toque de ironía en su voz, que no pasó desapercibido para Drassy. — ¿A qué se dedicaba Djarod en su juventud, Vann? — Ya te lo dije. Criaba animales. — Javan... — El tono era mitad coqueta advertencia y mitad súplica. Aurum vio al hombre, hechicero poderoso, rendirse otra vez a la mirada de esta mujercita risueña, habladora e infantil. — Djarod trabaja en cruzas de criaturas de los dos lados. Siempre hizo lo mismo, hasta el día de su muerte. Y nunca, Cassie, escúchalo bien, nunca se metió con la magia oscura. Si mal no recuerdo, está trabajando con Hikiris en este momento. O tal vez todavía no terminó con los Glubs. Estuvo cerca de veinte años trabajando con ellos.

25 Luego trabajó con Magmas, con Nieblas... con todas las criaturas de dos elementos. Y las de tres. Tuvo una época en la que intentaba modificar los pájaros de fuego para que pudieran sobrevivir a la luz del día. Tal vez esté en eso todavía. — Un romántico como tú. Vann la miró con media sonrisa. — No te recomiendo que se lo digas en la cara. No te tendrá tanta paciencia como yo. — Pero lo es... Ustedes siempre están buscando la manera de proteger a las criaturas que nadie más aprecia. Vann se encogió de hombros. — Que nadie las aprecie no quita todas las buenas cualidades que tienen. La Rama Oscura es parte del Árbol, tanto como las otras. Drassy sonrió, y reclinó la cabeza en el hombro de Vann por un segundo. Él la miró y cambió de tema. — Y entonces... ¿Qué harás con Diana hoy? Drassy se enderezó con un suspiro. — No estoy segura. Me parece pronto para Inga... Y la Cascada de los unicornios... prefiero hablar primero con Nero. Él debe saber lo que conviene más. Me gustaría algo más... inocente. — ¿Inocente? ¿Contigo? La meterás de cabeza en las Grietas del Viento, o la zambullirás en... ¿Qué pasa? ¿Qué dije? La cara de Drassy brillaba de excitación. — Las Grietas... Vann, eres un genio... ¿Has visto los jardines de Ingelyn? — Sí, pero... — No hay Flores de Ilusión. — Cassandra... Las Ilusión demoran entre cincuenta y ochenta años en... — Y de pronto Vann abrió grandes los ojos. — Nooo... ¿Vas a...? — Voy a sembrarlas hoy, así las podré encontrar en los lugares que Andrei y Siddar me enseñaron... me enseñarán, dentro de ochenta años o algo así... Vann sacudió la cabeza, pero mientras lo hacía sonreía. La miró levantarse y dirigirse a la mesa donde Diana intentaba terminar el desayuno. — Bueno, ¿estás lista? Diana levantó la cabeza, sorprendida, y de pronto su expresión fue de susto.

26 — S-sí... Estoy lista, — dijo con un hilo de voz. Beryl estaba a su lado, y ella podía sentir la mano de la amiga en la suya, pero aún así... El estómago se le había convertido en piedra. La bruja de pie junto a ella pareció no darse cuenta. — Tengo que ir a buscar unas hierbas al risco, allá... — y señaló las colinas detrás del castillo. — Supongo que no te molestará acompañarme. Mi esposo se quedará en la biblioteca... y cuando él hace eso es el hombre más aburrido del mundo. Puede pasarse semanas ahí... — Pero, señora... No hay hierbas en el risco, — interrumpió Beryl. Diana le dio un ligero codazo. Drassy miró a la muchacha, y notó la corriente de afecto que unía a las dos chicas. Aire y Agua. Y aunque se dio cuenta que faltaba alguien más, la tercera muchacha, quienquiera que fuese Tierra, todavía no estaba aquí. Ni Fuego. — ¿No hay? ¿Cuándo fuiste por última vez? Necesito Flores de Ilusión, y por lo que sé, sólo las Pequeñas Hadas las cultivan... — ¿Flores de Ilusión? — ¿¡Las Pequeñas Hadas!? — repitió Beryl con los ojos brillantes. Ella nunca las había visto; en el Interior, no, porque nunca había entrado, ni afuera, porque habitaban lugares bastante apartados... como las colinas del norte. La bruja le sonrió. — Tengo una idea. Vayamos las tres... Creo que si me permiten reducirlas un poco las puedo llevar a las dos juntas... — Yo... Yo no creo que... — tartamudeó Diana. Pero ni Drassy ni Beryl le prestaron atención. Drassy ya había sacado la varita de entre su cabello, y Diana vio, no sin susto como el mundo crecía a su alrededor. Escuchó a la bruja decir: — Suban en mi espalda, pero no me tiren de las plumas... Me da cosquillas... Y Diana vio que la mujer levantaba los brazos y se transformaba en una enorme águila blanca. El miedo desapareció de golpe, y con Beryl, treparon de un salto en la espalda de la bruja. Desde la puerta, Aurum las observaba. Vio a las niñas, reducidas a un tamaño no mayor de diez centímetros, montar en el águila blanca, y al águila levantar vuelo, lenta y majestuosa. Las vio dar unas vueltas sobre los tejados del castillo, y las vio asomarse a la ventana del Anciano Mayor. Un rayo de luz de color las sorprendió desde la ventana,

27 y el águila empezó a revolotear en círculos, bañándose en uno y otro color, gritando de vez en cuando. Miró a Vann, que las observaba con una sonrisa. — Parece que se divierten... — comentó. Vann lo miró y sonrió. — Ella siempre se divierte así. Es su modo de vivir la magia, — dijo. El águila se alejaba ahora, seguida de una estela de luz casi azul. — Es como Scynthé... — suspiró Aurum. Vann no lo miró. Seguía a su esposa con la mirada. — ¿Scynthé? No, no Scynthé. Ella es de Ingelyn. Es una bruja de tierra... Ama todo lo que crece. Y mirándola volar así, hasta a mí se me hace difícil creer que nació forastera. Aurum lo miró perplejo. — ¿Forastera? Vann descartó el asunto con un gesto. — A ella le encanta contar historias. Pregúntele esta noche, y pasará una velada muy agradable. Bien, es hora de que yo también me vaya. — ¿Puedo preguntar qué va a hacer? Vann le dedicó una vaga sonrisa. — Le diría que me reservaré el derecho de responder... Pero eso es algo que le gusta decir a ella. Iré a vigilar a Djarod. Y preferiría que no enviara a nadie tras de mí. Me obligaría a perderlo, o petrificarlo, o arruinaría mi trabajo delatándome. Aurum asintió. — No enviaré a nadie, pero no puedo prometer que no lo seguirán. La Comites de la Rama de Plata... — Argéntea no será fácil de perder, pero ya me las arreglaré. — La conoce. — No era una pregunta sino una afirmación. Vann asintió. — Es una Zothar. No es difícil imaginar lo que hará. — Tenga cuidado. — Siempre lo tengo. No me pasará nada. — No lo decía por eso. Si debo elegir, protegeré primero a los del Trígono. Vann le dedicó una pequeña reverencia. — Créame que si no fuera así, no merecería ni mi respeto ni mi confianza.

28 Cuando Drassy levantó vuelo, sintió que los talones de Diana se afirmaban en sus costados. Si hubiera tenido boca, hubiera sonreído. La chica sabía volar. A la parte más animal de su mente, la invadió un sentimiento de seguridad. Y cuando Diana tiró de las plumas de la derecha, para hacerla virar hacia la ventana de la torre del Anciano Mayor, no pudo ni quiso desobedecer. Jugar en los rayos de luz del Anciano había sido divertido, pero ahora tenía que volar en serio. Sintió la luz que la seguía, y aleteó más fuerte, para darse impulso y tomar velocidad. El vuelo era largo. Pero Drassy ya había cubierto distancias como esa antes. Dio unas vueltas sobre el bosque, como para tomar altura y verlo todo en perspectiva, y vio el humo negro de Vann que volaba hacia la cascada. Iría a vigilar a Djarod, supuso. Voló más arriba, abriendo los círculos, y se lanzó como una flecha hacia las colinas del norte, azuzada por los gritos entusiastas de las muchachas que llevaba en la espalda. El risco en las colinas consistía en una repisa de piedra sumamente angosta. El águila blanca se posó en el borde, y las chicas bajaron y se apoyaron contra la roca. Un poco más allá, unas matas duras y espinosas intentaban desmenuzar la piedra con sus raíces. — No veo hierbas aquí... — dijo Beryl. — Ni Hadas... Drassy recuperó su forma humana, pero mantuvo el tamaño reducido, como el de las niñas. No respondió al comentario. — Nos caeremos si volvemos a nuestro tamaño normal... Además, las Pequeñas Hadas no soportan a la gente grande... — ¿Nos atacarán? — preguntó Beryl. — ¿Dónde están? Drassy sacudió la cabeza. — No, no nos atacarán si mantenemos este tamaño. Además, — agregó mientras movía de nuevo la varita, — si ahora tenemos alas, somos iguales a ellas. Diana ahogó una exclamación al ver las alas tornasoladas, como de libélula, que salían de la espalda de Beryl. Se tocó la propia. — ¿Por qué...? — Somos embajadoras del Trígono. Tenemos que honrar a aquellas a quienes vamos a visitar... Niñas, les pido por favor... Tengan cuidado con lo que dicen y con lo que hacen allá. Cualquier problema, solo ríanse y digan que fue una broma. A las Pequeñas Hadas les gusta mucho reír... y aman las bromas... Ah, y no rechacen nada que

29 ellas les ofrezcan. La hospitalidad es muy importante para ellas. Beban todas las bebidas, y prueben todas las golosinas, y huelan todas las flores... Todo lo que ellas hagan, traten de hacerlo también... No creo que pase nada malo... Mientras hablaba, Drassy había ido rodeando la mata, hasta colocarse entre el áspero tallo y la pared blancuzca. — ¿Adónde vamos? — Ah, aquí. Aquí está la puerta... No se asusten, ríanse de todo, y no tengan miedo. Sean corteses. Y recuerden; las Pequeñas Hadas son sumamente curiosas... Y Drassy les echó una última mirada antes de tocar la pared del risco y abrir la puerta a la maravillosa ciudadela de las Pequeñas Hadas. La cascada de los unicornios estaba sumida en una penumbra dorada. Hacía algo de frío, y Vann se preguntó por qué. Desde que visitaba este lugar en compañía de Drassy, el rincón del agua se había vuelto un lugar cálido y acogedor. Y sin embargo, hoy... Pensó que podía deberse al hecho que la Guardiana no había llegado aún a estos lugares. De hecho, ninguna de las tres Guardianas lo había hecho aún. La mayor de ellas, Alice debía ser apenas un bebé. Y la Serpiente... Mm, no. No tenía idea de qué podía estar haciendo Althenor ahora. O de si era ya Althenor. Por lo que el sabía de la historia de su antiguo enemigo, Althenor podría haber cambiado de cuerpo unas cinco o seis veces, y eso le daba... que según sus cuentas, la Serpiente era mayor que Aurum. Pero... Pero según la historia que Drassy había contado en su primer año en el Trígono, la Serpiente había matado a Alice y descubierto a Lanara de Huz siendo todavía un estudiante. Vann suspiró. No, no sabía qué hacía o dónde estaba su antiguo enemigo. Sólo podía suponer que era a él, el mismo viejo enemigo de siempre, a quien debía enfrentar. Sólo Althenor había encontrado la forma de pasar a través de las puertas del tiempo, y podría haber vuelto atrás para cambiar su pasado. Pero... ¿Y si no era él? Vann miró a su alrededor, confundido. ¡Ojalá supiera a quién enfrentaban! Lo único seguro era que quien fuera tenía a Adjanara por enemiga, porque estaba socavando la misma fuente de su vida. El problema había empezado unos meses atrás, en el verano. Su madre había pasado las Llaves a la nueva Dueña, Solana de las Colinas Azules. Solana había dudado un poco en aceptar. No quería dejar la casa de su marido, el Mago Drovar. Pero, entre Cassandra y Adjanara terminaron por convencerla. La hechicera mudó la Torre al risco, en el límite entre las Colinas Azules y las tierras de Zot, el yermo, aquella estrecha

30 franja abandonada antes de llegar al Hafno. Al mandato de su Vara, y con ayuda de Siddar de la Torre, el yermo volvió a florecer. Vann sabía que desde que los antecesores de Althenor se adueñaran de la Torre de Zot, los jardines se habían marchitado, y la tierra se había transformado en un yermo seco y estéril; y un bosque oscuro y abandonado salvo por un pequeño poblado en el que los Huz se habían ocultado por más de doscientos años. Se estremeció recordando la vez que tuvo que buscar a Drassy en aquellas tierras siniestras y olvidadas. Pero Althenor cayó, y su Vara fue quebrada. Y su Torre se derrumbó en escombros. El yermo permaneció desierto por varios años más. La tierra debía curar sus propias heridas. Vann sabía que Drassy iba de tanto en tanto allá, a veces acompañada por su Rastreador, a veces llevando a Silvestra Florian, a veces acompañada de Joya. Siempre había sospechado que ella buscaba algo, algo que se le escapaba, en aquel yermo; y sólo se tranquilizó cuando Solana se instaló en el oscuro valle y lo hizo florecer. Pero, casi en el mismo momento, su madre enfermó. Mirándolo en retrospectiva, pensó que su madre se había estado sintiendo débil y desganada desde hacía bastante tiempo. Su energía desaparecía, su fuerza se esfumaba. Y un día, ya no quiso salir de su habitación en la Torre. Drassy corrió a su lado, y él, tras Drassy. Sus hijos también fueron. Pero no encontraron la forma de restaurar a la gran Adjanara. Una noche, Drassy y Solana fueron solas a la cima de la Torre. Lugar restringido para la mayoría de las personas. Él mismo, Sombra de la Guardiana, hubiera podido subir, pero prefirió quedarse junto a su madre. Su hija y su hijo estaban con él. Y Kathy levantó la cabeza en cierto momento y pronunció unas palabras extrañas en un idioma desconocido. Desconocido pero familiar; Drassy siempre hacía sus invocaciones más poderosas en ese lenguaje. Y Drassy y Kathy estaban unidas más allá del vínculo normal entre madre e hija. O madrastra e hija. Cassandra volvió sin respuestas, pero Solana permaneció en la cima unos días más. Vann no se sorprendió cuando a su regreso les encomendó que usaran la Llave Menor en la tercera puerta. Solana se había convertido en una hechicera poderosa. La tercera puerta se abrió... y aquí estaban. Por centésima vez desde que llegara al Trígono en la noche anterior, Vann se preguntó qué estaban haciendo en la adolescencia de su madre. El crujido de las ramas que se quiebran al ser pisadas lo sacó de sus cavilaciones. Alguien caminaba en el bosque. Aguzó sus sentidos, medio transformado

31 en una sombra de humo, y no percibió el conocido olor de los centauros, ni el de las otras criaturas del bosque. Y sin embargo... Había algo familiar en las sombras que sus sentidos despertaban en su mente. ¡Crack! Otra vez. Vann completó la transformación, y fue una brisa oscura anidando entre las ramas. El hombre encapuchado caminaba sin tomar demasiadas precauciones. No parecía seguir un rastro muy definido, y Vann sabía que él no había dejado ninguna huella. Pero, tal vez el hombre seguía las huellas de la magia. Lo vio inclinarse hacia el suelo en el lugar en el que él se había detenido unos momentos atrás, y lo escuchó gruñir algo. Pero el hombre se enderezó y continuó hacia la orilla del agua. Junto a la orilla había unas rocas desmoronadas. Las rocas donde se sentaba Drassy cuando iban allí. Vann se estremeció cuando el hombre se sentó precisamente en la roca de ella, de Drassy. Y las hojas a su alrededor se sacudieron. El hombre levantó la cabeza. Era Djarod. — No puedes venir aquí cuando te plazca, hechicero, — dijo una voz burlona debajo del árbol de Vann. — Argéntea. — Djarod. La bruja salió de las sombras bajo los árboles. Era a ella a quien Djarod había seguido, o a quien esperaba. Vann pudo ver la plateada cabellera de la mujer, bajando suelta hasta pasar su cintura. Iba envuelta en una capa muy oscura, pero al llegar al borde del agua la dejó caer. Debajo de la capa, la hechicera llevaba una ligera túnica blanca y verde, casi transparente. Vann vio a Djarod levantarse y hacerle una pequeña reverencia. — Pensé que íbamos a hablar, — dijo. La bruja dejó escapar una risa despectiva. — Tengo mejores cosas que hacer que hablar contigo, Jared Fara. — Vamos, Tea. Nos conocemos hace mucho. La bruja se detuvo en el borde del agua y se volvió a Djarod. — Está bien. ¿Qué quieres de mí? — No mucho. Quiero que intercedas por mí con ellos, Tea. De verdad debo elegir sucesor. Argéntea bajó la cabeza.

32 — El Trígono no te debe nada, Jared. Desde que te fuiste a la Torre, tu vínculo con este lugar quedó cortado. Sabes que a los Tres no les gustan los de la Torre. De ninguna Torre. Djarod hizo un gesto de disgusto. ¿Los Tres o ella? Porque Argéntea tenía sus propias cuentas con las Torres. — ¡Maldición, Tea! ¿Qué querías que hiciera? ¿Que le dejara la Torre a aquellos locos del yermo? Tú viste lo mismo que yo en las Fuentes del Interior. Sabes lo que ellos pueden hacer... Vann vio cómo Argéntea, la poderosa Comites de la Rama de Plata se estremecía. La escuchó responder en voz baja. — Sí, lo sé. Yo también los vi. Pero, Jared... Mi obligación es para con el Trígono. Debo proteger este lugar. Ése es mi primer deber... Djarod sacudió la cabeza. — Necesito un sucesor. Por ochenta y siete años he estado al cuidado de la Torre. He custodiado las puertas secretas, y nadie ha escapado de allí. He guardado los espejos, y nadie, ni nada, ha escapado de allí. He trabajado en secreto, y he expulsado de la Torre a todos aquellos que no han comprendido la misión. Los que venían por el poder, los que no tenían la fuerza... Los ineptos, los cobardes... — Djarod avanzó un paso y tomó las manos de la hechicera. — No queda nadie, Tea, — dijo en un susurro. — Envejeceré y moriré, y la Torre quedará a merced de la Vara de las Tres Serpientes... Y tú sabes lo que sucederá. No quedará nada, ni en el Trígono, ni fuera de él. Argéntea bajó la cabeza y guardó silencio un momento. Y de pronto se enderezó y se separó del hechicero. — Jared... Lo siento, — dijo mirándolo a los ojos. — Mi deber... — Tengo que encontrar a alguien, Tea. Necesito encontrar a alguien. Y si el Trígono no me lo da, tendré que buscarlo en otro lado. Argéntea se irguió, rígida. Djarod se enderezó, y la miró. Por un momento, se midieron el uno al otro, en tensión. Y de pronto, él se aflojó. — Tienes razón, —dijo con voz fría. — No debería estar aquí sin autorización. Nos veremos en la Puerta del Invierno, Comites Argéntea de la Rama de Plata. — Hasta la Puerta, Djarod, Señor de la Torre... Vann vio desde su árbol, cómo el hechicero se desvanecía en un humo oscuro y desaparecía. La bruja miró un momento el sitio que había ocupado el mago, y sacudió la cabeza. Se volvió a la cascada, y Vann la vio ladear la cabeza, como escuchando una

33 llamada que sólo ella podía oír. El mismo gesto que Drassy hacía. Y vio a Argéntea dar uno o dos pasos dentro del agua, y las Gotas de Luna que bajaban en el agua, la envolvían y se la llevaban, convertida en una forma de agua brillante y traslúcida.

34

Capítulo 4. La hospitalidad de Basilisa.

La ciudadela de las Hadas se abría en círculos como los pétalos de una flor. Las casas, de tenues colores, lila o rosa, eran altas, y por la fragancia y la forma como se mecían en la brisa, parecía que realmente estaban construidas con pétalos. En el centro de la ciudadela, una alta torrecilla de cristal simulaba un gigantesco (para las hadas) pistilo, y los centenares de farolas de cristal que bordeaban las calles imitaban las anteras amarillas y doradas. Tanto Diana como Beryl miraban a su alrededor asombradas. Por supuesto, nunca antes habían estado aquí. Luego de dejarlas admirar la ciudadela desde el risco por unos momentos, Drassy les señaló un sendero que bajaba hacia la ciudad. Drassy caminaba, decidida adelante. Guió a las muchachas por las sinuosas callejuelas, a cuyos lados se levantaban paredes rosa, celeste, azules o lila, suaves como pétalos, y con ocasionales orificios, como pequeñas puertas, o mejor, como túneles, que curiosamente parecían mordidas de gusanos en una verdadera flor. Pero todas las puertas estaban hoy cerradas y oscurecidas. — ¿Por qué no hay nadie? — preguntó Beryl al cabo de unas pocas calles. Drassy sonrió. La chica había canturreado con la voz aguda y musical de un Hada. Era lógico; al cabo de unos momentos, la transformación exterior proseguía hacia adentro, tanto más profundamente cuanto más sensible era el sujeto. Era una de las mejores formas de contactar otras especies en el Interior: volverse uno de ellos, por dentro y por fuera. — Mm... No lo sé. Tal vez salieron... — dijo con calma. — Tal vez estén reunidas en la plaza... o fueron a cazar gotas de rocío... Nunca se sabe lo que las Pequeñas Hadas van a hacer... Diana hizo un ruidito. Drassy se volvió a mirarla. — ¿Qué sucede? — Me... me siento rara... — dijo, sonrojándose. Drassy se detuvo y la miró con más atención. — ¿Qué te pasa, corazón? ¿Te sientes enferma?

35 Diana se puso un poco más colorada, y sonrió, algo avergonzada. — Yo... yo... — Quiero ir a ver lo que hay allá, — interrumpió Beryl. Drassy se volvió solo a medias. — Está bien, pero ten cuidado... No toques nada sin permiso... ¡Y cuidado con las alas! — agregó al ver a la muchacha correr para arrastrarse dentro de uno de aquellos curiosos agujeros de gusano. Drassy se volvió a Diana otra vez. La niña se retorcía las manos, y Drassy la miró, preocupada. — ¿Qué te sucede, cariño? ¿Te sientes mal? — No... es que yo... No puedo... no puedo... Y de pronto Drassy cayó en la cuenta. — ¿También quieres ir a ver? ¿Y no aguantas más la curiosidad? Diana asintió, sonrojándose más. Drassy soltó una risita que tintineó en las farolas de cristal. — Pues, ve con Beryl... Las Pequeñas Hadas son curiosas... y tú eres una de ellas ahora. No intentes contener sus instintos, no se puede... Ve y diviértete... Y Drassy vio cómo Diana aleteaba con sus alitas de libélula tras Beryl que se asomaba por otro de los agujeros, un poco más arriba del lugar por donde había entrado. Drassy había seguido a pie por las callejuelas perfumadas por un largo rato, antes que a ella también le empezaran a cosquillear las alas. Sonrió para sí misma. Hacia mucho tiempo que había visitado a Basilisa por primera vez, y todavía recordaba el escozor en su espalda y sus manos. ¡Sí que se había metido en problemas en aquella ocasión! No había dicho nada a las chicas para no preocuparlas, pero las Pequeñas Hadas tenían algunos puntos oscuros en sus vidas y en sus dominios. De todas maneras, eso estaba lejos de aquí, lejos en el espacio y en el tiempo. Y Drassy, al estilo de las hadas, se encogió de hombros y sacudió las alas para desprenderse del polvillo que se le estaba acumulando encima. Luego echó a volar con un revoloteo lento y perezoso por las desiertas y enredadas callejuelas. Vann volaba como un humo oscuro en una dirección cualquiera. Indudablemente había perdido el rastro de Djarod. Se había entretenido demasiado en la cascada, observando a Argéntea. Maldijo para sus adentros. Miró indeciso a su alrededor una vez

36 más y se preguntó qué estaría haciendo Drassy ahora. Esperaba que a ella le estuviera yendo mejor que a él. Si al menos... Dos pájaros negros se cruzaron inesperadamente en su camino. Fuera de estación, fuera de lugar, fuera de los cazaderos... Las cintas rojas en la pata de uno de los pájaros lo marcaban como Cazador de los oscuros. No un simple Rastreador: un asesino. Vann se detuvo. El aire a su alrededor se torneó y arremolinó, y una de las aves volvió la cabeza y lanzó un grito. Vann contuvo un estremecimiento. El pájaro tal vez lo había conocido. O presentido... El hechicero miró alejarse las aves un momento, y se diluyó un poco más en el aire neblinoso. Las nubes tal vez disimularían su esencia. Si lo hacían con Drassy y su perfume de jazmines... Pero Drassy era amiga de Céfiro y del Rey Dragón... Y de Nadie. Vann ahogó un suspiro y alejando todo pensamiento de su esposa, para que las aves cazadoras no pudieran escucharlo, se concentró en seguir a los pájaros negros hacia donde quiera que fuesen. Drassy revoloteaba alrededor de una de las farolas, que en este momento rezumaba miel. La primera vez... La primera vez se había embriagado con la miel de las Hadas y había curioseado por ahí casi hasta el Árbol de los Capullos. Basilisa se enojó con ella, por supuesto. Y todos los Cuidadores. Pero la miel era tan rica... La miel de aquellas farolas se utilizaba para preparar el delicioso licor de risas de las Hadas del Risco... Licor que competía con el licor de sueños de las Hadas del Valle. Pero el valle estaba lejos, y el licor de sueños... te hacía soñar, es cierto, pero también te hacía dormir. Podías estar soñando despierta por días y aún semanas enteras después de una sola copa. El licor de risas era más suave... al menos un poco más... Al cabo de unos momentos de zumbar como una abeja gigante alrededor de las farolas, y de pasar el dedo por algunas de ellas, Drassy logró contenerse lo suficiente como para bajar y concentrarse en buscar a Basilisa. No dudaba que la Madre de las Pequeñas Hadas sería ella. Y si no, sería su madre. Como Pequeña Hada, Drassy no se preocupó demasiado, ni por eso, ni por el hecho que quizá las Pequeñas Hadas quizá no tenían todavía una Madre. Bajó de la dulce farola y rodó por la calle, las alas completamente pegoteadas de miel. — Hola. ¿Qué estás haciendo aquí? — dijo una voz frente a ella. Drassy levantó la cara y miró a la adusta Hada desde el suelo. Por toda respuesta soltó una risita y se lamió los dedos.

37 — ¡No habrás estado comiéndote la miel de las farolas...! — continuó la extraña, los brazos en jarras. Drassy hizo un esfuerzo por concentrarse, y las risitas se alejaron como una brisa por la calle desierta. — Lo... lo lamento. No pude... no pude contenerme... — dijo ella levantándose trabajosamente. Las alas le chorreaban miel ahora. Drassy se volvió a medias y trató de sacudirlas, sin demasiado éxito. Y aunque ni Drassy ni el Hada miraban, las farolas de la calle también empezaban a chorrear un dulce espeso y perfumado. — Maldición... — Hm. No creo que puedas volar por un par de horas. Y eso si consigues lavarte las alas... Mejor ven a casa. No hay nadie en las calles hoy, —dijo el hada, abriendo sus alas y empezando a alejarse. Drassy la miró. — ¡Hey! ¡Espera! No puedo... — Drassy sacudió las alas con fuerza y un par de gotas de miel se desprendieron de su espalda y se estrellaron en las paredes de rosa. La calle empezaba a humedecerse con néctar. La otra se volvió y sonrió. — Apresúrate. La miel empezará a caer en cualquier momento... — dijo señalando las farolas. — Y luego sigue el néctar... ¿No sabes que esta vez evacuaron la ciudadela? Drassy se apresuró tras la Pequeña Hada. — No, recién llegamos... de afuera. ¿Qué es lo que...? — Tenemos otra inundación de miel y de néctar... todos los años tenemos una. Cuando las farolas se ponen amarillas... Drassy pensó que siempre había visto amarillas aquellas farolas. — Ah, — dijo simplemente. — ¿Y...? — Este año las farolas se han puesto amarillas tres veces ya... Lo que significa que el año próximo no habrá cosecha. Eso dicen los viejos manuscritos... Pero, no he podido hacer que las demás me escuchen... Pedí a la reina las sacara de aquí, pero... ¡Hey! Tú no eres como las otras. De pronto, la Pequeña Hada se había detenido y miraba a Drassy con atención. Drassy se detuvo también y miró a la Pequeña Hada con atención. La otra fruncía el ceño. — ¿Quién eres? Drassy levantó las cejas. Las Hadas nunca hacían preguntas tan directas. — Me llamo Drassy... — dijo. La pequeña siguió mirándola. — No soy de aquí. Vengo del Trígono...

38 — Drassy... — repitió el Hada. — Ese no es nombre de Hada... Pero no me parece nombre de bruja, tampoco. — Me llamo Cassandra. Me dicen Drassy... — explicó Drassy. — ¿Cómo te llamas tú? — Basilisa. La sonrisa de Drassy volvió a brillar en su cara. — Ah, entonces era a ti a quien estaba buscando. La Pequeña Hada la miró perpleja. — ¿A mí? ¿Para qué? Solo soy una de las Hadas del Risco... — La más sabia. La Madre de las Pequeñas Hadas... Basilisa la miró unos momentos en suspenso y luego rompió a reír. — Las Pequeñas Hadas no tenemos Madre... Nacemos de capullos de mariposa. En el Árbol de Mariposas... Drassy la miró con una sonrisa. Por supuesto que conocía el Árbol de los Capullos. Si la vez anterior... Después que Basilisa y los Cuidadores le perdonaron la intromisión, le habían permitido pasar bajo el Árbol de las Mariposas, y aún tocar el tronco. Pero eso había sido mucho tiempo atrás... O lo sucedería dentro de muchos años. La confusión le dio cosquillas y volvió a reír. — Si todavía no lo eres, algún día lo serás, — dijo risueña. Y miró a Basilisa con más atención, toda la que su forma de Pequeña Hada le permitía. — Dime... ¿quiénes cuidan del Árbol? ¿Palo y Semilla? Basilisa la miró extrañada. — No sé de qué me estás hablando. ¿Quién eres, que no nos conoces? Drassy la miró unos momentos, confundida, pero un golpe y un chasquido la hicieron saltar. Basilisa saltó hacia arriba, y se asomó por encima de los pétalos de las flores. — ¡Ya viene, date prisa! — ¿Viene qué? ¿Qué estás diciendo, Basilisa? Si es una broma... — ¡Corre! ¡La ola de miel! Drassy intentó agitar las pegoteadas y pesadas alas, pero no pudo elevarse ni un centímetro. — Con las alas así tendrás que correr... — observó Basilisa desde el aire. Y Drassy empezó a correr por las callejuelas de pétalo, guiada por la Pequeña Hada. Pero se detuvo pronto.

39 — ¡Diana! ¡Beryl! ¡Están en las casas de pétalo! — E intentó volver atrás. No llegó muy lejos. Al volver la esquina, vio una enorme ola de miel que ya inundaba la calle que acababa de abandonar, y no podía volver atrás. — ¡Diana! ¡Beryl! — gritó. Basilisa quedó unos momentos en suspenso en el aire, y Drassy se lanzó a la pegajosa ola y se hundió. Los pájaros negros se alejaban hacia el noreste. Vann los siguió con cautela. Las nubes no lo ayudaban. El cielo se aclaraba en esta dirección, y los jirones de neblina empezaban a ralear. El humo oscuro subió en el cielo y se disolvió un poco más en el aire. Vann sabía que era muy peligroso, pero... Observando la dirección que los cazadores habían tomado, lo consideró por demás oportuno. Iban hacia el Yermo. El pantano desierto y grisáceo despedía un olor extraño en el aire del mediodía. Pegajoso, putrefacto. Al sobrevolar la zona pantanosa Vann se sorprendió. Según recordaba de la geografía del lugar, el Yermo se extendía, desierto, hacia el norte, penetrando como una lanza en el Hafno; las antiguas tierras de los cazadores de dragones. Pero antes de llegar a la Torre de Zot, el Yermo aparecía cubierto de un bosque oscuro y espeso. Un bosque antiguo, mohoso, nacido probablemente en lo que fueran tierras pantanosas... Vann detuvo sus pensamientos. Estaban verdaderamente lejos de casa. Era probable que en cincuenta u ochenta años este pantano que ahora sobrevolaba se convirtiera en el siniestro bosque que recordaba. Por ahora, era tan solo un sucio lodazal, podrido a trechos, y aquí y allá un árbol raquítico o un matorral espinoso servía de refugio a los animales. Un chapuzón mientras pasaba le indicó que estaba en lo cierto. Realmente habían animales en el pantano del Yermo. Pero lo que Vann buscaba era la Torre. Si era capaz de encontrar la Torre, encontraría sin duda la Vara de las Serpientes. Y con ella, una respuesta a su problema. ¿Cómo había podido Althenor, o quien quiera que tuviera ahora la Vara, atacar de esa manera a Adjanara la Grande? Con un suspiro apenas disimulado, Vann volvió a elevarse por encima de las neblinas del pantano, en busca del sol y de una pista acerca de dónde se encontraba.

40 La ola de miel había cubierto a la desconocida. Basilisa revoloteó impotente sobre la pegajosa marea que subía por la calle, y que iba cubriendo uno a uno los agujeros de gusano. ¡Los mismos que tanto trabajo le había costado hacer que las otras Hadas aceptaran! En los agujeros de gusano se acumularía la miel limpia, y Basilisa podría embotellarla para el próximo año. La mayoría de las Hadas pensaba que la idea de Basilisa era ridícula, pero los ancianos Cuidadores, Pétalo y Brote, la habían apoyado frente a la reina. Así que la pequeña señora de las Hadas cedió y permitió a Basilisa cavar sus agujeros de gusano. Por un momento la Pequeña Hada pensó que los agujeros de más arriba estaban demasiado altos, y que la miel se secaría en ellos como en túneles de azúcar. Pero la marea subía y subía, y... Y Basilisa se esforzó por encontrar con la mirada a la extraña forastera disfrazada de Hada. Apenas Drassy se zabulló en la miel, se hundió sin remedio. Pensó desesperada que tendría que transformarse en algo más grande para vadear aquel río de jarabe, y encontrar a las niñas, y algo pasó rozándola. Se volvió, forzando la vista en aquel fluido espeso, y vio algo que se movía más allá. Como pudo, casi sin aire, nadó y pataleó hacia la cosa. La forma oscura y movediza se parecía a un pez. Un pez de azúcar en un río de miel. Drassy se acercó y trató de mirarlo más de cerca, pero el animal, o lo que fuera, se escurrió hacia adelante, nadando hacia un orificio oscuro que Drassy reconoció como una de las puertas - agujero que tanto habían llamado la atención de Beryl y Diana. Sin dudarlo demasiado, lo siguió. El agujero parecía una cueva. Se hundía un poco y subía otro poco, y Drassy se encontró de pronto gateando sumergida en miel, por un largo, muy largo túnel. Pronto perdió el sentido de la orientación. Las alas se le raspaban contra el techo y las paredes, y por los tirones en su espalda, adivinó que se le estaban rompiendo. Pero luego de una vuelta de sifón, se encontró en un espacio redondo, completamente limpio, y con varias entradas de gusano, pero una única salida... arriba del todo. Su guía, el pez de miel, había desaparecido. Drassy intentó alcanzar el orificio en el techo, pero no pudo hacerlo. Sus alas ya no servían para volar, ni para nada. — ¡Beryl! ¡Diana! ¿¡Dónde están?!

41 Unos ruiditos suaves llegaron desde alguna parte. Pero el borboteo de la miel que empezaba a inundar la cámara no le permitieron escuchar. — ¡Diana! ¡Beryl! ¡Contesten! El sonido aumentó un poco. — ¡Extraña! La cara de Basilisa asomaba por el orificio superior de la cámara. Pero alguien más volaba con ella. — ¡Es Drassy! ¡Está ahí! Drassy suspiró aliviada. Era la voz de Diana. La cara de la muchacha asomó junto a la de la Pequeña Hada. — ¿Diana? ¿Beryl? ¿Están bien? Una risita fue la respuesta. Y otra cara desplazó a la de Diana del agujero. Drassy sonrió. — Podríamos preguntarte lo mismo, — dijo Beryl. — Pero por lo que se ve, la que está en un apuro eres tú, — dijo Basilisa, volviendo a aparecer. Drassy miró a su alrededor. La miel ya le volvía a cubrir hasta la cintura. Y se encogió de hombros. — Si nadé en miel una vez, supongo que puedo hacerlo de nuevo... — dijo con calma. Las risitas de Diana y de Beryl la reconfortaron. — Pero no creo que sea conveniente. Ayúdenme, chicas... Y guiadas por Basilisa, Diana y Beryl entraron en la cámara y sacaron a Drassy del charco de miel que se estaba formando. Las aves ya no se divisaban. Vann se maldijo por haberse entretenido observando el terreno y especulando acerca de un bosque que todavía no existía. Se levantó en el aire, manchando las nubes de gris, y no logró ver nada. Los hechizos que ocultaban la Torre seguramente ya estaban colocados. No podría entrar sin el permiso del Amo. Y Vann volvió a descender, moviéndose como un viento frío, buscando el antiguo altar de piedra donde los poderes antiguos habían restaurado a Drassy una vez, hacía tanto tiempo.

42 El ave negra estaba posada sobre la Gran Piedra. Vann se detuvo en suspenso, un momento, todavía invisible, sintiéndose atravesado por la mirada del grajo. Las cintas rojas habían desaparecido, pero de alguna manera, Vann tenía la sensación que se trataba de uno de los pájaros que había estado siguiendo. ¡Crak! Vann rodeó el claro del Altar de la Tierra, y la alta hierba se movió a su paso. El ave siguió el movimiento con la mirada. Pero si fuera uno de los cazadores, no podría... no debería estar sobre la Gran Piedra. Althenor nunca había podido acercarse a ella siquiera... ¡Crak! Vann se estremeció. Donde quiera que se detuviera, los ojos del pájaro negro lo seguían. Volvió a rodear la roca, acercándose lentamente hacia el pájaro. ¡Crak! Consideró si debía materializarse y atrapar al ave con algún hechizo adecuado. Estaba a punto de hacerlo, y las hebras de humo negro de la transformación se enredaban ya en las hierbas, cuando el otro pájaro se acercó volando desde algún lugar más al norte. ¡Crak! ¡Crak! El pájaro chasqueó el pico contra la piedra, y gritó un par de veces. Y levantó vuelo, siguiendo al otro pájaro. Vann se quedó un momento en suspenso. Estaba seguro que el grajo lo había mirado a él antes de irse con el otro. Que lo había mirado y le había ordenado que no lo siguiera. La cocina de Basilisa era amplia y luminosa, y en cierta forma recordaba a una gran margarita. Las mesas blancas, todo alrededor, el suelo dorado... Sí, sin duda era una margarita. Diana y Beryl ayudaron a Drassy a sentarse en el lugar que la Pequeña Hada les indicó. — Enseguida te sentirás mejor... — dijo, volviéndose hacia sus cacerolas. Drassy la miró hacer con media sonrisa. Conocía bien la hospitalidad de Basilisa, y sabía que en unos momentos se vería obligada, ella y las niñas, a probar toda clase de golosinas de Hadas. Pero en este momento no importaba. Las chicas estaban bien, y aunque Basilisa creyera que había perdido las alas, eso no era algo de lo que hubiera que preocuparse. A la mayoría de las Hadas las alas les volvían a crecer.

43 — Bueno... Esto servirá... Hay dulce de rosas, rocío de jazmines... miel... aunque creo que ya han tenido suficiente de esa... y bolitas de azúcar, y néctar de narcisos... — Necesitábamos Flores de Ilusión, — dijo Diana de pronto. — En realidad venimos por eso... Y se sonrojó al decirlo. No se había podido contener. Drassy sonrió, y Basilisa se volvió a ella. — ¿Ilusión? — Sé que ustedes las cultivan desde hace mucho, — dijo. — Y en los Jardines de Ingelyn no quedan más. — Hace muchos años que Ingelyn no viene a buscar Flores de Ilusión. — Es que murió hace siglos, — dijo Beryl, bastante perpleja. — ¿Es que no lo sabías? Basilisa la miró algo confundida. Y Drassy soltó una risita que rompió la perplejidad de las muchachas. — No, ella no puede saberlo. Las Pequeñas Hadas viven o muy poco, o muchos, muchos años.... — ¿Cuánto viven las Hadas? Drassy sonrió. — Lo mismo que las mariposas. Pero cada cierto tiempo, nace una con la capacidad de vivir más allá de la vida normal de las Pequeñas Hadas. Puede llegar a vivir muchos siglos... — Esas Hadas son educadas y se convierten en Cuidadores, — dijo Basilisa en voz baja. — Y tú eres una de ellas, Basilisa. Por eso es que has leído los antiguos manuscritos. — Por eso es que la reina no quiere escucharme, — dijo Basilisa frunciendo los labios. — Sólo soy una Cuidadora. Drassy sonrió de nuevo y asintió. — En otros lugares, — dijo lentamente y con cautela, — eso ha llevado a la extinción de las Pequeñas Hadas. Conozco a un clan de ellas que casi murieron en un terremoto. Entonces uno de los Cuidadores se levantó y llevó a los que quedaban a un lugar más seguro. Lo llamaron Padre de las Pequeñas Hadas. Y ya no tuvieron más reinas... Solo un Padre, o una Madre de Pequeñas Hadas.

44 Basilisa la miró con el ceño apenas fruncido. Esta extraña la había llamado Madre de las Pequeñas Hadas a ella. Y ahora le decía... Sacudió la cabeza. No, ella no se sublevaría contra la reina. Por mucho que esa Hada torpe y presumida no quisiera hacerle caso. Ella guardaría las botellas de miel y el año que viene igual tendrían qué comer, aunque las farolas no produjeran néctar ni miel. Ya se las arreglarían. — En cuanto a las Flores de Ilusión... — dijo, cambiando de tema. — Creo que puedo conseguirles algunas cuando las otras regresen... Drassy sacudió la cabeza. La inundación sería grande esta vez, y ella no podía esperar tanto. — Sólo necesitamos unas semillas, — dijo. — No queremos las flores todavía. — Pero, — protestó Beryl, — Las Flores de Ilusión tardan... — De cincuenta a ochenta años de los humanos en florecer. — Y son muy delicadas. Algún año demasiado frío, o seco, o demasiada tristeza en la gente del Trígono, y... — ¿Para qué sirve la Flor de Ilusión? — preguntó Diana de repente, algo recuperada de la turbación que le causaba su atrevimiento. — Combate algunas malas sensaciones. La desazón, la desilusión, la tristeza... — El miedo, — completó Basilisa. — ¿Es por eso que la buscas? Drassy se volvió hacia el Hada con sorpresa. — ¿Por qué lo dices? Basilisa se limitó a hacer una mueca y pasar a Drassy una sartén plateada, que brillaba como un espejo. — No creas que solo las brujas pueden ver hacia adelante. Algunas de las Hadas también podemos hacer magia. Drassy miró a Basilisa y Basilisa asintió. — Mira, Drassy, forastera en la ciudadela de las Hadas. Mira y busca tus respuestas... En el espejo plateado del fondo de la sartén, empezó a oscurecerse la forma de una Torre, y unos pájaros negros volaban en círculos a su alrededor.

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Capítulo 5. Alergia.

Era muy tarde en la tarde cuando el águila blanca entró por las ventanas abiertas del comedor del Trígono. El Comites de la Rama de Oro estaba allí, y miró al ave como si ha hubiera estado esperando. A su lado, esperaba Vann. Drassy se transformó junto a su esposo, y volvió a las niñas a su tamaño normal. Cada una de ellas llevaba el cabello trenzado con infinidad de florcitas amarillas muy delicadas, al igual que Drassy. Basilisa las había trenzado ella misma con sus deditos de Hada. La bruja empezó a destrenzar las flores y a quitarlas una a una. — ¡Niñas! ¡Quédense quietas! — ¿Y? ¿Cómo les fue? — preguntó el Comites. Las chicas estallaron en risas, y empezaron a hablar a la vez, sin poder contenerse más. Drassy las miró con una sonrisa, mientras seguía deshaciendo las trenzas. Ni Beryl ni Diana parecían darse cuenta que ya no estaban en el jardín de las Pequeñas Hadas, ni en la cocina de Basilisa. Hablaban como ellas, moviendo los brazos, interrumpiéndose una a la otra, y riendo cada dos o tres palabras. A Drassy le estaba costando mucho rescatar las flores. — Drassy... — dijo Vann. — Ya conoces la hospitalidad de Basilisa. El licor estaba muy fuerte, eso es todo... Ellas... Están algo intoxicadas todavía. Demasiadas gotas de jazmín y bolitas de azúcar... — ¡Niñas! No habrán bebido de ese licor, espero... — Pero mientras el Comites Aurum miraba y trataba de escuchar el relato de las chicas, que tiraban cada una de un brazo, como si fueran niñas pequeñas, Vann se volvió a Drassy.— No habrás bebido tú... Tu alergia... — Solo tomé un trago. Sabes cómo se pone Basilisa cuando no aceptas su hospitalidad. Y me dio una botella de licor de risas para esta noche... para nosotros... — Pero, Drassy... No puedes beber de eso... — Tengo un poco de comezón, nada más. Y podemos compartirlo. Sabes que ella siempre sabe si uno se toma o no su bebida. — ¿De qué bebida habla, señora Dimor?

46 — Llámeme Drassy, Comites. Basilisa, la futura madre de las Pequeñas Hadas me regaló una botella de licor de risas recién destilado... Después que me sacó de la inundación de miel. ¿Por qué no viene con su esposa, y lo bebemos entre los cuatro? Soy un poco alérgica al licor de las Hadas, y cuanto más comparta y menos beba será mejor... Drassy notó que el Comites se había sonrojado. — ¿Qué sucede? — No soy casado. — Ah, pensé que ya... Bueno, traiga entonces a su novia. Podemos... El profesor enrojeció todavía más. Drassy levantó las cejas. — Bueno, — murmuró, despreocupada. — Todavía no... No importa. He casado a tantos muchachos, que uno más no me hará daño. Rick, y Pierre... y Andrei, y Siddar... Hasta tú, — agregó volviéndose hacia su propio esposo. — Ya le encontraremos a alguien adecuado... — ¡Drassy! El Comites estaba casi púrpura ahora. Vann la miraba con el ceño fruncido. — Lo... Lo siento. Es el licor... Soy algo alérgica, y me hace decir cosas... Drassy empezó a rascarse los antebrazos uno contra otro. — Déjame ver... — ordenó Vann. — Diablos... Los antebrazos de Drassy estaban rojos, y empezaban a mostrar unas extrañas excrecencias. Ella se los miró con una expresión de curiosidad que recordaba mucho a la actitud de un Hada. El efecto de la transformación todavía no se había disipado. — ¿Qué será esta vez? ¿Tentáculos, te parece? Vann la palpó con cuidado, y frunció la nariz. — Escamas. De nuevo. ¿Cuándo aprenderás a no beber de los potajes de Basilisa? Drassy se encogió de hombros, y soltó una risita cantarina apenas un tono mas grave que la de un Hada. Beryl y Diana la miraron y rompieron a reír. — Sabes que no podemos evitarlo... ¿Qué hay de esta noche? ¿Vendrá, Comites? Porque tenemos que acabarnos el licor antes de que Basilisa se entere y me queme todas las Flores de Ilusión que trajimos... La última vez Joya las escupió con veneno, y... — Discúlpeme, —dijo Vann de pronto. — Tengo que limpiarla de los efectos secundarios de la transformación...

47 Y sin previa advertencia, levantó a Drassy en vilo y se la llevó del comedor ante la mirada sorprendida de Aurum. A la mañana siguiente, los golpes en la puerta no se hicieron esperar. Drassy no había bajado a desayunar con Diana, como había prometido la tarde anterior en la cocina de Basilisa. Había prometido contarles a las chicas la historia de las Pequeñas Hadas del risco y las Flores de Ilusión, y después iban a ir al bosque a sembrarlas. Sin embargo, no había aparecido. Así que después de esperarla un buen rato, las muchachas se decidieron, o más bien, Beryl se decidió, y Diana la siguió escaleras arriba, a las habitaciones de huéspedes. — Ah, son ustedes, — dijo Vann al verlas en la puerta. — Pasen. Drassy está enferma... Pero no es contagioso, no teman. Drassy estaba en la cama, cubierta con mantas hasta el mentón. Abrió los ojos a medias e intentó sonreír. — Ay, cuánto lo siento... Temo que no podremos ir al bosque, o a ninguna parte hoy... — Como estás, sólo podrías ir al fondo del lago... Si pareces un pez recién sacado del agua... — gruñó Vann, desapareciendo en la habitación contigua. — No se preocupen, él es así de gruñón... Esperen, les daré un chocolate caliente... — Y Drassy saco uno de los brazos de debajo de las mantas y tanteó en busca de la varita que estaba, como de costumbre, sosteniendo su cabello. Su mano estaba medio cubierta de pequeñas escamas rojas y negras. — ¿Siempre llevas la varita allí? — preguntó Beryl. Drassy se encogió de hombros, o al menos lo intentó. El movimiento de las mantas fue extraño, sinuoso. — Casi... Me resulta más cómodo... Normalmente tengo demasiadas cosas en los bolsillos... A ver... Drassy sacudió la varita con una mano deformada y enrojecida, y dos tazas aparecieron delante de las chicas. — Despacio... Pruébenlo primero... Estoy casi segura que... Diana trató de reprimir el gesto de asco, pero no pudo. Beryl se estremeció. — ¿Está mal, verdad? — dijo Drassy desde la cama. — ¡Vann! ¡Está pasando otra vez! Vann se asomó con el ceño fruncido.

48 — ¿Qué pasa? — El chocolate... Sabe mal... ¿Pescado, no? — Beryl asintió apartando la taza. — ¿Podrías...? — ¿Podrías no intentar hacer más magia hasta que se te pase? — dijo Vann de mal humor. Y sacudió su varita negra en dirección a las muchachas. — Prueben ahora. Si quieren más azúcar, hay en la mesita del té. Cassandra, quédate quieta. Estoy ocupado, y preferiría que no me interrumpieras. Ella le sonrió débilmente desde la almohada, y escondió el brazo bajo las mantas otra vez. Él se fue, meneando la cabeza. — ¿Por qué está tan enojado contigo? — No está enojado... ¿Más azúcar? El azucarero... — Está perfecto. Nunca había probado un chocolate mejor que éste... — Se parece al que hace mi madre... — dijo Diana. — Nadie sabe hacerlo igual. Drassy sonrió. — La madre de Vann lo hace así... Es una receta de familia, creo... — ¿Qué es lo que te pasó, Drassy? — interrumpió Beryl. Diana calló de pronto, atenta. — Estabas bien después de la inundación... — Mm. No, no fue por la miel... En realidad no es nada importante. Soy alérgica a las pociones de las Pequeñas Hadas. Y el licor de risas que tomamos ayer... Diana frunció el ceño. — ¿Qué te hace? Porque no estás hinchada, ni estornudas, ni nada parecido... Drassy sonrió. — No, no es una alergia de las forasteras... ¡Ojalá fuera eso! Esta alergia me transforma. Es decir, descontrola mi magia... Y hace que me transforme en otra cosa. La última vez me salieron tentáculos... Creo. Vann ¿no recuerdas qué...? — ¡No! — fue la respuesta ladrada desde la habitación contigua. — ¿Y por qué está enojado él? — susurró Beryl, mientras Diana miraba a la puerta entrecerrada con los ojos agrandados por el susto. — Porque él ya me lo ha advertido muchas veces antes... — Te lo dije un millón de veces, que no bebas de las pociones de Basilisa... Ni de las de ninguna de sus hijas... — Pero Vann... La puerta se terminó de cerrar con un golpe. Drassy sonrió, e intentó encogerse de hombros.

49 — Bueno, pero díganme ustedes... — ¿Y en qué te estás transformando? — preguntó Diana. Drassy sacó de nuevo el brazo fuera de las mantas y lo descubrió. Estaba medio lleno de escamas, mucho más grandes y oscuras que las de la mano, y la piel bajo ellas se veía muy roja. — Parece que es o salamandra, o sirena roja... Todavía no lo sé. Vann está tratando de averiguarlo, pero hasta que no lo sepamos, no podemos hacer nada para invertirlo... Casi siempre la transformación me dura unos tres días... Lo cual significa que no podré hacer mi parte del trabajo que tenemos aquí antes de la Puerta... — ¿Podemos ayudarte en algo? Drassy sonrió, abarcándolas a ambas con la mirada. — No, no lo creo... ¿Por qué no escalan la torre de los vientos, en el ala norte; o participan por mí en una cacería de fantasmas?... O lo que sea que hayan planeado para las vacaciones. No se preocupen por mí, estaré bien... — Mm. Sí, está bien. Si no necesitas nada... — dijo Diana vagamente. Y las chicas se marcharon. Vann se asomó a la puerta media hora más tarde. — ¿Ya se fueron? ¿Estás bien? Drassy abrió los ojos. — Ah, me había dormido... Esto me agota... y tengo mucha sed... — Mm. Sí, eso supuse. Déjame ver... Detén esto, por favor... Y Vann puso una hoja de papel evidentemente arrancada de un libro en la deforme mano de Drassy. La hoja estalló en llamas. Vann retrocedió un paso y arrancó las mantas de la cama. — Estás chamuscándolo todo. — Pero tengo sed... Mucha sed, Vann... ¿Qué es esta vez? — Creo que hikiri. ¡Ojalá estuviera Andrei aquí! Seguramente él lo sabría con certeza... — Hikiri... ¿Viste la cara del Maestro cuando las mencionaste? ¡Y a los Glubs! Nunca pensé que él hubiera sido tan... quisquilloso en su juventud... Vann se permitió una sonrisa. — Todos tenemos que vivir un poco antes de ampliar nuestros horizontes... Y en cuanto a ti...

50 — Sobreviviré... — No pensaba en eso. Los Tres deben ser tan quisquillosos ahora como el Maestro. No sé si tolerarán una hikiri de Guardiana... — Entonces habrá que detener la transformación antes se que se complete. ¿A quién podemos pedir ayuda aquí y ahora? ¿Nakhira? Vann hizo un gesto de franco disgusto, y sacudió la cabeza. — ¿Nero? ¿Ara? — ¿Sabes? No los he visto desde que llegamos. Y me extraña bastante que el Señor del Bosque no se haya presentado todavía... — Bueno... Faltan muchos años todavía para nuestro tiempo... Tal vez no están todavía por aquí... ¿Y Gaspar? Drassy se refería a Gaspar Ryujin, el Ryujin, el rey dragón. — Todavía no te conoce. Drassy hizo un gesto de disgusto. — Las Esporinas. — ¡No! Y además no estamos en luna llena. — ¿Entonces, quién? — Mm... No lo sé. Drassy guardó silencio unos momentos, y se volvió a remover en la cama, incómoda. — Tengo sed... — murmuró al cabo de un rato. Vann la miró a medias compasivo. — Está bien... Espera un poco... Y Vann movió la varita, murmurando unas palabras en voz baja. La cama de Drassy se transformó en una pecera poco profunda, y Drassy se hundió en el agua con un ligero siseo. El agua borboteó, y ella completó la transformación con un suspiro de alivio. — Ah... — ¿Percibes a los Tres? — preguntó Vann, inquieto, vigilando las paredes y la puerta. Drassy se recostó en el fondo de la pecera, llameando suavemente desde un cuerpo de serpiente. Vann se volvió a ella. — ¿No puedes hablar? Las llamas de Drassy subieron un poco y volvieron a bajar.

51 — Sí, claro que puedo... Pero preferiría descansar un poco... Ven aquí... Conmigo... La voz era apenas un susurro. Vann la miró un momento más. Y murmuró, en dirección a la puerta: — Levántate, muro de silencio... Era media tarde, y Drassy descansaba en el fondo de su pecera. Ya no se sentía incómoda. Desde que completara adrede la transformación que había empezado espontáneamente con el licor de las hadas, se había sentido mejor. La sed había desaparecido, y ya no chamuscaba las mantas con su fiebre. Vann había salido hacia el mediodía. Luego de alguna insistencia por parte de ella, le había contado a Drassy la conversación que había escuchado entre Djarod y Argéntea. Pero no le había contado acerca de los cazadores de cintas rojas y su infructuosa persecución. Por su parte, Drassy había dudado si debía relatarle lo que había visto en la sartén de Basilisa. La Torre oscura, perfilándose contra el horizonte; las aves volando en círculos a su alrededor... Por unos momentos pensó que podía tratarse de la Torre de Adjanara, y que las aves podían ser los amigos de Siddar. Pero las aves le daban una sensación de peligro que ella no podía ignorar. Sí, lo había pensado bastante antes de contárselo a Vann, pero al fin lo había hecho. La torre se erguía oscura en las imágenes que le había traído la Pequeña Hada; oscura y amenazadora. Las aves volaban más y más bajo cada vez. Drassy vio que se acercaban a recibir a alguien, una forma encapuchada que se dirigía a la entrada principal, y sin saber por qué, pensó en Djarod. Pero no se trataba del hechicero de la Torre. El encapuchado sacó una Vara con tres serpientes y con ella abrió la puerta de la siniestra Torre. Las luces empezaron a brillar en las ventanas. Ella y Vann habían discutido largo rato el significado de la visión. Vann suponía que gran parte de ella reflejaba la desconfianza que Djarod le provocaba a Drassy. Y a todos los demás. Nadie conocía muy bien al hechicero, y hasta que se casara, nadie lo conocería muy bien, suponía. Y para tranquilizarla, había sugerido no dejar de vigilarlo. Sin embargo, Drassy se inclinaba a pensar que el problema que habían venido a solucionar estaba más relacionado con Diana que con el huraño mago. La timidez de la muchacha había empezado a ceder cuando tomó la forma de Pequeña Hada. Eso sí había sido afortunado. Aún si la chica se hubiera rebelado, el poder de los instintos del Hada habrían sido más fuertes. Pero no había sido así. Drassy sonrió. Estaba frente a un

52 caso de fácil solución. Y si ese era el único problema... En cuanto a las visiones de la sartén de Basilisa, pues... Tal vez reflejaba alguno de sus miedos, como decía Vann. Después de todo, habían venido aquí pensando combatir a la Serpiente, o algún enemigo de talla similar. Si la Vara todavía estaba suelta... Pero, eso no preocupaba a Drassy ahora. Ella había visto quebrarse la Vara, y no la temía. Las Tres Serpientes ya no tenían poder sobre ellos. Ahora, hundida profundamente en el agua tibia, ella repasaba las imágenes que su esposo había traído directamente a su mente. Argéntea salía del agua. Los Cristales de Luna se retiraban, y el agua se veía curiosamente oscurecida. Vann estaba en las sombras del borde del claro, con la capa de Argéntea en las manos. Drassy admiró la figura de la anciana hechicera, su aura de poder, todavía reflejando las luces de plata de los Cristales de Luna, y su vestido transparente y mojado. — ¿Jared? No. ¿Quién está ahí? — Mi nombre es Vann. Vann Dimor... La anciana lo miró un segundo más, y avanzó unos pasos en dirección a su capa. — Eso no es cierto, — dijo. Vann le tendió la prenda y se encogió de hombros. — Lo es en este momento. La hechicera lo miró a los ojos. — ¿Qué deseas de mí..., Djavan...? ¿¡Fara!? A pesar de verse sorprendida, la bruja lo miraba de tal manera que Vann encontraba imposible separar la vista de sus ojos. — ¿Eres pariente de Djarod? No... No lo puedes ocultar... Tienes fuerza, Djavan, pero no puedes ocultarte de mí... Responde. Vann se limitó a levantar su escudo mental, y expulsarla de su mente. La bruja continuó mirándolo, con media sonrisa en la cara, siempre presionándolo para saber lo que pensaba. — ¿Vas a seguir haciendo eso? — preguntó Vann finalmente. — Sólo hasta que tus respuestas me satisfagan. ¿Quién eres? ¿Qué quieres de nosotros? ¿Del Trígono? Vann reprimió un par de imágenes que saltaron a su mente. Sin embargo, Argéntea sonrió.

53 — Alguien está enfermo, tal vez muriendo... ¿Quién? Ahora le tocó a Vann sonreír. Le diría lo que quisiera. Y callaría todo lo demás. — Mi madre. Se puede decir que he venido a buscar una cura para ella. Argéntea se encogió de hombros. — Estás hablando con la Comites equivocada. Minh es la que guarda la Rama de los Curadores. Vann hizo una mueca. Una Zothar. — Lo sé, pero Minh no puede ayudarme en esto. Ni tú. Ni Aurum. Ni Kethor. — Entonces ¿qué buscas aquí? — Ya te lo dije. Una cura. — ¿Y bien? — Debes convencer a los Tres para que permitan a Djarod tomar un aprendiz de aquí. Argéntea lo miró. — ¿Por qué? — El futuro depende de ello. — Tienes mi atención. Continúa. Drassy había sentido la mueca de Vann cuando respondió. Contó a la Comites de la Rama de Plata lo que había sucedido, tratando de no entrar en demasiados detalles. Argéntea lo dejó hablar sin hacer demasiadas preguntas. No le dijo nada de Diana, y ella no preguntó. — ¿Y? ¿La convenciste, al final? — preguntó Drassy, enroscándose alrededor de su marido. Vann empezó a transformarse también para que ella no lo quemara. — Mm, — hizo Vann. — Me dijo que lo pensaría. Ya conoces a los de Zothar. Ella no admitirá que está preocupada... — No le dijiste que nosotros quebramos la Vara de las Tres Cabezas... — No ¿Para qué? El que nosotros lo hayamos vencido no tiene validez en este momento... Al menos para ellos. — Pero podría haberla convencido de que la nuestra es la línea que deben tomar... Vann suspiró, cubriéndose de llamas azules. Drassy se acercó más. — Tal vez... Pero Argéntea querrá cometer sus propios errores, igual que lo hicimos nosotros.

54 Drassy se estremeció, y sus llamas rojizas bajaron un poco. Él se enroscó alrededor de ella, formando un nudo de anillos de serpiente. — No te preocupes... — dijo finalmente. — Todo saldrá bien... Drassy no respondió. Ahora, a la media tarde, Drassy estaba sola en su pecera. Intentó regresar a la forma humana, y no pudo. Cayó de nuevo al agua, salpicando un poco. — Al menos podría haberme dejado ir al lago... Quizá Xanara ya está ahí... Los golpes en la puerta la hicieron dejar de quejarse. — ¿Quién es? No estoy visible... Y no puedo ir a abrir... — Soy... Soy Diana... ¿Puedo...? Cassandra hizo un esfuerzo para recuperar la forma de su mano, y ordenarle a la puerta que se abriera. La puerta se abrió, pero ella volvió a caer al agua. Diana entró a la habitación. — ¡Ah! ¿Dónde está Drassy? ¿Qué hiciste con ella? — Sólo veía una enorme pecera semitransparente, con una serpiente enorme reptando lentamente en ella. — Soy Drassy. Diana observó con atención a la serpiente cubierta de llamas que tenía delante. Se acercó con cautela, caminando de costado y sin apartar la vista de las llamas rojas. — ¿De verdad eres tú? La hikiri asintió con la cabeza. — ¿En qué te convertiste? — Hikiri. Criatura de fuego y agua... Una de las criaturas de la otra Rama. Dos elementos... Nadie aprecia a las criaturas de dos elementos... Drassy hablaba en un tono bajo y sibilante. Diana se acercó más a la pared de cristal, para poder escucharla. — ¿No tienes miedo? — preguntó Drassy. — Si eres Drassy, no, no te tengo miedo. — Eso es bueno... Y la serpiente volvió a hundirse en el agua. Diana se sentó en una de las sillas y golpeteó el cristal. Drassy abrió un ojo para mirarla.

55 — Le contamos a Celina... Ella cree que puede hacer algo que te aliviará. — Y Diana miró un momento al piso. — ¿Crees que puedas venir a nuestras habitaciones? Celina necesita dibujar un círculo y otras cosas... La hikiri había levantado la cabeza. — ¿Ahora? Diana asintió con la cabeza. — Me encantaría, pero no puedo transformarme. Diana miró a su alrededor, buscando una solución. Y de pronto su mirada se detuvo en la tetera. — ¿Y si...? — murmuró. Drassy la vio levantarse y vaciar la tetera por la ventana. Se acercó a la pecera y hundió la tetera en el agua. — ¿Y si entras aquí? — dijo, casi sin mirarla. — No puedo hacer magia. Mi chocolate sabe a pescado, ¿recuerdas? — Entonces lo haré yo, — dijo Diana. Y miró asustada a la serpiente. — ¿Puedo...? Por toda respuesta Drassy enrolló sus largos anillos y levantó la cabeza. — Estoy lista. Diana sacó su varita, y la movió un poco. Drassy se retrajo un poco, pero no se redujo. — Espera. Soy hikiri ahora, tienes que dar una orden más fuerte... Diana lo volvió a intentar. Drassy se encogió hasta el tamaño de una lombriz, y nadó alegremente hacia la tetera que Diana sostenía para ella. Sus llamas se levantaron, rojas y doradas, casi escapando por el pico. Diana se asomó por la abertura. — ¿Estás bien? — Feliz. Muy feliz de que me saques de esta, Diana, futura hechicera... — ¿Hechicera, yo? — se rió la chica, tapando la tetera. — No, no lo creo. Más bien, ladrona de mascotas... — Pues, vámonos antes de que mi esposo te encuentre con las manos en la masa... Diana se sobresaltó, y escondió la tetera entre su ropa, antes de salir corriendo hacia sus propias habitaciones.

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Capítulo 5. Zarina.

La salita que comunicaba las habitaciones de las amigas de Diana parecía de pronto demasiado llena de gente. Drassy asomó apenas su cabeza de serpiente por el pico de la tetera y soltó un siseo de desagrado. Una chica desconocida, probablemente Celina, estaba sentada al escritorio, leyendo algo de un cuaderno que le tendía un muchacho. Beryl salía de su habitación, acompañada de otras dos jovencitas, las tres cuchicheando y riéndose, mientras se daban vuelta para espiar al muchacho y a Celina, y soltar más risitas. — ¿Qué pasa? — susurró Diana, que todavía sostenía la tetera contra su pecho, a medias escondida en sus ropas. — Mucha gente... ¿Quién es ese chico? El muchacho estaba sentado en el escritorio, medio escondido tras una pila de cuadernos, y se inclinaba hacia Celina. — ¿Qué...? Ah. Ese es Carlo. Es amigo de Celina. No sé por qué lo aguanta... es un presumido... — ¿Carlo? — Carlo Leanthross... Una familia de por allá... Creo que de la Frontera. — ¿Frontera? ¿Tú conoces la Frontera? Diana se sobresaltó, y miró la tetera. — Ah... — dijo, poniéndose muy colorada. — Perdón. Mis maestros me han dicho muchas veces que la frontera no existe... No esa Frontera... Lo lamento. Pero es que él tiene el olor de la frontera... El olor del otro lado. — ¿Sus padres son Viajeros? — Sí. ¿Cómo lo sabes? — Porque solo los Viajeros tienen el olor de la Frontera. Es olor como a... — A no-magia, — apuntó Diana en un susurro, mientras pasaba de lado por detrás de Carlo y le hacía un gesto a Celina, para que pudiera ver que ya traía a Drassy. — Mm. Sí. Y creo que no deberías preocuparte por lo que tus maestros digan... Al menos en lo que tiene que ver con la Frontera, — dijo Drassy pensativa. — La mayoría de los magos no la conocen... Ni pueden verla...

57 — Verla... ¿Sabes? A veces me ha parecido distinguirla... — Diana había llevado la tetera a su habitación, y la apoyó en el alféizar de la ventana. Hablaba en un susurro quedo, propio de las confidencias, sin mirar a Drassy que asomaba apenas la cabeza por el pico de la tetera. — Ahá... — siseó Drassy desde allí. — Como un cambio de color, un cambio en el perfume del aire... — Olor a no-magia... Drassy la espió un momento más. — Dime, Ada... ¿Estás satisfecha aquí? Diana se estremeció, y miró la tetera con miedo. Los ojos de Drassy-hikiri destellaban desde las sombras. — ¿Por qué lo preguntas? — dijo, cautelosa. El brillo se retrajo hacia las sombras. — Porque... Porque a veces necesitamos más espacio para nuestras raíces... Diana frunció el ceño. Por un momento pareció que iba a replicar, pero el ruido en la puerta la hizo volverse. Era Beryl. — Carlo ya se fue. ¿Va a venir? — La tengo aquí. — ¿¡Qué!? ¿Está invisible? Nunca hemos intentado volver invisible a nadie, y... Diana se había vuelto con la tetera en las manos. — No, la traje a la vista de todos, — sonrió. — Se convirtió en hikiri... — ¡Hikiri! Oh, Diana... Nunca, nunca nos han dejado acercarnos a las criaturas de Argéntea... ¿Puedo verla? Diana se encogió de hombros. — Díselo a ella... Yo... — ¿Y habla? No puedo creerlo... Diana, por favor... — ¡Beryl! No es una mascota. Pregúntale a ella... Y con algo de fastidio, destapó la tetera frente a su excitada compañera. Beryl frunció el ceño. — ¿Tan pequeña? Diana se encogió de hombros. — Tuve que reducirla para que entrara en la tetera... No puede transformarse sola... — ¿Tú..? ¿Transformaste a una hikiri por tu cuenta?

58 Diana hizo un gesto de fastidio. — No es una hikiri. Es Drassy. ¿Celina ya está lista? — Sí, ya estoy... ¿está ahí? — llamó la muchacha desde la sala. Diana volvió al saloncito con la tetera en brazos. — Aquí la tengo... Celina hizo un gesto de sorpresa, igual al que había hecho Beryl antes que ella. — Bueno, a ver... — Es hikiri... — ¿Puedes hacer algo? — siseó Drassy desde la tetera. Tres pares de ojos la miraban con curiosidad. — ¿Habla? — preguntó Beryl, perpleja. — Claro, no es un animal. Sólo está transformada... Ella dijo que el licor de las Pequeñas Hadas descontrola su magia... como una alergia... — Sí, pero... ¿Hikiri? Esos bichos son... — ¡No es un bicho! ¡Es Drassy! Drassy se limitó a sisear desde la tetera. — Espera. Debe haber algo en el libro... Drassy asomó la cabeza para mirar. Celina desapareció en su dormitorio y regresó enseguida trayendo consigo un libro muy viejo, con una piedra azul que hacía las veces de cerradura. Drassy saltó fuera de la tetera cuando lo reconoció. El Libro de Inga. La piedra azul centelleó y la hikiri retomó su tamaño normal, envuelta en salvajes llamaradas rojas. — ¡Drassy! Las otras dos chicas habían retrocedido asustadas. La cabeza de Drassy, erguida llegaba casi al techo. Diana se había parado en medio mirando alternativamente a sus amigas y a la serpiente. Pero la hikiri solo miraba al Libro de Inga, que todavía centelleaba en brazos de su dueña. — No... No les haré daño... Conozco ese libro... — El Libro volvió a centellear. — Pero a los Tres no les agradan las criaturas de la otra Rama... — Por eso la Comites Argéntea no nos deja acercarnos a sus viveros. Tiene que haber algo aquí que sirva para regresarte a tu forma normal... Drassy se limitó a sisear. En realidad, el Libro canalizaba su poder hacia ella, y se le hacía difícil dominarse. Al fin logró enroscarse sobre sí misma y bajar la cabeza. Las llamas se oscurecieron. Diana se relajó un poco.

59 — Ah... Aquí está... Un contra-hechizo para trasformaciones involuntarias... ¿Te parece que sirva? Celina había mirado a Diana al preguntar esto. Diana consultó a la hikiri. — Sí, creo que sí... — Bueno... — Y Drassy vio a Celina buscar su varita para trazar el círculo y os otros símbolos. No demoró demasiado. En el círculo, las tres espirales se extendían hacia sus respectivas direcciones. Drassy las reconoció perfectamente. Los Tres armaban una jaula de contención para ella, por si no fuera quien pretendía ser. No en vano era Inga la Sabia. Alrededor de la jaula, más símbolos de protección. Algunos, Drassy no los había visto jamás, ni siquiera en los Triegrammas de Tenai. Pensó que en cuanto regresara, tendría que buscar esto en el Libro y estudiarlo con más atención. Y siseó en lugar de sonreír, pensando que ella confiaba plenamente que tendrían éxito y regresarían a casa. Porque si fracasaban... no habría un lugar al cual regresar. Javan Fara jamás nacería. Y ella... No, Cassandra Troy no se quedaría en un Trígono vacío. Probablemente, ni siquiera llegaría hasta aquí. Se estremeció, y se concentró en lo que Celina, la pequeña bruja, estaba dibujando ahora. El círculo de símbolos se completó. Drassy acomodó sus anillos de modo que tocaran los cuatro centros, y esperó. Y Celina levantó la varita. Drassy notó que la varita temblaba un poco al focalizar la magia. Y percibió también que los Tres en persona intervenían. Las hebras de color se mezclaron en la luz blanca de la red de poder que debía apresar el desajuste y corregirlo. Y las luces de color, escondidas tras el resplandor blanco formaron la sombra del Árbol y se diluyeron, llevándose las formas de la Rama Oscura, sin que las niñas notaran siquiera la fuente de poder. Drassy estaba de nuevo allí, sonriendo en medio de los desdibujados círculos de Celina. — En verdad eres una bruja eficiente, — dijo. Celina bajó la mirada. — Será una gran hechicera, — dijo Diana. Beryl sonrió. — Sólo soy una menor, — dijo la muchacha. — ¿Y eso que tiene de malo? Yo ni siquiera nací bruja. No hubiera llegado ni a bruja menor... — dijo Drassy con una sonrisa, y respondió con un encogimiento de hombros a la mirada de curiosidad de Beryl y de Celina. — Pero... Una bruja menor no podría contener a una hikiri, — observó Beryl. Drassy volvió a encogerse de hombros.

60 — Fue el libro, — explicó Celina, todavía sonrojada. — El Libro hace cosas por mí, a veces... — Sí, es cierto, — dijo Drassy pensativa. — Pero es peligroso. Debes tener mucho cuidado cuando trates de canalizar poderes superiores a los tuyos. Inga puede... — ¿Inga? — Drassy calló de pronto. Las niñas la miraban, Diana y Beryl con curiosidad, Celina con desconfianza. — Ingarthuz. ¿No es ese el Libro de Inga, la Sabia, la mayor de los Tres del Trígono, la que duerme en la cima del Árbol de las Tres Ramas? Beryl soltó un suspiro. Diana miró al libro con admiración renovada. — Esos son títulos muy antiguos, — dijo Celina, levantando el libro y abrazándolo, como si temiera que la bruja se lo quitara. Drassy tuvo buen cuidado de no acercarse a ella. — Soy aficionada a la historia, Celina. Al menos a la del Trígono. Ahora... — Te gustaría descansar un rato, — dijo Beryl. Había un toque de desilusión en su voz. Diana la miraba, esperando. — ¿Descansar? No, gracias. He estado todo el día durmiendo en una pecera. Quiero algo más... entretenido. — ¿El Jardín de la Amistad? Dijiste que... — No, es algo tarde para ir hasta allá... ¿Qué tal...? — Drassy miraba alrededor y se acercó a la ventana. — ¡Qué bueno! La ventana está sobre el lago... Beryl soltó una risita. — ¿En qué estás pensando? — preguntó Diana con lentitud. — ¿Qué les parece si vamos al lago? Al lado de abajo, claro... — ¿Qué? — dejó escapar Celina. — Agua, niña. Ya sabes cómo es esto. Jugamos en el aire, aunque tú te lo perdiste. Ahora queremos ir al agua... Vamos. Guarda ese libro de una vez y ven con nosotros... Y Drassy se encaramó en la ventana, seguida por Beryl y Diana, prontas a lanzarse al lago. Celina las miró un momento, indecisa, y de pronto corrió a su habitación a dejar el Libro y se zambulló tras ellas en las aguas azules del lago. El brillo del sol centelleaba en la superficie, muy por encima de sus cabezas. Todavía estaban en el aire, cayendo hacia el agua, cuando Drassy dijo algo que centelleó a su alrededor como una luz verde y azul. Rompieron la líquida barrera, y el agua se

61 abrió para ellas sin golpearlas, salpicando apenas. Diana miró a sus compañeras, y de pronto no pudo verlas. Solo cuando Drassy se movió junto a ella y le tomó la mano pudo distinguirlas. La bruja las había transformado en otra de las extrañas criaturas del Interior: eran ninfas de agua; ondinas. El fondo del lago era un lugar agreste. No era igual al bosque, pero las agrupaciones de largas algas rojizas, los pinos de agua, las largas hebras de elodea formando matas y más matas, alrededor de las rocas del fondo... Era como el bosque, y a la vez no lo era. Drassy bajó hasta el mismo suelo arenoso, y tomó un camino que rodeaba unas extrañas formaciones rocosas, evitando cuidadosamente el punto donde las rocas se levantaban como una torre hacia la superficie. — No me gusta ese sitio, — dijo Diana, lanzando burbujas de colores de tanto en tanto. Drassy la miró. En ese sitio se levantaría la Roca Negra, dentro de muchos años, pero por ahora no había nada. ¿Podría Diana percibir las vibraciones de la magia aún a través de las corrientes del tiempo? Como Dueña de la Torre, ella sabía que en el futuro podría hacerlo. ¿Pero ahora? ¿Antes de haber pisado siquiera su umbral? — A mí tampoco me gusta, — burbujeó en respuesta. La sombra acuosa de Celina se les acercó. — Mi Libro dice que bajo esas rocas duerme la Madre de las Serpientes, — susurró. — Vayámonos de aquí. ¡Nakhira! ¡Con razón el lugar le desagradaba tanto! Tendría que haber imaginado que la Antigua estaba de alguna manera relacionada con la Roca. Pero eso sucedería dentro de mucho tiempo. El destino de la Antigua era diferente del de otras criaturas. Después de todo, su huevo se había abierto en la Cueva del Tiempo, en el alba del mundo de los hombres. Drassy se estremeció, recordando a su antigua rival, y se concentró en las muchachas. No debía dejar que los duendes de agua las vieran, o intentarían llevarlas a las cuevas del fondo. — ¡Ey! Cuidado allá... Hay criaturas a las que no es conveniente seguir... Llámenme si ven algo extraño... — dijo. — ¿Extraño como qué? ¿Cómo ser de agua y no respirar? — rió Beryl. Diana hacía burbujas rosa un poco más adelante. — Si ven alguna criatura que...

62 — ¡Allá! ¡Miren! Una sombra se deslizó rápida contra las rocas del fondo. Drassy se volvió a su alrededor, en la dirección que Diana señalaba. — Celina... ¿Dónde está Celina? — Aquí estoy... — ¡Uff! No te alejes, niña... Los duendes del agua no son muy confiables... Celina asintió, pero sus ojos brillaban. Drassy miró atrás, adonde la muchacha estaba mirando. El duende volvió a ser una sombra y se escurrió. — Dame la mano. ¡Diana, Beryl! Las quiero aquí ahora... Cielos, este lago está infestado de duendes... Y Drassy tomó a las tres niñas de la mano, o del cabello o de lo que pudo alcanzar, mientras ellas, medio hipnotizadas por los duendes, hacían esfuerzos por ir tras ellos. — ¡Maldición! — gruñó. Si no hacía algo pronto, los duendes la tendrían rodeada en pocos momentos más. Y eran demasiados. Se llevarían a las niñas, y tal vez hasta a ella. Con un estremecimiento, recordó la vez que Kathy casi desaparece en aquellas cuevas, cuando tenía diez o doce años. ¿Antes o después de ser aprendiza en el Trígono? No podía recordarlo. El tirón en su mano le recordó a las niñas que debía proteger ahora. Se había descuidado mirando las rocas de Nakhira, y... — ¡Auxilio! ¡Ayúdenme por favor! Una sombra tenue y verdosa fue la respuesta. La presencia se extendió por el agua como una corriente, haciendo vibrar las rocas, las algas, y hasta la arena del fondo. Drassy apretó las niñas contra ella, y la corriente de luz pasó. Cuando abrió los ojos, los duendes habían desaparecido. — ¿Xanara? La presencia se concentró en una especie de turbidez frente a ella, que fue lentamente tomando forma como de mujer. — Xanara, me preguntaba si podría encontrarte aquí... Quería hablar contigo... — Mi nombre no es Xanara, extraña. ¿Quién eres tú? ¿Y quiénes te acompañan? Drassy se detuvo. A veces olvidaba cuáles de las criaturas del Trígono dependían de la línea del tiempo, y cuáles vivían fuera de él. — Lo siento... Conocía a una Dama del Lago de nombre Xanara... Ella es mi amiga...

63 — Yo soy la Dama del Lago. La única. Sabrás, por tu amiga, que solo hay una de nosotras cada vez... Drassy asintió. Xanara se lo había explicado a Kathy mucho tiempo atrás, el día que la llamó para que jugaran bajo el agua. Pero las Damas del Lago eran criaturas extrañas, diferentes de las ondinas de las que ella había copiado las formas para sí misma y las niñas. La Dama sonrió de pronto. — Me llamo Zarina. Seguramente tu amiga era mi abuela Xanara. De ella nació mi madre Yassira, y de ella, yo, Zarina. Mi hija será como mi madre, Yassira, y mi nieta será como mi abuela, Xanara... y su hija como la madre de mi abuela, Warfala... y siguiendo la línea, copiaremos en nuestras hijas los nombres de nuestras abuelas hasta volver al origen... Drassy respondió con una reverencia. La Dama era la dueña absoluta del Lago, salvo por la Cueva de las Serpientes, el dominio de la naga Nakhira. Pero aún los protegidos de Nakhira evitaban entrar en conflicto con la Dama del Lago. La Dama volvió a sonreír. — Gracias por haberme librado de los duendes... Las niñas... No los conocen bien, y es la primera vez que bajan al lago en esta forma... La Dama del Lago todavía sonreía. — Ha sido un placer. Este lugar es muy solitario, sobre todo en el invierno. Pronto tendremos un techo de hielo sobre nuestra cabeza, y será tiempo de ir a dormir... Drassy asintió. Las niñas se habían soltado de sus manos y ahora flotaban, curiosas pero contenidas a su alrededor. Las ondinas eran mucho más apacibles que las Pequeñas Hadas. Zarina las miró un momento con una sonrisa, como si pudiera leer los pensamientos de Drassy. — Mm. ¿Por qué no vienen conmigo? Hay un lugar muy agradable donde podrán jugar sin que los duendes las molesten... — ¿Podrías...? Gracias, Dama Zarina, de verdad te lo agradezco... No esperaba que hubieran tantos duendes por aquí... — Son más desde que el Dueño de la Torre nos visita, — dijo. — Por allá... ¿Ven el arco de piedra? Ese es mi jardín. Allá pueden jugar tranquilas... Drassy nadó tras la Dama, mientras las niñas iban haciendo remolinos y levantando burbujas a su alrededor.

64 — ¿Por qué dices que las criaturas de la Otra Rama son más abundantes desde que llegó el Dueño de la Torre? Zarina se encogió de hombros. Estaban en lo que podría compararse al recibidor de la casa de la Dama. Eso, en la medida que un ser cuya esencia fluía libremente en el agua podía necesitar un lugar donde estar. En realidad, era simplemente su lugar favorito. Una explanada de fondo arenoso, con arenas doradas y rocas de colores que trazaban diversos dibujos en el suelo. No había paredes, y los espacios estaban limitados solo por la imaginación de quien quisiera verlas. En algunos sitios, las elodeas crecían en prolijos manojos, y unas extrañas algas de color, como si fueran flores, cubrían lo que podía asimilarse al dormitorio de Zarina. Los peces paseaban libremente por la casa de la Dama, pero las sirenas de agua dulce pedían permiso para pasar. — Desde que sentimos la llegada del Dueño, las criaturas del Interior, las de la Otra Rama, han querido ir a verlo. Algunos han pasado por el lago, incluso han salido del agua. Le envié un mensaje para que viniera. No todas nuestras criaturas pueden sobrevivir fuera del agua. — ¿Le enviaste un mensaje? — preguntó Diana, muy sorprendida. Drassy la miró. Había dejado a sus amigas jugando tras las elodeas y se había acercado a escuchar. — ¿Por qué? Zarina la miró un momento, con una sonrisa. — Al Dueño de la Torre le importan todas las criaturas. No habíamos tenido un Protector semejante desde... Mm. Desde que mi tátara abuela, Barislava habitó el lago... Hace casi mil años... — Mm. Casi mil años. ¿Y todavía lo recuerdan? Zarina sonrió. — Claro. ¿Cómo olvidar a Fiona, la que habla con las aves? Muchos del lado oscuro se transformaban en secreto, solo para hablar con ella... Y ella siempre tenía tiempo para todos... Drassy sonrió. Ella sabía bien quién era esta Fiona. Se podía decir que la conocía personalmente. Pero volvió la conversación hacia Djarod. Diana estaba escuchando muy interesada. — ¿Y el Dueño de la Torre? Zarina soltó una risa de burbujas. — No es tan bello como era Fiona... Pero igual se preocupa por lo que crece. — Así que no es tan malo.

65 Zarina pareció sorprenderse. — ¿Malo? ¿Tú crees que los de la Otra Rama son malos? Entonces no has comprendido nada aún... — Explícamelo, — dijo Drassy, mientras Diana se escondía un poco tras ella. Zarina se volvió a ella. — Los que viven en el Interior rara vez logran hacerse oír por los humanos. Algunos son orgullosos y permanecen en los lugares más recónditos. Algunos se han escondido tanto que se han perdido en los lugares sombríos del Interior. Algunos se han hundido en las sombras... Otros, todavía siguen intentando hacerse escuchar. Esa es probablemente la única diferencia. — Pero... Zarina miró a Diana, que la miraba con expresión perpleja. — Hay muchas criaturas de las ramas luminosas en el Interior. Zarina levantó una ceja. — ¿Los hay? Dime, Diana... ¿Cuántas criaturas del Interior conoces? Diana pensó un momento. Empezó a contar con los dedos, nombrándolos. Perdió la cuenta cerca de las treinta criaturas. — Muchas, — dijo, mirando a Zarina. Zarina sonrió. — Ahora dime. ¿Con cuántos de ellos has trabado amistad? ¿Cuántos de ellos son tus amigos? ¿De cuáles conoces sus sueños, sus esperanzas, lo que quieren, lo que necesitan...? ¿A cuántos conoces realmente? Diana levantó la mano para volver a contar con los dedos, y volvió a cerrar el puño al cabo de unos momentos. Sacudió la cabeza. Seguramente, cuando entrara, algún día, podría decir que alguna de esas criaturas de la luz eran sus amigas. — Esas son las criaturas que tú llamas buenas, y ni siquiera las conoces. Ahora, piensa... ¿cuántas veces has hablado con alguna de las criaturas de la otra Rama, como para decidir si son malas? Diana se sonrojó. — Pero me enseñaron que no se puede tratar con esas criaturas... Como las hikiri... o los duendes de agua... ¿Por qué los alejaste de nosotros, si dices que no son malos? Drassy suspiró. — Los Tres del Trígono tienen reglas muy estrictas respecto a qué criaturas pueden ser admitidas aquí. Y conociendo a algunas, no los culpo.

66 — Conociendo a los humanos, yo tampoco, — dijo Zarina, lanzando una mirada extraña a Drassy. — Pero volviendo al Dueño de la Torre, él se ha ganado el respeto de muchas criaturas, y ofrece refugio a muchos que no lo encuentran aquí. Refugio o una salida. Libertad... O simplemente los escucha. Es por eso que han salido del Interior para verlo... aunque los Tres se disgusten. — Ya los calmaremos, — dijo Drassy en voz baja. — Pero tengo algo que pedirte. A Diana le pareció que algo había cambiado en el tono de Drassy al dirigirse a Zarina, y en el modo de Zarina de mirar a Drassy. Le dedicó una ligera inclinación, que Drassy aceptó sin más, como si estuviera acostumbrada a ello. — Cuida que los tuyos no se metan en demasiados líos... — dijo con una sonrisa. — Igual tú, — sonrió Zarina. El regreso había sido rápido, y a Diana le sorprendió que Vann las estuviera esperando en las escaleras del castillo con unas batas abrigadas para todas. Parecía saber exactamente donde había estado su esposa, y qué había estado haciendo, aunque fingió un gesto de fastidio al verla fuera de las habitaciones. — Debí suponer que no te estarías quieta mucho rato, — le dijo. — Te vas a resfriar. Y Diana observó que él le acariciaba los hombros al ponerle la bata. Ella se puso en puntas de pie para besarlo, y él frunció los labios en una sonrisa. — Así que fuiste al lago... ¿Encontraste a Xanara? — La Dama del Lago se llama Zarina, — dijo Diana. Vann la miró con una ceja levantada. La niña que hasta ayer apenas se atrevía a mirarlos ahora le contestaba una pregunta que ni siquiera iba dirigida a ella. Drassy era eficiente sublevando alumnos. Muy eficiente, pensó. Y asintió, aceptando la respuesta. — Es la nieta de Xanara y será abuela de Xanara... Heredan sus nombres en orden alfabético, — agregó Drassy. — ¿Orden alfabético? Ella se encogió de hombros. — Parece que ya había Damas en el lago en la época de los Tres... ¿Y a ti, cómo te fue? ¿Encontraste la Torre? Vann sacudió la cabeza.

67 — Fui a otra parte. Los... amigos de la Vara están activos. Drassy se enderezó de pronto. ¿Los pájaros negros otra vez? Pero Vann no los había nombrado. Solo eran una sombra en sus pensamientos, como ahora. Diana notó una tensión latente en la pareja, como un antiguo miedo que renacía. — Bueno, niñas... Creo que es hora de que suban, tomen un baño y vayan a cenar... Celina, te agradezco mucho tu ayuda, realmente te agradezco. Las veremos más tarde... Y sin decir más, Drassy las despidió. Mientras se alejaba, Diana se volvió para mirarlos. Vann y Drassy se envolvían en un humo tenue y grisáceo para ir a algún otro lugar. Sin saber por qué, se sintió preocupada.

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Capítulo 6. La Puerta del Invierno.

Los días habían pasado en relativa tranquilidad. Drassy continuó llevando a las tres muchachas a diferentes lugares del Trígono, siempre con alguna excusa. Cuando Celina volvió a preguntarle, ella se encogió de hombros y dijo sencillamente: Aire, Agua, Tierra, Fuego... ya sabes cómo es, cómo se despierta la magia... Drassy había mirado la cabeza de Diana, que en ese momento corría delante de ellas hacia los árboles dorados del rincón del fuego de Ara. Celina siguió su mirada, asintió y no preguntó más. Ara no estaba en casa. No era extraño. Después de todo, en toda la semana que llevaba explorando concienzudamente los terrenos del Trígono, Drassy no había podido encontrar a ninguno de los tres guardianes animales. Ni el pegaso negro, ni la orgullosa naga, ni el fénix. Vann continuaba tratando de localizar la Torre. Pero Djarod la había ocultado bien. Después de aquella frustrante conversación con Argéntea en la cascada, la que Vann había espiado, el hechicero había desaparecido por completo. — Tal vez se marchó, — comentó Drassy en cierto momento. Pero Vann se limitó a sacudir la cabeza y fruncir el ceño. Drassy abandonó la discusión. Cuando Vann tenía esa expresión en la mirada, más valía dejarlo en paz. El Comites Aurum, por su parte, parecía haber dejado de preocuparse por ellos. A veces se cruzaban con el profesor Dherok en alguno de los pasillos del castillo, normalmente el que bajaba a las cocinas, pero el despistado Entrenador de Viajeros se limitaba a sonreírles y saludarlos desde lejos. El resto de los visitantes se mantenían ocupados en sus propios asuntos, y no los veían con frecuencia. Drassy pronto se acostumbró a las habitaciones de huéspedes, y dejó de preocuparse. Al fin y al cabo, estas parecían unas lindas vacaciones en el pasado de su familia. Y así pasaron los días hasta la Puerta del Invierno. El atardecer aparecía rojo. Drassy se lo indicó a Vann en la tarde, mucho antes de que las nubes comenzaran a arder. — Algo se está preparando, — alcanzó a oír Diana.

69 Pero Vann no contestó, y Drassy estaba explicándole a Beryl algo sobre la misión de los centauros en el bosque y sus relaciones sociales y políticas con los centauros del Interior. — ... De manera que mañana, cuando la Puerta se abra, podemos ir a visitarlos, — estaba diciendo. — Pero solo podremos entrar si nos transformamos en centauros, ellos no nos admitirán en otra forma... Con el tiempo he aprendido que es la mejor forma de relacionarse con las distintas especies, ¿sabes? Si te transformas en uno de ellos, al cabo de unos momentos sientes como ellos y los entiendes mejor... Beryl la escuchaba extasiada. Diana se sintió algo celosa. Después de todo, se suponía que ella era la guía de esta pareja de magos, no Beryl. Sin embargo, Drassy las había estado llevando a las tres a todos los paseos que hicieron. Se sonrojó cuando la bruja la miró. — ¿Está todo bien, Diana? — S-Sí... Estoy un poco cansada... Drassy asintió. — Fue un paseo demasiado largo, tal vez... Mejor vayan a descansar un rato antes de la cena. Es una fiesta, me dijeron... Y mañana podemos planear algo más... tranquilo. Diana se las arregló para soltar una risita incrédula, y Celina y Beryl sonrieron. Drassy las besó al acompañarlas a la puerta. — ¿Qué sucede, Drassy? Vann estaba detrás de ella, abrazándola. — No lo sé. — Ella se dio vuelta, con el ceño fruncido a medias. — Algo se está preparando... y no sé lo que es. — Tal vez los Tres te están llamando. Es raro que no lo hayan hecho todavía. — Mm... — Ella se acurrucó contra su pecho. — Pero no siento que sean ellos. ¿Has encontrado la Torre? — No... todavía. — ¿Y los seguidores de la Vara? — Más o menos. Les perdí el rastro otra vez en la reunión... El día que fuiste al lago. Están buscando a alguien... Pero no sé si es alguien del Trígono. Y no sé si está relacionado con nuestro asunto.

70 Drassy se limitó a apretarse más contra él, mirando enrojecer el cielo desde sus brazos. — Y respecto a eso... — continuó él. — Has hecho maravillas con Diana. Su timidez ha desaparecido. — No, no lo creo. No es tímida con nosotros. No sé lo que le sucedería con un desconocido. — ¿Cómo va su Vara? — ¿Su Vara? No la he visto aún. Sólo le he preguntado si está conforme con el Trígono... — ¿Y? — No está lista para la Torre. Vann se limitó a suspirar. Drassy lo abrazó y él sonrió, hundiendo la cara en su cabello perfumado de jazmines. Lo que fuera, lo solucionarían a su tiempo. La fiesta estaba en su apogeo. La cena había empezado como todos los festines de la Puerta del Invierno en el Trígono, con una gigantesca montaña de nieve en el salón, que estalló en luces de colores cuando todos terminaron de ocupar sus asientos. Los coletazos de color se enredaron en los presentes, prendiéndose de las ropas de algunos, y arremolinándose en torno de otros, y subieron hacia el cielorraso, donde se transformaron en una llovizna plateada y luminosa. En la bruma plateada, las mesas se cubrieron con manteles, aparecieron los cubiertos, y los ramos de flores de los centros dejaron paso a una apetitosa cena caliente. Esta vez, Diana, Celina y Beryl se ubicaron cerca de Drassy y Vann, en la misma larga mesa. Drassy notó la mirada complacida del Comites de la Rama de Fuego, y lo vio codear a la Comites Minh y señalarle a las chicas. Minh sonrió desde donde estaba. Ella no las había visto por los invernaderos, pero Drassy le había enviado las flores de Ilusión de las Pequeñas Hadas, con el pedido de que las sembrara en los lugares que considerara más apropiados. — ¿Cuándo crees que abrirán la Puerta? — preguntó Drassy a Vann en cierto momento. — No lo sé. Todavía falta mucho para que la Puerta se cierre... Tal vez veinte o treinta años... — Treinta y dos. La Vara que buscamos tiene otro dueño. — ¿Qué?

71 Drassy se sobresaltó. Diana había estado escuchándolos por sobre las conversaciones de sus amigas. — ¿Cómo? — dijo con una sonrisa forzada. — ¿Dijiste que una Vara cambió de dueño? — Ahá. Diana frunció el ceño. — No puede ser. Las Varas nacen para un solo mago, y viven y mueren con él... — y de pronto se sonrojó. — Eso fue lo que nos enseñaron. Drassy miró a Vann, y fue él el que contestó. — Eso es cierto en la mayoría de los casos, Diana. Pero hay en el mundo una Vara que no es como las demás... Ojalá no fuera así, pero... Diana lo miró asustada. El tono de Vann había sido amargo. — Una vez él perdió su Vara... Bueno, en realidad yo se la rompí... — dijo Drassy. — Y tuvimos que ir a buscar algunos trofeos para la nueva Vara... Aprendimos mucho en esa época... Drassy miró a Vann, y él le tomó la mano. — Las Varas nacen para servir a un hechicero en particular, y mueren cuando él muere. Pero hubo una, hace mucho tiempo, que acumuló poder más allá de lo que el hechicero mismo soñó. Él la alimentó con su vida, y a su muerte, sus seguidores no supieron eliminar la Vara y liberar el poder para que regresara a su fuente. Así que la Vara buscó un nuevo hechicero a quien servir. Drassy tomó el hilo de la historia. — Una y otra vez, el sucesor murió, y la Vara continuó buscando... Un día encontrará a un hechicero tan inteligente como ella, y él encontrará la manera de cambiar de cuerpo y continuar unido a su Vara... Hasta que los dos sean derrotados. Diana notó que Vann apretaba la mano de Drassy, y ella le sonreía. — Ustedes lo vencieron, — dijo Diana de pronto. Drassy la miró con las cejas levantadas. — ¿Qué? — Ah... Lo siento... No sé por qué dije eso... Es solo algo que... que pasó por mi cabeza. Pero Vann se había inclinado hacia ella y la miraba con fijeza. — No lo repitas a nadie, — susurró. Y Diana asintió, pálida.

72 La cena terminaba. El excéntrico profesor Dherok se levantó a pedido del Anciano Mayor, y retiró un paño que cubría una extraña caja. — ¡Ah! Trajo la caja de música... — suspiró Celina, sonrojándose y mirando alrededor. — Sí, — rió Beryl. — Y ahora irás a buscar a ese tonto de Carlo... Drassy soltó una risita, y Vann la miró con curiosidad. — Carlo Leanthross... — susurró ella, y Vann soltó un ligero gruñido. — Y estoy segura que Beryl también tiene que ver con la familia... — Puedes apostarlo, — gruñó él. — Vamos a bailar antes de que sueltes todo lo que sabes... Y Drassy se alejó con él entre susurros y risitas. Las largas mesas de la cena se habían reducido a pequeñas mesitas privadas, rodeadas de sillas. El salón estaba lleno de parejas que giraban y bailaban cada una en su propia burbuja de sensaciones. Celina y Carlo estaban en uno de los extremos del salón, y Beryl también había encontrado pareja. Diana estaba en la mesa, y el profesor Aurum se había detenido junto a ella, y estaban conversando. Parecía una velada ideal. Pero realmente, Drassy no se sorprendió demasiado cuando las puertas del Trígono se abrieron de golpe, y una ráfaga de aire helado detuvo la música. La vara del Anciano Mayor hizo volver la luz. Había una mujer en medio del salón. Una mujer alta y delgada, de largo cabello negro que caía libre, apenas sujeto en sus sienes por un hilo de plata. Su vestido era de un color rojo intenso, que cambiaba ligeramente con sus movimientos, como cambian los colores en una llama. El silencio inundó el comedor. Y de pronto, Minh lo rompió. — ¡Alsacia! — exclamó Minh alegremente. — Alsacia... ¡Cuánto tiempo sin verte! Y corrió hacia la mujer. Pero con el grito de la Comites de la Rama de Cobre algo más se rompió en la quietud del salón. Drassy se había puesto pálida. Vann la miró, y se volvió a mirar a Argéntea, de pie en su sitio; a Dherok, que había soltado a su compañera; a Aurum, alerta junto a Diana; al Anciano Mayor, serio frente al estandarte del Árbol. Se volvió de nuevo a Drassy. — Los Tres... No la quieren aquí... Ve a la puerta y detenlos, Sombra... — dijo ella. Y Vann desapareció en un remolino invisible y silencioso.

73 — Minh, querida, — decía la mujer, saludando a la Comites. — En verdad hacía mucho tiempo que no venía por aquí... — ¿Qué te trae de regreso, Alsacia? — preguntó el Anciano Mayor con voz fuerte. — Ah... Kethor. ¿Así que nuestro joven profesor ha llegado a Anciano? Rápida en verdad es la vida de los magos... — dijo ella, burlona. — Contesta, Alsacia. Tu nombre es para nosotros sinónimo de problemas... — dijo con frialdad Argéntea. — Sólo para ti, niña... Eres demasiado estricta en tus convicciones... Pero tú... ¡Mi bebé! No has cambiado nada... — Y Alsacia abrazó a la Comites de la Rama de Tierra. — Alsacia... — advirtió el Anciano. Pero la mujer no tenía la más ligera intención de obedecer. Tomó a Minh del brazo y miró a su alrededor. — Sé que Ojos Bonitos está por aquí... ¿Dónde lo escondiste, Minh? Ese muchachito es mío, ya lo sabes... Minh sonrió. — No está aquí. Se suponía que iba a venir, pero... — ¡Minh! La Comites pareció por un momento tomar conciencia de dónde estaba, pero Alsacia le apretó el brazo y volvió a atrapar su mirada y su atención. — Y dime... — ¡Nadarïen! Alsacia soltó de repente el brazo de Minh. Una hebra de oscuridad se extendía en torno a ella, envolviéndola. Cercándola. — ¿Qué? — siseó. Y Drassy avanzó un paso. — ¡Valeranna! Alsacia se enderezó. El círculo de sombras estalló en llamas. — ¡Adarsil! De pronto, nadie podía moverse de su sitio. Drassy avanzó otro paso hacia la desconocida. El suelo tembló y onduló un poco. — Tu magia está contaminada, Alsacia. Los Tres no te dan la bienvenida. — ¿Quién eres? — La mirada de Alsacia era de franca repulsión. — ¿Cómo te atreves a hablar ese lenguaje en mi presencia? ¿Dónde lo aprendiste?

74 — Soy quien guarda este lugar. ¡Nadarïen! — Y el círculo de sombras se volvió a dibujar alrededor del lugar que ocupaban Drassy y Alsacia. — ¡Valeranna! — Las llamas subieron una vez más en el círculo, cerrándolo. — ¡Adarsil! — El suelo se levantó en puntas de piedra que amenazaban encerrarlas. — ¡Cesano bero, olovi inna! — dijo Alsacia con voz fuerte, pero el círculo no se rompió. La hechicera miró a Drassy con el ceño fruncido. — ¿Qué crees que estás haciendo? — Evitar que los Tres te expulsen, tonta, — contestó Argéntea desde su sitio. — Vete ahora, y nadie saldrá herido. Alsacia la miró un momento, como si considerase sus posibilidades. Pero los Tres no le dieron tanto tiempo. Drassy se puso un poco más pálida aún cuando vio a Vann apareciendo en la puerta del salón, muy alterado. — Lo lamento, has elegido. ¡Zotharo nadarenna! Aquí la Rama de Plata... Drassy había sacado su varita, y levantó el Cetro de los Tres. Las sombras se levantaron desde donde estaban, y la Comites Argéntea se desvaneció en una columna de luz plateada junto a Drassy. — ¡Arthuzenn valea! Aquí, la Rama de Oro... Diana vio, con espanto, que el Comites que estaba a su lado desaparecía en una columna de fuego dorado e iba a formar parte del remolino que ya rodeaba a Drassy. — ¡Minh! ¡Aquí la Rama de Cobre!... ¡Adar Ingelyn, adarsil Inga! La Comites Minh miró dudosa a Alsacia, que le tendía la mano como si quisiera retenerla. Pero el llamado de los Tres era más fuerte. Minh se desvaneció en una neblina cobriza y fue a engrosar el remolino en torno a Drassy. — ¡Nadarïen, Valeranna, Adarsil! ¡La puerta se ha cerrado para ti, Alsacia! Vete. A cada palabra, Drassy había golpeado en el suelo con su Cetro, y al último golpe, el círculo se abrió hacia la puerta, dejando libre una única salida. Pero Alsacia no tenía la más mínima intención de marcharse. A través del tronco del Árbol que se formaba en torno suyo, vio a Alsacia sacar una larga Vara roja y dorada. ¡Tonta!, sintió que Argéntea gruñía. La hechicera de la Rama de Plata sabía perfectamente lo que ella había intentado hacer; expulsarla sin dejar que los Tres en persona interviniesen. ¿Y los demás? Era difícil saber lo que pensaban. Sentía la confusión de Minh, recuperada solo a medias del hechizo de Alsacia, y la confianza de Aurum. No escuchaba los pensamientos del Anciano Mayor, salvo como una oscura mezcla de violetas y verdes y dorados. Tal vez los dorados significaran que él también

75 confiaba en ella. O no. Lo importante era que no interfiriera ahora. Las preguntas... Bueno, podía contestarlas después. Tenía que detener a los Tres antes de que decidieran emplear la fuerza contra Alsacia... quien quiera que fuese. Y Alsacia no quería marcharse de aquí. Con desesperación intentó contener la ola de poder que se concentraba sobre ella, y gritó. — ¡Alya-zazee, ino antulave ité! ¡Ennaro vado! Alsacia la miró sorprendida. Y de pronto, la ola de poder rompió y estalló, lanzándola hacia atrás. — ¿Qué haces? — gruñó una voz desde la puerta. Djarod había llegado. — Los Tres la expulsan de este lugar. Las puertas están cerradas... — dijo el Anciano desde atrás del Árbol que brillaba alrededor de Drassy. — Y en cuanto a ti... — Puedes llevar a cabo tus entrevistas en la Torre, hechicero. Los Tres no se opondrán... — dijo Drassy. El hechicero de la Torre la miró unos momentos, entrecerrando los ojos. Drassy no supo si fue por el brillo del Árbol que todavía la rodeaba, o por alguna otra razón. Las voces de los Tres habían hecho eco en la suya. — Está bien, — dijo simplemente. Y dándole la espalda al Trígono, se inclinó sobre Alsacia y la levantó en brazos. Desde la puerta dijo: — Comenzaré con los profesores mañana por la mañana. Tú vas primera. Drassy no contestó. El poder se retiraba más rápido ahora, y se sentía mareada. — ¡Cesano bero, cesano bero, bassilari adammir! — logró decir. Las luces que formaban el Árbol se separaron y los Comites regresaron a sus lugares. Los círculos de sombra, piedra y fuego desaparecieron. — Comites, dile a la Sombra que estaré en el Interior. Y Drassy desapareció con la luz que se desvanecía. Diana había visto y escuchado todo. Cuando el Comites Aurum de la Rama de Oro volvió a materializarse a su lado ella retrocedió hacia la pared. Todos miraban a Drassy en ese momento, y el hecho que su esposo estuviera allí, en forma humana y para nada invisible, no la tranquilizó. Nunca hubiera imaginado que Drassy podía hacer cosas como las que había visto... ni siquiera cuando se transformó en hikiri, o las transformó a ellas en ninfas de agua. De modo que se escurrió detrás del estandarte de Zothar, que se movía apenas con la brisa, y escuchó a Aurum comunicarle a Vann el último mensaje de Drassy.

76 — Será mejor que no pregunte nada, ¿verdad? — dijo el profesor. Vann asintió. — Sí, será mejor. Voy por ella... No sé cuánto podamos demorar. Créame Comites, que hay buenas razones para lo que ha visto aquí... Solo que no puedo decírselas aún. Diana vio al Comites asentir gravemente. — Vaya por su esposa, — se limitó a decir. Y Diana vio a Vann alejarse discretamente. No lo dudó. Se deslizó de costado, ahora que todos parecían volver en sí, y miraban perplejos a su alrededor, y desapareció por la puerta abierta, detrás de Vann. Lo alcanzó en las escaleras que bajaban a las habitaciones de Argéntea. — ¿Diana? ¿Qué haces aquí? Ella lo miró directamente. — ¿Qué le pasó a Drassy? — Fue al Interior. Voy a buscarla. — Voy contigo. El hombre la observó cuidadosamente. No había burla en sus ojos ni en su voz cuando preguntó, con curiosa ternura: — ¿Has estado antes allá? Diana se afirmó sobre sus pies, y mintió, confiada; — Sí, varias veces. Vann reprimió una mueca. — No es cierto. Diana, sabes que los aprendices no pueden ir al Interior sin preparación. Espérame en nuestras habitaciones. Llevaré a Drassy directamente allá. Diana se detuvo en el escalón en donde estaba. El hombre le dio la espalda y continuó bajando. Diana lo vio tocar la pared blanca del descanso, y sintió la luz que se acercaba. El hechicero ya no estaba allí. No lo dudó. Saltó los tres escalones que le faltaban y se lanzó hacia la luz blanca. Y la Puerta se cerró tras ella.

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Capítulo 7. Los Tres.

Los Comites del Trígono entraron juntos. El Anciano Mayor Kethor había dejado a los aprendices en el castillo, con la promesa que al día siguiente, por la mañana, todos entrarían juntos. Y los profesores de las cuatro alas se ocuparon de ellos. La puerta principal esperaba a los Comites. No se podía expresar de otra manera. El brillo en la pared blanca oscilaba, insistente, como una señal. Minh se lo señaló al Anciano, pero el Anciano parecía haberse dado cuenta de algo más. — No, no están inquietos, Minh. Nos esperan. ¿No sientes que no hay tensión? La Comites de la Rama de Cobre asintió, todavía perturbada por lo que había sucedido más temprano. El Anciano la tomó del brazo. — No te sientas mal, querida. Alsacia podía haberle hecho lo mismo a cualquiera de nosotros... — Pero me eligió a mí... — Cuestión de afinidad, — intervino Aurum. — Es increíble la forma en que nuestra visitante solucionó el asunto. Argéntea se limitó a mirarlo con suspicacia. Aurum le devolvió la mirada. — ¿Qué? — Que tú sabías más de esto de lo que nos dijiste, Aurum. No está bien que tengas secretos para nosotros... — Tú guardas los tuyos, y nadie te lo reprocha, Dama de Agua. Argéntea hizo un gesto de disgusto. Aurum jamás mencionaba ese título suyo delante de otras personas. Nadie lo mencionaba. — Comites... — El Anciano intervino. — Ahora más que nunca debemos estar unidos. Los Tres nos reclaman. Es probable que la Puerta nos separe, en cuyo caso... — Nos reuniremos donde siempre, — completó Argéntea. — Así es, querida. Y deja de gruñir por todo. Somos ramas de un mismo árbol, recuérdalo. — Maestro Kethor, nunca se ha apartado esa noción de mi mente. El Anciano asintió, dejando pasar el tono de fastidio de Argéntea. Conocía bien sus poderes, y las restricciones que el hecho de servir a los Tres le imponía, y las cosas a

78 las que ella había tenido que renunciar. Si a veces gruñía un poco... Bien, no se lo iba a reprochar. Se acercó a la pared, y la tocó en un par de sitios prefijados. La pared se inundó de luz, y las puertas se abrieron. La Comites Minh llegó a una pradera con olor a mar. Nunca había estado antes aquí. Y sin embargo, el sitio le resultaba curiosamente familiar... En el centro de la pradera, entre líneas de flores blancas que se mecían como la espuma de las olas, crecía un árbol, y en el árbol centelleaba una joya. Empezó a caminar hacia allá. El Comites del Fuego llegó a un lugar oscuro. Se movió con cautela, pisando con cuidado el suelo rocoso, y escuchando crujir las piedras. Caminó un largo rato en una dirección cualquiera. Era extraño. El Interior siempre se abría para él en un sitio soleado y lleno de flores. Le pareció que escuchaba un llanto, más adelante, pero no logró reconocer la voz. El quejido fue disminuyendo y desapareció. Y Aurum se encontró caminando a ciegas en un pasillo oscuro. Extendió las manos hacia adelante, e intentó tantear las paredes. La caverna en la que estaba parecía muy amplia. Sintió que el suelo desaparecía delante de él, y una corriente de aire cálido tocaba su cara. Allá en el fondo brillaba una joya. Aurum se detuvo, sacó su vara y se transformó en ave para bajar hasta ella. La Comites de la Rama de Plata llegó a un lugar sin forma ni color. Lo conocía bien: el limbo de la puerta. Por alguna razón, los Tres no le había permitido atravesar el umbral, y la retenían allí, entre los dos mundos. Escuchó una respiración, cerca, muy cerca, y se estremeció. Le aterrorizaba que alguien quedara atrapado allí, como casi le había sucedido a ella... y a Jared. Solo trabajando juntos habían pasado la prueba, y desde entonces habían sido amigos. Amigos y compañeros. Juntos habían explorado el castillo, y también el Interior. Habían alcanzado muchos lugares que los aprendices nunca encontraban. Y habían vencido sus miedos y triunfado sobre los obstáculos... Al menos hasta que él se marchó a la Torre. Ahora... La respiración sonaba casi en sus oídos, entrecortada, asustada, aterrada... Se fundió en la luz y dejó que su esencia fluyera, como lo hacían las Damas del Lago, como lo hacía la Dama del Agua, título que la enorgullecía, sí, pero que a la vez despertaba en ella un profundo dolor. Dejó que su esencia fluyera al encuentro de quien quiera que estuviera solo y perdido en este limbo.

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El Anciano Mayor llegó con un remolino de color. Los Tres lo esperaban. Y la forastera, Drassy, estaba frente a ellos, acompañada de su esposo. El Anciano sonrió. — Ah, veo que ya hemos llegado todos... Drassy se volvió, y sonrió. — Faltan los Comites, — observó. — No los necesitamos por ahora. Forastera, has tomado los poderes del mismo Árbol. Exigimos una explicación, — dijo Zothar. Drassy sonrió. Los Tres dependían de la línea del tiempo, al fin y al cabo. — Bueno, Zoh, no tomé poder del Árbol, aunque estoy segura que me lo daría gustoso si se los pidiera... Sólo canalicé el poder de ustedes. — ¿Cómo haces eso? — preguntó Ingelyn con curiosidad. Drassy sonrió. De los tres Protectores, ella era la que más le gustaba. — Soy un canal. Enfoco la energía del Interior y la proyecto hacia afuera... — Tú sabes bien cómo funciona, Zothar... — dijo Vann mirando al verdoso fantasma. Drassy soltó una risita, y una cierta luminosidad entre roja y dorada titiló detrás del espíritu, que se volvió con el ceño fruncido. — Y esto no deja de suceder desde que llegaron. ¿Qué es lo que sucede aquí? Drassy soltó otra risita, y Vann sonrió. — Es una de las muchas razones por las cuales no me puedes negar nada, Amo de la Rama de Plata. Ni tú ni los otros Dos. Soy la Guardiana. Y he vencido la Maldición. Zothar palideció un poco. Vann hizo una mueca. La Maldición de Zothar casi se lleva a Cassandra, a Drassy. Pero los otros espíritus parecieron no reparar en la insinuación. — La... Guardiana... — susurró Ingelyn asombrada. Una tenue sombra se desprendió de Arthuz, y pareció pasar desapercibida para el Anciano. Pero Drassy la miraba con una sonrisa. — Scynthé... Ingarthuz, — dijo. Solo entonces el Anciano Kethor la miró. La sombra tomaba forma lentamente. — La Guardiana debe ser llamada por nosotros, — dijo, todavía informe. — Y ser probada y aprobada primero, — agregó Zothar con el ceño fruncido. — Nunca te hemos llamado. Drassy se rió, llevó la mano a su cuello y sacudió el dije de la Llave.

80 — Soy más que la Guardiana del Trígono. También custodio la Llave del Tiempo. Zothar, no te resistas. Soy tu futuro, y tendrás que soportarme. — No será tan malo, — dijo Vann. — Hasta me casé con ella... Drassy volvió a reírse. Los Tres la miraban con algo de duda todavía. — Pronto lo sabremos, — dijo Arthuz, con la misma compostura de siempre. — Los Comites están por llegar. Si eres la Guardiana, le darás a cada uno de ellos un recuerdo que nos satisfaga a todos. Drassy asintió con una sonrisa. No eran las pruebas de Arthuz lo que la preocupaban, sino las trampas de Zothar. Pero era otra cosa lo que ella quería averiguar. — Dime, Amo del Fuego... ¿Por qué era necesario que esa hechicera se marchara del portal? El Anciano Mayor sacudió la cabeza. Él también hubiera querido saberlo, pero no se había atrevido a preguntar. — Ella está marcada, — gruñó Zothar. Drassy se volvió hacia él. — ¿Marcada? Arthuz meneó la cabeza con tristeza. — La hubiéramos recibido aquí, antes... La hubiéramos ayudado si fuera posible... Su poder es grande, y era muy puro, limpio... concebido en el origen del mundo... Pero ahora está manchado. No podemos recibirla. — No lo entiendo, — dijo Drassy. Vann reprimió el deseo de sacudirla. Los Tres siempre actuaban igual con los que manchaban su poder. — Ella ha sido marcada para los oscuros, — dijo Zothar. — Ha tenido tratos con Doscaras y con Horrores del espejo. Estaba buscando algo, y ellos la encontraron antes de que llegara a nosotros. Drassy lo miró enojada. — Ya hablamos de esto, Zoh. Tú eres el que menos puede juzgar a alguien por tratar con esas criaturas... — No sé de qué hablas, — dijo el espíritu secamente. Drassy siguió enfrentándolo. Vann la retuvo por el brazo. — Eso todavía no sucedió, Cassie. Falta mucho tiempo para que sus maniobras queden al descubierto... El fantasma lo miró todavía más furioso. De pronto, brillaba con una luz verdosa, como si la imagen estuviera por estallar. Vann recordó aquella vez, cuando Drassy había recibido la llamada, y Zothar se mostró furioso de que se hubiera elegido a

81 una forastera... Siendo que él mismo se había casado con la forastera Fiona, y había tratado con un Horror para que ella pudiera compartir su poder y ser bruja aunque fuera a medias. Era un mentiroso, el rey de los mentirosos, este espíritu de la Otra Rama. El resplandor dorado y rojo centelleó a su espalda, y Vann lo miró. La sombra del espíritu de Fiona, rescatado solo después de que ellos vencieran a la Maldición de Zothar. Sí, el Viejo tendría que esperar muchos años todavía para saber de lo que la Guardiana era capaz. Mostró los dientes en una sonrisa irónica. En ese momento, llegaba la Comites Minh, e Ingelyn en persona se adelantó a recibirla. — Minh, queridita... — saludó, tomándola de las manos. La Comites se sonrojó. — Yo... — No te avergüences, — dijo la hechicera de azul, que había terminado de materializarse junto a su esposo. — No nos traicionaste, ni nos fallaste en ninguna forma. Era la única manera de que la Guardiana se revelara al Trígono. — ¿Qué? — saltó Vann. La hechicera lo miró con una sonrisa. — ¿Creíste que fue por casualidad, o que era un juego, Djavan de la Rama de Plata? Sé quien eres, aunque mis compañeros no puedan decir lo mismo. Y sé quién serás. Vann se inclinó ante la Sabia. — Te pido disculpas, entonces. Drassy también le sonrió a la bruja azul. — Esperaba que alguno de ustedes lo recordara... lo supiera, — murmuró. — Pero pensé que sería él... La Sabia se limitó a sonreír y sacudir la cabeza. Con un gesto le cedió la palabra a Ingelyn. — Comites Minh de la Rama de Cobre. Muéstranos lo que has encontrado... Minh se sonrojó. Metió la mano en un bolsillo, y sacó una joya, un topacio, tallado para representar la hoja de un árbol. — ¿Es la verdadera Joya? — preguntó Drassy. — No. Esa está en NingunaParte... hasta que sea rescatada. Pero toma esta joya, y danos uno de tus recuerdos, Guardiana, para que la Rama de Cobre te apruebe. Drassy sacó la varita y la giró un poco. El Cetro de los Tres apareció en sus manos, e Ingelyn asintió con una sonrisa. Le indicó a Minh que tocara el topacio de

82 Drassy con el que tenía en la mano, y cuando la Comites lo hizo, una nube rosada se formó sobre el Cetro. Drassy lo movió para que la nube se ampliara y todos pudieran ver las imágenes. Una mujer caminaba por un pasillo en sombras. — Sí, está aquí. Gracias, Joya. Nunca hubiera encontrado el lugar sin tu ayuda… Algo se deslizó por el suelo y desapareció. La mujer se inclinó y examinó los dibujos de las losas del pavimento. Se dirigió hacia el centro del vestíbulo, a un lado de la escalera. La luna alcanzó el cenit, y un rayo de luz entró por una abertura disimulada en el techo, alcanzando a la mujer. La capa cayó al suelo. Era Drassy. Murmuró algo en un idioma extraño, y levantó los brazos en una invocación. La luz, temblorosa y vacilante parecía reflejarse en su camisón, brillando alrededor y arriba, formando una figura: un árbol de luz. Unas sombras animales bajaron desde las ramas y la rodearon. — Los Tres del Trígono, — dijo ella. — ¡Guardianes de las Ramas! Quisiera hablar con ustedes… Los animales se transformaron en magos. Los Tres Protectores. — ¿Para qué nos llamaste? — le preguntó el hombre fénix, Arthuz. — Las cosas se están precipitando. El Rey del Bosque me advirtió… Temo que Althenor esté cerrando el círculo, y no estoy segura si esta vez la primera cosa que él haga sea atacar el Trígono. Inga e Ingelyn se miraron la una a la otra preocupadas. Inga, preguntó: — ¿Qué quieres de nosotros? Drassy dudó. — Quiero que levanten un Guardián, — dijo por fin. — No es tan fácil. El Guardián debe convocarnos primero, — dijo Zothar. — Debe oír la llamada, y superar las pruebas para recibir la investidura. — El Guardián debe convocarnos, y ser probado, es verdad, — dijo Arthuz. — Ya hemos sido convocados… — Sólo faltan las pruebas, — agregó Ingelyn. — ¿No querrán decir que yo...? ¡No! No, no... Inga e Ingelyn asintieron. Zothar puso una cara de indecible desprecio.

83 — ¿Un Guardián que apenas cruzó el umbral!? ¡Intolerable! — En su ira, lanzaba destellos verde y plata. Parecía a punto de estallar. Vann sonrió al ver la imagen. — Estoy de acuerdo contigo en que debemos ser prudentes, — dijo Arthuz. — Las últimas Guardianas resultaron ser… elecciones desafortunadas… — No quiero a una forastera como Guardiana, — insistió Zothar. Pero agregó perversamente: — Pero si ella consigue las Prendas, y si reúne las Piedras de la Prueba, yo la aceptaré. Una vez dicho esto, tomó de nuevo su forma de naga, y subió al rayo de luz. — ¿Estás de acuerdo, aspirante a Guardiana? — preguntó Arthuz. — Lo estoy, — dijo Drassy con voz firme. — Buena suerte, — dijo Inga, y besó su mejilla mientras desaparecía entre las alas del fénix. — Muy buena suerte.— Ingelyn la abrazó. — Tenemos que proteger a los nuestros. Los otros habían desaparecido. El pegaso desapareció en el árbol de luz, y el árbol se disolvió en la luz de la luna. La imagen cambió. El comedor del Trígono estaba lleno de personas. Drassy irrumpió en él llevando a alguien en brazos y se paró a la mitad del salón. — ¡Profesora! ¿Dónde estaban? ¡Las hemos buscado por tres días! — exclamó el Anciano Mayor poniéndose de pie. Drassy no contestó. Miraba furiosa al estandarte de Zothar que se movía en el aire inmóvil. — ¡Maldito seas, traidor! ¡Aquí tienes tu Prenda! — Y lanzó con toda su fuerza un objeto hacia la esquina de Zothar. Las mesas alrededor volaron en pedazos y los aprendices huyeron en todas direcciones. Un silencio de muerte llenó el cuarto. — Ciertamente, el tío Solothar seleccionó para mí una Prenda que no podía dejar de redimir, — dijo una voz fría y sibilante. Zothar estaba allí. — Nos traicionaste, — escupió Drassy. — ¡Tranquilízate! — dijo con siniestra suavidad el Espíritu. — La muchacha no está muerta... todavía.

84 Otros dos magos habían aparecido en sus lugares respectivos. El resto de los estudiantes, aquellos que no habían huido todavía, lo hicieron ahora apretándose contra las paredes del salón. Algunos de los maestros se levantaron. — ¿Qué crees que estás haciendo, Zothar? — gruñó Arthuz. Ingelyn se hizo cargo de la muchacha herida — No pensarás, Arthuz, que yo iba a permitir que un manojo de sentimentales como ustedes permitieran que cualquiera llegara a ser el Guardián del Trígono, — contestó Zothar con desdén. — Trajiste las Tres Prendas. Pero yo no veo las Piedras, — dijo. La diversión se leía en sus ojos. Drassy rebuscó en sus bolsillos. Arrojó las piedras que había estado recogiendo a los pies de Zothar. Tres piedras. Las piedras flotaron delante de los ojos del Espíritu. — Ajá. Un rubí para el fuego de Arthuz. Un topacio para el elemento de Ingelyn, tierra. Un zafiro azul para el aire, el elemento sin rama… Supongo que lo tomaste del lugar de Arthuz… — Drassy no contestó. — Me temo que no están todos, querida. Llámame cuando hayas hecho bien las cosas.— Él empezó a retirarse. Vann sacó una piedra verde de su bolsillo y también la lanzó en dirección de Zothar. — Ésta es la esmeralda de Zothar. La he guardado por años...— dijo. Zothar se volvió y miró las cuatro piedras que giraban delante de sus ojos. — Muy bien, pero todavía falta una, el Corazón del Trígono, la piedra del Guardián. ¿No la tienes, aspirante a Guardiana? ¿O no has aprendido nada todavía? Drassy pensó. Las piedras todavía flotaban en el aire, girando lentamente, tres hojas del árbol, topacio, esmeralda, rubí, y un corazón de zafiro. Lo había visto antes en las puertas. Solo faltaba el centro, el Corazón, el otro lado. Y de pronto, levantó los brazos y las mesas desaparecieron. Levantó un pie, y dio un paso, y un giro, una inclinación a la derecha, otra a la izquierda, y con una danza como no se había visto antes en el castillo, convocó una a una a todas las criaturas de este y el otro lado. Cada uno le trajo una parte del Corazón, una parte de su poder, una parte de su ser. Las piezas formaron un montón a sus pies. Todos juntos, los del Trígono... Pero todavía faltaba una astilla. Zothar dejó escapar una risa fría y cascada. — Muy astuta, pero veo que todavía te olvidas de alguien. Los ojos de Drassy se enfriaron. Se enderezó rígida. — Nakhira... — susurró crispada. La enorme naga roja cayó frente a ella, como si hubiera sido llamada. Drassy la miró fijamente, y la serpiente le devolvió fijamente la mirada.

85 — Tú y yo podríamos ser enemigas, Nakhira, en el exterior. Y aún así tenemos algo en común aquí. Eres parte del Trígono. Y también lo soy yo. Dame la pieza que falta de la piedra, por favor. La naga se levantó, alta, impresionante, y tocó el pequeño montón de arena convirtiéndolo en una masa sólida. Drassy recogió los pedazos, y los sostuvo unos momentos entre las manos. Unos destellos de luz blanca forjaron la piedra. Drassy lo presentó a Zothar. Él lo lanzó hacia los otros, que todavía giraban en el aire. Las cinco piedras se fundieron en un estallido de colores. Las criaturas, mágicas o no, habían desaparecido. Drassy tenía en su mano una varita torneada. — Ahora es tuya, — dijo suavemente Zothar. — Úsalo para defender.— Se inclinó y desapareció. Detrás de él, una columna de cristal con la forma de una naga creció para sostener la Prenda de Zothar. Arthuz se acercó a Drassy. Él también se inclinó ante ella. — Sé bienvenida, Guardiana. Te serviremos con valor.— Él también desapareció. La Prenda del Fuego reposaba ahora sobre un pilar de oro con la forma del fénix. Ingelyn se acercó a Drassy frotándose las manos. — Sabía que lo harías bien. Abrazó Drassy, la besó en las mejillas y desapareció en un remolino. No dejó ningún pilar para la Metamórfica. El árbol simplemente se cubrió con perfumadas flores amarillas y el rocío dorado llovió suavemente por un momento. Las tres Prendas habían sido rescatadas, y el Trígono tenía una Guardiana.

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Capítulo 8. Respuestas.

La imagen se diluía ahora. El Anciano Mayor miraba a Drassy con media sonrisa. Evidentemente, esto bastaba para él. Pero era un hombre curioso, y notó con agrado que Aurum se acercaba a ellos. El joven Comites miraba a su alrededor un tanto desconcertado, como buscando algo. — Mm. ¿Dónde está Argéntea? — preguntó con una arruga de incertidumbre en el ceño. — No ha llegado aún. Pero supongo que nos has traído algo, — dijo el Anciano Kethor, frotándose las manos. — Podemos continuar con la historia... — y fue él quien cedió la palabra a Arthuz con un gesto. — Comites Aurum de la Rama de Oro, muéstranos lo que encontraste. Aurum se inclinó ante Arthuz y abrió la mano lentamente. Un rubí rojo sangre centelleaba en su mano. El Protector de la Rama del Fuego hizo el mismo gesto que había hecho Ingelyn unos momentos antes, y el joven Comites tocó con su hoja de rubí el cetro de Drassy. — Amigos míos, habitantes del Trígono, interior y exterior, visible e invisible... — empezó el Maestro, el otro Maestro. Drassy estaba de pie a su lado. Los embajadores se acercaban, cerrando el círculo. Estaban en el prado del Árbol, en el Interior. — Estamos aquí reunidos para restaurar el equilibrio de nuestro Árbol, y para confirmar a la Guardiana. ¡Que se acerquen los representantes de las Tres Ramas! Drassy vio que Vann se acercaba con la Dama de blanco. La Comites de la Rama de Fuego se acercaba tomada del brazo del Mago de rojo. Desde la tercera esquina, la Comites de la Rama de Tierra venía del brazo del Rey de negro. Los tres grupos se acercaron hasta quedar a unos tres metros de Drassy. El Maestro le apoyó la mano en el hombro. — Ahora mire el Árbol, — le susurró. Drassy volvió a mirar alrededor. ¿Árbol? No veía ninguno. Los tres Comites sacaron sus varitas. El Cetro de la Rama de Oro estalló en llamas cuando el hombre de rojo apoyó su mano en la de la Comites. Drassy sonrió, pensando que casi podía

87 sentirlas torneándose alrededor de su cuerpo. Miró a la tercera esquina. El hombre de negro le sonrió cuando apoyó la mano en las de la respectiva Comites, y la varita emitió una curiosa luz cobriza. La Rama de la Tierra, restaurada. Drassy se volvió a Vann. El Vigía sostenía su vara coronada por la cobra de ojos de esmeralda. La Dama de blanco no lo tocó. Solo apoyó la mano sobre la cabeza tallada de la cobra y la retiró enseguida. Una corriente plateada salió de la vara y se unió a las anteriores. Drassy podía ver las luces mezclándose y torneándose a su alrededor. Por un segundo, sintió que la luz se iba, y vio los tres sitiales, ocupados por los tres Protectores. Zothar, detrás de Vann y la dama; Arthuz, con Gertrudis y el mago de rojo; Ingelyn con Sylvia y el rey de negro. Levantó la vista, buscando a Scynthé, y perdió el aliento. Todo a su alrededor, tejido en luces y sombras; oro, plata y cobre; rama a rama se levantaba el Gran Árbol. Arriba vio el cielo azul, y las hojas que temblaban en la brisa; ya claras y luminosas, ya frías y sombrías, según qué rama las alimentaba. El ave blanca, Scynthé aleteó hacia ella y se transformó en Ingarthuz, la bruja de azul. — Bienvenida al Trígono real, Guardiana. Te confirmamos frente a los representantes de todos los habitantes de este lugar. ¡He aquí a Cassandra Troy, la Guardiana del Trígono! Y de nuevo la imagen cambió. Los Tres la esperaban. Vann se retiró a su lugar, junto a la Dama de blanco, y Drassy se vio enfrentada por las tres ternas del Trígono: humanos, espíritus y animales mágicos. El Anciano Mayor se acercó y se paró junto a ella; y Drassy lo miró agradecida. Arthuz tomó la palabra. — Ahora te presentaremos una nueva misión, — dijo. — La Puerta del Bosque fue sellada desde afuera, de manera que es imposible abrirla. Te pedimos que la restaures desde adentro. Drassy se encogió de hombros. — Sí claro, pero... Dime qué tengo que hacer para abrir la puerta. El viejo espíritu sonrió. Movió las manos y trazó un círculo de llamas doradas en el aire. Drassy se vio a sí misma hablando con Vann en el mirador del Valle. ‘¿Y Gertrudis?’ ‘Mydriel es ahora la Señora del Fuego.’

88 ‘Y... ¿si combinan sus fuerzas? Ya sabes... una noche de luna llena, los tres juntos... Todo eso.’ ‘La única persona que tenía la intuición para convocar y unir fuerzas antiguas era la Guardiana. Por eso estoy aquí.’ ‘Ya no soy la Guardiana.’ ‘Pero lo fuiste. Debe quedarte algo de intuición.’ ‘Toda la que quieras. Pero no tengo magia...’ El círculo de llamas empezó a girar más lentamente, transformándose en una gargantilla. Esmeralda, zafiro, topacio, rubí. Y en el centro, un cristal blanco, tallado como una lágrima, una pequeña réplica de la piedra central, la piedra de la Guardiana. Drassy se llevó la mano a su propio cuello, donde la gargantilla respondió con un resplandor a las imágenes en la nube rosada. Las joyas giraron hasta formar el clásico dibujo del triángulo con el zafiro en el centro. — Las joyas de la puerta, — susurró Drassy en la imagen, tendiendo la mano. Pero las joyas desaparecieron al tocarlas. Arthuz sacudió la cabeza. — Sí y no. Esas eran las joyas del collar de la Guardiana, premio que obtendrás cuando restaures la Puerta. Entretanto, las gemas de la cerradura te estarán esperando en el momento y el lugar adecuado. No puedes soslayar la búsqueda de las auténticas Joyas, después. — ¿Joyas auténticas? ¿De qué...? El espíritu hizo un gesto vago, muy parecido a la fingida expresión de distracción del Anciano Mayor. — Cosas que el tiempo traerá. No tiene importancia por el momento. ¿Vamos? Ustedes, los que aún respiran querrán disfrutar del final del banquete... De nuevo la imagen cambiaba. Había pasado tiempo, pero Drassy reconoció el lugar de la Frontera de inmediato. La Danza de la Tierra estaba prevista para el amanecer. Drassy caminó hacia la cima, y se detuvo justo en la línea que dividía los mundos. Dibujó un círculo con la varita de los Tres. Un círculo de Tierra. Luego sostuvo la varita en equilibrio sobre su palma. Las tres hebras de color, y el etéreo hilo de Scynthé se separaron hacia los

89 cuatro puntos cardinales y se clavaron en el suelo como extraños tallos de colores. Podía ser el Trígono, pero las Joyas eran cuatro. Drassy se paró en el centro, esperando al sol, y cuando la primera luz dibujó líneas amarillas en el suelo, la danza comenzó. El sol se levantó, lento y majestuoso sobre los árboles. La neblina le daba sombras rojizas que se reflejaban en las lentejuelas del vestido de Drassy. Chispas de luz tocaban las rocas cercanas, y los árboles, más lejos. Un giro, una inclinación, y otro giro. La luz jugaba con la bailarina y la danza continuó hasta que el sol fue un círculo completo sobre los árboles. En ese momento, la hebra cobriza se convirtió en una columna de luz. Saliendo de ella, apareció Ingelyn, señora de la Rama de Cobre. Drassy le hizo una reverencia y se acercó. Un relámpago de luz, y la Joya de la Tierra fue entregada. La Danza del Aire se llevaría a cabo a mediodía. Drassy se levantó y fue hacia el círculo, soplando sobre él, y se paró en el centro, esperando. Una brisa fresca se levantó exactamente a mediodía. La nueva danza comenzó. Drassy se movía como una hoja en el viento, corriendo en círculos, girando, flotando, y el viento soplaba alrededor de ella, casi tomando cuerpo para bailar con ella. A su tiempo, la hebra transparente de la varita estalló en una columna de luz blanca. Algo blanco y maravilloso aleteó unos momentos en la luz, y dio paso a Ingarthuz, la hechicera. Ella se deslizó, leve y sin peso hacia Drassy, que se inclinó ante ella. Un relámpago azul, y Drassy cayó al suelo. La segunda Joya había regresado a su sitio. La Danza del Fuego iba a realizarse a la caída del sol. El último rayo tocó el círculo, y éste se encendió en llamas. Y Drassy bailó. Vann, que la acompañaba, había visto esta danza antes. Tres veces, y las tres diferentes. Ella giraba alrededor del círculo en una luz amarilla, naranja, roja. Y giraba en el centro, en una alta llama de oro. Los otros fuegos se apagaron, y la hebra del fuego se abrió en una columna de luz para que Arthuz entrase al círculo. La Joya de Fuego había sido entregada. Y la medianoche había llegado al fin. La hora de la Danza del Agua. Las imágenes se habían sucedido con rapidez, pero el día había sido largo. Drassy se dirigió hacia el centro del círculo por última vez. Sólo faltaba una danza. Sólo faltaba una Joya. El rocío cayó blandamente, llenando la línea del círculo. Drassy se movía lenta, sinuosamente. Una danza del agua diferente. La danza salpicó, se reunió, llovió, rodó,

90 giró y se movió en lentas ondas hasta su final. La hebra verde se abrió en la columna de luz plateada para dar paso al señor de la Rama de Plata. Drassy, y también Vann, miraron con la boca abierta al espíritu que tenían delante. No era el viejo Zothar. El espíritu les sonrió. — ¿No lo habían adivinado, entonces? — dijo. — No, — dijo Drassy sin aliento. — ¿Quién eres? — Soy Zothar. De la manera que él debió ser. El Zothar que ustedes conocen, su figura, su imagen, fue realizada por mí. Yo hice el papel de Protector cuando el verdadero Zothar se marchó, luego de la muerte de Fiona. — Pero, ¿quién...? — Esta es la imagen del tío Solothar, si es eso lo que intentas preguntar. Los otros señores de las ramas personifican ellos mismos a sus Protectores, pero yo debí hacer el de Zothar. El se fue, y jamás regresó. Aún así, la Rama debía sobrevivir, y ellos, los tres que quedaban me apoyaron. El encantamiento para hacer vivir al Protector de la Rama de Plata fue demasiado fuerte para Solothar. Casi muere. Pero el Protector, o sea yo, todavía perdura. Soy una mezcla de Zothar y Solothar, puede decirse. El poder de uno, y la voluntad de construir, aprender y enseñar del otro. Y la mezcla es tan poderosa, que yo, de entre los Tres, soy el único que puede adoptar diferentes formas, a mi gusto. Drassy lo miró completamente impresionada. — No podíamos mantener esto en secreto de la Guardiana y el Vigía, — dijo. Vann había entrado en el círculo. Estaba detrás de Drassy, sosteniéndola por la cintura. — Toma la Joya, por favor. Creo que todo esto es demasiado para mí hoy, — dijo ella en un susurro. Hubo un frío relámpago de luz, y ella cayó sin fuerzas en los brazos de Vann. La última Joya había sido entregada. Drassy y Vann miraron las últimas imágenes tomados de la mano. Toda su historia se desplegaba ante ellos. Ella se acercó un poco más a él. — Aún así, — dijo Zothar, un poco incómodo por lo que había presenciado, — todavía no nos han demostrado que son los indicados para tratar con Alya-Zazee. — Todavía no nos has dicho qué problema tienes con Alsacia, — objetó Drassy. — Y temo que tiendo a estar de su parte antes que de la tuya. El espíritu hizo una mueca, presto a replicar. Pero un grito lo interrumpió.

91 — ¡Drassy! — exclamó una voz. Drassy se volvió, sorprendida. La voz era la de Diana. Miró a Vann, que también se daba la vuelta entre perplejo y disgustado. — ¿Qué haces aquí? Te dije que esperaras en nuestras habitaciones... — ¿Te siguió? — preguntó Drassy. — ¿Cómo pudiste dejar que te siguiera? — Le dije que se quedara allá... Ella me siguió por su cuenta. — ¿Y qué esperabas? — ¡Diablos, Cassie! ¡Que obedeciera! — Maldición, Javan. ¿Por qué ella iba a hacer algo diferente de lo que hubieras hecho tú? ¡Es tu...! El gesto de Vann la detuvo. Ella se mordió los labios. La Comites Argéntea los miraba con expresión bastante divertida, e interrumpió la discusión. — La encontré en la Puerta. Se había perdido en la luz blanca. Los aprendices jóvenes no tienen suficiente fuerza como para romper la barrera... Drassy miró a Vann con una pregunta. — En casa, el Maestro abre la Puerta él mismo. Nunca hemos perdido a nadie en el limbo de la Puerta, — dijo él. Ella asintió. Los otros los miraban con curiosidad. — Bien, Dama de Agua. Nadie nos dará la palabra para terminar con esto. Muestra tu joya, y toca el Cetro, para que podamos ver por qué esta mujer se considera apta para lidiar con Alsacia y sus maldiciones... — dijo Zothar no sin sorna. Argéntea lo miró con altivez y le dedicó una inclinación burlona. Pero sacó una hoja de esmeralda de entre sus ropas y con ella tocó el cetro de la Guardiana. La nube rosada se llenó una vez más de imágenes. El lugar era blanco y sin límites. Los conocidos sitiales se desdibujaban en la luz. Estaban vacíos de todas maneras. Vann estaba junto a Drassy. Los otros estaban más atrás. Calothar de Huz, envuelto en las llamas rojas de su clan. Y sus llamas envolvían, amistosas a Andrei Leanthross, el viejo amigo y mentor, reconociéndolo como un igual, otro Mago de Fuego. Vladimir Où, el rastreador, se envolvía en la neblina gris de las criaturas de la Otra Rama. Pero sus ojos de plata centelleaban como faros en la niebla. Frente a ellos, el Anciano Mayor del Trígono. Su Vara y su persona también aparecían envueltas en llamas; pero en este caso eran las llamas doradas de los clanes fénix. Drassy se volvió hacia su esposo. Lo vio sacar a Joya de su manga y dejarla en el suelo frente a él.

92 — Una vez más, Joya de la Rama, eres llamada a servirnos, — dijo con voz fuerte. Drassy se estremeció. Joya empezó a aumentar de tamaño. — Una vez más, Joya del Árbol, eres convocada... Joya había crecido hasta tener casi el mismo tamaño de la Vara de Vann. Djavan de la Rama de Plata descubrió su Vara y la golpeó una vez contra el suelo blanco. Luego miró a Drassy. — Descubre tu Vara, Guardiana... Drassy se llevó la mano a la cabeza, donde normalmente usaba las dos varitas, la torneada de colores y la de metamórfica como broche, y la desprendió. Mientras la bajaba, la sintió que el Cetro de los Tres tomaba forma en su mano. La apoyó junto a la Vara de su marido. Y entonces él sacó el objeto que había traído envuelto. Las tres cabezas de serpiente rodaron, sueltas cuando la Vara de Zothar rodó por el suelo. Drassy iba a levantar una de ellas, pero la mano de su esposo en su brazo le impidió moverse. Ante su asombro, las cabezas empezaron a moverse en dirección al vástago de la Vara a la que habían pertenecido. Joya se interpuso, siseando. Las cabezas se sacudieron un poco más, y quedaron quietas, rezumando un líquido oscuro y viscoso. Drassy contenía la respiración. Nada bueno podía venir de la Vara de las Tres Cabezas... Joya se enroscó y levantó la cabeza, siseando. Las hebras de líquido viscoso se engrosaron, formando un riacho. Joya siseaba con insistencia, como si estuviera lanzando un desafío. O un hechizo. Pero las hebras de líquido seguían creciendo. De pronto, y sin previo aviso, la primera de aquellas cabezas de serpiente se levantó, usando su riachuelo viscoso como si fuera un cuerpo. Drassy imaginó lo que seguiría: Joya se levantó, amenazadora, y atacó a la serpiente de la vara sin esperar ni permitir que se uniera con las otras. Una y otra vez, como un ariete, la cabeza de Joya fue y vino, y cada vez, la serpiente de la vara perdía un trozo de su improvisado cuerpo. Al final, la cabeza rodó de nuevo por el suelo, y Joya lo aplastó en sus anillos. La segunda cabeza se levantó, y por tres veces se repitió la lucha de Joya con las serpientes de la Vara. Por tres veces, Joya fue la que tuvo el último movimiento. Cuando se retiró, lo que quedaba de las cabezas no era más que una mancha viscosa y aplastada en el suelo. Djavan de la Rama de Plata volvió a golpear con su Vara en el piso. Y algo llamó su atención, porque de pronto, sonrió, y le tocó la mano a Drassy. La miró. — No sé por qué, quieren que lo hagas tú... — susurró.

93 Drassy golpeó con el Cetro de los Tres el piso blanco, y la Vara de la Sombra de la Guardiana se torneó en torno a la suya, como una sombra. La Guardiana y su Sombra... Ella también sonrió. Joya se había subido al asta de la vara de la Serpiente y la había quebrado con su peso. El crujido fue claramente audible. — La Vara está quebrada, — dijo el Anciano Mayor, avanzando un paso. — Althenor no se volverá a levantar. — Althenor no se volverá a levantar, — repitió Drassy. — No se volverá a levantar... — No se volverá a levantar. Jamás. — Lo hicieron... — susurró Diana. — De verdad lo hicieron... Vann le apoyó la mano en el hombro, y Diana lo miró entre asustada y admirada. — ¿Y bien? — preguntó Drassy, volviéndose a Zothar. Las imágenes se habían apagado, dejando a todos mudos.— ¿Nos darás nuestra respuesta? Zothar la miró con los ojos entrecerrados. — La Dama de blanco no ha querido venir. ¿Por qué? Drassy hizo una mueca. — Nos despedimos hace años, — dijo en voz baja. — Y cuando lo hicimos prometimos no volver a vernos. Había considerado romper mi promesa y preguntar a la Antigua qué es lo que está sucediendo, pero... — Lo tomará a mal. No rompas tu promesa, — dijo Vann. — Además, nosotros tenemos una misión que cumplir, Drassy, y no sé por qué tenemos que justificarnos con ellos. — No tienes que justificarte con nosotros, Djavan de la Rama de Plata. Has quebrado la Vara de Zothar. ¿Quién se atrevería a pedirte cuentas? Vann miró a Scynthé y reprimió una sonrisa. — Ella, — dijo, señalando a su esposa. — Y sin ella, la Vara de las Tres Serpientes nunca hubiera sido quebrada. — O se hubiera vuelto a levantar. Veo nudos de tiempo todo a tu alrededor. Aún así, lo que quieran de nosotros, solo tienen que pedirlo. — Diablos, solo queríamos unas pocas respuestas. ¿Por qué Alsacia no puede entrar aquí? ¿Quién tiene la Vara de las Serpientes? ¿Por qué Djarod quiere un aprendiz justo ahora?

94 — Alya-Zazee ha sido marcada por la Vara de las Tres Serpientes, la que tiene Edenor, hijo de una pareja supuestamente forastera que se perdió en el Yermo hace muchos años y se hospedó en una torre que dicen que hay en ese lugar. El muchacho permaneció en la torre cuando los forasteros se marcharon. Y luego descubrimos que había desarrollado poderes mágicos. Drassy miró a Vann y Vann se estremeció. — ¿Te parece que...? — La Vara lo tomó. Tal vez Edenor fue el primero... O tal vez no. Nadie supo eliminar la Vara cuando murió el primer dueño... — ¡Zothar! ¿Cómo se te ocurrió dejar suelta una Vara de rizo de Esporina? De pronto, Drassy se había vuelto, hecha una furia hacia el espectro del hechicero, y lo enfrentaba, los brazos en la cintura. Vann miró burlonamente al sorprendido espectro por detrás de la cabeza de Drassy, y la calmó apoyándole la mano en el hombro y haciéndola volverse. — Cálmate, — le dijo. — Ahora... — Djarod necesita un aprendiz porque su tiempo en la Torre se acaba. Él siente que ha llegado el momento de enfrentar a la Vara, pero no quiere dejar la Torre en malas manos. Siempre nos ha sido leal, aunque aquí no lo hayan recibido, — dijo Argéntea. — La Dama del Lago dijo que es un Protector, — susurró Diana. Aurum la miró con una sonrisa. En otro tiempo, ella se hubiera desmayado en semejante compañía como la que se encontraba ahora. Drassy le sonrió. — Todos los magos de tierra son protectores... más o menos. Él es más selectivo, y elige criaturas que... — ¡Por favor! ¿Hikiris? ¿Glubs? ¡Déjalo que se quede con Alsacia y que se ocupe de sus bestias! Drassy miró sorprendida a Scynthé. Ella había sufrido heridas muy personales con los Doscaras y los Horrores, pero... Bueno, no era momento de entrar en discusiones. La sonrisa de burla de Zothar era muy clara ahora. — Bien. ¿Por qué Alsacia no puede entrar aquí? — Está marcada. Si le permitimos la entrada, los oscuros podrán abrirse camino a través de ella. No puede pasar. La voz de Zothar era fría, y su sonrisa helada, cruel. Sabía que Drassy no iba a comprometer al Trígono en ese caso. Drassy asintió lentamente con la cabeza.

95 — Bien, lo acepto. Pero Djarod tomará un aprendiz de los nuestros. Y los Tres lo permitirán, y mantendrán la tregua hasta que él elija. Para sorpresa de los tres Comites, Zothar se inclinó ante Drassy y dijo: — Se hará como tú quieras, Guardiana. Zothar desapareció. Tras él, los otros Protectores también se inclinaron y desaparecieron. El lugar quedó vacío.

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Capítulo 9. El Interior.

Los Tres se habían retirado. El lugar había quedado sumido en un silencio perplejo. Los tres Comites y el Anciano necesitaban tiempo para interpretar lo que acababan de presenciar. Drassy se volvió a Diana. — Diana... ¿Te sientes bien? Diana asintió dudosa con la cabeza. Drassy hizo idéntico gesto de duda y miró a Vann. — No... No lo creo. Ella tendrá la fuerza, pero creo que todavía no la tiene. Es muy joven aún... Es raro que haya aguantado tanto... Drassy asintió y se arrodilló frente a Diana, tocándole la frente y las enrojecidas mejillas. — ¿No te sientes mareada, o como si te faltara el aire? Diana asintió apenas. Temía que si decía que se sentía mal la devolvieran al castillo. Pero Drassy no hizo nada de eso. Se llevó la mano al cuello y desprendió la cadena de la cual pendía el dije con forma de llave y se lo colocó alrededor del suyo. — Sólo por hoy... Usa este dije para que los poderes que tendrás algún día te protejan de la avalancha de magia de este lugar... — ¿Qué quieres decir, Drassy? — El poder del Interior es muy intenso. La mayoría de los aprendices no pueden soportarlo. Por eso es que no se les permite entrar hasta que están lo bastante fuertes como para resistirlo... Una vez me dijeron que es como poner una pequeña vela dentro de una gran hoguera... El Comites de la Rama de Fuego sonrió. — Es una excelente manera de describirlo, — comentó, haciendo sonreír a Drassy. — Muy gráfica. Ahora, Guardiana, me gustaría que me acompañaras. Los demás nos pueden encontrar en el prado frente a la Puerta... Drassy se enderezó y miró a Argéntea de frente. La invitación de la Dama de Agua no la sorprendía demasiado. Ella... Era una Zothar. Intentaría siempre saber un

97 poco más que los demás, ver un poco más lejos, tener un poco más de control... Se volvió a Vann. — Amor, cuida a Diana. Comites de la Rama de Plata, te sigo... Y se transformó en brisa para seguir a Argéntea que también volaba hacia algún rincón del Trígono, profundo y secreto. Las Fuentes del Interior estaban en un hueco entre dos paredes de roca blanca y pulida como superficies de mármol. El agua nacía de la grieta que separaba y unía las dos paredes, y se deslizaba susurrando hasta llenar una fuente que se separaba en otras tres, formando un trébol en tres niveles. En cada salto, la cortina de agua se rompía en miles de perlas de cristal e hilos de plata. Las tres fuentes desbordaban por su borde más alejado, y el agua sobrante corría como arroyuelo por un cauce de piedras blancas que se volvía más y más grises a medida que se alejaban de las Fuentes. Argéntea se tomó unos momentos para sobrevolar la superficie del agua, ya fuera para admirarlas, para que Drassy pudiera hacerlo, o para que ambas pudieran ver sus reflejos en el agua. Drassy vio la sombra de lo que había sido, y el fantasma de lo que había de ser. No supo interpretar la sombra de Argéntea. La Dama de Agua se detuvo junto a la mayor de las Fuentes. El agua susurraba muy quedo ahora, y cuando la Dama empezó a hablar, en susurros suaves como el agua que corre, el agua de la fuente guardó silencio para escucharla. — Este es mi lugar en el Interior, — dijo. — Te he traído aquí para compartir lo que Djarod vio antes de marcharse del Trígono, ya que parece que tú estás dispuesta a ayudarlo a pesar de los Tres. Drassy reprimió una sonrisa. — Los Tres todavía no se han acostumbrado a mi independencia de juicio. No resulté una Guardiana sumisa, que era lo que Zothar hubiera querido... — Y les llevará muchos años más hacerlo, sin duda, — acotó seria, la Comites de Plata. — Pero yo tampoco resulté lo que los Tres esperaban. Drassy sonrió. — Eres una ninfa de agua. O una Dama del Lago. Pero has sobrevivido a la pérdida de tu lago. — Mi lago... — Argéntea suspiró. — Supongo que estas cosas no se pueden ocultar de la Guardiana... Mi lago estaba en los Jardines del Yermo... antes de que se

98 convirtiera en el Yermo. Huí con la corriente cuando la Vara de las Serpientes contaminó lo que había sido mi hogar. Las raíces de su torre se hundieron en la orilla, y las aguas se volvieron amargas... y turbias... El cieno devoró mi hogar. — Argéntea se estremeció. — Los Tres me recibieron... Por eso soy la Dama de Agua. Soy una Dama del Lago, de un lago que ya no existe... — Te han dado las Fuentes del Interior. Ninguna Dama del Agua puede reclamar un honor semejante. Las aguas más puras, las que nunca serán contaminadas... Argéntea la miró y sacudió la cabeza con tristeza. Como toda Dama de Agua, extrañaba sus propias corrientes, no importa cuanto tiempo hubiera pasado. Drassy se acercó y le apoyó la mano en el hombro. Argéntea no la rechazó, pero Drassy sintió que la Dama se estremecía en su interior, como si se sintiera invadida por algo ajeno y no bienvenido. Y pensó que sabía cómo hacerla sentirse mejor. Apoyó las dos manos en los hombros de la bruja y empezó a transformarse con un susurro, como a veces lo hacía en la cascada. A su llamado, tenues Gotas de Luna empezaron a bajar en la corriente, arremolinándose en torno a las dos brujas. La Dama abrió los ojos sorprendida. Nada de lo que había escuchado o entrevisto en la mente de Vann acerca de su esposa la había preparado para esto. Había creído que las Gotas de Luna acudían tan solo a su voz. Y había temido que al dejar ella el Exterior, las Gotas, esos tenues seres de Agua y Luz, se extraviaran en las turbias corrientes del mundo. Por esa razón se había demorado tanto en el mundo de afuera. Tanto que casi había perdido su capacidad de transformarse, su capacidad de fluir, como las otras damas... Una de las muchas cosas a las que había renunciado para salvar a otros. Con un suspiro que era mitad alivio y mitad placer, unió su susurro al de la Guardiana, y se transformó con ella en una figura de agua, entrando en las Fuentes y bañándose en la esencia misma de la magia del Agua que habitaba el lugar. El prado brillaba, lleno de sol. Al borde mismo del bosque, una pareja de centauros cuidaba la entrada del camino al refugio de los centauros del Interior. A su alrededor, retozaba una potranca. Apenas una niña centauro. Drassy la estuvo mirando un largo rato desde donde estaba, sin decidirse a bajar. Solo cuando el sol del mediodía alejó a los padres, y la pequeña centauro se dirigió al arroyo a beber, Drassy se transformó y se acercó a ella desde el agua. — Hola.

99 La niña la miró con curiosidad. — Hola, — dijo. — No te había visto antes por acá. ¿De dónde eres? Drassy sonrió, pensando que cuando creciera, la pequeña perdería mucho de su candorosa expresividad. Como todos, pensó. — De afuera. Crucé las puertas anoche. ¿No hicieron escándalo los Tres? La niña asintió, frunciendo los labios. — Nos pidieron a todos que enviásemos a los embajadores. Mamá y papá han estado esperando a alguien toda la mañana. ¿Sabes quién es el que viene? Drassy asintió apenas con la cabeza. — ¿Tus padres son los embajadores de los Centauros del Interior? — Interior y Exterior. Papá es el Señor del Viento, y mi madre, la Dueña. Ella vino de afuera, por eso no veo mucho a mis abuelos de allá... — ¿Y tus abuelos de aquí? — Ah, a ellos sí. Siempre me cuentan historias... — Historias de centauros, y la leyenda de los Hijos del Viento... — suspiró Drassy. — ¿Las conoces? Drassy se encogió de hombros. — Tengo muchos amigos centauros... — dijo vagamente. De pronto, la mirada de la niña se pareció mucho a lo que sería su mirada de adulto. Drassy volvió a sonreír. — Tú serás la Hija del Viento, — le dijo. La niña asintió sin sonreír. — Entonces vendrá un Señor del Viento y pedirá tu mano... La niña volvió a asentir. — No parece gustarte mucho la idea. La pequeña centauro miró al suelo y pateó inquieta con las patas de atrás. — Hay una profecía... — murmuró. — Ah, eso... — La niña la miró. La mujer que tenía delante, transformada en centauro en su honor, parecía no darle importancia a la profecía con que la habían estado molestando, incluso asustando, desde que naciera. — Te mostraré una cosa... Otra profecía., si quieres. Una profecía de esperanza... Sígueme. Para sorpresa de la pequeña, la mujer le hizo una seña con la mano y se lanzó a correr por el arroyo, chapoteando en el agua. Unos pocos metros más adelante se volvió

100 y le hizo señas con la mano. Lyanne lo dudó solo un momento más. Miró atrás adonde se suponía que sus padres la esperaban, y se lanzó a la carrera tras la extraña. La carrera no había sido larga. O tal vez sí. Cuando se detuvieron, el bosque ya no se veía. La mujer se había detenido solo al llegar a la fuente del arroyo. — ¿Pasa por tu casa, allá en el bosque, verdad? — preguntó de pronto. La niña asintió. — ¿Y alguna vez te has bañado en el arroyo al amanecer? ¿Para capturar los rayos del sol en el agua? Lyanne la miró sorprendida, y se sonrojó. Era precisamente por esa razón que sus padres la habían castigado hoy, obligándola a permanecer de guardia con ellos hasta que el visitante apareciera. Ella hubiera preferido quedarse en casa, jugando con los otros niños. De alguna manera la mujer parecía leer sus pensamientos, porque sonrió. — No temas. Si lo has hecho está bien... Es solo que tus padres quieren protegerte. — ¿De qué? ¿Del agua fría? Drassy volvió a sonreír. — No. De esto... Del futuro. En un solo movimiento sacó la varita que tenía sujetando su cabello y apuntó a la espuma que se arremolinaba en torno a las patas de la niña. — Vamos, salta... Levanta mucha espuma... — dijo entre risas. — ¡Atrapa si puedes la luz del sol! Lyanne la miró perpleja. Pero chapoteó como le pedían. Y cuanto más la azuzaba la desconocida, tanto más ligero sentía el espíritu y con tanta más energía salpicaba espuma en la cascada. Las dos terminaron empapadas y riendo. Lyanne salió del agua fría jadeando. Pero la mujer permaneció un momento más en el agua, dibujando algo en la espuma con la varita que tenía en la mano. — Los centauros no usan varita, — dijo la niña desde la orilla. — ¿Quién eres? —La Guardiana. Era a mí a quien esperaban tus padres... — Guau... La niña parecía asombrada. Asombrada pero no asustada. Drassy la miró otra vez y se rió. En la mano tenía algo brillante, que había sacado de la misma espuma que Lyanne había salpicado.

101 — Mira. — ¿Qué es? — Tu corona. La corona de la Reina de todos los Vientos. No solo serás la Hija del Viento, ni su Dueña, como tu madre. Serás su ama y señora, la Reina del Viento, del Interior y del Exterior... mientras dure tu reino y el de tu esposo. Luego, tus hijos lo dividirán de nuevo en Interior y Exterior, hasta que otra Gran Pareja se levante... La niña la miró algo asustada. — ¿Por qué me dices esto? — Es la profecía que te hago, el regalo de la Guardiana, Lyanne de los Centauros del Interior. Por muchos años esperarás a tu Señor, y por muchos años él esperará el tiempo de estar contigo. Eso dice la profecía que te han contado, ¿verdad? Te dirán que no lo esperes, te dirán que es en vano, y tú esperarás. Te dirán que solo quien atrape la luz del sol en las aguas del arroyo puede ser el Rey, y tu sonreirás y callarás. Esperarás mucho tiempo, y tal vez te parecerá demasiado. Pero lo sabrás antes que nadie, cuando él llegue. Libres y salvajes, como son los centauros, así será el canto de ustedes en la noche. Ninguna criatura lo resistirá. Y un día, cuando sea el tiempo, él vendrá, te lo aseguro, y te traerá esta corona, rescatada de aquel pico que ves allá. Y todos sabrán que es la corona de los Reyes de Todos los Vientos. La niña la miró un momento más, el ceño fruncido, llena de preguntas que era demasiado pequeña para formular. Drassy movió lentamente la corona ante sus ojos, haciendo brillar los hilos de oro y plata a la luz del sol. — ¿Por qué? — dijo la pequeña de pronto. Y Drassy sonrió, pensando que así tenía que ser. La niña había hecho la pregunta exacta. — Porque tu Rey debe aprender. Deberá aprender muchas cosas antes de llegar a ti y ser el Rey del Viento a tu lado. Debe aprender humildad, y solo siendo el Exiliado por innumerables años es que logrará aprenderlo. Es un centauro muy terco, tu Rey... Y tú también tienes algo que aprender en la espera... La niña la miró con la nariz arrugada y Drassy se rió alegremente. — ¡Paciencia! Ya lo entenderás cuando seas mayor. Y para ese momento, tú y yo seremos buenas amigas, y te ayudaré a pasar la prueba lo mejor que pueda. ¡Ten confianza, que todo saldrá bien! Y la mujer centauro que tenía delante abrió los brazos, todavía con la coronita de perlas y oro y plata en la mano, y se transformó en un águila blanca. Aleteó un momento sobre ella, y levantó vuelo hacia la cima de las colinas que se erguían ante ellas. Durante

102 mucho tiempo, aún cuando pasaron muchos años, cada vez que Lyanne miraba a la cumbre de aquel risco veía un destello de plata que le recordaba la profecía de la Guardiana. Había una mujer en la roca, y Drassy pensó que la conocía, aún antes que ella se volviera. Su cabellera roja caía casi hasta el suelo. — ¿Kathryn? — llamó, dudosa. La mujer se volvió. — ¿Nos conocemos? — preguntó la mujer, frunciendo un poco el ceño, como tratando de identificarla. — Mm, no. Tal vez... No, no lo creo. Sin embargo, te pareces mucho a alguien que conocí. La mujer sonrió y Drassy sintió que la piel se le erizaba. Era idéntica a Kathryn... y a Kathy. — ¿Cómo te llamas? — Kathara. Kathryn es mi nombre del otro lado, — dijo la bruja, y de pronto la miró con unos ojos azules de borde dorado. Drassy frunció el ceño. — ¿Eres una Fénix? La mujer asintió. — Claro. Por eso estoy aquí. Drassy levantó las cejas, interrogante. — Soy una de las embajadoras, — dijo la bruja. — Esperamos a la Guardiana. — Ah. Encantada. No conocía al Clan Fénix del Interior... La bruja fénix sonrió. — No somos muchas ahora. Algunas no han salido del huevo aún... Drassy la miró intrigada y se acercó más. Encontró una roca y se sentó frente a la bruja pelirroja. — ¿El huevo? Mi hija es una Bruja Fénix, pero no sabía nada de un huevo... — ¿Tu hija? Pero... Tú no eres una de nosotras. ¿Quién es su madre? — Mm... — Drassy miró al suelo y se sonrojó, invadida por una sensación extraña. — En realidad nunca pregunté su nombre. Yo... — ¿No se habla de ello en tu familia, verdad? Mm, sí, suele ser muy doloroso para ellos. Tanto que transmiten su dolor a sus hijos y nietos... Sólo cuidan del huevo hasta que la nueva Fénix nace... — No te entiendo...

103 Los ojos dorados de Kathara parecían cada vez más dorados. — Cuando una Bruja Fénix da a luz... Bueno, ella... — Hace como los fénix. — Sí. Literalmente. La madre se envuelve en llamas, y deja un huevo. Uno solo. El padre, o el Clan se hacen cargo del huevo, durante los cincuenta o cien años que demora en empollar. — Pero... Nuestra hija no nació de ningún huevo... Y no tardó cien años en nacer... creo. Kathara frunció el ceño un momento. — ¿Cuál es su nombre? Drassy dudó un momento. La misma sensación de un momento anterior le impidió hablar. — ¿Por qué lo preguntas? — dijo en cambio. — Porque la que nace del huevo es la misma que puso el huevo. No sabes mucho de las Brujas Fénix, ¿no es así? Drassy miró a la mujer sin saber qué responder. Esta era Kathara, madre de Kathara, abuela de Kathara. Era la abuela de su hija. Y si estaba comprendiendo correctamente, era abuela y madre de sí misma. ¿Cómo podía decírselo? Sacudió la cabeza, confundida. — Dime, Kathara... ¿Recuerdan las Brujas Fénix lo que vivieron antes de quemarse y volver a nacer? Kathara asintió vagamente. — No son recuerdos exactamente. Son sensaciones, cosas que resultan familiares sin que una sepa por qué... — Y suspiró. — ¿Y que sucede cuando una Fénix se casa fuera de su Clan? Kathara la miró asustada. — Nadie se ha atrevido a hacer algo así jamás... — dijo en voz baja. — Pero ¿qué sucedería? — insistió Drassy. Kathara miró a lo lejos. Unas personas se acercaban. La Bruja Fénix se puso de pie. — Alguien viene... Y parece toda una comitiva. La visita que esperamos ha llegado. — Sí, llegué anoche. ¿Qué pasaría, Kathara? La bruja la miró.

104 — ¿Tú eres la Guardiana? Pensé que... que eras otra embajadora. De los bosques, o del prado de mar... Traes olor a sal... Drassy se rió. — He estado volando sobre los riscos. Ah, allá viene mi esposo. — Y levantó bruscamente la mano para llamar a Vann. — ¡Aquí, Vann! ¡Adivina a quién encontré! La comitiva se encontraba cerca ahora. Los padres de Lyanne iban a la derecha, seguidos por una falsamente dócil potrilla. A la derecha, las ninfas de río, riéndose entre ellas, y conversando con unas doncellas élficas que las acompañaban. Y las dríades del bosque. Dríel era un retoño apenas, en brazos de su madre, Therana. Y vio aún a otros conocidos. Las razas del Interior eran mucho más longevas que los humanos. O tal vez el crecimiento y la vejez aquí adentro eran diferentes que en la Frontera, donde los ritmos se acoplaban a los de afuera. Vann se acercó con cautela. Las llamas rojas del cabello de Kathara se distinguían desde lejos. — Kathara. Pero no es posible, — murmuró, cuando las alcanzó. Y agregó en voz alta: — Guardiana... Te hemos estado buscando desde la mañana. Los aprendices están por entrar, y... — Vann... Kathara miraba a uno y a otra con una sonrisa. Y de pronto reparó en el joven Comites que estaba detrás de Vann, acompañando a Diana. — ¿Aurum? Drassy pudo ver que el futuro Anciano Mayor del Trígono se ponía rojo. Sin embargo, se las ingenió para dedicar una inclinación a la Fénix y distraerse enseguida atendiendo a Diana. —¿Qué pasa? — susurró Drassy. Kathara la miró y sacudió la cabeza. — Eso era exactamente lo que estabas preguntando, ¿no? Pues, mi respuesta a tu pregunta, Guardiana, es que los matrimonios mixtos no se dan en nuestro Clan. Las Fénix solo se emparejan con Fénix... Ahora discúlpame, que debo cumplir con mis obligaciones. Drassy asintió. — La hiciste enojar, — le susurró Vann. Drassy sacudió la cabeza. — Alguien tiene que decirle que hay que luchar por los sueños... Y convencerla de hacerlo. Ella es Kathryn.

105 — La abuela. — No. Me ha contado que todas son la misma. Y que nacen de huevos. ¿Kathy salió de...? — No. Pero ella era medio Fénix, nada más. Y mamá la crió. No sé qué otra cosa atípica pueda haber sucedido en su infancia... Drassy suspiró. La maldición de las Brujas Fénix era algo con lo que había estado luchando por años y años. — Bueno, tal vez Kathara nos pueda decir algo más... — ¿Algo que Kathy haya olvidado? — O que todavía no haya aprendido. Ella sabe más sobre Brujas Fénix que ninguna de nuestras Kathryns... Vann asintió con un suspiro. Drassy tenía razón. Los años pasaban, y si quería salvar a su hija debía romper la maldición de las Brujas Fénix. Aunque fuera solo mitad Fénix, el peligro era grande, y no estaba dispuesto a correr riesgos. — Está bien. Interrogaremos a Kathara ye-Mevalanna más tarde. — Kathara la del destino de Fuego... Ojalá sea así, porque si no, ni tú tendrás a Kathryn ni yo a Kathy... Vann se limitó a apoyar la mano en los hombros de Drassy y a acompañarla adonde los Comites se aprestaban a presentar a los embajadores de sus ramas.

106

Capítulo 10. Djarod.

La Torre se levantaba en el extremo opuesto del prado. Por la ventana abierta de su cuarto, Drassy miraba los destellos de sol en los oscuros muros, y volvió a contar las innumerables ventanas cerradas. La Torre se veía siniestra. Sintió a Vann que se acercaba y le apoyaba la mano en los hombros. Una delgada línea oscura, tal vez un seto mágico, delimitaba un espacio para la Torre. Un jardín, o un pequeño parque. No había plantas, pero Vann le había dicho que Djarod no era aficionado a las formas vegetales. Drassy le señaló a Vann el curioso oscurecimiento del césped en torno a la Torre, pero Vann se limitó a hacer una mueca. — ¿Irás hoy? — le dijo. — Mm. Tengo que. Hace dos días que me espera. — Y tú estuviste molestando a todos en el Interior. Lo has dejado como un hormiguero... Drassy soltó una risita. Habían pasado casi una semana en el Interior, visitando a los distintos pueblos que lo habitaban. Al menos a los más cercanos. No fue a las regiones de la Dama de Blanco, por deferencia hacia ella. Pero pasó una ceremoniosa tarde con los centauros, y bailó alrededor de las hogueras con las Brujas Fénix, envuelta en llamas rojas y doradas; y por la noche escapó con Vann al risco de Senek; para volver al amanecer a ver a las dríades, y a las ninfas de las fuentes, que ya habían sido advertidas por Argéntea, y que brindaron a Drassy un recibimiento especial en las profundidades del río... Uno tras otro, los pueblos del Interior fueron visitados y saludados. Y todos quedaron sorprendidos, cuando no sacudidos por la Guardiana y su Sombra. — Estaban demasiado adormilados, — dijo acercándose más a su esposo. Vann se limitó a soltar una carcajada. Ella había sido siempre así. Esa era una de las razones por las que se había enamorado de ella. Desde el principio. Se inclinó para besarla, y los golpes en la puerta lo interrumpieron. — Ya me había olvidado lo que era tener niños en la casa... — gruñó. Drassy se rió, y le dijo a Diana que entrara.

107 Diana los había acompañado toda la semana. Era una visita demasiado larga para una aprendiza, pero ella no quiso que el Comites Aurum la llevara de regreso, y Drassy se comprometió a cuidarla. Y ahora, el primer día que amanecían en el castillo, Diana estaba como siempre a la puerta de Drassy, esperando por otra aventura. — ¿Adonde vamos hoy? — preguntó nada más entrar. De su timidez ya no quedaban ni rastros. — ¿Qué, no tienes clase nunca? — dijo Vann soltando a Drassy y tomando unos manuscritos que tenía en la mesa. — Estoy eximida de mis clases hasta que termine de acompañar a mis invitados, — dijo ella con tranquilidad. Ya no le tenía miedo. — Y tengo suerte. La mayoría se han ido después de la visita al Interior. ¿Ustedes no se marcharán, espero? Drassy miró a Vann, que le hizo una mueca. — No... todavía no. No hemos terminado nuestro trabajo... Quizá nos quedemos todo el invierno... — ¡Qué bueno! — soltó Diana. — No te alegres tanto. Tendrás que ir a clases como todos los demás. De otra manera, no te permitirán acompañarnos. Diana se puso seria. Pero Drassy le sonrió. — Podemos hablar con Aurum después. Ahora tengo que ir a la Torre. Djarod dijo que quería una entrevista conmigo... — No te preocupes. Con todo lo que puedes hacer, si te molesta, puedes convertirlo en cucaracha. Drassy se rió, pero Vann las miró con seriedad. — No bromeen sobre esto. Todo lo que tiene que ver con Djarod de la Torre es delicado. Drassy, ten cuidado con él. Drassy asintió y se acercó a dar unas palmaditas reconfortantes en el brazo de su esposo. — ¿No nos acompañarás? — preguntó Diana. Vann la miró fijamente un momento. — ¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que debería hacerlo? Drassy lo miró. — ¿Qué pasa, Vann? — ¿Le has reclamado la Llave?

108 Drassy asintió. Diana le había entregado la Llave del Tiempo a su regreso, apenas cruzaron la puerta. La niña no necesitaba acceder a los poderes que ejercería de adulta si no estaban en el Interior. Pero Vann pensaba que una porción de ellos, apenas una vibración de lo que llegaría a ser, aún persistía. Sacudió la cabeza. — Sí, — dijo vagamente, y sin contestar a la pregunta de Drassy. — Creo que las acompañaré hasta la puerta... El césped verdaderamente se oscurecía más allá de la valla. Y la valla misma estaba formada por unos arbustos oscuros y delgados, de aspecto deprimente. La torre misma se veía oscura y sin vida. Drassy sacudió la cabeza. La Torre de Adjanara era una torre luminosa, de piedra blanca y rosa, llena de sol en todas sus ventanas. Una Torre de Luz. Y sus ventanas permanecían siempre abiertas para los hombres-pájaro como Siddar y los otros de su grupo. Él y Crystal habían reunido a todo un clan de ellos alrededor de la Torre, aún después de que pasara a manos de Solana. — Que feo se ve esto, — murmuró Diana. — ¿Estás segura que Zarina tiene razón, y que es un Protector? — Lo es. Esto es solo un truco para espantar las visitas indeseables. Y para que los Oscuros no le presten atención. Mira bien... Y tú también Drassy. Quiero que sepas a qué atenerte respecto a él. Y Vann se detuvo frente a la abertura en el cerco, donde debería haber una puerta o portón que condujese a la entrada de la Torre. No había nada. Vann hizo una mueca, y metiendo la mano en el bolsillo, sacó una pequeña bolsita de polvos plateados. — No lo respiren, — advirtió. — Es solo para mirar... Y movió la mano en un amplio círculo, liberando una llovizna de polvillo. A Drassy y a Diana les pareció que una ventana se abría ante ellas. Por entre la cortina de polvos plateados que Vann removía de vez en cuando, pudieron ver de nuevo la Torre y los jardines que Djarod había separado para sí. Una multitud de invisibles criaturas corrían entre y bajo la hierba verde. Las flores, ocultas si no fuera por los polvos mágicos, se balanceaban en la brisa, y Drassy creyó ver, una o dos veces, los destellos dorados de las alas de las Pequeñas Hadas. Más allá, a un lado de la Torre, se levantaba, también invisible en ausencia de polvos de visión, una especie de establo o de granero, de grandes puertas que ahora estaban abiertas. Entre las sombras se podían ver unos tentáculos lila que se estiraban hacia el

109 sol, y unas sombras al fondo. Mientras observaban, un zumo viscoso y verde se extendió por el techo e intentó tomar forma. — Aj. El Dworm. Lo había olvidado... — ¿Qué cosa? — El Dworm. Esa cosa verde que está en el techo del vivero. Es un híbrido de Glub con... No me preguntes, por favor. Algo verde, tal vez una planta... O algún ser medio vegetal. Le encanta dormir al sol, pero... — Si es una criatura ameboidea, debe ponerse más fluida con el calor, — acotó Drassy. — Exacto. Gotea por todas partes. Mejor quédate lejos de él... — ¿Y los tentáculos lila, qué son? — preguntó Diana. — Mejor ni preguntes, — rió Drassy. — Es un Hemeromorfo Polípodo azul gigante. Más o menos. Se pone lila a la sombra. Sólo quedan dos en el mundo, y los tiene él. — ¿Intenta reproducirlos? — ¿Reproducirlos? ¿Estás loca? Aunque tú te atrevas con los Devoradores Rojos mientras aún son larvas Glub, el Hemeromorfo es mucho más peligroso. Sus deyecciones son tan tóxicas como los residuos de radiación... O peor. No existe manera de contenerlos. — Hm. Aún así... — Dilo de nuevo y no entras. No quiero que aceptes ningún proyecto de cría con Djarod. Ni vegetales ni animales, no importa cuánto insista él. Diana, tienes que detenerla. Cuando se le mete algo en la cabeza... Diana sonrió. A ella le tentaban tanto como a Drassy los proyectos no permitidos. Vann las miró a una y a otra y meneó la cabeza. — Bien, ¿han mirado suficiente? Tengan cuidado con los perros. Los sabuesos de Djarod no son fáciles de eludir. Si te tocan... — Te convierten en piedra, ya lo sé. Tendré cuidado. Diana miraba a Vann con algo de suspicacia. — Sabes mucho sobre Djarod ¿no? — dijo en voz baja. Vann asintió, tranquilo.

110 — Él ha sido mi modelo durante años. Y no lo sabe. Y, Diana, — de pronto, la enorme fuerza de Vann saltó sobre la voluntad de Diana y la sometió; — quiero que se quede así. No le digas nada sobre mí. — Vann... — advirtió Drassy. — No, no lo digas. Te dejo. Ten cuidado. Las dos... Y dando un ligero beso en la mejilla a su mujer, Vann se dio la media vuelta y se marchó de regreso al castillo. Diana miró a Drassy, y Drassy se encogió de hombros. Tendió la mano a la niña y entró por el inexistente portón al prado nuevamente oscurecido. — No hay rastros de los perros, — dijo Diana unos pasos más adelante. — Ahá. Vann se preocupa demasiado. Pero a pesar de su tono ligero, Drassy miraba a su alrededor con precaución. Sin embargo, la muchacha tenía razón. Los perros no se veían por ninguna parte. El movimiento sobre y bajo el césped había vuelto a ser invisible, y Drassy lamentó no tener más de aquellos polvos plateados de Vann. Los sabuesos de Djarod podían ser traicioneros. Una sombra se escurrió sigilosa a la izquierda de la torre. — ¡Ay! Me estás... — Vienen. ¡Ennaro Gelyna! — y bruscamente, levantó a Diana en brazos, transformándose ella misma en una figura, casi un árbol, casi un montículo, de roca sólida. Diana sintió el impacto de los sabuesos contra la piedra. — ¡Mica! ¡Gneis! — llamó una voz desde la Torre. Y la puerta de la Torre se abrió. La voz de Drassy rió desde la piedra. — ¿Y cómo se llama el otro? ¿Feldespato? Djarod estaba en la puerta, mirando a medias sorprendido a la columna de roca que le hablaba. Al alejarse los perros, y sentarse a los lados de su amo, la roca empezó a desmoronarse para dejar paso a Drassy. Drassy bajó a Diana con cuidado hasta el suelo. — Ah, eres tú... Te esperaba ayer. — Mm. Lo siento. Estuve ocupada en el Interior. — Ahá, puedo verlo. Pasen. Será mejor que Ónice no las encuentre aquí. Es más... — Traicionera. Sí, ya lo creo.

111 Y Drassy hizo gesto de avanzar hacia la torre. Rápida como un relámpago, Ónice saltó sobre ella. Pero Drassy, que la había estado espiando por el rabillo del ojo, se transformó en aire transparente, y la enorme sabueso de roca pasó de largo, y rodó por el suelo. — Ahí vas, Feldespato, — murmuró Diana, riendo entre dientes. Y Drassy la coreó. — ¡Ónice! Vuelve a tu lugar. Y ustedes... Con unos pocos gestos, Djarod envió a sus sabuesos a vigilar la entrada y la salida de la Torre. Diana los miró alejarse con alivio, en especial al notar el furioso destello en los ojos de Ónice. — ¿Por qué le llamas Feldespato a Ónice? — preguntó Djarod, todavía bloqueando la puerta. Drassy se encogió de hombros. — Son los componentes del granito; mica, gneis, y feldespato. Mineralogía forastera. ¿Nunca estudiaste nada, Jared? El hechicero hizo un gesto que podía ser de indiferencia. No pareció molestarle que Drassy cambiara su nombre. Drassy pasó de costado y entró en la Torre como si fuera su propia casa. — Vaya. No sólo no has estudiado nada, sino que además eres pésimo anfitrión, — dijo. Diana miró a su alrededor. La habitación no era ninguna clase de recibidor. Estaban en lo que aparentemente era la parte habitada de la torre. La única parte habitada. En la misma habitación había una mesa con restos del desayuno, unos frascos de pociones, un sistema de destilación, un caldero humeaba en la esquina, y un catre revuelto y sin hacer aparecía bajo la ventana, medio lleno de pergaminos y libros. Al parecer, Djarod estudiaba, trabajaba, dormía y comía en esta misma habitación. El hechicero miró a Drassy y se encogió de hombros. Ella sacudió la cabeza. Diana la miró llevarse la mano al cabello y soltar la varita. — ¡Ey! ¿Qué haces? — protestó Djarod. En un solo movimiento, la habitación se había transformado en un torbellino de cosas que giraban buscando un sitio más o menos razonable. — Pongo orden. Necesitas una esposa, Djarod. — No tengo tiempo para eso. ¿Viniste a tu entrevista o a criticar mi modo de vida?

112 Drassy lo miró, y se encogió de hombros. En la mesa, ahora dispuesta con un servicio de té, quedaba aún espacio para los manuscritos, y las tres sillas que se necesitaban. Se sentó frente a la que se suponía que debía ocupar Djarod. — Ambas cosas. Y quiero ver a Alsacia. Tengo que hablar con ella. — ¿Ah, sí? Después de lo que le hiciste, no creo que ella quiera hablar contigo. — ¿Lo que le hizo? — saltó Diana. — ¡Ella la salvó! ¡Los Tres querían hacerla papilla! ¿Por qué no se lo dices, Drassy? Djarod echó una mirada a la muchacha, que enrojeció de pronto y se volvió a ocultar a espaldas de Drassy, y volvió a encogerse de hombros. — Drassy. ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Qué categoría tienes, bruja? — No soy bruja. Y me llamo Cassandra. Drassy es un diminutivo. — ¿Eres hechicera? — No. — Es imposible que seas una menor. — No soy bruja, ni menor ni completa. No soy hechicera, ni tengo poderes mágicos de ninguna clase. Djarod no pareció impresionado. Apoyó los codos en la mesa, y la cara en las manos y se limitó a mirar fijamente a Drassy con las cejas levantadas. Drassy no dijo nada. Estuvieron un rato así. — ¿Y bien? — dijo él al cabo de un rato. — ¿Y bien qué? — ¿Qué clase de bruja eres? Drassy empezó a repetir que ella no era bruja, pero Djarod la detuvo con un gesto. — No puedes haber hecho las cosas que hiciste si no eres bruja, o manejas el poder de una u otra forma. — Ella es la Guardiana, — intervino Diana, haciéndose acreedora a otra mirada sumaria de parte de Djarod. — ¿Por qué no se lo dices, Drassy? — Soy la Guardiana, — dijo Drassy, mirando a Djarod por encima de la taza de té que ella misma se había servido. — Eso ya me lo dijo tu secretaria. ¿Para qué la trajiste? Drassy le acercó una taza de té. — Para que me haga de apuntadora. Toma tu té, Diana, a ver si podemos acabar con esto, y volver a nuestros asuntos.

113 Djarod la miró entrecerrando los ojos. — ¿Sabes lo que estoy buscando? Drassy asintió. — Un aprendiz. Pero, Djarod; ni yo, ni el Anciano Kethor, ni ninguno de los Comites te serviremos. No sé para qué quieres entrevistarnos. Djarod hizo una mueca. — Tienes razón. Ellos no me sirven. Los Tres los han adiestrado demasiado bien. Solo lo dije para molestar a Aurum. — Y a Tea. Djarod volvió a hacer una mueca. — También a Tea, —admitió. — ¿Por qué eres la Guardiana? Drassy suspiró. — La Guardiana puede canalizar el poder del Interior. Canalizarlo, no poseerlo. Por eso fracasaron las anteriores aspirantes. Ellas... Ellas sí eran brujas, y de una u otra forma, el poder las sobrepasó. Fueron traicionadas y asesinadas. Yo... me salvé. Y ahora soy la Guardiana. Diana vio que Drassy hacía un gesto, mostrando a Djarod uno de los collares que usaba siempre, pero no pudo saber cuál. Sí pudo ver la expresión sorprendida del hechicero. — Así que has sobrevivido a las pruebas de los Tres, — murmuró con cierto brillo en la mirada. — Y ahora pido ver a Alsacia. Djarod dejó escapar un suspiro. — Ella está en la habitación de huéspedes, — dijo señalando una puerta que conducía a las profundidades de la Torre. — Pero no se encuentra bien. Drassy sacudió la cabeza. — Lo lamento mucho. Yo... Intenté advertirle, pero los Tres se me adelantaron. No pude contenerlos a tiempo. Y el golpe de Zothar fue el más violento, creo. — A Alsacia no le afectarían los golpes de Arthuz, — dijo Djarod en voz baja. Drassy lo miró. Parecía un hombre habituado a hacer su voluntad, probablemente porque no había nadie allí para contradecirlo. Reprimió el impulso de apretarle la mano, como hacía con Vann cuando quería acercarse a él, y dijo en cambio: — ¿No me dejarás verla?

114 Djarod levantó la vista, como si hubiera olvidado que ellas estaban en la misma habitación. — ¿Verla? Sí, supongo que puedes verla. Aunque no te servirá de mucho. No está consciente. Drassy se levantó de golpe. — ¿Y por qué rayos no me lo dijiste? Vamos ahora. ¡Muévete, muchacho! No creo que tengamos mucho tiempo... — ¿Muchacho? ¿Acaso sabes con quién estás hablando? Soy mucho mayor que tú. — Claro que sí, yo todavía no he nacido. Ahora muévete de una vez... Diana, mi cielo, espera aquí... Y si puedes, convence a ese Dworm que saque sus sucios seudópodos de la ventana, que no deja entrar el sol... Djarod miró atrás a la ventana, donde el Dworm estaba pegoteándose contra el cristal y sonrió. Drassy observó que no quedaba un solo cristal sin manchas verdosas, y que esa era la razón de la débil penumbra en el lugar. Se encogió de hombros. Y siguió al hechicero que ya se acercaba a la puerta para llevarla con Alsacia.

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Capítulo 11. Alsacia.

Mientras seguía a Djarod por el oscuro pasillo, Drassy se preguntó cómo hacía Adjanara para mantener su Torre luminosa y limpia. Luego pensó que era solo cuestión de costumbre. La chica que Adjanara era ahora era una muchacha prolija y bien educada. Quién sabe qué clase de chico malcriado había sido Djarod en su juventud... O cuánto tiempo había pasado solo en aquella torre, con la única compañía de sus extraños animales. Extraños y viscosos, se corrigió: un rastro de babas marcaba el piso a trechos, internándose en las profundidades de la Torre. — ¿Qué es eso? — ¿Eso qué? — Las manchas en el piso. Parece un rastro de algo... Djarod miró al suelo y se encogió de hombros. — Algo grande y viscoso... que se arrastra... ¿Qué bicho dejaste suelto aquí, Djarod? — Mm. Puede ser el Glub... — No, son babas transparentes, — objetó Drassy. — Ah, los conoces. ¿Babosas de fuego...? — No, es muy grande. Las Batilaris son pequeñas. — Puede ser un Vigosof negro... — Nunca vi uno. ¿Qué es un Vigosof? — Como una babosa gigante. Pero también pudo haber sido el Hemeromorfo. A veces se cuela por las ventanas de arriba... Drassy lo miró unos momentos, seria. — Deberías tener más cuidado con tus animales, — dijo. — Guardarlos en sus viveros, o algo... Djarod la miró y volvió a encogerse de hombros. — ¿Por qué debería encerrarlos? A nadie le molestan, salvo a ti. Y tú has dicho que no te quedarás. — Nunca dije eso. Dije que no soy lo que buscas. Y tus mascotas son peligrosas.

116 Djarod la miró con un cierto destello en la mirada. Drassy pensó que al fin había logrado provocarlo a ira... Pero el hechicero se volvió a encoger de hombros. — Están encerrados en la Torre. ¿Qué más quieres? ¿Expulsarlos del mundo para que no te estorben? Drassy no respondió. Vann le había dicho algo muy parecido cuando le mostró su colección de criaturas del otro lado por primera vez. Se limitó a bajar la cabeza, y seguir a Djarod hasta la habitación de Alsacia. Era imposible discutir con un Fara cuando se trataba de defender a los exiliados de ambos mundos. La quinta puerta era la de Alsacia. Drassy observó que la mayoría de las puertas estaban cerradas con gruesos candados. La de ella, no. Y recordó que Adjanara tenía las puertas de su Torre abiertas. Se preguntó por qué. Y sus pensamientos volvieron al misterioso Vigosof negro, el Glub suelto y el Hemeromorfo violeta. La habitación del segundo piso era enorme y muy lujosa. Claro que cualquier habitación bien arreglada parecería lujosa comparada con la cueva que Djarod tenía por habitación. Drassy se preguntó si Diana estaría segura con el Dworm en la ventana y los sabuesos bloqueando la puerta, y se reprochó haberla traído. Pero de una u otra forma, ella tenía que vencer sus miedos, y de una u otra forma, ella tenía que encontrarse con Djarod. La mujer que había entrado abruptamente al castillo dos días atrás yacía en la cama, cuidadosamente arropada con una manta. Drassy observó que Djarod le había quitado los zapatos, y que había colocado unas rosas de fuego en un jarrón contra la ventana que daba al balcón. Las rosas crepitaban suavemente, negándose a convertirse en ceniza antes de que la mujer a quien estaban destinadas se dignara a mirarlas. Las cortinas estaban cerradas, y los postigos también. La habitación estaba oscura. Drassy volvió a sacudir la varita y las cortinas se movieron suavemente. La luz entró como en oleadas, suavemente, junto con la brisa. La penumbra se aclaró y Djarod se limitó a carraspear desde la puerta, en señal de desagrado. Drassy se acercó a Alsacia. Las manos, de dedos largos y finos, las uñas, un poco demasiado largas, el cabello negro, negrísimo, el color de la piel... Esta mujer era muy parecida a alguien que ella conocía, pero que no lograba identificar. Y su voz, que había escuchado solo en el castillo. Toda ella hacía resonar algún recuerdo lejano en Drassy, y Drassy no lograba atraparlo. Se sentó junto a la mujer en la cama, y le tocó suavemente las manos. Alsacia no se movió.

117 — Los Tres dijeron que había tenido tratos con los Doscaras... Y con los Horrores, — murmuró. — ¿Y tú la culparías? Ella buscaba ayuda, y los Tres se la negaron. Entonces vino por mí. Drassy no lo miró. Los Tres habían dicho que Alsacia estaba marcada. No podía revisar a la mujer con Djarod delante, pero... Pero podía mirar un poco en sus recuerdos. Volvió las manos de la mujer de manera que sus palmas quedaran hacia arriba, y buscó un frasco verde en sus bolsillos. — ¿Qué es eso? — Mm. Nada. Nada importante. No le hará daño... — No. Drassy se volvió. Había sentido claramente la barrera que Djarod había levantado en torno a Alsacia. — Djarod... Déjame hacerlo, — dijo en tono cansado y sin volverse, mientras destapaba tranquilamente el frasco. — No hasta que me digas qué es lo que quieres hacerle. Drassy resopló. — Pareces un niño caprichoso. — Pues, sí. ¿Qué quieres hacerle a mi...? — Djarod se interrumpió de pronto. — ¿Novia? Djarod hizo un gesto de disgusto. — Protegida, — corrigió de mal humor. Drassy hizo una mueca. — Está bien, protegida. Los Tres dijeron que estaba marcada. Quiero ver a qué se referían. Quiero ver si ha celebrado alguna clase de pacto con Doscaras o con Horrores. Quiero ver si está limpia para negociar la postura de los Tres... — ¿Y cómo harás eso? — Poción de visión lejana... Un invento de mi esposo. Es un genio diseñando estas cosas... — Y Drassy se permitió una amplia sonrisa. Djarod la miró unos momentos con los ojos entrecerrados, y Drassy de nuevo se permitió una sonrisa. El hechicero era fuerte, pero ella había sido enseñada por Vann. Su escudo mental resistió. Sin embargo, al verlo fruncir el ceño otra vez, le envió una breve imagen mental: ella y Vann en la cocina de su cabaña, mirando a través de la poción. — Te puedo asegurar que sí funciona, — dijo.

118 Djarod hizo una mueca, pero levantó la barrera que había puesto. Drassy volvió a tomar las manos de Alsacia. Dos gotas de la poción negra no fueron suficientes. Drassy se sorprendió. En la mayoría de los casos eso alcanzaba. Pero no le dio demasiada importancia. Vertió unas gotas más y tomó de nuevo las manos de la mujer, presionando una palma contra la otra y soplando sobre ellas. La nube de humo violeta no se hizo esperar. A veces las visiones se presentaban en columnas de luz, y a veces en círculos de fuego, y muchas otras, en nubes de humo de colores. Esa era una de muchas cosas que parecían depender del mago, y no de la poción. Pero Drassy no tenía tiempo para analizar ese detalle. Los recuerdos de AlyaZazee, los recuerdos de Alsacia, exigían toda su atención. Era un pasillo largo. Para Drassy, que miraba a través de los ojos de Alsacia, era completamente desconocido. El pasillo parecía excavado en la roca, como un túnel, pero cada pocos metros, una puerta de madera bien labrada se abría a su derecha. A su izquierda, en cada ventana, un pequeño balcón cerrado estaba acogedoramente amueblado con unos sillones y la correspondiente mesita. Las cortinas se balanceaban suavemente, y la brisa era fría... y no traía ningún aroma familiar. De hecho, no traía aromas. Luego de pasar de largo frente a muchas puertas cerradas, el pasillo torció a la derecha. Las ventanas desaparecían. La luz ya no entraba aquí, y Drassy adivinó que se estaban internando en el corazón de la montaña en donde se había excavado esta vivienda. Las puertas comenzaron a escasear. Pero el pasillo seguía y seguía. Las antorchas también desaparecieron al cabo de unos momentos. Pero había una vaga luminosidad, o a Alsacia no le hacía falta luz para ver. Alsacia siguió caminando un largo rato. Y de pronto el recuerdo se enturbió, o saltó, y la imagen se centró en una habitación. Los cuatro arcos que limitaban el espacio se abrían a la noche vacía. El viento soplaba helado. Drassy no supo si se trataba de la habitación al final del pasillo o de otro lugar. Frente a ella, a Alsacia, había un espejo, cubierto con una ligera tela de seda gris. Pero Alsacia no miró el espejo aún. Lentamente recorrió la habitación con la mirada, buscando algo. — ¿Dónde estará? — dijo entre dientes. — Diablos... necesito verte...

119 Y entonces, Drassy vio el cabo de vela dorado, atado con un delicado hilo de oro. Alsacia también lo vio, porque se escuchó su exclamación se satisfacción, y su mano se tendió hacia él. La vela se encendió con un soplido. La mano de Alsacia retiró la seda que cubría el espejo. El viento helado de la ventana norte hizo vacilar la llama. Pero Alsacia sabía lo que tenía que hacer. Drassy se estremeció cuando vio a la hechicera tocar con la llama la superficie de cristal, y el cristal que ondulaba como agua y se oscurecía. — Espejo de Sarhu, muéstrame... — Y la voz de Alsacia se perdió sin terminar su invocación. Algo se formaba tras el espejo. Pero Drassy no logró ver de qué se trataba, porque la imagen volvió a cambiar. Un remolino de grises giraba ante sus ojos. Desde el centro del remolino, algo venía hacia ellos. Algo que giraba y giraba sin cesar... — ¿Qué es? — preguntó Drassy en voz alta. — Parece un cristal. Drassy se sobresaltó. Había olvidado a Djarod. Y la Torre. — ¿Un cristal? — Un cristal. Una lasca de cristal de tiempo, perdido en las corrientes del tiempo. Y está buscando a alguien... Drassy se volvió, confundida, a la imagen. El cristal giraba más rápido ahora. Y la imagen se disolvió de nuevo en humo gris. El valle del Yermo siempre le había parecido a Drassy un lugar desolado. A los ojos de Alsacia, era terrible. La hechicera tenía una manera muy peculiar de percibir el mundo. La tierra reseca se abría en grietas que corrían hacia los cimientos de la Torre de Zot, que se hundían como garras en el suelo. Aquí debió estar el lago de Argéntea... alguna vez. Pero Drassy no vio ningún pantano. Tal vez, este Edenor también cambiaba su torre de locación de vez en cuando. Y arruinaba la tierra a su paso. Alsacia se movía con cautela, probablemente convertida en ave. Drassy la sintió volar hasta las ventanas altas de la torre y transformarse en el balcón. — Zazee... Alsacia se dio vuelta. Había un hombre encadenado a la pared. Ella lo miró. — ¿Tú? ¿Qué haces aquí? — siseó ella, acercándose.

120 — Proteger a los nuestros. Lo están buscando. Debes decírselo... — Se lo dirás tú. Voy a sacarte de aquí, hermanito... Unos ruidos llegaron desde la puerta. El hombre retuvo la mano de la hechicera. — Demasiado tarde. No les daré lo que ellos quieren. Adviérteles en casa... — No, Nijiro... No te dejaré... — Vete. El tono no admitía réplica. Y la orden llegó con un golpe de poder que dejó a Drassy, y probablemente a Alsacia, sin aliento. Alsacia se desvaneció por la ventana. — Volveré por ti... — susurró. Sin embargo, no fue muy lejos. Drassy sintió el poder de la bruja hormigueando a su alrededor, y cómo Alsacia se transformaba de nuevo en algo transparente y con alas. Flotó hacia la ventana. Por la ventana vio al hechicero de la Vara de Tres Cabezas entrar a la habitación. Nijiro se enderezó, desafiante. — Es la hora. Me darás tu poder y tu vida... por grado o por la fuerza. Nijiro se permitió una sonrisa. — Nunca, — dijo con helada calma. Y sin agregar nada más, se envolvió en altísimas llamas negro azuladas y desapareció. — ¡Nijiro! ¡Hermanito! — se escuchó el grito de Alsacia. Y la voz del portador de la Vara: — ¡Hay otro de ellos aquí! ¡Atrápenlo! La habitación en la cima de la Torre estalló en llamas negras. Se escucharon más gritos. Parte de la Torre se derrumbaba. Unas flechas surcaron el aire; y los rayos de luz de los encantamientos las seguían. Alsacia abrió las alas y huyó del lugar. — Así que la Vara de las Tres Cabezas mató a su hermano... — murmuró Drassy. — Por eso venía a buscar ayuda... — Es hora de terminar con él... — dijo Djarod en voz baja Parecía haberse olvidado de Drassy, e incluso de Alsacia. — No todavía. Primero tienes que solucionar tus asuntos en la Torre. No puedes...

121 — ¡No me digas lo que puedo y no puedo hacer, bruja! — estalló Djarod. — He obedecido a las razones de otros por demasiado tiempo. ¡Ya no puedo tolerarlo más! — Djarod... — ¡No! — ¡Cálmate de una vez, niño! No puedes ir y derribar la Torre de Zot con tu varita. Cálmate y piensa. Necesitas aliados y estrategia... Djarod la miró un segundo. Drassy lo miraba. Y apenas tuvo su atención, lo golpeó con un par de imágenes mentales de la Vara de Tres Cabezas siendo quebrada por Joya. Djarod abrió grandes los ojos y se sacudió como un perro. — ¿Qué? — ¿Ya te sientes mejor, verdad? La Vara será quebrada... Pero a su debido tiempo. Y tenemos mucho que hacer hasta que ese momento llegue. Djarod la miró fijamente, el ceño apenas fruncido, y se acercó a ella. Parecía querer beber todos los recuerdos de Drassy con su mirada. Drassy se volvió a Alsacia para escapar a aquellos ojos. — Me pregunto por qué Edenor atrapó a su hermano... y qué quería de él, — murmuró ella. — Edenor es un buscador de eternidad, ¿no lo sabías? Drassy se volvió un segundo a mirarlo, pero se volvió rápidamente a Alsacia en cuanto los ojos de Djarod se fijaron en ella una vez más. — No, no lo sabía. Aunque todos los amos de la Vara lo fueron... A veces he pensado que es la Vara la que los empuja a eso... Para continuar unida a un solo amo... Djarod no hizo ningún comentario. Drassy se levantó, y acarició brevemente la frente de Alsacia. — Alya-zazee... — llamó quedamente. — Realmente no te culpo por buscar ayuda... aunque solo los Doscaras o los Horrores te hayan respondido... A mí solo me respondieron las Esporinas... Y movió las manos lentamente sobre la dormida mujer. La estela de polvos dorados fue apenas visible, pero Djarod la notó. También notó que los sutiles polvos permanecían unos centímetros por encima de Alsacia sin tocarla. Vio a Drassy inclinarse y soplar, y el polvillo estalló en llamas doradas. Drassy se alejó un paso. — Alya-zazee... Valeranna omaryo té... Bassilari endo, Taramir inna... Bassilari olovi inna, Alya-zazee...

122 Con estas palabras, las llamas crecieron en torno a Alsacia, y Drassy retrocedió un poco más. Estaba junto a Djarod. Las llamas se levantaron hasta el dosel de la cama, y Drassy repitió su invocación en voz baja. Taramir inna, valeranna omaryo té... Torre de las Mil Puertas, permite que el fuego la haga volver... Y las llamas bajaron y desaparecieron. Las rosas de fuego crepitaron de nuevo en el jarrón de la ventana. Alsacia se movió un poco en la cama. — Ojos Bonitos... Sabía que vendrías a rescatarme... — susurró. Y Drassy retrocedió un paso más y se hundió en las sombras. — De manera que lo has hecho, — dijo una voz. Drassy se volvió. Estaba en una habitación diferente, no la de Alsacia, pero seguramente dentro de la Torre. La voz que le hablaba era decididamente familiar. — ¿Taramir? La voz soltó una especie de gruñido. — No me agrada que uses ese nombre. Ni ese lenguaje. Pero sí, estás en lo cierto. Soy la esencia de la Torre. — ¿Qué quieres de mí? — Ehm... Conocerte, podría decirse... Aunque ya te conozco. Quería saber quién se atrevía a usar mi poder sin mi permiso. — No usé tu poder. Intercedí por ella... Por Alsacia. — Le he dado refugio a Zazee. ¿Qué más esperabas? — ¿Que la sanaras? No sé, me parece. Los humanos... — No digas tonterías; yo no soy un simple humano. Y apenas ella pueda volar de nuevo irá contra la Torre de las Sombras. O contra los Tres. Yo misma lo haría si no fuera por la Tregua. — Y hablando de eso... — Hablando de eso, es la única razón de que no te haya expulsado aún. Pero es hora de que te vayas. — Tienes razón. Pero... — Sí, podrás volver. Cuando sea la hora de regresar, te dejaré pasar a la tercera puerta. Yo también tengo cierto interés en este asunto... Drassy se permitió sonreír. Taramir era nombre de mujer. Y como mujer, a la Torre le interesaba mucho verse alta y bella como ella recordaba que Adjanara la mantenía. Y Solana, que había montado toda una suerte de jardines colgantes en sus

123 balcones. Sí, pensó, Taramir era el nombre de una mujer coqueta. Pero a Taramir no le agradó que desnudaran sus sentimientos de esa manera. Drassy sintió el golpe rudo con que la Torre la devolvió a la habitación en donde estaba Diana. Diana estaba todavía sentada en medio de la habitación. Quieta, mirando la sucia ventana donde el Dworm insistía en pegotearse en formas cambiantes y viscosas. — ¿Diana? Es hora de irnos... Diana la miró, pero no pareció verla. Drassy se acercó a ella. — ¿Diana? — Bruja, quiero darte las gracias por... Djarod estaba en la puerta. Drassy se volvió, bastante enojada. — ¿Qué le hiciste? Djarod miró a Diana, levantando una ceja. — ¿Qué estás diciendo? ¿Qué le hice a quién? Drassy se volvió a Diana de nuevo y la sacudió ligeramente por los hombros. — ¿Diana? ¡Diana! ¿Qué...? — Ella... Me habló. Dice que los pájaros de la habitación de arriba están intentando abrir la ventana... que el Glub de abajo necesita agua... que los Ciendedos se escaparon de las peceras allá arriba y que están caminando por el techo del vivero, y que si no te das prisa, los Hemeromorfos van a poner huevos otra vez... — ¿Qué estás diciendo, Diana? ¿Quién te habló? Djarod... Drassy se volvió al hechicero, que miraba a la niña con los ojos entrecerrados, como tratando de ver más allá de ella. Y de pronto sintió que la Torre no la toleraba más. Se enderezó y sacó su Vara. — Sombra... ven por mí... — susurró, y las rodillas se le aflojaron. Un humo negro se torneaba alrededor del Cetro de los Tres. Vann estuvo ahí justo a tiempo para sostenerla. — Maldición, — gruñó, levantando a su esposa en brazos. — Djarod, te lo diré solo una vez: mantente lejos de mi esposa. Y sin decir nada más, se volvió y desapareció en el humo negro.

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Capítulo 12. La reunión.

No fue más que un golpe discreto en la puerta, una llamada casi silenciosa, pero Vann saltó como si tuviera resortes en los zapatos. — ¡¿Qué quiere?! — ladró sin abrir la puerta. — Señor Dimor... — Era la tranquilizadora voz de Aurum. — Vinimos a ver a su esposa. ¿Cómo sigue ella? Desde el lado de afuera de la puerta se oían unos murmullos apagados. Los visitantes eran más de uno. Vann volvió a mirar a Drassy y ella abrió los ojos y sonrió. — ¿Estás bien? — preguntó, arrodillándose junto a su cabecera. Ella le acarició la mejilla. — Por supuesto, tonto... Lo que sucede es que la Torre no me conoce aún... — Afortunadamente... — dijo él. Ella sonrió. Los golpes se repitieron, un poco más fuerte esta vez. — ¿Señor Dimor? — Ya voy... Vann miró a Drassy y ella asintió con la cabeza. Se incorporó en la cama y jugueteó con su cabello un poco, como buscando la varita. Vann se dirigió a la puerta. — Anciano... Comites... — Y se volvió hacia la cama. — Drassy, tenemos visitas. Los visitantes miraron en dirección a la cama, donde estaba Drassy detrás de un servicio de té, y Drassy les hizo un gesto de bienvenida. — Pasen, por favor. Qué amables han sido en venir... ¿Podemos ofrecerles una taza de té? El Anciano Kethor asintió con una sonrisa, y se sentó tranquilamente a los pies de Drassy, dándole unas palmaditas cariñosas en las rodillas. — Dime qué ha sucedido, niña, y dónde te has dejado olvidada a mi aprendiza... Drassy se enderezó de golpe y las tazas tintinearon en la mesita. — ¿Vann? Él hizo un gesto de disgusto. — Diana está todavía en la Torre. No vino conmigo.

125 Los ojos de Drassy se abrieron en una muda pregunta, y Vann asintió. Drassy suspiró. — La Torre le habló, — dijo ella. — No hubiera sido buena idea que la arrancaras de ahí sin el permiso de Taramir. — ¿Taramir? — interrumpió Aurum. Drassy le sonrió distraída mientras servía el té. — ¿Conocen los nombres secretos de las Torres? Vann hizo un gesto vago, y se encogió de hombros. — Solo son siete torres. Además... — Ocho, — contradijo Argéntea. Drassy la miró y buscó la mirada de Vann. — ¿Ocho? ¿Son ocho las Torres Vivientes? Vann miraba fijamente a Argéntea. — Silém, la Torre de los Vientos; Istamar, la Torre de Hielo; Randukor, la Torre de Mármol; Nendarell, la Torre de Cristal; Valanna, la Torre de Fuego; Nimbrill, la Torre de las Nieblas... y Taramir, la Torre de las Mil Puertas... Son siete, — sentenció muy seguro, sin apartar los ojos de los de Argéntea. — Te olvidas de la Torre de las Sombras. Nadarenna nandenara. — La Torre de Zot, — dijo Drassy en un susurro, apretando el brazo de su esposo. — Me dijiste que esa torre estaba muerta. — Ha estado muerta desde antes de mi nacimiento. — Vann... — Si lo que he escuchado es cierto, estamos antes de sus nacimientos, — dijo el Anciano con una sonrisa. — Así que... Nadarenna nandenara está a punto de morir... Tal vez esa sea una buena noticia. — Pero... ¿Cómo puede morir una Torre? — Drassy... ¿Te preocupa que muera, pero no te preguntas por qué está viva? Drassy volvió a sonreírle a su esposo, y él se sentó cerca de su cabecera. Ella se reclinó contra él. — Me enseñaste que es el hechicero, el Dueño, que la alimenta con su vida y sus cuidados. De todas maneras, ¿cómo puede...? — insistió. Pero Argéntea la interrumpió. — No importa demasiado. Sólo los que han entrado en contacto íntimo con las Torres Vivientes pueden conocer o pronunciar sus nombres... ¿Qué contacto han podido mantener ustedes con...? Ella no terminó su pregunta. Vann se encogió de hombros.

126 — Yo nací en una de las habitaciones de Taramir, y ella estuvo prisionera en uno de los calabozos de Nadarenna. Los magos miraron a Drassy con mezcla de sorpresa y temor. La Torre de las Sombras no era famosa por su hospitalidad. — Eso fue hace mucho tiempo, y ella era una torre muerta, después de todo... Pero el que Taramir le haya hablado a Diana no deja de ser significativo, ¿no te parece? — Sin duda, pero... Drassy miró a Vann de una manera que lo hizo interrumpirse con una mueca. El Anciano intervino, mientras su túnica viraba de nuevo del rosa pálido que había alcanzado al violeta con el que había entrado a la habitación. — ¿Por qué dices que es significativo, querida? — Porque ella será la Dueña de la Torre... algún día. — Dentro de muchos años, supongo. Djarod es joven aún para entregar la Torre. Argéntea carraspeó suavemente, pero el Anciano la ignoró. — Y de todas maneras, tú misma le diste orden a los Tres que entregaran un aprendiz. Drassy asintió con una mueca. — El problema es que Diana no está preparada para la Torre. Taramir exige mucho. — Entonces, la misma Taramir la devolverá. No te preocupes. Diana estará bien. Hay mucho más valor en esa chica de lo que nadie supone. Drassy miró al Anciano agradablemente sorprendida. No esperaba que un Anciano Mayor tan distraído hubiera reparado en una aprendiza tan tímida. — Es parte del trabajo de un Anciano Mayor, querida, — dijo él en respuesta. Y sonrió. — Y ahora dime, ¿qué fuiste a hacer tú a la Torre? Drassy sonrió. Sin duda era aquí donde Aurum había aprendido a interrogar como lo hacía. Con todo su aparente candor, el Anciano no dejaba que nada lo distrajera de su objetivo. — Él me llamó, ¿no lo recuerda? — No me pareció que fueras tan dócil frente a los Tres... Vann soltó una carcajada. Drassy le dio un ligero codazo. — Está bien. Quería que Diana viera la Torre de cerca. Y la invitación de Djarod era... oportuna. — Hm. No estoy muy convencido. Mejora tu historia, niña.

127 Drassy se rió. — Quería ver a Alsacia. — Ah. Eso está mejor. ¿Cómo está la forastera? Drassy hizo un gesto vago. — No podría decirlo. Ella... No fue fácil de curar. Tuve que tomar poder de Taramir, y Taramir se enojó conmigo y me expulsó. — ¿Qué? Drassy se volvió a Vann. — Que la Torre se enojó conmigo... No le gustó que tomara de su poder. Pero... — ¿Cómo se te ocurrió hacer algo así, Cassandra? ¿Qué te pasa? ¡Si nos quedamos atrapados en esta línea de tiempo...! — Taramir dice que nos enviará de regreso... No está tan enojada... — Cassandra... — No te preocupes... Tenemos toda una línea de Amos de las Torres de nuestra parte... Pero... — Dígame, ¿cómo puede utilizar el poder de la Torre? Aún con la Tregua... Drassy se encogió de hombros. — Es costumbre. En realidad, solo le pedí a ella que reparara el daño. Arthuz fue más delicado, pero Zothar la golpeó con fuerza... Pedí a Taramir que restaurara el fuego de Alsacia. Ella es una bruja de fuego, ¿no? Drassy se había vuelto a Argéntea, y la hechicera asintió lentamente. Había algo más, y la imagen del cristal del tiempo que había visto girando en los recuerdos de Alsacia llenó su mente otra vez. Guardó el recuerdo para sí, sin saber si había aparecido al llamado de la bruja de cabello plateado, o a su propia memoria. Pero no hubo ningún destello en los ojos de Argéntea que confirmara o refutara su sospecha. — Ella estuvo en la Torre de Zot, — continuó Drassy. — Buscaba a su hermano. Lo encontró, pero él la obligó a huir antes de que la atraparan. Luego hizo volar la habitación en que estaba encadenado. — Entonces Alsacia está buscando ayuda para vengarse, — dijo Argéntea. — Tal vez. Pero al parecer la buscó en el lugar equivocado, — suspiró Aurum, sacudiendo la cabeza con tristeza. — Los Tres no la admitirán. — Los Tres son demasiado quisquillosos. Somos el Trígono, y hasta donde yo sé, el Árbol tiene Tres Ramas. — Drassy...

128 — No, no me hagas callar. Hace muchos años que estamos discutiendo lo mismo. — ¿Y vas a echarte encima a los Tres justo ahora, que necesitamos ayuda? — No de ellos. Además, nosotros no necesitamos ayuda. Alsacia la necesita. Vann suspiró. Miró a su mujer y de pronto se jugó la última carta. — Espero que recuerdes lo que sucedió la última vez que desobedeciste una orden directa de los Tres. Aurum sonrió. — ¿Qué hizo, señor Dimor? Pero la respuesta de Vann heló la sonrisa del Comites. — Ayudó a una Doscaras a deshacerse de su mitad demonio. El silencio se había vuelto denso. Sin embargo el Anciano Mayor logró decir con calma: — ¿Has tratado con esa clase de criaturas, pequeña? — No, solo con Crystal. Y ella... Ella era una de las servidoras de la Dama de blanco, en el Interior. Llevaba años y años tratando de liberarse cuando la conocí. Y sí, es cierto, — dijo, mirando desafiante a su alrededor. — La ayudé a salir del espejo y deshacerse de Chris. Él ya no existe, y ella es ahora una humana completa. — No, ahora no... No en esta línea, y si sigues... — ¡Maldición, Vann, sabes a qué me refiero! — Pero el castigo debió ser... — Fue terrible. Tuve que perderlo todo, absolutamente todo... Y lo volvimos a recuperar. Para algo tengo el arma de la Guardiana... — y miró a su esposo. — Y sé cómo usarla... — dijo con amenaza fingida. Vann hizo una mueca. — Drassy, no tomes esto a la ligera. El que hayas salido bien antes no significa que ahora... — No, ya lo sé, — dijo ella bajando la cabeza. Y volvió a mirarlo a los ojos. — Pero quiero ayudarla. Y Taramir también quiere ayudarla. Le gusta, pude sentirlo. — Tal vez la Torre la quiera a ella por nueva Dueña... — dijo Minh. En toda la visita no había abierto la boca para nada. Sin embargo, ella era la única que no parecía haberse escandalizado cuando Vann mencionó a los Doscaras. Drassy asintió pensativa.

129 — Sí, tal vez... Tal vez Alsacia sea la elegida de Taramir. Y en ese caso, Djarod no elegirá a Diana... — Y levantó la vista hacia Vann. — Tal vez me equivoqué al salvarla de los Tres, y al sanarla en la Torre... Vann, si Djarod no la elige, entonces tú... — Tranquila. No es ese el problema que vinimos a solucionar. Aún si Diana no entra en la Torre... Ella todavía existe. Y está sana y salva. No hay razón para que Adjanara enferme. — Pero tú... — Yo estoy fuera de la línea del tiempo, como tú. Tengo la Llave Menor... — Y Vann se señaló el pecho, donde pendía la llave de marfil. — No te será tan fácil enviudar. — ¿Enviudar? No quiero enviudar. Quiero llegar a casarme... En esta y en todas las líneas de tiempo... Vann no replicó. Se limitó a abrazarla fuerte, y ella escondió la cara en su pecho. — Entonces... ¿Qué es lo que vinimos a hacer a este momento, Vann? — susurró. Vann no contestó. Probablemente no podía. Fue el Anciano Mayor el que lo hizo. — Vinieron a reparar un error, querida. Solo tienen que descubrir cuál es. Y para ello cuentan con toda nuestra ayuda. Drassy lo miró desde los brazos de su esposo. — Yo... — empezó. Pero el Anciano, ahora de nuevo envuelto en una túnica púrpura que empezaba a virar al azul, la interrumpió. — Y no van a poder arreglar nada si modifican los acontecimientos a cada paso... Drassy se rió, y de nuevo miró a Vann. — Los dejaremos solos. Estoy seguro que necesitan elaborar un nuevo plan de acción. Cualquier cosa que necesiten... — dijo, levantándose. Los Comites se levantaron tras él. — Gracias, Hechicero Kethor, Señor de las Tres Ramas del Árbol, — dijo Vann, poniéndose de pie. El Anciano descartó la fórmula con un gesto. — ¿Sabes? Creo que el lenguaje de los Varas es demasiado pomposo. Dime solo Anciano, o Maestro... Pero no me cargues con tantos títulos, muchacho. Vann lo miró con una sonrisa, y sacó su Vara. La Vara se descubrió ante el Anciano y los tres Comites, y centelleó, negra.

130 — Ahá, la vara de un Vara. ¿Primera? — preguntó el Anciano, examinándola con curiosidad. Vann hizo un gesto indefinido. — El Anciano Mayor del Trígono es Primera Vara. — Muy adecuado. ¿Y quién es el Anciano Mayor del Trígono para ti, chico? — preguntó el Anciano, muy divertido. Drassy carraspeó desde su lugar. Y Vann sonrió. Era él. La sonrisa de Drassy se volvió más amplia. — Por supuesto, no puedo decírselo. Sin embargo... Vann levantó la Vara e hizo un floreo con ella. Una nube de humo oscuro se formó en el círculo que la Vara dibujaba. Y algo empezó a materializarse en el humo negro. — Qué sombrío. ¿Es que siempre trabajas en ausencia de luz? — protestó el Anciano. — Más o menos. Soy de Zothar, — dijo Vann. — Y el Árbol tiene Tres Ramas... El Anciano lo miró y sonrió. Con toda calma, metió la mano en la nube de humo oscuro y retiró el objeto que había en él. El humo estalló en un remolino de colores y desapareció. El Anciano abrió la mano lentamente. — Una piedra de visión, — dijo, reconociendo el objeto. — Un ópalo. Le permitirá ver más allá de los velos de sombras que algunos, como Djarod de la Torre, usan para ocultar sus verdaderas intenciones. El Anciano se inclinó en agradecimiento. — Es un regalo poderoso. — Y útil. Djavan de la Rama de Plata no pierde el tiempo en cumplidos vistosos... — dijo Drassy desde su lugar. — Pues... Muchas gracias, chico. Y ahora, si nos disculpan... Temo que tenemos nuestros propios desaguisados que cometer... — E inclinándose hacia Drassy le dio un beso en la frente, antes de retirarse. Los demás también se retiraron discretamente de la habitación. Recién a la mañana siguiente Diana regresó al castillo. Los aprendices estaban desayunando, y Drassy discutía con Vann si debían ir a buscarla ahora o en la tarde. Vann insistía en que esperaran a los acontecimientos, ya que ni el Anciano Kethor ni los Comites parecían preocupados. Drassy insistía en que era porque ellos confiaban que ella y Vann solucionaran el asunto. Estaban llegando al punto en donde ella solía

131 enojarse y levantarse bruscamente de la mesa, cuando las puertas se abrieron y la ya conocida brisa fría sacudió los manteles. Djarod hacía su entrada al Trígono. Diana lo seguía un par de pasos más atrás. Sin embargo, aunque seria, ella no parecía asustada. A un gesto del hechicero, ella se fue hacia la mesa de los aprendices, al lugar que compartía con Celina y Beryl. Las dos amigas la recibieron con un abrazo, y serias dificultades para no estallar en un millón de preguntas. Pero Diana no hizo ningún movimiento, y permaneció mirando al hechicero. Djarod se detuvo en medio del salón. — Buenos días, — dijo. — Anciano Mayor, Comites, profesores... ¡Aprendices! Como seguramente todos recuerdan, el Anciano Mayor y los Tres del Trígono han amablemente autorizado a que los entreviste como aspirantes a aprendices de la Torre de las Mil Puertas. En el silencio temeroso que siguió al anuncio, el hechicero sacó su Vara y la golpeó dos veces contra el suelo. La Vara se enderezó y se torneó sobre sí misma, como una rama de un árbol. Pero una rama retorcida y sin flores. Por un segundo, Drassy deseó tener de aquellos polvos plateados con que Vann disolvía el hechizo de sombras a su alrededor, y le permitía ver cómo era él realmente. O la piedra que le había regalado a Kethor. Sin embargo hubo de conformarse con verlo mover en círculos aquella siniestra Vara y hacer aparecer una nube de objetos oscuros que iban aumentando gradualmente de tamaño a medida que flotaban hacia los aprendices y profesores. Uno de aquellos objetos, el más grande, se detuvo frente al Anciano Mayor y creció hasta convertirse en un reloj de arena. — Se ha fijado para cada uno de ustedes una hora y un día para su entrevista conmigo. En el momento en que se acabe la arena del reloj, vendrán a mi Torre. Cuando la última entrevista haya concluido, también se acabará la arena en el reloj del Anciano Mayor. — Muchas gracias, — dijo el Anciano, levantándose y dedicando una ligera inclinación al hechicero. Djarod le devolvió la gentileza. — Las entrevistas comienzan a las once. Buenos días. Y dando media vuelta, desapareció en el aire. — ¿Y Diana? ¿Cómo estás? Diana miró a Drassy y frunció apenas el ceño. — B-bien. Gracias por preguntar.

132 — ¿No te ha dado un reloj de arena como a los demás? — No. Yo ya he estado en la Torre. Ya pasé mi entrevista... — Diana bajó la cabeza, como avergonzada. Drassy intentó apoyarle la mano en el hombro. — Si quieres podemos ir a... — No, gracias. Estoy... estoy muy cansada. Creo que prefiero estar sola un rato... Drassy asintió y se alejó sin agregar más nada. Diana estaba enojada con ella, seguramente. Tal vez se había sentido abandonada. Pero... pero ella no había podido evitar que Taramir la expulsara. Ella sabía que no era posible luchar contra la Torre. Mientras se apartaba, algo preocupada, Diana le dijo: — Si quieres, le diré a Beryl y a Celina que te acompañen... Drassy se limitó a sonreír.

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Capítulo 13. El Maldito.

— ¿Qué vamos a hacer? Diana no quiere hablar conmigo... Habían pasado casi dos días, y Drassy había permanecido en el castillo, esperando con la excusa de tener que investigar algo con Vann en la biblioteca. — Llévala a ver a Nero... — dijo él con calma. — No lo hemos visto desde que llegamos. Y además, te acabo de decir que ella no quiere venir conmigo... Vann dejó escapar un suspiro ruidoso. — Déjala que descanse un par de días más. Seguramente mañana estará en la puerta como siempre. Además... puedes aprovechar para hacer marketing con sus amigas... — ¿Marketing? ¿Nos estamos volviendo forasteros? Vann soltó una risa desganada. En realidad estaba tan preocupado como Drassy. Dos días... parecía demasiado. — Llévate a las niñas a algún paseo que las entusiasme tanto que vuelvan a entusiasmar a Diana para que salga contigo, ¿de acuerdo? — ¿Y tú qué harás? — Lo de siempre, querida. Iré a la reunión a ver si se sabe en qué negocios está la Vara de las Serpientes. Estoy cansado de perseguir a Edenor a ciegas. Es tan escurridizo como lo era Althenor... Drassy suspiró. Las cosas no se veían bien. Si Diana no les permitía acercarse, no sabía cómo remediaría el problema de Adjanara. Vio que las chicas, Beryl y Celina se le acercaban con una expresión entre expectante y avergonzada, y se las arregló para sonreír. — Diana dice... — Que está todavía muy cansada. Sí, también me lo ha dicho... No sé dónde podré encontrar a alguien que me acompañe hoy... Las muchachas se miraron entre ellas. — Yo... Nosotros... — empezó Celina. — No tenemos nada que hacer hoy. ¿Quieres...?

134 — ¿...que te acompañemos? — terminó Beryl. — Ah, — suspiró Drassy, fingiéndose sorprendida. — ¿Lo harían? Tengo que ir a buscar unas rocas a las Grietas del Viento... y el Jardín de la Amistad está muy cerca, y creo que les encantará... Beryl no se pudo contener y empezó a batir palmas. Drassy la detuvo tomándole las manos. — Preparen una merienda, y pregunten a Diana si no quiere venir. Las espero abajo, con las escobas... Por supuesto, Diana no bajó. Si estaba enojada, lo estaba en serio. De nuevo Drassy se reprochó haberla dejado sola en la Torre con Djarod, y de nuevo se dijo que la Torre no le había dejado ninguna opción. Así que se las arregló para sonreír a las amigas de Diana, y subir a la escoba sin poner cara de espanto. Nunca le había gustado volar en escoba. El vuelo hasta las Grietas del Viento fue bastante tranquilo. Al menos no encontraron nada fuera de lo normal. Por supuesto, las corrientes de aire en la región de las Grietas eran bastante violentas, y Drassy ya había aprendido, luego de quebrarse las alas un par de veces, que la escoba era más segura para este viaje. De manera que se aferró fuerte al palo de la escoba y se inclinó sobre él, volando casi acostada, e indicó a las niñas que hicieran lo mismo. Diana les habría enseñado ese truco ella misma, si hubiera estado aquí, pensó Drassy con otro suspiro. Pero la siguiente ráfaga la obligó a concentrarse. El viento soplaba muy fuerte. Drassy rodeó las puntiagudas rocas que bordeaban el valle que llevaba al Jardín, y se dirigió a las cuevas en la otra cara de la colina. A medida que se alejaban, el viento amainó. Beryl se enderezó en su escoba, y miró alrededor. — ¡No! — le gritó Drassy. — No te fíes del viento... Apenas ella lo dijo, el viento regresó, con fuerza renovada, y arrojando sobre ellas toda una lluvia de arenilla y piedras. Beryl ahogó un grito, y se echó de nuevo sobre la escoba. Drassy guió la suya a su lado, y soltando una mano, abrazó a la muchacha y su escoba, y las arrastró más allá. — ¡Celina! — llamó. La lluvia de arena arreciaba, y no se podía ver muy lejos. — Aquí. La voz sonaba absolutamente tranquila. Drassy levantó la vista y trató de mirar.

135 — Celina... — suspiró Beryl. La joven bruja menor volaba erguida, envuelta en una brillante burbuja de luz azul, y ninguna de las piedras se atrevía a molestarla. — ¡El Libro! — susurró Drassy. El libro de Inga protegía a su portadora. Y Drassy sonrió. Los poderes de los Tres extendían sus alas para proteger más a quienes más lo necesitaban. Inga nunca había hecho algo así por ella... pero ella no lo había necesitado jamás. Abrazó a Beryl y se transformó en brisa, arrastrando a la muchacha y dejando caer las escobas. Y voló hacia el brillo azul de la burbuja de Celina. — Muy bien, Celina... Haces un excelente uso de ese Libro... — le dijo con voz de viento. Y susurros de brisa la corearon. Beryl se reía. — Vamos a las cuevas, allá abajo. ¿Ves el camino? — Hay... Algo como un balcón de roca. — Ahí es adonde vamos. El mejor lugar para buscar piedras mágicas... Créemelo. Y Drassy dejó que Celina las llevara allá en su burbuja de luz azul. Vann se materializó en una callejuela lateral de la reunión, justo junto al negocio que en un lejano futuro sería del señor Nellt, el mercader de productos robados. En este momento parecía una inofensiva tienda de productos para pociones... que hubiera sido la delicia de Drassy. El veneno de Hidra ocupaba el centro del escaparate principal. Vann se despojó de las últimas hebras de humo negro, que podrían delatar su procedencia, y se envolvió en una capa de confusión, para no ser reconocido. Se puso el anillo de la piedra negra, la contraseña de los oscuros, y se dirigió con paso enérgico a la calle. Drassy regresó a Beryl a su forma humana cuando estuvieron a salvo, protegidas por las paredes de la cueva. Hizo un gesto con la mano, y las escobas aparecieron también junto a ellas. — No sé para qué vinimos con ellas... Era más fácil llegar aquí como viento, — dijo Beryl. Celina soltó una risita. — Bueno, pero la mayoría de los aprendices no pueden transformarse en viento, — dijo Drassy conciliadora. — Tampoco la mayoría de los magos. No eres una bruja como las demás, — observó Celina.

136 Drassy la observó. Era una muchacha muy perceptiva... Aunque ella no había sido demasiado discreta en el uso de la magia. — Es cierto. Pero lo que yo hago está al alcance de cualquier mago que estudie seriamente estas cosas. Lo que sucede es que... Hm... ¿Cómo explicarlo? Las fuentes de la magia, las formas más elementales de la magia... Ya no se enseñan. — ¿Y dónde las aprendiste tú? Drassy sonrió. — Principalmente con Vann. Pero las variedades más antiguas... Con Gaspar, con Nero, con Ara... Los más ancianos, supongo. — ¿Y alguno de ellos podrá enseñarme a mí? — preguntó Beryl. — Por supuesto... Apenas encontremos a alguno de ellos, podrás pedírselo. ¿Has estado en el Interior? Beryl sacudió la cabeza. — Mm...No. La Comites Argéntea me ha sacado de la puerta un par de veces, — suspiró. Drassy sonrió. Al parecer esa era la tarea principal de Argéntea: rescatar aprendices de las puertas. Se preguntó por qué habría llevado a Diana al Interior, y a Beryl hacia afuera. — A Diana la llevó adentro, —dijo Celina, haciéndose eco del pensamiento de Drassy. — Me pregunto por qué... Celina le lanzó una mirada extraña. — ¿Realmente no lo sabes? Drassy la miró de frente. — No. — Diana tiene algo... Como la sombra de una llave, igual a la de tu esposo. Drassy asintió lenta y pensativamente. Beryl miró a Celina, pero Celina observaba a Drassy con los ojos entrecerrados. Y de pronto Drassy sonrió. — Eres la segunda mirada del Vigía, ¿no es así, Silenna? Celina se sonrojó. — ¿Cómo la llamaste? — Silenna, la que ve de lejos. ¿No es ese tu nombre, del otro lado? Celina asintió, todavía sonrojada. Beryl se volvió hacia ella:

137 — ¿Has estado allá, y nunca nos lo contaste? Celina asintió y bajó la cabeza. Drassy se acercó y de dio unas palmaditas en el hombro. — No te preocupes, y mucho menos te avergüences... El Interior tiene sus propias reglas para aceptar a los que están preparados. Si te ha aceptado, es perfecto. Si no lo hizo con Beryl, es porque ella tiene todavía algo más que aprender antes de entrar. He conocido aprendices que nunca llegaron a atravesar la Puerta... Beryl la miró asustada. — ¿Quieres decir que yo...? Drassy se rió, alegre. — ¡No, de ninguna manera! Entrarás, y verás todo lo que hay que ver allá... Beryl la miró dudosa. Y Drassy se volvió a reír. — ¿Te parece que te rechazarán después de haber volado como viento, y después de haber visitado los lugares del Fuego, y cuando hayas encontrado el Ojo del Tigre? — ¿Ojo del Tigre? — Mm. Eso, o un cuarzo Arco Iris... O cualquier otra gema que esta cueva quiera darnos... A eso vinimos. Y parándose en medio de la entrada, Drassy sacó su Vara. — ¡Ingarthuzenn gelyna, onode minno! — gritó fuerte. La tierra tembló un momento, y el polvillo se desprendió de las paredes. Las niñas se acercaron a Drassy, asustadas. Pero el temblor pasó, y una luz entre blanca y amarillenta empezó a brillar en el fondo de la cueva. — Vamos. Lo que sea, nos espera allá adelante... Vann se apretó contra la pared del callejón, respirando agitadamente. Hacía años que no veía este tipo de cosas tan de cerca. Muchos años, tal vez demasiados. La sangre de la bestia que habían sacrificado corría en riachuelos, casi hasta sus pies; y allá, en el anfiteatro, los brujos que la habían matado se disputaban los pedazos, ansiosos por devorarlos. ¡Devorarlos! Realmente hacía mucho tiempo que no veía nada así, tan... bestial. — Cuán desagradable, ¿no es verdad? — dijo una voz a su lado. Vann se volvió, pero solo pudo ver una capucha oscura. Se conformó pensando que el otro veía lo mismo de él.

138 — Cuán primitivo. E inútil. No es manera de obtener poder, — gruñó, controlando sus náuseas. La sombra encapuchada a su lado soltó una risa áspera. — Es cierto, hay maneras más eficientes. El extraño de la capucha se volvió para alejarse. Vann reprimió el deseo de preguntarle quién era. O de seguirlo. No confiaba en los encuentros casuales en este lugar. Y hacer preguntas era la peor manera de conseguir respuestas aquí. Mientras Vann se volvía de nuevo al desagradable espectáculo del callejón, el encapuchado se volvió. Vann solo distinguió el brillo de unos ojos pequeños como de cuervo bajo la sombra de la capucha. — ¿No vienes? Vann se enderezó. — ¿Para qué? — Tengo información. Tal vez sea lo que buscas. Vann se estremeció, pensando que lo habían descubierto. Pero si fuera así, no le estarían haciendo una invitación. Desechó sus dudas, y se aprestó a seguir al de la capa negra. La cueva acababa de pronto en una pared de piedra. La luz amarilla que habían seguido parecía venir de ninguna parte. — ¿Y ahora? — preguntó Beryl. Drassy se encogió de hombros. — Miremos un poco, a ver qué encontramos, — dijo en voz baja que los ecos multiplicaron. — Oigan, — susurró Celina. — Es una cueva musical... Drassy sonrió, pero no dijo nada. Observó las antiguas marcas en la pared, y esperó. Era Beryl la que tenía que romper sus barreras hoy. Celina al parecer ya lo había hecho. Pero la impaciente muchacha no parecía entenderlo. Retrocedió un par de pasos, y miró a Drassy. Drassy se volvió a ella. — ¿Y? ¿No vas a buscar tu tesoro? — ¿Qué tesoro? Es una pared desnuda. Aquí no hay nada. Drassy meneó la cabeza sin contestar. Se inclinó hacia el suelo y tomó una pequeña piedrecilla. La levantó y la mostró. — Yo no diría que esto es nada.

139 — Es una piedra. — Es una piedra que está esperando que alguien descubra qué más puede ser. Tal vez quiera ser otra cosa, pero si nadie lo descubre, nunca lo será... — dijo Drassy. Y se llevó la piedra a los labios, como si estuviera por confesarle un secreto. — Dime lo que quieres ser... Mucho más adelante, Beryl pensó que lo que sucedió entonces podía haber sido producto de su imaginación...o un truco de la bruja. Pero en ese momento, le pareció que la piedra centelleaba con luz azul y blanca, y que casi saltaba en las manos de Drassy. — Ah, — dijo Drassy. — Quieres volar... Y sopló sobre la piedra. Pero ya no era una piedra. Lo que la bruja tenía en la mano era una gema de cristal azul, con lo que parecía una mariposa adentro. Se la mostró a Beryl. — ¿Lo ves? Ahora sopla tú. Cúmplele un deseo... Cuando el aliento de la aprendiza tocó la gema, esta se derritió como agua, y la mariposa salió volando hacia la salida de la cueva. — ¿Por qué hiciste eso? — preguntó Celina, que había observado desde lejos. — Porque era una piedra con alma de mariposa. ¿No te has sentido demasiado encerrada alguna vez, Celina? Celina sacudió la cabeza, pero Beryl la miraba con los ojos brillantes. — A veces el espacio que nos dan los demás es demasiado estrecho. Entonces, como le pasó a la piedra, tienes que esperar que alguien sople un sueño sobre ti para liberarte... — Creo que sé lo que quieres decir, — dijo Beryl, inclinándose a tomar otra piedra y tendiéndosela a Drassy. Pero Drassy la detuvo con la mano. — No, escúchala tú. No me puedo pasar la vida soplando piedras... Estoy buscando una gema en particular... Beryl miró a Drassy, y luego a su piedra. Y de pronto, la acercó a su cara y sopló. — Muéstranos donde está... — susurró. La piedra se volvió un poco más transparente, como si una parte de ella se hubiera marchado. Y de nuevo, volvió a ser una piedra. Saltó de la mano de Beryl y rodó hacia la pared. — ¿Detrás de la pared?

140 La piedra saltó una o dos veces en su lugar. Toc, toc-toc, toc. Casi parecía feliz. Beryl miró a Drassy, interrogante. Y Drassy se encogió de hombros. — Es tu rastreadora. No me preguntes a mí. Ella te llevará por la roca, si te atreves a seguirla. — ¿Rastreadora? Creí que todos los Rastreadores eran magos... — dijo Celina. Y agregó, bajando la voz: — Malditos... — Ah, conoces a los Malditos, — dijo Drassy, lanzándole una mirada penetrante. — Pero no, querida, los rastreadores pueden ser de cualquier especie. Esta ‘piedra’ es en realidad un Pétreo. Es muy pequeño, y aún no ha pasado los ritos oscuros, supongo... o no estaría aquí... Y supongo que en un par de milenios podrá ser tan grande como una montaña. — ¿Pétreo? — ¿Ritos oscuros? — Así es, querida. Acabas de adoptar a una de las legendarias criaturas de un elemento. Un elemento y sombras: un Pétreo. Beryl miró a su piedrita con asombro. Y Celina fruncía el ceño. — No puedes conservar una criatura así en el Trígono, — observó. Beryl la miró. — ¿Por qué? — Porque... por... Porque es del lado oscuro... ¿No? — Celina se había vuelto a Drassy, buscando apoyo. Pero Drassy se encogió de hombros. — No lo sé. Este Pétreo ya estaba en el Trígono... — Tal vez sea un expulsado de las sombras, — dijo Beryl, mirando a su piedra con simpatía. — Y no me parece malvado. Drassy se inclinó para observar al Pétreo de cerca. — No... ¿Qué ves, Silenna en esta criatura? Porque si eres Segunda Mirada del Vigía, tendrás que decidir tú... Celina se había puesto roja. Beryl la miraba casi suplicante, y de pronto, ella sintió todo el peso del título que el profesor Dherok le había dado hacía un año, cuando fue al Interior por primera vez. Se acercó a la pequeña piedra con cautela, como si temiera que el Pétreo se lanzara contra ella. Pero la piedra temblaba en las manos de Beryl, como un pájaro herido y asustadizo. Celina se acercó un poco más, y su aliento rozó la piedrita gris. La piedra se quedó quieta unos segundos. Y de pronto, un arco iris de colores tornasoló su superficie.

141 — Creo... Creo que está bien, — dijo Celina. — Pero, Pétreo, el Trígono es un lugar puro. Tiene numerosos guardianes... y cada criatura que entra en él debe comprometerse a cuidarlo. La piedra saltó de nuevo en las manos de Beryl, y otro estallido de color pasó por su superficie. — Ella... ella dice que se compromete... que jura proteger al Trígono y sus habitantes en tanto las montañas... no, la Montaña siga en pie... — Y Beryl se volvió con sorpresa a Drassy. — Puedo entenderla... ¿Por qué? Drassy rompió a reír. — Si Vann estuviera aquí te diría que si vas a vivir en el Trígono tendrás que acostumbrarte a este tipo de cosas. Ya te dije, es tu rastreadora. Ahora, querida, dile a tu amiguita que nos lleve al Jardín subterráneo, porque necesito la Gota de Cristal. Nada más decir esto, la piedra de Beryl empezó a saltar más entusiasmada que nunca. ¡Toc-toc-toc! Drassy se rió, y Celina y Beryl al cabo de unos momentos, le hicieron eco. Y la pequeña piedra de Beryl se pegó a la pared de piedra y la disolvió en un estrecho pero razonable túnel para que las tres pudieran pasar. El apartado en la taberna no era demasiado privado, pero al misterioso acompañante de Vann no parecía molestarle. De todas maneras, cada uno de los parroquianos parecía sumido en sus propios asuntos y nadie los miraba. — ¿Quién eres? — le preguntó el hombre. — Vengo del Yermo, — dijo Vann, evasivo. — Hm. Un lugar desagradable para vivir. Pero eso no responde a mi pregunta. ¿Quién eres? — ¿Quién eres tú? Dijiste que tenías información interesante para mí. El otro se encogió de hombros. — No eres lo que quieres parecer. Eso es interesante para mí. Tal vez me sirvas. ¿Qué es lo que buscas? Por toda respuesta, Vann mostró el anillo de la piedra negra. El otro lo miró y soltó una carcajada que sonó casi como el graznido de un cuervo. Vann se estremeció. — ¿De dónde sacaste una baratija semejante? No tiene fuerza, está muerto. Y sin embargo... — El extraño se inclinó hacia Vann, y de nuevo, él pudo ver el extraño brillo de sus ojos de pájaro. — Ellos lo creerán.

142 Vann se llevó la mano al mentón. Este extraño tenía algo familiar que lo desconcertaba. — Ellos. ¿A quiénes crees que busco? El hombre soltó una risa áspera. — Ellos. Los seguidores de la Vara. ¿Cuál es tu nombre, extraño? — Dimor. — Ahá. Soy Leanthross. Vann hizo un gesto de sorpresa que no pasó desapercibido para el otro. Leanthross... El cuervo que le había advertido que no se acercara a la Torre de Zot era un Leanthross. — Veo que has oído de la maldición, — dijo en tono amargo. — Sí. Y he visto a Carlo. El hombre que tenía delante se estremeció, y se quitó la capucha de la cara. Tenía un enorme parecido con Andrei. Y el parecido se volvió más intenso cuando miró a Vann de frente y le dijo: — Tienes el aire del Trígono, es cierto. Pero no creo que nadie de aquí logre percibirlo, tu disfraz es bueno. En cuanto a mi hijo... No lo nombres en este lugar. Vann asintió lentamente. No era bueno mencionar a la gente que uno amaba delante de los oscuros. — ¿Qué estás haciendo aquí? — le preguntó finalmente. La mirada límpida de Leanthross no concordaba con la actividad de un mago de los oscuros, así como el grajo posado sobre el Altar de la Tierra no concordaba con la misión de un cazador. — Busco lo mismo que tú. Aunque espero que por diferentes razones. Odiaría saber que hay más malditos como yo. Vann se limitó a hacer una mueca. — Dijiste que tenías información interesante, — dijo en cambio. — La... persona que buscas... Está buscando a alguien. Alguien con poder más allá de lo conocido por los magos del Valle. O del Trígono. No sé hasta qué punto no es alguien de allá... adentro. Los Tres son reacios a dejarme acercar. Al menos han accedido a proteger a mi hijo. — El Trígono siempre protege a los inocentes. Cuando él reciba la maldición de la familia dejará de ser bienvenido... — dijo Vann. — Lo han hecho antes. — Carlo no recibirá la maldición de la familia. Me ocuparé que no pase a él, — dijo Leanthross con calor. Vann asintió en silencio. No podía ayudar a este Leanthross; y

143 decirle que la maldición alcanzaría a por lo menos cuatro generaciones más de su familia no le sería de consuelo. Volvió al tema que le interesaba. — ¿Por qué me cuentas esto? — La Vara de que hablamos... Busca eternidad. Vida eterna para sí misma y para su portador. Se ha convertido en un objeto con conciencia propia. Y ha consumido la conciencia de su portador. Para destruir a uno tienes que destruir también a la otra. Si solo atacas a uno de ellos... El otro continuará. — Eso ya lo sabía, — dijo Vann fríamente. Leanthross lo miró. — La Torre de las Sombras ha sumado su poder al de ellos. Vann se limitó a asentir. También eso ya lo habían visto antes, en la sartén de Basilisa. Y no esperaba menos de la Nadarenna. — Si vamos a eliminarlos, necesitamos el poder de una Vara no menos poderosa que la del enemigo, una Torre, y un ser... como el que él está buscando. Vann asintió pensativo. — ¿Por qué me dices esto? Leanthross se volvió a cubrir la cabeza con la capa. — Porque sé que la Torre de Djarod está en el Trígono. Y que alguien ha llegado de lejos, alguien con poder suficiente como para destruir al que maldijo a mi familia. El hombre se levantó. — Si está en tu mano hacerlo, destrúyelos, — dijo. — Somos muchos los que te lo agradeceremos. Y Vann miró al tatarabuelo de Andrei Leanthross alejarse y salir de la taberna sin mirar atrás. Sintió el poder del Ojo Oscuro que se retiraba de él. Y se estremeció, pensando en su esposa, la que había venido de lejos, la que podía canalizar el poder del Trígono, del Interior y de la mismísima Taramir para eliminar la amenaza.

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Capítulo 14. La Prueba de Diana.

Al fin Diana se encontraba sola. Milena no había regresado, ni siquiera después que las vacaciones terminaran. Y las chicas... Se habían marchado con Drassy. Algo avergonzada, Diana recordó la expresión de la bruja cuando se negó a salir con ella otra vez. Ya eran tres días que se negaba a acompañarla. Tal vez había creído que estaba enojada con ella. Pero tampoco pareció darle demasiada importancia; se había llevado a las chicas a uno de esos paseos que Diana consideraba que debían ser solo para ella. Pero, bueno. Ella tenía otra cosa que hacer, y que sí era para ella sola. Esperó casi toda la mañana, mientras ponía al día sus tareas, que desde la Puerta del Invierno no cumplía; y lanzando miradas ocasionales al objeto que había ocultado a todos, incluso a Drassy y a sus amigas. El pequeño reloj de arena susurraba suavemente en el silencio de la habitación, y ni siquiera el rascar del lápiz en el papel podía apagar su susurro. Ya quedaba poca arena, y el reloj parecía tener algo que decir. En el susurrante silencio que la acompañó toda aquella tercera mañana, Diana repasó lo que había sucedido en la Torre. Drassy se había marchado tras ese extraño y oscuro hechicero, Djarod. Diana quedó sola en la habitación. El golpeteo del Dworm en los cristales era rítmico, casi musical. Diana se volvió para mirarlo, y notó que goteaba en dibujos verdosos que se tornasolaban a la luz, y lanzaban destellos de colores. Sonrió. — Es lindo, ¿no? — dijo una voz a su espalda. — Esos trazados de colores... Diana casi saltó en su asiento. — Ho-hola. Yo... Vine con Drassy... Ehm... la señora Dimor. Ella está con el hechicero de la Torre... La mujer que tenía delante hizo un gesto como restándole importancia. — Djarod no tiene costumbre de recibir visitas. Me sorprende que haya tenido esta habitación arreglada para recibirlas... Diana sonrió. Pero no le pareció educado decir que había sido Drassy quien había arreglado la estancia.

145 — En realidad, no tenemos muchos visitantes. Temo que se nos han olvidado las reglas de la hospitalidad... — No importa. En realidad, yo solo estaba esperando a Drassy... la señora Dimor. La mujer que tenía adelante hizo un vago gesto de asentimiento. Drassy parecía no importarle ni poco ni mucho. Diana recordó de golpe sus modales y se levantó de un salto. — Mi nombre es Ada Mellow. Diana, aquí. Cambiamos de nombre al entrar en el Trígono. La mujer asintió. — Eso me han dicho. Una manera de atarlos a ellos, supongo. Yo también cambio de nombre de vez en cuando. — Y... ¿Y cómo te llamas? —preguntó Diana. Pero inmediatamente se arrepintió. Para algunos magos, nada había más sagrado y secreto que su nombre. La mujer sonrió. — Por ahora no te lo diré. Pero... Estoy segura que nunca has estado en un lugar como éste. ¿No quieres visitar la Torre? — ¿La Torre de Djarod? — preguntó Diana , asombrada. — La Torre de las Mil Puertas. Ven... Podemos abrir unas cuantas antes que Djarod y la... señora Dimor terminen con Zazee. Diana apenas notó la vacilación que la mujer hizo antes de pronunciar el nombre de Drassy. Y se acercó a la mujer con confianza. — Me encantaría, — dijo. — Perfecto. Y los ojos de la mujer relampaguearon en respuesta a alguna secreta emoción. Iban por la puerta quince o más, y Diana no salía de su asombro. En una de ellas había encontrado toda una colección de jaulas con toda clase de animales, algunos pertenecientes a especies que Diana jamás había visto. En otra de aquellas puertas, el sol brillaba sobre montañas de piedras de colores, y gemas de todas clases, tesoros como nunca nadie había imaginado, y metales desconocidos para los artistas. Diana se acercó a las joyas con curiosidad, mientras su acompañante la observaba desde la puerta. — ¿Te gustan?

146 — Son preciosas... — dijo Diana. — Toma lo que te guste. Diana se volvió. El brillo en los ojos de la mujer se había apagado. — ¿Es tuyo para que lo regales así? ¿No es de Djarod? La mujer se limitó a sacudir la cabeza desde la puerta. Diana se volvió a las joyas una vez más, tocándolas y moviéndolas a la luz. Pero las dejó donde estaban. — No, gracias. Creo que prefiero las flores... La mujer en la puerta volvió a sonreír. — Entonces te gustará más la habitación de arriba. Habían pasado por muchas habitaciones, y casi en cada una de ellas, la mujer le ofreció quedarse con alguna de las maravillas de la Torre. Y en cada ocasión, al negarse Diana, la mujer la había llevado a ver alguna maravilla aún mayor. Así pasaron lo que a Diana le parecieron horas. Al final se volvió a su acompañante y le preguntó: — ¿Es que esta Torre no se termina nunca? — ¿Terminar? Es la Torre de las Mil Puertas. ¿Cuántas puertas crees que has abierto? — N-no lo sé... Tal vez cincuenta... ¿no? La mujer sacudió la cabeza. — Una. Solo has visto una ínfima parte de lo que esta Torre puede ofrecer. Dominio, poder, riqueza, belleza, longevidad... casi vida eterna. Pero te mostraré la última puerta por hoy... Y la extraña mujer abrió la puerta que tenían delante. Diana se asomó con cautela. La puerta conducía de regreso a la habitación de donde habían partido. Allá adelante, casi frente a ella, se vio a sí misma, sentada tranquilamente, mirando los cambiantes dibujos del Dworm en el vidrio de la ventana. Se volvió a la mujer, y la mujer le sonrió. De pronto se sintió mareada, y se encontró de nuevo sentada, mirando la puerta vacía. Se volvió a mirar las manchas en el cristal. Ahora, sentada en su habitación, haciendo los deberes atrasados, recordó de nuevo todas las maravillas que había soñado en la Torre. Suspiró. Seguramente todas aquellas puertas representaban las cosas que la Torre ofrecía. Las joyas, poder. Los pájaros, libertad. Los animales enjaulados, dominio. Las flores, belleza... ¿Por qué no se había dado cuenta antes?

147 Djarod se había quedado con ella, después que Vann se llevara a Drassy. Le preparó una taza de chocolate, y la dejó que lo tomara mientras iba a revisar las cosas que la Torre le había encargado que cuidase. Los Hemeromorfos sin duda le dieron su trabajo, porque Diana pudo escuchar gritos y ruidos de cosas que se caían y estallaban allá abajo, e incluso el Dworm escapó de la ventana. Finalmente Djarod volvió. Traía manchas lila en su ropa, pero no parecía enterado de ello. Diana lo miró, esperando que él la echara, o la regresara al castillo de mala manera, pero Djarod la ignoró mientras trabajaba en alguna cosa extraña en sus destiladores. Diana no se atrevió a acercarse, y él no le dijo nada. A la hora del almuerzo, ella preparó algo para los dos con su varita, como lo había hecho Drassy, y Djarod comió su parte sin decir nada tampoco. Y lo mismo a la hora de la cena. Ella se quedó junto a la ventana, adonde el Dworm había regresado, y la viscosa criatura estuvo contándole historias mediante sus dibujos en el cristal hasta que Diana se durmió en el sillón. Era nuevamente la mañana cuando Djarod la llamó. De alguna manera se las había ingeniado para preparar algo comestible. — ¿No piensas regresar al castillo? — le dijo por sobre las tazas del desayuno. — ¿Puedo? Djarod hizo un gesto vago señalando a la puerta, atendiendo solo a medias su taza de té, y menos que a medias la conversación con Diana. Su mirada se volvía una y otra vez al pergamino que estaba leyendo. — ¿Y los perros? — ¿Qué? ¿Te preocupa Feldespato? Diana soltó una risita, y Djarod sonrió, dejando en paz el pergamino. — Está bien, te llevaré. Alsacia se levantará en un rato, y quisiera hablar con ella en privado. Y el extraño hechicero salió al jardín de la Torre seguido por Diana. Los sabuesos se acercaron moviendo quedamente sus colas de roca, y Djarod les dio unas ligeras palmaditas en la cabeza a cada uno de ellos. — Mica... Gneis... Felde... Ónice, mi princesa... — ¿Por qué no te transforman a ti en piedra? — quiso saber Diana. Djarod la miró por encima del hombro. — Porque yo cuido de ellos. — Y volvió a palmear la cabeza de Ónice. — ¿Quieres tocarlos?

148 Diana dudó. Y luego extendió la mano, dudosa. Djarod se la tomó y la acercó a la cabeza de la enorme sabueso de roca. — Tranquila, Ónice... La perra soportó la caricia, al parecer nada complacida, pero no se atrevió a desobedecer a Djarod. Djarod la premió con otra palmadita en la cabeza, y los sabuesos se apartaron del camino. El Trígono le pareció un lugar extraño, cuando regresó acompañada por el hechicero. Y no quiso ir con Drassy. Necesitaba estar sola y pensar en todo lo que había visto, y en las historias que Dworm había dibujado para ella. Drassy se encaminó hacia la luz blanca y azul que entraba por la boca del túnel sin ningún temor. Beryl y Celina la siguieron. Beryl guardó su Pétreo en el bolsillo, después de preguntarle en secreto si le apetecía viajar allí. Como la piedrita no protestara, la dejó caer en el bolsillo de adelante, pensando que apenas llegara al castillo, iba a coser una bolsita transparente para llevar a su rastreador colgado del cuello, de manera que pudiera ver alrededor, igual que ella. La cueva era enorme, parecía un jardín cerrado, cercado por arcos en donde trepaban rosas de un amarillo casi dorado. Drassy entró en la cueva, y se encaminó tranquilamente hacia una fuente blanca que había adelante. — ¿Qué es este lugar? Drassy se volvió. — El Jardín de la Amistad. Y la Fuente de la Amistad. Aquí solo puedes tomar para compartir, nunca para ti sola... A ver si lo recuerdo bien... Tú debes haberlo leído en tu Libro... Donde las aguas se juntan... — Y las sombras no llegan, porque la luz de la amistad brilla de noche y de día... — Una vez vine aquí con un amigo, Andrei... Compartimos agua de la fuente, y fuimos más allá, a ver las Plumas del Viento. Pero hoy he venido a buscar otra cosa... ¡En nombre de los Tres! Y diciendo así, Drassy pasó por sobre el borde de la fuente y se metió en el agua, caminando hasta donde los surtidores saltaban y susurraban. — La Gota de Cristal duerme, hasta que una mano amiga la haga resplandecer... — citó Celina.

149 En ese momento, Drassy metía la mano bajo los surtidores, y la cerraba, como si estuviera asiendo algo. Luego regresó hacia las niñas, chapoteando de nuevo en el agua. — ¿Qué tienes ahí? — preguntó Celina. — Ah... La Gota de Cristal, — dijo Drassy abriendo lentamente la mano. En su palma brillaba un cristal con forma de gota, que brillaba intensamente en la tenue luz. — El regalo de Ingelyn y de Ingarthuz para la esposa de Zothar. Pero ahora lo guardará Beryl. Y ella será la siguiente en cuidar de la Rama de Plata. — ¿Qué? — Beryl la miró sorprendida. — Que serás la próxima Comites de la Rama de Plata, — dijo Celina, no menos sorprendida. — Pero... ¿Cómo puedes saber algo así? Drassy la miró y se encogió de hombros con una risita. — Ellos me hablan, Celina. Igual que te hablan a ti... Y por eso... En lugar de darle la Gota a Beryl, Drassy salió de la fuente, y así, chorreando agua como estaba, se dirigió a uno de los rosales que bordeaban el jardín. — Ah, rosa de oro, rosa de plata... Dame el regalo que guardas para una verdadera Curadora... Y tocó la rosa que tenía más cerca con el cristal que tenía en la mano. Algo se desprendió de la rosa, y cayó en la mano extendida de Drassy. — Ah, perfecto... — susurró. — Este es el regalo que Fiona, la Curadora, esposa de Zothar, entregó a Ingelyn y a Ingarthuz cuando ellas le entregaron la Gota de Cristal. Tierra y Fuego, para ti, Celina, para que te dé fuerza a través de todas las dificultades, y poder para sanar a los que vengan a ti buscando curación. Y Drassy tendió a Celina una piedra Arco Iris en la que los rojos centelleaban con fuerza, un Arco Iris de Fuego; y a Beryl, la Gota de Cristal, el diamante de Ingelyn e Ingarthuz. — Y ahora que hemos cumplido con los regalos, vayamos a admirar las maravillosas Plumas del Viento antes de volver a casa para el té... La arena en el pequeño reloj se había casi agotado. Pero aún, el hechicero no la había llamado. Diana miraba caer la arena, sintiéndose abandonada y traicionada. Él había dicho que la iba a entrevistar como a todos los demás, que no alcanzaba con la visita que habían hecho con Drassy, y que la Torre, y él, querían hacerle unas preguntas. Y Diana había pasado toda aquella mañana esperándolo. Al fin, cuando ya se acercaba la hora del almuerzo, no lo soportó más y bajó al comedor.

150 Vann estaba allá, abajo, hablando con el Comites Aurum. Parecía preocupado por algo. Su expresión no presagiaba nada bueno. Drassy no estaba. Ni Celina, ni Beryl. El paseo sería largo otra vez. Pensó que ella podía haberlas acompañado de todas maneras, ya que Djarod no la había llamado... Pero después se repitió que esto era muy importante. Quería preguntarle al hechicero por la mujer de la Torre. Nadie la había nombrado, y parecía que ni Vann ni Drassy la conocían. Ella quería saber quién era, y por qué le había ofrecido quedarse con algo de la Torre. Un aprendiz en la mesa contigua estaba, como ella, acodado en la mesa, mirando su reloj, cuando la arena se acabó. Al caer el último grano, un remolino de humo gris envolvió al muchacho y lo hizo desaparecer. Diana levantó la cabeza, buscándolo con la mirada. — ¿Dónde está Mik? — preguntó en voz alta. — ¿Quién? — El muchacho que estaba allá... Mirando su reloj de Djarod... — Ah. No te preocupes por él... — dijo Carlo. — Ha estado sucediendo desde hace tres días... — ¿Sucediendo qué? — Eso. La arena se acaba, y los aprendices desaparecen. Al cabo de un rato, regresan. — ¿Y? ¿Cómo es la entrevista? ¿Qué les pregunta Djarod? Carlo se limitó a encogerse de hombros. — No lo sé. Ninguno de ellos ha podido decir nada, no recuerdan qué fue lo que pasó... ¿Dónde has estado, que no te enteras de nada? Diana hizo un gesto vago y Carlo se encogió de hombros. El muchacho parecía ser amable solo con Celina. Diana dejó de prestarle atención, y Carlo se volvió a sus amigos en la otra mesa. Diana permaneció vigilando el lugar de Mik y al cabo de unos minutos, el aprendiz reapareció. Miró a su alrededor algo confundido, y continuó con lo que había estado haciendo antes de su desaparición. Diana desistió de ir a preguntarle. Estaba segura que Carlo tenía razón y el chico no recordaría nada. Todo a lo largo de la tarde, Diana estuvo esperando para ver si la arena en su reloj se acababa, y ella era llamada a la Torre. Se entretuvo tratando de adivinar quién sería el siguiente en desaparecer. Vio a algunos de los aprendices tratar de ocultarse de la llamada, y vio también las volutas de humo grisáceo que dejaban cuando eran

151 convocados, aún desde sus escondites. La incertidumbre crecía, y este día de espera parecía no terminar más. Parecía mucho más largo que los anteriores. Al fin, no pudo soportarlo, y aprovechando que la clase de la tarde se había suspendido debido al estado de nervios de algunos de los alumnos, salió al prado envuelta en una gruesa capa de piel. El bosque se balanceaba silencioso bajo la nieve tardía. Este año había llegado mucho después de la Puerta. Diana vio una sombra que se movía bajo los árboles, y se acercó a la linde para espiar. No había planeado internarse en el bosque. Los árboles eran algo que los aprendices en general evitaban. Pero la sombra se movía, apareciendo y desapareciendo de una forma peculiar, y Diana no resistió la tentación de seguirla para ver qué era. Los árboles se cruzaban y entrecruzaban en su camino. El techo de hojas la protegía a medias del frío. Pensó que aquí hacía menos frío que en los jardines, y se dio cuenta que seguramente se debía a que no había viento. La sombra se movía delante de ella, desapareciendo en la penumbra verdosa, y por segunda vez, Diana creyó ver la silueta de un cuerno. ¿Podía ser uno de los unicornios? Pero los unicornios eran de un color blanco plateado, y lo que ella estaba siguiendo era una sombra azabache. Siguió a la sombra un buen trecho, hasta que ya no pudo distinguir el camino de regreso. Se detuvo de golpe en un claro. — Ay, no... ¡Qué tonta! Me perdí... — murmuró en voz alta. — No lo creo... — dijo una voz. — Todavía tienes el reloj de Djarod. Cuando estés en la Torre, puedes decirle que te deje en el castillo, en lugar de volver aquí... Solo es cuestión de tiempo... Diana miró alrededor. — ¿Quién está ahí? — Mm. Quién... Esa es una pregunta difícil de contestar. ¿Te conformarás con mi nombre? Porque después seguramente querrás saber qué clase de criatura soy, y de dónde vengo, y por qué no soy como los demás de mi especie... La voz parecía abrumada por algo. Diana sintió piedad de quienquiera que fuera esta criatura. — No te preocupes. No haré preguntas... La voz soltó una risa ligera, que parecía casi un relincho. — Nunca prometas nada que no puedas cumplir, Djana, pequeña... — y con un ruido de cascos, la criatura salió de las sombras bajo los árboles.

152 Diana se la quedó mirando asombrada. Hasta donde ella sabía, los unicornios eran blancos como la nieve, con un cuerno brillante y luminoso, muchas veces decorado en oro o plata, en la mayoría de los casos con gemas, y siempre tan mágicos y evanescentes como la niebla dorada en que se envolvían para cabalgar en el atardecer. El animal que tenía adelante no era un unicornio. Para empezar, era negro. Un negro casi azul, brillante, lustroso, como más bella y profunda de las noches. Y su cuerno capturaba la luz de las estrellas. Pero no era simplemente un unicornio. A los lados del cuerpo, cuidadosamente plegadas, dos enormes alas flanqueaban a la criatura. — El unicornio alado... — suspiró. — ¿Sabes? Algunos de los aspirantes a hechicero dicen que te han visto en el bosque... La mayoría de los aprendices cree que solo eres un sueño... El animal dejó escapar otra risa-relincho. — ¿Y tú qué crees? Diana lo miró un momento a los ojos. — No lo sé. Tal vez esté soñando... — dijo. Y al cabo de una breve vacilación, preguntó: — ¿Quién eres? — Me llamo Nero. Soy el Rey del Bosque. Diana lo admiró un momento, pensando cuán justo y apropiado era el título. — ¿Y para qué me trajiste aquí? Eras tú la sombra que yo venía siguiendo, ¿verdad? El relincho que era una risa volvió a sacudir al animal. — Te dije que no prometieras algo que no podrías cumplir... — rió. — Sí, supongo que te traje aquí, aunque en realidad, ha sido tu curiosidad la que te ha empujado. — Y... — Y sí, te traje porque quería hablar contigo. — ¿Por qué? — Curiosidad... — ¿Por qué? Yo no soy importante. No hay nada interesante en mí... — ¿Ah, no? Haces venir a la Guardiana desde el otro extremo de la historia, atraes al frío e indiferente Dueño de la Torre hasta aquí, y haces que hasta la misma Taramir se presente para hablar contigo... ¿Estás segura de lo que dices, Djana? Ahora Diana notó la extraña pronunciación que el unicornio negro hacía de su nombre. Lo miró con curiosidad.

153 — ¿Por qué me llamas así? Es Diana, no Djana. Y ¿quién es Taramir? No conozco a nadie que... Los curiosos ojos del animal se fijaron en ella. — Djana. Hay un tiempo para cada cosa. Hay un tiempo para aprender, y hay un tiempo para enseñar... Diana es la aprendiza, y ella tendrá su tiempo en el Trígono. Pero llegará Djana. Y Djana será la maestra. Espera el tiempo para cada cosa, y cada cosa madurará en su tiempo. Diana miró al enorme animal frunciendo un poco el ceño. — No entiendo lo que quieres decir... La risa relinchada volvió a sonar en el claro. — Las cosas irán más rápido ahora. Ha llegado tu tiempo, Diana. Puedes probar lo que significa ser Djana, pero luego deberás volver a tomar tu lugar, y hacerlo todo en su debido orden... — Pero... — Hasta pronto, hechicera elegida de Taramir... Y para sorpresa de Diana, el humo gris de Djarod comenzó a envolverla desde los pies hasta la cabeza. Apenas tuvo tiempo para gritarle al unicornio negro: — ¡Adiós! ¡Gracias! Pero volveré... ¡Volveré, y me explicarás qué quisiste decir con todo esto!...

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Capítulo 15. El llamado de Taramir.

Diana volvió a abrir los ojos en un lugar en sombras. Parecía, pero no había luz que permitiera asegurarlo, una habitación circular, sin puertas o ventanas a la vista. Diana extendió los brazos hacia adelante, intentando tocar algo que la orientara, pero no lo consiguió. Entonces, con toda tranquilidad, se inclinó y se sentó en el suelo a esperar. Drassy y las chicas regresaron al atardecer. Las escobas volaban lentamente, mostrando sin duda el cansancio de quienes las conducían. El paseo había sido interesante, y el rato pasado en el Jardín de la Amistad muy entretenido. Pero a su regreso, la tormenta de viento se había desatado, furiosa a su alrededor, y ni siquiera la burbuja azul de Celina pudo resistirla. El viento las arrastró lejos, y las lanzó hacia un valle de arenas negras y piedras puntiagudas. Drassy tuvo que recurrir a toda su habilidad para sortear las rocas, y ayudar y proteger a las muchachas al mismo tiempo. Terminaron por descender, e intentar salir del valle a pie, lo cual les llevó un par de horas más de lo previsto, casi media tarde. Solo cuando se hubieron alejado bastante, Drassy intentó de nuevo con las escobas. Desde ese punto, el regreso había resultado tranquilo, pero el cansancio persistía. Drassy venía pensando en darse un buen baño y meterse a la cama sin siquiera cenar. Pero al entrar en el comedor, se sintió invadida por la sensación de que había algo fuera de lo normal. El Anciano Kethor estaba sentado detrás de su reloj de arena. La arena bajaba silenciosa, pero quedaba muchísima en la burbuja superior: aún faltaban cientos de entrevistas. Muchos de los aprendices tenían un aspecto atontado, mirando todavía sus relojes de Djarod. Quienes esperaban su cita con el hechicero, los miraban todavía fijamente, mientras que los que ya no tenían reloj, por haber pasado ya su prueba, los miraban extrañados y sin comprender la importancia del evento. Aparentemente, Djarod cerraba su entrevista borrando la memoria de los entrevistados. Drassy se tranquilizó un poco cuando vio a los maestros, los profesores de las cuatro alas, pasando entre las mesas y hablando con uno y otro de los atontados

155 estudiantes. Y no pudiendo hacer nada para remediar la situación, fue hacia Vann y se sentó a su lado. — Ey... ¿Dónde estuviste? Parece que hubieras excavado tú misma las cuevas de las colinas... Drassy se rió. — Solo hicimos una expedición geológica... Ingelyn e Ingarthuz han querido que Beryl tenga la Gota de Cristal... Y le dieron una piedra Arco Iris de Fuego a Celina... Me pregunto qué le habrían dado a Diana si hubiera venido con nosotros... Y Drassy miró hacia el lugar que normalmente ocupaba la muchacha. Estaba vacío. Se volvió a Vann, sobresaltada. — ¿Dónde está? Vann sacudió la cabeza. — No lo sé. Nadie me lo ha podido decir... Aunque sus amigos son poco cooperativos, te diré... — Vann... — rezongó ella. — Si los interrogaste como lo haces con tus aprendices... — No, claro que no. Le pregunté a ese chico de allá, Mik, creo. Y a Carlo Leanthross... Y a uno o dos más... Nadie la ha visto desde el almuerzo. Drassy sacudió la cabeza. El asunto no le gustaba nada. Y atribuyó la cara de desagrado de Vann a la misma causa. — No te preocupes. Ella aparecerá. Tal vez solo está encerrada en su habitación, pensando... Vann hizo un gesto indefinido. Drassy lo miró, y se encogió de hombros. Se dejó caer de nuevo en la silla. — Estoy agotada. Ojalá no suceda nada importante hoy... Creo que no lo resistiría... — dijo. Y Vann le dedicó una sonrisa burlona. — Esto es el Trígono. Me parece que pides demasiado... — murmuró. En ese momento, una neblina rojiza entraba por la ventana. Pero no se dirigió hacia ellos, sino que fue directo hacia la Comites de la Rama de Cobre. El vapor rojizo empezó a tornearse a su alrededor, cambiando de color en volutas irregulares. Drassy vio a Minh levantarse de un salto, y retroceder un par de pasos. Pero la niebla la siguió. — ¡Aquí no! — dijo con voz alterada. — En mi oficina. La niebla desapareció.

156 — ¿Qué fue eso? — susurró Drassy a Vann. Vann fruncía el ceño, mirando en dirección a Minh. — Mm. No sé. Sólo he leído de ellos, pero... Vamos. No podrás descansar esta noche, me temo. Y Vann la tomó del codo para hacerla levantar, mientras se disolvía en el humo grisáceo en el que viajaba cuando iba con ella. Pasó mucho rato antes que Djarod apareciera. Entró por una puerta disimulada en la pared. O tal vez no estaba disimulada. En la penumbra, Diana no podía saberlo. — Ah, eres tú, — saludó. — ¿Por qué no encendiste las luces? Diana se levantó del suelo, y se encogió de hombros. — No me molesta que esté oscuro. — A mí tampoco, pero es mejor conversar cuando puedes verle la cara al otro. Diana se encogió de hombros, y apuntó con la varita al techo. — Luz, — pidió. La luz que llenó la habitación tenía una cualidad extraña, que la hizo levantar la cabeza. Y lo que vio le quitó el aliento. Estaba, era cierto, en una habitación circular, tal como ella había intuido; y las paredes parecían hechas de cristal blanco. Arriba, en el techo, el espacio central estaba ocupado por una enorme gema, tal vez un cristal de cuarzo, que centelleaba con luz propia y era la causa de las curiosas sombras que vibraban en la habitación. Diana dejó escapar un suspiro. — El corazón de Taramir, — dijo Djarod. — La Torre no había traído aquí a ninguno de los otros aprendices. Me costó bastante encontrarte... — Pensé que te habías entretenido con los Hemeromorfos otra vez... Djarod la miró, serio, pero al ver su sonrisa, no pudo evitar sonreír en respuesta. — No, dejé a Feldespato cuidándolos. Tiene mi permiso de petrificarlos si intentan desovar otra vez... Diana soltó una risita que levantó ecos en el cristal, y la sonrisa de Djarod volvió a aparecer. — Eso debió haberle gustado. Hace tiempo que tiene ganas de morder a alguien... — Pero no has venido a criticar a mi princesa. A Ónice, quiero decir. Te invito a mirar las maravillas de la Torre de las Mil Puertas. Si ves algo que te guste... puedes quedártelo.

157 De pronto, Djarod estaba de nuevo serio. Diana lo miró a los ojos. — La mujer de la Torre ya me mostró los tesoros... — dijo, algo dudosa. — ¿La mujer...? — Djarod parecía extrañado. — No me quiso decir su nombre. Quería preguntarte quién era ella, porque... — ¿Viste a la mujer de la Torre? No puedo creerlo... — Y Djarod miró a su alrededor, y luego posó la vista en el cristal del techo. — Por eso te trajo aquí... — ¿Quién es esa hechicera? — insistió Diana. Pero Djarod no le contestó. Siguió mirando hacia arriba, al luminoso cristal. — ¿Por qué no contestas tú sus preguntas? ¿Para qué la trajiste de nuevo? Ya debe haber fallado la prueba como todos los demás... El cristal brilló más blanco. Djarod miró a Diana de nuevo. — ¿Qué elegiste, niña? ¿Las joyas, las flores? Diana sacudió la cabeza. — No busco poder, ni belleza; no más de la que me gane con mi propio esfuerzo, — dijo. Djarod retrocedió un paso y la miró de arriba abajo. — No puede ser... — Sin embargo así es. Ella pasó todas las pruebas, — dijo una voz a espaldas de Diana. Diana se volvió. La mujer de la Torre estaba allí, vestida con una túnica del mismo cambiante color que el cuarzo del techo. — Ah, ella es la mujer que yo... — Mi nombre es Taramir, Djana, pequeña hechicera. Soy el espíritu de la Torre de las Mil Puertas. — ¿Eres la Torre? La mujer hizo un gesto vago. — Es una manera algo tosca de decirlo, pero... Sí, soy la Torre. Diana abrió la boca, como para decir algo, y la volvió a cerrar con un suspiro. La mujer, así como se presentaba ante ella ahora, era muy hermosa. La miró un rato, sin saber qué decir. Djarod guardó silencio. — Djarod, lleva a nuestra invitada arriba, al salón de los espejos, —dijo. Y se volvió de nuevo a Diana. — Quiero mirar contigo lo que podría ser el futuro... nuestro futuro, si quieres... Diana sonrió.

158 — Bueno. Pero... Taramir. Yo... Yo construyo mi propio futuro. — Y Diana volvió a bajar la cabeza, asustada de su propio atrevimiento. — Al menos así me enseñaron que debe ser. Taramir asintió con una pequeña reverencia y desapareció. Diana miró a Djarod, que todavía no decía nada. El mago le dio la espalda para ir hacia la puerta. — Vamos. Los espejos están arriba... Vann y Drassy volvieron a materializarse en la puerta de la oficina de Minh. La voz de ella se oía agitada. — No, no puedes pedirme eso... — decía. Un murmullo extraño le respondía. Vann llamó a la puerta. — ¿Quién es? — soltó la Comites, bastante alterada. — Dimor. Déjanos pasar. Los wyverns no suelen ser mensajeros aceptables para el Trígono. — ¿Wyverns? — cuchicheó Drassy. La puerta se abrió, y Vann arrastró a Drassy al interior de la oficina. Sobre el escritorio de Minh había no solo una, sino tres criaturas, semejantes a dragones miniatura, uno de cada color. Minh miró a Vann. — ¿Qué quieres? — Saber qué tienen que decir. ¿Son de Alsacia, no? Minh asintió. — ¿Cómo lo sabes? — Porque solo ella podría traer semejantes criaturas ante los Tres. Drassy, avísanos si los sientes venir. Argéntea dijo que ella solo les traía problemas... — Argéntea es... muy exagerada. Solo porque la última vez vino escondiéndose de una jauría de hombres lobo... Drassy la miró levantando las cejas. — Y la vez anterior, hace cinco años, creo... la perseguía un clan de banshees... Decían que les había robado no sé qué espejo mágico... — ¿Y antes de eso? — preguntó Drassy, divertida. Vann la miró serio. — Antes de eso... Trajo unas crías de Glub y de Vigosof, y unas plantas exóticas que creyó que me interesarían... Por suerte pude deshacerme de ellas antes que el Anciano y los otros Comites se enteraran. — ¿Por qué?

159 — Ah. Eran unas mudas de vindicta. — Una planta que envenena paulatinamente a todos los habitantes del lugar donde es plantada. Luego sigue con sus familias, no importa cuán lejos se encuentren, sus casas, las personas relacionadas con ellos... y así sigue. — Vann se volvió a Minh. — Creí que todas habían sido quemadas en el seiscientos. Minh asintió. — Yo también. Pero esta escapó. No me preguntes cómo. Alsacia la encontró y me la trajo de regalo... Ella no sabía lo que era. — ¿Qué hiciste con ella? — preguntó Drassy, curiosa como siempre. — La envié al Interior. Hay un valle allá... — El Valle Sombra, — dijo Vann. — Todos los de Zothar lo conocen. Tú no has estado ahí, Drassy, y no te dejaré ir. No hagas más preguntas. — Pero... — Es un lugar peligroso. Las dejé en la entrada, como advertencia. De todas maneras, he llevado muchas criaturas allá... — Las que nadie recibe de este lado, — dijo Vann, mirando a Minh a la cara. Minh asintió. — Y no lo digas, Drassy. — ¿Qué cosa? ¿Qué es otra romántica como tú? — Y Drassy soltó una risita divertida. Vann la miró con el ceño fruncido, pero no pudo mantenerse serio por mucho. Se volvió a Minh para mantener la compostura. — ¿Qué dice Alsacia? ¿Por qué te envía sus wyverns? — Quiere que los cuide mientras ella no está. — ¿Cómo que no está? Está en la Torre, — interrumpió Drassy. — Yo misma la dejé allá hace tres días... — Se va. Dice que se va. Los wyverns no saben más... — Maldición, — gruñó Vann. — Y quiere que tú cuides de sus mascotas... aquí. Minh se encogió de hombros. — Djarod tiene demasiadas criaturas a su cuidado. Y Alsacia nunca quiso pedirle favores a Ojos Bonitos. — ¿Ojos Bonitos? — Lo llamábamos así en secreto... Pero fue hace mucho tiempo. Él ya era aprendiz en la Torre, y Alsacia me contaba historias de él... Pero eso fue antes de que expulsaran a Alsacia del Trígono.

160 — Expulsada. — Vann puso los ojos en blanco. — Por favor, no me cuentes por qué la echaron. Estoy seguro que no quiero saberlo. Ahora... El wyvern que estaba más cerca de Vann estiró el cuello y le mordió la mano. — ¡Ay! Maldito bicho... — A ver... — Drassy te tomó la mano. — No te hizo nada, exagerado... Es solo un arañazo... Vann miró a la criatura a los ojos. Y el extraño animal empezó de nuevo a emitir un ruido curioso, casi musical. — ¿Qué dice? — interrumpió Drassy. — No entiendo nada de lo que... — ¡Sh! Alsacia fue a los espejos de la Torre... La torre le mostró algo... urgente. Algo que tiene que ver con la vida de... ¿de quién? El wyvern que había estado hablando bajó la cabeza, al parecer agotado. — Son criaturas rápidas, pero no pueden llevar mensajes muy largos o complejos... Se les olvida la mitad... — explicó Minh. Pero el segundo animal ya estaba levantando la cabeza, y hacía ruidos parecidos al anterior, en un tono apenas más agudo. — Qué inteligente. Fracciona la idea y le da un pedazo a cada mensajero... — murmuró Drassy. Y Vann la hizo callar con un gesto. — La vida de un rey. La vida del rey corre peligro. Alsacia quiere salvar al rey... — ¿Qué rey? — No lo sé. Y no te molestes en preguntarle al wyvern. Él tampoco lo sabe. — Quizá el tercero... — No, — dijo Minh. — El otro solo dice que cuide de ellos porque Alsacia se va. Drassy suspiró. — El hermano de Alsacia le pidió que advirtiera a alguien que lo estaban buscando. ¿Sería el rey? Vann se encogió de hombros. — No lo sé. Pero lo que haga Alsacia no nos incumbe. Nosotros... — Ojos Bonitos irá a rescatarla, — dijo Minh. — Siempre lo hacía... Drassy miró a Vann. — Djarod... Tenemos que saber qué está pasando. Tal vez... La idea se les ocurrió a los tres al mismo tiempo: — ¡Las Fuentes del Interior!

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La habitación de los espejos era la más alta de la Torre. Cuatro arcos se abrían hacia los cuatro puntos cardinales. Si Drassy la hubiera visto, hubiera reconocido la habitación y el espejo en los recuerdos de Alsacia. Djarod la conocía bien. Pero la que Alsacia recordaba era Istamar, la Torre del Hielo. Y el Espejo de Sarhu, en el norte lejano. Djarod se detuvo ante la puerta y solo entonces miró a Diana. — Muy bien, jovencita. Al parecer Taramir te ha elegido como aspirante a Aprendiza. Podrás quedarte con nosotros si así lo deseas. Pero, — y aquí Djarod hizo una pausa que intentó parecer severa pero que no impresionó a Diana en lo más mínimo, — te advierto que trabajaremos muy duro, y que ni ella ni yo toleramos los errores. Diana se limitó a asentir en silencio. Había escuchado discursos más severos de la Comites Argéntea, y ella sí era exigente. Djarod no le preocupaba. Lo había visto trabajando, y lo había visto con la túnica manchada por los Hemeromorfos, y lo había visto acariciando a sus sabuesos y mimando a su princesa... Y el Dworm le había contado uno o dos secretos de Djarod que la hacían reír cuando lo miraba. No, no le tenía miedo al hechicero. Djarod la miró severo por unos momentos todavía. Y haciéndose a un lado, abrió la puerta. — ¿No entrarás conmigo? — preguntó Diana, al ver que él permanecía en la puerta. — No. Lo que la Torre deba decirte, es probablemente solo para ti. — La mirada del hechicero fue extraña en ese momento. Pero no dijo nada más. — Estaré esperándote aquí. Y Diana entró a la habitación de los espejos. Las Fuentes del Interior brillaban, blancas. Parecían estar esperándolos. — ¿Dónde está Argéntea? — preguntó Drassy, algo nerviosa. Invadir de esta manera los dominios de la Dama del Agua le parecía... como mínimo irrespetuoso. — Estaba en el comedor, con los otros. El Anciano Mayor nos había llamado a una reunión a los tres Comites... y a cuatro o cinco de los profesores de las cuatro alas... Nada oficial, no te preocupes. Él acostumbra a hacer ese tipo de reuniones... Drassy asintió, no demasiado convencida. La esencia de Argéntea, Dama del Agua, impregnaba este lugar. Sin embargo, ella necesitaba saber. Sacó la varita de su

162 cabello, y la movió para cambiarla en el Cetro de los Tres. Minh la miró hacer con interés. Las otras veces... No había podido apreciar el Cetro en todos sus detalles. El Topacio de Ingelyn brilló para ella en un dorado brillante, antes de unir su brillo al de las demás gemas. Drassy movió la Vara sobre las aguas plateadas de las Fuentes, y las aguas callaron y se detuvieron. De pronto, pareció como si el agua se hubiera transformado en un espejo. O en hielo. Drassy tocó apenas la superficie, y unas llamas tenues y trasparentes se esparcieron sobre la superficie. El agua se oscureció, como si se descorriera un velo. — Ahora podemos mirar. Mira por mí, Sombra, porque tus ojos son mejores que los míos... — dijo Drassy en voz baja. Muchos de los poderes del Vigía, como su capacidad de ver más allá, permanecían todavía en Vann, y Drassy lo sabía bien. Le hizo lugar frente a la fuente. Vann se inclinó. Un poco más lejos, también lo hizo Minh. El espejo de agua estaba casi negro ahora. Y vieron una figura rojiza que volaba rauda sobre el oscuro bosque del Yermo, y la Torre, la hermosa y horrible Nadarenna, levantándose contra un cielo violeta.

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Capítulo 16. El águila y el fénix.

Diana se inclinó hacia el espejo. Las imágenes eran luminosas y atractivas. Vio la Torre, la magnífica Torre, blanca y luminosa al sol, y rodeada de jardines, en donde las criaturas de Djarod correteaban libremente. El Dworm se explayaba, feliz en una gran piscina de cristal, y los rayos de luz tornasolaban sus increíbles dibujos. No vio a los Hemeromorfos, pero sí a un par de duendes-sombra y un grupo de Pequeñas Hadas en el rincón más alejado. Al parecer en la nueva Torre, las criaturas de ambos lados convivían en paz. Una mujer salió de la Torre. Diana demoró unos momentos en darse cuenta que se trataba de ella misma, unos cuantos años mayor. La mujer llevaba a un niño de la mano. Le señaló a algunas de las criaturas, y parecía que le estaba enseñando algo. O dando instrucciones. El niño se soltó de su mano y salió corriendo hacia uno de los grupos de criaturas, para traerle un ramo de flores a ella. Diana, la de la imagen, y Diana, la que estaba observándola por el espejo, sonrieron. Y la imagen cambió. La Torre, aún blanca y luminosa, se erguía, sola en medio de una tormenta. Los rayos rasgaban el cielo a su alrededor. Algo, sombrío, siniestro, volaba en círculos alrededor de la Torre. Diana no necesitó verlos para saber que eran el enemigo. Había una persona, trepada a la cima, y le pareció que era Djarod. La figura levantó en alto una larga Vara. Las criaturas siguieron volando en círculos, gritando de vez en cuando. Y Diana se estremeció: había palabras de poder en aquellos gritos. Diana sintió que la Torre empezaba a resquebrajarse y ceder. Y entonces, el que estaba sobre la Torre empezó a atacar a los que lo asediaban. Tal vez no fuera una gran lucha, o tal vez el que atacaba no quería herir seriamente a los atacantes, sino tan solo alejarlos... Pero el hecho era que los que lo asediaban no estaban dispuestos a huir. La batalla fue más dura de lo que el de la Torre esperaba. Y entonces, otra figura subió al techo de la Torre. La primera figura la recibió tal vez con agrado, tal vez no. Parecía indicarle que bajara, que se fuera. Pero el recién llegado no obedeció. Espalda con espalda, combatieron juntos a las formas voladoras. Y las sombras se lanzaron sobre ellos.

164 Unos dardos de luz blanca se les unieron desde la ventana superior de la Torre. Había alguien más allí. — ¡Diana, quédate adentro!— gritaba una voz. Pero los dardos de luz siguieron persiguiendo a las criaturas. — ¡Diana! Y las sombras renovaron la violencia de su ataque. Una de las criaturas se lanzó contra el más joven de los defensores, y el mayor se interpuso. Cayó. Diana escuchó su propia voz que gritaba, desde la cima de aquella Torre: — ¡Noooo! ¡Jared! ¡Jare-ed! Y una luz intensa salía de las ventanas superiores de la Torre y la encendía como una llama, eliminando a todos los atacantes en un huracán de fuego. Diana despegó los ojos del espejo sin aliento. Las imágenes continuaban, como si Taramir no pudiese creer lo que acababa de mostrar, y quisiera repasarlo una y otra vez, hacia adelante y hacia atrás. Diana retrocedió hacia la pared, y tanteó la puerta. — Djarod... — susurró asustada. Nada. El hechicero no estaba allí. — ¡Djarod! — gritó. — ¿Dónde estás? Solo le respondieron los ecos. La Torre estaba vacía. Las imágenes en las aguas de las Fuentes del Interior se habían mezclado y confundido. Había comenzado mostrando a Alsacia, que volaba rauda hacia la Torre de las Sombras. Y alguien la seguía en un humo oscuro; Djarod. Luego... La imagen había cambiado abruptamente. — No, no es posible... — murmuró Vann. Las imágenes mostraban los techos en llamas de una Torre. Adjanara estaba allí, sosteniendo a Djarod. Javan, apenas muchacho estaba también allí, de pie, con aspecto desamparado. Drassy se acercó a Vann. — Así murió mi padre... — susurró él. — Había unas criaturas... Unas sombras voladoras, tal vez cruza con vampiros o... No sé qué eran. Él lo sabía bien. Había preparado una trampa para atraparlas... Antes de que hirieran a alguien más... Mamá lo ayudó. Ella tenía que abrir el portal desde la Torre, y él las iba a arrear hacia allá. Cuando lo cruzaran, mamá lo cerraría... Un trabajo limpio. — Pero no resultó.

165 — N-no. Las criaturas no obedecieron. Eran muchas y más inteligentes de lo que esperábamos... Subí a ayudarlo, y nos atacaron. Él se distrajo solo un segundo para quitarme de encima a la que estaba atacándome, y... bueno, puedes verlo. Las imágenes continuaban mostrando la desesperación de Adjanara. Drassy frunció el ceño. ¿Por qué? — Mamá se descontroló, y en un estallido de furia liberó el poder de la Torre e incendió y quemó a las criaturas. A todas. Ya no quedan sombras como esas en el mundo, — dijo Vann. — No te preocupes, — dijo Drassy con suavidad, pasando el brazo alrededor de la cintura de Vann. — Esto sucedió hace mucho tiempo para nosotros... — Pero ¿por qué aparece ahora? No es lo que vinimos a preguntar, — dijo Minh. Se había mantenido al margen de la conversación, por considerarla privada, pero las imágenes continuaban fijas en ese punto. Drassy se inclinó de nuevo hacia la fuente. — Diablos... ¡Mira! La Torre brillaba de nuevo al sol. Ya no era más la Torre de Djarod, sino la de Adjanara. No había criaturas pululando en el césped, ni un vivero al costado de la Torre. Pero los pájaros entraban y salían por las ventanas de arriba. Uno de ellos bajó hasta la puerta y se transformó. — ¿Siddar? Por toda respuesta, Vann soltó un gruñido. Una muchacha pelirroja salió a abrirle, y un jovencito de pelo castaño lo hizo pasar. — Kat... y Sol... ¿Qué sucede aquí? Y las imágenes siguieron hasta el dormitorio de Adjanara, donde descansaba la gran hechicera. — Cassie, gracias por traerme a mis nietos... — murmuraba la mujer. Y Drassy, que la miraba por el espejo se acercó más al agua de la fuente. — Mira allá... — dijo de pronto, señalando. — ¿Qué cosa? — Allá... En la puerta de la habitación de tu madre... ¿No es Diana? Asomándose a la puerta de la imagen, aparecía la carita asustada de Diana. Drassy se inclinó más sobre el agua. Y los ojos de Diana se fijaron en ella. La vieron mover los labios y sacudir los brazos, como pidiendo ayuda. Drassy no lo pensó demasiado. Tocó tres puntos de la fuente con su cetro y se hundió en el agua.

166 — ¡Cassandra! — gritó Vann, intentando en vano sostenerla. Pero Drassy no fue muy lejos. Se hundió casi hasta el fondo, rompiendo la imagen, y volvió a salir, no sin cierta dificultad. — Ayúdame... Está muy pesada para arrastrarla... Taramir no la quiere dejar ir... Vann se metió en el agua con ella, y entre los dos sacaron a Diana. Apenas Vann la tomó en brazos, Taramir la soltó, y Diana se volvió tan liviana como siempre. La recostaron contra el borde de las Fuentes. — Diana... Diana... ¿Qué pasó? Drassy se había arrodillado junto a Diana, y le frotaba las manos y las sienes. Diana la miró y luego miró a Vann. — Tú... ¿Tú eras el niño de las visiones? Vann se limitó a asentir con la cabeza. — ¿Y Djarod es tu papá? Vann asintió de nuevo. — Pero eres más viejo que él... — objetó. — En realidad, todavía no hemos nacido, — dijo Drassy. Diana dudó un momento, pero no hizo la siguiente pregunta. Miró a Drassy un segundo, y de nuevo miró a Vann. — Djarod se fue de la Torre. Fue a buscar a Alsacia. Ella está en la otra Torre... Quiere vengarse de Edenor. Pero ella no sabe que Edenor la espera. Tomará su vida, si puede. Vann asintió. — Tienes que salvar a Djarod, — agregó ella. — Está bien, pero tú te vuelves al castillo, — empezó Drassy. Diana se levantó. — No, —dijo con total seguridad. — Lo lamento, Cassandra. Diana te hubiera hecho caso, pero hoy soy Djana. Taramir está de acuerdo. Tenemos que llegar a la Torre de las Sombras de Zot. Minh levantó las cejas, pero no dijo nada. Drassy sacudió la cabeza, pero no se opuso. — Está bien. Si Taramir lo dice... Espero que sepan lo que hacen, ustedes dos... Tres... — corrigió, mirando la expresión decidida de su marido. — No sé cómo llegar a la Torre de Zot... Probablemente esté oculta, como siempre. Pero sé de alguien que podrá recordarlo... con algo de ayuda, — dijo sacudiendo el dije de la llave. — Kathara.

167 Por toda respuesta, Drassy levantó los brazos, se transformó en el águila blanca y salió volando hacia el poblado de las Brujas Fénix. Atrás, en las Fuentes, algo muy tenue se reunió desde las espumas, y salió volando tras ellos, en un casi invisible jirón de nube. Las casas de las Fénix parecían colgar del risco, casi como nidos de aves. Cassandra no tuvo dificultad en encontrar la de Kathara. Algo apartada del resto, silenciosa, mirando hacia el este, como para captar la luz de todos los amaneceres del Interior. Detrás de las paredes del nido, se levantaba un pequeño patio, como para poder levantar vuelo, o aterrizar, y un poco más atrás, una casa más o menos para humanos. Las Fénix pasaban la mayor parte del tiempo en esa forma. De la chimenea de la cocina salía un poco de humo, pero Kathara los esperaba de pie en el patio. — Los esperaba. Las aguas en el Interior corren agitadas esta noche... — dijo a manera de saludo. — Y las llamas se levantan oscuras. Kathara, necesito tu ayuda. Kathara asintió, y los guió al interior de la vivienda. Aurum, Comites de la Rama de Oro estaba allí. Drassy hizo un gesto de sorpresa. — Pensé que vendrían aquí. Mevalanna es la que más sabe de estas cosas... — dijo él, sonrojándose un poco. Los demás se limitaron a aceptar su presencia, sin hacer preguntas. — Dime que deseas, Guardiana, — dijo la Fénix, invitándolos a sentarse. Drassy suspiró. — Kathara... Esto es algo difícil de explicar. No es... No es la primera vez que te vemos. Nuestra hija... — Nuestra hija es Kathara ye-Dimerona, la de los Dos Destinos, — dijo Vann. Kathara los miró a los ojos. — Eres... Serás nuestra hija, — repitió Drassy. — Bien. Es... Es algo prematuro para mí, pero... Así es el destino de las Fénix, — dijo ella simplemente. — Continúen. — Antes de que llegue ese momento, irás a la Torre de las Sombras. — Aurum palideció de pronto, y se aproximó inconscientemente a la Fénix. — Necesitamos que recuerdes el camino para nosotros.

168 — ¿Cómo sabes que puede hacerlo? Eso todavía no sucedió, — interrumpió Aurum. Drassy le lanzó una mirada extraña. — Ella me guió allá una vez... Yo... Tenía que regresar para sacar a Ingelyn de los calabozos de la Nadarenna. Tú ya te habías ido, Kathara, pero yo tenía una pluma tuya... que ahora tiene Kat. La pluma me guió hasta la Torre... Kathara asintió lentamente. A veces sucedía, con algunas Fénix, que se enviaban símbolos de poder a sí mismas, con fragmentos de recuerdos muy queridos; o los que no deseaban perder. No sabía por qué se había legado a sí misma un recuerdo tan siniestro, pero suponía que era importante. — ¿Cómo quieres que acceda a un recuerdo que todavía no tengo, Guardiana? Por toda respuesta, Drassy se quitó el collar de la Llave. — Esta es la Llave del Tiempo. Esto y la Llave Menor de Taramir es lo que nos ha permitido llegar hasta aquí... Úsala esta noche, por favor, y podrás salir de la línea del tiempo y recordar hacia adelante... y mostrarnos el camino. Kathara tomó la llave con lentitud. La llave centelleó en plata cuando la Fénix la tomó en sus manos. — Hay muchas cosas en el futuro que no nos has contado. Esta llave... me reconoce. Drassy asintió. Kathara la miró, y también asintió sin hacer más preguntas. Había cosas que era mejor no saber con antelación. Sin decir nada más, se puso el collar con la llave, y salió al patio. Los demás la siguieron. La noche en el Interior era oscura. No se veían más que unas pocas estrellas, asomando entre las nubes. Drassy recordó la otra vez... y se estremeció. No había luna, y no habría Esporinas que le cobraran la deuda de poder. No, nunca más. Kathara se alejó unos pasos, hacia el centro del patio, abrió los brazos y se transformó. El enorme fénix negro se levantó majestuoso en el aire de la noche. Drassy lo siguió. Por un momento, Vann y Aurum se quedaron en suspenso, mirando las dos aves, volando juntas hacia el horizonte tormentoso. Fue Minh la que los sacó de su arrobamiento. — ¿Y nosotros cómo rayos las vamos a seguir? Aurum se volvió, un tanto avergonzado. Minh le hizo una mueca. — Ni Diana un yo podemos transformarnos en pájaros, — dijo.

169 — Eso no es problema. Y Vann sacó lo que parecía un pañuelo negro de uno de sus bolsillos. Lo sacudió, y el pañuelo aumentó de tamaño hasta convertirse en una mullida y oscura alfombra. En el centro, en un círculo de fuego, abría sus alas el fénix. Aurum lo miró un momento, entrecerrando los ojos, pero subió a la alfombra cuando Vann se los indicó. En la noche sombría, los cuatro partieron tras el águila y el fénix hacia la Torre de las Sombras. Aquella vez, hacía tantos años, el vuelo hacia el norte había durado horas interminables. Desde el Interior el camino era diferente. Kathara voló en principio directo hacia el norte, hacia el alto pico contra el que se recostaba el risco de Senek. Y según Drassy recordaba, la guarida de los cazadores de dos cabezas que a Siddar tanto le gustaba molestar. Pero al acercarse, las corrientes de aire la empujaron con violencia hacia arriba, como tratando de impedir su entrada. Drassy lanzó un grito para advertir a los que la seguían. — Gigantes de aire, — comentó Vann. Diana asintió. Nunca había visto a uno de ellos, pero sabía lo que eran. Criaturas de viento, que bloqueaban a veces las salidas. Los gigantes de piedra protegían las entradas. — Habrá que luchar... O esquivarlos, de alguna manera. Veré si puedo rodearlos sin perder a Drassy. Minh no hizo comentarios. Gateó adelante en la alfombra y gritó algo en el viento. El vendaval se llevó sus palabras, pero las ráfagas dejaron de molestarlos. Aurum miró a la Comites de la Tierra con sorpresa. — No sabía que pudieras hacer eso, Minh. Minh se volvió a sentar y se encogió de hombros. — A mí todavía me sorprende cuando ellos obedecen, — dijo, tranquila. — Tienes los poderes de Ingelyn, — dijo Diana. — Taramir dice que tratas de ocultarlo, pero que cuando ya no lo hagas serás una excelente Anciana Mayor... Minh miró a Diana por sobre la nariz, entre turbada y molesta. Vann se conformó con pasar el brazo sobre los hombros de Diana. — Extrañaba tus consejos, Djana. Y tu sabiduría... Y rompió a reír ante la mirada sorprendida de Diana. Drassy sabía que después del viento vendría el fuego. Se preguntó de qué clase sería. Cuando ella había seguido la pluma de Kathara, ella la había hecho atravesar una

170 pared de lava. Esta vez... El descenso en espiral le trajo otra colección de recuerdos. Las paredes de llamas se alzaron ante ella. El fénix se dirigía hacia el pozo de los recuerdos de Ara. Y el águila lanzó otro grito de advertencia. — ¿Qué es esta vez? — preguntó Aurum. Las criaturas que habían salido de las llamas le resultaban totalmente desconocidas. — Ah, ellos. No te preocupes, Comites del Fuego. A ti no podrán dañarte... Y esta vez, Minh se paró en medio de la alfombra, levantó los brazos y gritó unas palabras: Vado valea, cesano bero. Esta vez Vann la miró sorprendido. — Es el Antiguo Lenguaje, — dijo. — El que usa Drassy. — Ah, eso. Sí. Lo aprendí de Alsacia. — Mm... Vann no hizo más comentarios, pero Diana preguntó: — ¿Qué son esas criaturas? — No tienen un nombre... Nadie las ha tomado en serio aún. Tienen un cierto parentesco con las Llamas Negras, solo que no son oscuras. — ¿De donde vienen? Minh se encogió de hombros. — Si lo que quieres saber es cómo llegaron al Interior, no lo sé. Escondí algunas en los lagos de fuego que hay detrás de las Grietas del Viento, allá en casa... Aurum la miró sobresaltado. — ¿Que hiciste qué? Minh lo miró con ironía. — Si les hubiera dicho lo que iba a hacer, Argéntea hubiera querido encerrarlas en los viveros... Y hubieran muerto en la oscuridad de la Puerta de Zothar. Tu puerta era mejor, pero tu nunca te has preocupado demasiado por estas criaturas... — Yo... — empezó a protestar Aurum, algo avergonzado. — Todos tenemos que vivir y ver algo de mundo antes de ampliar nuestra mente, Minh, — dijo Vann. — ¿Has estado en los túneles de reflejos de Nakhira? Minh asintió con expresión seria. — ¿Y tú? — preguntó Vann a Aurum. El joven Comites sacudió la cabeza. Vann hizo una mueca. — ¿Lo ves? Eso explica muchas cosas. Diana miró a Vann.

171 — ¿Crees que nos llevará por ahí? Vann la miró serio: — Sabes como es esto. Aire, Fuego, Tierra, Agua... Siempre es igual. Temo que la parte... acuosa de este asunto implique atravesar los reflejos de la Antigua. Diana no hizo más preguntas. Se limitó a apretar la mano de Vann y acercarse un poco más a él. El fénix volaba ahora hacia una oscura pared de piedra. Solo cuando estuvieron más cerca, Drassy pudo ver la oscura abertura de la cueva en él. Pero el ave no entró en la boca oscura. Bajó en la entrada y volvió a ser una mujer. — Aquí es la salida. El rastro del recuerdo me trae aquí. Pero no creo que sea conveniente entrar volando, — dijo a los otros mientras descendían de la alfombra. Drassy asintió. — Gracias, Kathara. Creo que desde aquí podemos seguir solos... No te pediré que... — Aunque no lo pidas, también iré, Guardiana. Creo que hay algo allá afuera para todos nosotros. Drassy miró a la Fénix sin ocultar su alivio. Pero también se sintió preocupada. — Kat, creo que somos demasiados, y que sería más seguro que... — No me molestes con eso... Podrás mandarme cuando seas mi madre, pero no ahora... Vann soltó una carcajada. — No, Kathara. Ni siquiera cuando sea tu madre... Drassy, es solo otra cucharada de tu propia medicina. Y no sabes cuántos años he esperado para ver esto: ¡que encontraras a un par tan obstinado como tú! Minh lo miró y sonrió. Tal vez era la primera vez que lo hacía desde que los wyverns le trajeran su mensaje. — Me alegro que al menos para alguien esto sea divertido. Ahora, señores, hay criaturas allá adentro que no les agradará dejarnos pasar. — ¿Pétreos, no es así? — preguntó Drassy. Minh asintió. — Así que de aquí escapó el amiguito de Beryl... — ¿Qué? — Ah, nada importante, Vann... Al menos por ahora. Beryl ha adoptado una cría de Pétreo como rastreador...

172 — Pero, Drassy, los Pétreos son... — De la otra Rama, ya lo sé. Pero este no había pasado los ritos oscuros todavía, y Celina, es decir, Silenna lo aprobó. Como ella es la Segunda Mirada... Vann la miraba con una sonrisa. De alguna manera, Aurum logró recobrar su compostura. Minh los miraba y se encogió de hombros. — Es una lástima que no hayas llegado antes, — dijo. — Me he sentido muy sola en esta discusión... Ahora, en cuanto a estos Pétreos... que sí han completado su iniciación... ¿Los detienes tú o los convenzo yo? — ¿Que se queden quietos? Creo que entonces podremos pasar sin hacer ruido... Ahora... de dos en dos... Y como si se tratara de un grupo de aprendices, Drassy los distribuyó en una fila, Minh delante, Vann y Diana, Aurum y Kathara. Ella se quedó a la retaguardia. — Bien, aquí vamos... Y en silencio se internaron en las sombras de la cueva. Drassy caminaba al final de la fila. Escuchó, o le pareció escuchar un sonido a sus espaldas, y un par de veces se volvió. Pero ni Aurum ni Kathara que iban más cerca de ella la dejaron retroceder para ir a buscar la fuente de aquel sonido. Si escuchó, y esto fue claro para todos, el chapoteo cuando Minh cayó en el agua. — ¡Maldición! — ¡Sh! — No te preocupes... la zona de los Pétreos ya quedó atrás... Pero la corriente es fuerte y me está arrastrando... Al acercarse más, Drassy pudo ver a Vann, con el agua por la cintura, tratando de sostener a Minh. — Déjala ir, — dijo Kathara, haciendo que los demás se volvieran hacia ella. — Tenemos que seguir el río. — El río subterráneo... Si no me equivoco, termina en un lago debajo de la Torre... Al menos la vez que yo estuve ahí... — El lago de Argéntea... — susurró Aurum. — Pero... El lago está muerto. Contaminado. Eso fue lo que la obligó a marcharse... — Y ahora es el momento de regresar. La mayoría de los del grupo se volvieron sorprendidos. Drassy miró a la blanca hechicera con una nota de tristeza.

173 — Alguno de ustedes debería quedarse en el Trígono para guardarlo, — dijo. — Quédate tú, que para eso eres la Guardiana. Yo voy a recuperar mi hogar, — dijo Argéntea, con un fuego helado en la mirada. Y Drassy se dio cuenta que era absolutamente inútil discutir. Todos ellos, los tres Comites, tenían el mismo brillo en los ojos. — Está bien, de acuerdo. Iremos todos... Pero esto me sabe muy mal... ¿Vann? — Vamos de una vez. Cada minuto que pasa se enfría el rastro de Alsacia... — Mujer tonta... Si al menos alguna vez hiciera las cosas pensando primero... — Entonces no haría nada. Y somos nosotros los que no hemos estado haciendo nada por pensarlo demasiado, — dijo Minh. — Valiente tontería... — gruñó Argéntea. — Vamos, Argéntea. Tú tampoco estás pensándotelo mucho, — intervino Aurum. — ¿No? Llevo más de cincuenta años haciéndolo, muchacho, y es más de lo que tú has vivido. — Comites, las Ramas son Tres, — los cortó Vann. — Debemos estar unidos ahora. Estoy seguro que Edenor tiene preparado algo para todos y cada uno de nosotros... Y, Tea... sabemos que Jared fue tras Zazee. Creo que es prudente darnos prisa... La Comites de Plata no se lo hizo repetir dos veces. Se metió en el agua, y tomando la mano de Minh, señaló con un gesto a los demás que hicieran lo mismo. Se hundió en las aguas frías y rápidas, y arrastró a los demás en su estela, la estela de una Dama del Agua, lo más a salvo que se podía estar, hasta el final de la corriente.

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Capítulo 17. La Torre de las Sombras.

El lago bajo la Torre era oscuro. Oscuro, y además estaba helado. Argéntea se estremeció al salir de aquellas aguas corrompidas. — ¿Qué le hicieron a mi lago?... — dijo en un suspiro. — Cuando yo estuve aquí estaba infestado de Glubs. Adultos, no crías... No sé cuánto tiempo llevaban ahí, pero... — ¡Sh! Aquí vienen... — cuchicheó Minh. — ¿Te referías a ellos, no? De pronto, la superficie del agua empezó a borbotear, y un olor fétido se levantó en las sombras. Las crías... — Maldición... Argéntea se había levantado de un salto. Sacó su Vara, y de pronto, toda la cueva subterránea se inundó con una luz de plata. — ¡Fuera de mis corrientes, bestias! — imprecó. — ¡Gotas de Luna, criaturas de la luz! ¡Acudan a purificar este lugar! — ¡Argéntea, no! — intentó detenerla Drassy. — ¡Las Gotas de Luna no pueden entrar aquí! Pero la vara brillaba ya con luz plateada, llamando a las criaturas de la luz que acompañaban siempre a la Comites de la Rama de Plata. El borboteo en el lago subterráneo se volvió más intenso. Agresivo. — ¡Argéntea, no! Las Gotas de Luna intentaban bajar en la corriente. Y los Glubs, criaturas de barro y negra oscuridad, las esperaban, apostados en la desembocadura del río subterráneo, prontas a destruirlas. — ¡Argéntea, detenlas! ¡Las van a devorar! — gimió Diana. El remolino plateado se detuvo a poca distancia de la barrera de Glubs. Argéntea vio, horrorizada, como las negras criaturas avanzaban sobre sus delicados y luminosos amigos. — Noooo... — suspiró, a punto ya de lanzarse al agua y luchar cuerpo a cuerpo contra las bestias para salvar a sus Gotas de Luna. Pero Aurum y Kathara la retuvieron. Minh se acercó al borde del agua y la tocó con la mano. Un destello amarillento, el

175 poder de la Rama de Tierra, recorrió la superficie. Los Glubs apostados en la desembocadura del río se volvieron. Miraron ciegamente a la fuente de la luz, y se hundieron en las aguas, silenciosos. — ¿Cómo es que tienes ese poder? — murmuró Aurum. — Siempre lo tuvo. Es solo que ahora no lo oculta... Eso es lo que dice Taramir... — dijo Diana a media voz. Pero esta vez, Minh no la miró. Uno de los Glubs, probablemente el líder, se acercó a la orilla y asomó una extremidad redondeada que podía pasar por la cabeza. Emitió unos sonidos, y Minh suspiró. — Dice que los magos están allá adelante, y que ellos tienen orden de eliminar a cualquiera que intente entrar por esta ruta. — ¿Pero no lo harán? — preguntó Kathara. — Por supuesto que lo harán... A menos que alguno de ustedes pueda hacer algo al respecto. — Claro que podemos. — Y para espanto de los magos del Trígono, Drassy se paró al borde del agua y gritó unas palabras en el idioma prohibido. El glub se hundió y el borboteo fétido disminuyó hasta desaparecer. — No... — jadeó Aurum. Drassy se dio media vuelta. — Se trata de hablar en neferés, o permitir que nos devoren. Prefiero ser políglota, perdóneme usted... — dijo, molesta. Siempre le había molestado tener que discutir y defender su derecho a hablar con cualquier criatura que se le presentase, pero tener que hacerlo ahora... — No te preocupes, Comites. Llevo casi veinte años discutiendo lo mismo con ella y no he logrado nada... — dijo Vann con calma. — Pues, yo no veo el problema, — se atrevió a decir Diana. — Es porque de donde yo vengo, tu hablas las siete lenguas prohibidas. Y todas te las enseñó mi padre... Diana se sonrojó. Por fortuna, la cueva estaba demasiado oscura como para que nadie lo notara. Pero los Glubs se habían retirado. Las Gotas de Luna titilaron un momento más, y se apagaron. Argéntea hundió los hombros y bajó la cabeza, derrotada. — No es el momento ni la manera de recuperar tu hogar, Tea, — dijo Vann en voz baja. — Son muchos los hogares que la Vara de las Serpientes ha destruido, y el tuyo no fue el primero, ni será el último...

176 — Tú puedes decirlo... No te ha quitado nada, — dijo la hechicera. Drassy se dio la vuelta, furiosa. — ¿Nada? Perdió a su padre, por culpa de las criaturas que la Vara liberó. Perdió a su prometida, asesinada en esta Torre por la Vara. Perdió juntas a su hija y a su madre por más de veinte años, mientras ellas saltaban en el tiempo para escapar de las persecuciones de la Vara. Luego llegué yo. Casi me pierde a mí por causa de la Vara. Dos veces lo asesiné a él, y dos veces nos encontramos de vuelta, y una vez la Vara me mató a mí, y nos encontramos de vuelta... hasta que pudimos vencerla. No digas que no hemos llevado nuestra parte de la lucha, Argéntea. La Vara arrasó su vida, no una sino dos veces, hasta no dejar nada. Y la mía. Si no fuera por esa Llave... Y Drassy señaló la llave que colgaba del cuello de Kathara. Kathara se la quitó y se la devolvió. — En verdad ha sido el arma de la Guardiana. Lo recordaré cuando sea el momento. Drassy asintió con una inclinación, un poco más tranquila. Pero comprendía el dolor de Argéntea. Las Gotas de Luna eran tal vez lo único que la acompañaban de su antiguo hogar. Y las que le daban fuerza en esta hora siniestra. Moderó el tono para decir; — Ahora concentrémonos en esto. Vinimos a buscar a Alsacia y a Djarod y a sacarlos de aquí. No quiero perder a nadie, así que no hagan tonterías, ¿de acuerdo? Sé que cada uno de nosotros tenemos un rol esta noche, pero... No se arriesguen inútilmente. Y dio unas suaves palmaditas en el brazo de Argéntea. La hechicera lo aceptó sin decir nada. Su dolor era demasiado profundo para las palabras. Djarod abrió los ojos en un lugar sombrío. No recordaba bien lo que había sucedido. Había ido con la muchacha, la aprendiza, a la habitación de los espejos, en la cima de la Torre. Taramir la había elegido. Y le había ordenado que la llevara arriba. Él hubiera preferido a alguien... diferente. Alguien mayor, con más poder, con más autodominio... Tal vez alguien como Tea, si ella pudiera perdonar a las Torres... O aún como Alsacia... pero... No, como Alsacia no. Alsacia era demasiado impulsiva, había demasiado fuego en ella. Y ya había tenido problemas con los aprendices de la Torre de Fuego, cuando intentó tomar un aprendiz de allí. Solo el Trígono podía darle el equilibrio que Taramir necesitaba. ¡Pero que eligiera a una niña! Djarod sacudió la

177 cabeza, y escuchó el tintineo de las cadenas al moverse. Al parecer lo habían encadenado a la pared de la habitación... O calabozo. O lo que fuera. Se quedó quieto, escuchando un momento mientras ordenaba sus pensamientos. La niña había entrado a la sala de los espejos, y él la esperó afuera. Esperó unos momentos, hasta que el cosquilleo en la piel le dijo que algo andaba mal. Los sabuesos ladraban. Y el aullido de Ónice... El aullido de la mayor de los sabuesos de roca le dijo que Alsacia había huido. Djarod se asomó a la ventana más próxima. El resplandor rojizo que se perdía en la distancia confirmó el mensaje de su guardiana. Y no lo pensó. Se olvidó de la niña en el cuarto, y de la Torre a su cuidado, y se lanzó tras Alsacia, adonde quiera que fuera. No había sido difícil seguir la estela de fuego de Alsacia. Las chispas se ahogaban en el humo de Djarod, que ocultaba el rastro a medida que pasaba sobre él. Alsacia no era para nada prudente. Y se dirigía precisamente hacia el peligro. Taramir se lo había dicho a la Guardiana, cuando estuvo con ella: se lanzará contra la Torre de las Sombras tan pronto como pueda volar. Y eso era precisamente lo que había hecho. Djarod se maldijo por no haber encerrado a la impulsiva criatura... Pero no era lo mismo lidiar con Hemeromorfos o con Vigosofs que con seres inteligentes. Los inteligentes eran los que más dificultades le ocasionaban. Realmente, prefería los Glubs. La siguió hasta el yermo. Alsacia rompió todas las protecciones mágicas de la Torre de las Sombras sin darse cuenta siquiera. Y Djarod las pasó en su estela. Ella se acercó a las ventanas de arriba, al balcón quemado y semiderrumbado de arriba, el que Djarod adivinó había sido la tumba de su hermano. Curiosamente, o no tanto, la Torre no se había regenerado. Si hubiera sido otro hechicero el que la hubiera herido, la Nadarenna, igual que Taramir, se hubiera reconstruido a sí misma en pocos días. Pero siendo un hechicero de la familia de Alsacia... Djarod suponía que la cicatriz quedaría allí para siempre. Alsacia se acercó, y Djarod voló hacia ella como un viento sombrío para detenerla. Tenía que hacerla entrar en razón. ¡No podía ser tan cabezota! Tenía que hacerla entender que no se puede atacar a un Torre Viviente así nomás... Y cuando pasaba delante de ella para hacerla descender, algo lo golpeó y lo hizo caer en las sombras. Ahora, sentado contra la pared de un calabozo, tocó las piedras para hacer contacto con la magia del lugar. Y Nadarenna lo expulsó con violencia. Sí, estaba prisionero en la Torre de las Sombras. Y Alsacia... probablemente también. Pero la Torre

178 no deseaba hablarle, y no tenía manera de saber donde estaba ella. Recostó la cabeza contra la fría pared y dejó que el tiempo se desgranara lentamente. Las bóveda en la que estaban se abría en cientos de pasadizos. Drassy se paró en medio de la encrucijada y miró hacia las seis arcadas con horror. — Esto no es como yo lo recordaba... — Las Torres vivientes hunden sus raíces en la tierra y beben de ella su fuerza. Así las hicieron sus constructores, — dijo Minh. — Las raíces crecen y consumen la vida a su alrededor. Así mató a mi lago, — susurró Argéntea en tono amargo. Diana la miró y se acercó a ella. — Taramir no es así, — dijo. — Ella... Estoy segura que ella restauraría tu lago, si se lo pedimos... Y si echamos de aquí a la otra Torre... Argéntea aceptó la mano que la muchacha le tendía, y Diana se estremeció sin querer. La mano de la hechicera plateada estaba helada. — Pero eso no resuelve el problema de cómo saldremos de aquí, — dijo Aurum. — ¿Mevalanna conocerá estas cuevas, o raíces, o como las llames? Drassy miró a Vann en la penumbra y Vann sacudió la cabeza. — No. Ella... Estuvo en uno de los calabozos, y de ahí la llevaron directo al círculo... — El círculo... — repitió Drassy. — ¿Crees que Edenor quiera hacer con Alsacia lo mismo que le hizo a ella? Vann la miró, y de pronto abrió los ojos con horror. — Sí, es lo más probable. Leanthross dijo que es un buscador de eternidad. Drassy se llevó instintivamente la mano al collar de la llave. — ¿Leanthross? — El padre de Carlo. El Maldito. — ¿Maldito? ¿El papá de Carlo es uno de los...? — Y Carlo lo será a su tiempo... Pero no le digas nada a Celina. Ella... intentaría usar su Libro para salvarlo... Y puede que no resulte como ella espera. Diana miró a Drassy con los ojos muy abiertos en la penumbra, y Vann se limitó a sacudir la cabeza y mirar al suelo. No podían limpiar todas las líneas a su alrededor, sin alterar lo que sería su propia vida. Cada uno de ellos... tendría que vivir sus propios triunfos... y fracasos.

179 — Así que Leanthross está con ellos, — suspiró Aurum. — No. Es espía entre ellos, — corrigió Vann. — Así como otros son espías de Edenor entre nosotros. Siempre ha sido así. — ¿Uno solo? — dijo Drassy. — No lo creo. Debe ser todo un grupo de rebeldes. Recuerda que para nosotros esto nunca sucedió... Deben haberlo impedido en todas las otras líneas de tiempo... — Pero en ésta... — Algo se cambió aquí. Creo que Alsacia... Drassy se enderezó de pronto. — ¡El cristal! Vann se volvió a ella. — ¿Qué? — El cristal. Djarod dijo que era un cristal de tiempo, perdido en las corrientes del tiempo... y que estaba buscando a alguien. Estaba entre los recuerdos de Alsacia. — No lo entiendo, — dijo Diana. Vann suspiró. No era momento para historias, realmente, pero Drassy contestó la pregunta. — Hay muchas criaturas en el mundo, muchos seres no humanos, dotados de magia y poder más allá de los límites de tu imaginación... Seres que han llevado a cabo en el mundo obras magníficas, y que han sobrevivido a espaldas de la humanidad... Las Damas de los Lagos son un ejemplo. Las criaturas del Interior... Se dice que un hechicero abrirá un día un nuevo portal para todas esas criaturas... usando el poder de las Siete Torres... Pero eso aún no ocurrió, y el que lo hará es apenas un aprendiz para nosotros... En el principio del tiempo, una de estas criaturas fabricó un cristal de hielo, un espejo. Puso en él mucho de su poder, y se lo entregó a una reina de los dragones; la Reina Sarhu. — El espejo de Sarhu tiene la propiedad de encontrar... Lo que sea, en cualquier lugar del mundo o momento de la historia... — dijo Minh. — Y está guardado en la Torre de Hielo, la blanca Istamar, en el lejano norte. Drassy sonrió. — No sabía que alguien más fuera aficionado a las historias de los Ryujin... Minh se encogió de hombros. — Tengo muchos amigos. Y...

180 — Creo que es por allá, — dijo Kathara de repente, señalando una de las aberturas. — ¿Qué? ¿Por qué? — preguntó Aurum, acercándose a ella. — El olor del aire... Es extraño... ¿No te parece? Fuego... hierbas... algo que hierve en la oscuridad por toda una luna... Aurum husmeó el aire, y asintió. Miró a la Fénix con admiración renovada. — Vámonos, entonces... Si es lo que yo creo, tenemos un rito que detener... Y de nuevo empezaron a caminar por aquellos túneles sin luz. El ruido en el pasillo era débil. Djarod volvió en sí con un sobresalto. Se había quedado dormido mientras esperaba. Tensó los músculos de las piernas para ponerse de pie tan rápido como fuese requerido; tensó los músculos de los brazos para lanzarse contra su captor tan pronto como apareciera, y empezó a reunir, discreta pero eficientemente las hebras de su magia. El ruido se aproximaba. Djarod contuvo la respiración. Oyó pasos que se detenían, y el rasguñar del metal de una llave contra el metal de una cerradura. Soltó el aire con lentitud mientras la puerta se abría, y llenó los pulmones de nuevo, mientras la sombra de su carcelero llenaba el vano de la puerta. — ¡Hechicero! — susurró una voz. — Hechicero de la Torre, ¿estás ahí? El susurro no parecía el llamado del carcelero. Djarod, oculto en las sombras dejó escapar un quejido falsamente débil. — Maldición... — gruñó la voz, acercándose más. — Tengo que sacarte de aquí... antes de que sea tarde. Djarod aflojó los miembros cuando la sombra se acercó. Se fingió desmayado, mientras el otro forcejeaba con las cadenas, y solo habló cuando estuvo libre. — ¿Quién eres? — dijo con voz clara. El otro casi lo deja caer por la sorpresa. — Hechicero... Estás... estás bien... — ¿Quién eres? — repitió Djarod con más firmeza. — Leanthross. Me... me llamo Leanthross... Vine a sacarte de aquí. — ¿Donde está Alsacia? El otro hombre vaciló. — ¿La... bruja? ¿La que viene de lejos?

181 — Sí. — Djarod no se detuvo en dar explicaciones. — ¿Dónde está? — La preparan para el rito. Él dice que... que ella es lo que él quería. — Tal vez ella sea más de lo que él espera. Vamos allá, — dijo Djarod con una mueca. Y salió al pasillo, seguido de Leanthross. Los túneles acababan de pronto. — ¿Dónde estamos? — Parece... Parece el lugar del corazón... — cuchicheó Diana. Drassy se volvió hacia ella. — ¿El corazón? — El Corazón de la Torre, su lugar más íntimo... sagrado... Es el lugar donde la Torre consagra a su Dueño... — dijo Vann en un susurro. — Casi nadie es admitido en el Corazón. Diana no dijo nada. Ella había estado en el corazón de Taramir. Respiró profundamente y se acercó adonde los mayores espiaban. La enorme habitación circular parecía hecha de vidrio negro. Diana pensó en Taramir, y su corazón de cuarzo blanco y luz dorada, y se estremeció. El gran cristal que pendía del techo era oscuro, y no daba ninguna luz. Una luminosidad escasa y enfermiza venía del suelo y las paredes. Las sombras caían sobre los rostros de los magos que se paraban formando un círculo bajo el cristal negro. — Son demasiados... — protestó Vann. — ¿Por qué? — ¡Sh! ¿No te dije que es un sitio sagrado? Una Torre no debería compartir su poder con tantos magos a la vez... Drassy lo miró con el ceño fruncido. Por lo que ella sabía el poder aumentaba cuando era compartido. — El poder de las Torre Vivientes es como su vida, — dijo Aurum. — Es algo puro, único... Al dividirse entre tantos se... pervierte. El joven Comites parecía como turbado por lo que estaba diciendo. Drassy no estaba segura de entender a qué se referían. Vann cuchicheó: — Para que la Torre mantenga pura la fuente de su poder, no puede compartirlo más que con su Dueño. Es como... Como un pacto personal, un compromiso... entre dos. — Pero...

182 — A veces la Torre admite a alguien más. En general al Sucesor, cuando lo eligen. O a algún aprendiz muy cercano, como Siddar, si se comporta. Creo que por eso no ha sido él el Sucesor... Es una relación muy personal, la de la Torre y su Dueño... — Pero Taramir ha... — volvió a objetar Drassy. Pero esta vez Minh la hizo callar con un codazo. — Cuando regresemos podrás leer toda la historia de los Constructores de Torres, pero ahora cállate o nos delatarás a todos, — siseó. Y por una vez, Drassy asintió y enmudeció. — Algo está mal... Debería estar limpio, no lleno de cosas... ¿Qué es aquello? — susurró Diana de pronto. — Esas cosas... Drassy miró el lugar que la muchacha señalaba. Dos grandes piedras bloqueaban el espacio bajo el cristal negro. Una de ellas, la más cercana, aparecía quebrada, y los fragmentos se esparcían por el piso, ensuciando los mármoles negros. — No lo sé. Vann ¿tú qué crees? — Mm... El pilar del fuego... y el pilar del agua, allá. Edenor debe haber quitado las piedras de sus emplazamientos originales en el círculo y las trajo aquí. — ¿Cómo pudo? Tú dijiste que la Vara nunca había podido mover el pilar de Tierra... — Lo habrá hecho la Torre... — acotó Minh. — ¿Cuál es el que está roto? — Fuego. — Se rompió cuando el hermano de Alsacia murió, — dijo Diana de pronto. — La Torre todavía está herida. ¿No sienten cómo le duele? Drassy la miró y asintió, no porque pudiera sentir a la Torre, sino porque entendía que Djana muy pronto empezaría a percibir cosas que los demás no podían ver. — Agua y Fuego... ¿Qué estará buscando? — Aumentar su poder. Althenor nunca pudo obtener el pilar de Tierra, es cierto, pero la Torre ya estaba muerta. Cuando... — Vann se interrumpió de pronto y lanzó una mirada fugaz a Kathara. — Cuando pasó lo que tú sabes, tuvo que llevar a la víctima hasta el bosque porque no pudo quitar la piedra de su lugar en el círculo... Y ella, la... víctima, la quebró. Allí fue donde te sanamos ¿recuerdas? En la piedra quebrada... Drassy asintió y cambió de tema. — Pero... el equilibrio... Está incompleto... No están todos los elementos... — Lo cual es una suerte, Drassy, porque si no tendríamos más víctimas que rescatar. Por ahora solo tenemos a Alsacia.

183 — Fuego. ¿Y Agua? Los magos adultos se miraron unos a otros, confundidos. Diana miró a Argéntea, que todavía sostenía su mano con mano helada y bajó la mirada. Y se volvió a los magos bajo el cristal negro. — Miren, — dijo de pronto. — Él está por llegar. En el círculo bajo el corazón negro de Nadarenna se había hecho el silencio. Un vaho blancuzco empezó a descender desde el cristal y a arrastrarse por el suelo. En las sombras, una figura humana empezó a formarse. Los magos que espiaban contuvieron la respiración. El hechicero se detuvo de golpe. — ¿Allí? No pueden estar todos allá... ¿Cuántos hay? Djarod parecía perplejo, incluso disgustado. Leanthross se volvió a él. — Solo son siete u ocho... los más cercanos, el Círculo de la Torre... Seremos pocos esta noche. — ¿Pocos? ¿Y tú estás entre ellos? El mago asintió, y siguió caminando. El laberinto de las raíces de la Torre de las Sombras era en verdad intrincado. — ¿Siete u ocho magos admitidos en el Corazón de una Torre? Son demasiados. Ninguna Torre admitiría tal... promiscuidad. La piedra corazón de la torre es su sitio más sagrado... Hacerlo así es... sucio. — Edenor la ha convencido que nos deje pasar a todos. En esta Torre todos los aprendices pasan al menos una noche frente a la piedra, mirándola, leyendo en ella, bebiendo de su poder... Y luego, Edenor los admite entre sus aprendices. Siempre ha sido así... Djarod lo miró incrédulo. El otro lo miró. — Es necesario. De esa manera logran que la Torre tome lo que necesite de nosotros en cualquier momento... Es un pacto muy personal... — Y el mago bajó la voz. — No sabes lo que me costó... pasar aquella noche... a solas con ella... Djarod vio que Leanthross se estremecía ante el recuerdo. Involuntariamente pensó en su propio encuentro con Taramir, bajo el cuarzo rubio, y las maravillas que ella le había mostrado y enseñado. Y sintió pena. Pena y dolor por la Torre mancillada. Se detuvo de pronto, y apoyó la mano en la piedra de la pared.

184 — Nadarenna nandenara, inotar untulave... — susurró. Y algo parecido a una brisa estremeció el aire. Leanthross se volvió para seguir caminando y se detuvo, pálido. Frente a ellos estaba una mujer, vestida con harapos, y con una desagradable cicatriz cruzando su mejilla. La reconoció de inmediato. Era ella. — Nadarenna, — saludó Djarod con una pequeña reverencia. — Te traigo saludos de tu hermana... La mujer hizo un gesto de desprecio, y su rostro se afeó aún más. — ¿Para qué me has llamado? ¿Para hacerme perder el tiempo? — dijo. Djarod sacudió la cabeza. — ¿Dónde retienen a Alsacia, la Portadora? La mujer sonrió, burlona y no respondió. — Nadarenna... No sé como te han convencido de que te prestes a esto, pero puedo ayudarte... La mujer lo miró, y un brillo de odio y desprecio asomó a sus ojos oscuros. — Nadarenna... Podemos... — No te he pedido ninguna ayuda, — dijo bruscamente. Y se volvió en el último momento. — Cuando regreses, si es que regresas, dale mis recuerdos a mi hermana... Y desapareció en la pared sin dejar rastro.

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Capítulo 18. Sangre Ryujin.

El círculo se abrió. La luz empezó a aumentar lentamente, pero la piedra en el techo continuó tan negra como siempre. Los magos que espiaban desde el túnel empezaron a distinguir los objetos y los olores de la habitación. En un rincón, más allá de las piedras que los magos rodeaban, un fuego ardía bajo un caldero. Un vapor blancuzco se desprendía de él y se derramaba por el suelo negro. El olor era repugnante. Drassy dejó escapar un sonido de desagrado, pero Vann le cubrió la boca con la mano. — ¡Sh! Nos descubrirán... — susurró. El silencio había llenado el círculo. Un hombre apareció en los vapores que bajaban desde el negro cristal, y los apartó como quien aparta una cortina. — Edenor, — susurró Argéntea, haciéndose acreedora a un suave codazo de parte de Minh. Los que miraban, no encontraron nada de particular en el recién llegado. No parecía el poderoso hechicero que dominaba las torres y doblegaba a magos y hechiceros de todos los círculos, y a criaturas de todas las razas. Pero Argéntea se estremeció. Alrededor de este hechicero había toda una red de criaturas oscuras, invisibles; Horrores de aire, y sutiles Llamas Negras, ahora ocultas, pero prontas a lanzarse sobre la víctima del sacrificio. Hambrientas, esperando su ración... Drassy y Vann no reaccionaron. Sin duda, no veían las criaturas de las sombras. O estaban concentrados en otra cosa. Argéntea se estremeció de nuevo. Solo cuando el oscuro empezó a hablar los sintió estremecerse también ellos. Lo habían reconocido. — Servidores de la Torre... Estamos reunidos en este lugar para concretar una de las más preciadas de nuestras metas... ¡Obtener la vida eterna de los guardianes del fuego! El poder más puro a nuestra disposición, nacido en la mañana del mundo... poder que la Torre de las Sombras pondrá a nuestros pies. La hora ha llegado. El poder es nuestro, la vida eterna es nuestra, el tiempo y el destino nos pertenecen... ¡Traigan a la Portadora! Altas llamas rojas se levantaron en la antigua roca del fuego. Drassy soltó el aire lentamente. Pero el jadeo de los magos apagó cualquier otro sonido. Ejercer la magia de

186 la Nadarenna exigía un gran esfuerzo para todos ellos, los que no habían sido llamados, y sin duda la Torre tomaba energía de su poder. Y sin embargo, aunque estaban al servicio de la Torre, lo que la Torre había traído hasta la roca, los sorprendió. Sin duda se trataba de Alsacia. Pero no era completamente Alsacia. Es decir, Alya-Zazee no era totalmente humana. Drassy hubo de hacer un enorme esfuerzo para no correr hacia ella, y solo el brazo de Vann alrededor de sus hombros la detuvo. La que hasta el momento había creído una bruja humana, yacía, encadenada a los restos del antiguo altar del fuego. Todavía llevaba su vestido rojo, el que cambiaba de color al moverse, pero no quedaba mucho de él. Parcialmente transformada, todavía detenía la transformación, desafiando a Edenor y a la Torre de las Sombras. — Transfórmate de una vez, bruja... — le ordenó Edenor cuando las llamas bajaron. Las cadenas resonaron cuando la bruja ryujin las sacudió. — Akyno enomaro Nenómar... — le siseó ella, con una mueca de burla. — Es regla de cortesía entre los tuyos tomar la forma de tu interlocutor. ¿Es que te has vuelto bien educada de pronto, bestia? La roca volvió a estallar en largas llamaradas rojas, en concordancia con la furia de Alsacia. Pero Edenor se limitó a retroceder un paso, levantando su Vara. Las serpientes en ella sisearon e hicieron bajar el fuego. La temperatura en el cuarto volvió a bajar. — Muy bien, como lo desees... ¡Torre! ¡Nadarenna nandenara, poderosa Torre de las Sombras! Una luz fría empezó a brillar en el cristal del techo, una luz que no iluminaba nada. Las sombras se hicieron más densas, y solo las llamas de Alsacia iluminaban la escena. — Poder... Vida... — Las palabras de Edenor parecían venir de muy lejos. El rito había comenzado. Poder, vida. Danos la poder, entréganos la vida... Los magos en el círculo canturreaban las palabras en un susurro monótono. Drassy se estremeció. De pronto algo se removió en su memoria, como si ella ya hubiera vivido esto antes... mucho antes. Pero no podía ser. Se concentró en la mujerdragón, todavía a medio transformar sobre el altar del fuego. Poder... Vida... Entrega el poder; danos la vida... la vida de un Ryujin dura para siempre.

187 El canturreo continuaba. Drassy se sacudió del brazo de Vann, los ojos vidriosos, y comenzó a moverse hacia la entrada. — ¿Qué te pasa? — le susurró él, tirando de ella para alejarla de la abertura. Estaba demasiado cerca. Ella no lo miró. Sus ojos brillaban, fijos en la escena que transcurría allá en la bóveda. Sentía que debía ir, que debía estar allá. Minh se volvió hacia ella frunciendo el ceño. — La Danza... la danza está por comenzar... Tengo que liberar el poder... Encontrar a los cuatro protectores... — susurró, casi inconsciente. — Como antes, como al principio... — Detenla, — cuchicheó Minh. — O se unirá a ellos... — ¿Qué? Es mi esp... — Está ligada al Trígono. Así nos convertimos en el Árbol, así perdimos el Aire... Al principio... Detenla, o la perdemos también a ella... Drassy ya empezaba a caminar hacia la habitación donde estaban los magos. Vann no lo dudó más. Sacó su varita, y sin molestarse en descubrirla, tocó apenas a su esposa en la espalda. Una hebra de humo oscuro la envolvió una, dos, tres veces, y Drassy se detuvo y empezó a caer hacia el suelo como una marioneta sin hilos. Vann la sostuvo y la llevó unos metros más atrás, detrás del último recodo, adonde escasamente llegaba el monótono murmullo de los magos. — Diana... — La chica lo había seguido. — Cuídala, por favor. Y volvió a su lugar en la oscura boca del túnel, donde los demás continuaban observando el ritual, que continuaba como una pesadilla. Poder, vida... entrega el poder, danos la vida... la vida de un Ryujin dura para siempre. Baila para nosotros, poderosa Nadarenna, baila para nosotros y libera el poder... Tomaremos su vida para vivir por siempre... Los vapores que bajaban desde la piedra del corazón de la Torre habían al fin tomado la forma de una mujer. — Espera, — susurró Leanthross a Djarod. — No es el momento aún... Djarod apretó los dientes. Pero el mago tenía razón. El poder iba en aumento ahora, y no era el momento de enfrentarse a la Torre. Sintió que su pulso se acomodaba al ritmo de la Torre, y la vio materializarse en forma femenina, como lo había hecho un rato antes cuando él la llamó. Su vestido negro ya no parecía rasgado y sucio, y ninguna

188 cicatriz la marcaba. Era la Nadarenna, en su forma más pura y poderosa. Seda negra que resplandecía a la luz de las llamas de Alsacia. Piel tersa y pálida, ojos negrísimos y brillantes, cabello oscuro, suave, sedoso, movimientos sinuosos, casi felinos. Conteniendo el aliento, la vio acercarse a la criatura encadenada y sintió más que escuchó lo que le decía. — Ya bebí la vida de tu hermano... — le dijo al oído. — Ahora te toca a ti... Las cadenas de Alsacia se sacudieron con violencia, y Alsacia gritó algo en el lenguaje de su gente. Nadarenna se rió. Y le dedicó una burlona reverencia a la Portadora, su víctima para el sacrificio, antes de alejarse girando hacia el centro de la habitación. Nadarenna empezó su danza girando exactamente bajo el cristal negro. Oscuros resplandores se despertaron en él, al ritmo de los movimientos de la mujer. Y las nieblas en el suelo, se levantaron en remolinos, intentando asirla entre jirones de niebla helada. De pronto hacía mucho frío en la habitación subterránea. Y Nadarenna danzaba. Cada uno de sus giros la llevaba alrededor de la piedra del fuego, cada vez más lejos del otro altar. Djarod y Leanthross se acercaron discretamente hacia el antiguo altar, al parecer olvidado por todos los presentes. Y Nadarenna bailaba. Poder... Vida... Vida eterna, poder absoluto... Los giros se volvían cada vez más rápidos y... hambrientos. El coro susurrante de los magos del círculo acompañaba las evoluciones de la Torre, mientras iba tejiendo su oscura red alrededor de Alsacia. Solo un nudo más... Vida, poder... Tu vida será mía, Alya-Zazee... Como fue la de tu hermano... Vida eterna... Poder absoluto... para mí y para mi Dueño... Para siempre... Solo un nudo más... Y cada evolución de la bailarina arrancaba un grito de Alsacia en la roca. La danza acabó de pronto. El silencio golpeó los oídos de los que espiaban desde las sombras. Nadarenna se acercaba a Alsacia con una daga de cristal negro en la mano. Se detuvo a dos pasos de la roca de fuego. Edenor parecía haber caído en un hechizo. Inmóvil, había observado la danza de la Torre como hipnotizado. Ahora, la Nadarenna lo miró, y él volvió a moverse. Con la cabeza baja, como si no se atreviera a mirar a la fabulosa Nadarenna nandenara que él mismo había convocado, se volvió al caldero y hundió la punta de su Vara en él. La hebra de líquido azul viscoso se deslizó por el suelo, y apenas tuvo que mover la vara para indicarle que diera la vuelta a la roca. El círculo de poción se

189 completó. Pero aún continuaba saliendo líquido del caldero, a la orden de la Vara. El líquido círculo empezó a engrosarse, y crecer hacia adentro, hacia la roca, hacia Alsacia. Alsacia volvió a gritar en su idioma. Y las cadenas se quejaron cuando ella empezó a transformarse nuevamente. Nadarenna avanzó un paso, la daga en alto. Y Djarod no pudo esperar más. En un estallido de humo negro se interpuso entre la daga y Alsacia. — ¡Alto! Nadarenna se detuvo. Miró al Dueño de la Torre y torció la boca en una sonrisa siniestra. La daga se levantó un poco más. — Dos al precio de uno... — dijo Edenor a su espalda. — Prosigue, querida... prosigue. Creo que... — No tan rápido, asesino... El relámpago blanco que acompañó a Argéntea encegueció a los magos del círculo. La Dama del Agua se había lanzado hacia la piedra vacía, el altar del agua, sin esperar a los otros que todavía estaban en la boca del túnel. Edenor la miró un momento, pestañeando, y cuando la reconoció, sonrió ampliamente. Nadarenna también se volvió hacia ella. — Ah... Mucho tiempo hace en verdad desde que bebimos el poder de este lago, ¿no es verdad, querida? Mucho tiempo en verdad... Me preguntaba dónde estarías, y qué habría sido de ti... Y por lo que veo, nos has traído a tus amigos... — Los magos que habían estado ocultos en la boca del túnel salieron a la escasa luz del corazón de la Torre. — Podremos tener varios sacrificios el día de hoy... ¡Acábenlos! Y se volvió a Argéntea, apuntándole con la Vara de las Tres Serpientes. Apenas la danza terminó, Drassy abrió los ojos. — ¿Estás bien? — le susurró Diana, al verla tratar de incorporarse. Drassy la miró y pestañeó un poco. — Mareada... ¿La danza...? — La Torre bailó alrededor de la piedra. Vann te inmovilizó... Drassy soltó un gruñido. — Minh dijo que tú ibas a bailar con ella... Por toda respuesta, Drassy soltó otro gruñido. Se levantó. — ¿Qué pasa ahora? — No lo sé.

190 — Voy a ver... Espera aquí... Edenor, Dueño de la Torre de las Sombras y de la Vara de las Tres Serpientes se enfrentaba a Argéntea, Dama del Agua, Comites de la Rama de Plata del Trígono. Una luz plateada iluminaba la piedra del agua, al llamado de la hechicera. Argéntea sacó su Vara. Y la luz de la luna bajó para envolverla, allá abajo, en el corazón de la Torre de las Sombras. Djarod de la Torre de las Mil Puertas se interponía entre la Nadarenna y su presa. Los negros ojos de la Torre se llenaron de una emoción oscura, malvada, y Djarod se estremeció. Vio la punta de la daga negra levantarse en el aire, y por un momento su pensamiento voló a la bella Taramir, en el risco lleno de sol donde solían quedarse. Y el pensamiento de su propia Torre le dio fuerzas, y reunió y tejió las hebras de su poder en torno a sí mismo y la criatura que deseaba proteger. Nadarenna se lanzaba contra Djarod en el momento en que Argéntea descubría su Vara de Luna. Lanzó un gemido y se volvió, horrorizada, cuando sus entrañas se inundaron de luz plateada. Pero ya volaba hacia la pared de magia que el hechicero había tejido en torno a él. La daga rebotó en algo duro, y Nadarenna sintió que algo se desgarraba. Lanzó un grito y se desvaneció en la helada niebla del corazón. Edenor de la Torre de las Sombras se irguió frente a la Dama de Plata. La luz no le preocupaba. Escuchó perfectamente el gemido de la Nadarenna cuando la Dama la hirió con luz. Ya sabía que la Torre era vulnerable en este lugar, pero también era su punto de más poder. Aquí, él podía utilizar directamente el poder de la Torre, sin tener que recurrir a toscas invocaciones. Así que tomó el poder que aún quedaba, y levantó su Vara frente a la Dama plateada. La luz negra no era algo inesperado. Argéntea la desvió con un relámpago de luz lunar y la negra maldición se estrelló contra el cristal del techo. La Torre entera se estremeció. Y Argéntea sonrió, mientras devolvía el golpe. — Mataste mi lago, — dijo, haciendo restallar un latigazo de luz plateada. Edenor saltó hacia atrás, esquivando el golpe. — Tomo lo que deseo, — escupió. La luz le había desgarrado la capa. Un movimiento de su Vara lanzó una lluvia de dardos negros sobre Argéntea.

191 Ella levantó su vara con un grito. Una vez más, las maldiciones oscuras se ahogaron en un escudo de luz. — ¡No tenías derecho! — gritó ella. La risa burlona de Edenor fue la única respuesta. Y la sacó de quicio. Levantó en alto su Vara y liberó su poder en un estallido de luz de luna. Drassy se tomó solo un momento para mirar lo que ocurría en la bóveda circular. Todo el grupo del Trígono se habían lanzado contra los magos del Círculo de las Sombras. Allá, a la derecha, acercándose a Djarod y el altar de fuego, Aurum y Kathara peleaban codo a codo. La Fénix no usaba vara. Lanzaba dardos de fuego negro directamente con sus dedos, como Drassy había visto hacer a Kathy algunas veces. Los dardos eran largos como plumas de fénix, y se encendían en llamas cuando alcanzaban el blanco. Minh se había dirigido hacia la izquierda, por detrás del grupo. Iba hacia Argéntea que en este momento repelía una lluvia de maldiciones de Edenor. Un mago de los del grupo salió de detrás de la piedra, pero Drassy no vio que la atacara. Seguramente se trataba del espía. Vann no estaba a la vista, pero el movimiento en las cadenas de Alsacia le dio la pista. Drassy miró hacia atrás, adonde estaba Diana y le hizo un gesto de que se quedara donde estaba. Y se transformó en brisa para ir al encuentro de su esposo. — Alsacia... Djarod... Djarod parecía como desmayado sobre la mujer dragón. Y algo sacudía y rompía las cadenas con destellos de chispas doradas. — ¿Vann? — Drass... — La brisa se materializó en el hechicero. Drassy apareció a su lado. — Están heridos... Tenemos que sacarlos de aquí. Drassy descubrió su vara, el Cetro. Las joyas del extremo brillaron en luz y color. Uno de los magos del círculo gritó, y corrió hacia ellos. El movimiento del Cetro casi no alcanzó a detenerlos. — Maldición, la luz nos delató... Y Drassy se enderezó, el cetro levantado, lanzando rayos de color y levantando muros de luz como escudos para detener las maldiciones de los brujos que avanzaban contra ellos.

192 — Llévatelos... — le dijo Vann, parándose y haciéndola hacia atrás. Ella lo miró por sobre el hombro, solo un segundo antes de parar otra maldición. — Estás loco. No te voy a dejar solo... — ¡Maldición, obedece! La Vara negra de Vann levantó una pared de sombras. Uno de sus atacantes quedó atrapado en ella y gritó apenas una vez antes de desaparecer. Drassy se volvió a Djarod y Alsacia y se acercó a ellos. — Como fuego... El altar de los antiguos no te permitirá otro elemento, — dijo Vann sin volverse, moviendo su pared de sombras para alejar a otro de los magos. Drassy apoyó la mano en el hombro del hechicero desmayado y se transformó en fuego. Como humo y llama, envolvió al hechicero y a la bruja y voló hacia el túnel donde Diana estaba todavía escondida. — ¿Qué sucedió? Diana ayudó a Drassy a acomodar a Alsacia, y miró sorprendida al desvanecido Djarod. Drassy se inclinó sobre él y le abrió la camisa. — Está herido. Nadarenna debe haberlo atravesado cuando apuñaló a Alsacia... — ¿Apuñalado? ¿Quieres decir...? — La Torre intentó atravesar a Alsacia con una daga de sombras. Es... un antiguo ritual. Para absorber su poder... Djarod se interpuso. Y eso significa... — Que tomó el poder de él en lugar del de ella... Drassy se detuvo y miró a la muchacha. Era una conclusión inteligente, como todas las de Adjanara. — Como él es un ser humano, su poder es más... limitado que el de Alsacia. Ella es una Ryujin. Diana asintió sin hacer preguntas. El que la protegida de Djarod no fuese humana saltaba a la vista. Se concentró en lo práctico. — ¿Puedes hacer algo por él? ¿Como lo hiciste con ella en la Torre? Drassy la miró un segundo y se volvió al hechicero. Estaba pálido, aunque su piel ardía. Meneó la cabeza, dudosa. — No lo sé. Allá... me ayudó Taramir. No creo que la Nadarenna quiera ayudarme a curarlos. Diana vio como Drassy juntaba las manos sobre su cetro y susurraba unas palabras. No pudo comprender lo que decía. Pero el estallido de luz dorada que indicaba

193 el efecto curativo no apareció. Drassy se dejó caer, sentada sobre sus talones y sacudió la cabeza, vencida. Miró alrededor, como buscando una pista, una idea. Y se volvió a Diana. — No puedo hacerlo, Diana... Djana. ¡Djana! Diana retrocedió un paso, sobresaltada. Así la había llamado el unicornio negro del Trígono. Y una vez más vio a Drassy sacar el collar que le había prestado a Kathara, la Bruja Fénix. — Yo no puedo hacer nada, Diana, pequeña. Y tú tampoco. Pero en unos años... tú podrías. Sólo necesito... Y de nuevo Drassy hurgó entre las ropas de Djarod, buscando algo. Cuando lo encontró, y se lo mostró a Diana, la muchacha ahogó una exclamación de sorpresa. Era una llave de marfil, labrada con muchas puntas, idéntica a la que llevaba Vann, el esposo de Drassy, excepto porque no tenía ninguna gema incrustada. — Es... — La Llave Maestra de Taramir. — Pero Vann tiene... — La Llave Menor. Taramir tiene muchas puertas, y muchas llaves. Los aprendices de la Torre guardan las llaves menores, cada uno según su poder y capacidad. Es el Dueño de la Torre quien las adjudica... o quien las retira. Y Drassy tomó la llave de Djarod y la suya propia y las unió entre sus manos. El destello plateado fue claro esta vez. Esta magia sí le estaba permitida. — Un día, Diana será Adjanara de la Torre de las Mil Puertas. Necesitamos hoy de su poder para preservar la línea del tiempo... — dijo a las llaves. Y de nuevo se volvió a Diana. — Un día serás Adjanara, la Dueña de la Torre. En señal de ello es que te entrego esto... Y Drassy separó las manos lentamente. La llave de plata volvió a su cuello con un resplandor. La llave de marfil de Djarod flotó en el aire unos momentos, vacilante. Tembló un poco, y cayó de nuevo sobre el pecho de su amo. En el lugar que la Llave Maestra había ocupado, una nueva llave de marfil esperaba a su nueva dueña, haciendo centellear su piedra azul con impaciencia. — Úsala bien, úsala para sanar, y para proteger... Diana miró a Drassy algo perpleja. Drassy sonrió. — La Djana que yo conozco sabría cómo usarla. Yo no tengo ni idea. Así que, Diana, tenemos que improvisar.

194 Diana se colgó la llave al cuello y cerró los ojos, tratando de pensar. Y entonces, tomó la mano de Drassy, y apoyó la suya en el pecho de Djarod, y pensó cuánto deseaba que el hechicero se salvara. Solo sintió un cosquilleo en las manos, y al hombre que se movía. — Perfecto. Cuídalos, Diana... Voy con mi esposo... Y Drassy desapareció en el túnel otra vez. Argéntea luchaba con Edenor. Las maldiciones oscuras y los rayos resplandecientes se sucedían sin que el duelo pudiera llegar a su fin. Argéntea peleaba por recuperar o al menos vengar lo que había amado y perdido. Edenor... pronto se encontró peleando por conservarse entero. El látigo de luz de la bruja plateada lo había alcanzado muchas veces ya, y hería con una luz helada. Y la bruja no cedía. Poco a poco, el oscuro hechicero se encontró acorralado y retrocediendo. Un paso más, y... Y de pronto, Edenor se dio cuenta que estaba exactamente bajo el cristal negro, el corazón de Nadarenna, el centro de poder. Sonrió para sí, y se tomó el brazo, bajando la Vara, doblándose sobre sí mismo, fingiéndose herido. Argéntea sintió que el corazón se le llenaba de una emoción indescriptible. No estaba contenta, no, y tampoco podía decirse que lo que sentía fuera satisfacción. En realidad, la venganza le sabía sosa, y deseaba todavía ver la sangre de su enemigo. La punta de su Vara de Luna empezó a brillar, acumulando poder, pero ella la sostenía con mano firme. Avanzó un par de pasos, y sin darse cuenta salió de la protección del robado altar de los antiguos. Edenor sonrió. Eso era lo que él había esperado. Se enderezó, rápido y ágil, y la Vara de las Tres Serpientes lanzó su mortal destello. — ¡Argéntea! El grito de Minh estremeció la bóveda. Las Gotas de Luna llegaron de pronto, venidas de ninguna parte, y cubrieron a la hechicera al mismo tiempo que la maldición la alcanzaba. Las Gotas de Luna se esparcieron en todas direcciones. Argéntea ya no estaba. El silencio cayó en la bóveda.

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Capítulo 19. Las raíces de la Torre.

Alsacia estaba reclinada contra la pared. Diana se detuvo en la boca de la cueva, para vigilar la llegada de los otros. Por alguna razón, Djarod parecía incapaz de decidirse a marchar. Tampoco le había hablado. Se inclinaba hacia la bruja desmayada, y le acariciaba las mejillas, tratando de hacerla regresar. — Djarod... Él no le prestó atención. — Zazee... Por favor... Zazee... — Djarod... Debemos regresar... En la Torre... Pero cuando Diana intentó llamar su atención tocándole el brazo, él se soltó con violencia. — ¡Déjame en paz! Zazee... por favor... No puedes dejarnos todavía... Diana se apartó de él y se volvió a la boca del túnel. Era necesario atravesar de nuevo el río subterráneo, y regresar a la Torre. Seguramente en la Torre, Taramir tendría alguna forma de hacer volver a la Ryujin. Tenía que conseguir ayuda, y de alguna manera hacer reaccionar a Djarod. Miró hacia atrás, y lo vio de nuevo, inclinado sobre la bruja, intentando en vano hacerla volver en sí. Ahogando cierto sentimiento de fastidio le dio la espalda y se lanzó por el túnel, buscando a los otros. Diana corría por el corredor, de regreso al corazón de la Nadarenna. La batalla arreciaba. Diana escuchó los ruidos bastante antes de asomar por el recodo. Se agazapó detrás de las rocas, las mismas rocas desde donde habían presenciado el terrible rito. Allá, casi en medio del altar, Drassy lanzaba maldiciones de luz sobre los que intentaban acorralarla, y Diana se preguntó por qué no los fulminaría a todos con su Cetro de una vez. Y luego pensó en los Tres, y todas las restricciones que ponían siempre para todo. Más allá, en la boca del túnel de salida, una luz rojo dorada indicaba la presencia del Comites del Fuego y su vara blanca. Una sombra de fuego más oscuro lo acompañaba, y Diana adivinó más que vio a la Bruja Fénix, lanzando llamas en todas direcciones. La lucha los había alejado del túnel, y Diana no sabía cómo iba a hacer para

196 que ellos regresaran aquí. En el otro extremo de la bóveda, un mago que ella no conocía luchaba codo con codo con Minh. Diana se preguntó dónde estaría Argéntea. Y siguió observando, tratando de imaginar alguna manera de hacer que todos volvieran al túnel y a casa, a salvo. Alsacia abrió los ojos. — Ojos Bonitos... — susurró con voz débil. Djarod la miró, y la sombra de la preocupación pasó por su cara y fue rápida y discretamente disimulada. — Zazee... — suspiró, volviendo a acariciar sus frías mejillas. Ella volvió la cara y le besó la mano. Él se estremeció. — Nunca quisiste ser mío, Ojos Bonitos... — susurró ella. — Pero siempre estuviste ahí para mí... — Zazee... yo... — No digas nada. No es necesario... Alsacia volvió a cerrar los ojos, y Djarod se acercó más a ella, nervioso. La sonrisa de la bruja y el fugaz rosa en sus mejillas le indicaron que estaba consciente aún. Pero no le importó. — Lo importante ahora es que te llevemos a casa... a la Torre. Te cuidaré y... Alsacia le apretó la mano, haciéndolo callar. — No, Ojos Bonitos... yo no... — ¿Qué estás diciendo? — protestó él, suavemente. — ¿No quieres venir conmigo, después de todas las veces que dijiste...? Ella lo hizo callar otra vez. — Demasiado tarde, Ojos Bonitos... Demasiado tarde para mí. Dile al Rey que él lo busca... Que no le entregué lo que él quería... Que cuide a mi madre... y a mis hermanos... Dile que fallé... — Nunca... No has fallado nunca, Zazee... Pero podrás decírselo tú misma... Ella le apretó la mano de nuevo, haciéndolo callar, pero por un momento, no pudo decir nada. Inspiró una o dos veces profundamente, reuniendo sus fuerzas para poder hablar. — Nijiro fue más hábil que yo... — susurró. — No le dio nada, ni una pista... En eso, yo fallé... Él sabe donde encontrarnos... pero... el Rey sabrá cómo deshacerse de él... de la Vara... Ojos Bonitos... prométeme que lo verás y le dirás... — Zazee... tú misma...

197 — Promételo... Alsacia le apretaba la mano con fuerza, con fuerza sobrehumana, y Djarod se dio cuenta que no le quedaba mucho tiempo ya. — Te lo prometo, — dijo, conteniendo las lágrimas. — Abriré el espejo y se lo diré. Ahora... — Quisiera pedirte una cosa más... Alsacia respiraba muy levemente ahora y Djarod se inclinó hacia ella para poder escucharla. Y ella le tomó la cara con ambas manos, y lo besó. Un beso de fuego, un beso de ryujin. Las llamas se levantaron y envolvieron a Djarod sin quemarlo, y volvieron a bajar. Alsacia ya no estaba allí. Diana buscó con la mirada a Edenor. El hechicero de la Vara de las Tres Serpientes no estaba a la vista. Pero una sombra se escurría hacia donde estaban Aurum y Kathara. Diana gritó una advertencia, pero en la confusión, nadie la escuchó. — ¡Ah! Una brujita de fuego... ¿No te gustaría eso, eh? Bonito premio de consolación... Una brujita fénix, con la semilla de la vida eterna... — gritó de pronto la sombra, levantándose. Y la terrible Vara lanzó un rayo de luz negra y venenosa en dirección a la Fénix. — ¡Kathara! — gritó Drassy. Pero desde donde ella estaba no podía hacer nada. — ¡Kathara! — La profunda voz de Vann fue perfectamente audible, y aunque no gritó, su poder desatado abrió un espacio frente a él, entre él y la Vara. Y la Vara de Vann se descubrió, fuerte, desviando la maldición; y la serpiente negra que la coronaba siseó, desafiante, a las de la otra vara. Pero había sido demasiado tarde. Aunque la maldición había sido desviada, algo de ella había alcanzado a la Fénix. Aurum se inclinaba sobre Kathara Mevalanna y la llevaba a un rincón, lejos de la lucha. Edenor miró al hechicero desconocido con cierta sorpresa. Y torció la boca en una sonrisa malvada, mientras lanzaba una nueva maldición. La invocación que hizo fue algo más larga, y el rayo de luz negra, esta vez más potente. Vann se limitó a golpear una sola vez con su vara en el suelo, y las alas en su Vara se movieron. La Vara se inflamó con llamas negras, las llamas de Kathara, y el fénix de fuego se lanzó directo a la maldición y la consumió. Vann se dobló sobre sí mismo. — ¡Javan!

198 Esta vez, fue Drassy la que perdió el control. Con un grito agudo, levantó la vara, Cetro de los Tres, y las luces mezcladas inundaron el lugar. El remolino de luz arrastró a los que quedaban de los oscuros hasta el otro extremo de la bóveda. El mago que había estado peleando junto a Minh y la misma Minh aparecieron de pronto junto a ellos. El altar de agua se levantaba entre ellos y los oscuros, como una barrera. El mago arrastró a Vann lejos del frente de enemigos que ya se acercaban a aniquilarlos, y Minh se paró junto a Drassy. — ¿Y ahora qué? — dijo Minh entre dientes. — Cualquier idea que tengas, dila ahora, — contestó Drassy en el mismo tono. — Señoras... será un placer luchar y morir junto a ustedes, — dijo el mago desconocido, y Drassy ahogó una exclamación. — ¿Andrei? El hombre la miró sorprendido. — ¿Me conoces? Soy Leanthross, el padre de Carlo. Drassy asintió. — Conozco a algunos de sus parientes. Lo siento, me confundí... — Guardiana... Se acercan... — advirtió Minh en voz baja. Los oscuros estaban casi a la altura del antiguo altar de agua. Drassy se estremeció. — ¿No puedes detenerlos? — No. — ¿Matarlos? — No. — ¿Levantar una barrera? — No. Leanthross la miró y suspiró. — Huyan ahora. Yo los detengo, — dijo. Y sin esperar respuesta, avanzó unos pasos hacia los magos que se acercaban. Pero algo lo detuvo. Un ruido, o un presentimiento. Miró hacia arriba, al oscuro cristal, y se volvió de nuevo hacia las brujas con expresión de espanto. Fue muy rápido, casi instantáneo. En el mismo momento en que Alsacia lanzaba su último fuego, y Leanthross se volvía y corría hacia Minh y Drassy; el cristal del techo se encendió en llamas. La Torre entera tembló. Las paredes de cristal se resquebrajaron. El pilar del fuego de los antiguos se encendió en llamas, y el lugar en el que había estado Argéntea, el altar del agua, se encendió con una luz blanca, intensa,

199 como si todas las Gotas de Luna que alguna vez fueron se hubieran concentrado en el mismo momento y lugar. Las llamas rojas abrazaron a las luces blancas, y juntas lamieron el cristal negro. La Torre volvió a estremecerse. Y el cristal se quebró y cayó hacia ellos, esparciendo esquirlas de hielo negro y venenoso tanto sobre los amigos como sobre los enemigos. — ¡La Torre ha muerto! — gritó Diana. — ¡Salgan de ahí! Leanthross saltó hacia Drassy y Minh y las empujó al suelo. La lluvia de cristales pasó y los trozos desaparecieron en el suelo. Pero no había terminado. El suelo empezó a temblar, y trozos de mampostería caían por doquier. Drassy se levantó y arrastró al mago. — Vámonos... — siseó, tirando de él. — Esto se va a derrumbar. Y los tres corrieron hacia la boca del túnel donde los esperaba Diana, junto con Aurum y los otros. — ¿Estás bien? — le susurró Vann cuando Drassy casi cae en sus brazos. — No te será tan fácil enviudar... ¿Y tú, estás...? — No te librarás de mí así como así, — le dijo él con una mueca. Pero la abrazaba con fuerza, y ella no quería dejarlo ir. Se volvió hacia Leanthross. — Gracias, — dijo. — Si no fuera por... — No importa. Salgamos de aquí. Si la muchacha tiene razón y la Torre ha muerto, los túneles se derrumbarán en cualquier momento... Un nuevo temblor sacudió el suelo y las paredes, confirmando sus palabras. — La Torre ha muerto, — dijo Diana, seria. — No se hable más. Comites, ¿puedes con Kathara? — preguntó Vann. — Claro. ¿Y tú puedes caminar? — Sí. ¿Dónde está Djarod? — Allá adelante, con Alsacia... No pude hacer que me escuchara... — dijo Diana. — No te preocupes, querida... Ya te harás escuchar, — le dijo Drassy con una sonrisa. Pero Minh dijo, seria; — Si la Torre ha muerto, eso lo debe haber afectado aún más. Démonos prisa... Y todo el grupo empezó moverse por el oscuro túnel, tratando de esquivar las numerosas rocas caídas, y sosteniéndose de las paredes cuando los temblores volvían a comenzar.

200 Los túneles corrían más y más enredados. El camino por el cual habían venido estaba bloqueado. Leanthross los guiaba. Pero cada pocos pasos se detenía y miraba alrededor, desorientado. Drassy, que iba a la retaguardia con Vann, se adelantó y se acercó a él. — ¿Pasa algo malo? El hombre se volvió y la miró. Sus ojos tenían un brillo febril. — Los túneles... Han cambiado. Creí que los conocía todos, pero... se han movido... — Deben ser los últimos estertores... Ya no se siente temblar la Torre, — dijo Minh. — ¿Habrá muerto por completo? — preguntó Drassy, sintiéndose curiosamente turbada. Porque eso explicaría la mirada errática de Leanthross, y su palidez. Si él también era uno de los de la Torre, la Torre debía estar absorbiendo la fuerza de todos ellos, en su angustia por no morir. Se acercó más al mago. — No, no todavía. Observa al hechicero, — dijo él, señalando a Djarod. — Él todavía no reacciona. Djarod caminaba como un ciego, de la mano de Diana. Lo habían encontrado de rodillas junto al cuerpo de Alsacia, inmóvil, y solo cuando Diana lo tocó, él se levantó y la siguió. Los demás no habían podido desprenderlo de allí. — Pero... estoy seguro que es por aquí... un túnel bastante antiguo, que baja recto hasta el antiguo lago... — ¿Con una escalera? — susurró Drassy, sintiendo que el frío le subía por la espalda. — Sí, una larga escalera... ¿Lo conoces? Drassy no contestó. Aquella escalera... Ella había subido aquella escalera como prisionera de la Serpiente. Y la había vuelto a bajar como espía, para rescatar a la Protectora de la Rama de Cobre. Sí, por cierto recordaba esa escalera. Y el lugar adonde conducía. — Más allá hay luz... ¿Puede ser? — dijo Aurum, que todavía llevaba en brazos a la Fénix desmayada. — No, no puede... La Torre se muere... sus fuegos se apagan... — Leanthross calló, sin aliento. Se apoyó pesadamente en la pared, y Drassy contestó por él. — Podría ser la sala de torturas... O lo que será la sala de torturas... Había fuego allí... siempre. Y si vamos por ahí, creo que puedo sacarlos... Pero...

201 — Guardias, — jadeó Leanthross, apretándole el brazo, y negando con la cabeza. — Puede haber lucha. Leanthross... Andrei. ¿Estás bien? El mago hizo una mueca y empezó a asentir con la cabeza, pero Drassy no se dejó engañar. — Vann, ven aquí. Vann se acercó. El grupo se alejó un poco, tratando de espiar en las sombras, buscando alguna señal que los orientara. Minh se acercó a Aurum y le indicó que depositara a Kathara en el suelo. El aturdido Comites sacudió la cabeza, e involuntariamente, abrazó más a la bruja. Y Minh se apartó ocultando una sonrisa cómplice. Fue adonde Diana intentaba hacer reaccionar a Djarod, y trató de reconfortarla y hacerlos sentarse y descansar un poco. Drassy y Vann cuchicheaban en el rincón. Leanthross se había apoyado en el muro y se había dejado caer sentado. Evidentemente estaba agotado. — ¿Qué dices? Me parece que no está bien... Vann rozó apenas la frente del mago y retiró la mano con disgusto. — No me gusta nada. Debe estar ligado a la Torre de alguna manera. — Es lo que yo pensé. Tenemos que dejarlo descansar un poco... — Drassy, este lugar se está derrumbando... — Y tenemos a Djarod idiotizado, a Kathara desmayada, a Argéntea desaparecida, a Alsacia muerta y a Leanthross... Bueno. Lo que sea. No podemos seguir así... — No podemos quedarnos y esperar a que se recuperen. — Sigan... Sigan sin mí... Yo ya... estoy muerto, — susurró Leanthross. Drassy se arrodilló junto a él. — Jamás. ¿Me oíste, Andrei Leanthross? Jamás. El mago hizo una mueca. — Andrei era mi padre. Mi nombre es Massimo. — No me importa. No vamos a dejarte atrás, — dijo ella con fiereza. — Vann... Tú puedes... — ¿Dejarte sola en una Torre que se derrumba? — No digas estupideces. Sabes tan bien como yo que la torre permanecerá en pie muchos años todavía. Por eso...

202 — Por eso es que debo dejarte atrás cuidando de un moribundo. — ¡Vann! — Él tiene razón... Drassy. Vete. — Ni pensarlo, — Y ella se volvió a Vann una vez más. — Vann, yo ya estuve aquí. La sala de tortura... está cerca. Y si bajas la escalera encontrarás un calabozo... el último... Hay un pozo... que da al lago y al río subterráneo. Minh pude arreglárselas con los Glubs. La corriente los llevará hasta el lago junto al castillo. Y Massimo y yo los seguiremos después. — Cassandra, no voy a escuchar nada más... Vamos todos juntos o... — O nada. La Torre... Un sonido bajo y retumbante hizo vibrar las paredes. De pronto pareció que todo a su alrededor temblaba. — Nadarenna... Nadarenna ha muerto. ¡Corran! Y las paredes empezaron a sacudirse al unísono, en el más terrorífico temblor que jamás se haya visto. Nunca supo qué fue lo que pasó. Las sacudidas en el suelo lo lanzaron hacia atrás, lejos de su esposa. Y ella... Las rocas del techo empezaron a caer como lluvia, y un par de manos fuertes lo arrastraron lejos de las piedras. — ¡Vamos, muévete! — Era la voz de Minh. — Drassy... ¡Cassandra! — No puedes volver atrás ahora... Muévete. — ¡Cassandra! Con la misma fuerza de unos momentos atrás, Minh lo retuvo de este lado hasta que el temblor cesó. Cuando pudieron volver a ver, el túnel, hasta donde podían ver o adivinar se había derrumbado. Vann sacó su varita. — ¡No! No puedes hacer nada ya... — dijo Aurum en voz baja. — es demasiado tarde. Diana lo miró horrorizada. — Vann... Yo... Vann la miró sin reconocerla. Más allá, Djarod pestañeaba, aturdido. Y Vann tuvo la espantosa certeza de que estaba muerta. La Torre, sí, pero también su esposa. No escuchaba en su mente ninguno de sus absurdos porqués que tanto habían enojado a

203 Nadie hacía tantos y tantos años, y ninguna de sus voces canturreaba allí, en el rincón de su mente que él reservaba para ella. Cassandra... ¿Dónde estás?, pensó. Pero no recibió respuesta. Esperó, y segundo tras segundo pasaron, mientras se concentraba en ella y continuaba esperando. No sentía dolor, y sabía bien que cualquier herida que ella sufriera, él lo percibiría. No sentía la oscuridad, ni la luz, ni el miedo... No podía hacer contacto con ella, como si ella ya no existiera. Y al fin, se dejó caer impotente sobre sus rodillas, frente a la pared de roca desmenuzada. — Djavan... Tenemos que irnos, — dijo Minh suavemente al cabo de unos momentos. — Empieza a caminar. Y Vann, sin saber lo que hacía, la obedeció en silencio. Tal como Drassy había dicho, la sala de torturas tenía un hogar siempre lleno de brasas. Los temblores habían desmoronado parte de la estructura, pero la chimenea permanecía, tal vez más libre, y el fuego se levantaba, brillante. Un fuego natural, sin nada de magia. Solo cuando llegaron allí, Minh permitió a Vann detenerse. Lo hizo sentarse junto a Kathara, que permanecía desmayada, y Aurum, que la cuidaba. Y se llevó al atontado Djarod hacia la escalera obstruida, para intentar junto con Diana y ella misma, abrir un camino que les permitiera salir. Aurum miraba a Vann, ese forastero desconocido hasta hacía pocas semanas, con una mezcla de piedad y vergüenza. Había sido él, Vann, y no Aurum, quien había salvado a la Fénix. Y recordaba muy bien la forma que había tomado la contra maldición del hechicero. Un fénix de fuego negro. Kathara. El significado de las alas en su Vara se le hizo claro. Y el diseño de la alfombra voladora. Aurum ocultó su desazón y se las arregló para decir en tono casi normal: — Ojalá pudiéramos hacer algo... Vann lo miró. — Para curar a Mevalanna... — dijo en tono de disculpa. Vann volvió a mirarlo y sacó su vara. La serpiente negra se descubrió sin siquiera pedirlo él. Y la piedra blanca, la piedra de poder, centelleó clara sobre la bruja desmayada. La respiración de la Fénix se volvió más profunda y regular. Aurum suspiró. — De manera que... Fuiste compañero de una Fénix, — dijo, señalando las alas desplegadas en la Vara.

204 — Fue hace mucho tiempo, — dijo Vann, clavando de nuevo los ojos en la oscuridad. Las alas de la Vara, y los otros símbolos desaparecían lentamente. — Pero aún la recuerdas. La llamaste. Vi la manera como salvaste a Mevalanna, con un fénix de fuego negro. Vann no contestó. — ¿Ella fue...? ¿Fue ella tu compañera? — preguntó Aurum de pronto. — ¿Qué? — contestó Vann, sorprendido. — ¿Si Mevalanna fue tu pareja? Vann observó al joven Comites, y no vio sino a un muchacho atemorizado. Suspiró. — No. Kathara Dimerona es mi hija, y Kathara ye-Melani fue mi compañera. Aurum suspiró. — Dos... ¿Dos muertes más para Mevalanna? Dime, ¿cómo puedes...? ¿Cómo puedes soportarlo? Vann miró a Aurum con piedad. — Doce años, Comites de la Rama de Fuego. Doce años desde que lo pierdas todo hasta que tu vida vuelva a tener sentido... Doce años fue lo que demoró Kathara ye-Melani en salir de su huevo, y veinte años es lo que demoré en poder tener entre mis brazos a Kathara Dimerona. Veinte años en que fui el Vigía. Aurum lo miró desde las sombras un momento más. No podía decirle nada, pero había lágrimas de alivio en sus ojos. Mevalanna... Mevalanna no era un amor imposible, después de todo. Sólo tenía que encontrar la manera... En ese momento, Kathara se movió y suspiró, y Aurum se inclinó hacia ella. Vann se levantó, discreto y fue hacia el túnel, donde Minh y Diana intentaban abrirse camino.

205

Capítulo 20. La tercera puerta.

La escalera era larga y empinada. Bajaron de a uno. Minh iba adelante, con Djarod y Diana. Y de nuevo, Kathara y Aurum eran los últimos. Justo detrás de ellos, bajaba Vann la estrecha escalera. Muchas marcas señalaban aquella pared. Algunas eran marcas hechas por manos sucias de barro, pero otras muchas, eran marcas de sangre. Algunas largamente desvaídas, otras recientes. La Nadarenna se había alimentado de la vida de sus prisioneros, también. Vann pensó un momento, si las manos de Drassy irían a engrosar la larga colección de marcas antes que el longevo cadáver de la Torre fuera por fin demolido. Pero Drassy jamás se había rendido, ni ante Althenor, ni ante la torre, ni ante nadie. No, pensó el hechicero, rozando apenas la pared con su propia mano. Esta roca jamás conocería la caricia de Cassandra. Ella no se rendiría nunca. El grupo que bajaba una quincena de escalones más adelante se detuvo de pronto. — Aquí hay una puerta... — Tiene que ser la última. Drassy dijo que en el último calabozo hay una grieta, o un pozo... — dijo él desde la retaguardia. Vio a Minh enderezarse. — El camino está de nuevo bloqueado. Vamos a mirar aquí primero, ¿está bien? Antes de seguir retirando escombros. Vann gruñó un asentimiento. No tenía sentido seguir escarbando en los cimientos de la Torre muerta. Antes o después tendrían que llegar al lago, y de allí... Se entretuvo un poco más en la escalera, mientras los demás se adelantaban. Él no se iría sin Cassandra. Y Kathara se volvió y se acercó a él. — Aurum me lo dijo, — susurró. — ¿Es verdad? Vann la miró desde las sombras. Ella parecía tan perturbada como el joven Comites un rato antes. — ¿Qué cosa? — Que me conoces en dos vidas diferentes... Tres con ésta. — Sí. — Yo... yo quisiera saber... ¿Ha sido...? ¿Ha sido bueno? ¿Valió la pena?... Yo...

206 Vann se permitió una sonrisa tenue. Ella también era muy joven aún, una muchacha que apenas asomaba a la vida, aunque se codeara con las grandes embajadoras del Interior, y luchara como una de sus guerreras. Apenas asomaba a la vida y ya tenía que enfrentar su propia muerte... Tomó la mano de la Fénix y la sostuvo entre las suyas. La acercó a sus labios, y sopló. — Cada minuto contigo ha sido perfecto, Kathara. Como madre, como hija... y como abuela... En la mano de la Bruja Fénix resplandecía una burbuja de luz dorada. Kathara la acercó a sus ojos para verla mejor. El prado del Trígono resplandecía plateado a la luz de la luna. Una pareja caminaba de la mano. Las flores se mecían en la brisa tibia de un verano que para los enamorados sería eterno. Y entonces, al borde del lago, él se detuvo y se arrodilló frente a ella. — Mevalanna... Lo pediré otra vez: Sé mi esposa... — Sólo si me atrapas... — reía ella. Y la Fénix abría sus alas y se alejaba hacia el bosque, mientras el mago se transformaba también en un búho grisáceo y volaba tras ella. Y de nuevo, el prado del Trígono brillaba con la luz, pero en esta ocasión, la luz del sol. La mañana se abría, llena de promesas, y el rocío centelleaba entre la hierba. Una bruja pelirroja danzaba entre las flores. Y Kathara vio al muchacho que la espiaba, indeciso, desde el borde del bosque. — ¡Kathryn! Es hora... Date prisa, o nos dejarán afuera del mercado... — llamaba el padre. — Ah, señor Fara. El profesor Hazze tiene un par de encargos para usted, de manera que esta vez nos acompañará. Vaya a cambiarse. Y el muchacho que salía corriendo en dirección al castillo, seguido por la mirada curiosa de la muchacha. Y por fin... Una niña, la misma niña de cabellos rojos, que volaba montada sobre un dragón dorado, mientras otros dos, uno verde oscuro y el otro de un rosa casi púrpura hacían volteretas a su alrededor. Y la pequeña Fénix se reía en voz alta y se paraba sobre su montura, saltando al vacío, para caer directo en la espalda de los otros dos dragones, a los cuales dirigía en vuelo, un pie sobre cada uno de ellos. Y

207 mientras tanto, abajo se escuchaban los gritos entre felices y horrorizados de Drassy, la madre adoptiva. Kathara Mevalanna apartó la vista de la bola de luz con dificultad. Tenía lágrimas en los ojos. — Esto es... Es... — Son solo un puñado de buenos recuerdos, algunos propios, otros prestados. Ha sido bueno estar contigo, Kathryn. Y ha sido aún mejor vivir junto a Kathy. Ahora solo tenemos que preocuparnos por sortear la maldición. — La maldición... — Kathy es solo medio Fénix, como lo fue Kathryn. Y Cassandra y yo hemos estado estudiando de qué forma evitar que la maldición la alcance... Pero si fracasamos... Pues, de todas maneras te recibiremos una vez más, y cuidaremos de ti como siempre. Kathara inclinó la cabeza y se apartó un par de pasos. — Gracias, Djavan... — susurró. Vann levantó la cabeza y la miró. Sus ojos brillaban dorados en la penumbra. — No sé si te sirva de algo... ahora que la Guardiana no está, pero... Hay una profecía... — ¿Profecía? — Entre las Brujas Fénix. Existe una leyenda, una profecía de liberación... Que comienza con una Fénix con destino de fuego... una mevalanna. — ¿Cómo tú? — Tal vez. Búscala, Djavan de la Rama de Plata. Tal vez te ayude a romper todas las maldiciones... Vann se enderezó. — Tal vez... — ¡Aquí está! — La voz de Diana se alzó sobre todas las otras. — ¡Una grieta! Del otro lado se ve el lago... — Déjame ver... — pidió Minh. — ¡Vaya! ¿Quién lo hubiera dicho? Estamos bastante arriba del lugar... — Habrá que derribar la pared, — acotó Aurum, con sentido práctico. — Mevalanna... Si... si te sientes bien, creo que una de tus bolas de fuego podría...

208 — Sólo si tú la fortaleces, Comites. Yo sola no tengo tanta fuerza, — dijo ella. Pero su voz sonaba confiada, como si pensara que ninguna cosa era imposible si estaban juntos. — Creo que... Creo que mejor lo intentamos todos a la vez. ¿Minh, qué piensas? Escasamente pudo la Comites Minh hacer que su voz sonara indiferente. Pero las sombras ocultaban la sonrisa que pugnaba por mostrarse. — Como quieran. ¿Diana? — Estoy... Estoy lista. ¿Djarod? — Sí. — ¿Vann? No hubo respuesta. — ¿Vann? ¡Vann Dimor! ¡Djavan de la Rama de Plata! Pero Javan Fara, Djavan de la Rama de Plata, Vann Dimor en este viaje, ya no estaba allí. Había vuelto atrás, a buscar a Cassandra. El último estertor de la Torre y la lluvia de piedra y casquijo que había colapsado todos los otros túneles la había separado de los demás. Había caído, atontada y medio desmayada sobre el cuerpo inerte de Leanthross. Para cuando volvió en sí, él permanecía sin sentido, y ella no podía ver nada. Enfocó su pensamiento en Vann, pero por alguna razón, no podía escucharlo desde aquí. Sin embargo, él no podía estar muerto. Lo sentía muy adentro suyo, como siempre lo había sentido. Él no estaba muerto, la Torre no los había aplastado. Y mientras los otros tenían que recorrer los interminables túneles buscando una salida, ella todavía podía atravesar la piedra y salir a través de las mismas rocas, si era necesario. Vann lo sabía, y él mismo también podía hacerlo eventualmente. Drassy sólo esperaba que él lo recordara. Porque cuando Vann perdía la cabeza... Con una sonrisa evocó la imagen de su esposo levantando su magnífica Vara y dejando fluir el imponente poder de la Fénix. Sí, él también, como Sombra de la Guardiana podía canalizar la magia latente en los demás. ¡Si ni siquiera había necesitado dar una orden! Aquella maravillosa Vara de pluma de ornitorrinco era capaz de la magia más formidable. Y había pagado el mismo precio que ella tenía que pagar cada vez que abusaba de su papel de canal. Pero era solo cansancio, y Vann era fuerte, y tenía su propia magia consigo. No, Drassy no estaba preocupada por su esposo. Muchas

209 veces se habían prometido que partirían juntos cuando llegara la hora. Él no podía haberse ido sin ella. Tenía que estar bien. Por un rato, Drassy continuó argumentando las razones por las cuales Vann no podía estar muerto, e ignoró el hecho que no podía percibir sus pensamientos. Si por un segundo consideraba seriamente que ya no volvería a verlo, se volvería loca. Y no podía permitirse ese lujo. De manera que cuando la discusión amenazó con volverse interminable, la abandonó para considerar su situación actual, y la de su compañero. Leanthross estaba desmayado. Seguía pálido, casi transparente, como si ya no le quedara sangre en el cuerpo. Y sin embargo su piel ardía. Drassy recordó los signos de la maldición de Andrei, pero estos no se le parecían demasiado. No, no creía que se tratase de la maldición. Había algo más en juego. Y necesitaba desesperadamente sacarlo de aquí. Así que deja de pensar tonterías y de perder el tiempo, y mira a ver qué hay, se dijo. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. De manera que tanteó a su alrededor, antes de encontrar una de las antorchas y lograr encenderla. La luz le mostró que estaba en una cámara cerrada, una bolsa de aire que se había formado en el recodo del pasillo, al colapsarse los dos túneles, el de entrada y el de salida. No había ningún resquicio por el cual escurrirse. Y de todas maneras, estaba Massimo. El mago continuaba inconsciente, pero ahora que tenía luz, ella veía la sombra oscura que crecía a su espalda. — ¿Qué es eso? — murmuró en voz alta, acercándose de nuevo al herido. Y apoyando la antorcha en un par de rocas, lo dio vuelta de espaldas para poder examinarlo. Era algo que nunca había visto antes. De la espalda de Leanthross salían unos cristales oscuros, que se volvieron sólidos apenas ella lo separó del suelo. De esos cristales, una especie de vapor o sombra se extendía por el cuerpo del mago. Con precaución, Drassy tocó la zona de piel oscurecida, y se estremeció. El hielo de muerte de la Nadarenna invadía a su antiguo servidor. — Me alcanzó cuando el cristal estalló... — susurró Leanthross, volviendo en sí. — De todas maneras... ya estaba maldito... Es solo un... adelanto... Drassy lo ayudó a sentarse, y el hombre se recostó contra la pared. Los cristales de hielo se hundieron un poco más en su cuerpo, y el mago hizo una mueca de dolor. — Deberías estar con los otros... — susurró. — Te dije que ya estoy muerto... Drassy resopló. Desde donde estaba, Leanthross no podía ver que el túnel ya no tenía salida. Y ¿para qué discutir?

210 — Los alcanzaremos luego. Dime qué puedo hacer para detener la maldición. Leanthross dejó escapar una risa sin alegría que lo dejó sin aliento una vez más. Drassy se estremeció. Su resignación se parecía mucho a la de Andrei, en los tiempos de su maldición. — Nada... La Nadarenna nos llevará a todos con ella... A todos... sus servidores... tal vez incluso a Edenor... Quédate tranquila... Sólo te pido... Drassy se inclinó hacia el mago que inspiró profundamente para decir lo que tenía que decir. — ...que si puedes, no permitas que la maldición alcance también a Carlo... — ¿Qué? — Que... salves a mi... hijo. Si me mata la Torre... la otra maldición... la de la familia... quedará libre de tomarlo a él... No lo permitas, y si... si puedes, líbralo de ella... Drassy miró a Massimo Leanthross, y un par de lágrimas se asomaron a sus ojos. Ella... no podía negarse, pero no podía cumplir esa promesa. Las vidas de todos debían seguir su curso. — ¡Prométemelo, por favor! De pronto el hombre se había sentado, y le aferraba las manos con fuerza. Drassy lo miró a los ojos. — Te prometo que cuando llegue el momento, si está en mi mano, ayudaré a tu heredero a romper la maldición, y ninguno de tus descendientes será un maldito. Leanthross sonrió. Fue una sonrisa fugaz, porque las sombras de hielo ya lo envolvían. Drassy se inclinó hacia él para abrazarlo en ese último momento, pero las sombras la rechazaron. Y escuchó al mago recitar un último hechizo. El cuerpo del mago se convirtió en piedra, pero el sonido de la invocación continuaba desde la roca. Detente, espera... Espera, detente... La piedra retrocedió un momento, y Drassy se dio cuenta que el mago moribundo estaba enfocando todo su poder en detener la maldición para que no llegara hasta su hijo. Y vio el cuerpo petrificado de Leanthross cubrirse de llamas cuando todavía no había terminado la invocación, y ella unió su poder al del mago mientras éste se reducía a cenizas, entregándole la magia que necesitaba para lanzar el último hechizo. Akinómar ende, o’miro bakhat... Vete en paz, amigo mío, que tu hijo estará protegido... La maldición esperará. Vio moverse un poco la forma de piedra bajo las llamas, como si fuera una última sonrisa de gratitud, pero también pudo ser la roca que se desmoronaba. El cuerpo

211 de Leanthross, roca, fuego y hielo, se consumió, y Drassy permaneció unos momentos observando su lugar vacío. El mago ya no estaba. Cassandra bajó la cabeza y cerró los ojos. — Sombra... — susurró, enviando su pensamiento con fuerza a través de las paredes hacia su esposo. Y mientras esperaba así, con los ojos cerrados, algo cambió en la cámara sellada. — Cassandra... — Javan... Y ella se volvió para abrazar a su esposo que venía por ella. — Me pregunto cómo haces para meterte en estos líos... — susurró él al cabo de un rato, cuando ella dejó de besarlo y le permitió respirar. Ella soltó una risita y se apretó un poco más contra él. Y él la recibió, cálido. — Podríamos tomarnos unas vacaciones aquí. Mira qué tranquilo es... — Sí, maravilloso. ¿Cuánto crees que nos durará el aire? — No lo sé. ¿Acaso importa? Tú y yo podemos atravesar la roca... — Sí, Cassandra. Las rocas. No las paredes de una Torre viviente, aunque esté muerta. — ¿Qué? Vann apartó la cara con un gesto. Ella había gritado en su oído. — ¡Sh! Te escucho perfectamente desde aquí. — ¿Me estás diciendo que no podemos salir? ¿Y cómo diablos llegaste aquí? Vann se encogió de hombros. Todavía estaba abrazándola, y no parecía tener intenciones de liberarla. Había creído que no volvería a tenerla. — Me llamaste, ¿recuerdas? ‘Sombra de la Guardiana, ven por mí’ o algo parecido. Yo estaba del otro lado del derrumbe, tratando de mover un par de toneladas de roca muerta. — No, yo... — ella se interrumpió. — Sí, te llamé... pero no fue tan largo. Así que... — Es como en la mazmorra de Nadie. No podemos salir. — ¿No vendrá Vlad a buscarnos? A su pesar, Vann se rió. Ella siempre había sido demasiado familiar con el vampiro rastreador.

212 — No lo creo. Le faltan muchos años para nacer, y muchos más para convertirse en vampiro. — ¿Y entonces? ¿Nos sentamos a esperar que nos rescaten? — Eso... o nos sentamos a esperar morirnos juntos. Tú decide. Ella se rió. Señaló una de las rocas, y él la llevó hacia ella. Y se sentaron juntos, todavía abrazados, cuchicheando acerca de las muchas cosas que habían visto y hecho en este viaje. Drassy estaba casi dormida sobre su hombro, y Vann empezaba a sentir el enrarecimiento del aire. Aunque ella seguía pensando como científica antes que como bruja, observó, ya que la luz que había encendido en la antorcha no consumía el oxígeno de ellos. Una vez más observó la pared desmoronada, tonelada tras tonelada de polvo de roca, metro tras metro de túnel colapsado... Y lo mismo en la otra dirección. Sabía que en algún momento futuro, Althenor despejaría estos túneles, o construiría túneles nuevos; pero por ahora ellos no podían hacer nada. Tal vez la Serpiente encontrara sus cadáveres aquí abajo. Una especie de venganza por anticipado, ya que ellos habían eliminado a Althenor. Vann ahogó un bostezo. Sin duda el aire se estaba enrareciendo. Le daba sueño. Eso o las muchas horas de vigilia, persecución y lucha. Apoyó la mejilla en la cabeza de Drassy, y volvió a aspirar su perfume a jazmines. — ¿Crees que ya habremos solucionado el problema de Adjanara? — preguntó de pronto Drassy. Vann se sobresaltó. — Amor... Casi estaba dormido. — Mm... Lo siento, — murmuró ella, besándolo, y separándose de él un poco. Se reclinó contra la pared de piedra y le hizo señas de que apoyara la cabeza sobre su regazo. Y comenzó a acariciarle la frente como solía. — Pero... ¿te parece que haya servido de algo? — Hm... Es difícil de decir... Has emancipado a la Comites Minh, que según Diana será Anciana Mayor pronto... Alborotaste a la mitad de las criaturas del Interior... Revolucionaste a las Pequeñas Hadas... Ofendiste a Taramir...Y, ya me olvidaba... ayudaste a matar a la Nadarenna... Creo que aún si no logramos nada con Adjanara, ya hicimos suficientes desbarajustes como para que Nadie nos llame al orden... Drassy se limitó a sonreír. Nadie ya les había advertido antes acerca de las complicaciones y las consecuencias de alterar los tiempos.

213 — Pero, ¿te parece...? — Cassandra... Ayudaste a Beryl a superar sus limitaciones, ayudaste a Celina a aceptar las suyas, lograste que Diana conteste cuando se le habla... ¿Qué más querías lograr? — Bueno, por lo menos, hicimos que tu madre no se muriera de miedo al conocer a Djarod... — No... Hiciste que considerara convertirlo en cucaracha. No sé qué es peor. Drassy se rió y él la miró unos momentos. Ella había reclinado la cabeza contra la pared y parecía que se iba a quedar dormida otra vez. Pero volvió a hablar con los ojos cerrados. — Siempre me hechas la culpa de todo, pero estoy segura que tú también has hecho tus cosas aquí... — Ahá... Conseguí leer varios manuscritos interesantes, que están desaparecidos en nuestra época. Llevo una copia de ellos en el bolsillo. — ¡No! — protestó Drassy, tironeándole del cabello. — No me refiero a rescates culturales... Pensaba en personas... Vann guardó silencio unos momentos, pensando en Aurum y Kathara. Y en Djarod y Diana. Y en Argéntea. — No, — dijo al cabo de unos momentos. — No he cambiado la vida de nadie aquí antes... — Javan... — Yo no cometo tonterías. — Javan Fara... — volvió a advertirle ella, tironeándole del cabello. — Está bien. Le di unos consejos a Minh... sobre cómo cuidar de los wyverns sin que los Tres se enteren... — ¡Ajá! ¿Y? — Ehm... Le conté unas cositas a Kathara... y a Aurum. — ¿Les contaste...? ¿Qué cositas? ¿Y que hay de las reglas de la profesora Dragón? — Ella no me preocupa. Es mi esposa la que es de cuidado... — ¡Tonto! — rió ella. Y volvió a acariciarle la frente. Y él sonrió, y la espió por entre las pestañas, y ella se sonrió cuando vio el brillo de sus ojos, y se inclinó y lo besó.

214 De nuevo estaban dormitando. La espera sería muy larga. Empezaba a hacer calor, aquí abajo, y no había nada que pudieran hacer. Traer algo de nieve con un conjuro no mejoraría su situación. Y de todos modos, los conjuros no funcionaban. Como la vez anterior, no podían desaparecer, ni transformarse, ni hacer magia prácticamente de ninguna clase. Apenas les estaba permitido hacer luz. Ella se había acurrucado contra él, y él la abrazaba, como siempre, como al principio, solo que ahora esperaban el final. Y los minutos se desgranaban lentamente al compás de la llama que danzaba silenciosa. De pronto, la luz fluctuó, despertando a Vann. Se enderezó en su lugar, y Drassy abrió los ojos, alerta junto a él. — ¿Qué es? — susurró casi sin voz. — La luz... Ha cambiado. Drassy se volvió a la antorcha. La llama parecía sin duda la misma. Fría, incolora, pero con toda la apariencia del fuego real. Y se volvió de nuevo a Vann. — ¡Ah! — No pudo evitar soltar, llevándose la mano a la garganta. Detrás de Vann había alguien más. Vann se dio la vuelta y se levantó de un salto. — Taramir... — suspiró Drassy. — Por lo que veo, no soy bienvenida. Puedo irme, si molesto, — dijo la recién llegada dando media vuelta. — ¡No! No te vayas. Como ves, estamos en un aprieto, — dijo Vann. — Necesitamos tu ayuda... — Eso puedo verlo. — ¿Nos ayudarás? — dijo Drassy en tono casi suplicante. Casi todas las criaturas del Interior esperaban ese comportamiento de su parte, y supuso que la orgullosa Taramir también lo esperaría. Pero la Torre la miró con indiferencia. — No he venido a eso, sino a cumplir la promesa que te hice, Guardiana. La hora ha llegado. Pueden atravesar la tercera puerta. — Taramir... — dijo Vann, eligiendo con cuidado las palabras. — Te lo agradecemos mucho, pero como ves, en este lugar no tenemos permitido hacer magia. Con gusto te acompañaremos si nos llevas hasta la tercera puerta. — Pero Diana... — empezó Drassy. Pero Vann la hizo callar con un gesto. Taramir la miró levantando una ceja.

215 — Djana será mi aprendiza. Djarod está de acuerdo. La historia se desarrollará como ustedes la conocen. De manera, — dijo, mirando fijamente a Drassy, — que ya han cumplido su trabajo en este tiempo. Es hora de que vuelvan al suyo. Drassy asintió en silencio, apoyándose apenas en el brazo de Vann. La Torre se volvió hacia él. — Saca tu Llave, Djavan de la Rama de Plata, porque siempre serás bienvenido en mi casa. Y diciendo estas palabras, el espíritu de la Torre se volvió y desapareció, dejando tras de sí una puerta de madera con una cerradura de bronce profusamente labrada. Vann se inclinó ante la puerta y ante la Torre, y tomando la llave que llevaba al cuello, la metió en la cerradura y la giró. La puerta se abrió silenciosa, y él y Drassy cruzaron el umbral de regreso a casa.

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Capítulo 21. El río subterráneo.

El grupo se detuvo en suspenso en la mazmorra. Vann no estaba con ellos. — ¡Maldición! — gruñó Minh. — Debe haberse ido tras su mujer. Los demás guardaron silencio, sin saber qué decir, excepto Djarod. — ¿Y qué esperabas? Esos dos están unidos más allá de la magia. No creo que nada pueda separarlos. Diana lo miró desde las sombras. Y Minh limitó su réplica a un ligero bufido. Aurum intervino. — ¿Y entonces? ¿Qué hacemos? ¿Volvemos por ellos? — Volver, por supuesto. Eso ni se pregunta, — dijo Kathara, que ya daba la vuelta para subir por la escalera de regreso hacia la sala de torturas. Diana empezó a seguirla, pero el tirón de Djarod en su mano no la dejó ir muy lejos. El Dueño de la Torre no se había movido. — No creo que nos competa a nosotros ir por ellos. Aurum se volvió, y la furia brillaba en sus ojos. — ¿¡Qué dices?! Es por ti que estamos aquí. Por ti y tu amiga ryujin. Ellos dos no creyeron que salvarte no fuera de su competencia... La furia había encendido al sosegado Comites del Fuego, pero Djarod le respondió con frialdad. — No me malinterpretes. Lo que estoy diciendo, Comites, es que ellos no pertenecen a nuestra línea de tiempo. No está en nuestro poder salvarlos, así como no estuvo en el de nuestros enemigos aniquilarlos. No podemos salvarlos. Aurum se quedó mirando al hechicero. Minh carraspeó. — Dime, Djarod. ¿Cómo sabes que ellos no pertenecen a nuestra línea? A menos que Diana te lo haya comentado... — Yo no dije nada, — acotó la muchacha rápidamente. Y Djarod le apretó un poco la mano. — Están fuera de la línea. Hay nudos de tiempo todo a su alrededor... Cualquiera que alguna vez haya estado en una Torre podría ver eso, — dijo él con orgullo. — Y si

217 tú vas a entrar a mi Torre, deja de disculparte por tener poder o conocimiento, Diana, niña. Minh asintió y se encogió de hombros. — Está bien, si tú lo dices. Los Tres también nos dijeron lo mismo. Y empieza a tratar mejor a mi aprendiza, porque de lo contrario no te la entregaremos. — ¡Hey, hey! Creí que la decisión era mía, — protestó Diana, algo nerviosa. — Taramir dijo que era yo la que tenía que elegir... Aurum miró a Diana y sonrió. Djarod seguía mirando ceñudo a Minh, pero ella, que había estado enfrentándolo con los brazos en jarras se rió en voz alta. — Es cierto, Diana, es cierto. Pero... no pude resistir la tentación de discutir con él. Hace muchos años que no hablamos. Djarod siempre se envuelve en esos hechizos fastidiosos que no te dejan respirar, y nunca puedes darle un buen tirón de orejas, que es lo que se merece. Porque yo también puedo hablar con un Dworm, y sé muy bien quién tiene los últimos Hemeromorfos, Jared Fara. Y entonces Djarod la miró fijamente y de pronto empezó a reír. — Pero... — dijo cuando recuperó el aliento. — No has entrado en la Torre. Todavía no te he entrevistado. Minh se encogió de hombros. — Y no lo harás. Pero no se necesita mucho para que tus perros malcriados me dejen pasar. Djarod volvió a reírse. — ¿Qué les diste? ¿Rocas de Zahamar? — No, cariño. Son muy raras. Les hice unas galletas de arenisca en uno de los hornos del Interior. Créeme, les encantaron. — ¿También a Feldespato? — preguntó Diana, que para sus adentros se preguntaba qué diablos serían las rocas de Zahamar. — ¿Felde...? — empezó Minh. — Feldespato, el tercer componente del granito. ¿Es que no has estudiado geología forastera? — dijo Djarod. Y Diana soltó otra risita. — ¡Señores! Mientras ustedes discuten tonterías, tenemos que tomar una decisión importante... — dijo Kathara desde la puerta de la mazmorra. — No, Kathara Mevalanna, Bruja Fénix, si no me equivoco. — Era la primera vez que Djarod prestaba atención al grupo. Kathara asintió con una inclinación. — No

218 hay elección posible. Aunque vayamos tras Vann Dimor, no lo alcanzaremos. No está en nuestras manos. Aurum lo miró indeciso un momento. Y se volvió a Minh. — ¿Y tú qué crees? Porque no es decisión de la Torre sino del Trígono. Minh suspiró. Era la mayor de los Comites que quedaban, es decir ella y Aurum, ahora que ya no estaba Argéntea. Pero estaba segura que la Dama de Plata también estaría de acuerdo con Djarod. — Mira, Aurum, —dijo suavemente. — Creo que no es decisión ni de la Torre, ni del Trígono. Y creo además que deberíamos fomentar la unión entre nosotros en lugar de discutir por quién tiene más poder o quién toma mejores decisiones... — Pero... — Creo que Djarod tiene razón. Debemos volver a casa. Djarod se volvió a la pared y sacó su retorcida vara. Pero Minh no había terminado. — Pero creo que antes de marcharnos podemos subir y ver si Vann y Drassy necesitan de nuestra ayuda... De modo que Djarod, Diana y Kathara se quedarán aquí, y tratarán de despejar el camino para nosotros, y tú y yo subiremos a buscar a los rezagados. — No, yo no me quedaré aquí. Pueden necesitar la colaboración de un fénix... — dijo Kathara, acercándose y aferrando la mano de Aurum, que la aceptó sin más. Minh se encogió de hombros. — Está bien, entonces... — Yo también quiero ir, — dijo Diana de repente. Y Djarod soltó su mano. Minh se volvió a ella. — Mejor quédate, estarás más segura si te quedas con él. Diana se permitió un ligero sonido de protesta, antes que la mano de Djarod la atrapara nuevamente. Y él la atrajo hacia la pared. — Saca tu vara, niña. Si vas a entrar... — Ya basta, Djarod, — advirtió Aurum desde la puerta. Djarod se volvió hacia él e hizo un gesto de impaciencia. — ¡¿Cómo quieren que eduque un aprendiz en estas condiciones?! ¡Van a enviarme una niña absolutamente malcriada! Diana soltó una risita y tocó el brazo de Djarod para mostrarle su varita. En las sombras pudo ver que el mago sonreía, aunque trataba de disimularlo. Y en las entrañas

219 de la torre muerta, mientras la Fénix, Aurum y Minh iban a registrar los pasillos superiores, Diana tuvo su primera lección con el Amo de la Torre de las Mil Puertas. La escalera era difícil de subir. Los escalones parecían haberse resquebrajado desde que ellos habían bajado. Kathara se tropezó en las rocas desmoronadas y Aurum la sostuvo. Minh se volvió a medias y dijo: — Muchachos, ya que ustedes pueden transformarse, sugiero que no continúen tropezando y vuelen de aquí... — Pero Minh... — Vamos, Aurum. Puedes ir más rápido y ver mejor en las sombras. Aprovecha tus ventajas... — Tiene razón. Pero... — Sí, tus alas serían demasiado largas, Kathara. ¿Aurum? — Está bien. Allá voy. El búho gris aleteó unos momentos en el sitio que había ocupado Aurum, y salió raudo hacia la oscuridad del pasillo superior. — ¿Qué sucede, Minh? Minh miró a Kathara con sorpresa. — ¿Por qué dices eso? — Querías deshacerte de Aurum. ¿Qué querías decirme? — No es nada, Kathara. Pero... No es fácil hablar allá, ni siquiera en el Interior... — Dilo de una vez, Comites de la Rama. ¿Qué dirás? ¿Que me aleje de los que no son de mi especie?— dijo la Fénix con altivez. Minh soltó una risita. — No, Kathara. Eso lo dejaré para tus Ancianos. Ya tendrás bastantes problemas con ellos. Yo... solo quería pedirte un pequeño favor... — Te escucho... — Alsacia... Me dejó unas criaturas... — Ay, no... Aurum me contó de las veces anteriores... — ¿Las otras? No es tan malo... — ¿Qué es esta vez? — ¿Me ayudarás? Son unos wyverns. Tres... Necesito llevarlos a algún lugar seguro del Interior... sin que los Tres... — ¿Y por qué no quieres que Aurum se entere?

220 Minh hizo un gesto indefinido. No deseaba criticar al otro Comites en presencia de su futura prometida... si las señales indicaban lo correcto. — Es muy... quisquilloso. Todavía no conoce bien a los Tres, y cree en todo lo que ellos dicen. — Bueno, yo... — ¿Tú también? ¿Y nunca te preguntaste por qué en el Interior se refugian los Pétreos y otros de la Otra Rama? Kathara no supo qué contestar. — Querida, te lo diré aquí, que no nos escucha nadie. Tendrás que tener opiniones muy firmes, si vas a intentar lo que yo creo... Kathara se puso súbitamente colorada. Pero dijo: — Creo que tienes razón. Deberíamos ser más observadores en el Interior. Te ayudaré. — Excelente. Yo no puedo ir, no tengo magia de fuego. Aurum podría, pero no querrá. Y si alguien puede convencerlo eres tú. — ¿Ir? ¿Adónde? Minh inspiró profundamente. — Al Valle de la Flama Infinita, — dijo. Y para su sorpresa, Kathara Mevalanna sonrió y asintió. — Por supuesto. Los llevaremos en la Puerta del Verano. Aurum abrirá las Puertas para mí... Minh la miró y sonrió. Probablemente Aurum no sería fácil de convencer. Pero si la Mevalanna decía que iría, era seguro que los wyverns de Alsacia llegarían a salvo. Y sería una excelente aventura para comenzar el romance. El brillo en los ojos de Kathara así se lo indicaba. Su sonrisa se acentuó mientras miraba a la Fénix, y continuaron trepando la escalera para alcanzar si fuera posible a Aurum y a Vann Dimor. — ¿Es esta tu Vara? — preguntó Djarod. Diana se sintió de pronto avergonzada. El tono había sido de decepción. — No... no tengo Vara. Solo una varita... Ni siquiera había ido al Interior antes de este año... Djarod la miró, pensativo. — Está bien, — dijo al fin, devolviendo la fina varita. — Ya crecerá. Ahora... — ¿Me muestras la tuya? — dijo Diana de pronto.

221 — Ya la has visto, niña. En el Trígono. Diana asintió. — Sí, pero... Pero quiero ver cómo es de verdad, — dijo. — No como quieres que los demás la vean. — ¿Qué estás diciendo? — Vann nos mostró tu Torre... El día que Drassy y yo fuimos allá. Lanzó unos polvos plateados y vimos al Dworm y los Hemeromorfos... y las demás criaturas. Djarod resopló. — Polvos de tiamín... Pensé que nadie más los conocía, — murmuró. — ¿Cómo los consiguió Vann? Diana se encogió de hombros. — ¿No me mostrarás cómo es en realidad tu Vara? Djarod hizo una mueca. — Está bien. — E inició un largo y delicado floreo con la retorcida rama que mostraba como Vara. Diana quedó sin aliento. La larga Vara era de madera rojiza, tan alta como la de Vann, pero mucho más labrada. Una hebra de plata la circundaba varias veces, desde el pie, donde resplandecían unas llamas de oro, hasta la punta, donde culminaba en una cabeza de águila. En cada vuelta, la hebra plateada se dividía en numerosos símbolos, en diferentes lenguajes, y Diana observó que eran mucho más de siete. Se acercó a la Vara y la observó más de cerca. — Mm. ¿Qué es esto? — preguntó. — Una gema. Un ópalo de visión, — dijo Djarod. — Me lo regalaron hace mucho... Uno de mis maestros. Es mi piedra de poder. — Pero... ¿Qué es lo que tiene adentro? — ¿Adentro? Djarod se inclinó junto a Diana, observando la gema. — Mm. No lo sé. Un nuevo símbolo, tal vez. ¿Qué te parece? Hace años y años que esta Vara no crece. — Has estado encerrado demasiado tiempo, tal vez... Djarod la miró. — Eres la aprendiza, te recuerdo, — dijo. — No me hables como ella. — ¿Ella? — preguntó Diana sorprendida. — Como Taramir. No me hables como ella.

222 Diana miró asustada al hechicero. Pero Djarod parecía francamente divertido. Ella logró sonreír. — Dime lo que ves, Diana. ¿Qué te parece que sea el nuevo símbolo? Diana se acercó más a la Vara. Era difícil de decir. Parecía una montaña. Pero también había unas nubes alrededor, nubes que parecían alas. — Parece una montaña con alas, — dijo finalmente. — Ahá. Una montaña con alas... ¿Sabes cuál era el símbolo de la Torre cuando yo llegué a ella? — N-no. — Una roca. Una roca puntiaguda, con raíces. Y antes de eso, ¿sabes cuál era el símbolo de la Torre cuando mi maestro llegó a ella como aprendiz? Diana negó con la cabeza. — Un árbol. Y Taramir no se llamaba Taramir. Era la Torre Verde, y estaba cubierta de enredaderas y flores... Diana miró a Djarod que parecía haber olvidado dónde estaban o por qué. — El símbolo de la Torre cambia, Diana. Cambia de Dueño en Dueño. Se adapta a la magia del nuevo Amo. Mis antecesores tuvieron magia de la tierra... vegetal, mineral. Yo traje a la Torre la fuerza de la montaña... Me pregunto qué le traerás tú... — Djarod... — Saca tu Vara, — volvió a decir él. — Yo... no tengo Vara. Solo una varita, ya te dije. — No, — dijo él, sacudiendo la cabeza. — Saca tu Vara. Sácala... de adentro. De tu corazón. Diana miró al hechicero con el ceño fruncido. Miró su varita y la sacudió, pero Djarod le detuvo la mano. — No, no la muevas. Mírala. Tienes que ver tu Vara antes de que otros puedan verla. Diana miró su varita, como le decían, pero no logró ver ninguna Vara. Sin embargo, Djarod sonreía. Ella lo miró, desalentada. — No puedo. No veo ninguna Vara. Djarod asintió, y tomó la varita de Diana, y le señaló un lugar, cerca de la empuñadura. Un hueco empezaba a formarse allí, y un dibujo pugnaba por aparecer.

223 — Hm. No sé qué será, pero a mí me parece una montaña con alas, — dijo Djarod en voz baja. — Tendremos que ir a ver a los Jardineros de Varas a ver qué está haciendo tu árbol... Diana lo miró azorada. ¿Ir con los Jardineros? Realmente, Djarod tenía planes a muy largo plazo. Volvió a mirar a su varita, pero no distinguió ninguna montaña con alas en la mancha. — Yo... No lo sé. Djarod se encogió de hombros. — No tiene importancia. Ahora concentrémonos en derribar esta pared. Es una pared mágica, perteneció a una Torre Viviente... de manera que tal vez solo tú y yo podamos derribarla. Pero habrá que trabajar duro... Ahora concéntrate en... Y Djarod continuó dando instrucciones largo rato, y contestando las innumerables preguntas de Diana, y ensayando con ella los movimientos adecuados para derribar la pared de la Torre muerta. Minh y los otros habían regresado. La pared ya había sido demolida, y el camino al río subterráneo estaba despejado. Minh se detuvo junto a la corriente, mirándola con desconfianza. — Mm... No lo sé. Hay Glubs aquí... — ¿No puedes hacer algo? ¿Convencerlos de que nos dejen salir, como los convenciste que nos dejaran entrar? — Cariño... Drassy les dijo que nos dejaran pasar. Yo no. — Vamos, Minh... — dijo Aurum. — Necesitamos salir de aquí. Si puedes... Minh miró al Comites del Fuego con ironía. — ¿Ahora no te importa que hablemos neferés? — ¿Neferés? — preguntó Djarod. — No neferés, pero sí necotés. Tengo un par de Glubs en casa. Sólo larvas, pero... dan su trabajo. — Neferés, necotés... ¡qué más da! Tenemos que salir de aquí, — gruñó Aurum. Djarod se volvió a él. — En realidad, se trata del mismo lenguaje. Tiene dos versiones. Necotés es la versión masculina, y neferés la femenina... Una de las siete lenguas prohibidas. — Y tú las hablas todas. Djarod, si puedes sacarnos de aquí, hazlo de una vez. Djarod consideró por un momento contestar de mala manera el agresivo comentario del Comites de Fuego, pero luego pensó que Aurum tenía razón. Llevaban

224 demasiado tiempo encerrados en las raíces de la torre muerta. Y eso empezaba a afectar a los del Trígono, acostumbrados a la luz del Interior. Sin decir nada más, se volvió hacia el agua, y gritó unas palabras en la lengua prohibida, justo como Drassy había hecho. El agua burbujeó, y una cosa rojiza y maloliente se acercó hasta la orilla. Borboteó algo, a lo que Djarod respondió brevemente, y la criatura se retiró. — Tenemos un par de horas, pero creo que no necesitaremos tanto. Es mejor nadar ahora, antes que ellos cambien de opinión. Señoras, Comites... Y como si estuviera invitándolos a entrar a la piscina, hizo un amplio gesto que empujó a todo el grupo a las revueltas y poco atractivas aguas. El río los había arrastrado por varios túneles, pero el hechizo con que Djarod los había atado les daba también aire para respirar. Lo que no evitaba eran las sacudidas y los golpes contra las innumerables rocas del fondo. Pasaron por un par de hendiduras estrechas, y luego de unas vueltas, un par de rápidos y una caída, salieron al exterior en un remolino de espuma. — El Trígono... — suspiró Kathara, levantando los brazos. Y el fénix negro se elevó desde las aguas de la cascada. — Vamos, Aurum. Síguela. No podemos dejar que llegue sola a casa, — dijo Minh. Aurum la miró, como para replicarle, pero el fénix estaba cantando en una rama, esperándolo. De modo que Aurum también salió del agua y voló tras el fénix. Djarod miró a Minh con ironía. — ¿Y a ti donde te dejamos? — Puedes dejarnos a Diana y a mí en la linde del bosque. Podemos seguir caminando desde allí. — Ehm... Necesito a Diana todavía un poco más. La entrevista... No pudimos completarla. Minh miró a Djarod con desconfianza, pero asintió haciendo una mueca. — Está bien. Pero la quiero de regreso para la cena, ¿entendiste? — Sí, señora. La dejaré en tu puerta, a la hora que tú digas. — ¡Djarod! — El hechicero la miró, preparando su respuesta. — ¿Quién iba a decir que tú tenías sentido del humor? Y Djarod sonrió, y dejó a Minh junto a los árboles de la orilla. Y Diana siguió flotando con la corriente en la estela del hechizo del Dueño de la Torre.

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El prado del Trígono se veía curiosamente oscurecido. Diana se acercó un poco más a Djarod. Pensó que le gustaría que él la llevara todavía de la mano, como había hecho en los interminables túneles de la torre muerta. Pero allá estaba oscuro, y había peligro. Aquí... Estaban en casa. Diana se preguntó por qué el hechicero había dicho a Minh que todavía faltaba una parte de la entrevista. Minh no le había creído, de eso estaba segura. Pero la Comites se marchó hacia el castillo, seguida por el búho y el fénix, y dejó que Diana volviera con Djarod a la Torre. — ¿Qué?... ¿Para qué querías que volviésemos aquí? — preguntó ella finalmente, al cruzar el inexistente portón que separaba la zona de la Torre de los jardines del Trígono. Djarod se volvió a medias. — Ven. Desde el balcón lo veremos mejor. — ¿Qué...? — No hagas preguntas todavía. Y Diana siguió al hechicero hasta la Torre, y arriba, por la escalera caracol hasta el balcón del segundo piso, a la habitación que había ocupado Alsacia. La ventana era alta, y tras las cortinas se abría un balcón amplio, con rejas negras. Djarod salió afuera, y Diana lo siguió. — ¿Ves allá? ¿La niebla que sube del lago? — Sí. — ¿Y la que baja del bosque? Allá, bajo los árboles... — S-sí... ¿Qué...? — Ahora mira allá a lo lejos, a las colinas. ¿Qué ves? Diana miró, y vio una niebla rojiza que se extendía, lenta y perezosa a la luz del atardecer. Frunció el ceño. — ¿Niebla en las colinas? — dijo, extrañada. Y miró a Djarod. — Nunca habíamos tenido niebla en las colinas del norte. — Lo sé. Ni la niebla del bosque tiene por qué ser verde. No es una niebla normal. Es... — Niebla del olvido, — dijo una voz femenina tras ellos. — Taramir, — dijo Diana volviéndose. Pero la mujer-torre no estaba allí. Se volvió confundida a Djarod, que le sonrió.

226 — Pronto dejará de hablarte en voz alta, y lo hará directamente a tu mente y a tu corazón, a medida que aprendas más y más de ella, y empieces a entregarle de tu energía y poder... — dijo. — Pero Taramir tiene razón. Es niebla del olvido. ¿Reconoces la fuente? Diana volvió a mirar al prado, donde la niebla reunida empezaba a dibujar espirales de color. Y distinguió también las líneas de poder que crecían y se entretejían todo alrededor del Trígono, el castillo, los jardines... — Los Tres, — dijo, segura. — Exacto. Los Tres no permitirán que recordemos a Vann y Drassy, visitantes del futuro. Es por eso que te traje aquí... Para que la protección de la Torre nos permita recordar y entender. Dame tu mano. Y mientras Diana le tendía tímidamente su mano, él se quitó la Llave Maestra que llevaba al cuello. — Ah... la Llave, — murmuró Diana con cierta tristeza. — Creo que debo devolverte esto... Drassy me lo dio para que pudiera sanarte... allá abajo. Djarod le lanzó una mirada extraña y tomó la llave que Diana le devolvía. La observó con atención y asintió, y la colocó junto a la suya, apretándolas entre sus manos. Y la Llave Maestra lanzó un destello azulado, y la Llave Menor de Zafiro volvió a separarse. Djarod sonrió. — En realidad, pensaba entregarte una Llave Menor, Diana, pero la Guardiana se me adelantó. Taramir está de acuerdo en que la tengas, así que... Y Djarod le devolvió la Llave a Diana, que la observó con atención. — Ha... Ha cambiado, — dijo, mirando a su maestro. — Estas inscripciones... Djarod sonrió. — Por supuesto. Cada vez que renueves el pacto tendrás algo más que al principio... Pero, no creas que te traduciré lo que dice ahí... — Diana hizo un mohín. Y Djarod agregó: — Aunque si vuelves mañana, empezaremos a estudiar ese y otros lenguajes que sería apropiado que aprendieras... si esperas permanecer aquí. — ¿Me enseñarás las siete lenguas prohibidas? — dijo Diana sin aliento. Djarod se encogió de hombros. — Solo conozco cuatro... Pero creo que Minh conoce dos más. Si quieres, podemos aprenderlas juntos... — Llevará mucho tiempo... — dijo ella, dudosa. — Si no quieres...

227 — No. No es eso. Pero... Djarod la miraba, esperando. Allá abajo, en los prados del Trígono, las nieblas de olvido se habían unido e inundaban el lugar. Diana se volvió hacia el castillo, y su pensamiento voló hacia el unicornio negro y lo que él le había dicho. Ser Diana... para poder ser Djana. — Necesito... Necesito tiempo, — dijo. — Todavía tengo que aprender muchas cosas allá. Djarod asintió con una pequeña reverencia y empezó a retirarse del balcón. No sonrió. Había esperado que la niña... permaneciera. Que la aprendiza elegida de Taramir se quedara con Taramir... con él. No pudo evitar sentirse algo... decepcionado. Diana lo siguió. Él no dijo una palabra mientras bajaban de nuevo las escaleras de la Torre, y ni siquiera el golpetear de los pájaros de fuego allá arriba logró romper el silencio. Diana lo detuvo al llegar a la puerta. — Djarod... El hechicero se volvió, serio. — Gracias. Gracias por todo lo que me enseñaste hoy... — dijo ella. Y poniéndose en puntas de pie, dejó en su mejilla su último beso de niña. El hechicero sonrió y le hizo señas de que se marchara. Diana empezó a bajar los escalones de la Torre. Y de pronto se volvió atrás y lo alcanzó en la puerta. Le tocó el hombro. El mago se volvió, sorprendido. — ¿Mañana, a qué hora?

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Capítulo 22. Adjanara.

La gran Torre se levantaba, alta contra el cielo violeta. Blanca... y sin embargo... las sombras del atardecer oscurecían sus paredes. La mujer se estremeció al mirar aquellas ventanas cerradas, y se acercó al hombre alto. Venían de un largo viaje, era cierto, pero ¿habría servido de algo? — Esto no me gusta, — murmuró la mujer. — Es como si no hubiera cambiado nada. Y esta vez no había ninguna muchacha para tomarla afectuosamente por el brazo y reconfortarla. — Todo saldrá bien... — dijo el hombre. — De otra forma, no hubiéramos regresado. Una de las aves que rondaban las ventanas de más arriba lanzó un chillido peculiar. Y la mujer levantó la cabeza y sonrió. — Siddar. El hombre se volvió a mirarlo disimulando un gesto de fastidio. — Genial. Primero hacemos todo el trabajo duro, y ahora llega el Segundo y... — Javan... El hombre se acercó a la puerta y tocó el dorado llamador. La puerta se abrió en silencio. — Mamá, papá... Han... regresado... Ella dice que quiere verlos... La mujer miró al hombre con inquietud. Pero el hombre se limitó a sacudir la cabeza y encaminarse decidido al interior de la gran Torre. La habitación de Adjanara era la misma que una vez había ocupado Alsacia. Cassandra miró no sin extrañeza las colgaduras en las paredes. Adjanara conservaba la misma decoración que Djarod le había dejado a la bruja de fuego. — Drassy... — sonrió la gran bruja, mirándola desde la cama. — Diana... — la sonrisa de Adjanara se acentuó. — Hace muchos años que no me llamas así. En verdad muchos años. Y Cassandra se encogió de hombros.

229 — Para mí, sólo unas horas. ¿Qué sucedió, cómo es que recuerdas una línea alterna de tiempo? — ¡Niña! — se rió la Hechicera. — Estamos en una de las Siete Torres... Cassandra miró a su alrededor y asintió. Javan se acercó y tomó las manos de su madre. — ¿Cómo te sientes? — preguntó con suavidad. — Muy bien, cariño. Todo salió bien. — Pero... — Nosotros no cambiamos nada de tu historia, ¿verdad? ¿Qué fue lo que sucedió? Adjanara miró a Cassandra y sonrió. Hizo un gesto a la mujer que la acompañaba, Solana de la Torre, la nueva Dueña, y Solana acercó un pequeño espejo de mano a la Hechicera. — Mira bien, Cassandra, y dime qué ves... Cassandra miró al espejo, y tuvo de pronto la sensación que caía. Retrocedió un poco, y Javan se acercó a ella. — Madre, ¿qué...? Adjanara sonrió. — Sh... Déjala que mire... Y Cassandra, tras una breve mirada a la Hechicera, se asomó al espejito y al remolino en su interior. — ¿Qué es esto, Adjanara...? — Un cristal de tiempo. No tengas miedo, no puede hacerle daño a quien custodia la Llave de la Cueva del Tiempo... — Madre... — advirtió Javan. Y Djana le apoyó la mano en el antebrazo y le dio unas palmaditas. — Muchos años después que ustedes se fueron, fuimos con Djarod a ver las otras Torres. Cuando estuvimos con Istamar, nos entregaron este cristal, tomado del espejo de Sarhu. — ¿Espejo de Sarhu? Minh nos dijo algo de eso, pero... — ¿Recuerdas por qué vino Alsacia al Trígono? — Buscaba ayuda. Para salvar a un rey. — ¿Recuerdas qué clase de criatura era Alsacia? — Ryujin.

230 Cassandra miró a Djana a los ojos. — ¿Entonces...? — Alsacia quería advertir al Rey de los Ryujin. — ¿Por eso fuiste hasta la Torre que ellos guardan? — dijo Javan. Djana asintió. — Y al encontrarnos con él, el Rey, en la Torre de Hielo, nos dio este cristal. Hay un nudo en la historia, un nudo hacia el que todos confluimos. Un nudo que depende de todas nuestras decisiones. Pero en todas las líneas de tiempo, a pesar de todas nuestras decisiones, este nudo permanece... hasta que quien lo ató lo desanude. Cassandra y Javan la miraron sin comprender. Pero ella miraba a Cassandra. — Cuando todas las líneas confluyan, solo quien tiene la Llave del Tiempo podrá seguir la hebra correcta. Y esa serás tú, o alguno de tus herederos. De todas maneras, a algunos de nosotros, los de las Torres, los guardianes de los espejos nos han entregado estos pequeños cristales de tiempo, para poder ayudar al elegido, cuando llegue el momento. — Sigo sin comprender qué tiene que ver todo esto con nosotros, madre. ¿Por qué nos estás mostrando este espejo ahora? ¿Por qué no lo hiciste cuando Cassandra obtuvo la Llave? ¿O cuando nos casamos? Djana sonrió. Su hijo ejercía con entusiasmo el papel de protector de la Guardiana. — Cariño... ¿No sabes por qué enfermé? — La astilla de cristal del tiempo... — murmuró Cassandra. Y miró a Adjanara. — Había una astilla de cristal del tiempo en los recuerdos de Alsacia. Y Minh nos explicó algo del espejo de Sarhu cuando lo comenté. — Cuando todas las líneas confluyan en el mismo nudo, Cassandra, uno de los que están atrapados allí liberará una astilla de cristal para que busque la hebra incorrecta, rompa el nudo y libere la historia. Ese cristal ha estado viajando a lo largo de las líneas de tiempo, intentando una y otra vez quebrar los hilos que conducen al nudo. Esta vez, intentó impedir que Alya-Zazee, ryujin de la familia real, se encontrara con Edenor de la Nadarenna. Si Alsacia no hubiera matado a la Torre, la Vara no les hubiera prestado atención a los Ryujin. O a las brujas fénix. — Pero... — Cuando llegaste al Trígono, encontraste al Rey Dragón en medio de su lucha con la Serpiente, Cassandra. Y antes de eso, cuando fue nuestro turno de combatir a la

231 Serpiente, Javan, él estaba persiguiendo a Kathara. ¿Por qué creen que Althenor prestaría atención a las Fénix o a los Ryujin? — ¿Porque Alsacia se cruzó en el camino de la Vara? — Exactamente. Si Alsacia hubiera permanecido aquí, con Djarod... Bien. Yo no hubiera entrado en la Torre. Y ella sería la Dueña, todavía. — Pero, madre... — Sí, Javan. Tu padre jamás me hubiera tomado en serio con una bruja tan formidable como Alsacia a su lado. Pero... Bien. Ustedes acaban de verlo. El cristal del tiempo no pudo con la tozudez de Alsacia. Cassandra miró a Adjanara. Detrás de su aparente lógica e indiferencia, ella sentía el miedo que la Grande había tenido de perder al que fuera el amor de su vida, el extraño e impredecible Djarod de la Torre. Y asintió en silencio. — Pero, madre... ¿por qué habría de afectarte ahora? ¿Por qué no lo hizo antes, cuando yo nací, o cuando mi padre...? Djana sonrió a su hijo, y por toda respuesta se encogió de hombros. Cassandra miró a la Hechicera y contuvo un estremecimiento. Estaban al final del camino. Y era al final del camino donde las líneas volvían a confluir. Adjanara se volvió de nuevo hacia Cassandra. — Gracias por traerme a mis nietos, Cassie. Realmente has dado una familia maravillosa a mi hijo... — y sus ojos agregaron: Cuídalos bien. Cassandra sonrió, la besó en la frente, y no pudo decir nada. Y Javan miró a su madre, y empezó a decir algo más, pero cambió de opinión. — Te dejaremos descansar, madre. Mañana podemos hablar de nuevo de todo esto. — Sí, querido. Mañana... Y con una sonrisa, Adjanara la Grande los despidió de su habitación. Djarod el joven, Solothar en el Interior, paseaba por el jardín del risco. Era casi la medianoche, pero como a su madre, le gustaba el aire nocturno. La brisa del verano traía aromas extraños, y a Sol le gustaba tratar de adivinar de dónde robaba el viento su perfume. La luna se había ido hacía largo rato, y las sombras eran largas y tenues. En la quietud de la noche, el movimiento en el borde del risco llamó su atención. — ¿Quién está ahí?

232 Nada. El silencio volvió a invadir el jardín. Pero Sol no era ni tonto ni descuidado. Se transformó en una brisa tenue, poder heredado de sus padres, y se recostó en el alto césped, a esperar. No tuvo que esperar mucho tiempo. El sonido de rocas que se desmoronan volvió a cruzar la noche. Silencioso, Sol se acercó flotando hacia la fuente del sonido. Crack. Sol contuvo el aliento, tratando de no soplar, ni silbar ni susurrar, todos sonidos que se le escapaban cuando era de aire. Y flotando alrededor del jardín, buscando al intruso, llegó hasta donde estaba el sabueso de cristal. Crack. Esta vez, el sonido fue claro, y Sol pudo ver incluso las piedras que rodaban. Pero no había nadie allí. Al menos nadie visible. Se volvió un poco menos transparente, para forzar al intruso a mostrarse. Y sólo le respondió otro crujir de las piedras. Sol volvió a su forma natural. Y el enorme sabueso de cristal se puso de pie frente a él. — Hola, — susurró el muchacho con tranquilidad. Estaba acostumbrado a las extrañas criaturas que su padre guardaba en la Puerta de Zothar. Y un perro de piedra no le preocupaba demasiado. El sabueso lo miró un momento con ojos transparentes y avanzó un paso. — Quieta, princesa... — susurró una voz incorpórea. La sabueso movió apenas su cola transparente. — ¿Quién está ahí? — Nadie. Solo estoy de paso... ¿Quién eres tú? — Me llamo Djarod Fara. Solothar en el Interior. ¿Qué quieres en la Torre de Solana? La sombra transparente miró a la Torre y Sol pudo escuchar lo que parecía un suspiro. — En verdad es hermosa, ¿no lo crees, princesa? —susurró. — ¿Qué quieres aquí? ¿Quién eres? — No soy nadie... En verdad, muchacho, ni siquiera estoy aquí... Y diciendo así, la sombra flotó hacia la ventana abierta del segundo piso, el balcón de Adjanara. Sol se volvió para seguirlo, pero la sabueso de cristal se interpuso en su camino. Sol miró hacia la ventana, y luego hacia el enorme animal que se interponía, y no supo qué hacer. Así que se lanzó hacia delante, intentando saltar sobre el sabueso de piedra y alcanzar así la torre.

233 La sabueso resultó mucho más ágil de lo que cabía esperar de una estatua de cristal. En cuatro zancadas, alcanzó al muchacho y lo hizo caer. Y Sol se encontró de espaldas al suelo, con una de las pesadas patas oprimiéndole el pecho. La Llave Menor que su abuela le había dado aquella mañana empezó a calentarse. — Por... por favor... Déjame respirar... Princesa... — Y la Llave Menor lanzó un destello amarillo dorado. La sabueso retiró la pata. — Prince... sa... ¿Es ese tu nombre? — Sol se había sentado en la hierba, y trataba de abrirse la camisa, para ver por qué la Llave se había calentado tanto. Sentía la quemadura en la piel. Y para cuando consiguió desprenderla, la Llave volvió a quemar y a centellear. Sol intentó apartarla de su piel, y la sabueso se acercó. Olió la llave y dio un par de lengüetazos a la quemadura en el pecho del muchacho. — ¡Hey, qué...! Pero la quemadura había desaparecido. La sabueso volvió a mirarlo con ojos de cristal, movió apenas la cola y retrocedió hasta su lugar en el jardín. Y Sol se quedó mirando como su llave de marfil, como todas las llaves de la Torre de Solana, se transformaba en una llave de cristal, con el topacio brillante en el centro, y una hebra dorada decorando sus numerosas puntas. La habitación estaba en penumbras. La luna se había ido hacía muchas horas. La sombra se acercó a la cama donde dormía Adjanara, y rozó apenas su mejilla. La Hechicera sonrió. — Es la hora, mi amor... La sombra de Adjanara se levantó de la cama. Las dos sombras se miraron unos momentos, y el recién llegado sacó una Llave de marfil, una llave muy trabajada y con muchas puntas. La sombra de Adjanara sonrió, sacando su propia Llave. Las Llaves se unieron en el aire con un resplandor. Y al llamado de los Amos, la Puerta Dorada, la última Puerta de la Torre de las Mil Puertas, se abrió para Djarod y Adjanara de la Torre.

234

Apéndice.

Por supuesto, una vez que regresaron, Cassandra no pudo quedarse tranquila hasta que averiguó la continuación de varias de las historias que había vivido en este viaje. Esto fue lo halló.

En el momento en que Argéntea desaparecía en la Torre de las Sombras, Beryl sintió algo extraño. Un frío que le corría por la espalda, y le helaba el cuerpo. Metió la mano en el bolsillo, buscando consultar con su Pétreo, pero en su lugar encontró la Gota Cristal. Miró la superficie pulida con curiosidad, pues casi se había olvidado de ella, y en los destellos transparentes le pareció que identificaba un mensaje. De manera que buscó a Celina, y juntas fueron hacia la Puerta. Esa fue la primera vez que el Interior no se abrió para Celina, la bruja menor, y sí lo hizo para Beryl. La aprendiza llegó a las Fuentes del Interior, y allí encontró a la Dama de Agua, Argéntea. Beryl llamó al Anciano Mayor, y juntos intentaron llevar a la Comites de Plata de regreso al Trígono. Sin embargo, algo había sucedido a Argéntea. Cada vez que volvía al Exterior, las Gotas de Luna la encontraban y la llevaban de nuevo a las Fuentes. De manera que Argéntea permaneció en el Interior, en la región de las Fuentes por varios años, hasta que la preparación de Beryl estuvo completa, y fue elegida como nueva Comites de la Rama. Después de eso, Argéntea misma se convirtió en otra Gota de Luna, y ya no se supo más de ella. Sin embargo, las Gotas de Luna a veces se reúnen en la Cascada de los Unicornios y se unen para tomar la figura de una mujer, una mujer con largos cabellos de plata que danza en las aguas mientras la luna navega por el cielo.

La inundación de miel en la villa de las pequeñas hadas se repitió tres veces más en el mismo año. En la última oportunidad, casi en la víspera de la puerta de la Primavera, la reina de las Pequeñas Hadas no quiso escuchar a los Cuidadores, y no evacuó la ciudad. Muchas Hadas sufrieron lesiones por esa causa, y varias perdieron sus

235 alas; y se acusó a la Cuidadora Basilisa de haber provocado las inundaciones con sus agujeros de gusano. Basilisa resultó expulsada, y se trasladó al otro lado del risco. La Cuidadora Pétalo fue con ella, pero el Cuidador Brote permaneció en la ciudadela. Las flores se negaron a abrirse aquella primavera, y las Pequeñas Hadas que habían logrado escapar de las inundaciones enfermaron. Por dos años, las farolas no destilaron miel, pero las sucesoras de la reina que había expulsado a Basilisa no se atrevieron a llamarla de nuevo. El tercer año, cuando ya no quedaban muchas de las Pequeñas Hadas, la sucesora de la reina, todavía no coronada, enfermó. Se trataba de un Hada muy responsable, educada en secreto por el mismo Brote, y amiga de su aprendiz, Palo. La sucesora viajó en secreto hasta donde estaba Basilisa y le pidió que regresara a la villa. Basilisa se negó, pero dio a la sucesora un poco de su licor de risas. La sucesora se mejoró, pero no quiso separarse del lado de Brote y Basilisa. Para convencerla, Basilisa hubo de ir personalmente con ella hasta la ciudadela de las Hadas. Encontró a muchas de ellas enfermas, y les dio miel y néctar y licor de risas una vez más. Y ante los numerosos pedidos de que permaneciera con las Hadas en la ciudadela, ya no quiso marcharse. Fue nombrada Madre de las Pequeñas Hadas. La sucesora no llegó a coronarse. Cambió su nombre por el de Semilla, y se convirtió en otra de las Cuidadoras.

Carlo Leanthross recibió la maldición de su familia cuando apenas contaba con dieciséis años. Sin embargo, el último encantamiento de su padre, Massimo, la detuvo hasta que el muchacho fue un hombre adulto. Su esposa, Celina, destacada bruja menor de un clan ahora desaparecido, famoso por la cantidad de curadores que contaba entre los suyos, intentó durante varios años combatir el desgraciado destino de los hombres de la familia Leanthross. En su búsqueda, intentó una negociación de poder con criaturas de la Otra Rama, criaturas de fuego que habitaban los pozos de Ara en el Interior, pero fue engañada y traicionada. La maldición, que debía acabarse cuando consumiera la vida de su último portador se transformó en una maldición que pasaba automáticamente al último heredero cuando llegaba a la edad en que Carlo recibió la suya, y los destruía cuando llegaban a la edad en que Carlo y Celina llevaron a cabo el desastroso ritual. Cassandra, por supuesto, cumplió su promesa a Massimo, y la

236 maldición abandonó la familia Leanthross cuando Andrei, el Viajero, también llamado Senek, logró romperla mediante otra negociación de poder con criaturas de la Otra Rama, en esta ocasión, las Esporinas. Los herederos de Andrei Leanthross no recibieron la maldición, ni ninguna de sus consecuencias.

Mik, compañero de estudios de Beryl, Celina y Diana se estableció como comerciante en productos prohibidos, haciéndose rico muy rápidamente. Entre otras cosas, colaboró en la importación de una serie de reliquias mortales, que incluían una colección de lo que en un principio se pensó que eran rocas. Al ser compradas y guardadas por uno de los señores del Hafno, las presuntas rocas incubaron, y liberaron a un oscuro clan de criaturas antiguas, similares a los vampiros, pero no restringidas a la oscuridad. Su desaparición se atribuye a Adjanara la Grande, y a su Torre de Luz.

El Comites Aurum Ayri, de la Rama de Oro, desposó a la Embajadora Fénix Kathara Mevalanna, aún sin la aprobación de los ancianos de los clanes fénix. Al pasar el tiempo, y acorde a la fama que la pareja de hechiceros llegó a tener, y su acción a favor de las especies más desprotegidas del Interior, los ancianos reconsideraron su posición y finalmente retiraron la restricción de la Mevalanna de acercarse a los nidos. Este reconocimiento llegó tarde, ya que Kathara Mevalanna dio a luz tres años después.

La Comites Minh de la Rama de Cobre se convirtió en Anciana Mayor, y durante su ejercicio, muchas de las reglas que restringían el acercamiento a los viveros de la Rama de Plata y el contacto con especies de la Otra Rama fueron suprimidas. Varias de estas reglas, como la que prohibía almorzar en presencia de Glubs o criar Vigosofs en heladeras o bañeras personales, volvieron a instalarse al tomar el cargo el siguiente Anciano Mayor.

237

Cinco años esperó Djarod a Djana, la hechicera, mientras enseñaba a Diana, la aprendiza. Cinco años en que los Tres mantuvieron la Tregua pactada por la Guardiana. En esos cinco años, la Comites Minh fue varias veces a la Torre, en compañía de Diana, para aprender y enseñar ciertos lenguajes, y compartir algunas experiencias con Djarod. De esa época data una invasión de mosquitos de tres alas (los mismos que alteran la coloración de las personas, en general al azul o verde), y un par de emergencias que obligaron al Anciano Mayor a restringir el acceso al bosque y al lago hasta que los Vigosofs y los Dimorfos hembra hubieran sido recapturados. Nota: los Dimorfos, especie con estrictas normas de regulación, son una mutación de los extinguidos Hemeromorfos Polípodos. Son más pequeños, y tienen (por ahora) menos extremidades. Sus deyecciones no son tóxicas, pero se reproducen por métodos vegetativos: si se les corta uno de sus tentáculos, de cada sección nace una nueva criatura, con una extremidad más que su antecesor. Las hembras son especialmente propensas a las laceraciones, lo que las vuelve muy prolíficas.

A la muerte de Djarod, muchos años después de lo relatado en este volumen, fue enterrado en el risco donde él solía asentar la Torre de las Mil Puertas. La sabueso de roca Ónice, se echó sobre su tumba y permaneció allí mucho tiempo, y nadie, ni Djavan ni Adjanara lograron hacerla salir. Finalmente, una mañana, los otros sabuesos empezaron a aullar inesperadamente, y cuando los de la Torre salieron a ver, la gran sabueso se había transformado en una estatua de cristal. La sabueso permaneció allí muchos años, incluso después de la muerte de Adjanara y de Djavan. Sin embargo, los más cercanos a la familia saben que el que abrió el Portal de las Siete Torres, y amo de los sabuesos de roca, puede llamarla cuando la necesite, y que ella acude desde su sitio en el risco a auxiliarlo donde quiera que él esté.

238

Capítulo 1

Los visitantes

2

Capítulo 2

El Comites Aurum.

11

Capítulo 3

Las Pequeñas Hadas.

21

Capítulo 4

La hospitalidad de Basilisa.

33

Capítulo 5

Alergia.

44

Capítulo 5

Zarina.

55

Capítulo 6

La Puerta del Invierno.

67

Capítulo 7

Los Tres.

76

Capítulo 8

Respuestas.

85

Capítulo 9

El Interior.

95

Capítulo 10

Djarod.

105

Capítulo 11

Alsacia.

114

Capítulo 12

La reunión.

123

Capítulo 13

El Maldito.

132

Capítulo 14.

La Prueba de Diana.

143

Capítulo 15

El llamado de Taramir.

153

Capítulo 16

El águila y el fénix.

162

Capítulo 17

La Torre de las Sombras.

173

Capítulo 18

Sangre Ryujin.

184

Capítulo 19

Las raíces de la Torre.

Capítulo 20

La tercera puerta.

204

Capítulo 21

El río subterráneo.

215

Capítulo 22

Adjanara.

227

Apéndice

194

233

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