Yo fui obligado a buscar asilo en la ficción. Disfrazada como ficción, la verdad ocasionalmente se las arregla para colarse. Bion
ÍNDI CE
LA TETA .......................................................................... 4 PURA MIERDA ................................................................. 6 TORTURADOS .................................................................. 8 PAIDOPHILIA .................................................................. 15 HISTORIA DE AMOR ....................................................... 27 MI ALMA ....................................................................... 33 TENGO MIEU ................................................................. 35 FALTA DE PICO ............................................................. 37 RUMIACIÓN. .................................................................. 38 PROFE .......................................................................... 44 TSUNAMI ....................................................................... 52 TE VISTES Y TE VAS........................................................ 56 PÁJAROS ...................................................................... 58 BOSTA .......................................................................... 60 OTRA HISTORIA DE AMOR .............................................. 64 REPRESIÓN ................................................................... 69 SUICIDIO ....................................................................... 72 LA MICRO ..................................................................... 75 BONUS TRACK ............................................................... 78
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LA TETA Y en el vacío la vi venir. Bamboleándose a unos 50 metros. Una teta preciosa, una teta que sólo necesitó una excusa de mujer como portadora para ser creada. Una teta que le da sentido a la vida de más de un ser humano. Una teta que me invita a mirarla, ya ni siquiera de reojo, ya ni siquiera de soslayo, tímido, diplomático, incómodo o avergonzado. Una teta que me invita a mirarla y admirarla honestamente. Directamente. Ardientemente. Soezmente. Una teta gorda, turgente, pero real. Una teta cuya dueña debió aprender a lucir. Una teta que no necesita ropa interior ¡Qué ofensa! Ponerle sostén a una entidad que le da sentido al mundo. Ponerle sostén a quien sostiene la vida de tantos. Ponerle sostén y ocultarse. No tiene sentido. Una teta que se expone, que se muestra, que le agrada sentir frío para hacerse aún más notar. Una teta que camina orgullosa y a la que nadie le quita la mirada. Una teta que no sólo yo admiro, sino muchos. Me atrevería a decir todos. Una teta que me moviliza y paraliza. Tantas veces he estado a punto de lanzarme sobre ella, apretarla, morderla, chuparla, acariciarla, violármela con la lengua, retenerla entre mis piernas, castigarla, acariciarla, besarla y torturarla. Pero algo me detiene. Algo me enternece. Algo transforma en mi interior esta sensación intensa en calma, en placer calmo, en el no tormento. En el deseo maduro. En pureza y sexualidad. Se va, y de vuelta a la parcialidad y la masturbación, no sólo mental. Una teta. Ni siquiera dos, porque para admirar ambas no alcanza nuestra capacidad humana. Es demasiada belleza, una belleza insoportable, una belleza inalcanzable a nuestra experiencia. Una belleza que sobrepasa el límite de lo mencionable. Una belleza que me complica el existir al no poder ponerlo en palabras. Una experiencia neptuniana, de conexión con el todo, y me siento nadando por unos segundos en este mar inmenso e infinito de suavidad y aromas sutiles que me elevan hasta recuerdos de momentos que nunca viví. Solo en la calle mirando su bambolear y me impresiono cada mañana cómo, en 25 segundos, decido no quitarme la vida, exclusivamente porque encontré mi espacio de nutrición, mi sentido, mi coherencia frente al mundo. Mi teta. 4
Esa teta que me acoge y me hace descubrir pasiones que pensé que habían muerto hacía tiempo. Pasiones que estaban heridas por las frustraciones. Pasiones sexuales, pasiones carnales, pasiones sutiles, pasiones y fantasías. Fantasías de relaciones, fantasías de cercanía. Sé que son sólo 25 segundos. A lo mejor estoy engañándome al darle sentido a mi día por estos 25 segundos. Quién sabe si esa teta deja de pasar en algún momento por esta calle. Quién sabe si se cambia de casa, de ciudad, de trabajo, o se compra un auto. Quién sabe si la volveré a ver todas las mañanas como durante estos tres meses. Pero no me importa, porque cada mañana le doy sentido a mi día, por estos 25 segundos de teta que me nutren. Ahí viene de nuevo. Es hermosa. Es mi espacio. Son estos segundos en que vuelvo a sentirme lleno como supongo me sentí durante mis primeros meses de vida. Y de vuelta al vacío.
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PURA MIERDA Y mientras tanto la caca salía y salía por el lavamanos. Era un cuadro dantesco. Ni en la peor pesadilla, ni en la más morbosa imaginación. Asqueroso. Terrible. No saber cómo detenerlo era lo que más me aproblemaba. ¡¿Por qué extraña razón la caca salía por el lavamanos?! No podíamos explicarlo y no sabíamos qué hacer. Corrí al primer piso en busca del conserje. ¡Puta racionalización de energía! Justo cuando el ascensor más se necesita. Al llegar a recepción no pude ni gritar ante el espectáculo: una masa de mierda vestida con traje y gorra azul. Corrí hacia fuera sin lograr comprender qué ocurría ¡¿Por qué el conserje se había convertido en caca?! Nunca fue una maravilla de conserje. Dormía todo el día, se emborrachaba cada vez que podía. Pero esto era ya demasiado. Incomprensible. No podía ni pensar, sólo atiné a correr en dirección a la comisaría que quedaba cerca del edificio, pero a mitad de cuadra levanté la cabeza y me encontré de frente ¡casi choco! con dos masas esponjosas y asquerosas de pura mierda que iban del brazo. Volteé asustado y vi que se me acercaba una señora con la mitad del cuerpo hecha mierda. Me pedía ayuda, pero huí. No supe qué hacer y huí lo más rápido que pude al centro de la ciudad, a ver si encontraba a alguien que no fuera de caca, que me pudiera ayudar. Pero no había nadie. Sólo mierda. Perros de mierda, aves de mierda, gatos de mierda, árboles de mierda, choferes de mierda, escolares de mierda, niños de mierda con helados de mierda en sus manos, pacos de mierda, funcionarios municipales de mierda, cajeros de mierda, guardias de mierdas, mendigos de mierda, punkies de mierda pidiendo plata, mierdas viejas, mierdas jóvenes, mierdas ricas, kilos de mierda hedionda, locas de mierda, lanzas de mierda robando bolsos a damas adineradas con pura mierda encima, mierdas duras, mierdas blandas, mierda café, mierda oscura, mierda verdosa, mierda ¡mierda! todo de mierda. De pronto, al otro lado de la plaza divisé a un viejito que no era de mierda y alimentaba a las palomas, sin darse cuenta que ya no comían ni volaban, que eran desechos. Lo alcancé y le pedí ayuda, le dije que mi mamá estaba sola en la casa, que a esta hora ya debía estar llena de mierda, si es que ella misma no se había ya convertido en mierda. El viejito levantó la cabeza y me dijo: “hace tiempo ya que estamos rodeados de mierda, hijo, lo que pasa es que nadie se había dado cuenta”. Comprendí que su amargura no sería de mucha ayuda y que mi madre ya no podía seguir esperando. Decidí volver solo a casa, a defenderla como fuera de la mierda 6
que le rodeaba. En el trayecto pensaba en cómo podría defenderla de un enemigo tan extraño ¿con papel higiénico acaso? ¿Con papel y aromatizante? ¿Agua y jabón? ¿Pañales bambinos? ¿Coprofagia? Y en eso estaba cuando vi en la cuadra de al frente a un tipo de terno que no era de caca; crucé gritándole: “¡Hey, Usted! ¡Ayúdeme por favor, que mi mamá está en peligro, se la va a comer la caca!”. Se dio vuelta y sin siquiera mirarme a los ojos me gruñó y me dijo “Anda a molestar a otra parte, mocoso, cada cual con su propia mierda”, y siguió caminando. “Hueón de mierda”, pensé. Seguí corriendo y llegué al departamento, pero no tenía llaves “¡Mierda!”, dije, como si no fuera suficiente con toda la que ya había. Ante mi asombro, cuando el conserje hecho mierda me vio en la puerta, caminó hacia ella, sacó de su bolsillo las llaves con una destreza impensable en alguien recién convertido en excremento, y abrió. No me detuve a pensar en qué había sucedido, sólo pasé por el lado suyo con mucho cuidado para no mancharme y subí rápido por las escaleras – todavía no volvía la luz. Golpeé la puerta, pero al primer toque de puño, se abrió. Temí lo peor. Y lo peor ya había sucedido. La encontré hecha mierda en la cocina, preparando una carbonada de mierda y lavando la ensalada de mierda con la mierda que salía por el lavamanos (una mierda de lavamanos que estaba malo desde hacía mucho). Fui al living, ya rendido y choqueado por el enmierdamiento de mi madre, por el enmierdamiento de las cañerías, por el enmierdamiento de la ciudad toda, y me senté. De pronto volvió la luz y se encendió la tele. Daban las noticias. Fue entonces cuando comprendí. Sentí cómo el brazo se me caía en forma de bosta y supe que yo también me volvería mierda. Me importó una raja. Total, todo era una mierda.
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Es como si no quisiera escribir. Es como si estuviera obligado a hacerlo cada vez que me siento frente a este estúpido computador. Como si alguien quisiera leerme. Como si yo quisiera leerme.
TORTURADOS Quizás el recuerdo es lo único que vale la pena de todo esto. Aunque cada vez se hacen más vagas las sesiones y las escenas más difíciles de recuperar. Sólo permanece intacta la primera vez, el resto desvanece ... y no quiero que desvanezca. No me interesan las mariposas ni los claveles, sólo quiero que no desvanezcan. Quizás es por eso que necesito contármelo tan seguido. A lo mejor es por eso que lo repito y lo repito y da vueltas y vueltas en mi cabeza. Porque no quiero olvidar, no me siento listo para olvidar, no me importa no descansar si el descanso significa el fin de algo que no alcanzó ni a comenzar completamente. ¡Fue pura imprudencia de nuestra parte! Pudimos habernos reído nosotros de ellos. De esos fletos de mierda, de esos desgraciados... qué linda flor... ¿en qué pensaba?... Es que mi memoria tiende a fallar últimamente... ¡Torturadores! Sí, esos desgraciados. Concéntrate, no lo olvides, vamos un esfuerzo más. Día a día un esfuerzo más, no lo puedes olvidar... como te dijera Gerardo hace un tiempo atrás, inténtalo una vez más, vamos, tantos años recordando así, un poco más... recuerda: para no olvidar algo, debes quedarte inmóvil y contártelo cuantas veces sea necesario. Comienza. Estábamos los dos, desnudos, rodeados de todos esos infelices... qué cansancio, cada vez me cuesta más rec... ¡Torturadores! Infelices... no tenían por qué hacernos eso. No les bastaba acaso con golpear, desnutrir, electrificar. Ociosos, degenerados... ¿Por qué estoy tan molesto, en qué pensaba? ¡Degenerados! Sí, sigue contándote hombre, sigue que se va, que de a poco se va... estábamos los dos desnudos en medio de ese grupo de infelices. Cuántos habrán sido... espera, eso lo recordaba bien... 5..7... ¡15! Si, 15 desgraciados, 15 pedazos de bosta alrededor nuestro, mirándonos, riéndose, obligándonos... Qué linda flor, esa es nueva, es pequeñito el botón, es sutil. Seguramente no la han regado mucho, a los nuevos ya no les enseñan a regar... ¡Desnudos! Hijos de puta, bastardos. Yo no podía, de verdad que no podía. Me presionaban y me presionaban, pero no podía. No iba conmigo. “Que se la chupe el morenito pa’ que se le pare”, gritó un desgraciado. El de barba, si lo recuerdo como si lo tuviera enfrente... aunque si lo tuviera enfrente creo que 8
lo mato... ya, eso, no se va olvidando... los dos desnudos... yo no quería, no podía... el barbón infeliz grita... hasta ahí está más claro... qué cansancio, ya no doy más, no quiero recordar...¡NO! NO, no, no, no, no. NO puedo dejarme olvidar. ¡NO! El barbón grita “que se la chupe pa que se le pare”, y todos ríen, una risa estridente. Lo único que quería era no escuchar más esas risas, no me dejaban dormir de noche, y pareciera que todavía las escucho. “Si, si que se la chupe”, me pareció escuchar del resto... de eso no estoy seguro la verdad... sí recuerdo bien que lo golpearon mucho, mucho, y con un arma en su cabeza no tuvo otra opción más que hacerles caso... sí recuerdo bien que era primera vez que tenía sexo oral, aunque no fuera como me lo había imaginado. No sé si fue por susto o placer, o algo simplemente biológico, pero gracias a Dios se me paró, y pude .. ¡Bastardos! Eso casi lo olvidaba, más temblaba yo que él. Pobrecito, debe haber sido extraño... ¿dolía? ... creo que esa sensación aún la conservo. Aquella primera vez. Tuve cuidado, eso lo recuerdo bien. No quería hacerle daño, o más del que ya nos estábamos haciendo. Cerré los ojos, lloré, lloramos juntos, y yo lo único que atinaba era a decirle a sus espaldas “tranquilo, tranquilito”, como si de algo le hubiese servido. En ese momento creo que ni escuché la risa del resto, de esos desgraciados ¡Torturadores! ... creo que se van las sensaciones de nuevo, me debo haber movido mucho. Recuerda lo que te dijo Gerardo: sin moverte, y cuéntatelo con lujo de detalles, así no se va nunca y lo puedes recuperar cada vez que sientas que se quiere ir... ahora se quiere ir. De nuevo, recuento: desnudos, rodeados de torturadores, él agachado, de rodillas frente a mi dándome la espalda hasta que uno de esos infelices lo golpea y queda casi en el suelo. “Así, maricón, así, en 4 patitas”... sirve, eso definitivamente lo había olvidado ¡Bien Gerardo!... no podía, yo no podía y lo obligaron a meter mi pene en su boca. “Usa la lengua, maricón”, le gritaban. Y la usó, ahora que lo pienso, claro que la usó y eso fue lo que hizo que por fin se pusiera duro. Lo golpean, fuerte, y lo obligan a ponerse en 4 patas de nuevo. “Ahora, méteselo, pero que le duela”... de eso último no estoy seguro...lo hice lo más suave que pude, por lo menos esa primera vez. Creo que las siguientes fueron más rudas, pero ya estábamos de alguna manera entregados al dolor. Rieron mucho, no sé cuánto. Me pareció ver a alguno masturbándose, la verdad es que no estoy seguro ni me importa... ¡Infelices! No merecían vivir... llegamos a la celda esa noche y no podíamos mirarnos, no quisimos mirarnos. Sólo nos encerramos cada uno en su rincón, y nos desvelamos...creo que desde entonces que no duermo.... debería descansar, ya es mucho... ¡NO! Que se olvida, no, no, no, no. Otra vez esa mariposa, nunca he logrado distinguir bien si es la misma o si son varias muy parecidas. ¿Cuánto vivirá una mariposa? Eso me daría pistas... ¡Torturadores! En qué pensaba, debo hacerle caso a Gerardo. 9
Cuéntatelo, cuéntatelo... si pudiera anotarlo lo haría, pero no tengo lápiz... desnudos, “chúpasela”, “Tranquilo, tranquilito”, desvelo. Eso, esa noche fue de puro desvelo y lo escuché sollozar hasta que nos vinieron a buscar al otro día... la verdad es que no logro recordar si era de noche o de día, siempre estaba oscuro... “vamos que ahora tenemos visitas”, ¿o eso fue después?... bueno, no importa, lo importante es no olvidar, sin importar el orden... desnudos de nuevo, pero esta vez era distinto... ¿por qué distinto?... me cuesta recordar... había más gente, sí. Definitivamente más gente... algunas, no, eso era después... ¡Malditos! Claro, ya lo recuerdo. Esta vez no estuvimos solos. Había una mujer, de pelo largo y ... ¿barba? ¡NO! ¡¡Era yo!! Claro, ahora lo recuerdo. Esta vez me tocó a mi. Y fue muy doloroso, eso no lo recordaba. Pero en el momento, lo entendí. Él fue muy brusco, me imagino que de rabia por haber sido él el primero. A lo mejor yo hubiese hecho lo mismo si me hubiese tocado a mí... a ver, me estoy enredando. Primero los dos desnudos, los dos llorando, lo penetré... después, mucha gente mirando y filmando, él con rabia se desquitó. Creo que sangré, pero eso prefiero no recordarlo... creo que la técnica de Gerardo está cada vez dando más resultados, debería contarle... llegamos al rato a la celda, creo que me llevaron arrastrando. “Por qué no nos matan”, repetía a cada rato el morenito – no hay caso con el nombre, cuando pienso que lo tengo en la punta de la lengua, se va –. No me podía sentar, estaba realmente destrozado, ese negro maricón tenía tremendas proporciones. Nunca me lo imaginé, con lo chico y flaco que era. “Disculpa”, me dijo... ¿o fue “Por tu culpa”?... no, si me pidió disculpas y me dijo algo así como que estaba fuera de sí. Claro, y esa fue la noche en que nos conocimos mejor, y nos hicimos amigos... si, yo diría que amigos. Nos consolábamos mutuamente, pero nos costó llegar al tema. De hecho cuando le dije que lo tenía muy grande, se sonrojó y no me respondió nada. Yo como siempre quería usar el humor para intentar de alguna forma seguir vivo. Pero no sirvió, la vergüenza era mucha. A mi ya se me había pasado un poco, por lo menos ahora que lo conocía y sabía su nombre...cuál era, cuál era... mariposa otra vez. ¿Cómo saber si es la misma? Debería intentar casarla y ponerle una marca... ¡Tortura! No, ya lo olvidé. Gerardo ayúdame... Esa vez fue la más dura. Había mucha más gente todavía que el día anterior. Todos mirando, filmando, riendo, sacando fotos. Esta vez la mayoría ya se masturbaba, parece que habían perdido la vergüenza igual que yo. Ya cada vez costaba menos que se me parara. El moreno sabía perfectamente qué hacer con la lengua para que fuera rápido. Y dolía menos al introducirla, no sé si porque ya estábamos más relajados, o si era la costumbre, porque después de varias semanas haciendo lo mismo, cualquiera se acostumbra. Parece que los desgraciados también se acostumbraban, porque esta vez lo encontraron 10
fome. Y nos obligaron a hacer muchas más cosas. Y muchos de ellos se acercaban y a la fuerza nos violaban, ya no sólo se contentaban con mirar. Creo haber estado con 4 tipos a la vez y el moreno desaparecía bajo una masa de culos desnudos. Sangre y semen por todas partes esa vez en la celda. Vomité mucho, no sé si el moreno lo habrá hecho. Pero esa fue la noche en que nos acercamos. Es demasiado parecida para no ser la misma. Tiene azul en la esquina inferior del ala izquierda, toques de lila en el ala derecha, que asimétricamente luce amarillos en los bordes. Es linda. Hoy día el sol está más fuerte que nunca, invita a dormir, a descansar. Pero tengo esa sensación de que algo tenía que hacer. Ya miré a la mariposa, conté los pétalos de la flor... esa es nueva, que bien. Me encantan las flores nuevas, me hacen recordar ¡Mierda! casi lo olvido. ¡Gerardo! Estábamos esa noche, llenos de semen todavía, el olor era inaguantable. Y el moreno se arrinconó a la pared a llorar. No quería mirarme, se avergonzaba demasiado. Ahora pienso que debe ser porque lo disfrutó más que yo, si no, no tiene sentido tener vergüenza conmigo, que había pasado por lo mismo... yo tenía rabia, mucha rabia... un poco de celos quizás. Llorando me llamó. Tiritaba, el moreno tiritaba, y no era de fiebre, creo que no tenía fiebre. Era de susto, o eso me dijo por lo menos. “Tengo mucho susto, abrásame”. Me acerqué y lo abracé. Eso me tranquilizó a mi también. No me acuerdo qué le dije, pero le hablé largo rato para que se tranquilizara. Siempre fui bueno para eso, para hablar. En algún minuto dejó de tiritar, y recién ahí me di cuenta que estábamos todavía desnudos, que esta vez no nos habían devuelto ni la ropa. Recogí unos papeles que habían en el suelo y traté de taparnos con eso. Al ratito empecé yo a tiritar. Y la única forma que encontré de no morirnos de frío fue frotarnos suavemente entre nosotros. Su piel era suave, típico de la piel morena, y eso me daba más calor. No recuerdo bien en qué minuto el frío se convirtió en calor, ni menos el momento en que el calor se transformó en pasión, pero sí recuerdo perfectamente la sensación que tenía en la punta de los dedos mientras lo acariciaba. También recuerdo lo mucho que me gustó que me apretara, sin darse vuelta, sin mirarme a la cara, que lanzara su mano hacia atrás y me apretara el pene con tanta fuerza que sentí que me lo arrancaba. ¿me lo arrancó?... nos besamos. Si, eso lo recuerdo bien. Nos besamos. Pero antes... no, después... a ver. Orden nuevamente: él tiritaba, yo lo abrasé, comenzamos a frotarnos para pasar el frío, los dos desnudos nos acariciamos, me arrancó el pene, giró su cabeza y nos besamos, primero con mucha fuerza, fuerza que fue disminuyendo hasta transformarse en un roce o un suspiro mutuo, como si lleváramos años de enamorados y no necesitáramos besarnos más porque con el recuerdo de los primeros besos ya era suficiente. A ratos arremetíamos de nuevo en un choque de lenguas, labios y mordiscos que terminaban 11
nuevamente en esa tregua exquisita del beso a pequeña distancia. Ya ni recuerdo cuántas veces hicimos el amor, sólo recuerdo que fueron muchas, y de muchas más formas que las que nunca imaginamos se podían hacer. De muchas más formas que las que nos habían obligado a hacer, e incluso aquellas que con tanto dolor repetíamos día a día para la tropa de degenerados ¡Torturadores! Parecían deliciosos pecados, sin dolor, sin sangre, sin nadie mirándonos. Esa mariposa no se mueve... no es mariposa entonces. No puede ser una mariposa que no se mueva, que no... ¿está muerta? Cuánto tiempo lleva ahí muerta y yo no me había dado cuenta. Qué tonto. Al otro día, los malditos hijos de puta nos vinieron a buscar mucho más temprano. Nos despertaron cuando no llevábamos ni un par de horas de sueño. Nos encontraron abrazados, y el despertar fue ya desagradable, por las risas estridentes que tanto me alteraban a esa altura. Al mirar al moreno ¡cómo era que se llamaba! – recordé la noche anterior, y sonreí. Eso ya les pareció extraño a los torturadores, que a golpes, más que otras veces, nos llevaron a la misma sala de tortura de siempre. Pasamos por la sala de corriente eléctrica, no paramos ahí; pasamos por la sala oscura, tampoco paramos ahí; pasamos por ese sucucho asqueroso de las ratas, tampoco paramos ahí. Ese día, íbamos a hacer la tortura “a Dúo”, como le llamaban los hijos de puta, por segundo día consecutivo... creo que por primera vez fue tan seguido. Al llegar a la entrada, hubo un enredo entre quienes nos llevaban a cada uno, y por equivocación, quisieron hacernos entrar al mismo tiempo. Sin querer nos rozamos las manos, y la sonrisa escondida que me dedicó el moreno, todavía la recuerdo y con facilidad. Entramos y por primera vez habían mujeres. Muchas mujeres. “Este es el Dúo”, le dijo sonriendo a una mujer el malnacido que me llevaba a mí del brazo. Ya éramos famosos. Nos hicieron desnudarnos y esperaron lo mismo de siempre, golpear, amenazar, gritar, reír y luego masturbarse con este par de prisioneros que, llorando, satisfacían sus asquerosas fantasías. Fue sólo mirarnos para entendernos y darnos cuenta que no le íbamos a dar el gusto esta vez. Sin que alcanzaran a decirnos nada, el moreno se lanzó a mis pies y de rodillas comenzó a besarme entre las piernas, y a pasar su lengua como acostumbraba a hacerlo, de la forma que él sabía que me encantaba. Tuvimos nuestra mejor “performance”. Nos acariciamos, nos abofeteamos, nos sedujimos, nos besamos y nos hicimos el amor de muchas formas. Esta vez no hubo lágrimas, sino sonrisas y quejidos de placer. Recuerdo muy bien el silencio sepulcral de los espectadores que estaban completamente sorprendidos con el espectáculo. Aquellos que venían a reírse del sufrimiento ajeno se encontraron con una escena de amor que despertó en ellos los más primitivos 12
sentimientos y deseos, aquellos de los que escapaban riendo y torturando a esta pareja, aquellos sentimientos homosexuales que disfrazaban de sadismo, de voyerismo, aquellas sensaciones que no podían tolerar. Creo que junto con la noche anterior, esa fue la vez que más placer he sentido en mi vida. De pronto uno de los atónitos espectadores reaccionó. Se acercó y comenzó a patear al moreno, que estaba en cuatro patas gritando de placer. Con la parte de atrás del rifle me golpeó en la cara, y, mientras ambos estábamos en el suelo, una avalancha de patadas y golpes de armas se nos vino encima. Gritaban, algunas lloraban, pero nadie reía estridentemente ¡les ganamos hijos de puta! Grité... o creo que grité. Comencé a reír, eso si lo recuerdo bien, y reí y reí y reí mucho, hasta que por fin caí muerto por un golpe en la cabeza... ¿muerto? ... bah, es cierto, casi olvidaba que ya son años muerto. Es que mi memoria tiende a fallar últimamente... debería olvidar entonces... aunque quizás el recuerdo es lo único que vale la pena de todo esto... pudimos habernos reído nosotros de ellos. De esos fletos de mierda, de esos desgraciados... que linda flor...¿en qué pensaba?. ¡No estaba muerta! Ahí va, con su rincón azul y sus alas lilas con amarillo.
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Intransigente conmigo mismo. Cansado. Ciego. Y por sobre todo culposo. Escribo esto desde un estado extraño, entre sopor y agotamiento físico por el dolor. La sien derecha me aprieta, me molesta, como que insiste en que tengo que pagar por algo que todavía no quiero recordar. Por algo que todavía no quiero asumir. Por algo por lo que me niego a pedir perdón. Por algo ante lo que soy tuerto, no ciego. Y esa tuertez es reina en mi país. Culpa. No sé bien por qué tanta culpa. Aunque a veces lo sé, justo antes de reprimirlo. Y en ese preciso momento me puteo, me enojo, me reto, me maltrato por ser tan estúpido en sentir culpa. Como si de mi dependiera dejar de sentirla. Como si pudiera volver a atrás a no hacer lo que ya hice, a no pensar lo que ya pensé. A no desear lo que deseo. Intransigencia. Es mínimo eso. In-capacidad para trans-igir. Es eso justamente lo que necesito. Igir. Igir por la vida, porque antes de la tan esquiva transigencia está la igencia, y es ahí donde no me veo. Y empieza el dolor. La igencia es la madre de todas mis penas. La cosa es así: soy ciego, y la vista se me agota en mi esfuerzo por mirar. Pero tanto va el cántaro al agua que, cual Topacio, la vista se recupera, y empiezo a ver. Ver a medias, tuertamente, pero ver al fin y al cabo. Y ante ese mirar me doy cuenta que la igencia me es esquiva. Que por no poder ser igente, no puedo ir más allá. No puedo llegar a la transigencia, y me vuelvo un intransigente. Y me siento culpable de serlo. No es tan malo sentirme in-trans-igente; tampoco se siente tan mal echar de menos la trans-igencia; lo que realmente molesta y activa el dolor, es darme cuenta que mi in-trans-igencia radica única y exclusivamente en que no soy capaz de reconocer en mi la igencia. Que no logro encontrar la igencia. Ser igente, y no ser trans-igente no estaría nada de mal. Es como no lograr ser trans-persona, pero ser una persona echa y derecha. UN GÜEÑE DE TOMO Y LOMO. ¡Qué bueno ser persona! Raro, pero no creo que malo, sería ser trans-persona, sin ser persona previamente. Pero definitivamente, y creo que en eso hay consenso, ser una intrans-persona es in-sopor-table para la vida humana. Algo parecido me pasa con la igencia, la trans-igencia y la in-trans-igencia. No soporto la in-trans-igencia sin igencia. Camilo Sesto es muy igente. Lo envidio in-sana-mente A escondidas, tengo que mirarme. A escondidas, como un cobarde A escondidas, cada tarde Mi alma vibra, mi cuerpo arde A escondidas Somos de esos amores prohibidos a uno mismo, por incluir a menores que son como son. Y eso da culpa, y no deja igir. Por eso me escondo cada tarde, y mi alma vibra y me autoerotiso. Todo impulso parte en mi y termina en mi, Piel de Ángel, sin un poco de igencia. Porque la igencia relaja y podrían huir los deseos. Porque si no fuera así tendría que dejarlos ir, y no sé qué podría pasarle a otros con mis deseos. La Piel ya no sería piel, ni Ángel tan ángel. Maldito Camilo. Es un homosexual igente, y yo no doy ni para heterosexual intransigente. A lo mejor si cantara...
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Es ese que hubiese matado a mi papá si se lo hubiese pedido. Es esa parte de mi que me ofrece poder con tantas ganas, que a veces me tiento a aceptárselo. Es esa parte que está luchando con el preadolescente que quiere que lo quieran, que todos lo quieran... pero el poder espanta. Espanta y vive solo... y ni mi preadolescente ni yo queremos estar solos.
PAIDOPHILIA I Echado en su cama no dejaba de pensar en esa mujer que tardó tanto en nacer. La angustia no le dejaba dormir, la culpa le pesaba demasiado en el cuello, como si hubiese estado toda la noche frente al computador. Habían pasado muchas horas y ya no daba más. La angustia por lo que hizo, el temor por las consecuencias. ¿Y si no estaba lo suficientemente inconsciente? Ya no daba más. ¡Por qué cresta tuvo que nacer tan tarde! No, fue un error, en realidad es mayor, hubo un error de encarnación. Y por más que intentaba convencerse con los más extraños argumentos, la culpa no lo abandonaba. “Pedofilia” resonaba en su cabeza, y aunque intentara olvidarlo o engañarse con la razón, más fuerte renacían los autorreproches. Ya comenzaba a temer no sólo los castigos de otros si no los suyos propios. II La abuela, de ya unos 80 y tantos, se levantó esa mañana turbada por algo, sin saberse explicar bien si fue por algún sueño o si era uno de esos achaques que desde hace un tiempo que ya se hacían comunes por la mañana. Todos los días se levantaba impresionada por cómo paulatinamente se iban haciendo más cortos los días y más largas las noches, a diferencia de lo que siempre pensó, que los viejos apenas duermen y los sueños se vuelven aburridos. ¡Qué mentira! Desde hace unos diez años ya que sueña con su amor de infancia, ese amor de los 6 que nunca volvió a ver, pero que siempre imaginó alto y fogoso. Ese amor de infancia que sueña hoy joven, mucho más joven que ella, y siente casi todas las noches cómo viene a poseerla, ella tal y como se ve ahora, vieja y arrugada, seca y sin ganas, y él, joven y duro. Sueña con esta joven imagen haciéndole el amor prácticamente noche a noche y cada mañana lucha por no despertar para no encontrarse 15
con su añeja realidad. Despierta, aún con la sensación en los muslos de la presión que ejerce su juvenil amor encima de ella y secretamente hace el intento de acercar su mano a su ya jubilada vagina. Generalmente termina de despertar antes de llegar a tocarse, y secretamente se avergüenza cada mañana. Una vez de pie, la abuela caminó tranquila por el pasillo de esa extraña casa que la cobijaba. Cada mañana se levanta intentando reconocer algo, algún jarrón siquiera que le permita decir, ah, esta es mi casa. Olvida cada mañana que ya no vive en su antigua casa de campo, que su marido murió hace más de 30 años, que ahora vive con la familia de uno de sus cinco hijos, que dos de ellos murieron al tratar de hundir un barco para cobrar el seguro, por tercera vez. Cada mañana va reconociendo la casa, redescubriendo una vida que ya se hace monótona en su seguridad, y si pudiera verse el rostro se daría cuenta de cómo le va cambiando a medida que los recuerdos aparecen. Se daría cuenta de cómo cada mañana al recordar la muerte de sus dos hijos se retuerce sutilmente de dolor, de cómo al recordar la muerte de su marido le asecha la culpa, de cómo al recordar la muerte de su madre le inunda el desamparo y el temor. “¿Ud. Ya no saluda?”, recrimina a su nieto, sin reparar en que estaba vestido con la misma ropa del día anterior, lleno de sudor. Claudio saltó, como si hubiese sido la policía y no su abuela. “Ah, vieja, me asustase”, atinó a decir mientras se ponía de pie y huía a su pieza, sin detenerse a oír las recriminaciones de su abuela que le gritaba desde el balcón, que por qué no se quedaba a conversar con ella, que no la quería, que claro que ahora que estaba vieja y aburrida todos se arrancaban como si tuviera peste. Normalmente hubiera vuelto, habría dicho un par de bromas, un beso en la frente y la vieja queda tranquila. Pero ahora ni la escuchó. Sólo le preocupaba la imagen de esa pequeña niña bajo suyo, y él intentando sin que ella se diera cuenta ... Un ruido interrumpió su pensar. Como si lo llamaran. “Pst pst”, escuchó desde la pieza de su tía. Era su tío político, el dueño de casa, un pequeño empresario que lo único que hacía todo el año era trabajar para poder “verdadera y completamente descansar”, como acostumbraba decir, por lo menos un mes en las vacaciones. En eso de descansar entraba Claudio. Cada verano se iba a quedar durante ese mes a la casa de sus tíos, y tenía que cubrirle las espaldas al marido de su tía en sus vacaciones. “Si vai a descansar, descansai de todo”, acostumbraba a decirle a Claudio cuando salían juntos a buscar mujeres de noche. No era de pretender que descansara con la mujer al lado, y como su mujer no era de salir de noche, Claudio se convertía en la excusa perfecta. “Se va a aburrir acá con nosotros 16
y no va a salir con las niñas”, acostumbraba decirle a su mujer. Era un hombre de costumbres. Veinte años tenía Claudio y su inseguridad le mantenía virgen, virginidad que poco podía importarle a su tío, que apenas al salir por la puerta, se despedía y tomaba un taxi a la casa de alguna de sus tantas mujeres. Pagadas unas, gratis otras. Claudio a veces salía sólo, pero generalmente volvía a la casa, entrando despacio por una puerta lateral que daba a la pieza de la hija mayor. Rosita tenía 12 años y generalmente despertaba cuando Claudio entraba y conversaban largamente hasta muy tarde, y ella lo adoraba. Esperaba con ansias el verano para conversar con su primo mayor y secretamente esperaba crecer para decirle que lo amaba. Claudio lo notaba, y de algún modo eso le relajaba, porque aunque tuviera que esperar hasta los 30, veía en esa niña una esperanza de no morir virgen. “Oye, acércate”, le dice su tío desde la puerta. Se acercó con una extraña sensación en el cuerpo, como si alguien le empujara al suelo, a ponerse de rodillas y rogar perdón al padre de su víctima. Quiso llorar y explotar, gritar lo que había hecho esa noche, que lo tomaran preso, que lo secaran en la cárcel y abusaran de él de por vida. Sólo se acercó y el tío sonriendo le pregunta si se había divertido anoche, al tiempo que, como de costumbre, le pide disculpas por dejarle solo y le sonríe con esa amplia dentadura y esa expresión de eterno niño. Claudio sólo se limita a sonreír de vuelta y cuando gira camino a su pieza, se congela al oír que el tío le pregunta “¿Qué hiciste anoche?”. “Entré por la puerta de la pieza de tu hija y me la violé mientras dormía”, pensó en decirle. “Nada”, se limitó a responder. Ya en su pieza rompe en llantos. No puede dejar de pensar en el episodio de la noche anterior. Su cabeza vuela revisando las consecuencias: cárcel, 20 años de análisis para su prima, ¿embarazo adolescente?, castración, definitivamente, castración. Era mucho. De pronto su cerebro recordó que no había dormido en toda la noche, que estaba cansado y decidió, a pesar de la oposición de Claudio, conciliar el sueño. Y como si se castigara a sí mismo, en sueños aparecieron aquellas imágenes que le torturaban. La niña echada sobre la cama, desnuda por el calor, de espalda y roncando, un ronquido suave, tierno, y sobre todo provocativo, pensó en ese momento, como si existiese cosa tal. No era primera vez que sentía una extraña atracción por esa niña, el sólo saber que ella le deseaba a su infantil manera le excitaba de una forma extraña. La erección fue automática y quizás fue eso lo que le confundió. Pensó en masturbarse observándola, pero mientras comenzaba a hacerlo fue despertando en él una violencia que nunca antes había sentido. Quería tocarla, castigarla por dormir así, ¡qué se cree, no taparse!, sobre todo 17
sabiendo que él venía todas las noches a conversar con ella. Lo que no sabía era que esta niña ya no lo era tanto en sus deseos, ni que esa noche decidió esperarle desnuda, ni que decidió provocarle lo mismo que él provocaba en ella, ni que en su niñez quería hacerle el amor, como si comprendiera tal deseo. Era una niña decidida. No recuerda en qué momento dejó de controlarse y se acercó a la cama. Menos recuerda por qué quiso acariciar el desnudo cuerpo de esa pequeña niña con su pene erecto, y definitivamente borroso está el momento en que le acariciara su virginal entrepierna. Tan ensimismado estaba que no se dio cuenta cuando los ronquidos cedieron. No se dio cuenta, o no quiso darse cuenta, del momento en que ella entreabre un ojo y con temor le mira, semidesnudo. Era primera vez que veía un pene que no fuera el de su padre. Quiso tocarlo, pero temió la reacción de su primo mayor. Prefirió quedarse tranquila, hacerse la dormida y esperar a ver qué ocurría. Ya sabía perfectamente lo que era el sexo, pero le costaba dimensionar una cosa tan grande dentro de su vagina tan pequeña. Se preguntó si dolía. No entendía tampoco porqué se sentía con tanto calor ni qué eran esas extrañas contracciones en su abdomen. No se fijó en lo húmeda que estaba su vagina. Sí se fijó Claudio, y fue ese el momento en que se salió completamente de sí. Si algo de autocontrol quedaba en él, si algo quedaba de vergüenza y temor por lo que estaba haciendo, al verla excitada todo desapareció. Decidió en su cabeza perturbada que si su cuerpo reaccionaba así, ya estaba lista, que no sacaba nada con postergarlo. Que si no era con él, esa pequeña perra iría corriendo donde algún pendejo compañero suyo a pedirle, a exigirle que le hiciera el amor. Por qué postergarlo. Y se la violó, engañándose a sí mismo, insistiendo en que si lo hacía despacito no iba a despertar. Rosa se quejaba en silencio, no quería mostrarse despierta porque no sabía qué decir. Lo amaba y en ese momento estaba pasando lo que ella siempre quiso. No lo entendía, no era como pensaba, dolía, pero ¿no era por eso que se había acostado desnuda? En su mente de niña aún, se hacía cargo de una culpa que sólo le pertenece al violador. El amarlo le impedía comprenderse a sí misma como víctima. Después del dolor comenzó el placer y eso lo complicó todo. Fue corto, por suerte él también era virgen. III Y aquí está, aún desconcertado con lo que pasó, pero más consternado porque nada pasó. No termina de entender la actitud natural y amorosa de su prima a la hora de almuerzo, a la hora de ese almuerzo al que tanto le costó llegar. Supo inmediatamente al verla que ella no estaba dormida, que perfectamente comprendió lo que ocurrió esa noche, que estaba excitada 18
como nunca más en su vida lo volviera a estar, que se sentía culpable, que no lo iba a denunciar y que hasta la tumba iba a guardar ese episodio consigo, sin dejar siquiera entrever algún signo de perturbación por lo ocurrido. “¿Cómo durmió anoche, mi niña?”, le pregunta su tía a la hermana de Rosa, de sólo 8 años. Como de costumbre, no la llama por su nombre, porque aún no se lo encuentran. Ambos padres no se decidieron nunca, querían algo distinto, algo nuevo, mirar hacia delante para ponerle el nombre y no tomar algo de atrás, algo así como inventar su nombre. Pero para inventar había que ser creativo, y era eso quizás lo que más les costaba. Lo que no les costaba era ser orgullosos, orgullo que los llevó a dejar a esa pobre niña sin nombre. Niña, Gordita, Chilchil, y una serie de apodos o sonidos, pero nunca un nombre, hasta que se les ocurriera el perfecto. “Bien mamá”, respondió como pensando en otra cosa. “¿Tú tomaste mi Barbie Fashion?”. El “no, fui yo” de Rosa caló profundo en Claudio, al recordar perfectamente la imagen de dos muñecas que descansaban desnudas en el velador de la niña a quien violara la noche anterior. Cómo no haber reparado en ellas anoche, cómo haberlas omitido si eran un claro recordatorio de la corta edad de su prima. A lo mejor de haberles puesto atención, lo habría pensado... pero si su abuela no estuviera muerta, estaría viva, solía decir la suya propia. “Es que desde que se me perdió la mía que se hizo fome jugar con el Ken solo”. La imagen se iba aclarando, eran Ken y Barbie, desnudos en el velador, una sentada encima del otro, piernas abiertas simulando un coito, sin pene ni vagina, pero coito al fin. No le prestó atención, pero ahora insistía en pensar en ello, como una forma de diversificar la culpa. No era sólo que él estuviera enfermo como para no atreverse a tener relaciones sexuales normales y tuviera que violentar a una niña para perder su virginidad, eran un conjunto de elementos que conjugaron en la violación de esa noche. Es más, no fue una violación propiamente tal, sino simplemente algo inevitable desde las condiciones dadas: una niña completamente lista sexualmente para reproducir y con un claro interés en perder su virginidad, hipersexualizada hasta el punto de crear relaciones sexuales entre sus juguetes, enamorada de él, un hombre que llevaba ya más tiempo de virginidad que el humanamente soportable en esta cultura machista, el calor de la noche que la hiciera dormir desnuda, esa maldita pieza con puerta para la hija mayor (clara responsabilidad del padre), el tío que saliera y le utilizara como excusa (¡quizás el mayor culpable!), la escasa evolución de las leyes en Chile sobre la pedofilia, la naturaleza humana, el Dios masculino de occidente, la perversión en la música axé, los mensajes satánicos en las canciones, las novelas subidas de tono en horario familiar, los traumas infantiles por no tener juegos didácticos, un pequeño malestar estomacal de hacía dos noches y la 19
influencia que Marte en ese momento ejercía bajo su signo. Si a esto agregamos que ella pareciera no estar turbada, que no hubo violencia, que él lloró toda la noche (mostrando una clara sensibilidad y preocupación por lo que le ocurriera a la niña) y que al besarla fue muy suave y tierno, podría decirse incluso que no fue una violación, sino un acto de amor. ¡Debería estar agradecida! Como primera experiencia sexual fue sumamente placentera... Y estando en esta oleada de autojustificaciones y ridículos intentos por hacer más fácil la digestión, tocan a la puerta. Se para rápidamente la Niña a abrir y corre hasta la puerta, pero al ver por el ojo mágico de la puerta intenta dar un grito que se congela. Mira hacia atrás, a su madre, como pidiendo auxilio y ésta se levanta asustada, instinto de madre supongo. Llega a la puerta, mira por el ojo y reacciona igual que su hija, mirando hacia atrás. Cuando se da cuenta que su madre ya era lo suficientemente vieja como para poder ayudarle en esto, reacciona y se endereza, llevando hacia un costado a su hija para abrir la puerta. “Hola Sra. Tía”, le saluda cariñosamente el Escritor, percatándose sólo entonces que no le tenía nombre. “Hola Chilchil”, y ambas, sin saber cómo reaccionar ante el autor de sus propias vidas, ante su propio creador, saludan con una sonrisa, como intentando caer bien para que más adelante en el libro no se le ocurra a este caballero matarlas en algún accidente o darles una vida triste y llena de asperezas. El Escritor adora secretamente que esto ocurra, de hecho por eso decide introducirse a la historia. Omnipotencia, sana omnipotencia, piensa mientras cruza el pasillo que separa la puerta del comedor. Al caminar hacia la mesa, saluda atentamente a todos los asistentes y se da cuenta que la única en no reconocerle es la abuela. Decide sentarse al lado de ella porque es quien más le intriga aún. Estaban comiendo arroz con carne a la olla, y lo encontró poco original, pero hubiese sido demasiado alarde apretar una tecla y borrar el menú para cambiarlo por un exquisito congrio frito y ensaladas surtidas de acompañamiento, que tanto le había tentado la semana recién pasada en aquel restaurant. Se dedicó a observar las reacciones de los que le observaban en la mesa, una manera de conocer mejor a sus personajes y ayudarse a terminar la obra, una por lo menos que pudiera terminar. Al ver al Tío, no pudo dejar de sonreír. Esa cara de niño que se deja bigotes para verse mayor, definitivamente satisfacía la imagen en su cabeza. El Tío temió al verlo, y temería durante toda su estadía en la historia. Teme lo mismo que su mujer y su hija, el poder que este hombre tiene en sus vidas. Teme porque sabe que él conoce su secreto del descanso veraniego. Teme que en 20
la vida de este pseudo literato, incontrolable desde su perspectiva, le ocurriese algo que le transformase en un ultra moralista y castigador del adulterio. Teme porque no le conoce, y sabe que él mismo es un libro abierto (casi literalmente) para el Escritor. Al verlo la abuela no lo reconoció. Al escucharlo, seguía sin saber quién era esta extraña visita. Fue al olerlo que comenzó a sospechar. El resto no tenía olor, aspecto del que nadie se había percatado. Él tenía un extraño aroma, como si llevara un par de días sin ducharse. Sólo sospechaba algo, pero era demasiado ridículo e imposible como para prestarle mayor atención. Se remitió a inclinarse hacia su otro costado y respirar más por la boca. Al verlo Rosa lo deseó, sin saber por qué. Le atraía de manera extraña esa sensación de saberse completamente desnuda frente a él, porque es él quien hace y deshace lo que a ella le ocurre. Le atrae el sólo pensar que al mismo tiempo que ella lo desea, es él quien lo ha previsto y quien le hace desearle. Le atrae de sobremanera pensar que es él quien decidió que ella se excitara esa noche de la violación, en vez de haberla hecho sentir sucia o de haberla hecho odiar a su violador. Le atrae que la haya hecho de 12 años y no de 15 o 20. Le atrae que la haya hecho prima de su violador y no amiga o una total desconocida que es violada en el paradero de una micro. Le atrae hasta físicamente. Extrañamente lo encuentra muy parecido a su victimario... y eso no lo había previsto el autor. El encuentro visual con Claudio fue el más interesante, porque tuvo que sujetarlo desde el teclado un buen rato para que éste no se le lanzara al cuello y ahogara, por la rabia que le producía conocer al desgraciado que lo hiciera cometer esa violación y que después le diera argumentos para sentirse menos culpable, encargándose al rato de quitarle valor a esos razonamientos para luego volver a la maldita culpa. “Es tu coherencia como personaje la que te hace sentir así, no yo necesariamente”, le dijo de pronto el escritor. Claudio miró al resto que parecía seguir almorzando y conversando como si no lo oyeran. “No entiendo”, respondió, mirando de reojo a todos en la mesa para ver si reaccionaban a su respuesta. Nada, parecía que sólo ambos se oían. Efectivamente, sólo tú y yo nos oímos, necesitaba un espacio para hablar contigo. “Hablar de qué”. De lo que pasó anoche, me cuesta conocerte bien aún, y definitivamente te noto con mucha rabia. Quiero entender mejor esa rabia. “¡Buena desgraciado!, si no entiendes tú, menos yo”. Dame pistas, no sé cómo resolver esto, cómo debe seguir. “¿Pistas? Pistas quiere el maricón. La única pista que te puedo dar es que me siento como la callampa por lo que 21
me hiciste hacer...”. Por lo que hiciste. “’¡POR LO QUE ME HICISTE HACER, MIERDA!”. No grites. “Por lo que me hiciste hacer, si lo hice es porque tú lo hiciste”. Yo nunca me he violado a una prima menor. “Pero seguramente algo raro tenís en la cabeza que escribes esto”. No era mi intención venir a pelear, mejor me voy y vuelvo en otro momento, cuando haya pasado más tiempo. “No quiero sentirme más así, haz que deje la culpa”. No es coherente con la historia ni contigo. “Y qué chucha me importa eso, yo sólo quiero dejar de sentirme así”. No, lo que hiciste es terrible, y si no hay castigo externo, el tuyo propio te someterá. “¡CÁLLATE! INFELIZ”. No grites te dij... “¡ÁNDATE A LA MIERDA! GRITO Y GRITO TODO LO QUE SE ME ANTOJE. GRITO QUE ERES UN PÉSIMO ESCRITOR. GRITO QUE TUS DEDOS GORDOS TE HACEN TORPE ANTE EL TECLADO. GRITO QUE NUNCA TERMINAS NADA. GRITO QUE TIENES MIEDO DE LO QUE VA A PASAR. GRITO QUE NO ESCRIBES PARA TI SINO PARA EL RESTO. GRITO TU ARROGANCIA Y TU VANIDAD. GRITO TUS CONSTANTES MASTURBACIONES. GRITO TU TEMOR AL FRACASO EN TODO ÁMBITO. GRITO LO POCO QUE PIENSAS LO QUE ESCRIBES. GRITO TU FLOJERA. GRITO TU PUTA TENDENCIA A CONOCER LOS TÍTULOS. GRITO TU BANALIDAD. ¡LA PARESSE INTELLECTUEL! GRITO QUE NO ERES NADA DE ORIGINAL. GRITO QUE ESTO DE CONVERSAR CON EL PERSONAJE LO HIZO YA OTRO AUTOR ANTES QUE TÚ, UNO DE LOS BUENOS. GRITO QUE TU IGNORANCIA NO TE PERMITE SABER SIQUIERA A QUIÉN LE ESTÁS COPIANDO. GRITO QUE ASÍ COMO ESE AUTOR PERDIÓ CONTRA SU PERSONAJE, Y TERMINÓ HACIENDO LO QUE ÉL QUERÍA, TÚ VAS A TERMINAR HACIENDO LO MISMO... GRITO QUE...”. Se acabó, lo que ibas a gritar ahí, no me gustó nada. ¡Y ahora el que va a gritar soy yo! ¿Querías dejar la culpa, querías crecer como persona? A LA CRESTA. Lo que hiciste con esa niña no tiene perdón, ni mío, ni tuyo propio. De aquí en adelante te estancas. Y te vas a ir arrepintiendo de gritar tanto. IV La miraba y buscaba de verdad amarla. Buscaba estar enamorado de esos ojos oscuros en ese rostro claro. Buscaba disfrutar de su forma de comer, de sus gestos de niña, de su boca, de sus grandes y ya desarrollados pechos, del recuerdo de su cuerpo, del recuerdo de su aroma y su humedad, de su pelo. Buscaba inspirarse en cualquier poeta barato, en algún bolero, hasta en Arjona. Nada, y a pesar de seguir intentándolo durante el resto del almuerzo, no logró transformar la culpa en amor. La miraba y sí, la encontraba linda, muy linda, a ratos le excitaba, pero no, no estaba enamorado. Eso tampoco lo explicaba. Llegó a pensar que el problema estaba no en lo que sentía, sino en que no sabía lo que esperaba sentir. No conocía la sensación, e intentaba 22
concentrarse en mariposas en la guata, campanitas en la cabeza, mareos o náuseas, pero nada. No pasaba nada, y la tele mentía de nuevo. No lograba distinguir una emoción tan rara como el estar enamorado. Lo confundió siempre con el atractivo físico, con estar caliente. A lo mejor es lo mismo. No lo sabe. Pero la vida seguía, o al menos eso esperaba él. Intentó, como siempre, olvidar y rezar porque ella también lo olvidara o al menos no lo contara. Lo más importante era que nadie lo supiera, porque podían pensar que era raro. Eso no lo toleraría. Hubiese preferido que lo acusaran de mentiroso o ladrón, pero de tener alguna rareza sexual no; él no podía ser así cuando siempre ponderó sobre aquello. Años de consejería sexual, incluso a sus amigos iniciados, mucho alarde de su acabada y temprana educación sexual, de lo abierto de mente que fueron siempre sus padres al hablar sobre sexo frente suyo, al no esconder de él las revistas playboy, al conversar y discutir sobre sus dificultades y desacuerdos en la cama, etc. Era preciso callarla, pero no se atrevía, y, como siempre, decidió esperar a que las cosas se dieran de la mejor forma posible. ¿Y si ella lo cuenta? Debía estar seguro, pensar en algo que decir en caso que ella hablara. Y fue entonces cuando recordó aquellos muñecos en el velador, que sumado a lo mucho que ella lo veneraba y deseaba como primo mayor (todos lo sabían desde hace ya mucho), eran claros explicativos de un sueño tal. Imagínense, una niña que se queda dormida jugando a tener relaciones con muñecos y recordando a aquél primo deseado, obvio que soñaría con algo así. Y si en los exámenes saliese que tuvo relaciones, no tendría por qué ser él, pudo ser un compañero, o ella misma a lo mejor, hoy en día la masturbación comienza muy temprano, culpa de la tele. “Anoche, Claudio me hizo el amor”. Hubo un momento de silencio. Largo. Eterno. Claudio quedó congelado. La Tía no supo si oyó bien. La abuela comprendió quién era el que entró a la casa. El Tío se levantó de su silla. Chilchil siguió comiendo. “Anoche Claudio entró por la puerta de la pieza y me hizo el amor mientras dormía. Pero desperté en la mitad, y eso él no lo sabe.” Claudio sonríe. Siempre lo hace cuando está nervioso. El Tío se encendió en ira, y sacó de órbita sus ojos. Algo le dijo a Claudio, con mucha rabia, pero Claudio no podía oír. Estaba sordo. De nervios supone. Completamente sordo, y veía cómo la saliva salía por la boca de su Tío y cómo su Tía lloraba
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abrazando a su hija y como Rosita los miraba extrañados a todos y como su Abuela se hundía en la silla y como Chilchil comía. “¡Fue un sueño!”, atinó a decir mientras se ponía de pie comenzando a huir del Tío que ya se acercaba con furia y diciendo más cosas que aún no podía oír. “¡Tiene que haber sido un sueño!”. Buscó en la mirada de alguien un aliado. Un aliado que le permitiera repartir la culpa, que le prestara un hombro para llorar, un abrazo para disculparlo, una oreja para oírlo arrepentirse, un amigo, un familiar, alguien querido, alguien no tan querido, un psicólogo por último, o una de esas putas de su tío que dicen que por plata hasta te escuchan y no te cuestionan, cosa rara por estos días. No encontró nada de eso en su Tía. Menos en su Tío. Su Abuela casi en el suelo, destrozada. Chilchil aún comía. Sólo una sonrisa de Rosa le dio algo de calma. Una sonrisa coqueta que más lo confunde. El Tío lo alcanzó, lo golpeó, lo lanzó al suelo, y lo siguió golpeando. “¡Mírala, si le gustó!”, gritó confundido, como si un comentario tal fuese digno de un abrazo y no de la pateadura que le estaban dando. Al rato, dejó de sentir. No oía, no veía bien, no sentía dolor. De a poco sólo quedaba la angustia. En su vista cada vez más nublada resaltaba el rojo de su propia sangre, y el verde del rostro del tío. Su Tía no lo ayudaba. Pensó que ya no lo quería y recordó lo injusto que era su Tío en tratarlo así después de años ayudándolo a engañar a su mujer. “¡Cuéntele a la Tía donde estuvo Ud. anoche!”. Y el Tío se congeló. Entonces, y sólo entonces, su Tía pensó. Lo miró y algo le dijo, algo que Claudio no pudo oír, pero que hizo que le dejaran de golpear. Y comenzó a sentir aún más fuerte la angustia. No oía lo que hablaban, no sentía el dolor y la vista se fue del todo. Un negro profundo lo encerró, y echado en el suelo comenzó a llorar. MALDITO. DESGRACIADO. POR TUS PENAS, POR TUS CULPAS, POR TUS DESEOS, POR TU MARICONA FORMA DE ENFRENTARTE A TI MISMO, POR TI YO SUFRO. YO QUE NI SIQUIERA EXISTO, QUE NI SIQUIERA VIVO, QUE SOY CONSTRUIDO POR FUNCIÓN TUYA, QUE ME HICISTE PARA TI, QUE CONSTRUISTE POR TEMOR, POR VERGÜENZA, QUE NO EXISTO NI SIENTO NI VEO NI OIGO NI PIENSO POR MI MISMO. YO QUE NO PUEDO NI AMAR Y TÚ ME TRATAS ASÍ. Y TÚ ME MATAS ASÍ. No has muerto. PERO PREFERIRÍA ESTARLO. No me gusta el suicidio como tema a tratar. Menos en esta obra, que es sobre nuestra sexualidad. NUESTRA NO. TUYA, SOLO TUYA. Lo que sea, no te vas a matar. ESO LO DECIDO YO. Lo dudo. TÚ ME PUEDES MATAR, PERO EL SUICIDIO SOLO DEPENDE DE MI. No tienes con qué matarte. PERO PUEDO DEJAR DE HABLAR. En silencio puedes seguir viviendo. PUEDO DEJAR DE PENSAR. En blanco puedes aún sentir. LA ANGUSTIA YA NO ME DEJA SENTIR. La angustia es un sentir y con eso me 24
basta para seguir escribiendo. INTÉNTALO. O ME MATAS O ME DEJAS MORIR, PERO LOS DOS JUNTOS, EN VIDA, NO PODEMOS NI QUEREMOS SEGUIR. No te puedo matar... aunque lo he intentado por años. ENTONCES DÉJAME MORIR. ¿Y qué hago con la historia? Y qué pasa con la coher... ¡PICO CON TU COHERENCIA! NADA TIENE COHERENCIA DESDE QUE ENTRASTE AL LIBRO. NADA TIENE COHERENCIA DESDE QUE ME VIOLÉ A MI PRIMA. La coherencia se puede mantener. PERO ES CO-HERENCIA, NO LA PUEDES MANTENER SOLO. La mantenemos juntos. NO CUENTES CONMIGO, YO SOLO QUIERO MORIR. No te voy a matar. DÉJAME MORIR... Me diste pena. TE DISTE PENA. No vale la pena seguir.
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No sé qué me pasa, miniña, por eso te escribo. Seguro que esto no te lo muestro (aunque me encantaría que lo leyeras), pero necesito escribírtelo a ti, porque creo que eres la única con la que en este momento puedo compartir las cosas que siento. Siento rabia. O pena. No sé, sólo sé que es fuerte y hace incluso que me duela la cabeza. Pensé que era contigo, que era por no sentir que me amas, por temor a que me dejes y esas cosas, pero parece que no es sólo eso. No sé bien lo que será, pero si sé que no es sólo eso, porque cuando te estoy queriendo como nunca y te noto que con cariño te acercas, igual me viene. Me viene esta cosa rara que parte por un destrozar de uñas y termina, generalmente, con un tremendo emparedado nocturno de palta, mayonesa y tomate. O bien en una pelea sin sentido. Con alguien o conmigo mismo, da igual. Lo importante es la pelea. A veces peleo contigo y ni te enteras. Cuando lo miro al rato, me doy risa. Aunque ahora que lo veo, me da un poco de temor. No quiero ser un loco, no quiero ser un cacho, no quiero apestar a nadie. Menos a ti. Menos a mi. La última vez que pelié contigo fue porque ... ya ni recuerdo por qué. Sí recuerdo que nunca te enteraste y que al besarte se me olvidó por qué estaba molesto contigo. Pero ahora no es eso. No es molestia ni contigo ni con nadie. Es como una sensación extraña de temor. Temor a estar volviéndome loco; temor a que este dolor de cabeza sea un derrame cerebral; temor a que la gordura me cobre la cuenta más caro de lo que pensaba; temor a no ser un buen profesional; temor a que cuando finalmente te decidas a hacerme el amor, no te pueda satisfacer, que no te guste hacerlo conmigo; temor a no poder irme de la casa porque no voy a encontrar trabajo; temor a que si te vas por tu postítulo, ni me consideres en tus planes futuros... acabo de recordar el por que de “nuestra” última pelea: no quiero que te vayas tan fácilmente, sin siquiera preocuparte de que nos dejaríamos de ver. Es una pelea egoísta, quiero que me consideres. Tengo claro que es lo que tienes que hacer, y si no lo haces creo que pelearíamos porque no lo haces. Lo que me dolió, y creo que no era molestia sino pena, fue que tan tranquilamente hablaste de irte en agosto, como avisándome, como si la separación fuera por mi lado, y no por el tuyo. Como si me estuvieras confirmando que efectivamente no te importo ni una mierda, que estamos juntos porque necesitabas pololear con alguien, porque te hace bien. Es como si me avisaras muy consideradamente, porque me tienes cariño, pero que en realidad para ti no es nada, no significa nada más que un cambio de ciudad, un irse de la casa a otra mejor, un emprender profesionalmente sin pérdida alguna. Estamos de acuerdo en lo primero... quizás en lo segundo, pero no me gusta que así sea. Si te vas quiero que eches de menos tanto como yo, quiero que te duela pensar que ya no estaremos juntos... y después me reto por pensar estupideces. Como si las distancias hoy en día fueran mucho, como si no pudiéramos vernos aunque trabajáramos a distancia por un tiempo... y vuelvo a enrollarme porque nunca he creído en los pololeos a distancia. Es una mierda todo esto. Esto hace que me duela la cabeza. Debería estar durmiendo en este preciso instante, o haciéndome una relajación para que me dejara de doler la cabeza. O tomando migranol. Hasta una paja a esta hora sería más productiva. Mejor duermo, creo que el sueño me hace escribir hueás.
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Cada vez que la veo, me tiento a dejarlo ir. Sé que la haría sufrir y que eso nos gustaría.
HISTORIA DE AMOR Estaba solo en su cama, como siempre. A sus 20 años, creo que nunca había estado con nadie en esa cama ni en ninguna otra, pero poco le importaba. Estaba tranquilo consigo mismo, sabía que no tenía nada malo, que tarde o temprano iban a aprender a disfrutar de él. Por mientras, era feliz disfrutándose solo. Estaba contento. Muy contento según él, porque estaba enamorado de su mejor amiga. Recuerdo no haber logrado entender esa alegría cuando me lo contó. “Cómo puedes estar contento si estás enamorado de una mujer que te considera sólo un amigo”. “Ni siquiera eso”, me dijo, “me considera su mejor amiga”. Y reímos. Este gil no está enamorado, pensé, pero ahora creo que era su forma de estarlo. Solo en su cama, y virtualmente solo en su casa, porque la única compañía era la de su abuela casi sorda que dormía hacía un par de horas en la cama de sus padres. Él no había querido ir a la nieve con ellos, según dijo porque estaba resfriado y tenía que estudiar. Yo tengo clarísimo que no era por eso, sino porque le encantaba disfrutarse a sí mismo en soledad. Se sentaba a ver tele, y no la veía, solo se dedicaba a jugar a mirarse a sí mismo viendo tele. Le encantaba estar en lugares con poca luz y sonidos tenues, para jugar a cómo se ponía escuchando, cómo se veía mirando, cómo se sentía haciendo distintas cosas. Él era su mayor placer, y no lo podía del todo disfrutar estando con su familia o mucha gente. Echado en su cama, su abuela durmiendo, y ya eran alrededor de las 10 de la noche cuando imaginó escuchar que tocaban la puerta. Intrigado se levantó y va a mirar por la ventana, donde para su sorpresa estaba su mejor amiga. No supo si alegrarse por su inesperada visita o molestarse por la inoportuna interrupción de su goce personal. Pero se veía tan linda que rápidamente se olvidó de sí, para gozarla a ella. “Pasa, qué sorpresa”, le dijo al abrir la puerta, con esa cara de niño de la que siempre nos reímos en la U. Ella se veía distinta, según me contó. Se veía ás cercana, y tenía un extraño rubor en la mejilla que nunca antes había visto y que nunca más vio. Se acercó a saludarla como siempre, ofreciendo la mejilla propia a la de ella. Ella se acercó a saludarlo como siempre, aceptando esta 27
oferta de manera cariñosa. Él esperaba chocar mejilla con mejilla y sus labios estaban listos para hacer el típico sonido del beso. Pero ella torció la cara, y lo besó en el rostro, haciendo chocar sus labios – esos grandes y carnosos que tanto nos gustaban a los dos – con su cara, siempre lavada y bien afeitada. “Potito de guagua, como siempre”, le dijo ella, y entró. Por un par de segundos se quedó congelado en la puerta, disfrutando de esta sensación tan rica que le dejara el sorpresivo saludo de su amiga, y disfrutando de él mismo congelado frente a esta situación. Estúpidamente, hizo sonar los labios como terminando el proceso del saludo que quedara interrumpido. Ella sonríe y él se sonroja, con lo difícil que era que eso ocurriera. “Qué rico, tienes prendida la chimenea. Con el frío que hace”, le dice ella al momento que se acerca al fuego. “¿Qué te trae por acá?”, le preguntó de verdad intrigado. Era muy rara una visita a esa hora. La verdad es que era muy raro una vista de ella a cualquier hora, porque era de esas amigas que les gustaba que los demás se acercaran y sostuvieran el cariño. De hecho, por eso yo me alejé de ella. “Estaba sola en mi casa, aburrida, y me acordé que me habías contado que tus viejos se iban a la nieve”. La sonrisa que le dedicó, según me contó, fue de otra mujer. Ella no acostumbraba ser coqueta; menos osada. Jamás tomar la iniciativa. Pero en esa sonrisa le dejó entrever una intención que para él era sorpresiva... incluso sospechosa, pero definitivamente muy oportuna y esperada. Decidió dejar de lado la paranoia, la búsqueda de segundas intenciones, la estupidez del no atreverse, el pensar en el futuro de la amistad. Sólo le incomodaba un poco el que de pronto se levantara su abuela sorda y destruyera toda la mística que se estaba generando entre el fuego, la mujer que tanto deseaba y la sensación del beso en la mejilla que aún sostenía y se negaba a dejar. Decidió también agregarle un elemento más a esta escena tan perfecta: el vino reserva del papá. Después se mamaría el reto o quizás al otro día iría a ver si podía comprarlo en algún lado, pero esa noche era lo único que faltaba. Recordó de pronto un poema que había escrito – uno de los cuatro que escribió en toda su vida – y se sonrió, pensando en que esta situación era tal cual como la describía en ese poema, sólo que aquél terminaba con la mujer en le baño por problemas intestinales. Esperaba que eso no ocurriera esta noche. Destapó el vino y le sirvió una copa. “¿Te gusta el vino?”, preguntó ella. “Más me gusta estar contigo”, pensó en decir, pero lo encontró cursi y se remitió a un coqueto “Si”, y agregó “Me encanta que hallas venido”. Ella se sonrió, en lo que se estaba convirtiendo en una carrera de sonrisas coquetas. “¿Por qué?”... rara pregunta, no le tenía respuesta. Simplemente le gustaba que hubiese ido. Respiró y pensó que si no se la jugaba en ese minuto, todo podría transformarse nuevamente en amistad. A la mente le llegaron dos 28
respuestas: “porque tenía hambre, y tu sabís que me carga cocinar”, seguido de una risa estridente como siempre, y la pregunta sobre algún familiar o amigo al que no vieran hace tiempo “¿Qué será de Pepe?”; la otra respuesta que pensó no era con palabras, sino simplemente sostener la mirada en sus ojos, y dejarse llevar por el impulso que lo atacara, cualquiera que éste fuera. Al contarme esto, agradecía que ese impulso no hubiera sido golpearla o escupirla, sino hubiese tenido que dejar de estudiar para pagar al analista que lo tratara. Sin darse cuenta, mientras pensaba en estas dos respuestas, ya estaba empezando con la segunda. La miraba detenidamente a los ojos, y en un momento se quedó en blanco. No reaccionaba y no lograba distinguir impulso alguno que le permitiera actuar. Hasta que bajó la vista de los ojos a su boca, y sólo pudo hacer aquello que siempre quiso hacer al mirarle los labios – en realidad, aquello que todos queríamos hacer al mirarle los labios. No recuerda bien en qué minuto dejó de mirarla para empezar a besarla, pero si recuerda claramente que ella se sonrió justo al momento en que sus labios se rozaron. Me dijo que lo que más le había gustado de ese primer beso, fue que sintió claramente cuando esos pedacitos ínfimos de cuero que siempre le colgaron a esta mina de los labios, le rozaron. Dice que esa sensación de estar besándola, pero poder comérsela al mismo tiempo, no fue superada por nada el resto de la noche. Se besaron largo rato, minutos varios dice, aunque así generalmente cuesta distinguir el tiempo. Se besaron hasta que no aguantaron el calor de la chimenea, que tenían frente suyo y que hacía doloroso el roce del pantalón con la pierna. Se corrieron de ahí sólo después de haber masoquistamente disfrutado de ese dolor quemante. Se corrieron hacia otro sillón, uno más pequeño que quedaba más lejos del fuego, y en ese cambio, recordó a su abuela. Quería hacerle el amor a su amiga de la forma más plena y sin censuras que pudiera, pero la abuela en la pieza era una traba. No alcanzó a pensar mucho más en ella, porque de un sólo movimiento quedaron ambos sentados en el sillón, con los cuerpos entrecruzados, mirándose de frente apoyándose cada uno en las faldas del otro. Se miraron largo rato, mucho rato, tanto rato, que no recuerda el momento en que se desnudaron, ni como lograron hacerlo sin moverse. Nunca más vio la ropa ni supo de ella, sólo le importaba mirarla en su completa desnudez y su cada vez más impresionante belleza. Al otro día me confesó que si no hubiese estado tan caliente, si no la hubiese deseado con tantas fuerzas, no la hubiera tocado durante horas, para poder conservar el recuerdo de cada detalle del cuadro que frente suyo se acababa de pintar.
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Le dijo que la amaba, que hacía mucho tiempo que la amaba, que ya no aguantaba y que ella tenía que saberlo. Quiso conversar con ella del tema, darle tiempo para que se expresara, pero el deseo era demasiado y arremetió. Para su sorpresa, ella se hizo un poco hacia atrás, y le sonrió – sonrisa que ya no se le hacía extraña ni desconocida en ese rostro. “¿Qué pasa, preciosa?”, le preguntó. Cree que hasta la voz le tiritó al preguntar. “Acuérdate que somos amigos, no te confundas. Nada va a pasar, nada puede pasar, porque somos amigos. Tú eres como mi mejor amiga, y lo sabes. No deberías haberme dicho que estabas enamorado de mi, no sería raro que me enojara. Esto nos va a alejar, vamos a dejar de ser amigos. No debiste...”. No sabía si era todo en serio, si era broma, si tenía razón o no. En un segundo se cuestionó toda esta fantasía que estaba viviendo, todo este cuento que se estaba armando. ¿Me estaré haciendo daño? Pero la miró, y ella lo miraba fijo, como esperando una respuesta. Recién entonces se relajó. “Este es mi sueño, preciosa, y en él tú me amas tanto como yo a ti”. Ella sonrió nuevamente como sometiéndose a aquello que era evidentemente cierto e inevitable. Se deshicieron besándose al lado del fuego, y la molesta sensación de estar siendo escuchado o de pronto ser sorprendidos por la abuela, desapareció tras la primera caricia a su tibio pecho. Decidió enviar a la nona a la nieve, junto a sus padres, nada se lo impedía. Sus pechos eran tan tibios como lo sospechaba, y el que tenía bajo sus dedos caía levemente, como haciendo evidente lo real y natural del paisaje que lo deleitaba. Es cierto que no era más que una fantasía, pero qué importaba si era tan buena. Se lanzaron al suelo, y el frío del piso les molestó por un segundo, hasta que lo entibió para que no lo desconcentrara. Se siguieron besando y acariciando, y ella, en actitud total de entrega, le dijo “Hazme el amor”. Lo encontró último de cursi, y pensó suprimir aquello de su fantasía. Podía hacerlo. No le costaba nada, era como retroceder una película, pero decidió fluir en su imaginación. Qué importaba una frase cursi, en un contexto así. Decidió hacerle caso, y le hizo el amor. Fue rápido, ya llevaba mucho rato en su autodisfrute. Pero era perfecto, tal cual como le gustaba. Masturbarse mientras fantaseaba con largas y elaboradas historias de amor, sin importar que no alcanzara a llegar al momento crucial de la fantasía. Con todo el preámbulo le bastaba. Por unos momentos, se detuvo a disfrutar de la sensación que le dejó esta extensa historia, hasta que por razones higiénicas se complicaba el seguir inmóvil. Se sacó el calcetín que tenía puesto para no manchar las sábanas, se secó un 30
poco los bordes con él y lo dejo al lado. Con una servilleta, cuidadosamente dejada en su velador para estos momentos, terminó de limpiarse, dejó los restos al otro costado de la cama, se giró, y apagó la luz, listo para descansar después de una agotadora noche de pasión y romance. Nunca supe por qué me contaba estas cosas, si el autoerotismo es tan privado, pero reconozco que siempre me divertí oyéndolas.
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Desde que nos encontramos que tengo una fantasía: los dos viviendo juntos en una casa; una casa bonita, de madera y cemento, esa mezcla que me encanta. Una casa con segundo piso, pero uno pequeño: sólo una pieza, un hall de entrada y un baño. En el hall de entrada hay libros, libros amontonados, desordenados, tan desordenados como los de la biblioteca de mi papá. Tú me molestas porque hago con mis libros lo mismo que odiaba que hiciera con los suyos. Cosas del Edipo. El baño, pequeño por cierto, está justo arriba de la pieza que manejamos vacía para cuando tengamos hijos; esa pieza que va a ser de ellos, llena de juguetes, con las paredes pintadas por ellos mismos, preciosa, sin reglas, sin sentimientos que manipulen, con puro amor y goteras de la maldita cañería del baño de arriba que nunca pudimos arreglar. Lo más extraño de ese baño es una pecera azul. No sé bien por qué está ahí ni para qué sirve; a lo mejor va a estar de moda en esa época. Pero ahí está, azul, como si no fuera colocolino. Y en la pieza del fondo, yo; frente al computador escribiendo mi tercera novela, apostando a que ésta sí va a tener tanto éxito como el primer libro de cuentos que me publicaron. Siempre te voy a repetir que no me importan ni las ventas ni las críticas, pero no me creas. Sí me importan y mucho. Es triste saber que a esa edad seguiré siendo igual que ahora y que a los quince. El computador (una mierda que se queda pegada a cada rato) va a estar lleno de polvo, igual que los libros; y el teclado decidimos cambiarlo después que derramáramos el café encima en un arrebato sexual. ¿Te acuerdas? Hacíamos el amor en esa pieza muy seguido. Nos gustaba porque nos sentíamos perversos en ella, como tirar en la oficina. Desde que nos encontramos que tengo la fantasía de volver a querer ser escritor y no psicólogo y que tú vas a estar conmigo ahí, escuchándome, leyéndome, convenciéndome de que no escribo tan mal como creo, ni tan bien. Que tú vas a ser la feliz de la pareja, con la musicoterapia, y yo de escritor inestable. Que te reirás de mi cuando me traicione por plata y haga una capacitación o algún proceso de selección. Que seremos felices, en una casa de madera y cemento los dos. Y después los hijos.
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Lo que pasa es terrible pero ni siquiera nos atrevemos a darnos cuenta de ello.
MI ALMA El otro día estornudé, pero tan fuerte que se me salió el alma. Ahí estaba, sentada al lado mío en el auto, mirándome directamente a los ojos. Se notaba meditabunda, como si intentara comprender qué había pasado y no pudiera. Un poco confundida quizás. Por mi parte, nunca había estado en una situación similar, así que no sabía qué hacer, cómo actuar, y no encontré nada mejor que tocarla. Era extraño, como cálido a ratos; algo parecido a cuando te bañas en un lago y pasan corrientes tibias. Mi papá seguía manejando concentrado y mi hermano iba en el asiento de adelante sumergido en un cuaderno, así que ninguno se dio cuenta, hasta cuando le pregunté a mi alma que qué iba a hacer. - ¿Yo? – preguntó mi hermano sin saber que no era para él la pregunta– me voy a clases ¿Por qué? – extrañado por la pregunta se gira en el asiento y gritó al ver mi alma. - ¡¡¡QUÉ ES ESA HUEÁ!!! – no me gustó nada lo que dijo. Mal que mal era mi alma y él no era nadie superior para venir a tratarla así. - Mi alma – contesté con tono molesto - ¿¡Tu qué!? - Mi alma, así que trátala con más respeto, por favor, mira que no quiero que se me enoje o se me sienta. Ante tan extraña conversación, mi papá miró por el espejo retrovisor y casi chocamos. Se estacionó a un costado y se dio vuelta. Sus latidos se escuchaban hasta el asiento de atrás y se le notaba lo alterado en la mirada. - ¿E... esa es tu alma, hijo? – me preguntó entre extrañado, asustado, emocionado... - ¡Sí! ¿Algún problema con ella? Porque si tenís algún problema con ella, lo tenís conmigo. Sí sé que fui prepotente, pero qué esperaban si en ese momento era todo un desalmado. En todo caso no me tomó en cuenta. Los dos estaban como idiotizados mirando mi alma que parecía cada vez más asustada. Hubo como un momento de tensión dentro del auto en que mi hermano y mi papá nos miraban a mi alma y a mi como con codicia. Estaban maliciosamente felices por lo que había ocurrido. De pronto, mi papá, que ha leído mucho sobre filosofía y otras cosas por el estilo, le preguntó a mi 33
alma “¿Puedes hablar?”. Mi alma me miró como pidiéndome permiso y yo le repetí la pregunta, con un tono un tanto más tierno para que no se asustara: “¿Puedes?” - Sí – dijo tímidamente - ¿Te puedo hacer unas preguntas? – le dijo mi papá con un tono muy tierno, ahora sí, pero una expresión ambiciosa. - Sí – respondió nuevamente mi alma y comenzó un bombardeo de interrogantes. - ¿Tenía razón platón? ¿Existe el mundo de las ideas? ¿Cómo es? ¿Te reencarnas infinitamente? ¿Cuántas vidas llevas? ¿Puedes pasear por este mundo como quieras? ¿Te acuerdas de tus diferentes encarnaciones? ¿Cómo es la perfección? – a lo que se suma mi hermano - ¿Fumas? ¿Estás pololeando con una alma mujer? ¿Existen almas homosexuales? ¿Elvis está muerto? ¿Ves el futuro? ¿Lees mis pensamiento? A ver ¿Qué estoy pensando ahora? Mi alma se desesperó. Todo fue muy rápido. Ante tanta pregunta se desfiguró y empezó a cambiar de forma, pasando por gran variedad de animales, personas que jamás había visto, plantas, figuras abstractas, cosas varias, hasta que tomó la mía, mi forma, mi aspecto externo, tal cual como me veo en el espejo. Me miró directamente a los ojos, en una mirada penetrante y como preparándose para decir algo. Me dispuse a escuchar esperando oír algo que me guiara durante mi vida o que me tranquilizara sobre mi futuro o por último que me dijera “Cómprate un Kino”. Pero no. Yo, el muy poca cosa, tengo un alma insulsa y poco creativa que no encontró nada mejor que decirme “Cuídate de ese resfriado” y se me metió dentro de nuevo. Mi papá y mi hermano trataron de agarrarla y empezaron a tirarme el pelo y las orejas para tratar de sacarla. Desesperados, me gritaban “¡Devuélvela, devuélvela!”. No la devolví.
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Es aquí donde te temo. Es aquí donde te dudo y te niego. Es aquí donde me dan ganas de reprimirte. ¡¡Ahora tú calla!!
TENGO MIEU Siempre de niño tuvo susto, pero jamás ahora después de haber crecido. Nunca pensó que esos ataques de miedo volverían y que volverían esas parálisis de susto que lo mantenían debajo de las sábanas, inmóvil, por temor a quedar completamente desprotegido y al alcance de su implícito enemigo al sacar un brazo o moverse en la cama. Regresaron todos los síntomas: temor a nada, susto a todo, transpiración, inmovilización, pánico a ese enano rubio de dientes largos con un cuchillo en la mano que después de lograr visualizarlo bien en la oscuridad y percatarse que era tan sólo una muñeca con un lápiz bic que algún desalmado le pusiera en la mano para asustarle, de todas formas le temiera porque cabía una remota posibilidad (que en momentos así es una enorme posibilidad) que este inofensivo muñequito cobrara vida cual Chucky y con esa sonrisita hipócrita e imborrable le enterrase el lápiz bic en el pecho. Temor al ruido que se escuchaba afuera que seguramente era la muerte que, cada vez más vieja, debe caminar con bastón, bastón que suena como si un imbécil hubiese dejado una caja o un tarro bajo una canaleta que baja del techo trayendo el agua de la lluvia en forma de gotas hasta el suelo. Temor a que la silueta que ve parada e inmóvil en la puerta de su pieza sea un ladrón o un asesino o su muerto padre que, como en sus ataques de miedo de antaño, escuchara sus sollozos y viniera a sacarle la cresta para evitarle la molestia de levantarse e ir a pararse al lado de la cama de sus padres y decir tímidamente y con voz temblorosa: “Tengo Mieu”. Temor a que producto de ese temor, no pueda dormir en toda la noche y al otro día esté muerto de sueño en el trabajo, como cuando niño lo estaba en el colegio y no podía concentrarse en la prueba del libro que acababa de terminar de leer. Y al quedarse sin más cosas a qué temerles comienza a recordar cosas a las que semanas anteriores les había temido de igual forma como les teme ahora, después de acordarse. Temor a tantas cosas, tan burdas e irracionales que al pensar un poco se da cuenta de lo tonto que es, que no hay nada a qué temerle, excepto a los desastres naturales y a ladrones o asesinos sueltos. Y después de haber 35
inventado temores racionales y plausibles sin poder hacer nada por evitarlos, ya que no cree en Dios pues teme que haya un Demonio que lo castigue por creer en él y a su vez teme que Dios lo castigue por creer en ese Demonio, pasa toda la noche elucubrando y suponiendo estupideces, volviéndose realidad uno de sus temores, ya que al otro día jamás pudo concentrarse en su trabajo o en esa maldita prueba que le bajó todo el promedio.
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Y ni una puta palabra más. Sólo calla y déjanos pensar en cómo hacer para que no vuelvas a sentirte bien estando conmigo. Calla y déjame imaginar que te aprieto el cuello hasta que tus ojos me pidan que los deje seguir mirando. Calla y déjame disfrutar de pensar en cómo te hago sufrir, perra.
FALTA DE PICO Estaba yo escuchando Walkman en clases de inglés mientras veía cómo la profesora movía y movía los labios pasando materia inútil, inservible. En eso veo que la Isidora me está aleteando en el asiento de al lado. Bajo el walkman para escucharla. - ¿Qué estás escuchando? - Peter Gabriel - ¡AAAYY! Me encanta. ¿Qué canción? - “BIKO” – y ahí empezó. Como estábamos en primera fila, la profesora escuchó e interrumpió la clase. - ¡Andrés! Ordinario. Ándate afuera al tiro y te vas con amonestación ¡por grosero! - Pe... pero, Miss, yo no dije nada - Claro y yo soy tonta. Te escuché clarito así que ándate. Me emputecí porque la vieja aparte de sorda, cartucha. - ¡No me voy a ninguna parte! – grité fuerte – No he hecho ni dicho nada. - ¡Mentira! Yo escuché clarito que dijiste ... ¡eso que dijiste! - ¡Lo que pasa es que usted escucha lo que quiere escuchar! Se levanta como una energúmena de su silla y me grita - ¡Acaso estás insinuando que yo quise escuchar... ESO¡ - ¡SI! Y hasta creo que harta falta le hace. Ahí me mandó a inspectoría, y me fui, porque ahora tenía una razón. Me suspendieron por una semana. Al parecer me fui al chancho, lo que confirmé cuando volví al colegio y supe que se había suicidado. Nadie sabe por qué, pero yo creo que se mató porque le faltaba pico.
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La ira te vuelve más sabio. Te hace ver aquello que no puedes ver con otros ojos. Te hace descubrir engaños. Te ayuda a que hagan lo que siempre quisiste. Te ayuda a que te sigan. La ira los disminuye como seres humano y te enaltece a ti. No los deja respirar sin que ese simple acto tenga que ver contigo. Es lo que te permite estar un poco más cerca del creador. Dios es ira, y de la ira nace el humano. La ira penetra a una mujer, la ira la fertiliza, con ira fuiste expulsado del útero y con ira serás sepultado. Qué caso tiene esconderla...
RUMIACIÓN - ¡Qué te creís, DESGRACIADO! – Grita muy exaltada frente al arco de medicina una mujer, nada fea, a un tipo que con cara de extrañeza y paciencia – se nota muy paciente – la intenta calmar. - Oye, tranquila. Si yo no hice nada. De hecho esa era la parte tuya... - Ya, ya. CLARO. Echémosle la culpa a la mujer del grupo, porque las mujeres somos más tontas ¿cierto? - Ya, mujer, no tiene ná que ver con eso – insiste en explicarle, como si ella lo estuviera escuchando. - Sabís que más: ¡cállate, y mándate a cambiar! GUATÓN MARICÓN. No te quiero volver a ver. Da media vuelta y se marcha. Él queda sólo y se va caminando en dirección opuesta, claramente ofuscado. Está bien que sea paciente, pero creo que esto es mucho ¿Guatón Maricón? Qué se cree, mocosa de mierda. Ella, la muy regia... no, si es regia la perra, PERO NO POR ESO ME VA A VENIR A INSULTAR...hueona mala... HUECA DE MIERDA. Perra, qué se cree... ya, ya deja de pensar en eso. No vale la pena, tenís un certamen mañana CONCENTRARSE. ... ... ... ¿Guatón Maricón?, guatón maricón me dijo... no, no, no, ya. "la teoría del aprendizaje social explica la imitación diferida"... ... ¡Perra, si sabe que estoy a dieta! ¡AAAHHH! Ya, piensa en otra cosa... se pasó esta mina en vaca, tratarme de Guatón, si sabe que estoy a dieta la desgraciada... y ya he bajado bastante ¿se me notará? Ya, parezco maraca... cresta, que rabia, y ahora que tengo que seguir estudiando justo me sale con esto. Una vitrina, eso es lo mejor, las vitrinas no mienten... ¡Si, sigo guatón! Cresta, parezco mina. Pero no puedo creer que esta hueona me venga con esas cosas si sabe muy bien por lo que he pasado para adelgazar los putos kilos que he bajado, la cagó la hueona de mierda me pudo haber dicho cualquier cosa, menos guatón, lo de maricón se lo aguanto porque es de 38
enojada, es como que te saquen la madre, no tiene valor alguno, pero guatón es mucho, es como que yo le dijera hueca, porque cuando uno sabe que tiene un defecto no quiere que los amigos se los saquen en cara, y ella es hueca y sabe que es hueca y yo soy guatón y sé que soy guatón, pero me carga ser guatón, si tuviéramos un hijo sería HUECÓN o GUATECO. Cresta, no voy a poder pensar en el puto certamen. Es como si yo la molestara por que le gusta la Yuri, con la Maldita Primavera y esas cosas, es como si la hueviara por ser tan llorona, “Guatón” .. hija de puta, si, de puta, porque la vieja de ella, que harto rica que está, es una cerda en la cama y le pone el gorro al viejo hasta con el jardinero, y que si yo le dijera una huevá así capaz que no se iba a enojar, cómo no se pone en mi lugar la yegua y me dice guatón como si no importara. Y las huevás de canciones que escucha, esas si que son para reírse. Si sientes queeeee, para enamorarme ahoraaaaaaa, volveráaaaaaaaaa a mi, la maldita primaveeeeraaaaa. ¡GUATÓN TU VIEJO! y pelao más encima, qué se cree la perra chica, que porque es mina la culiá puede sacarme en cara el físico, como si yo alguna vez la molesté por estúpida, todo lo contrario siempre la he defendido, qué se cree, porque de verdad no es tonta, medio hueca, pero tiene otras virtudes, como la simpatía, la rapidez pa las tallas, y esas tremendas tetas que una vez le pasé a agarrar bailando y se sienten rico pero que ella no sepa que se las agarré porque se puede enojar conmigo ¡Y QUE ME IMPORTA QUE SE ENOJE LA HUEONA DE MIERDA! si me trató de guatón, supiera las veces que este guatón se ha manfinfleado pensando en ella, supiera la de veces que se tiró a sus antiguas pololas pensando en ella, supiera la desgraciada que estaba adelgazando para gustarle un poco que fuera, pero ella me dice guatón y maricón, si querís te muestro la pichula que esa sí que es guatona y seguro que no te molesta que lo sea, perra, no, pero por qué pienso esas cosas de ellas si estaba enojada y de más porque nos fue mal en esa huevá de trabajo porque ella se equivocó y cuando uno se equivoca le echa la culpa a otros y no quiere asumirla uno y cuando uno no tiene la culpa se siente culpable como cuando se muere la gente que uno conoce o que no conoce o hermanos de las amigas o primos o padrinos de los hermanos o amigos de los amigos o historias en general. GUATÓN como me dice eso si ni siquiera me preguntó cuánto había adelgazado en estas dos semanas ¡6 kilos, hueona! 6 kilos en un par de meses es caleta y la hueca de mierda ni me pregunta y yo más encima la disculpo que chucha tengo que disculpar a nadie que se pudra, ojalá que el pololo le siga poniendo el gorro y que ella se entere y que le duela a cagar a la perra para que vea que duele cuando a uno le dicen o se entera de huevás que sabe pero que no quiere ver, qué se cree cabra de mierda, conchadesumadre. SI PARA ENAMORARME AHORA VOLVERÁ A MI LA MALDITA PRIMAVERA DE MIERDA y el guatón se pone a cantar en la calle, 39
como sin darse cuenta, como si intentara dejar de escuchar sus propios pensamientos. Y canta fuerte y Yuri invade la Diagonal y luego los tribunales, y el paseo peatonal. Pero a pesar de cantar, su rabia no se detiene y no puede dejar de pensar en esa perra maldita que me trató de guatón que escucha esta música de mierda que no sé por qué la canto si ni me gusta, a lo mejor es porque quiero demostrarle que sé de ella más cosas que las que se ha podido dar cuenta ella de mi en estos años de amistad, que su amigo guatón sabe de ella todo pero ella de él sólo sabe que es guatón porque es hueca y no tiene vida interior y que aunque quiera intentar indagar en el interior de los demás no podría porque está siempre pendiente de sí misma, que es ciega y por eso ni se entera que me duele que me diga guatón, esa perra, putita H U E C A. Y la Yuri que sigue fuerte por las calles de la ciudad, y la gente que lo mira, y se preguntan quién es este guatón extraño que canta a la Yuri. Algunos ríen, otros se asustan, algunos cantan con él, pero todos coinciden en algo: qué Guatón con aspecto más simpático, qué ganas de tenerlo de amigo, como si a mi me importara ser amigo de la gente, como si quisiera tener sólo amigos, como si ser gordo implicara no poder amar u odiar, como si ser guatón me condenara a ser simpaticón hasta con las perras que se dicen mis amigas y que igual me tratan de guatón, cuántas veces no habrá hablado a mis espaldas, cuántas veces no habrá comentado lo guatón que es su amigo, su mejor amigo, ese que tiene un pene gordo igual que él pero que nadie lo aprovecha; ese que sólo quiere hacerle el amor a la amiga de mierda que ahora lo trata de guatón como si fuera culpa de él que fuera tan estúpida y se equivocara en el trabajo justo en la parte que le tocaba a ella y le dieron la más fácil y la que menos tenía que pensar porque saben que no piensa mucho y lo peor de todo es que me dijo guatón y un niño se le acerca y le pregunta que por qué canta y él no lo oye, porque sólo escucha sus pensamientos y la madre que lo toma del brazo para que salga de ahí que no lo moleste al guatón que parece que está medio loco, y que no si está con walkman escuchando música y por eso canta y que no si tiene el audífono colgando, no lo tiene en la oreja, que llamen a los carabineros dice una señora como si la fuerza pública pudiera meterse en su cabeza y obligarlo a apagar esos pensamientos en tropel sobre el insulto gordo que le dijo su amiga, como si no le importara, a lo mejor tengo que abrir los ojos y darme cuenta de una vez por todas que de esa mina no soy ni amigo, que ella no me considera nadie en su vida, ni un perro fiel, ni nada, que no soy más que eso, un guatón maricón para ella, que mi vida le importa un carajo, que no está ni ahí con que yo ande detrás de ella, que ella sabe que le tomé la teta, pero ni siquiera le importó, que las veces que me he masturbado pensando en ese agarrón de teta son nimias, porque agarrón tal no existió ni en mi cabeza, solo en mis deseos y en mi pene cuando lo aprieto. Que guatón, como es posible 40
si 6 kilos en dos meses es caleta, que me falta abdominal, lo sé pero que tengo que irme de a poco, como me dijo la nutricionista, pero que nadie sepa que fui a la nutri, que vergüenza, me hueviarían caleta en la u, como son estas mierdas, porque ya nadie es mi amigo porque para todos soy ese guatón maricón que soy para esta mina, que si la veo me paso por la raja toda la vergüenza y le agarro las dos tetas con ganas, las aprieto y las muerdo, si, las muerdo, si soy guatón y me gusta comer por eso te como las tetas perra, y después me cobras como le ha cobrado toda su vida tu mamá a tu papá, hija de puta, pequemos, o déjame a mi no más pecar, total tú ya no importas desde que me trataste de guatón y pasaste por alto todos mis esfuerzos y mis ganas de hacerte el amor y te fuiste por esa calle y yo me fui por la otra y te pesco y te doy vueltas y te como por todas partes y te entierro mi verga por el trasero y por tu vagina y después te pago, no mucho, no tanto como tu papá a tu mamá, porque tu mamá es mucho más linda y cara que tú porque tu no vales ni la mitad, porque a tu mamá no le importó que yo fuera guatón cuando me la tiré en tu cumpleaños pasado, porque tu mamá sí supo aprovechar al guatón de mi pene que tú ni conoces ni te interesa, porque las tetas de tu mamá no son tan buenas como las tuyas pero esas si que las agarré. Guatón. Cómo que guatón, perra chica, si ni siquiera me has visto sin polera porque a nadie le muestro mi cuerpo, porque solo lo muestro después que me han visto el pene porque sé que a nadie le importa la guata cuando tienen un pene entre sus piernas o sus dientes porque si para enamorarme ahora VOLVERÁ A MI LA MALDITA PRIMAVEEEERRAAAAAAAAAA. Y la canción se calla. La canción termina, en su cabeza y en su boca y la gente alrededor ríe. “¡Güena Guatón!” le grita un obrero desde un edificio en construcción. “Ahora la del apagón”, grita otro y la gente ríe y el Guatón se sonroja. Camina más rápido y más la odia, porque la hace hacer el ridículo y el corazón le salta, y tú perra espera que te encuentre porque ni te vas a enterar cómo te voy a hacer sufrir y te voy a contar que me tiré a tu mamá porque sé que eso te destruiría y te voy a decir que no me molestó que me trataras de guatón porque eso se pasa dejando de comer mientras que la honra de tu familia y tu estupidez innata no se mejoran con nada y sigue caminando cada vez más rápido para huir luego de las risas y burlas. Dobla por la plaza, y baja en dirección al parque lo más rápido que pudo. No logra avanzar mucho porque de frente se encuentra con su amiga, con esa perra, por qué me miras, dime algo, no me mires no te voy a saludar porque no puedo, porque si te saludo te voy a decir lo mucho que te quiero y lo mucho que me hizo gozar tu madre.
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- Hola, eehh... que rico que te alcancé... igual... quería ... o sea iba a llamarte... porque te quería pedir disculpas... ¡Igual estoy enojada!... pero me fui al chancho, si no es pa` tanto. - Ah ... sí, si yo cacho que andas como estresada – atinó a decir, como si en nada le hubiesen afectado las palabras que esa mujer le dijera frente a su Universidad, como si no le importara que medio Concepción se riera de él. - ¿Vas pa` la U? - Eeh.. ya... Maldita perra como te digo que me destruiste como si me hubieras enterrado una puñalada. No saco nada con hacerme el tonto si te odio ahora, si te quiero, si me forniqué a tu madre y todos lo hacen, si tus amigos te siguen por ella y por tu plata y por tus tetas, si yo te quiero y no quiero que eso influya en nuestra amistad, si soy tan guatón cómo me vas a querer así, si soy una mierda, si te quiero. Y la encara, la toma del brazo, ella lo mira inquieta, sabe que algo le va a decir, no sabe qué y teme que por fin se le declare y no sabe como decirle que no y lo mira y le angustia y él la mira, le sostiene aún el brazo. Lo suelta. Baja la mirada antes de volver a levantarla para, con cara de extrañeza y paciencia – se nota muy paciente – mirarla y preguntarle: - ¿CÓMO QUE GUATÓN?.
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Y estando casi dormida al lado mío, en automático me preguntaste lo que siempre preguntas ante un muy largo silencio. - ¿En qué piensas? – pensé en no responder, pero mi cabeza fue más rápida, y pensó en contestarte casi en automático que pensaba en lo muy difícil que se me hace controlar esta estupidez adolescente del celo, esta tontera de creer que si le demuestras cariño a alguien me lo estás quitando a mi; que pensaba en lo muy distinta que te siento cuando estás con la gente que sé que amas, a cuando estás conmigo; que creo que no me amas; que me tienes un simple cariño, como el que se tiene por un perrito, ni siquiera por un amigo, porque para qué nos vamos a engañar, nunca fuimos ni hemos sido tan amigos; que siento que a ratos te canso, que te molestan mis abrazos, y que no quieres que te bese; que creía en ese preciso instante que estabas girada hacia el otro lado, no porque te gustara dormir “cucharita” sino porque es la única forma que se te ocurrió de no sentirme tan cerca durante toda la noche; que te estaba dando mucho más espacio en la cama del que normalmente te entrego porque no quiero que te ahogues y me dejes; que en parte no te estaba acariciando porque quería castigar lo injusta que eres conmigo al sentir todo esto y no decírmelo; que era rabia lo que sentía por ti en ese momento, esa rabia Chicory (como diría el Dr. Bach) que detesto en la gente, pero que se me hizo inevitable; que pensé en largarme, en huir, para que supieras que yo sé que tú sabes que no me amas, pero que quieres hacerte la tonta sólo por tu afán complaciente; que la sensación de temor frente a un quiebre, frente a que me patees en la raja no se ha ido nunca, es más, aumenta con el tiempo; que no me tomes en cuenta porque me da por temporada, y que esto que estoy pensando ahora seguro mañana no lo pienso; que tengo miedo; que me duele imaginarme que me dejas; ne me quitte pas; que a veces hablo contigo de cualquier tema para no forzarte a pensar si quiera en lo que sientes; que aún le tengo celos a ese amigo tuyo, pero mucho más celos y pánico le tengo a ese antiguo amor, ese amor que según yo nunca dejaste de amar; que mientras más lo pienso, más seguro estoy de que no me amas; que creo que no quieres hacer el amor conmigo porque no me deseas; porque nunca me has deseado; que tengo la sensación de que ni mis besos te gustan; que un futuro contigo se me hace cada vez más borroso; que tengo un sueño de mierda y que estos malditos pensamientos no me dejan dormir; que te ves muy linda hoy y que hueles mejor que ayer, hueles más a ti; que si te digo todo esto seguro me dejas; que mejor no te digo nada y mañana lo escribo; que capaz que lo escriba, lo guarde y a los pocos días lo borre; que mejor te dejo dormir... Finalmente de mi boca sólo salió un tranquilizador “en nada”. A esa altura, sólo quería dormir abrazado a ti.
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¿Cuál es el problema con el placer? ¿Cuál es el sentido de la culpa? Si pedimos permiso para el deseo, deja de ser deseo. Y eso, no lo deseas ni tú ni yo.
PROFE Y allá voy. De nuevo caminando a mi fantasía. Camino a mi trabajo como si alguna vez hubiese podido concentrarme trabajando en esa maldita universidad llena de modelos. Mujeres todas, ya no hay niñas. Mujeres que deseo, que desnudo con la mirada, que penetro al dar la palabra, que conquisto cuando les doy pista en alguna evaluación, que acaricio cuando las interrogo en el examen. Lo único en mi vida que me ayuda a salir de la cama. Lo único que me mantiene vigente, vivo, estudiando y trabajando para poder seguir haciendo clases a esas mujeres hermosas. A esas deseosas de admiración. Yo les doy esa admiración, no se preocupen. Yo las admiro y las deseo, sólo no lo noten, porque puedo perder mi trabajo y no tendrían quién las deseara tanto como yo. Si quieren seguir sintiéndose deseadas, escuchadas, observadas, necesitadas, sólo guarden silencio. No digan a nadie que tienen un profesor medianamente joven – los treinta no se escapan tanto de sus 19 – que les hace el amor con la mirada y las palabras en cada clase. No digan que tienen un profesor que hace clases prácticas y de mucho trabajo grupal sólo para poder mirarlas tranquilamente mientras lo hacen; sólo para acercarse a aclarar dudas mientras las huele de cerca. No le cuenten a nadie que las mira a los ojos en afán de conquista, aunque sabe que eso no ocurrirá. Guarden silencio, es nuestro secreto. Y acá entro, y las veo. Todas ellas, futuras enfermeras esperando con ansias a su profe psicólogo que les viene a enseñar de lo que no sabe, pero logra disimular. Y lo saluda la rubia. Siempre la primera en saludar como si supiera que es la preferida. Como si supiera que encarna a aquella mujer que creí que no existía. Como si se supiera perfecta en sus formas, en su estatura – como a la medida –, en su color de pelo, ese rubio extrañamente real en nuestro país, con visos castaño oscuro que te recuerdan que vives en Sudamérica; y esa sonrisa. Ese lindo y rápido y casi infantil “holaprofe”, acompañado de una corrida interminable de dientes perfectamente tratados en su infancia. ¡Benditos frenillos! Que bien que hicieron su trabajo. Y sus ojos. Azules como si fuera posible que un color tal existiera en la naturaleza. Siempre la misma respuesta: “qué tal, mucho gusto verla por acá como siempre”, porque sé con certeza que seguido a ello me devuelve la sonrisa coqueta, me regala otra corrida de dientes para que siga fantaseando. Para que siga imaginando que le cuento los dientes con mi lengua, que la beso 44
enfrente de todos como si no me importara perder mi trabajo, que suspendo la clase sólo para correr a mi oficina y hacer el amor todo el día con esta mujer perfecta de perfectas formas y perfectos colores. Me regala su sonrisa dos veces cada semana, y ya van muchas semanas, y ya van muchas sonrisas, y de regreso le debo muchas horas de placer. No más de 10 segundos dura esto, pero suficiente para entrar con ganas a hacer la clase. Me dirijo al escritorio frente al curso, y hago un rápido paneo a la clase, como disfrutando del único placer que me entrega a la semana esta vida de mierda. Solo los martes, triste los lunes, agotados los sábados y domingos, aburrido los viernes y alcoholizado los jueves. Lo único que me queda de pasión desde que me dejaran, son los miércoles. SAN MIÉRCOLES. Bendito seas entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu mente distorsionada: tus perversas fantasías. Qué lindo espectáculo. Todas esas bellezas juntas, mirándome con deseos – de aprender, pero deseos al fin y al cabo. Siempre de derecha a izquierda: primero es la Preciosa; esa bajita, redondita y muy pálida de rostro, con su cabello completamente negro y liso; sus labios rozados y gruesos que intentan esconder una dentadura no tan perfecta; su mirada inocentona que deja entrever sus oscuras pasiones, sus ocultas intenciones, sus deseos más descabellados; se nota al verla que detrás de ese mirar puro y astuto se esconde una mujer que sólo piensa en sexo y en cómo hacer sentir más placer al hombre que tenga en frente; quiero poseerla, como a todas; quiero que se coma mi verga, ¡que se la trague! Y detrás de ella la Pavita; esa chica extraña al hablar, un poco lesa dicen algunos, pero rica; si, rica; cumple con esa simple y tan vilipendiada categoría; rica; rica porque tiene un precioso cuerpo, con una pequeña cintura, y grandes senos, pero no tan grandes como para verse extraña, sino lo suficientemente grandes como para que su trasero no pase a segundo plano; ese trasero gordo y duro, redondo. Y a su lado la Morena; esa que supera todos los estándares de estatura y desarrollo físico de nuestro país; esa morena gigante, de piel suave – lo descubrí cuando se despidió de mi la semana recién pasada de beso en la mejilla, como si quisiera demostrarme que es ella la que más placer me puede entregar con sólo rozarme con su piel - ; esa morena de rasgos hindúes que seguro esconde una vagina intensa, jugosa, grande; una de esas vaginas de labios gruesos en las que el pene nada como si estuviera en un útero hecho a su medida. Y al otro lado, la Mala; esa que se cree muy chora, agresiva, pero que en realidad no sabe nada de la vida; esa que de encontrarnos solos de noche, sé que por nervios no podría hacer nada por si sola, tendría que enseñarle todo; esa que cree que no se le nota que es virgen aún, pero que tiene muchas ganas de dejar de serlo; esa con cara de perversa, pero intenciones conservadoras, como su padre. Y más abajo, la Blanquita, esa de rasgos perfectos y gestos suaves; esa que dan ganas de 45
acariciar, besar, cuidar y pololear; esa que se enamora con un solo beso, y se apasiona con una osada caricia en el trasero; esa que más que encender mis pasiones, me regula, me equilibra antes de seguir viendo hacia la derecha y encontrarme con la Oriental; esa chinita de tez pálida y ojos negros intensos que me hacen explotar en deseos; esa que no dan ganas de hacer el amor con ella, sino violársela enfrente de todos; no preguntarle, no conquistarla, sólo hacerle el amor con fuerza y sin permiso porque ella nació y se crió para complacer a quien quisiera complacerse con ella; penetrarla con ganas, saciarse con su coño, hacerla gritar de dolor por el ano, y morderla, morderle los labios, los senos, las manos, el ombligo, el pelo, la cabeza, las orejas, la nariz, los dedos de los pies, la muñeca, los nudillos, el talón, los ojos y el trasero; que grite, que se deshaga pidiendo auxilio porque ya no tiene más cuerpo, porque alguien se la comió por completo; normalmente vuelvo a Blanquita, para disminuir la erección antes que se haga demasiado notoria, para disminuir las ganas de masturbarme frente a todas. Más a la izquierda siempre, la Mayor; esa chica que tiene pinta de casada, pero no sé si lo estará; esa chica que se nota sabe mucho de sexo, más que yo, más que cualquiera en esta sala, quizás más que cualquiera en esta universidad; esa que siempre he sentido como la única con la que realmente pudiera llegar a tener posibilidades de concretar algo; esa que si me encuentro en un pub, me acerco y le converso, le invito un trago, le coqueteo abiertamente y la invito a mi departamento; la única que no me ve como a un viejo. Y la Intelectual, esa que es muy buena alumna, que habla bonito, que me impresiona con sus reflexiones, pero por sobre todo, esa que en su boca dice “sexo oral”; jamás en mi vida he visto una boca tan perfecta para el fellatio, hecha a mano para succionar; pero lo intenta ocultar, esconde su labio inferior, se lo muerde sin saber que con eso queda al descubierto, sin saber que es eso justamente lo que un hombre anda buscando en una boca cuando quiere sexo oral: una boca coqueta, que no demande un pene, sino que lo insinúe; una boca que no se note que en realidad es una vagina hecha para contener penes erectos, y nada más. Y la rubia. Termino siempre en la rubia que, sentada en primera fila a mano izquierda, espera que la vuelva a mirar para dedicarme su enorme dentadura por tercera vez en la semana. Para que deje de pensar en todo el resto del curso y sólo remita mis deseos a ella. Tiene poder sobre mi esa sonrisa, y ella lo sabe. Comienzo la clase. Como siempre, un par de bromas sobre los acontecimientos de la semana, que se casó el Chino de nuevo y esta vez de negro, que Habemus Palpatine, que el debate de la Sole y la Michel. Cosas nimias, burdas, pero de las que todas ríen. Cada vez estoy más convencido 46
que me desean. Que no soy sólo yo, que ellas a su manera me quieren poseer. Y les doy un trabajo grupal como de costumbre, para fantasear tranquilo, y de paso escamotear mi ignorancia sobre el tema. Se agrupan y, como si lo hiciesen adrede, en un grupo se juntan la morena, la blanquita, la pavita, la mala, la mayor y la intelectual. En otro grupo, junto a cuatro chicas desconocidas y demasiado comunes, se sienta mi rubia. “Siéntate con cualquiera”, me tiento a decir “siempre serás tú la que destaque”. Pero prefiere ser la única. Algo de inseguridad supongo. Y sola, haciendo grupo con los dos únicos hombres del curso, la Oriental. Como intentando darme celos. Como si no supiera que se sienta ahí no por decisión propia, sino porque es su deber estar con los hombres. Al resto del curso no lo miro. Mujeres comunes y corrientes, con las que me puedo encontrar en la calle; mujeres como cualquier otra, que no despiertan fantasías. No las deseo y lo notan, porque ni siquiera me llaman para aclarar dudas. La rubia si. Es siempre la primera en acercarse a mi escritorio, y siento su aroma y me enloquece. Pero hoy está distinta. Algo tiene, que la deseo con más fuerza. ¿Estará ovulando? No lo sé, pero al irse a su grupo debo correr al baño. “Lo siento chicas, debo hacer algo, las dejo trabajando ¡No se copien!”, y corro. Me suda la espalda, el pene está más duro de lo normal dentro del pantalón, me duele al presionar contra el cierre, la deseo, te deseo, te quiero hacer el amor, te quiero penetrar, gozar, disfrutar, pertenecer, me quiero enamorar de ti y que te enamores de mi, te quiero dar hijos, hijas, nietos, quiero regalarte mil orgasmos como los que me has regalado tú sin enterarte, te quiero tocar la entrepierna cuando estás conmigo para saber si me deseas, si te parezco atractivo siquiera, te quiero penetrar con mi lengua y llegar al útero, te quiero explorar por dentro, te quiero rasgar las ropas y mirar los senos quiero morderte los pezones, agarrarme de tu trasero redondo y perfecto, y besarte. Besar tu boca tierna, tu rostro liso y suave, el lóbulo de tus orejas, que tan sutilmente cae por debajo de tu pelo, liso y rubio y castaño y limpio y suave y brilloso. Apoyado en la puerta del baño, no logro contener el deseo y cuando estoy apunto de sacarme el cinturón, de bajarme el cierre, de sacar mi pene y masturbarme con tantas ganas como cuando tenía 14, siento que alguien entra al baño de golpe. Y es una mujer. Una chica, que me es familiar pero no reconozco de inmediato. ¿Me habré equivocado de baño? No, ella debe haber entrado errada. Pero no logro seguir pensando en nada, porque se me lanza al cuello, se cuelga de mi y me besa en los labios como si me amara de siempre. En ese momento la reconocí. Era otra alumna del curso. Una que nunca miré porque no me interesaba mirar. Una en la que creo haberme fijado una vez porque andaba con un sombrero grande, en medio de la sala. Una con cara de matea. Una que si mal no recuerdo, hizo un muy buen examen el año pasado cuando participe de la comisión de mi colega, cuando no eran mis 47
alumnas, cuando conocí a mi rubia. Una que tiene un trasero descomunalmente grande y que ahora me cuesta agarrar. El primer beso fue en shock. Me mira a los ojos, y me vuelve a besar. El segundo ya lo disfruté. Del tercero en adelante, olvidé el baño, la clase, mi condición de profesor, y la comencé a desnudar. No me importó que fuera ella, que nunca me hubiese interesado, que su trasero fuera descomunal, que usara gorros ridículos, que su aliento no fuera el mejor, que hablara raro, como nasal, que usara mucha ropa, que sus sostenes fueran feos, que sus calzones salieran con una mancha café entremedio, que su figura fuera la más común de las figuras, que al otro día me costara recordar con quien tiré en el baño, que en cualquier minuto entraba alguien y nos descubría, que el baño estaba hediondo, que la manilla del lavamanos se le enterraba en la espalda, que no usamos condón, que estaba comenzando a transpirar en demasía la camisa que no alcancé a sacarme, que ya estaba apunto de eyacular y podría quedar embarazada, que me podían echar, que tenía 19 años, que hacía meses que no tenía relaciones más que con mi mano, que nos veíamos patéticos en el espejo que estaba a su espalda y frente mío, que fuera del baño hay cámaras que la vieron entrar después que yo, que el trabajo que estaban haciendo era con nota y se podían copiar, que era el cumpleaños de mi ex polola, que estuve a punto de casarme y me abandonó a última hora, que todos los martes pienso en cómo morir, que todos los jueves agradezco no haberlo intentado, que estoy enamorado de su compañera. Nada me importó, porque ya no era ella. En el minuto en que entró al baño y me besó, dejó de ser ella, y pasó a ser mi fantasía. Pasó a ser la morena, y su piel suave; pasó a ser la blanquita y su ternura apasionada; pasó a ser la oriental objeto; pasó a ser la preciosa de dientes firmes y labios carnosos; pasó a ser la intelectual mamándome la verga; pasó a ser la mayor enseñándome cómo sentir placer; pasó a ser la pavita rica desatada en locura; pasó a ser la mala, preguntando qué hacer. Todas y cada una de ellas, todas, menos ella misma. Y mi rubia no aparecía. Al momento antes de eyacular en ella, sin importarme lo que pudiera pasar, ahí frente al espejo, logré ver en mi rostro el amor que siento por mi rubia y la desdicha de no poder decirlo, de no poder vivirlo con esta mujer imperfecta que no se le acerca en nada. Logré ver que al hacerle el amor a esta chica, y poseer a todas en mi fantasía, no lograba sacarme de la mente a la rubia, pero la alejaba cada vez más. Que lo que siento por ella ya es más que un oscuro deseo de un profesor degenerado. Que ya la necesito, que no saco nada con ocultarlo, que mis orgasmos son de ella y para ella. Que esta chica desnuda frente mío, a la que poseo en estos momentos, a la que beso, no existe. Nadie existe. Solo existe mi rubia y yo. Que ella está destruyendo eso. Que con hacerle el amor a esta desconocida, me alejo más de mi rubia. Que puedo perder el trabajo si se sabe. Que si pierdo mi trabajo no volveré a ver a 48
la rubia. Que debía hacer algo para que eso no ocurriera. Eyaculo de todas formas en ella. Y fue muy bueno. Me declara su amor, y yo solo la escucho. “Lo siento, esto no puede ser. Puedo perder mi trabajo”. Se sonríe de medio lado, y por primera vez la encuentro atractiva. “No es necesario”. Volvemos a la clase, y todo sigue como siempre. Termina el trabajo, se van a sus casas y no nos vemos hasta el otro miércoles, día a la semana donde doy rienda suelta a mi imaginación fantaseando con todas mis alumnas mientras poseo a una de ellas en el baño, a esa que me ofrece sexo una vez a la semana, a esa que es hija de la amante del dueño de la universidad, a esa que me asegura el empleo para siempre y de paso me permite fantasear con sus compañeras, esas que son realmente deseables y hermosas, y sobre todo esa que me regala sus dientes cada semana para cobrármelos algún día en amor y placer. Y ahí voy de nuevo “Sigan leyendo. Voy y vuelvo”.
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Anoche encontré por fin la respuesta. Por fin me di cuenta del porqué de mi sensación, del nombre de lo que me pasa, de lo que realmente me pasa. No lograba entender por qué me sentía así con ella, qué me pasaba, no lograba comprender si ya le creía que me quería. Y le creo. Lo que pasa es que no me desea. O no me siento deseado. Me quiere y le encanta conversar conmigo. A veces está con sus amigos, esos que sólo ríen, y piensa en mi porque tiene ganas de conversar y ya no reír. No de follarme, no de lanzarse a mi entrepierna a comerme con furia la verga. No le interesa mi cuerpo, ni siquiera le atrae mi mirada. Con suerte mis besos, que sirven para cuando se aburre de conversar o cuando se avergüenza de no tener qué decir. Le sirven mis besos para sobrellevar los silencios incómodos, que para ella siguen siendo incómodos.
Yo la veo y la quiero, la veo y la deseo, pienso en ella y quiero hacerle el amor. ¡Hace tanto que no lo hacemos! Semanas, que son mucho para un pololeo a los 24 años. No me desea. Sólo le gusta acariciarme o que la acaricie como cuando los perros o lo gatos se acercan en busca de cariño. No me desea más que a su mascota.
Nos encontramos en un lugar oscuro. En uno de esos lugares que llamamos “nuestros”. Y comenzamos a besarnos, a besarnos y cierro mis ojos e imagino que me deseas, y comienzo a desnudarte y te gusta que lo haga, y te beso los senos, y adoras que lo haga, y ante el accidente de mi mirada en tus ojos, me doy cuenta que no estás ahí. Que justamente echas la cabeza hacia atrás para no verme la cara, para imaginar que es otro el que te besa los senos. Otro cualquiera. A lo mejor otra, como en tus fantasías. Y no me deseas. Y sigo intentando traerte acá, y te muerdo, y te toco por todas partes, y te hago el amor con mi mano. Nada. Tu cabeza sigue tan atrás como siempre. Me levanto. No es posible que esto siga así. Te abrazo, te lanzo sobre la mesa (escritorio o lo que sea, poco importa) y te beso, y al darme cuenta que no soy yo el que te acaricia, que no soy yo el que te besa sino mis manos y mi boca, al darme cuenta que sólo yo me acerco, al darme cuenta que no te interesas por mi, sino por las sensaciones que mis partes generan en tu cuerpo, guío tu mano hacia las mías. Te pido que me beses, que me toques, y te llevo la mano a mi entrepiernas. Ni te inmutas, te dejas guiar, pero al soltarte tu mano cae, como si ni siquiera hubiese existido algo que tocar. Como si tu pololo, la persona “que quieres” no te hubiese recién gritado, reclamado, llorado por una caricia, por una demostración de placer, de atracción, de deseo. No te dan ganas de tocarme, no te dan ganas de besarme, de acariciarme y mucho menos de hacerme el amor. Hace tanto que no hacemos el amor. Me masturbo y ya no quiero hacerlo, no debería hacerlo, es raro que lo haga.
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Este escrito es una mierda no logro hilvanar ideas. Pero lo único que tengo claro es que no me deseas y eso me destruye. Pero no hay mucho que hacer con eso, para qué me engaño. Quién me desearía, si las veces que hemos hecho el amor ha sido una mierda, si no duro nada, ni logro entregarte el placer que buscas. Tienes acumulado mucho deseo, años de deseo, y al parecer no soy yo el que logra dártelo. Deberías engañarme con tus amigos, con todos, y venir a conversar conmigo cuando estés aburrida. Yo por mientras, me seguiré masturbando, ya soy un experto en ello, y soñando con que soy una maquina sexual. Hazlo. Engáñame, que yo me lo mamo, me lo merezco por ser tan mierda en la cama, por ser tan penca y poco deseable, por ser un pedazo de hombre, castrado por su historia y su mente, un degenerado, un perverso frustrado, un buen amigo, un gran “conversador”, un gordo de ojos bonitos, un buen yerno, un mediocre profesional, un mal hijo, un enrabiado hermano, una mierda que escribe y que es cada vez más un tío. Mi sobrina llora. Dejo esto por ella, ni la escritura ni el sexo son lo mío, quizás la paternidad tampoco.
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Y pensar que de todo lo que ocurre sólo puedo llegar a pensar en aquello que pienso cuando me doy el tiempo de pensar. El pensar muchas veces no me deja pensar y eso me aburre. Quiero pensar tanto como para no tener que volver a hacerlo nunca más. Pico con tu inteligencia.
TSUNAMI Y de frente veo cómo la ola gigante se acerca. “Nunca más vengo a escribir a la mitad del puente”, es lo único que atino a pensar cuando veo que por el río se acerca, imponente y veloz, una ola enorme, unos 5 ó 6 metros deben ser. Por eso los pájaros. Ya me parecían extraños tantos juntos a esta hora volando en esta dirección. Qué ironía haberme encontrado frente al mar tras haber decidido venir sobre el río a inspirarme del vuelo ordenado de las gaviondrinas (porque son muy pequeñas para ser gaviotas y muy grandes como golondrinas). Había escrito antes frente al mar, y nunca me sirvió mucho de inspiración, más de insolación y shock salino, pero nada de inspiración. Y ahora, frente a frente a esta enorme y salina ola, encuentro y descubro una inspiración pasajera, inspiración pánica, como diría el Jodo. Y esa masa uniforme de alas y picos que se acerca volando en figuras sugerentes casi justo sobre el mar, como guiándolo en su viaje. ¡Guíenlo para otro lado, Malditos Pájaros! ¿Cuál es la idea de traerlo para acá? Qué envidia poder volar, poder dejarme llevar por el viento y al mismo tiempo manejarlo a mi antojo. Podría seguir describiendo la sensación de ver venir la muerte hasta el último minuto. Y la verdad, es que nada me detiene a hacerlo. Si voy a morir al menos la describo, quien sabe, a lo mejor luego del desastre encuentran mi notebook y logran rescatar el escrito. A lo mejor logro trascender y convertirme en escritor famosos después de todo. En fin, no me queda mucho, considerando que estoy a un kilómetro y medio de cualquier lugar seguro y la ola se acerca velozmente. No sabría decir si en 5 segundo o 5 minutos estaré muerto, sólo puedo asegurar que lo estaré. Muerto por una ola salada gigante que arrastra a su paso todo cuanto encuentra. Finalmente el médico tenía razón: con esto de la hipertensión, la sal me podía matar.
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Recién ahora comienzo a oír gritos, recién ahora que la ola está casi encima del puente. Curioso que quise venir a escribir al medio del puente para estar tranquilo, y ocurre esto ¿Para qué corren? Si no alcanzan a salvarse corriendo, mejor cállense y déjenme disfrutar de estos segundos pre-mortem. Siéntense y disfruten de su muerte. Y se acerca, la ola y mi última esperanza son los Malditos Pájaros. - ¿Me llevan? - Claro, ¿adonde va? - A cualquier parte, la verdad. Ando arrancándome del agua. No me gusta cuando el mar me arrastra. - A nosotros tampoco, por eso volamos. ¿Y ud. por qué no vuela? Sería más fácil, porque nosotros, si bien somos hartos pájaros y andamos en grupo, con su tamaño, caballero, me parece un poco difícil llevarlo. - Pero si no sé volar, no ve que no soy pájaro. - ¿Y como yo estoy hablando si no soy humano? - En realidad. No lo había pensado ¿Cómo es eso de que puedes hablar entonces? - No sé, a lo mejor ya estás muerto. Dicen que al morir pasan estas cosas raras. - Pero si estuviera muerto ya no podría estar escribiendo. - ¿Y quién te dijo que estabas escribiendo? - Si yo no estuviera escribiendo, nadie podría estar leyendo esto, y seguro que al menos alguien lo esté leyendo. - JajajajaJAJajJAjajAJajJAJajAJjajAJ – ríen a coro, malditos pájaros. Se ríen de mi porque nadie me lee, porque escribo solo y más encima muerto y nadie me lee porque a nadie le interesa lo que escribo. Malditos pájaros con complejo de peces, que andan en cardúmenes aéreos formando figuras insólitas en el aire a lo lejos, como si quisieran decirme algo. - ¡¡¡DEJEN DE REÍR!!! Y sáquenme de aquí que ya la ola se acerca. - Si lo pudiera ver desde acá arriba, se daría cuenta que la ola ya pasó. - Está bien, súbanme para verlo. Y al verlo les creeré. Malditos pájaros lo elevan y entre risas le muestran su notebook destrozado contra una roca. Malditos pájaros que se siguen riendo y lo sueltan para que se entere de su muerte y de su nueva capacidad voladora. Era cierto que al morir todos volamos. Malditos pájaros que se van, formando figuras divertidas y novedosas en el aire, mientras el nuevo pájaro inexperto los intenta seguir, agitando sus alas, 53
haciendo un esfuerzo enorme por agitarlas más rápido que el viento para poder elevarse y no caer al vacío; agita y vuela, hasta que se da cuenta que no son sus alas las que se mueven veloces, sino sus dedos golpeando el teclado de un computador portátil mientras intenta escribir su último escrito antes de morir arrastrado por una ola de agua y sal.
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¿Y por qué ya nadie me cree cuando les digo que estoy bien? ¿Por qué todos se afanan en encontrar lo malo? ¿Por qué si me siento bien, y sé que está bien expresarme? Plantarme delante de los demás, ser yo y dejar de ser el gordo-simpático-inteligente-queno-pelea-porque-prefiere-la-paz o lo opuesto, el gordo-que-dice-lo-que-piensa-y-pelea-porcualquier-cosa. Siempre un péndulo, de la alegría forzada y socialmente aceptada a la rechazada rabia. ¿Por qué si logro darme cuenta de ello estoy cuestionándome esto y sigue la discusión girando en mi cabeza? Sé que tiene que ver con ella, nada que ver conmigo. Sé que no anda bien y que viene a esta casa a buscar rounds conmigo o cualquiera porque no es capaz de enfrentar sus propias frustraciones maritales. Sé que se siente presa en una relación por el echo de haberse casado y que no tolera en su esencia aceptar la posibilidad de que lo suyo falle. Sé que si no se sintiera presa, ni siquiera pelearía y sería feliz en su matrimonio. Sé que la rabia venía de ella, y luego entró en mi, y no al revés como solía ser. Sé que estoy bien. Me siento bien. Sé que he crecido y que aunque no quiera asumirlo, en este tipo de crecimientos ya no hay vuelta atrás. Entonces ¿POR QUÉ MIERDA SIGO PENSANDO EN ESTO? ¿Será tan importante como para escribirlo?... Ya me siento mejor de sólo decirlo. Ya me siento mejor de sólo escribirlo. Ya se va yendo esa sensación de rabia añeja, de resentimientos infantiles, de malestar por querer ser “mejor persona” que el otro y no recibir confirmación de aquello. Sorprendente cómo este fantasma antiguo sigue penando. Como este fantasma negro y oscuro me sigue ofreciendo la muerte de los demás, la destrucción de la imagen de otros, el poder y la agresividad como formas de vida. Es sorprendente como a pesar de todo, a pesar las flores, a pesar del crecimiento, a pesar del amor, la rabia sigue presente. Al parecer está en el sistema. Está en el aire y debo cambiar de aire para que deje de estarlo. Hacerse a un lado. Esquivar el toro, no enfrentarlo, y aunque el sistema se resista, la esencia del crecimiento está en el asumir que aunque a veces no se quiera, aunque a veces ni uno así lo quiera, una vez que empieza a rodar, la bola no se detiene. Y la bola ya comenzó a rodar. Y comienza la cuenta regresiva: me voy, y sin darme vuelta ni mirar a nadie. De frente, cerrar los ojos y caminar. O volar, a veces también prefiero volar.
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Esta sensación en el estómago es muy extraña. Me suena a malestar, a hambre, un poco de sueño, hasta anuncio de diarrea puede ser. Es una sensación ambigua, que a ratos se pone muy fuerte, que tironea todo desde dentro y toma desde el intestino a la garganta, y al rato se relaja, transformándose en un vacío muy chiquito, como al despertar, antes del desayuno. Lo imagino verde, no sé por qué. Sólo lo imagino verde. Y siento que es como cuando entra la corriente. Al principio molesta mucho, porque el cambio de temperatura te saca de donde estabas; al rato te acostumbras y ya no sientes el frío; luego te enfermas. Difícil escribir esto, dar tantas vueltas cuando en realidad lo que tengo es pena. Pena y ganas de un abrazo, un vil abrazo que cierre esta puerta de mierda que quedó abierta en mi estómago.
TE VISTES Y TE VAS A Ricardo le gustó el nuevo disco de los Bunkers. Le gustó porque tenía una canción que lo identificaba, una canción que lo hacía recordar este extraño hábito de fornicarse a sus amigos después de largas noches bebiendo y conversando sobre la importancia de explorar sensaciones nuevas. Maricón, como dice él mismo. No gay. “Maricón, porque un gay asume su homosexualidad con elegancia y anda por la vida queriendo tirarse a otros gay, y va a discotecas gay, y canta canciones gay. Yo soy maricón porque me gusta ensartarle el pico a hombres bien machos, y después que se los meto y dejan de ser machos, ya no me importan, porque salir con maricones, no vale la pena”. Le gustó mucho el nuevo disco de los Bunkers, y aunque él diga que es sólo porque el título de esa canción lo identifica, yo sé que tiene que ver con esa noche en que se enamoró. Fue una morbosa delicia verlo engrupirse al mechón desde que llegó. Que qué música te gusta, que cómo logras esos abdominales, que claro que eres liberal y no te importa que sea maricón, que eres tan lindo, y eso que te lo digo sin intención porque sé que eres hétero, que cuando yo supe que era homosexual estaba pololeando, ¿qué estás pololeando? mira que coincidencia, ¿crees en las sincronías?, ¡salud por eso!, ¿y cómo huelo? es que es nuevo perfume y quiero ver si puedo engatusar con este olor a alguien que me tiene de verdad enamorado, ¿te gustó? pero huele más de cerca, si no muerdo al menos que me lo pidas jajaj, que eres tan simpático, que no se fuma acá adentro porque a la dueña de casa no le gusta, que vamos al balcón, que vamos te digo si no es mentira que no le gusta el humo, ¿viste? ya te vino a retar, siempre los héteros desconfían de uno cuando los invitamos a un lugar y vamos a quedar solos, que no, si no me ofendo, 56
tranquilo, gracias por lo de que soy simpático, y ya que estamos en confianza ¿cómo me veo? es que de verdad soy muy vanidoso, y creo que con esto me veo gordo, ¿tú crees?, ¡gracias! hacía tiempo que no me hacían un piropo sin intención, gracias lindo, o sea que debo entender con esto que si no fueras hétero tendría alguna posibilidad contigo, jajaj ¡salud por eso entonces!, y ya se te acabó el cigarro, mira que rápido que chupas el cigarro jajajaj, ¡salud por eso! ¡salud por eso también! ¡y salud por esto otro! ¿muy mareado? bah, con ese cuerpo pensé que tenías mucho aguante, de veras, mucho músculo poco alcohol, ¿y tienes calugas? no te creo, de verdad que no te creo, tendría que verlas, uy que lindas ¿puedo tocarlas? mm, son duritas, mira yo también tengo pero menos duras, menos marcadas, toca, ¿que te gusta mi piel? si siempre ha sido muy suave, me encanta que me toques, tus manos son firmes, ¡oye! esos son mis pechos, uy, te lo advierto que no soy yo cuando me tocan los pezones, ¡te lo advertí! qué lindo como juegas, tan rápido que te ablandó el trago, me gusta eso, cabecita de pollo, ¿y por qué no me besas también?, jajaja, no te espantes, precioso, si no muerdo, ya te dije, ¿cómo? ¿me estás acariciando el pecho, y no me quieres besar porque “no soy ni un maricón”? jajaja no te hace bien tomar ¿cierto? jajaja, ya, loco, si no vas a querer besarme mejor saca tu mano de ahí, ¿cómo es eso que no quieres? ah, te gustó mucho mi piel, te lo cambio por un besito entonces, si acá nadie nos ve, si nadie nos escucha, ¡obvio que no le cuento a nadie, hombre!, si un caballero no tiene memoria... mmmm, que suave tu boca, que rico tu aliento, que sabrosa tu lengua, ¿escuchas? Los Bunkers, ¡me encantan! que mejor que besarnos escuchando esto, pero no conozco este tema, ¿el último disco? ¿te vistes y te vas? jaja, que buen nombre, si, ya, si me callo... Lo que pasó después no lo sé, porque me hastié de ser un cerdo espiando intimidades ajenas desde ventanas vecinas. Pero sé que se enamoró, porque jamás le contó esto a nadie, y eso era raro en Ricardo. Un maricón que gozaba con desvirgar traseros heterosexuales y luego hacerlo público para vanagloriarse de su habilidad y su labia. Esta fue quizás su conquista menos esperada, la más extraña y lejos la que hubiese sido más envidiada, pero no la contó. El amor a veces sirve para dejar de lado hasta los vicios más extraños, como el de querer que hablen de uno.
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“Eso creo, que lo tuyo es realmente horrible”. ¿Por qué no lo dije y ya? ¿Tanto cuesta acaso ser sincero? ¿Ser crítico? ¡Cobarde! Te las das de artista y tienes miedo de mostrar tu arte. Te encierras en la casa del escritor a la que ni siquiera perteneces ¿Por qué no buscas una casa del pintor? Porque te sientes más seguro en un lugar donde no se pinta, en un lugar donde nadie puede venir con real conocimiento de causa a decir “lo tuyo es realmente horrible”. Temor a ser exhibido: el colmo del pintor. Deja que la detesten ¡Cobarde! Que vienes a mi mundo, a este al que me da miedo revelarme y la embaucas a ella, a esa que le quiero decir tantas cosas y no me atrevo ¿Por qué no lo digo y ya? ¿Tanto cuesta acaso ser sincero?
PÁJAROS Las gaviondrinas ya no eran cosa nueva. En la prensa, en la calle, en los restoranes, todo el país hablaba de estos extraños pájaros muy pequeños para ser gaviotas y muy grandes para ser golondrinas. Gaviondrinas les pusieron en honor a un cuento encontrado en un notebook destrozado a la orilla del río tras el tsunami de hace años. La leyenda dice que hablan, pero la verdad es que nadie las ha escuchado aún. Lo nuevo no eran esos pájaros, sino cómo volaban desde hacía ya unas semanas. La primera vez que los vieron hacer figuras en el cielo, la gente comenzó a correr, asumiendo que no podía ser otra cosa más que el augurio de un nuevo maremoto devastador en la zona. Pero eso hace ya 15 días, y aún nada. No es un maremoto, sino ya estaríamos bajo muchas capas de agua, sal y lodo. No es un maremoto, pero algo debe ser. Día a día cruzo el río preguntándome qué son estos animales y qué les pasa que se mueven así. Hoy estaban más extraños que nunca, cambiando de figuras muy rápido. En un momento podría jurar que formaban dos figuras a la vez. Es tenebroso pensar que algo malo podría ocurrir y que estos pájaros nos lo están avisando. Y pensar que podría ir cruzando el puente y ver cómo de alguna extraña manera el puente se destruye, o la ciudad se destruye, o el país. Y pensar que al llorar sobre la destrucción descubriremos lo que estos pájaros nos querían decir. ¡Si tan sólo fuera cierta la leyenda! Deberían hablar para poder dejar de pensar. Y ahí van de nuevo, gaviondrinas extrañas, haciendo figuras que no comprendo. Y un niño en la micro juega darle formas a lo amorfo: - ¡Mira mamá, un perro! Y ahora un gato, y ahora un pájaro gigante, y ahora es una casa, y mira ¡una cara! ¡es la lala! Si mamá si es la lala. Y ahora una nube, y ahora un perro de nuevo... Y la forma final, el supuesto perro, se anquilosa. Queda fija, dura, firme. Qué extraño, esto es nuevo, nunca había sido así. Y parece como si mirara fijo a 58
algún punto, como si toda esta masa uniforme estuviera más uniforme que nunca. Malditas gaviondrinas que no hablan y no explican. Y al girar la cabeza buscando mirar aquello que ellas intensamente apuntan, la sorpresa generalizada de la micro me desconcentra de mi escrito. Todos gritan, muchos lloran, y el chofer hace lo posible por maniobrar en medio de la histeria colectiva. Muchos pájaros, otros pájaros, grandes y oscuros, poco uniformes, se dirigen desde el otro lado del río, veloz y violentamente hacia las gaviondrinas. Y ellas no se mueven. Y ellas tranquilas, y la masa no uniforme vuela directa hacia ellas, y las gaviondrinas tranquilas. Y ya casi chocan, y el chofer que decide frenar de golpe y mi escrito que vuela hacia adelante, y corro, y gateo en busca de mi lápiz y el escrito y mientras agachado busco y busco, sobre nuestras cabezas se desata una extraña guerra. Sonidos horribles, plumas negras que caen, y el lápiz que por fin encuentro. Me siento donde puedo, todo el mundo está de pie intentando bajarse de la micro como si al aire libre fuera más seguro. Veo de reojo que muchos saltan al río desesperados, mientras sangre y plumas caen del cielo. Y la masa uniforme de gaviondrinas es cada vez más firme y como un muro sólido, hace chocar pájaros negros en ella que caen y caen como si no se dieran cuenta que no lo van a poder romper. No sé cuánto dura, creo que al rededor de 15 minutos, momento en el que las gaviondrinas rompen su quietud y atacan a los pocos pájaros negros que quedan revoloteando por el cielo de forma desordenada. Una masacre. Gente chorreada de sangre y las calles y el río y las micros y los autos teñidos de rojo salpicado y plumas negras. Y con el viento se van las gaviondrinas. Con el viento, dejándose llevar por él a ratos, y manejándolo a su antojo por momentos, huyen hacia el sur, dejando una enorme incógnita en la ciudad y mucho trabajo a los encargados de la limpieza. Nadie entiende nada, pero al igual que con el maremoto, sólo se huele en el aire la extraña sensación de que la ciudad nunca volverá a ser la misma.
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Es tan extraño, que no lo sé describir. Menos escribir. Es una sensación de rabia, impotencia, tristeza, mucha tristeza, angustia y desilusión. Me siento un poco traicionado, pero no mucho. La amistad implica lealtad por sobre todo, pero no se puede obligar a los sentimientos ¿Quién mejor que yo podría entender el hecho de que esté enamorado de ella? ¿Quién mejor que yo, que la quiero, y sé lo especial que puede llegar a ser para un hombre?
BOSTA Están ahí, acostados en el sillón, amándose y acariciándose como a mi me gustaría hacerlo. Ese bastardo que se dice mi amigo la besa y la mira con amor. ¿Acaso no sabe que ese sentimiento es mío? La música, la gente que está ahí en ese momento mirando la escena indiferentes, la luz, la casa, todo es perfecto. Todo salvo que no soy yo el que está con ella. Es el traidor, el desleal que no quiere otra cosa más que exprimirla y sacarle cariño, pasarlo bien un tiempo para después aburrirse y botarla como a todas. Ese infeliz que no conoce lo que es la amistad, que no tiene conciencia del mal que está haciendo. No sabe que esto lo lleva directo al infierno, porque la traición es la vía más rápida de acceso al hogar de Lucifer. Me lo imagino torturado y herido, gritando, clamando por un perdón que jamás se le otorgará. Pidiendo fin a su sufrimiento eterno. Lo quiero ver muerto. Recuerdo claro el minuto en que vi su mano escurrirse por su espalda hasta su cuello, de donde la tomó y la acercó a sus labios. En ese minuto una sensación de asco se apoderó de mi. Y corrí al baño a vomitar sentimientos y recuerdos. Todo lo que me unía a él ahora está en el water de la casa de la que debió ser mi mujer. Toda la imagen que me había hecho de él se fue por la cañería en forma de bosta. Siguen ahí, acostados en el sillón, amándose como yo debiera estarlo. Pero ya no me duele tanto. Por mi mente enferma sólo pasa una idea: la venganza. A ella no la tocaría, no podría hacerle nada. Pero él debe sufrir, porque el sufrimiento es el mejor maestro y le enseñará a saber conservar a los amigos... Despierto por la mañana en otro sillón de la casa. Ya más tranquilo y sobrio, me avergüenzo de todo lo que sentí la noche anterior. Me arrepentí de odiarlo porque no había razón para hacerlo. Por lo demás, hacía mucho que se veía venir. Las sonrisas que se cruzaban eran un claro indicio. Esas mismas sonrisas que a mi me negaba cuando se las pedía con la mirada y un gesto estúpido en mis labios. Las conversaciones que tenían. Tanto en común entre ellos y nada conmigo. Ahora que lo pienso, no sé en qué se basa nuestra amistad si somos tan distintos. Quizás por compartir nuestras diferencias, pero ¿de qué le sirvo a un tipo que siendo como es consigue lo que quiere? 60
Está enamorado y es correspondido; traiciona a un amigo y éste idiota lo perdona y justifica ¿Podré seguir siendo su amigo? ¿Podré soportar el recuerdo de esa noche en que vomité su ser por el water? Habrá que hacer el intento y escudarse en otras personas, como siempre. Buscar sustitutos, tanto para él como para ella. Todavía están ahí, acostados en el sillón con sus cuerpos entrelazados y se ven tiernos juntos. Tengo 18 años y con el tiempo se me va a pasar; pero por el momento, por mucho que reconozca lo lindo que se ven juntos, no sé si podré actuar y seguir siendo lo muy amigo que era de él. La verdad, separarme sentimentalmente de ella no me será difícil. No es la primera vez que me pasa. Lo que me da susto es no ser capaz de mantener una relación con él. Temo volver a estar solo con el papel sin nadie con quien compartir mis escritos. Está sonando el teléfono. Detesto cuando eso pasa mientras escribo. Me interrumpe el pensar. - Aló – contesto desganado - ¡Aló, Muchacho! – el inconfundible saludo del traidor. - Hola, ¿Cómo estás? – respondí con mi mejor voz, mintiendo como de costumbre. - Bien, puh, cómo voy a estar. Te llamaba porque quiero conversar contigo. O sea, queremos conversar contigo Me asusté ¿A qué se refería con “queremos”? ¿Él y ella? ¿Querían reírse acaso de mi? Intento eludir inventando algún compromiso, pero no resulta y me convence. La verdad es que tenía ganas de que algo así pasara. Es lo mejor, ya que ambos saben lo que siento por ella – porque asumo que ya le debe haber contado. Es mejor hablarlo rápido. Quizás me arrepienta luego de ir, pero no podría soportar la angustia de no saber para qué me llamaron. Voy a su casa, y cuando estoy apunto de bajarme de la micro para llegar, decido no pararme. Mejor me bajo más allá. Necesito caminar un poco. Por lo demás, mientras más tarde llegue, menos tiempo voy a estar con ellos, soportando esa imagen que la otra noche me hizo vomitar. Toco la puerta y la madera suena como burlona: “tú-tienes-que-tocar-y-el-otro-le-mete-la-llave”. La golpeo más fuerte para que se calle y llega el traidor a abrir. - Tranquilo hombre, ¿porqué tanto apuro? - Es que tengo que irme luego – Mentí. Me hizo pasar al living y ahí estaba. Sentada en el sillón con las mejillas rosas como si hubiesen estado haciendo el amor y los hubiera interrumpido. “¿Qué se siente que el demonio te haga el amor, Perra?” Estuve tentado a 61
preguntar. Es curioso lo fácil que es empezar a odiar alguien cuando te lo propones. Fue más rápido de lo esperado. La saludo con el clásico y salvador “¿Cómo estás?”. Me sonrió. Por primera vez desde que me enamoré de ella que me regala un gesto tan lindo, tan sincero. No sé si fue idea mía, pero por más que busqué en su gesto un atisbo de compasión por mi – lo que me hubiese destruido al instante y definitivamente – no lo encontré. Fue una gran y sincera sonrisa. Me senté. Y de a poco empezó a crecer el susto, en la medida que la sonrisa se hacía más prolongada y amplia en su rostro. Me seguía con su sonrisa sostenida. - Bueno, te hicimos venir porque estuvimos conversando y ... - ¡Déjame decirlo yo! – interrumpe ella, siempre con su sonrisa sostenida que ya me empezaba a atormentar. Él no quería que ella me lo dijera, y comenzaron a discutir ¿Decirme qué? ¿Qué estupidez se pelean por decirme? ¡Díganlo rápido y ya, mierda! Rápido para que no duela tanto, porque seguro que va a doler. Nada puede no doler si están los dos juntos frente mío. “Ya, está bien dilo tú”, sentenció con una mueca de frustración, la típica mueca que hacía cuando alguien le ganaba en un juego o se sacaba una mejor nota que él. No era más que eso, una simple competencia para él. Como no haberlo vomitado antes. Ella me miró, se acercó – mi corazón saltaba enorme al verla acercarse – y me gritó fuerte al oído “¡¡¡TE VAMOS A MATAR!!!”. Despierto, medio atontado con el golpe que me dieron, y me encuentro amarrado a una silla. El dolor es insoportable, la cabeza me arde. Abro los ojos y los veo, de nuevo en el sillón, amándose y acariciándose. Siento de pronto un intenso dolor en el pecho y me miro. Veo relucir entre el rojo de mi sangre, el brillo intenso de un cuchillo que me mata de a poco. Intento gritar, pero no puedo porque me arrancaron la voz. No sé como lo hicieron estos desgraciados, pero me arrancaron mi voz. Sólo me quedan mis pensamientos, y no me agradan. Nunca me han agradado. ¡No quiero morir! ¿Por qué me hacen esto? ¿Creen que con matarme matan su culpa? ¿Creen que no había muerto ya al verlos la otra noche? ¿Por qué hacen esto? Me duele el pecho. Tanta agonía y tanto sufrimiento y ustedes siguen amándose. Se besan, pero ya no es romántico como la otra noche. Ahora veo lujuria, se desgarran las ropas. ¡Cresta que duele! No sé cómo ni por qué, pero lo siento cada vez más adentro, como si lo fueran empujando de a poco. Ya casi no le veo el brillo entre tanta sangre. ¡Ahora están desnudos y ya no quiero verlos más! Este puñal de mierda me duele, pero más me duele que la penetres, infeliz. No es un puñal, es tu pene el que me atraviesa mientras la posees.
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Por qué das esos alaridos de placer ¡No disfrutes del sexo con él! Que no es a ti a quien atraviesa, es a mi. Me destruye. Ya todo se acaba. Están ahí, acostados en el sillón, amándose y acariciándose, mientras yo moribundo los observo con la traición desgarrándome el pecho. Es como morir dos veces.
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Cada beso que recuerdo, cada abrazo, cada pelo que se cruza, cada reverberancia de tu olor, cada caricia, el calor de tu cuerpo húmedo en mi cara, tu interior, cada pequeña sensación, cada pensamiento, cada palabra o sonido, cada mínima vibración, cada canción, los libros y tus escritos, tú, desnuda frente a un computador, cada imagen, olores y dolores, cada celo, cada pasión, cada minuto sin verte, cada escritor, psicología o vida, cada archivo de mi computador, cada idea, algún verso en mi cabeza, cada grado de alcohol, cada amiga o cada amigo, cada historia, cada espacio interior, cada suspiro es contigo como hacer el amor.
OTRA HISTORIA DE AMOR La casa estaba sola. El ventanal que daba a la calle estaba recién limpio. La nana muy patuda y medio tonta podía ser, pero a la abuela no le cabía duda que era la mejor nana que había tenido. No tuvo muchas en su vida, pero está segura que es de las mejores. Hijos y nietos vienen a verlos siempre los domingos, y siempre da gusto que lo hagan. Sobre todo la nieta mayor, que era la regalona de ambos. Los de la hija menor no le caían muy bien, mal criados pensaba el abuelo y muy gritones para su gusto. Pero jamás pensaron si quiera en decírselo a su hija. Hubiese sido como morderle un pecho. Ni siquiera pensaron alguna vez en comentarlo entre ellos, a pesar que después de 63 años de conocerse entre pololeo y matrimonio, muchas cosas no necesitaban comentarlas para conocer el uno la opinión el otro. “Matrimonio”. Curioso nombre para una pareja que nunca se decidió a hacer el ritual. Curioso que les disgustara que no los llamaran un “matrimonio”, si jamás quisieron firmar un solo papel. “Son trámites poco románticos, eso de firmar para confirmar nuestro amor”, solían decirse el uno al otro, aunque siempre supieron que no era más que una excusa, una de esas mentiras que uno se cuenta como para no dejar de vivir algo que realmente gusta. Nunca quisieron enunciar verbalmente una verdad que les salía por todos lados: su miedo al amarre. No quisieron jamás negarse su explorar, no quisieron jamás cerrarse a la posibilidad de que les gustara otra persona y que la relación podía en cualquier minuto terminar. Esa idea de no atarse que tanto defendiera la abuela durante el pololeo y que tanto molestara y entristeciera al abuelo, se hizo cada vez más una creencia y terminó siendo un valor. Y de ambos, no sólo de ella. No recuerda bien – a esta edad lo recuerdos no son su fuerte – si fue una decisión, si fue alguna experiencia en particular o si simplemente se habituó a esta idea de no atarse, a esta idea de no comprometerse del todo, un no compromiso que justamente hacía el compromiso mucho más fuerte, mucho más seguro y 64
mucho más intenso. “Siempre has sido una arisca insegura, mi amor, aunque no te atrevas a aceptarlo”, la molestaba continuamente entre jugueteos en la cama. Pero hace tiempo que no juguetean. “Ese sofá parece quedar mejor acá, frente al ventanal”, dijo la abuela, que según el abuelo no tenía mucho sentido estético. Pero nunca la contradijo, no quería que abriera una nueva dimensión de autocrítica. No quería que se culpara por esto y ya no sólo por no ser clara al hablar, o por no gozar lo suficiente en la cama, o por no saber cocinar, o por quemar hasta las ensaladas, o por no escuchar cuando le hablan, o por desear explorar con otros hombres, o por haber decidido quedarse con él a pesar de no estar segura de quererlo, o por gastar el dinero que no tiene, o por llegar atrasada a todas partes, o por ser crudamente honesta al hablar, o por no dormir de noche y hacerlo de día, o por cantar menos de lo que debiera. “Cambiémoslo entonces”, y se agachó con sus 81 años para tomarlo desde abajo como cuando era joven, olvidando achaques y fuerzas perdidas. Ella sonríe tiernamente, porque no quiere hacerle sentir viejo y acabado. Pero se acerca a ayudarle con la pierna para que el sofá se corra más fácil. “Por suerte tiene ruedas”, le dice para que recuerde que no es necesario tanto esfuerzo. “Pero una está trancada, por eso tengo que levantarlo unos milímetros mientras tú empujas”. La sonrisa se transformó en mueca, porque la verdad es que por muy enamorada que se sintiera – aunque él siempre haya creído que no lo estaba – nunca le gustó esta actitud de su esposo, eso de no perder nunca, cuando mucho empatar. No hizo comentario para evitar peleas y autovaloraciones negativas. No quería volver a escuchar en su vida una recriminación del tipo “no me quieres tanto como yo a ti”. “Una mujer no puede escuchar eso más de 557 veces en su vida, y tú llevas más de 1300 desde que estamos juntos”; esa fue la sentencia final en la última discusión que tuvieron, aunque el abuelo no lo recuerda – a esta edad lo recuerdos no son su fuerte. Siguieron empujando el sofá y obviamente comenzaron a cansarse, y en ese cansancio comenzó el jadeo. Una respiración fuerte y marcada, un tanto acelerada, forzada. Los recuerdos ahora si que aparecieron en su mente, pero el abuelo calló. “Si me tachaba de hipersexual cuando joven...”, pensó, aunque su pensamiento fue interrumpido por palabras sorpresivas de su mujer: “si sigues respirando así, vas a lograr que me excite”. Rió, porque no supo qué responder. Para qué ponerse cariñoso si seguro que no iban a terminar teniendo sexo. Sus cuerpos ya no lo soportaban. Menos la insuficiencia cardiaca de ambos. Ni hablar de los problemas respiratorios con los que quedaron luego de la última gripe. Esa maldita costumbre de enfermarse siempre de lo mismo. Pero ella no rió, sólo sonrisas. Y sonrisas coquetas, como las de los 20 años. Sonrisas coquetas a las que el abuelo no pudo sino responder, como a los 20 años, con esa 65
mirada tierna y sostenida en los ojos de ella. Y creo que aquí empezaron a morir, aunque no lo tengo del todo claro. Se sentaron en el sofá y, como de costumbre, ella tenía razón. Un gusto exquisito para distribuir los muebles, aunque sabía que al abuelo le cargaba. “Hombre. Si fuera por él lo pondría al lado del refrigerador para que fuera más práctico”. Y en silencio miraron el paisaje. Esto de vivir frente a un río, fue la mejor idea que pudo tener su hijo. El de al medio, el único soltero, el que se dedicó a hacer plata. Toda la plata que siempre los abuelos quisieron tener para darse sus gustos, pero que nunca lograron. Pájaros. Un verde claro, como el verde de la primavera acá en el centro sur. Un avión que pasa y deja su estela en el cielo. Puras cosas cursis, que en momentos como ese no tienen ninguna importancia. Nada afuera podía ser siquiera visto por esos ojos porque habían olvidado sus lentes en la pieza y la flojera de ir a buscarlos era siempre mayor. Así que decidieron mirarse, y bien de cerca para poder disfrutarse. Hacía tiempo que no lo hacían. Algo jadeaban aún, aunque no estaba claro si era por cansancio o si lo forzaban adrede porque sabían que a ambos les gustaba. Se tomaron de las manos, y fue una sensación sexual que hacía mucho no compartían. Poco tardaron en desnudarse. Por suerte ambos vestían buzos y chalecos, y odiaban usar muchas amarras debajo de la ropa. Hacía mucho que no se disfrutaban sin ropas, desnudos, y recordaron tardes y noches no recordadas hace mucho. Afuera pasaba gente caminando con niños y adolescentes en bicicleta, era un barrio tranquilo. Y todos se apelotonaban a mirar en la ventana a este par de ancianos que se tocaban a vista y paciencia de los vecinos. “¡Qué tierno!”, exclamaban algunos, aunque un tanto nerviosos seguían rápido su camino tironeando a sus hijos pequeños que querían quedarse viendo el espectáculo de vejez al descubierto. “¿Los tatas son así sin ropa también, mamá?”. Y la gente se reía o se asqueaba o se enternecía al ver a estos dos abuelos desnudos frente a un vidrio muy limpio, tan limpio que permitía distinguir hasta el más mínimo detalle del pene semi erecto del viejo y de la canosa vagina de la vieja. Sus manos le acariciaban el pene, como cuando recién pololeando ella no quería tener relaciones y satisfacía los impulsos exacerbados de su amado paja tras paja. Los mejores orgasmos del abuelo, los tuvo con esa mano; ni siquiera el coito le generaba tanto gozo como esa mano acariciando su pene a un ritmo que no dependía de él. Y ella se sentía húmeda. Húmeda como pocas veces se sintió en su juventud con él. De haber sabido que de tan vieja podía llegar a excitarse tanto, no habría dejado hace 15 años de tener relaciones sexuales. Pero ya era demasiado tarde. Ambos sentían el 66
jadeo de su pareja, ambos sabían – aunque no alcanzaban a verlos – que afuera debían estarlos mirando y eso los excitaba aún más. Ambos sabían que en cualquier momento sus hijos y nietos podían llegar, y eso les preocupaba, pero no lo suficiente como para dejar de masturbarse mutuamente. El abuelo pensaba en la amiga de su nieta mayor, esa chica de 26 años que siempre los visitaba junto a su nieta y se excitaba aún más al pensar que iba a descubrirlo con su pene erecto y acariciando una vagina de mujer como nadie a su edad lo podría si quiera imaginar. La abuela piensa en la misma amiga de la nieta, y también la desea, porque siempre quiso explorar con otras mujeres, y nunca pudo. Envidiaba a su nieta por su valentía, y deseaba que le prestara a su pareja unos segundos, para que le chupara los pechos mientras su marido le acariciaba con la precisión y delicadeza con que ahora lo hacía. Ríe al pensar que su marido debe estar pensando en la misma mujer que ella, y se enternece al recordar que jamás se ha percatado de que son pareja. Se molesta al recordar cómo le miraba los pechos desde la primera vez que vino a casa a los 16 años. Pero justo en ese momento algo hizo el abuelo con los dedos, que la sacó del pensamiento. Sólo placer cursó por su organismo durante unos segundos, y en una entrega total comenzó con el largo camino al orgasmo femenino. Él ya no daba más. Sentía su pene cada vez más duro, pero no quería que esto acabara no quería eyacular antes que su mujer alcanzara su orgasmo propio, y comenzó a moverse para que la posición de la mano de su mujer no fuera tan perfecta y así retrasar lo inevitable. Olvidaron la insuficiencia cardiaca y respiratoria, y atribuyeron los jadeos y la tos al placer. Ella ya entregada, alcanza a sentir algo en el pecho, y alcanza a darse cuenta que de no detenerse, su cuerpo no lo tolerará. Pero el placer era demasiado y de reojo alcanza a darse cuenta que para su marido también, y decide morir para no interrumpir esto. Él, más torpe y bruto como siempre, no se da cuenta de nada, sólo sonríe y disfruta de la sensación en la cabeza de su pene. Ese hormigueo que comienza a bajar por el miembro hasta su base y sube luego hasta la parte baja del estómago. No se da cuenta en qué momento el dolor agudo empieza a oprimirle el pecho, porque al mismo tiempo que se tornaba insoportable, estaba teniendo el mejor y último orgasmo de su vida. Alcanzó a ver de reojo cómo el semen se pegaba en la parte baja de la ventana antes tan limpia. “La nana es muy buena, no creo que tenga problemas con esa mancha” pensó, y se dejó ir en el dolor que sentía para finalmente morir, no sin antes mirar a los ojos coquetos de su mujer por última vez. Ella, ya sometida a su muerte pero más lúcida, le sonríe agradecida de vuelta, porque acababa de tener el orgasmo más intenso y largo de su vida sexual junto a él – no está segura si el mejor de su vida, pero sí sabe que está cerca de serlo. Y se entrega también al dolor. 67
Afuera la gente gritaba, algunos ya estaban golpeando la puerta intentando echarla abajo porque se habían dado cuenta del ataque de ambos. No fue necesario derribar la entrada porque llegaron los hijos con la copia de la llave. Pero ya estaban ambos entregados a la muerte, y justo antes de morir, la abuela alcanzó a ver, entre las sombras de sus ojos entrecerrados, el rostro de sorpresa de su nieta mayor al verlos desnudos, muertos, frente a la ventana, masturbándose. La miraba extrañada porque esa misma abuela que la hizo despertar al deseo por las otras mujeres, había decidido morir bajo el disfrute de un hombre. Si no disfrutaba de los hombres, ¿por qué su vagina estaba tan húmeda y por qué esa cara de placer?. No sabía si tener rabia, pena. Sólo distinguía la confusión. Y la abuela murió en paz porque supo que por fin la comprendería del todo.
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Esto no lo estás leyendo. Sólo míralo.
REPRESIÓN Todo comienza en la universidad (en esa maldita sala de consejo), contigo, estudiante terneado, listo para ser por fin un profesional, en ese puto examen oral final. Recibes aún las críticas de uno de los tres profesores de la comisión. Esa crítica que te trastorna: - Noo, sabe que reprobó. Está todo bueno, pero... reprobó (y aquella sonrisa infaltable de cierre). - Pe...por qué, si usted mismo dice que está todo bueno. - Eeh, si, pero la verdad es que, a ver (te mira de arriba abajo, te inspecciona como siempre) no me convence su corbata. Nos vemos en el repete (sonrisa nuevamente). Qué rabia, que mierda de profesor, que asco de profesional. Ese café tienta ¿no? Se ve muy caliente ahí encima de la mesa. Se vería mejor en la cara de ese maldito profesor que te raja ¿cierto? Suéltalo. Suéltalo. Y afuera de la sala como siempre, te esperan tus compañeros, más apoyándose a ellos mismos en su nerviosismo que a ti mientras estás siendo evaluado. La vida es así, sin rencores por ello. -
Cómo te fue Mal, me rajaron Chucha "No me convence su corbata" me dijo el infeliz. (Escucha como se ríe ese infeliz detrás de ti. Piensa que no lo oyes, pero si lo oyes, ambos lo oímos y sabemos qué se merece. Lo piden a gritos. Suéltalo. Suéltalo).
Ya todos pasaron. Salen en grupo, en compañía, en amargura compartida. Se despiden y te dan ánimo como si de algo sirviera. - Qué penca - Me dieron ganas de aforrarle al desgraciado, de hacerle algo. ¡Qué impotencia! - Ya, relájate, yo me voy pa' los computadores, tengo que hacer una hueá. Al llegar a tu casa sal a trotar o córrete una pajita por lo menos, pero andas como cargado de mala onda. Desahógate. - La dura. Chao.
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Y comienzas a caminar. Intentas olvidar lo sucedido, intentas descargarte, pensar en otra cosa como siempre. Piensas en música, eso te relaja. Y a tu cabeza sólo viene esa maldita canción que te encanta. Esa canción de King Crimson. “Starless” crees que se llama, y te persigue y no la evitas, aunque sabes que siempre te deja muy cargado. Suéltalo. Suéltalo. Avanzas camino a la Biblioteca central. Si te vieras desde acá. ¡Tu cara ya no es cara! Es toda ofuscación. Si, esos niños te empujan, si, estás en una universidad abierta, y niños juegan en ella y los niños no te respetan, nadie te respeta porque aún no eres un profesional. Sigues caminando ¡más ofuscado! Como si fuera posible. Entrar a la biblioteca nunca te ha agradado. Menos si tienes que dejar un libro. - Noooo, es hasta las seis – Si, es cierto. Tu reloj no miente. Son las 6 con 5 minutos y por cinco minutos te van a castigar por días y no podrás estudiar para el examen. - Disculpe es que vengo saliendo de un... - Lo siento, devolución hasta las seis. - Es que necesitaba pedir otro. - Lo siento, son seis días de castigo. - Pe... - Lo siento. Suéltalo. Suéltalo. Sales de la biblioteca y Starless se oye más intensa en tu cabeza. Qué ganas de desquitarte con algo, como con ese culito rico que viene por el campus. Pero no puedes, eso no se hace y debes correr a estudiar para pasar ese maldito repete. Sigue, sigue, tu meta está en tu casa, el fin está en tu escritorio, el norte es tu estudio. No sacas nada con esquivar a la gente, porque nadie te respeta, nadie te ve. No existes mientras no logres lo que te propones. No existes y esos empellones que te da la gente te lo demuestran. Y no puedes hacer nada, porque tu mediocridad no es culpa de ellos. Suéltalo. Suéltalo. Qué ganas de desquitarte con ese infeliz que está tan alegre conversando. Qué ganas de jalarlo de la chaqueta para que caiga y ruede de esa maldita escalera que todos usan de asiento impidiéndote el paso. Qué ganas de culparlo de lo que te ocurre. Pero no lo haces ni lo harás. Sólo escucha la música de tu cabeza, sólo conserva y conversa con tu dolor de cabeza. Solo retén tu rabia porque sabes que es sólo contigo. Tu rabia no es con nadie más que contigo. El mundo es la excusa, y tú lo sabes y por ende pierde su fuerza como excusa y no te queda más que tragarte tu rabia, conservarla y darte cuenta que es tuya y sólo tuya. El mundo no tiene la culpa, ni siquiera ese maldito chofer que acelera y pasa por encima del charco de agua justo cuando tú caminas por ahí. Ni siquiera es culpa de tu mamá 70
que te eligió la corbata por la que te reprobaron. No es culpa de nadie y te quedas sin excusas. Suéltalo que no vale la pena. Suéltalo. Suéltalo. No sacas nada con soltarlo porque de nada cambia tu vida. No cambia el repete, no cambia el castigo por seis días, no cambia tu vida, no cambian tus ganas de soltar porque cuando empiezas a soltar siempre quieres soltar más, no cambia tu desconcentración al caminar, no cambia el rojo a verde, no cambia tu descuido, ni cambia el exceso de velocidad del auto que en este preciso momento te aplasta. No cambia ni tu muerte ni tu sorpresa. No cambia ni la rabia que sientes por no haber soltado. No cambia nada. Pero te hace sentir mejor. Te hace retroceder. Te hace sentir bien. Te hace entender lo precioso de soltar. Te hace disfrutar de quemarle el rostro a ese infeliz que sin razón alguna te rajó en el examen. Disfrutas de cómo suena el ardor en su rostro. Sí, disfruto. Disfrutas del olor a carne quemada que sale de su ardiente rostro. Sí, disfruto. Disfrutas de destruirle el hígado a patadas a ese infeliz que se ríe de ti. Sí, disfruto. Disfrutas de patearlo hasta la inconciencia en el suelo y de verlo llorar. Disfrutas de golpear a esos niños que no te respetaban. Disfrutas de verlos respetarte ahora, de verlos huir por temor a morir en tus manos. Sí, disfruto. Disfrutas de destruirle el libro en la cabeza a esa estúpida rígida y poco criteriosa perra que no te aceptó la devolución por 5 minutos. Oh, sí, eso lo disfruto mucho. Disfrutas de manosear ese trasero descomunal y hasta disfrutas de la cachetada que te dan de vuelta, porque aprendes a disfrutar del dolor cuando es por soltar. Porque aprendes a disfrutar que el resto suelte como tú. Porque gozas con correr empujando a la gente que te esquiva ahora, que ya no te empujan. Porque ríes a carcajadas al ver rodar a ese infeliz por las escaleras que antes le sostenían el culo. JAJAJAJAJ, ¡Sí, disfruto! Porque te admiras de ti mismo al verte tan osado destrozando el parabrisas del infeliz que te mojó mientras espera el verde en la esquina. Porque te encanta verle la cara ensangrentada por las astillas que se le clavaron en los ojos. Porque nunca en tu vida te habías sentido tan feliz, porque esa puta canción ya no suena en tu cabeza, porque la jaqueca desapareció, porque no te queda nada por hacer, porque ya ni el repete te molesta, porque no te molesta ni siquiera la luz del tipo que te atropella en su maldita camioneta. Porque no te importa morir de nuevo atropellado. Porque lo soltaste. Lo dejaste ir. El resto no vale. El resto no importa. El resto PICHULA.
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Y el diálogo interno no tiene por qué ser siempre tortuoso. A veces es liberador, porque cuando hablas contigo, te descubres y cuando te descubres te agradas y cuando te agradas te dejas de detestar por un segundo, y eso vale la pena. Aunque después mueras por la misma y detestable apatía que antes te torturara.
SUICIDIO En la playa, bajo el árbol que está en una roca, dos personas, un hombre y una mujer conversan. De una rama del árbol cuelga una cuerda con el nudo hecho. - ...¿Y tú crees que me voy a sentir culpable por tu muerte? ¿Piensas acaso que siento en alguna parte que es mi culpa? De lo único que me voy a sentir culpable es de sentir tu muerte como un alivio... - No podrías ser tan cruel. - Cállate, me tenís chato. Ya no aguanto tu egoísmo. Lo único que piensas es en tu mierda de “Depresión”. TODOS somos malos porque no estamos encima de ella, pendientes de ella que está TAN triste. Cállate... no me voy a sentir culpable de tu muerte... no de la tuya. - ... (siempre llorando) si yo te amo.. - ¡Qué vai a amar tú! Quieres poseer, quieres llenarte del cariño y cuidado del resto, no eres capaz de amar... - ¡¡¡¡¡¡No sigas que me mato!!!!!! - MÁTATE, MIERDA! Y déjame ir de una puta vez. - ¿Te tengo amarrado acaso? - En realidad (y decidido comienza a irse con paso acelerado) - ¡NO, quédate, quédate! - Déjame - ¡¡¡¡¡QUÉDATE O ME MATO!!!!! - Tanto que lo anuncias, ahí está la cuerda, dale. No debí haberte detenido. Recuerdan ese momento a dúo, como si sus mentes se coordinaran para traer a colación las mismas imágenes. Se escucha un grito. Es él quien llega corriendo y la sujeta, quitándole la cuerda del cuello. -
Qué estás haciendo!!!! No, por qué, no. Tranquilita, no (y la acaricia) No puedo más, no quiero más. Pero esta no es forma. No puedo más...
Pasa un rato en que se abrazan... - Gracias. (Dice ella) 72
-
(sonríe) Eras el único que me podía salvar. ¿Ah? Que eras el único, si es por ti que muero, eras el único que podía evitarlo. ... a ver, si te matas, es por ti que lo haces, no por mi. No tienes nada que achacarme. Si, si en realidad lo hacía por... porque no fui capaz de mantener tu amor (y rompe en llanto). ... ¿Por qué pones esa cara si es cierto? Pongo esa cara porque me apesta cuando te pones así, cursi. No te creo. “no fui capaz de mantener tu amors” (se burla). Que eres injusto! Mejor no me hubieras salvado. Para qué hacer una tontera como esa, hubiese sido peor. ... me salvaste por ti, no por mi... lo hiciste sólo por no sentirte culpable. ¿Culpable?¿Culpable?...¿Y tú crees que me voy a sentir culpable por tu muerte?...
Y se termina el recuerdo, también al unísono, con sus mentes coordinadas. Ambos de alguna forma saben que recordaron lo mismo, pero deciden volver al presente. Es importante estar acá ahora. - Ya puh, ahí está la cuerda. - ... - Viste, si en el fondo sabes que no sacas nada y que es peor. Si no resuelves tus cosas en vida, la muerte no te sirve de nada. - Por lo menos dejaría de sentirme así. - No, si te vas a sentir igual.. - ¡¡¡QUÉ SABES TÚ DE CÓMO ME SIENTO!!! - Hueona, hazme caso, va a ser peor. - Ándate a la chucha. - Ya me fui. - Ya, déjame sola. - Ni cagando, vas a hacer alguna hueá. Se quedan en un largo silencio. Él se pasea, ella sentada en el suelo. De pronto él, con cara de aburrido, empieza a patear piedras al agua y se descuida, y sin darse cuenta ella grita y de un salto agarra la cuerda y se cuelga, como si ya lo hubiese hecho antes, como si fuese una experta en las artes del suicidio. - ¿Te sientes mejor ahora?
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- La verdad es que no mucho – responde colgada desde la cuerda – pensé que iba a ser distinto. - Qué te dije, no sacas nada con estar muerta si no resuelves tus cosas en vida... lo único que lograste con esto es que ahora me vas a hinchar las pelotas para siempre. Por la mierda... - Que eres injusto, acabo de morir y me tratas así... - Tenía la esperanza que te enamoraras de otro, que me dejaras ir tranquilo. -
Lo dices como si fuera una pésima mujer. No, si no pésima, un poco loca no más. ¡Y cargosa, hostigante! Si mi amor te hostiga, no es mi cul... ¡¡¡Ya córtala con la siutiquería!!! Tú encuentras cursi y siútico porque nunca te has enamorado. No sé, lo único que sé es que ya no de ti. Si, si por eso me dejaste. ¡Por eso me maté, mierda! ME MA-TÉ. SUI-CI-DIO. Asúmelo de una vez y déjame tranquilo. No fui capaz en vida de cortar los lazos con vos y ahora me arrepiento. Por pendejo me condené a AGUANTARTE para siempre. ¿Oye, para, que crees que soy? Una mina cargante que ni muerto me dejó tranquilo. NO ERA YO LA QUE ME IBA A METER A TU CAMA CADA VEZ QUE ME CURABA. Eras tú. Estaba curado... ¿Siempre? Ya, ya, si sé. Si la cagué y lo asumo, por eso me maté, porque no fui capaz de ... aj, ya filo, ahora que estamos los dos muertos, disfrutemos de esto y huyamos cada uno para su lado, ¿ya? No nos pesquemos más. No sé si voy a poder... Vas a tener que poder no más. Si no pude en vida. Tendrás que poder en muerte. Solo hace falta que uno quiera. ... y esa no voy a ser yo. (Y lo mira desafiante.)
Se detienen frente a frente. Ella lo mira incitándolo a decidirse. Él la mira dudoso primero... más decidido luego, y con un temple más tranquilo comienza a retroceder. Ella, comprendiendo que él está cortando termina de morir, de rodillas en el suelo mientras él se aleja por la playa. Y luego los padres encuentran su cuerpo. Llanto, dolor, gritos. Y la muerte que no termina. 74
Y viajas y te mueves y retrocedes en el tiempo, como si enfrentar tu vida desde tu pasado te sirviera de algo.
LA MICRO Un joven sale de su casa a tomar la micro, no necesita cruzar porque la micro pasa por el mismo lado donde vive. Toda su vida ha sido fácil, nunca un menor esfuerzo. Salvo días como este en que debe tomar una micro para llegar a su Universidad. Un joven con mucho dinero y poco intelecto. Interés en nada. Sólo vive y poca conciencia tiene acerca del mundo y los demás. Pero es simple. No es malo y disfruta del observar a las personas que sí viven, que no sólo repiten viejas historias bien contadas y fáciles de aprender. La micro se acerca y él la hace parar, al subir y pagar, se escucha el grito de una mujer que viene toda cargada de paquetes que sale de una casa de al frente. Se nota que es una empleada de algún vecino. Ella le simpatiza, pero le molesta que hable tan fuerte. Ojalá no lo salude, porque cuando empieza a hablar no la para nadie. La micro sigue su viaje, el joven está notoriamente molesto, como con cara de cansado, como si hoy no pudiera disfrutar de la simpleza del viaje en la micro. Va a una reunión sobre su pre-práctica a la que le da flojera ir, porque estaba durmiendo siesta antes de salir de su casa. Ni siquiera se logra dar cuenta que esa flojera radica en la flojera de crecer y hacerse cargo aunque sea de su propia profesión. De fondo se escucha un programa de radio de conversación, pero vagamente, no se entiende bien lo que hablan. Y se entretiene tratando de oír y olvida la reunión. Al poco andar hacen parar la micro tres maestros, obreros de una construcción cercana, que le piden que los lleven por un pasaje hasta el puente. Al lado la nana tiene muchos problemas con las bolsas, se le caen, se manea entera. Esto ocurrió desde que se subió, pero nadie la ayudó, hasta que suben estos maestros, uno de los cuales le acomoda las bolsas. Ella le sonríe y mira al joven con cara de “ese si es caballero”... se nota por su cara que acusa recibo pero no le da mayor importancia. Se sonríe solo, porque cree haber oído “pene” en la radio. Sigue el viaje, se bajan los obreros en el puente, y se sube una señora notoriamente pobre. Muy pobre, sucia, y muy hedionda. Los rostros de todos los pasajeros acusan profundo malestar por el hedor. La señora se sienta y detrás de ella van dos niñas de colegio particular que entre risas y tapándose la nariz comienzan a rosearla con colonia de guagua. El cruce del puente transcurre con toda la micro pendiente del olor de esta señora (salvo la nana 75
a quien se le siguen cayendo las bolsas). La señora se baja al salir del puente, en la entrada de la costanera, y dos mujeres que no se habían hablado entre sí todo el viaje comienzan a comentar “es el colmo de la falta de respeto”, “una cosa es ser pobre y otra sucia”; “¡y estaba hedionda a pichi!”, agrega una tercera sentada más atrás. Y el resto de la micro asiente con la cabeza, con cara de que les acababan de faltar el respeto. La nana sigue preocupada de no dejar caer las bolsas. Un poco más allá, la micro frena bruscamente por que se cruza un perro, todos se sujetan, se asustan, y a la nana se le desparraman las bolsas en el suelo. Dentro llevaba comida no perecible, ropita de guagua, y otras cosas, como cachureos bastante deteriorados. También llevaba leche, que se rompe al engancharse con un tornillo, ensuciando la micro. El chofer mira por el espejo y hace un gesto como de desaprobación de lo que ocurrió, pero sigue manejando sin prestarle más atención. “Chucha” alcanza a gritar antes que esto ocurra, y se para rápidamente a intentar evitar que la leche se siga derramando, y mientras recoge las cosas que cayeron con ayuda de las dos señoras que comentaban sobre la hediondez, dice para si regañando entre dientes ”Con lo que costó que se pusiera con estas cositas. Amenaza tras amenaza. Lo único que servía era la leche y la perdí casi toda”, y continuaba recogiendo sus cosas.. La micro continúa; hay un silencio cómplice, y la nana sigue regañando. Llegan a la costanera y se detiene la micro para tomar a un pasajero. Sube una mujer sola con su hijo, a quien le dice cariñosamente que se siente mientras paga y empieza a buscar en su cartera. En ese minuto, nuestro joven se desconecta de la radio. Vuelve a su rostro la expresión de aburrimiento. Mira por la ventana como buscando algo en qué divertirse, y ve a una mujer. Una mujer de aspecto extravagante, “aputaita”, piensa “pero bonita”. Harto poto, harta teta, teñida notoriamente y muy pintada. Se nota de un estrato social bajo y no sería extraño que fuera prostituta. La mira bastante fijo, pero no logra cambiar su expresión de aburrimiento, de cansancio. La mujer lo mira y por esas cosas mágicas que ocurren en el mundo a veces, se enternece con este joven inconsciente, con este casi niño al que sus circunstancias no le han permitido crecer. Su rostro parece estar mirando a un pobre niño que está cansado de tener que jugar a ser grande y quiere entretenerse un poco, relajarse. Se cruzan las miradas, ella le sonríe y se baja el tirante de la polera, mostrándole toda su teta izquierda. Una teta redonda, grande, no tan firme, sino con esa caída típica de la teta no perfecta, pero grande y bonita. Al mismo tiempo que le muestra su pecho, le regala una tremenda sonrisa. El joven la mira y se sorprende por unos segundos, mirando esta enorme teta que le estaban ofreciendo... y ríe. Ríe con una risa 76
muy infantil, una risa agradecida, espontánea, que lo hace ver aún más niño y al no saber cómo reaccionar, le levanta ambos pulgares y le aplaude desde arriba de la micro. La mujer se ríe ampliamente, mostrando todos sus dientes imperfectos y guarda su teta. Misión cumplida. La micro parte de nuevo, y se llena con el solo sonreír del joven. Nadie más puede entrar a esta micro, porque sólo cabe la felicidad y la risa de un joven apático que rara vez anda en micro, pero cree empezar a hacerlo más seguido. De fondo se escucha música, ya no conversaciones incomprensibles.
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BONUS TRACK Retrocedo en el tiempo y escribo en cuadernos ya usados. Escribo con letra horrible que casi no entiendo. Quizás por ser ésta la mejor forma de esconderme ante mis propios ojos. Si los cierro sigo conmigo, pero si no me puedo leer no me entiendo y desaparezco. Tengo susto de nuevo. Esta sensación de angustia porque ella no es como se supone que deben ser las personas enamoradas. Soy una mierda autoritaria y ante la más mínima señal de independencia emocional me descompongo. Qué tranquilizador es sentirla como una perrita, como un pez en una pecera, que sólo tienen sentido porque quien las mira las encuentra lindas. Qué ganas de madurar como persona.
PEQUEÑA DULCE AGONÍA (By Isidora Urzúa) Ayer, al acostarme, te recordé. Vi tu cara a través de mis pensamientos, como no lo hacía desde hacia ya unos años. Solía olerte, y confundía las tardes de primavera con nuestras emociones. Era sublime, único. Tu cara, escondida entre las espinas de mis recuerdos mas hermosos, brilló como una almendra en una caja de pasas. Vi tus ojos cambiar de azul a verde, y disfrute del recuerdo de tu sonrisa cuando batías el merengue de nuestro tercer invento culinario del día; me dormí en tu risa, que era igual que la mía. - Mi pieza es oscura. Tengo las cortinas negras que tu querías, y me compré el póster de Tori Amos que se comió tu perra ese día, cuando te lo regalé. Si estuvieras aquí, seguramente hubieras reclamado por el olor a cigarro que está ya impregnado en todas mis cosas, y me recordarías el daño que le hizo “ese estúpido vicio” al pulmón de tu papá. Lo chistoso es que, aún cuando hacen años que no te veo, sé que me dirías “De algo hay que morirse”Recordarte fue un poco extraño. Me sentí… sola. Al principio, cuando recién aparecías, sonreí; a lo mejor por inercia, a lo mejor creí hacerlo. Pero es imposible no mirar atrás con nostalgia, con pena, inclusive con rabia. Si. Rabia, sentimiento oculto detrás de la culpa de haberte tenido que abandonar. Y me di cuenta también, que siempre te recordaba, solo no me daba cuenta que lo hacía. Como cuando me dijiste que la hermana de Gastón se parecía a ti cuando eras chica. No te quise contar que yo también me veía en ella, pero 78
sé, que cuando la ves, te sientes como yo lo hago, te ves de nuevo “una”, conmigo. La sonrisa se borraba de mi cara y aparecían recuerdos, frases, sueños y antiguas expectativas. Me daba cuenta de que había roto todas nuestras promesas. Que no tomé ninguno de los caminos planeados, y que todas mis ideas de futuro eran completamente distintas a lo que vivía, a lo que era. Recordé muchas cosas. Volví a disfrutar de momentos de los cuales había escapado durante mucho tiempo y pinté con tus colores ese frío nocturno, logrando llegar a sentirte, inclusive a olerte. Me imagine como serías hoy, como serías aquí, en esta vida y recreé en mi mente, todas tus expresiones. Pero cuando llegué a pensar en el momento en el que nos separamos, me di cuenta de que nunca nos dividimos. Que estábamos enlazadas por una mirada, una azul, o gris, o verde(siempre dependiendo del clima) y que sentirte en mí era tan fácil como respirar. Y me recordé en ese momento, en el cual te sentí conmigo, de cuando me hablaste de los peces. Te acuerdas? Me dijiste que eras un pez nadando contra la corriente, y que no te importaba que te desgarraran las filosas piedras de un mar desconocido, pero que si te quedabas serías igualmente un pez muerto. Te juro que creí que lo correcto era dejarte ir. Era lo mas obvio y menos doloroso; claro, no te dolía a ti que hacías lo que querías, pero yo, yo me quedaba en tierra y tendría que recoger tu cadáver. Pero mas me hubiera dolido tenerte encapsulada en algo que ya no querías, y verte, todos los días, preguntándote como sería si nadaras hacia el otro lado. Y te fuiste. Ayer te recordé. Y dormí con el sonido de tu risa, que aún suena como la mía. Y al levantarme me miré en el espejo, para mostrarte mis ojos, que aún brillan, como los tuyos.
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puracaca editores.
Y en este, un primer compendio de cuentos, van mis vergüenzas y temores. Mis pensamientos y sensaciones. Un intento honesto de acercamiento a una sensación que me gustaría sostener de por vida: vivir de la escritura.
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