"la Serenissima Un Corto Para Un Goya"

  • October 2019
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OPINIÓN ARTÍCULOS La Serenissima, un corto para un Goya PATRICIO PEÑALVER/ Ya había tenido sobrados motivos para saber que la realidad supera casi siempre a la ficción. Sin embargo desde que vi caer las Torres Gemelas por el telediario, en vivo y en directo, sin poder discernir sí lo que en ese momento estaba viendo era un hecho real o un montaje cinematográfico, mi sensibilidad y mi espíritu critico se ha acentuaron, y, desde entonces mi percepción a la hora de sentarme frente a la pequeña o gran pantalla definitivamente es otra. No es nada fácil contar una historia, y el mismo tiempo se invierte en contarla mal que bien. La vida no deja de ser una historia que se va sucediendo a la otra. Por eso tenemos la necesidad de no parar de contar. Dicen que el relato corto es el hermano menor de la novela, pero esto no deja de ser un cuento. Un cuento que también sirve para todos aquellos que piensan que el cortometraje siempre es más importante que un largometraje. La calidad, la intensidad, la intriga, lo hermoso y lo sublime, no se miden por la extensión sino por el tono y el tino, la astucia y la inteligencia, en aquello que se cuenta. Y a cuento viene todo lo dicho hasta ahora, por el corto La Serenissima, basado en el «diario de un pintor. Ramón Gaya» que publicó la Editorial Pre-Textos, y que sirvió como soporte al joven realizador Gonzalo Ballester para contar, cuarenta años después, las anotaciones que el artista dejó plasmadas en su cuaderno de bitácora durante las visitas que realizó a Venecia desde el 2 de julio de 1952 al 7 de abril de 1953. Una Venecia que fascinó a Ramón Gaya como otrora a otros grandes pintores, una metrópolis que «no es sólo una ciudad, un lugar, sino una existencia». Contemplando sus monumentos, su arquitectura, la belleza de sus gentes, sus puentes, plazas, chimeneas, y las fachadas de la hermosa ciudad quedó el pintor bajó el síndrome de Stendhal, «excitado, anonadado, medio vencido». Hace unos meses vi la proyección del documental La Serenissima en CajaMurcia y me encantó. Ramón Gaya, accedió antes de morir a dar lectura a su diario y ahí aparece su voz serena y emocionada sobre sus propios recuerdos, en torno a Venecia, a la pintura y a la vida, mientras se van fundiendo imágenes de la ciudad a un ritmo pausado, con sus ruidos naturales y su música callada. Ahora he vuelto a visionar este gran documental en mi ordenador en formato Dvd, y me parece aún más hermoso y más poético y me sigue recordando al cine de Víctor Erice en el sentido de cuidar hasta el último detalle, fotograma a fotograma hasta conseguir un todo poético. La idea del corto La Serenissima es idea de Juan Ballester, en el montaje han participado Manuel García de Otazo, Carlos Belmonte y el propio director Gonzalo. La música la pone P.I Tchaikovski y A. Dvorak. Y el trabajo se ha hecho en la empresa acciónvisual que dirige Carlos Belmonte que a su vez es coproductor del corto. El documental, como decía, está muy bien contado y durante la media hora de duración uno tiene la sensación de sentirse cómodo frente a la pantalla y de estar paseándose por las calles de Venecia. Así sonaría la voz de Gaya en italiano: All´una, arrivo a Venecia. Fa freddo, ma e´è il sole. Tutta questa bellezza mi sorprende di nuevo. Ora d´iverno, tutto sembra più preciso, più cristalino, e allo stesso tempo più sognato, «sfumato».

Este corto ya fue seleccionado en el Festival de Málaga de cine español, y ahora está entre los cuatro Goyas nominados, del que saldrá el ganador en la gala del próximo día 28. Su director Gonzalo Ballester decía, otro día, que para él el simple hecho de haber sido nominado ya era como tener el Goya al mejor corto. Sin embargo La Serenissima desde mi nueva percepción de ver cine tiene la calidad, la hermosura, la curiosidad y la emoción para ser la premiada con el Goya al mejor cortometraje. El asunto queda en manos del jurado y de los otros cortos nominados que desconozco, por lo que no puedo opinar, y que tampoco serán mancos. Serenísimo, adjetivo superlativo, era el tratamiento que recibían algunos príncipes y Estados. Y así es La Serenissima.

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