EL ENIGMA DE LA SEMANA PLANETARIA JAVIER S. MASKIN
En el mundo latino existe la generalizada creencia en que los nombres de los días de la semana corresponden (Salvo en Portugal y en el Brasil), a las dos luminarias y a los cinco planetas conocidos desde la más remota antigüedad: Domingo Sol Lunes Luna Martes Marte Miércoles Mercurio Jueves Júpiter Viernes Venus Sábado Saturno Pero esta creencia es sólo parcialmente correcta. El día jueves, por ejemplo, no fue dedicado al planeta Júpiter sino al dios romano Júpiter, del cual el planeta es un símbolo. Lo mismo ocurre con los restantes seis días, como puede apreciarse con mayor claridad en las denominaciones anglosajonas: LATIN ESPAÑOL INGLES SAJON Dies Solis Domingo Sunday Sun's Day Dies Lunae Lunes Monday Moon´s Day Dies Martis Martes Tuesday Tiu's Day Wednesda Dies Mercurii Miércoles Woden's Day y Dies Jovis Jueves Thursday Thor´s Day Dies Veneris Viernes Friday Frigg's Day Dies Saturni Sábado Saturday Saeternes' Day
Tiu es el equivalente anglosajón del nórdico Tyr, hijo de Odín, dios de la guerra al igual que Marte en Roma y Ares en Grecia. Woden es Odín: Mercurio en Roma y Hermes en Grecia. Thor es el dios nórdico del trueno: Júpiter en Roma y Zeus en Grecia. Frigg (o Freyja), esposa de Odín, es la diosa nórdica del amor: Venus en Roma y Afrodita en Grecia.
Desde luego, Tiu, Woden, Thor y Frigg tienen sus respectivas correspondencias astrales, así como en la tradición náhuatl Quetzalcóatl está asociado a Venus, Xólotl a Mercurio, Tláloc a Marte, Tezcatlipoca a Júpiter y Xiuhtécuhtli a Saturno. Pero las lenguas anglosajonas adoptaron los nombres latinos para los planetas mientras conservaron los nombres de sus propios dioses para los días de la semana. Sea como fuere, está claro que los días de la semana no aluden a los astros sólo en su carácter de entidades físicas. Considerarlos así revela una confusión que, si bien viene de larga data, se ha consolidado firmemente en la mentalidad moderna y contemporánea, tanto entre los latinos como entre los anglosajones. La confusión proviene del progresivo abandono de una sabiduría tradicional que enseña a ver los astros como símbolos de las potencias celestes, o sea, como entidades vivientes y participantes en nuestras propias vidas, y no como mera masa inerte. La arbitraria y completamente anticientífica escisión entre astronomía y astrología ha sido y es fuente de toda clase de malentendidos.1 * ** Un asunto llamativo Cuando nos referimos, pues, a la semana planetaria, estamos considerando a los planetas en su doble carácter: físico y simbólico. Naturalmente, no existe ni puede existir contradicción alguna entre ambos aspectos de los astros: La entidad física es el soporte de la entidad simbólica, así como las palabras, los versos, la métrica, la cadencia y la rima son los soportes materiales de la poesía. Muchas veces, empero, no resulta sencillo aprehender a primera vista la unidad fundamental entre el universo de los símbolos y el universo material. Es esta dificultad la que nos ha impulsado a escribir el presente trabajo, abordando una cuestión tal vez en apariencia poco significativa pero esencial para comprender el simbolismo que encierra la semana planetaria. Es tan conocida la correspondencia entre los días de la semana y los astros, que nadie –o casi nadie– encuentra en ella algo que le llame la
atención. Siete días, siete astros (o siete dioses): ¿Qué "misterio" podría esconderse detrás de semejante obviedad?. A decir verdad, no hay allí ningún misterio en el sentido de algo que no pueda ser revelado. Pero sí hay algo que, cuanto menos, debería llamar poderosamente la atención: Cualquier niño con instrucción primaria sabe que el orden en que aparecen los astros en la semana no guarda la menor relación con su orden físico: Mercurio, Venus, (Luna), Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, etc., contando a partir del Sol. Y en un mundo como el actual, donde el aspecto material de las cosas es tenido por único criterio de verdad, una discordancia tan evidente tendría que ser inmediatamente advertida por cualquier persona... si la gente practicase el sano aunque a veces riesgoso ejercicio de interrogarse acerca del por qué de todas las cosas. Por otra parte, el orden de los astros en la semana tampoco se corresponde con ninguna concepción geocéntrica ni con los ordenamientos simbólicos que nos vienen desde la antigua Grecia. En efecto, el ordenamiento propuesto por Anaxágoras y adoptado por los pitagóricos, por Platón, Eudoxio, Aristóteles y los antiguos estoicos, fue: Tierra–Luna–Sol–Venus–Mercurio–Marte–Júpiter–Saturno–Estrellas Posteriormente, los estoicos retomaron las ideas de la antigua astronomía caldea y propusieron un nuevo ordenamiento, que fue adoptado por Hiparco y conservado hasta Copérnico: Tierra–Luna–Mercurio–Venus–Sol–Marte–Júpiter–Saturno–Estrellas Pero el orden de los días de la semana no es lunes, domingo, viernes, miércoles, martes, jueves, sábado; y tampoco es lunes, miércoles, viernes, domingo, martes, jueves, sábado. A su vez, en el monumento conocido como Calendario Azteca o Piedra del Calendario, los astros aparecen en el siguiente orden: Tierra–Luna–Venus–Mercurio–Sol–Marte–Júpiter–Saturno–Estrellas Como se aprecia, el Calendario Azteca reúne o, mejor dicho, sintetiza los dos órdenes griegos. Por un lado, la posición de los planetas interiores (Venus–Mercurio) es igual a la propuesta por Anaxágoras y se corresponde con la realidad física vista desde la Tierra. Por otro lado, la posición del Sol es la misma que la propuesta por los estoicos y se corresponde con la realidad simbólica, toda vez que el Sol ha de ocupar,
simbólicamente, el lugar central aún cuando se considere a la Tierra como el centro físico del Universo. Pero nada de esto se verifica en el ordenamiento planetario de nuestra semana: El Sol no está en el Centro y los astros aparecen completamente mezclados. Dos hipótesis A primera vista, el ordenamiento planetario de nuestra semana no tiene el menor sentido. Los astrónomos y cronólogos contemporáneos se limitan a "explicar" la semana planetaria diciendo que es inexplicable en términos científicos y atribuyéndola a una convención probablemente derivada de la astrología y por lo tanto –según los criterios en boga–, enteramente arbitraria. Claro que no faltan (aunque tampoco sobran) quienes se atreven a dejar de lado los prejuicios y a buscar explicaciones que realmente expliquen algo. Pero en tal caso, se verán obligados a remontarse nada menos que dieciocho siglos atrás, puesto que las únicas dos hipótesis coherentes continúan siendo las formuladas por el historiador Dio Cassius (c. 155– 238) en su Historia Romana. Dos hipótesis que en absoluto se excluyen sino que se complementan pero que, a la vez, sugieren que ya hacia finales del siglo II de la Era no había plena certeza respecto al tema en cuestión. El enigma, como se ve, es de muy larga data. Afirma Cassius que "la dedicación de los días a las siete estrellas que son llamadas planetas fue establecida por los egipcios, y su difusión entre todos los hombres es de no mucho tiempo". Seis siglos antes, Herodoto (484–425 a.C.) había escrito en el segundo de sus "Nueve Libros de la Historia": "Los egipcios además de otras invenciones enseñaron varios puntos de astrología; qué mes, qué día, por ejemplo, sea apropiado a cada uno de los dioses". A diferencia de los babilonios que dividían el día en 12 horas, los egipcios lo dividieron en 24 horas, haciéndolo comenzar a la medianoche. "Habiendo comenzado a contar las horas del día y de la noche desde la primera hora, –dice Cassius– y esa hora siendo adjudicada a Saturno, y la siguiente a Júpiter, y la tercera a Marte, y la cuarta al Sol, y la quinta a Venus, y la sexta a Mercurio, y la séptima a la Luna, de acuerdo con el orden de las órbitas, tal como los egipcios
están acostumbrados a hacerlo, y continuando así, por turno, sucesivamente, para todas las 24 horas yendo alrededor, encontraréis que la primera hora del día siguiente corresponde al Sol. Y continuando la aplicación de este procedimiento a lo largo de esas 24 horas, en la misma manera como con las otras, avanzando, encontraréis que la primera hora del tercer día a la Luna. Y si deseáis seguir de este modo a través del resto, el dios que llega a cada día es, precisamente, el mismo que debe recibir". En efecto, "el dios que llega a cada día" es, sucesivamente: Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter y Venus, tal como se puede comprobar confeccionando una sencilla tabla. Esto indica que los egipcios, además de contar con una semana civil de 10 días, contaban también con una semana astrológica de 7 días. Nuestra semana actual conserva el mismo orden planetario, sólo que comenzando por el Sol y terminando en Saturno. La otra hipótesis presentada por Cassius se vincula con la concepción armónica del mundo de los pitagóricos. El movimiento de los astros expresa una música celestial, una armonía de las esferas que el oído humano no puede percibir pero que los hombres pueden comprender simbólicamente por intermedio de las escalas musicales, los Tetracordios, los grupos de cuatro sonidos (cuartas) en que los griegos dividían a la octava. Cassius postula el origen armónico de los nombres planetarios de los días de la semana: "Porque si comenzáis la armonía que es designada 'por cuartas', en lo cual se ha sido creído que consiste el poder de la música y sobre las estrellas, por medio del cual el cosmos de los cielos ha sido dividido en intervalos regulares, de acuerdo con el orden en que cada uno de ellos gira y, comenzando desde la órbita más lejana que ha sido asignada a Saturno; entonces, saltando dos, nombrad el señor del cuarto; y después de él, omitiendo otros dos, deberéis llegar al séptimo; y de la misma forma, yendo hacia atrás, y señalando nuevamente a los dioses que presiden las órbitas de los días, debéis encontrar todos los días musicales verdaderamente armonizados con el arreglo cósmico del cielo". El orden de los planetas aceptado por Pitágoras era, como ya hemos señalado, el propuesto por Anaxágoras:
Saturno, Júpiter, Marte, Mercurio, Venus, Sol, Luna. El orden armónico sobre el cual se basa Cassius es, en cambio, el propuesto más tarde por los estoicos y adoptado por los pitagóricos posteriores a Filolao: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna. Es a partir de este ordenamiento que se establece la "armonía por cuartas": Saturno ..... 1 Júpiter 2 Marte 3 Sol ..... 4 Venus 5 Mercurio 6 Luna ..... 7 Saturno 1 Júpiter 2 Marte ..... 3 Sol 4 Venus 5 Mercurio . . . . . 6 Luna 7 Saturno 1 Júpiter ..... 2 Marte 3 Sol 4 Venus . . . . .5 Mercurio 6 Luna 7 Saturno . . . . .1 ... y el ciclo vuelve a comenzar, siguiendo la misma secuencia que la de la "tabla egipcia". Cuestión de jerarquías Las dos hipótesis de Dio Cassius –que, como dijimos, no se contraponen sino se complementan– tienen el gran mérito de ser coherentes en sí
mismas. En los tiempos actuales, cuando todo el gigantesco edificio de la ciencia tiene por basamento la idea de que, en última instancia, el motor del Universo es el azar, la coherencia interna de una hipótesis es algo que merece ser destacado. Además, las hipótesis de Cassius ilustran, indirectamente, acerca de dos cuestiones que son propias de todo pensamiento tradicional: En primer término, la cuenta de los astros es realizada "hacia adentro": El primero (Saturno) es el más lejano, en tanto que el último (Luna) es el más cercano. Este es el modo de contar entre, por ejemplo, aymaras, quechuas, mayas, mapuches, guaraníes, etc. En segundo término, el orden de sucesión de los astros es representado en forma "retrógrada", "antihoraria", tal como puede apreciarse en la "estrella armónica" que resulta de la "armonía por cuartas". Distribución armónica de los nombres de los dioses planetarios de los siete días de la semana (según Hammerly Dupuy)2
La cuenta "hacia adentro" y el sentido "antihorario" están íntimamente vinculados y responden a una concepción del tiempo y del espacio radicalmente diferente a la que tiene el hombre occidental contemporáneo. A ello nos referiremos detenidamente en otro trabajo, pero no queríamos dejar de mencionarlo aquí. Ahora bien: Sin perjuicio de su coherencia interna, las hipótesis de Dio Cassius presentan algunos inconvenientes. Si el nombre de los días de la semana se hubiese originado en la "tabla egipcia" de los días y las horas, resultaría entonces que los astrólogos
egipcios habrían ordenado los cielos en función, precisamente, de las horas del día. Asimismo, si la distribución armónica de los astros se hubiese originado en los estudios de Pitágoras sobre la armonía por cuartas, resultaría entonces que los pitagóricos habrían ordenado los cielos en función de sus escalas musicales. Estas conclusiones habrán de sonar como verdadera "música celestial" a los oídos de quienes creen que los hombres de todas las épocas no han hecho más que idear universos a su propia imagen y semejanza. A nosotros, en cambio, estas conclusiones que podrían deducirse de las hipótesis de Dio Cassius, nos suenan por demás desafinadas. Los hombres de todas las épocas –los hombres sabios, se entiende– han procurado experimentar primero y realizar después la armonía entre los Cielos y la Tierra, lo cual, por cierto, es algo bien diferente de lo anterior. Es cierto que la armonía de las octavas musicales, así como también la armonía de los intervalos de 3ª y de 5ª, puede ser percibida por cualquier oído entrenado cuando, por ejemplo, se hace vibrar una cuerda de violín o de guitarra. Pero la "armonía por cuartas" no es algo que responda a la naturaleza física de las vibraciones sonoras: Los Tetracordios no pudieron surgir de ninguna clase de "ciencia experimental positiva" sino de la aplicación al campo de la música de principios cosmogónicos y cosmológicos preexistentes. Los Tetracordios son un reflejo, un símbolo de la armonía de las esferas y no al revés como pareciera desprenderse de la hipótesis de Dio Cassius. Los Tetracordios son un soporte por medio del cual podemos aproximarnos a la música celestial. La música celestial no existe por los Tetracordios sino éstos por aquélla. El mismo criterio debe aplicarse a la "tabla egipcia". Si los astrólogos egipcios establecieron la división del día en 24 horas es porque descubrieron que, de ese modo, se ponía en concordancia la sucesión de los días de la semana astrológica con el orden celeste. La semana astrológica existe por el orden celeste y no éste por aquélla. El conocimiento de la secuencia Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, tuvo que ser, necesariamente, previo a la semana astrológica egipcia y a los Tetracordios pitagóricos.
Esto no invalida las hipótesis de Cassius. Por el contrario, las confirma. Sólo que las coloca en el orden jerárquico que les corresponde en el camino del Conocimiento: Lo profundo es razón de lo superficial y nunca a la inversa. Consecuentemente, un símbolo está siempre en un plano exterior a la cosa simbolizada. Así, ningún cristiano que conserve el sentido de su propia tradición estaría dispuesto a admitir que Cristo es un símbolo del Sol: El Sol, en cambio, bien puede ser considerado un símbolo de Cristo. Lo mismo vale, dicho sea de paso, para los pueblos tildados de "idólatras" y "primitivos". Jamás esos pueblos han rendido culto "a los astros" sino a las potencias simbolizadas por éstos. El problema del Centro Las hipótesis de Dio Cassius muestran dos modos de expresar simbólicamente el orden armónico de los astros –es decir, de las potencias celestes–, pero no son suficientes para comprender el significado de ese orden. El movimiento de los astros, la armonía de las esferas, expresa una música celestial sin que para ello se requiera que los astros modifiquen su ordenamiento físico. Al contrario, la música celestial se produce precisamente porque las esferas ocupan el lugar que ocupan, y no otro. La música celestial es un fenómeno enteramente natural, o sea, inherente a la naturaleza de las cosas. Pero si el orden físico de los astros es en sí mismo un orden armónico, ¿por qué un ordenamiento planetario que se supone armónico ha de diferir de ese orden físico?. Alquimistas como Filaletes, Bernardo Trevisano y Basilio Valentino han mencionado la siguiente disposición de los astros: Mercurio–Saturno–Júpiter–Luna–Venus–Marte–Sol Esta disposición expresa la correspondencia simbólica entre los astros – las potencias celestes– y las etapas de la obra alquímica. No viene al caso exponer aquí el significado de la secuencia. Lo que interesa es la ubicación final, culminante, del Sol (el oro). La obra alquímica es, ante todo y por sobre todas las cosas, una obra interior. El camino del alquimista es un camino hacia adentro, de modo que el punto culminante no puede ser otro que su propio Centro.
Mediante el decreto del 7 de marzo de 321, Silvestre, obispo de Roma, dispuso que los días de la semana fuesen designados en forma ordinal, a excepción del primero (dies Domini) y del séptimo (Sabbatum). Siendo el domingo el Día del Señor, este día viene a ocupar, en la tradición cristiana, el mismo lugar que ocupa el sábado en la tradición hebrea. El mismo lugar, insistimos, pese a que el domingo es el primer día y el sábado el último: Puesto que se trata del día central, su ubicación al principio o al final de una secuencia es indistinta, toda vez que el Centro es el principio y el fin de todas las cosas. Al referirnos a la ubicación central, tanto del día domingo en la semana cristiana como del Sol en el simbolismo planetario de la obra alquímica, estamos aludiendo a una determinada cualidad objetiva (la cualidad de ser Centro), que para nada depende de su ubicación física o convencional. Esta es la cuestión clave para comprender el significado de la semana planetaria. Puesto que el domingo–Sol es el Centro, el número–símbolo que le corresponde es, obviamente, el número del Centro. En las tradiciones griega, egipcia, hermética, romana, cristiana e hindú, el número del Centro es el 7 (número de Brahma y número del Anahata, el Chakra del corazón, por ejemplo). Cualquiera sea el orden en que los astros aparezcan presentados, al Sol le corresponderá, por lo tanto, el número 7. Y también es 7 el número del domingo cristiano, aunque se lo presente como el primer día de la semana en vez de como el último (el sábado de los judíos, en acuerdo con el relato bíblico del Génesis y cuyo número es, por supuesto, 7). De modo que los números que corresponde asignar a los días de nuestra semana son: Domingo Sol 7 Lunes Luna 1 Martes Marte 2 Miércoles Mercurio 3 Jueves Júpiter 4 Viernes Venus 5 Sábado Saturno 6
Pero una vez que consideramos al domingo–Sol como Centro, debemos también considerar, consecuentemente, que los restantes días–astros están ordenados alrededor de ese Centro. En otros términos, debemos considerar que el ordenamiento astral de los días de la semana responde a una imagen circular, cíclica, y no a una imagen lineal, tal como aparenta ser. De más está decir que ubicar los astros alrededor del Sol nada tiene que ver con discusiones relativas a heliocentrismo o geocentrismo. Ya hemos demostrado en nuestros estudios sobre la Piedra del Calendario que allí el Centro es ocupado simultáneamente por la Tierra y por el Sol, como corresponde a una concepción auténticamente tradicional.3 La discusión, planteada en términos puramente físicos, es irrelevante. Ahora bien: De acuerdo a todas las tradiciones, las cualidades simbolizadas por los astros (a excepción del Sol), permiten agruparlos en parejas de opuestos–complementarios: Luna – Saturno Mercurio – Júpiter Venus – Marte Existe abundantísima documentación referida a la significación de estas parejas, de modo que nos abstenemos de tratar aquí el tema. La expresión numérica de estas parejas es: 1–6 3–4 5–2 Estas parejas de opuestos–complementarios se presentan, en el orden
de la semana, del siguiente modo:
Naturalmente, las parejas de opuestos–complementarios sólo pueden manifestar sus potencialidades en y por su relación con el Centro, del cual son emanaciones. Separadas del Centro, estas parejas se tornan completamente irreales. Vale decir que el Sol debe considerarse ubicado, a un mismo tiempo, entre la Luna y Saturno, entre Marte y Venus y entre Mercurio y Júpiter: Saturn o Mercuri Venus o Sol Marte Júpiter Luna La expresión numérica de este ordenamiento, será: 6 3 5 7 2 4 1 Si trazamos ahora una línea siguiendo la secuencia en que aparecen estos astros en la semana, obtenemos:
Vale decir: Centro – Luna – Marte – Mercurio – (Centro) – Júpiter –Venus – Saturno – (Centro)... y todo vuelve a comenzar.
Este camino, siendo cíclico, puede recorrerse a partir de cualquiera de sus puntos. Si tomamos a Saturno como punto de partida, recorreremos exactamente el mismo camino que el expresado por la "tabla egipcia" y por la "armonía por cuartas": Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, con lo cual nuevamente se confirman las hipótesis de Dio Cassius. Sólo que ahora, además, se las puede comprender en su verdadero significado. El ordenamiento de la semana planetaria no está en contradicción con el orden físico de los astros. Mientras que éste es el soporte de la música celestial, aquél expresa los vínculos cualitativos entre las potencias celestes. Manteniéndonos en la alegoría musical, podemos decir que el orden físico es la orquesta mientras que la semana planetaria es la partitura que ejecuta la orquesta. La semana planetaria expresa un ordenamiento propiamente astrológico. Esta es la razón que llevó al obispo Silvestre a decretar la denominación ordinal de los días de la semana: La Iglesia Católica había puesto especial empeño en aventar todo lo que "oliese" a astrología y pudiese ser utilizado para la práctica de algún género de "culto astral". Por lo demás, también los intervalos de cuarta fueron prohibidos en la música litúrgica por considerárselos "impuros". Pero sólo en Portugal –y luego en el Brasil–, habría de mantenerse la denominación ordinal (Domingo, segunda feira, terça feira, etc.). En el resto del mundo cristiano prevaleció, pese a todo, la denominación que alude a la música de las esferas y que, por cierto, nada tiene que ver con supuestos e inexistentes "cultos astrales" (salvo los que practican ciertos mercaderes del "ocultismo" que, desde luego, nada tienen que ver con la Tradición). La "semana planetaria" y el "cuadrado mágico" La identidad simbólica entre el orden de sucesión de los astros en la semana planetaria y el orden de sucesión de los Trigramas de la tradición china, es evidente:
Aquí nos encontramos con la siguiente secuencia: (Centro) – 1 – 2 – 3 – 4 – (Centro) – 6 – 7 – 8 – 9 – (Centro)... y se reinicia el ciclo. Es muy llamativo el hecho de que los ocho Trigramas tienen por números de orden: 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8 y 9, faltando el 5, que en la tradición china es el número del Centro. El Centro, la Unidad no manifiesta, es el origen y el ordenador de toda manifestación. En consecuencia, no participa de las cuentas. (Recordemos que según la tradición bíblica, la tribu de los hijos de Leví, elegida por Yahveh para la custodia del Tabernáculo en el centro del campamento, no fue censada por Moisés junto a las restantes 12 tribus, que debían ubicarse a su alrededor). Pero cuando el número del Centro se pone de manifiesto, se opera un notable reordenamiento y el círculo de los 8 Trigramas pasa a ser un "cuadrado mágico": 4
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2
3
5
7
8
1
6
Como corresponde a todo símbolo auténtico, el cuadrado mágico permite tanto una lectura exterior como una lectura interior. Una lectura exterior nos revelará que las filas, las columnas y las diagonales mayores del cuadrado suman 15 lo cual, ciertamente, constituye una curiosidad y una muestra de ingenio. Pero nada de "mágico" hay aquí. A su vez, una lectura interior nos revelará, por ejemplo, que a través del Centro las parejas de opuestos–complementarios (1–9, 2–8, 3–7 y 4– 6), se expresan en suspotencialidades diferenciadas y, a la vez, se reabsorben –por así decirlo– en la Unidad: 10. (El número 5, al ser su propio opuesto–complementario, 5 + 5 = 10, es simbólicamente idéntico al 10). Vale decir que, en realidad, las filas, las columnas y las diagonales
del cuadrado mágico siempre suman 10. Y suman 10 –se reabsorben en la Unidad– debido, precisamente, a la acción no actuante del 5, ya sea que el 5 esté "ausente" –como en el círculo de los Trigramas– o bien esté "presente" –como en el cuadrado–. ¡Esta es la magia del cuadrado mágico!. (Nunca deben perderse de vista las diferencias entre una ciencia tradicional y una ciencia "positiva"). En el caso que nos ocupa –la semana planetaria–, es el Centro (7) el que hace posible que las parejas de opuestos complementarios (1–6, 2–5, 3– 4), desplieguen todas sus potencialidades diferenciadas y, a la vez, revelen su origen también central: 1 + 6 = 7; 2 + 5 = 7; 3 + 4 = 7. La inversión de los atributos Hemos arribado a un conjunto perfectamente coherente, ordenado, tras haber partido de un conjunto aparentemente incoherente, caótico. Queda, no obstante, una importante cuestión a dilucidar. Cada pareja de opuestos–complementarios está integrada por un astro de cualidad "impar" y otro de cualidad "par": Saturno Luna (1) ........ (6) Mercurio Júpiter ........ (3) (4) Venus (5) . . . . . . . . Marte (2) En todas las tradiciones, la cualidad "impar" está asociada al principio masculino de la manifestación, en tanto la cualidad "par" está asociada al principio femenino. Sin embargo, hemos visto que aquellos astros a los que comúnmente se les atribuyen cualidades femeninas –Luna, Mercurio y Venus–4 tienen asignados números impares, mientras que los astros a los que se asignan cualidades masculinas –Marte, Júpiter, Saturno– tienen asignados números pares. Nos encontramos, pues, ante una inversión de los atributos. Es sabido que, en el simbolismo constructivo, el compás es el atributo masculino por excelencia (dada su asociación con el círculo y con las potencias celestes), y la escuadra es el atributo femenino por excelencia (dada su asociación con el cuadrado y con las potencias terrestres). Pero en las representaciones chinas de las dos potencias creadoras, Fu–Hi, la serpiente masculina, aparece siempre con una
escuadra mientras Niu–Wa, la serpiente femenina, aparece siempre con un compás, al tiempo que ambas están entrelazadas por sus colas. El mismo simbolismo inverso aparece en las representaciones herméticas del Rebis, el Mercurio Andrógino, el cual sostiene una escuadra con su mano derecha (aspecto masculino), y un compás con su mano izquierda (aspecto femenino). De este modo, el lenguaje tradicional de los símbolos ilustra acerca de la unidad indisoluble de los opuestos– complementarios: Se intercambian los atributos para confirmar la unión o, mejor dicho, la no–separatividad. En la "semana planetaria", se ha operado la misma inversión de atributos con idéntico significado:
La tríada femenina, ascendente, ha adoptado el atributo "impar", mientras que la tríada masculina, descendente, ha adoptado el atributo "par". Tal inversión es el resultado de la interpenetración armónica de ambas tríadas y de su ordenamiento en torno su Centro. Para terminar, una última cuestión. Si la semana planetaria expresa simbólicamente el ordenamiento armónico de las potencias celestes (simbolizadas, a su vez, por los astros y las luminarias), ¿adónde ha quedado la Tierra?. A la Tierra, estimado amigo, se llega a través de usted. Buenos Aires Otoño 1997 NOTAS 1
Aquí debemos ser justos y no recargar las tintas solamente sobre el racionalismo materialista. La escisión viene de lejos (ver, por ejemplo, las
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Confesiones de San Agustín), y el dogmatismo racionalista de la ciencia moderna no fue sino una reacción simétrica al dogmatismo confesional, uno tan alejado como el otro de la Tradición. Hammerly Dupuy, Daniel: Fundamentos astronómicos de la cronología. Colegio Unión, Departamento de Publicaciones. Lima, 1966. Maskin, Javier S.: La Perfecta Armonía del Universo Azteca. Abya-Yala, Buenos Aires, 1996. Esto es así en las tradiciones abrahámicas y solares. En otras tradiciones, en cambio, Luna es masculino. Por ejemplo, entre los sumerios la Luna estaba identificada con Sin el dios que era padre de Shamash, el Sol. Asimismo, muchas tradiciones consideran al Sol femenino como, por ejemplo, se refleja hoy en las lenguas alemana, vasca, japonesa, guaraní, etc. Con toda su importancia, este asunto excede los límites del presente trabajo.