La profesión de profesor Manifiesto de la Junta de la Facultad de Filosofía de la UCM sobre el nuevo "máster profesional de profesores de educación secundaria y bachillerato" (29 de enero de 2008) La Junta de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, en su sesión extraordinaria del 29 de enero de 2008, acuerda expresar públicamente su disconformidad con el Anexo a la Orden ECI/3858/2007 de 27 de diciembre de 2007 (BOE, 29-XII-2007), el cual establece los requisitos de los títulos de Máster que habilitan para el ejercicio de la profesión de Profesor de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato. Tras los estudios de Grado, reducidos a cuatro años y “cuya finalidad es la obtención de una formación general” (Art. 9.1 del Real Decreto 1393/2007 de Grado y Postgrado), el acceso a dicha profesión exigirá cursar un Máster de 60 créditos de orientación prioritariamente psicopedagógica y didáctica, con muy escasa formación adicional en las diferentes disciplinas. Denunciamos que lo anterior comporta una clara opción por la rebaja de la formación académico-científica del futuro profesor en su campo de conocimiento, lo que ha de repercutir negativamente en la calidad de la Educación Secundaria y Bachillerato. La formación pedagógica del profesorado no debe obtenerse a costa de dicha formación académico-científica. Y la sociedad debe ser consciente del ataque al principio democrático de igualdad de oportunidades que este tipo de medida lleva consigo. En efecto, garantizar la transmisión de la ciencia y la cultura a todos, en las condiciones intelectualmente más exigentes, es quizá la única manera efectiva de contrarrestar las formas de discriminación que generan las desigualdades socioeconómicas. La enseñanza preuniversitaria debe ofrecer los mejores estudios a todos los ciudadanos, con independencia de sus condiciones económicas, y esto requiere un profesorado excelente en las respectivas disciplinas; y en cualesquiera centros, ya sean públicos o privados. Denunciamos la simplificación del diagnóstico que atribuye los variados y complejos problemas del sistema educativo a una supuestamente indiscriminada falta de preparación psicopedagógica del profesorado. Dichos problemas tienen causas de índole social, económica y política, que no se resuelven en modo alguno disminuyendo la formación teórica específica de los profesores. No negamos la conveniencia de agregar a esta formación teórica una verdadera etapa de prácticas. Pero nos oponemos a una ampliación del actual “Certificado de Aptitud Pedagógica” (CAP), cuyos deficientes resultados son por todos conocidos y que es lo que, en el fondo, significan estos nuevos másteres profesionales. Denunciamos, asimismo, las consecuencias negativas que los citados Másteres en cuestión tendrán para el desarrollo de una carrera investigadora, sobre todo, en aquellas titulaciones cuya salida profesional principal es la Enseñanza Secundaria Obligatoria y el Bachillerato. Una vez en posesión del título de Grado, el graduado habrá de elegir entre lo siguiente: 1) o bien cursar un Máster de investigación, a fin de alcanzar la necesaria formación superior
especializada pero que no habilita profesionalmente para ejercer como profesor; 2) o bien cursar un Máster profesional, que no sólo habilita para ejercer dicha profesión, sino que también da paso legalmente a la condición de investigador, aunque de ningún modo proporciona la formación para ello. Es obvio que sólo aquellos graduados que económicamente no necesiten plantearse una salida profesional inmediata podrán decantarse por la primera opción, en tanto que los que hayan de seguir la segunda no estarán en las mejores condiciones teóricas para competir en el campo de la investigación. Por otra parte, sólo quienes tengan sobrados recursos económicos podrán costearse ambas modalidades de máster, mientras que los que carezcan de semejantes recursos habrán de optar por uno de los dos y es razonable pensar que elegirán aquel que legalmente ofrece ambas posibilidades, la profesional y la investigadora. Denunciamos que, a consecuencia de lo expuesto en el punto anterior, muy pocos graduados podrán cursar estudios de Máster distintos de los profesionales, por lo que las Facultades que tienen la Enseñanza Secundaria como principal salida profesional de sus estudiantes verán muy reducidas sus posibilidades de ofrecer Másteres de investigación, con las consecuencias negativas que ello tendrá en la preparación de sus doctorandos así como en la calidad de la investigación en nuestro país. Solicitamos, en consecuencia, la derogación del Anexo arriba mencionado y que el acceso a la profesión de Profesor de Educación Secundaria venga dado a través de Másteres que amplíen y profundicen en la formación académicocientífica de los profesores en sus materias específicas. Solicitamos también que la necesaria formación específicamente pedagógica para ejercer la profesión de profesor se obtenga a lo largo de un periodo razonable de prácticas remuneradas (por ejemplo, un año) mediante un sistema formativo análogo al actual MIR en Medicina. Sólo la conjunción de una excelente preparación teórica (en contenidos de la materia) y práctica, puede dotar al sistema educativo español de los mejores profesores. Invitamos a cuantas Juntas de Facultad de las Universidades, sociedades académicas, profesores, etc. compartan estos puntos de vista a sumarse al presente documento.
Fuente: http://fs-morente.filos.ucm.es/manifiesto/index.htm
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R. FEITO, A. BOLÍVAR Y R. J. GARCÍA 17/11/2008
Lo que tenemos hasta ahora es como mínimo una temeridad. Salvo el tan denostado como inútil Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP), un licenciado o doctor se convierte en profesor de enseñanzas medias con tan sólo demostrar un cierto conocimiento de su propia disciplina. Parece de sentido común, salvo quizás para los autores del Manifiesto de la Junta de Filosofía, que el hecho de conocer una materia, siendo condición necesaria,
no lo es suficiente para su enseñanza y menos aún cuando se pretende que aprendan jóvenes adolescentes. El profesor de secundaria, una vez superada la oposición o firmado el contrato de trabajo, aprende a ser tal, básicamente, por ensayo y error. ¿Alguien acudiría, por ejemplo, a un dentista que aprende de ese modo? ¿Qué le toca el día en que acuda a su consulta, el ensayo o el error? Los autores del manifiesto manipulan a la opinión pública. Los firmantes del presente texto no somos ni autores ni responsables de la nueva normativa legal, que aun siendo mejorable, supone avances importantes. Por ello, ante ataques que tergiversan el contenido de la misma, es necesario no estar callados. No es cierto que el master de formación del profesorado se haga a costa de la formación disciplinar. La formación disciplinar se obtendrá con un grado de cuatro años de duración -frente a los cinco de las licenciaturas actuales-. No es que a los futuros profesores se les reste formación como graduados, tal y como el manifiesto parece dar a entender. Por otra parte, es un sofisma defender que ser especialista en una disciplina es lo que otorga la profesionalización como "profesor" excelente. Ninguna experiencia práctica con nuestros actuales adolescentes ni investigación empírica lo sostiene. La investigación reciente muestra que con profesores preparados como docentes se beneficia el conjunto del alumnado, y muy especialmente el de los ambientes culturales menos privilegiados. Tampoco es cierto que el master de secundaria tenga una "orientación prioritariamente psicopedagógica y didáctica". La ciudadanía puede buscar los contenidos en la Red y allí verá que se establecen 52 créditos obligatorios cuyos contenidos van desde el aprendizaje y desarrollo de la personalidad a los procesos y contextos educativos, pasando por la sociedad y la familia. Igualmente, hay complementos a la formación disciplinar que ponen el énfasis en el análisis de los contextos históricos y sociales en que surgen los conocimientos científicos. En definitiva, un profesor o profesora de secundaria -y por aquí van los tiros del master- precisa tener un profundo conocimiento de su materia y del correspondiente currículo escolar, de los alumnos y de su desarrollo y aprendizaje, así como un conocimiento de la enseñanza (metodología, gestión del aula, evaluación), además de un trabajo en colaboración en el centro y con las familias. Esto no lo proporcionan los grados en una disciplina y son requisitos previos para el ejercicio profesional. Lo que hay detrás del manifiesto no es más que un craso corporativismo. Muchas facultades han visto que el tránsito a los grados puede suponer perder un quinto de la carga de docencia actual y la consiguiente reducción de la plantilla docente en las llamadas áreas disciplinarias no didácticas. Los autores del manifiesto proponen el modelo MIR, lo cual no está mal. Al fin y al cabo, un médico se prepara para ejercer la medicina. Sin embargo, para los del manifiesto, un filósofo no se prepararía nunca para ser profesor, hasta que sea ya profesor. Rafael Feito es profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Bolívar es profesor de Pedagogía de la Universidad de Granada y Rodrigo J. García es coordinador de la Red de centros Atlántida. También firman otros miembros del Proyecto Fuente:
http://www.elpais.com/articulo/educacion/Facultades/Filosofia/profesion/profeso r/elpepusocedu/20081117elpepiedu_3/Tes
La estafa del enseñar a enseñar ANDRÉS DE LA OLIVA 08/12/2008
La publicación en EL PAÍS de un Manifiesto Contra el Nuevo Máster de Formación del Profesorado (ECI/3858/2007) ha sido respondida en estas páginas por algunos pedagogos que lo defienden. Las pretendidas evidencias con que argumentan son, sin embargo, falsas. La tesis principal es que un profesor no sólo debe conocer su materia, sino que debe también aprender a enseñarla. Esto parece muy de "sentido común", pero es un sofisma con el que los "expertos en educación" llevan muchos años abduciendo a las autoridades ministeriales. Los futuros profesores, se dice, deben "aprender a enseñar" y los alumnos "aprender a aprender". Para conseguirlo, existe un cuerpo de especialistas (con sus propios intereses corporativos), cuya función es "enseñar a enseñar". Ahora bien, para ello precisamente se confió a los pedagogos el curso del CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica). Este curso jamás se ha sometido a una evaluación objetiva entre los profesores de secundaria y bachillerato. Se sabía de sobra que los profesores no sólo no avalarían su utilidad, sino que lo valorarían como una estafa o una impostura. ¿Qué solución propone el ministerio? Nada menos que sustituir el quinto año de preparación disciplinar específica por un Máster de Formación del Profesorado que no es más que un CAP más largo y más caro. Cualquier cosa menos preguntar a los profesores sobre la utilidad en las aulas de la formación pedagógica. Por lo visto, los únicos que saben lo que se necesita en las aulas son los que jamás han pisado un aula. Por lo mismo, los únicos que saben cómo se enseña matemáticas, gramática o historia, son los que no saben ni matemáticas, ni gramática, ni historia (pero son, en cambio, expertos en enseñar a enseñar cómo se aprende a aprender). La mejor prueba de que algo que uno creía saber no lo sabe en realidad es que fracasa al enseñarlo ¿Por qué el CAP ha sido una estafa y una vergüenza todos estos años? No porque fuera muy corto, sino porque es falso que quien no sabe matemáticas pueda enseñar a enseñar matemáticas. Y todavía es más falso que haya un saber que no sea ni física, ni latín, ni geografía, y cuyo contenido sea el enseñar en general para cualquiera de esas disciplinas. Un profesor debe saber captar la atención de los alumnos enseñándoles a amar el conocimiento, y para lograrlo no hay otra garantía que su propio amor por el conocimiento. Las matemáticas, la historia o el derecho procesal son apasionantes y la obligación de un profesor es saber transmitirlo a sus alumnos. Ahora bien, su mejor arma, en realidad su única arma, es saber matemáticas, historia o derecho procesal. ¿Saber historia no significa saber enseñar historia? Cualquier docente experimentado diría que
la cosa es exactamente al revés: la mejor prueba de que algo que uno creía saber no lo sabe en realidad es que fracasa al enseñarlo. Si no se sabe cómo enseñar algo es porque no se sabe suficientemente, y la consecuencia es que hay que estudiarlo más y mejor. Estudiar más física, matemáticas o latín, no pedagogía. Por supuesto que siempre habrá grandes investigadores muy sabios que no amen la enseñanza y se nieguen a ejercerla. La figura del buen investigador y mal docente no cesa de blandirse como un argumento incontestable, pero es una falacia: los investigadores que no aman la enseñanza enseñan mal, no porque no sepan, sino porque no quieren hacerlo, y ningún curso de formación del profesorado les hará cambiar de opinión. Por otro lado, licenciados que nunca han enseñado no saben enseñar, pero no porque les falte teoría pedagógica (o psicopedagógica), sino porque les falta práctica docente. El acceso a la profesión de profesor, como a la de juez o a la de médico, no debería hacerse sin haber superado un periodo de prácticas seriamente concebido, tutelado, y remunerado. Y por cierto que sólo una vez acreditada una formación no básica y generalista, sino avanzada y específica en un campo determinado de conocimiento. Es lo único que solicita el denostado Manifiesto. Eso, y que se deje de tomar el pelo a la sociedad mientras se desmonta pieza a pieza el sistema de instrucción pública. Andrés de la Oliva es catedrático de Derecho de la Complutense de Madrid (UCM). Firman el texto otros 15 profesores de universidad o instituto, entre los que figuran Tomás Calvo, catedrático de Filosofía de la UCM; José Luis Pardo Torío, catedrático de Filosofía de la UCM; Alberto Fernández Liria, psiquiatra y profesor asociado de la Universidad de Alcalá; Juan José Fernández Parrilla, profesor de matemáticas de secundaria, y Silvia Porres Caballero, profesora de griego de secundaria. Fuente: http://www.elpais.com/articulo/educacion/estafa/ensenar/ensenar/elpepiedu/200 81208elpepiedu_3/Tes/