La mies es mucha 35 Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. 36 Y cuando vio las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban acosadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor. 37 Entonces dijo a sus discípulos: “A la verdad, la mies es mucha, pero los obreros son pocos. 38 Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.” (Mt. 9:35-38) Introducción Durante estos días cualquiera que haya visto las noticias o leído los periódicos en sus apartados de deportes, habrá podido observar las tensiones que existen en el mundo deportivo, y particularmente en el "proclamado bien de la humanidad", el fútbol. Toda la atención e intención de gran parte de nuestros conciudadanos está centrada en esta competición deportiva que cautiva el intelecto nacional de grandes y pequeños. Ser un buen seguidor de cualquier equipo de fútbol, requiere una alta dosis de entrega, sacrificio y nada de nada de vergüenza o reparo para proclamar las grandezas del
equipo al que se admira. Hay que ser capaz de abandonar a la familia, el trabajo, las comodidades particulares y aún si es preciso empeñarse para ocupar una posición privilegiada en el estadio a la hora del partido. Como en las guerras antiguas, todos reclaman el favor divino para poner a Dios, la virgen o cualquier santo de primera o segunda a su favor. Es irónico que cuando somos llamados a empresas importantes y trascendentes no mostremos el mismo interés y nos llamemos a nosotros mismos seres inteligentes. Que a la hora de entregarnos a una causa justa y honrosa seamos tan mezquinos. Que cuando Cristo nos llama presentemos tantas excusas y no le entreguemos nuestras vidas. Y es que seguir a Cristo es entregar la vida a su servicio y a su causa. I.
Las imágenes usadas
Compasión. Lo primero que nos dice este texto es que Jesús, durante su ministerio terrenal, sintió compasión por las personas. La palabra que se usa en el original griego para describir el sentimiento de Jesús es la palabra más fuerte que existía en griego para expresar la piedad que pueda experimentarse por otro ser humano. Se deriva de un sustantivo que significa entrañas, es una misericordia (misere, cardía) entrañable, es decir, que nos conmueve hasta lo más profundo de nuestro ser. Desamparadas. Jesús sintió este tipo de compasión por las personas al ver que estaban desamparadas. La palabra
griega que se traduce por desamparadas puede significar un cadáver que es víctima de las aves de rapiña. Significa que el pueblo es esquilmado por hombres rapaces, vejado por quienes carecen de piedad, tratada con insolencia gratuita. También puede usarse para una persona que está agotada por un viaje que no parece tener fin. Dispersas. Estas ovejas sin pastor están dispersas. La palabra usada en el griego puede significar también estar postrado. Y esto puede referirse tanto al que está tirado en el suelo debido a una borrachera, como al que está tirado en el suelo herido de gravedad. Parábola del buen samaritano. Los dirigentes religiosos del judaísmo de aquel día en lugar de dar fuerzas al pueblo para vivir, lo desorientaban con sus sutilezas interpretativas de la Ley que no servían ni para ayudar a vivir ni para reconfortar al sufriente; cuando debían proporcionar a los hombres una fe que les ayudara a mantenerse erguidos, los cargaban y doblegaban bajo el yugo insoportable de la Ley, tal como la interpretaban los escribas; ofrecían a los hombres más una carga que un apoyo. Pero la religión cristiana no existe para descorazonar, sino para estimular; no para aplastar a los hombres con cargas, sino para elevarlos, como con alas. Cuando Jesús y los dirigentes religiosos de su época miraban a las multitudes, las veían de una forma muy diferente. Los fariseos veían a la gente indocta como paja
que debía ser quemada; Jesús los veía como una buena cosecha que debía cosecharse y guardarse en graneros puesto que tenía un valor. Los fariseos, en su orgullo, esperaban la destrucción de los pecadores; Jesús, en su amor, murió por salvar a los pecadores. II. La cosecha que aguarda a los cosechadores Aquí encontramos una de las verdades cristianas más grandes y uno de los supremos desafíos del cristianismo: la cosecha nunca será recogida a menos que haya cosechadores que hagan el trabajo. Jesús necesita hombres y mujeres que hagan el trabajo. Cuando estuvo en la tierra su voz apenas alcanzó a unos cuantos; jamás salió de Palestina aunque todo el mundo estaba aguardando ansiosamente el mensaje de salvación que Él llevaba. Para eso estuvo preparando a sus discípulos durante tres años; para eso nos capacita el Espíritu Santo a través de los dones que nos otorga. El mismo apóstol Pablo se pregunta: ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? Ro. 10:14) Por eso, ante esta situación, Jesús nos exhorta a que roguemos al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies. Hay una gran hambruna espiritual en nuestro tiempo.
Quizá la haya habido siempre, pero nosotros somos responsables de nuestro tiempo. La oración no basta. Alguien podría decir: “oraré por la venida del Reino todos los días de mi vida”. Pero en este caso, como en tantos otros, la oración que no va acompañada de acción carece de valor alguno. El mismo Jesús es el ejemplo de esto mismo: fue Él quién sintió compasión por esas ovejas sin pastor, pero Él mismo, que es el Buen Pastor, sintió esto mientras estaba ministrando las personas. (v. 35) y comparte esto con sus personas más allegadas. Lutero tenía un amigo también monje que compartía con él sus puntos de vista sobre la reforma de la iglesia. Y llegaron a un acuerdo: él se quedaría en el monasterio rogando a Dios para que Lutero descendiese al polvo y al fragor de la batalla y tuviese éxito. Y actuaron de acuerdo a este plan. Pero este amigo una noche tuvo un sueño: vio un enorme campo de trigo, tan inmenso como el mundo entero, y en él había un hombre solitario que estaba cosechando, tarea evidentemente muy superior a sus fuerzas. Y al fin pudo ver su cara demacrada: era Lutero. Inmediatamente entendió el mensaje; “debo dejar mis oraciones y ponerme a trabajar” se dijo a sí mismo. El sueño de Jesús es que cada cristiano sea un misionero y un cosechador. Algunos, quizá, no podrán hacer otra cosa que orar porque la vida los ha imposibilitado. Y sus oraciones ciertamente serán la fortaleza de los obreros. Pero
ese no es el camino mostrado para la mayoría de nosotros. El camino mostrado es el ejemplo de Jesús. III. Ahora es el tiempo Campos listos para la cosecha. Jesús sabe que toda persona cargada de culpa en estas multitudes va rumbo a la muerte y el juicio final. De ahí su compasión. Estas multitudes indican una lamentable falta y la necesidad de la labor evangelística para cubrir esta falta. Sugieren la necesidad imperativa de algo similar al arduo trabajo requerido cuando se necesita cosechar el grano maduro sin más demora. Ilustración: El esguince de mi codo por la premura en recoger la cosecha. Hermanos, ¿cómo vemos nosotros los campos? ¿Están listos para la cosecha? Si Jesús dijo hace 2000 años que ya estaban listos, ¿qué excusa nos buscaremos nosotros para decir que eso no es así? Para ser los cosechadores que Jesús quiere que seamos necesitamos entregarle a Él también nuestro tiempo. ¿Acaso puede segarse un campo él solito? ¿Somos realmente conscientes del camino que está abriendo el Señor delante de nosotros? ¿Creéis de verdad que las cosas ocurren solas? Gratitud por los hermanos que calladamente están trabajando en la iglesia. Mencionar algunos. Lucía.
Mirad, imitad su ejemplo. ¡Hay tantas cosas que hacer! Hermano, ¡participa de la cosecha ahora, porque ahora es el tiempo! Y por favor, ¡participa con pasión! ¿Un año más? No, doce meses de intensas vivencias espirituales bajo la poderosa gracia de Dios. 365 días de servicio. 8760 horas de vida cristiana. Ahora afrontamos un año nuevo, de estreno, y con todas las opciones abiertas para hacer de él un tiempo especial: más de medio millón de minutos para caminar siendo dignos de la vocación con que fuimos llamados. Conclusión Empezamos esta meditación haciendo referencia a la actitud y práctica de muchas de las personas que son fans de equipos de fútbol. Creo que cualquier persona que no sea forofo del fútbol estará de acuerdo conmigo que para ella le da lo mismo quien gane la copa de la liga. El llamamiento que Dios hace en esta tarde no es algo tan intrascendente para la vida de las personas como el que alguien gane un juego o lo pierda. Lo que podemos ganar o perder es la vida misma. El sentido y propósito de nuestra existencia. La vida que Cristo nos ofrece no es una pasión irracional que nos hace actuar de forma temeraria e inconsciente. Él demanda de ti una vida de entrega, en la que la prioridad y el compromiso sea seguirle a él por encima de las demandas sociales y culturales. Una vida en
la que la integridad y unidad de propósito manifiesten claramente que vivimos conforme a la justicia de Dios y en la luz de la verdad.