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LA INMIGRACIÓN EUROPEA Y SUS IDEOLOGÍAS
I. INTRODUCCIÓN A partir de la sanción de la Constitución de 1853, durante unos setenta años la Argentina fue el destino de un flujo constante de inmigrantes, que sólo fue interrumpido por acontecimientos muy puntuales, como la crisis económica de 1890 y la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La inmigración masiva no fue un mero agregado de población extranjera a la sociedad criolla, sino que determinó la configuración de una estructura u organización social totalmente transformada. Entre 1880 y 1914, se forjó en nuestro país una sociedad radicalmente nueva. Ningún otro país del mundo recibió un impacto relativo inmigratorio tan grande como la Argentina, es decir, la proporción del número de extranjeros en relación con la cantidad de habitantes del país que los recibe fue muy alta. En 1914, casi la mitad de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires eran extranjeros. Durante el siglo XIX, casi 70 millones de personas abandonaron Europa. La Argentina recibió cerca del 10 por ciento del total: 6 millones y medio de extranjeros ingresaron a nuestro territorio. De ellos, casi 4 millones adoptaron a nuestro país como propio y se establecieron en él definitivamente. El impacto relativo de la población inmigrante sobre la población nativa se vio reflejado en los datos proporcionados por los censos nacionales llevados a cabo en 1869, 1895 y 1914, y que además, las cifras que arrojaron demostraron un crecimiento poblacional extraordinario. Dicho impacto, según el censo de 1869 fue del 12%, en 1895 del 25% y en 1914 del 30%. En los EE.UU., la proporción nunca superó el 15%. La población argentina censada sumaba respectivamente 1.800.000, 4.000.000 y 7.900.000 habitantes. II. POLÍTICA INMIGRATORIA El proyecto liberal de país plasmado en la Constitución Nacional requería de inmigración. Por un lado el inmigrante ocuparía puestos de trabajo vacantes creados por una economía más dinámica, y por otro lado, educaría con el ejemplo, transformando los hábitos y costumbres de nuestra población y adaptándolos a la nueva sociedad moderna. Las elites esperaban que el transplante de población europea permitiera llenar el “vacío” de civilización y “modernizar” el interior, un “desierto” poblado de indígenas y atrasados criollos. En contra de esta expectativa, la mayor parte de la población inmigrante terminó instalándose en la región del Litoral (87%), la más dinámica desde el punto de vista económico y la que podía ofrecer mayores posibilidades de ascenso social. También en contra de lo esperado, y a causa del patrón de propiedad concentrada de la tierra (y de sus precios en aumento), los inmigrantes no se asentaron masivamente como granjeros en el campo (con la notable excepción de las colonias santafesinas), sino en las ciudades (la construcción, los frigoríficos, los medios de transporte y los pequeños talleres proveían fuentes de trabajo alternativas a las tareas rurales).
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Simultáneamente a los profundos procesos de cambio económico y social que afectaban con fuerza a Europa (2ª Revolución Industrial, 1850-1914), la Argentina iniciaba un camino de modernización económica e incorporación paulatina a la economía internacional (división internacional del trabajo). La explotación de extensos territorios de la Pampa húmeda para satisfacer las diferentes demandas del mercado externo y lograr el éxito del llamado modelo económico agroexportador, requería abundante y capacitada mano de obra, mucho más de la que podía proveer la escasa población nativa. La política inmigratoria de puertas abiertas se sistematizó a partir de la Ley de Inmigración y Colonización o Ley Avellaneda (1876), la cual reglamentó las facilidades otorgadas tanto a los inmigrantes que venían por iniciativa individual, como a aquellos que formaban parte de un proyecto colectivo, es decir, de una empresa de colonización. El gobierno llevó adelante campañas de apoyo a la inmigración, tanto a través de la propaganda en Europa como del otorgamiento de facilidades de distinto tipo: financiamiento del pasaje, provisión de alojamiento provisorio y alimentación a la llegada al puerto receptor, traslado al lugar definitivo de residencia, etc. Se preveía el loteo de tierras públicas en parcelas de cien hectáreas (cada una de las primeras cien familias obtendría un lote en forma gratuita, mientras el resto podría comprarse a bajo precio y con facilidades de pago). El gobierno nacional fue facultado además para negociar convenios con empresas privadas para la entrega de casas, herramientas, animales y provisiones a los colonos con precios favorables. El proyecto era convertir al inmigrante en colono, es decir, en pequeño o mediano propietario de tierras rurales. Pero el acceso de los inmigrantes a la propiedad rural fue muy limitado. La producción de cereales y de carne para el mercado externo era más rentable si se la encaraba a través de grandes latifundios. En general, los propietarios de grandes extensiones de tierra fértil no la subdividían para su venta; más bien las organizaban en parcelas con el fin de ponerlas a producir. Y si la vendían, el precio que debían pagar por una parcela era exorbitante. Entonces les quedaban como opciones las siguientes: ser arrendatarios (inquilinos) de una parcela cercana a 200 hectáreas para trabajarla durante dos años y rotar de campo en campo, o emplearse en una estancia ganadera como peón más o menos estable o en una explotación agrícola como jornalero sólo para levantar las cosechas. El carácter itinerante de la mano de obra no favoreció el establecimiento de población rural. Y aunque hubiera sido posible la compra de parcelas, los pequeños productores habrían tenido que enfrentar gravísimos obstáculos para sobrevivir, como por ejemplo dificultades en el almacenamiento y la comercialización de los granos, procesos donde los grandes empresarios resultaban favorecidos. La política inmigratoria argentina tuvo dos etapas: la primera, de promoción oficial, tenía como objetivo la colonización que intenta asentar al inmigrante en el campo; se da especialmente en las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda. La segunda, ya con la gran inmigración (1880 a 1915), es espontánea o incentivada por empresas de colonización privada. Mitre organizó agencias de inmigración para atraer gente a nuestras tierras, pero aquéllas procedían en muchos casos inescrupulosamente, porque como cobraban porcentajes por persona embarcada, prometían condiciones de vida en nuestro país que después no se cumplían.
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III. CAUSAS DE LOS FLUJOS MIGRATORIOS Durante el siglo XIX, como consecuencia de los cambios introducidos por la Revolución Industrial -en particular el exceso de mano de obra rural a raíz de la tecnificación agrícola- se produjo en Europa una masiva emigración de su población hacia países receptores del continente americano. Fue una combinación de factores la que determinó la dirección de los flujos migratorios. Por un lado, obraron las condiciones que se daban en los países de origen, denominadas factores de expulsión. En el caso de Europa, eran la tecnificación agrícola, la desocupación masiva, los bajos salarios, las crisis políticas y las guerras. Por otro lado, los factores de atracción del país de destino también operaron en tal sentido. La Argentina ofrecía la promesa de abundantes fuentes de trabajo, salarios más elevados en términos relativos, la existencia de una vigorosa educación pública y gratuita para los hijos y la seductora imagen de una sociedad dinámica donde el ascenso social era posible debido a la expansión económica existente. También se dio el fenómeno conocido como “inmigración golondrina”, que se trataba de inmigrantes temporarios que ingresaban al país en los momentos de mayor demanda de mano de obra (durante las cosechas) para retornar luego a sus hogares con dinero ahorrado. Estos trabajadores viajaban en tercera clase o como pasajeros de proa, lo que les permitía pagar su pasaje ida y vuelta con dos semanas de trabajo en el país y viviendo modestamente. Lo ahorrado durante el resto de su estadía (cuatro o cinco meses) podía representar de cinco a diez veces lo que podían ganar en sus lugares de origen. Paulatinamente se produciría una sustitución del trabajador estacional extranjero por aquel procedente de provincias pobres del interior del país. IV. COMPOSICIÓN DE LA POBLACIÓN INMIGRATORIA Aquellos que habían clamado por abrir el país a la inmigración y diagramaron su instrumentación, consideraban como un requisito fundamental el origen anglosajón de los futuros habitantes del país. Se culpaba a la herencia española del atraso que consumía a la región, a la vez que se identificaba el progreso de naciones como Inglaterra con el carácter, la laboriosidad y el ingenio de sus habitantes. La inmigración que llegó al país, contrariamente a lo deseado por sus organizadores, provino en su mayoría de los países mediterráneos de origen latino (Italia, España, Francia). Al principio, predominó la inmigración de italianos seguidos de los españoles, después de 1900 se revirtió esa relación a favor de los segundos. El resto estaba conformado por reducidos grupos de suizos, franceses, alemanes, ingleses, rusos, polacos, austríacos, húngaros, sirios, armenios, etc. Factores de orden práctico, como las diferencias lingüísticas y religiosas, limitaban la inmigración anglosajona a la Argentina; esta prefirió destinos como los EE.UU. o Australia. Pero, además, el Reino Unido, país que más población expulsó en esta época, sostuvo una sistemática política de desaliento de la migración hacia la Argentina. Ello se debió en parte a ciertas experiencias fallidas de colonización en el norte de la provincia de Santa Fe. Pero, principalmente, esta estrategia obedeció al deseo del gobierno inglés de evitarse complicaciones políticas en una región de alto interés para su
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comercio (descartando así de antemano eventuales conflictos entre el gobierno argentino e inmigrantes súbditos de la Corona británica). Las transformaciones en la población argentina terminaron de sellar las diferencias regionales que venía produciendo la conformación del país como economía agroexportadora. Demográficamente, se produjo un quiebre en el equilibrio entre las distintas regiones del país, y la inmigración contribuyó al proceso de concentración pampeana. En esta zona, las diferencias de población entre 1869 y 1895 son sorprendentes: la población de Santa Fe experimentó un crecimiento cercano al 350%, la Capital Federal un 250% aproximadamente, y el de la provincia de Buenos Aires cerca del 200%. A la vez, hubo provincias con un crecimiento exiguo: Jujuy con un 23%, Santiago del Estero con un 21% y Catamarca con un 13%. V. LA INMIGRACIÓN NO DESEADA Luego de varias décadas desde la llegada de corrientes inmigratorias al país, se fue formando lentamente un movimiento de ideas provenientes de Europa, que no agradaron del todo a aquella clase social y dirigente que casualmente había concebido y hecho posible la presencia de esa inmigración, tal vez porque esas ideas eran el vehículo para concientizar a los obreros, perturbando de este modo la paz de los patrones con sus reclamos. A modo de abreviada sistematización, a continuación describiremos las diferentes doctrinas o ideologías que se destacaron tanto en el campo de la política como de las luchas del movimiento obrero argentino: a) ANARQUISMO: anarquía significa falta de gobierno o negación del gobierno. Esta doctrina sostiene la conveniencia de prescindir del gobierno. Ya a fines del siglo XVIII, William Godwin, sin hablar propiamente de anarquismo, parte de la idea de que los gobernantes tienden, inevitablemente, a abusar del poder para su beneficio egoísta. Esto acaba por determinar la formación de grupos y clases que, al amparo del gobierno, y por medio de él, explotan a los demás, creando un verdadero y perfecto sistema de privilegios excluyentes. Los gobernados, por su parte, se ven obligados a defenderse. Y, mientras los gobernantes apelan a la fuerza y al fraude (justificado por las leyes que ellos mismos dictan) para mantener su situación de privilegio, los otros recurren también a cualquier medio (violencia, engaño, servilismo) para defenderse del ataque continuo y sistemático de que son objeto. Si se produce un cambio de posiciones, los últimos harán lo mismo que hicieron los primeros, y así sucesivamente. Por consiguiente, es preciso eliminar la fuente de estos males reemplazando al Estado, cuya expresión autoritaria es el gobierno, por pequeñas comunidades en las que quede suprimida toda forma de coacción y los intereses colectivos sean resueltos por acuerdo voluntario. También la propiedad privada debería ser eliminada. Pierre-Joseph Proudhon dio mayor consistencia a la teoría a principios del siglo XIX, frente a los problemas planteados por la Revolución Industrial, y es autor de dos frases célebres: “El gobierno es la maldición de Dios” y “La propiedad es un robo”. Fue también uno de los primeros en proponer la sustitución del mecanismo capitalista de producción, distribución, consumo y crédito, por las cooperativas, y pensó asimismo en utilizar bonos de trabajo
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en lugar de dinero para impedir el enriquecimiento injustificado y el atesoramiento. Tanto Godwin como Proudhon eran partidarios de un anarquismo ajeno a la violencia, considerando que la resistencia pasiva individual bastaría para derrocar al sistema estatal capitalista. La necesidad de un eficaz programa de acción y la creciente conciencia de clase del proletariado conforme se desarrollaba el industrialismo, dieron origen al anarquismo comunista o comunismo anárquico, que previamente se llamó “comunismo libertario”. Este anarquismo traslada la teoría anarquista desde el plano “utópico” en que la situaron sus precursores al terreno de la acción política directa, haciendo hincapié en la inexorabilidad de sus métodos de destrucción del sistema estatal capitalista. Mijail Bakunin, nacido en Rusia en 1812, fue el primero en dar forma a la nueva doctrina allá por 1865, quien luego se separa de los marxistas por considerar que los planes revolucionarios de estos no eran lo suficientemente radicales. Él afirmaba: “Quiero no sólo la propiedad colectiva de la tierra sino la liquidación social universal. Pido la destrucción de todos los Estados, lo que supone una reorganización completa. El revolucionario debe estar dispuesto a morir y a matar. No deben detenerlo los afectos personales”. Sentando como premisa el hecho de que la clase poseedora monopoliza el ejercicio de la autoridad a expensas de los desposeídos, Bakunin llegaba a la conclusión de que no sería posible restablecer el equilibrio y la justicia en las relaciones humanas sin antes haber despojado del gobierno a los poseedores. Y que, como éstos disponían de la fuerza para defenderse, sólo por la fuerza se lograría desprender de sus manos los instrumentos de la opresión económica y política, poniendo en juego para ello el único recurso decisivo: la violencia organizada e inexorable. Pieter Alexicov Kropotkine, príncipe ruso (1842-1921), dio su forma orgánica más completa a la doctrina anarquista, introduciendo en ella importantes elementos de análisis y planeamiento económico fundado en la acción de las cooperativas. Fue también él quien hizo la fusión definitiva de la teoría anarquista con el método revolucionario comunista. De aquí en adelante el anarquismo se dividirá en dos ramas representativas: el anarquismo individualista y el anarquismo comunista. El primero fue predicado en Alemania por Max Stirner, que lo denominó “anarquismo egoísta”, por hacer hincapié en la independencia del individuo por encima de toda atadura y limitación autoritaria. Henry Thoreau (1817) enseñó en EE.UU. las virtudes de “la sencilla vida del campesino”, para eliminar la sociedad industrial y estatal atrincherada y corrompida en los reductos de la vida urbana, incitando a una campaña de resistencia contra el pago de impuestos y desobediencia a las leyes opresivas. Enrico Malatesta (1853) y Pietro Gori (1898) agitaron la bandera anarquista en Italia, y el conde León Tolstoi (1828) fue el apóstol ruso del retorno a la naturaleza y las formas de vida simple y patriarcal.
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El segundo, también denominado revolucionario o colectivista, estuvo representado en una modalidad típicamente terrorista por el “nihilismo” ruso, y asumió una de sus formas políticas más vigorosas en el llamado anarcosindicalismo o incorporación de la ideología anarquista al movimiento obrero organizado. Esta corriente tuvo gran arraigo en España. Experimentos anarquistas del tipo “utópico” se hicieron en diversas partes del mundo, y especialmente en los EE.UU., organizados por comunidades empeñadas en hacer de sus teorías una realidad (grupos hippies). Todos ellos fracasaron -según los anarquistas materialistas- porque dichas comunidades eran como islas perdidas en medio del océano hostil de la sociedad estatal. Mientras tanto, el anarquismo revolucionario hoy día sólo existe en pequeñas organizaciones clandestinas, dispersas por todo el mundo, las cuales mantienen la esperanza de que a partir de las luchas políticas imperantes se destruya materialmente todo vestigio de Estado. La guerra termonuclear sería un aliado muy valioso. La noción fundamental del anarquismo consiste, entonces, en que el gobierno, y el Estado, por ende, son la fuente de los males que afectan a la sociedad, al crear en los gobernantes el apetito de poder y el abuso consiguiente, y en los gobernados el deseo de burlar y combatir, por todos los medios, a los gobernantes. Desaparecido el Estado, los problemas de la colectividad se resuelven de común acuerdo. Ese acuerdo será posible y fácil cuando se hayan eliminado los intereses egoístas engendrados por el Estado mismo. Y, para la solución de otras controversias más difíciles, que en el Estado atañen al sistema judicial se apelará al procedimiento del arbitraje. Tanto el anarquismo como el comunismo coinciden en adoptar el concepto de lucha de clases, la negación del derecho de propiedad privada y el método revolucionario como único recurso para destruir al Estado. Pero entre ambos existen diferencias fundamentales, que son las siguientes: a) El comunismo sostiene que, hasta el momento de realizar la transformación total de la sociedad capitalista en una sociedad sin clases, la acción política del proletariado debe ser ejercida por intermedio del Estado, ya sea infiltrándose transitoriamente en los regímenes democráticos, o bien consumando el derrocamiento del gobierno demoburgués, mediante la dictadura del proletariado. El anarquismo, en cambio, rechaza de plano toda posibilidad de complicarse con el Estado, ni aún como instrumento temporal para alcanzar sus propios fines. El concepto de dictadura es diametralmente opuesto a la doctrina anarquista, pues supone el ejercicio del poder político absoluto. La acción directa del anarquismo debe encaminarse a aniquilar al Estado empleando cualquier arma, sin discriminación, huelga, boicot, sabotaje pasivo y terrorismo, si es preciso y como último recurso agotados los anteriores. b) El comunismo tiene como enemigo principal al capitalismo y considera que el Estado no es sino un inevitable subproducto de aquél, o sea que las clases poseedoras crean y detentan el poder encarnado en el Estado para defender sus privilegios económicos. El anarquismo, a la inversa, ve en el capitalismo un producto de la acción del Estado; los que poseen y controlan el poder político desde el gobierno, tienen, por esa razón, los medios necesarios para apoderarse de la riqueza y concentrarla en sus manos, con desmedro de una distribución equitativa. Es así anti-estatal, antipoliticista y revolucionario.
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El anarquismo en la Argentina -que seguía los postulados de Bakunincomenzó a difundirse aproximadamente a partir de 1870, entre los obreros de las “Sociedades de Resistencia”, en las cuales las reivindicaciones corporativas van reemplazando al mutualismo de las primeras asociaciones obreras. El movimiento anarquista argentino se estructuraba alrededor de dos grandes tendencias, los “organizadores” y los “anti-organizadores”. Los primeros aceptaban las formas de organización estables del movimiento obrero, la participación en las organizaciones sindicales y la lucha por las reivindicaciones parciales. Fue esta corriente la que tuvo mayor desarrollo durante la primera década del siglo XX. Los segundos, o “individualistas”, rechazaban todo intento de organización, aunque aceptaban la actividad gremial inspirada por grupos inorgánicos formados “por afinidad”. Tales grupos se creaban para fines concretos, imposibles de realizar individualmente, y luego podían disolverse tan rápidamente como surgían. No aceptaban las conquistas parciales, pues, una vez obtenidas, el esfuerzo obrero pasaría por mantenerlas y no por cumplir con su destino histórico de derribar el sistema social. Preferían la huelga general e insurreccional, y no simplemente reivindicativa. Opinaban que la organización y la regimentación reducirían la iniciativa y espontaneidad de las masas y las aletargarían; el individuo debe confiar sólo en sí mismo y luchar contra las órdenes de la sociedad que, en nombre de la mayoría, quiere oprimirlo. El individuo debe ser libre, y no un instrumento ciego de los movimientos organizados. La Federación Obrera Argentina (F.O.A.), creada por los anarquistas en 1901, se convierte en F.O.R.A. al agregársele en 1904 la palabra “Regional”. Exponentes del anarquismo argentino fueron Diego Abad de Santillán, Ettore Mattei, Salvadora Medina Onrubia de Botana, John Creaghe y otros. Los órganos de prensa anarquistas más importantes fueron los periódicos Le Révolutionnaire, La Anarquía, La Lucha Obrera, La Protesta, La Questione Sociale, La Revolución, Il Socialista, La Miseria, El Perseguido, El Oprimido, La Protesta Humana, El Rebelde, La Liberté, Le Cyclone. b) SOCIALISMO: a la explotación sufrida por los trabajadores desde el comienzo de la Primera Revolución Industrial (1750-1870), hubo distintos pensadores que como respuesta buscaron soluciones para mejorar o revertir esa situación. Como rechazaban el individualismo sostenido por el liberalismo (que apoyaba al desarrollo del capitalismo), se los denominó socialistas, por su defensa de la propiedad social de los medios de producción en oposición a la propiedad individual de los mismos y contra el abuso que ejercían consecuentemente los capitalistas sobre los obreros, luchando por mejores condiciones de trabajo y de vida. Si bien compartían la aspiración de una transformación de la realidad, diferían en la manera que debía darse esa transformación, de allí que hubo distintas corrientes de pensamiento que realizaron grandes aportes teóricos al movimiento obrero: Socialismo Utópico (Owen, Saint Simon, Fourier), Socialismo Científico (K. Marx y F. Engels) y Socialismo Reformista, Evolutivo, Revisionista, Gradualismo o Democracia Social (E. Bernstein). Sin duda, la corriente ideológica que más se expandió mundialmente fue el Socialismo Científico, que es sinónimo de marxismo y es la que interesa estudiar aquí como antecedente directo del socialismo argentino. Fueron sus
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fundadores Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895), quienes redactaron en 1848 el Manifiesto Comunista y entre 1867 y 1894 publicaron El Capital. El término marxismo prácticamente se identifica con socialismo, debido a que el tema central del primero, desde sus inicios, fue el problema social. El marxismo nació como un socialismo. El calificativo de “científico”, aplicado a una doctrina política, es en rigor inexacto, ya que la política es más bien un arte que una ciencia. Pero si alguna teoría política fue formulada dentro de un plan que se aproxima al método científico, ella es el marxismo. Esto se debe en gran parte a que la teoría marxista tiene sus fundamentos establecidos sobre la economía, terreno en el que se puede, hasta cierto punto al menos, hacer la aplicación del método científico que requiere el empleo de factores exactos, de valor objetivo. Es por eso que la piedra angular del socialismo científico es, esencialmente, un libro de economía: El Capital, de Marx. El marxismo o teoría marxista tiene dos vertientes teóricas: una de carácter filosófico, que se conoce como materialismo dialéctico, la cual contiene los fundamentos filosóficos del sistema; la otra, de naturaleza científica, lleva el nombre de materialismo histórico, y es la que presenta la explicación científica de la realidad social, aprovechando los postulados y cosmovisión que ofrece la primera. De ambas vertientes se desprenden expresiones y postulados teóricos tales como: leyes dialécticas, burguesía y proletariado, conciencia de clase, agente de producción, relaciones de producción, fuerzas productivas, estructura o base y superestructura, modo de producción, monopolios o concentración de capitales, imperialismo, plusvalía, alienación, lucha de clases, revolución socialista, dictadura del proletariado, extinción del Estado, comunismo, internacionalismo proletario, etc., cuya conceptualización excede el propósito de este trabajo, debido a su complejidad y extensión. La importancia de la aparición del marxismo como doctrina filosófica, económica y política, es que se ha constituido en un arma teórica, ideológica, del proletariado en su lucha contra el capitalismo. Los sistemas filosóficos anteriores a Marx y Engels, salvo raras excepciones, expresaban los intereses de los explotadores, y por eso no se proponían transformar el mundo a favor de los trabajadores. A partir de Marx el socialismo se convierte en el método de acción y el objetivo final de la clase obrera en la lucha hacia su emancipación social. Así se unen íntimamente proletariado y socialismo. Marx funda en Londres en 1864 la Primera Internacional, asociación de trabajadores para difundir el ideario socialista y coordinar el accionar de las fuerzas obreras de todo el mundo. Las diferencias ideológicas con Bakunin, hicieron que finalmente se disolviera. La Segunda Internacional se fundó en París en 1889, sosteniendo la participación de los socialistas como partido político dentro de las reglas del juego democrático: así se formó luego la socialdemocracia europea, de donde se originó el Partido Socialista Obrero Argentino, el cual fuera fundado en 1896. La Tercera Internacional se formó en 1919 en Moscú por V. I. Lenin y León Trotsky, fundada en los principios del marxismo revolucionario y de la lucha de clases, y basándose en la experiencia de la Revolución Rusa de 1917. Esta Internacional fue la que dio origen a los partidos comunistas de todo el mundo. Los seguidores de Trotsky (1879-1940) formaron en 1938 la Cuarta Internacional, cuando en la Unión Soviética (U.R.S.S.) Stalin impuso un gobierno de tipo burocrático-autoritario.
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El socialismo llegó a la Argentina a través de los intelectuales que viajaban a Europa o leían las obras de los teóricos europeos, y luego con la llegada masiva de la inmigración. Los socialistas argentinos promovían una política basada en el reformismo, es decir, planteaban modificaciones graduales o parciales de la estructura de la sociedad y el Estado, mejorar y perfeccionar el ordenamiento existente sin destruirlo, utilizando generalmente los procedimientos y los medios legales. Por lo tanto, eran también pacifistas, pues creían en la instauración del socialismo de un modo no revolucionario ni violento, sino gradual, respetando los principios base de la democracia liberal. Exponentes del socialismo argentino fueron Juan B. Justo, Alicia Moreau, José Ingenieros, Roberto J. Payró, Alfredo L. Palacios, Mario Bravo, Nicolás Repetto, E. del Valle Iberlucea, E. Dickmann, Jacinto Oddone, entre otros. Los órganos de prensa socialistas más importantes fueron los periódicos El Artesano, El Descamisado, Vorwärts, El Socialista, El Obrero, L’Avenir Social, La Vanguardia, La Rivendicazione, El Porvenir Social, El Diario del Pueblo. Obviamente que, tanto anarquistas como socialistas, fueron las dos principales corrientes ideológicas impulsoras del movimiento obrero argentino durante el siglo XIX. Las profundas diferencias entre ambas junto con el sindicalismo revolucionario, retardaron la organización de dicho movimiento. No debe desconocerse tampoco, que la imposibilidad de llegar finalmente a la fusión de todas las organizaciones obreras, radica en la resistencia de las diversas corrientes que aspiraban al predominio a convertirse unos en simple contingente pasivo de los otros. c) SINDICALISMO REVOLUCIONARIO: a principios del siglo XX apareció en Francia y luego en Italia, un movimiento de ideas que se oponía tanto al reformismo parlamentario imperante en los partidos socialistas como al utopismo revolucionario propio de los grupos anarquistas. Asumían en la práctica una postura intermedia entre estas dos tendencias. Sus promotores fueron los intelectuales Georges Sorel y su discípulo Hubert Lagardelle, en Francia, y Arturo Labriola y Enrico Leone, en Italia. La corriente sindicalista revolucionaria sostenía la superioridad del sindicato como forma de organización específicamente obrera (clasista) y la acción directa (huelga, boicot y sabotaje) como única forma de acción verdaderamente revolucionaria. Gracias a ella los trabajadores irían acumulando fuerzas y experiencia hasta llegar a la huelga general que pondría fin al régimen capitalista y estatal (revolucionaria y anti-estatal), iniciando una nueva era en que toda la sociedad se organizaría sobre la base de los sindicatos: la federación de éstos constituiría la administración comunal y esas comunas se federarían en asociaciones más amplias, sin renunciar nunca a su autonomía. Para escapar de la tendencia a la fragmentación propia de los grupos políticos e ideológicos y poder cumplir eficazmente su tarea revolucionaria, los sindicatos debían mantener una independencia total frente a esos grupos y una neutralidad ideológica que permitiera la convivencia en su interior de militantes de diversas posiciones, anteponiendo la unidad sindical a las disputas ideológicas (antipoliticista), debiendo mantener el movimiento sindical una absoluta autonomía frente a los partidos políticos.
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El sindicalismo revolucionario proponía una especie de corporativismo burgués (no colectivismo) basado en la sustitución del Estado por el sindicato, y además quedando en manos de los obreros asociados la propiedad (ahora colectiva) de los medios de producción, así, las fábricas de propiedad de los capitalistas, serían de propiedad de los obreros que en ellas trabajan, los que enviarían sus productos al mercado donde la libre concurrencia regularía los precios, distribuyéndose después la ganancia entre todos. En Francia, el sindicalismo llegó a predominar en la CGT francesa habiendo quedado establecida en 1906 la independencia de esa central obrera frente a los partidos políticos, y en Italia, las ideas se difundieron sobre todo en el seno del Partido Socialista, hasta la expulsión de sus partidarios en 1907. Cinco años después, los sindicalistas se separaron de la Confederazione Generale del Lavoro dominada por los socialistas para fundar la Unione Sindicale Italiana. Los ecos de estos enfrentamientos repercutieron de inmediato en el Partido Socialista (PS) argentino y en los sindicatos que orientaba. El VII Congreso nacional del PS reunido en la ciudad de Junín, durante abril de 1906, puso fin a la convivencia entre socialistas y sindicalistas. Se debatió ampliamente los tradicionales conceptos del socialismo marxista y democrático, y los conceptos del sindicalismo revolucionario neomarxista; produciéndose un hondo debate de ideas, con gran altura y ecuanimidad, y que mereció de ambas partes el reconocimiento de que se trataba de una lucha superior, de teoría y de práctica, y no de una riña de predominio personal o de círculo. Se invitó gentilmente a los simpatizantes de la nueva corriente a retirarse del Partido Socialista y constituir uno propio, prevaleciendo de este modo la declaración presentada por Nicolás Repetto: “El VII Congreso vería con agrado que el grupo de afiliados titulados sindicalistas se constituya en un partido autónomo, a fin de realizar la comprobación experimental de su doctrina y táctica”. Así, el sindicalismo revolucionario nació como un desprendimiento del Partido Socialista, llegando a controlar la mayor parte de las organizaciones gremiales hacia 1915 (FORA sindicalista) y manteniendo ese predominio hasta mediados de la década de 1930. Exponentes del sindicalismo revolucionario argentino fueron Gabriela L. de Coni, Julio A. Arraga, Aquiles S. Lorenzo, Luis Bernard, Bartolomé Bosio, Emilio Troise, Sebastián Marotta, Francisco Rosanova, entre otros. Los órganos de prensa sindicalistas más importantes fueron los periódicos La Acción Socialista, La Internacional, El Obrero, La Unión Obrera. d) COMUNISMO: resulta indispensable formular una aclaración previa respecto de la frecuente confusión entre los términos marxismo y comunismo. El marxismo es, básicamente, un método de análisis económico-político concretamente enfocado por Marx sobre el capitalismo. El comunismo es: a) una tendencia de muy remoto origen histórico (uno de los precursores fue el legislador Licurgo en Esparta, Grecia, siglo IX a.C.)
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hacia la comunización de la propiedad, o sea, a la anulación más o menos total de la propiedad privada; b) fase económico-social prevista en la teoría marxista y llevada a la práctica por el comunismo soviético (leninista, stalinista o trotskista) y chino (maoísta). Por lo tanto, podemos deducir y afirmar de lo expuesto que, mientras todo comunista es un marxista, no todo marxista necesariamente debe ser un comunista, pues es posible aceptar uno o varios postulados teóricos del marxismo y rechazar o prescindir del referido al comunismo. La proclama fundamental del comunismo en el mundo está sintetizada en el Manifiesto Comunista escrito por Marx y Engels y publicado en 1848, documento que contiene los principios de la ideología marxista y que establece las normas mediante las cuales dichos principios deberían llevarse al campo de la acción política. El Manifiesto hace una dura crítica del orden capitalista, de la propiedad privada, de la concentración de riquezas en manos de unos pocos (la burguesía) y de la miseria de los más (el proletariado), etc. Luego descarta a la clase media como posible instrumento de lucha, porque dicha clase no se identifica con el proletariado sino que tiende a sumarse a la burguesía. Afirma que el proletariado (clasista) y sólo el proletariado puede y debe realizar la gran transformación mediante la acción revolucionaria (revolucionario), para conquistar el poder político, ya que la burguesía no se avendrá a desprenderse voluntariamente del gobierno que no es sino un instrumento suyo. Consumada la toma del poder político, deberá establecerse la dictadura del proletariado, para realizar la transición del sistema capitalista a la sociedad sin clases del futuro. Esa dictadura hará entre otras cosas, lo siguiente: abolir la propiedad privada de la tierra y de los demás instrumentos de producción, y aplicar la renta de la tierra a los gastos de orden público; crear un fuerte impuesto progresivo a la renta; abolir el derecho de herencia; confiscar los bienes de los reaccionarios; centralizar el crédito en manos del Estado; centralizar y controlar los medios de comunicación y transporte, multiplicar las fábricas del Estado y otros instrumentos colectivos de producción, y mejorar la productividad de la tierra de acuerdo con un plan colectivista; proclamar la obligatoriedad del trabajo y crear ejércitos industriales y agrícolas; combinar las explotaciones agrícola e industrial con tendencia a abolir las diferencias entre el campo y la ciudad; instituir la educación pública obligatoria y gratuita para todos los niños; prohibir el trabajo de los niños; armonizar los planes de educación y de trabajo, etc. Concluye diciendo: “Los comunistas declaran abiertamente que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente... los proletarios sólo tienen sus cadenas que perder y un mundo que ganar. ¡Proletarios del mundo, uníos!”. El comunismo como fase económico-social es posterior al socialismo. Ambos son etapas de una misma formación económico-social, que se distinguen por el grado de desarrollo económico y por la madurez de las relaciones sociales. En el tránsito del socialismo al comunismo, por ejemplo se pasará del principio de la distribución socialista (“de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según su trabajo”) al nuevo principio comunista (“de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades”). Desaparecerán gradualmente las diferencias esenciales entre la ciudad y el campo, entre las personas dedicadas al trabajo intelectual y al trabajo manual.
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En el comunismo se extinguirá el Estado (anti-estatal); sus funciones administrativas pasarán a ser una autogestión social comunista. El tránsito del socialismo al comunismo es, pues, un proceso ininterrumpido de perfeccionamiento y desarrollo de las relaciones socialistas de producción, un proceso de extinción gradual de las formas viejas de vida y surgimiento continuo de otras nuevas, de entrelazamiento e interdependencia de las mismas. Las nuevas formas de actividad económica, organización social y vida de la gente se consolidan de manera consecuente, paso a paso, a medida que maduran las condiciones materiales (distribución y bienestar paulatino) y espirituales imprescindibles (transformación de la conciencia de los hombres). El trabajo en bien de la sociedad será para todos la primera exigencia vital, tendiendo con ello a alcanzar una plena igualdad social de todos los miembros de esa sociedad. En su accionar, el comunismo entiende que la acción sindical y la acción política deben ir juntas, sin que ello signifique que los sindicatos se embanderen políticamente con un partido (orientación, sí; subordinación, no), por lo tanto, no acepta ser neutral políticamente (politicista). El comunismo en la Argentina nace de una escisión que se produce en el socialismo (PS) en 1917, que hace surgir al Partido Socialista Internacional, más tarde (1920) adoptando el nombre de Partido Comunista (PC), Sección Argentina de la Internacional Comunista. En el III Congreso Extraordinario del PS, realizado en el Salón “Verdi” de la Boca (tradicional escenario de históricas asambleas obreras), en abril de 1917 (“Congreso de la Verdi”), se debatió acerca de la posición que asumiría el PS con respecto a la Guerra Mundial y ante la Revolución Rusa. Un sector de tendencia marxista revolucionaria e internacionalista en discrepancia con el ala reformista o socialdemócrata del partido, se opuso al conflicto armado por entender que se trataba de una mera contienda interimperialista por razones económicas, en la cual siempre salían beneficiadas las oligarquías y condenada la clase trabajadora a la muerte en los campos de batalla en defensa de intereses económicos que le eran ajenos, afirmando así el criterio antibelicista del internacionalismo proletario. Antes el PS había sostenido una posición pacifista y neutralista ante la guerra, pero bastó el hundimiento del barco argentino “Monte Protegido” por un submarino alemán para que el pacifismo se tornara instantáneamente en feroz belicismo. Hasta llegaron a decir: “¡Basta de neutralidad porque es sinónimo de cobardía!”. Los afiliados al PS que adherían al sector internacionalista -conformado en su inmensa mayoría por jóvenes de 20 a 30 años de edadfinalmente fueron expulsados. En realidad todos los partidos socialistas del mundo sufrían el mismo cisma. Desde Rusia venía un fuerte vendaval revolucionario que lo conmovía todo, aunque la Revolución de Octubre sólo ahondó la fractura, sin haber sido la causa determinante de la disidencia. Es interesante mencionar la posición crítica que el comunismo adoptaba hacia el deporte como enemigo oculto del movimiento obrero argentino, expresada a través de uno de sus principales militantes, el dirigente gremial Ruggiero Rúgilo, quien escribía: “El deporte existe, pero la primera pregunta que surge es si constituye una actividad útil. Desde el punto de vista revolucionario lo negamos en absoluto; comprendemos muy bien y apoyamos al que teniendo tiempo para ello practica diariamente diez o quince minutos de gimnasia para restablecer la armoniosa normalidad de sus formas y fuerzas físicas, que la deformación profesional daña y perjudica siempre.
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Pero el deporte se ocupa de todo, menos de eso. Los antiguos griegos perseguían la salud y la belleza con sus entretenimientos olímpicos, en cambio, en la actualidad, se buscan records, la derrota del ocasional adversario, la vanidad del triunfo. Las prácticas deportivas sirven para ahondar las divisiones entre los pueblos, cada nación pretende estar a la cabeza de las demás, el espíritu patriótico mueve los brazos y las piernas, y tras los hombres en pugna, las multitudes enardecidas profieren insultos, vomitan el desprecio y blanden los puños; particularmente el fútbol, ha provocado un resurgir de enconos. Nosotros creemos que esa dedicación es perniciosa para el sindicalismo, porque sustrae y desvía energías e inteligencias. Los revolucionarios deben enseñar otra cosa a la juventud que dar patadas a una pelota. Ahí están los libros, los folletos, la necesidad de cultura y educación, de capacitación intelectual y moral. Esto es lo que urge en nuestro movimiento. El deporte servirá para alargar los pies o robustecer los puños, pero jamás hará más grande la inteligencia, ni más buenos los corazones”. Exponentes del comunismo argentino fueron José F. Penelón, Juan Ferlini, Alberto Palcos, Rodolfo y Orestes Ghioldi, Aldo Cantoni, Victorio Codovilla, Ruggiero Rúgilo, Ida Bondareff de Kantor, Amadeo Zeme, Juan Greco, Pedro Zibecchi, Carlos Pascali , José F. Grosso, Luis Emilio Recabarren, entre otros. Los órganos de prensa comunistas más importantes fueron las publicaciones La Internacional, Revista Socialista, La Correspondencia Sudamericana, Adelante, Juventud Comunista, Compañerito, Compañera, Bandera Roja, Soviet, Orientación, La Hora, Nuestra Palabra, Nueva Era.
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El presente trabajo ha sido elaborado sobre la base de la siguiente selección y adaptación de textos: * Introducción a las doctrinas político-económicas, Walter Montenegro, Fondo de Cultura Económica. * Historia de las doctrinas filosóficas, Pedro Chávez Calderón, Pearson. * Manual de filosofía, Víctor Afanasiev, Editorial Cartago. * Historia general del socialismo y de las luchas sociales, Max Beer, Ediciones Ercilla. * Historia de los partidos políticos, Rubén José Mercado, Ediciones Theoría. * Crítica de las ideas políticas argentinas, Juan José Sebreli, Editorial Sudamericana. * La formación de la conciencia nacional, Juan J. Hernández Arregui, Editorial Plus Ultra. * Historia del socialismo argentino/1, Jacinto Oddone, nº 4, Centro Editor de América Latina (CEAL). * El Partido Comunista, Oscar Arévalo, nº 6, CEAL. * Historia del socialismo argentino/2, Jacinto Oddone, nº 13, CEAL. * Fundadores del gremialismo obrero/1, Oscar Troncoso, nº 27, CEAL. * Fundadores del gremialismo obrero/2, Oscar Troncoso, nº 28, CEAL. * Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899), Ricardo Falcón, nº 53, CEAL. * Orígenes del comunismo argentino (El Partido Socialista Internacional), Emilio J. Corbière, nº 58, CEAL.
14 * La Vanguardia: selección de textos (1894-1955), Roberto Reinoso (compilador), nº 90, CEAL. * Derecho burgués y derecho obrero, Joaquín Coca, nº 94, CEAL. * La F.O.R.A. y el movimiento obrero/1 (1900-1910), Edgardo J. Bilsky, nº 97, CEAL. * La F.O.R.A. y el movimiento obrero/2 (1900-1910), Edgardo J. Bilsky, nº 98, CEAL. * El “sindicalismo revolucionario” (1905-1945), Hugo del Campo, nº 160, CEAL. * Historia argentina contemporánea 1810-2002, Teresa Eggers-Brass, Maipue. * Historia argentina contemporánea, E. Miranda y E. Colombo, Kapelusz. * Historia de la Argentina contemporánea, L. de Privitellio y otros, Ed. Santillana. * Historia mundial contemporánea, Marisa Alonso y otros, Puerto de Palos. * Historia argentina contemporánea, Germán Friedmann y otros, Puerto de Palos.
Prof. Luis Horacio Isabel E-mail:
[email protected] La Plata
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