La Escama Del Dragon

  • December 2019
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  • Words: 17,139
  • Pages: 92
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LA ESCAMA DEL DRAGON Enrique Guerrero de la Torre Ilustraciones: Manuel Montes

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Primera Edición: 2008 Del texto: Enrique Guerrero, 2008 De las ilustraciones: Manuel Montes Depósito legal: CA-215/08

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PROLOGO

La Escama del Dragón es una de las lecturas propuestas en el proyecto PROCOLE del CEP de Jerez. Se trata de un cuento realizado para su utilización en las aulas y debe ser contemplado como parte integrante de un proceso más amplio de animación lectora. Este relato nos invita a imaginar, pensar y crear otros mundos; requisito imprescindible para trabajar en todo proyecto cuya propuesta sea el “animar a leer”. Esto pasa irremediablemente por explorar, crear, imaginar, jugar, reflexionar... acompañando todo ello con actividades que podemos realizar en colaboración con otros. Es notable en este relato: la seguridad, la precisión y la limpieza. Todas ellas se entrelazan y definen un estilo que tiene el don de la elegancia. Los personajes, Joaquín y Judit poseen un espíritu aventurero e intrépido que nada tiene que envidiar a otros personajes.... Ambos emprenden un viaje iniciático que permitirá al lector imaginar otros mundos. Su maravillosa aventura, es una búsqueda tan humana, como lo es buscar lo imposible, un afán en el cual todos podemos reconocer nuestro particular viaje a “Ítaca”. Los sueños de la imaginación, que nos ofrece “La escama del Dragón”, quizás no sean compatibles con la realidad, pero si en el trayecto de su lectura se ha pensado, se ha penetrado en el interior de sí mismo , de los demás y de las cosas, sin lugar a dudas el viaje habrá merecido la pena, y tendremos un nuevo “adepto” a la causa de la “lectura”. El relato posee amplias posibilidades para su utilización en las aulas; tanto como un elemento motivador para el estudio de diferentes climas, culturas, .... como para trabajar la lectura desde un punto de vista de la psicolingüística. En este último aspecto, las actividades que acompañan al cuento constituyen un buen banco de recursos para trabajar la conciencia fonológica, las estrategias de anticipación del lector, la integración de significados de las frases en el texto, la argumentación.... Un aspecto destacado de este trabajo es la importancia que se le ha dado a la planificación didáctica de las actividades sugeridas al hilo de esta narración, a los aspectos “argumentativos”, asertivos, de educación en valores y de competencias digitales, todos ellos utilizados con profusión como herramientas adecuadas para la presentación de dichos argumentos y la negociación de ideas. Para ello, se ha preparado un cuaderno con actividades adaptadas a cada nivel.

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A Montse. “ Pequeña, rosa, rosa pequeña, a veces, diminuta y desnuda parece que en una mano mía cabes,…

(Pablo Neruda)

A Pío, Ana, Virginia, Paco, Elvira y Alicia, compañeros de desvelos y trabajadores natos.

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Índice: 1.- El comienzo..........................................................................................11 2.- La historia del anciano ....................................................................17 3.- El gran encuentro.............................................................................27 4.- El regalo del anciano........................................................................37 5.- Hacia el desierto..............................................................................39 6.- Pero los problemas no acaban.........................................................51 7.-Bucros...................................................................................................57 8.-¿Castillo o posada?.............................................................................61 9.-Ursus.....................................................................................................65 10.-¿Sería hoy el gran día?....................................................................71 11.-El relato del explorador..................................................................77 12.-El gran descubrimiento...................................................................79

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Hola. Primero de todo déjame que me presente. Me llamo Enrique y quisiera contarte una historia que viene narrándose en mi familia desde hace mucho tiempo, y que cada noche del 17 de Agosto se cuenta al tiempo que nos comemos los postres de una cena

en

la

que

nos

reunimos

todos

los

miembros

que

pertenecemos a ella y que queremos escucharla. Este año me toca contarla a mí, y quisiera que nos acompañaras. ¿Te apetece?

Si

es así, ponte cómodo y vamos a empezar.

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1.- El comienzo

Érase una vez, hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano de aquí, existía un pequeño reino donde la gente vivía bajo el mandato de su rey, Alfredo I, apodado “el Amable”. De su matrimonio habían nacido tres hijas, antes de fallecer su mujer. La mayor era guapa, simpática, tenía el pelo negro, los ojos azules, la nariz pequeña. No era demasiado delgada, pero era muy alta. Vivía también en el castillo un caballero llamado Joaquín. ¿Quieres saber cómo era? Pues también era alto, apuesto y elegante. Tenía el pelo y los ojos negros. Estaba completamente enamorado de la princesa Judit, y ella también estaba enamorada de él. ¡Ah! ¿No os había dicho que ella era hija mayor del rey? Se me había olvidado. Pues sí. Judit era la primera hija del rey, así que también era la princesa heredera. Ya os he contado que Judit y Joaquín estaban enamorados. Querían casarse lo antes posible, pero como mandaba la tradición del reino, para que un heredero al trono pudiera casarse, ambos novios debían pasar con éxito una prueba, y además, hacerlo conjuntamente. La prueba tradicional que permitía esa boda era la de buscar un dragón y traer al rey la prueba de su existencia: una escama.

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Los dos enamorados, junto con sus compañeros de viaje, prepararon todo lo necesario para el mismo. Iba a ser un viaje maravilloso: estarían los dos juntos, harían las mismas cosas, viajarían por los mismos sitios, andarían por los mismos caminos, comerían los mismos alimentos,... Cuando todo estuvo preparado, los caballos, los alimentos, las armas, las personas que les iban a acompañar,... comenzaron el viaje. Al principio no tenían un destino seguro hacia dónde encaminarse, ya que hacía mucho tiempo que nadie hablaba de la existencia de un dragón. Ellos iban preguntando a la gente: ¿Sabéis dónde podemos encontrar a un dragón? Todo el mundo contestaba negativamente. Nadie había escuchado hablar de la existencia de dragones desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera se lo habían escuchado a sus abuelos, que siempre les estaban contando historias de cuando ellos eran jóvenes. Un día, ya lejos de su ciudad, llegaron a un descampado a las afueras de una ciudad y vieron a un anciano que estaba sentado bajo una gran higuera llena de higos. Era una higuera extraña, ya que estaba llena de higos pero no tenía ni una sola hoja. Decidieron hacer un alto en su camino y coger algunos de esos higos que tenían un aspecto maravilloso. Se acercaron hasta la higuera donde el anciano dormitaba y le preguntaron:

—Perdone señor. ¿Podríamos coger algunos higos de esta maravillosa higuera? — preguntó la princesa. —Por supuesto —contestó el anciano—, pueden coger todos los que quieran. Están muy dulces y son muy agradables de comer. Todos desmontaron de los caballos y se pusieron a comer. Los higos estaban dulces como la miel. Tenía razón el anciano.

—¿Van ustedes muy lejos? —preguntó el anciano. —Si le digo la verdad, no sabemos dónde ir ni qué camino tomar —contestó Joaquín—. Vamos a la búsqueda de un dragón, y no 13

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terminaremos nuestro viaje hasta que lo encontremos. Por cierto, ¿ha visto usted a un dragón? Necesitamos conseguir una escama de dicho animal para poder casarnos. El anciano, entornando los ojos y con una mueca en la cara, como si estuviera buscando en lo más hondo de sus recuerdos les contestó:

—Les voy a contar un secreto, algo que nunca, a nadie he contado. Yo, hace mucho tiempo vi un dragón. Era grande, de color verdoso. Tenía los ojos rojos, grandes dientes y una boca enorme. Sus patas eran como diez de mis manos y con grandes uñas en los dedos. Tenía también una larga cola que movía de un lado a otro, derribando todo aquello que se interponía en su recorrido. Yo diría que se podía comer casi una vaca de un bocado. En aquel tiempo yo era muy joven, más joven que ustedes. No sé si vivirá todavía, y en el caso de vivir, si lo hará en el mismo sitio. —Estupendo —exclamaron al unísono Judit y Joaquín—. Es la primera persona que nos dice algo así. Nada más que por esta información le estamos eternamente agradecidos. ¿Porqué no se viene con nosotros? —No gracias —contestó el anciano—. Ya soy muy mayor para grandes viajes. Pero si quieren les puedo hacer un plano. A los enamorados se les llenó el cuerpo de alegría. Al fin habían encontrado a alguien que había visto a un dragón, y además parecía algo real, no una historia de abuelos que tanto puede ser verdad como todo lo contrario, una invención. El anciano les hizo el plano. Lo dibujó señalando montañas, ríos, valles y un desierto. El nombre que escribió sobre esa zona fue “El Desierto de la Tristeza”. El anciano lo llamó así porque cuando alguien entra en él no puede salir, salvo que sea una persona alegre. Si te ponías triste, perdías el camino y comenzabas a dar vueltas sin adelantar un metro hacia el final del desierto. Les contó que él mismo había visto a mucha gente entrar en ese desierto y no volver a salir. 15

—Yo mismo estuve a punto de no salir. Si tenéis tiempo os puedo contar mi historia y así preveniros de lo que os puede pasar cuando lo crucéis.

Los dos enamorados se miraron y se sentaron dispuestos a escuchar la historia que este anciano les iba a contar. Todos los demás que iban de viaje acompañándolos hicieron un gran círculo a su alrededor para escuchar la historia.

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2.- La historia del anciano.

Yo estuve casado con una mujer maravillosa, alegre, risueña, que me animaba todos los días y hacía mi vida más feliz. Debido a mi trabajo yo salía de la ciudad con bastante frecuencia, y hacía viajes, que por suerte, no duraban mucho. Ella siempre esperaba mi regreso con alguna sorpresa preparada. Un día enfermó y, por desgracia, su enfermedad la llevó a la tumba. Me quedé sólo en la vida, sin esposa, sin hijos, sin familia. Eran los peores días de mi vida. Pero tenía que seguir con mi trabajo para poder vivir. A los quince días del fallecimiento tenía que realizar un viaje para comprar nuevas mercancías para mi negocio. Lo comencé y tras una semana llegué al límite del desierto. Iba solo, y estaba triste. El recuerdo de mi querida esposa era mi compañía a cada momento. Me acordaba de ella minuto tras minuto. Yo, por esa época ya sabía lo que pasaba en el desierto, por lo que pensé que esa vez me iba a costar trabajo cruzarlo. Y llevaba razón. Cuando llegué a la mitad del camino algo raro ocurrió.

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Las huellas que iba dejando mi caballo se borraban, pero no porque hiciera viento, sino que los granos de arena se movían por sí solas. Es más, cuando pisaba ahora ni siquiera dejaba las huellas. ¡Pero si era arena, alguna señal tenía que dejar! ¿Dónde estaban las huellas? Todas habían desaparecido. En ese momento me sentí mucho más triste. Estaba perdido. No sabía el camino. Empecé a llorar. Cuando llegó la noche encendí un fuego con algunos leños que había traído. De repente escuché cómo uno de los caballos relinchaba. Yo no me moví. Estaba sentado cerca del fuego y no quería saber nada de nadie. Pasó un tiempo y volví a escuchar un relincho. Ya no era mi caballo. Varias personas llegaron cabalgando. El fuego iluminaba sus cabezas. Los jinetes se bajaron y se acercaron al fuego. El anciano hizo un alto en su historia. Era la hora de cenar. Había un agradable olor a comida. Por supuesto, el anciano, Judit y Joaquín cenaron juntos. Mientras saboreaban los alimentos de la cena, el anciano no siguió contando su historia, sino que hablaron de caballos, de comida y los dos enamorados le contaron la causa de buscar un dragón. Cuando la cena acabó, el anciano retomó su historia.

Como os decía, yo estaba junto al fuego, pensando en mi desgracia, en los recuerdos que yo tenía de mi amada esposa y en cómo no le había dedicado todo el tiempo que me hubiera gustado. Para mí, mientras ella vivía, lo importante era conseguir dinero, ser rico, tener una buena casa y darme todos los caprichos que se me antojaran. Ahora, después de tantos años, me he dado cuenta que no era así, que lo importante es ser feliz con lo que se tenga, y sobre todo, compartirlo con quien está a tu lado.

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El caballero y la princesa, al escuchar estas palabras se miraron a los ojos y sonrieron a la vez. El anciano no podía contener las lágrimas. Se secó los ojos.

Pero bueno, me estoy desviando del tema. Llegaron varios jinetes que, al ver el fuego que yo había hecho, decidieron hacercarse. Tras preguntarme si me importaba compartir el fuego con ellos, a lo que contesté que no, ataron sus caballos junto al mío. ¡Naturalmente que les dije que no me importaba, ni eso, ni cualquier otra cosa!. Realmente no me importaba nada, ni que se quedaran ni que se marcharan. Ellos avivaron un poco el fuego y comenzaron a preparar algo de cena. Yo había estado tan ensimismado con mis pensamientos, que no había preparado nada. Varias veces intentaron entablar una conversación conmigo, preguntándome de dónde era, a qué me dedicaba, cómo era la ciudad donde vivía, quién gobernaba,... Yo iba contestando con muy pocas palabras a cada pregunta. Contestaba por pura cortesía, por educación, no porque tuviera ganas de hablar. Cuando llegué a comentar la reciente muerte de mi esposa, y que estaba en pleno viaje por mi trabajo, comprendieron mi falta de alegría y mis pocas ganas de hablar. En ese momento también ellos comenzaron a sentir tristeza. La noche comenzó a ser más larga de lo normal. Las horas pasaban muy lentamente, aunque realmente tampoco importaba. No nos importaba nada, ya no sólo a mí, sino que ese sentimiento se había contagiado a los demás viajeros que estaban conmigo en ese momento. El desierto estaba influenciando sobre nuestro estado de ánimo.

Al cabo de mucho tiempo (según lo percibimos nosotros), llegó la mañana. No nos causó ninguna alegría. Apenas habíamos dormido. Cuando el sol apareció por el horizonte los viajeros que me habían acompañado durante esa noche recogieron sus cosas. 20

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Yo hice lo mismo con las mías y cada uno siguió su viaje por su ruta. La despedida se convirtió en un simple adiós. Yo seguía inmerso en mis tristes pensamientos, y cada vez me rondaba más una idea en mi cabeza, la idea de que no merecía la pena vivir, la idea de que no era necesario salir de este desierto, la idea de que quería quedarme, no sólo en el desierto, sino en el sitio donde estaba en ese momento. ¿Para qué iba a seguir el camino? ¿Para qué andar más? Miraba a mi alrededor y seguía sin ver las huellas que mi caballo debía dejar. No tenía ninguna referencia del camino que llevaba ni de cuánto había recorrido. Hubo un momento que pareció que mi caballo estaba entendiendo mis pensamientos. Se paró sin que yo le hubiera estirado de las riendas. La verdad es que no había cogido las riendas desde que me despedí de los otros viajeros que compartieron mi fuego y la larga noche. Me bajé del caballo. Miré en todas direcciones y no vi nada, sólo arena, mucha arena. El sol me hería los ojos y el calor era asfixiante. El único sonido que escuchaba era el relinchar de mi caballo pidiendo agua. De forma instintiva cogí el odre del agua y le di de beber. Yo no bebí, ¿Para qué? Me senté sobre la arena y me quedé dormido. Sabía que ése iba a ser mi último sueño, que probablemente no despertaría más, que en el fondo, mi muerte iba a ser mi descanso, que con ella me iba a llegar la paz y ya no iba a sufrir más. Ahora sé que fue este pensamiento lo que me salvaría la vida. Que iba a tener paz, la esperanza de descansar de mi sufrimiento fue el único pensamiento que era positivo, que mostraba esa esperanza, y contra eso no podía hacer nada la maldición del desierto. Como ya he dicho, me abandoné a lo que quisiera hacer el desierto conmigo. Me dormí, tan rápida y plácidamente que no me di cuenta. No sé cuánto tiempo pasé dormido. Cuando desperté estaba en una jaima rodeado de gruesos cojines y cómodamente reclinado en una especie de cama. 22

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Extrañado, fui observando todo lo que había a mi alrededor. Veía bonitos tapices decorándolo todo, y una mesa con recipientes que contenían agua y comida, sobre todo frutos secos. Mi cuerpo me pedía insistentemente algo de comer y beber. Me acerqué a la mesa y comencé a comer dátiles y beber agua. No sabía si estaba haciendo lo correcto, o mejor dicho, sí sabía que lo que estaba haciendo era totalmente incorrecto. Debería haber salido y haber saludado a los propietarios de esa jaima y de la comida que estaba en ella, y haber esperado a que me invitaran a degustar lo que me estaba pareciendo una maravillosa comida. Pensando en esto, me giré y vi a dos personas observandome desde la entrada de la jaima. Dos personas que vestían extraños ropajes, totalmente diferentes a los que yo llevaba. Por suerte hablaban mi idioma. —Saludos —les dije. —Bienvenido —contestaron a la par. La verdad es que no sabía bien qué decir. Me encontraba en una situación un poco incómoda para mí. No sabía cómo había llegado, no me habían invitado y había comido y bebido de lo que allí había,... pero allí estaba. Ante esto, me pareció el momento más oportuno para presentarme. —Me llamo Airam. —Nosotros somos Fátima y Abel, los nietos del jeque Abdul. —Ustedes me disculparán, pero he tenido que comer algo de lo que había en la mesa sin que ustedes me invitaran. Los dos se miraron sonriendo. —No importa. Usted es nuestro invitado y según la ley de la hospitalidad de nuestro pueblo, puede disfrutar de todo, y nosotros estamos obligados a facilitarle el sustento y lo que necesite mientras esté con nosotros. 24

Ante tanta amabilidad, se me saltaron las lágrimas. Jamás pensé que me iban a tratar de una forma tan amable unos desconocidos. Inmediatamente Abel se fue a avisar a su abuelo para darle la noticia de mi recuperación. Fue entonces cuando Fátima me invitó a disfrutar de una comida en condiciones. Durante la misma ellos me explicaron que estaban por el desierto y vieron un caballo tumbado en la arena. Les extrañó porque un caballo no se tumba si no es porque está enfermo, ya que como ustedes sabrán, incluso para dormir lo hacen de pie. Ella siguió explicándome que cuando se acercaron, en el espacio de sombra que hacía el caballo, estaba yo. A veces los animales nos ayudan más de lo que nosotros imaginamos. Cuando se acercaron a mí y me vieron allí pensaron que estaba muerto. La falta de agua, de alimento y sobre todo, de ilusión, había hecho que estuviera desmayado probablemente más de un día. Comprobaron si respiraba, y como de hecho lo hacía, me recogieron y me llevaron a su campamento. Allí me dieron agua con miel para intentar reanimarme y me dejaron en una tienda, a la sombra, en espera de que me despertara. Me contaron que estuve inconsciente durante dos días, dándome de beber y esperando a que me despertase o que muriese, en tal estado me vieron que no sabían lo que iba a pasar. Mientras Fátima me contaba todo esto, íbamos comiendo distintos manjares: tagine de cordero y ciruelas, harira, cuscus,... y todo estaba delicioso. También fui conociendo a la familia de Abdul, a sus hijos, sus nietos e incluso sus biznietos, dos niños que no paraban de entrar y salir y que se quedaban mirándome y riendo, haciendo morisquetas entre ellos. Me indicaron que también habían cuidado de mi caballo, y que estaba estupendamente. Como ya habíamos acabado de comer, me acompañaron a verlo. Cuando él me vio se puso a relinchar de alegría, y a mí se me volvieron a saltar las lágrimas. Estaba muy agradecido y comencé a acariciarlo y a darle palmaditas en el cuello para demostrarle que yo también estaba muy contento de verlo. 25

Pasé un par de días más con ellos, aprovechándome de su hospitalidad, y partí de allí no sin antes agradecerles todo lo que habían hecho por mí. Evidentemente les di mi dirección y los invité a que pasaran por mi casa, ya que los consideré a partir de ese momento, como parte de mi familia. Aunque estaba todavía en el desierto, ya no me sentía triste; estaba alegre, esperanzado y con el alma repleta de esperanza y agradecimiento. Era un hombre nuevo, y aunque seguía acordándome de mi esposa, ese recuerdo ya no era triste. Sabía que estaría conmigo todo el tiempo acompañándome a cualquier parte donde yo fuese. Ya la maldición del desierto no podía actuar sobre mí. Crucé el desierto en poco tiempo y llegué a la ciudad de Jalapar. Ése era mi destino final, aunque poco podía imaginarme yo que tendría que seguir camino. Allí pregunté por Tolomeo, que era la persona con quien iba a tratar de negocios, y me encontré con la sorpresa de que se había marchado hacía dos días. Me comentaron que me había estado esperando, pero que como no aparecía tuvo que marcharse. Realmente no me importó. Pregunté hacia dónde viajaba y me dijeron que había cogido el camino de las montañas para ir a la ciudad de Bucros. Yo estaba tan contento y tan animado que me decidí a ir tras él. Dicho y hecho. Compré una mula para cargar más alimentos y agua y salí de la ciudad camino de las montañas.

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3.- El gran encuentro.

Todo lo que veía era bonito: los paisajes con campos verdes, riachuelos con agua cristalina, los bosques con una gran variedad de árboles que permitían alimentarse de ellos. Todo estaba muy bien. Cuando llegué a la falda de la montaña más alta, el paisaje comenzó a cambiar. Ahora abundaban las rocas, y el camino se dividía en dos. Yo nunca había pasado por allí, y por tanto no sabía qué camino tomar. No había ninguna señal que me indicara el cami-no a Bucros. Tomé el camino de la derecha con la esperanza de que fuese el correcto. A medida que iba siguiendo el camino, el paisaje se iba tornando más pedregoso, más ceniciento, más desértico. No veía pájaros, ni animales que normalmente deberían estar por allí: arañas, escolopendras, alacranes,... ni siquiera una mala serpiente. Además, había un cierto olor que yo llamaría raro, como si se hubiese quemado algo de carne, pero quemado a fondo, no como si 27

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fuese un asado, sino carne achicharrada. Pensé que quizás hubiese allí algún tipo de volcán, o fumarola, pero no olía a azufre, que es lo normal que sucede cerca de uno. Además, no veía ninguna columna de humo alzándose. Esto era de lo más raro. Mientras pensaba todo esto, yo seguía mi camino. Cada vez el olor era más fuerte. Las piedras estaban tiznadas. Las tocaba y estaban frías, lo que indicaba que si se habían quemado hacía ya tiempo de eso. Yo seguía con la idea de que algo de dentro de la tierra debía estar aflorando por allí para que ese paisaje estuviera así y oliera de esa forma. De repente escuché un sonido que me puso los pelos de punta. Jamás había yo escuchado algo igual. Era una especie de rugido mezclado con un lamento de dolor. En ese momento yo no me podía imaginar lo que iba a pasar. Me bajé del caballo, sujeté las riendas a una roca y empecé a caminar hacia el lugar de donde había surgido el ruido. Volví a escucharlo, esta vez un poco más fuerte. Seguí caminando con precaución en la dirección donde yo creía que estaba el origen del ruido. Llegué a una loma grande, la subí y... no daba crédito a mis ojos. Ante mí se extendía una gran explanada, y en el centro de la misma había un animal, tumbado sobre uno de sus costados. Un animal al que yo no había visto nunca. A primera vista me pareció enfermo. Me recordó a mí mismo cuando semanas antes estaba inconsciente en el desierto. Sentí pena por él, y una idea me vino a la cabeza como un relámpago. Si a mí me encontraron Fátima y Abel, me cuidaron y me ayudaron en todo, yo también debería intentar ayudar a este animal. Me fui acercando lentamente, con mucho miedo, y ya reconocí qué tipo de animal era: ¡UN DRAGÓN!, un enorme dragón. Cuando lo vi allí tumbado, quejándose, con los ojos medio entornados, el sentimiento de miedo que tenía al principio, se transformó en compasión. Inmediatamente comencé a mirar a ver qué 29

le pasaba. Fui escudriñando cada metro de su cuerpo. El dragón seguía respirando de forma entrecortada. Me acerqué tanto que le toqué la cabeza. No se movió. De su hocico salía un aire muy caliente. Seguí buscando por su cuerpo algo que me indicara el porqué estaba así. Lo descubrí cuando llegué a las patas traseras. Una gran estaca (para mí era una gran estaca, porque para él podía haber sido una espina) estaba clavada en el muslo de su pata derecha. Supongo que se la clavaría al ir de caza para poder comer. De eso haría ya algunos días, puesto que la herida tenía muy mal aspecto. Me asaltaron un montón de dudas. No sabía nada de dragones, ni de medicina, ni si era bueno un remedio u otro, aunque viendo el estado en que estaba, pensé que si no hacía algo, y pronto, el dragón no viviría mucho. Me armé de valor. Agarré la estaca con las dos manos y tiré con todas mis fuerzas. No lo conseguí ni a la primera ni a la segunda vez de tirar. Al tercer intento ya salió. El dragón estaba tan mal y tan falto de energía que se limitó a dar un rugido de dolor que ni siquiera me asustó. De la herida comenzó a salir un líquido amarillento mezclado con otro más espeso, de color azul. El líquido amarillento lo reconocí rápidamente: era pus. Olía fatal, lo que significa que había una infección bastante gorda. El azul era sangre. ¡Vaya! yo creía que todas las sangres eran rojas, y que la sangre azul era algo de los príncipes de cuentos de niños.

Joaquín y Judit se miraron como si el anciano hubiese hecho referencia a ellos.

—Yo soy princesa de verdad, y tengo la sangre roja —exclamó Judit. 30

Joaquín y el anciano se rieron de la ocurrencia de la princesa. El anciano continuó.

Entre las cosas que me habían dado Fátima y Abel, había algunas plantas que servían como medicamentos. Rebusqué en mis alforjas y encontré hojas de hiedra, corteza de sauce, gelatina de áloe y miel. Con todo ello hice una cataplasma y se la puse al dragón en la herida. El dragón resopló de una manera distinta a como lo había hecho hasta ahora. Era un suspiro más que una queja. Algo me hacía pensar que aquello iba a funcionar. Me quedé a su lado para comprobar que aquella cataplasma le estaba haciendo bien. Un rato después caí en la cuenta que con todo ese jaleo yo no había comido. Saqué un poco de queso, vino y un poco de pan y me dispuse a echarle algo al estómago. Tras comer, me acosté a su lado y dormí plácidamente. Sabía que no corría ningún peligro. Algo en mi interior me decía que aunque el dragón se despertara, yo estaría a salvo. Cuando desperté, sentí cómo el dragón respiraba mejor, más tranquilo, su sueño era la señal de un profundo descanso. Me acerqué a su cara y al tocarlo abrió los ojos. Mi primera reacción fue saltar hacia atrás con un poco de recelo. ¿Me atacaría? No, no me atacó. Además, estaba tan débil que simplemente suspiró. Me acerqué otra vez su hocico. Ya su aliento no estaba tan caliente como el día anterior. ¿Qué hacer ahora? Tendría que darle algo de comer, pero ¿qué come un dragón? Las historias decían que los dragones comían carne, cualquier tipo de carne. Me acerqué a su boca y vi con horror que hacía un intento de abrirla y avanzarla hacia donde yo estaba. Reconozco que me asusté. Su instinto de supervivencia le estaba diciendo que tenía que comer para poder recuperarse.

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A su alrededor sólo había tres cosas que pudieran servir de alimento: un caballo, una mula y... yo mismo. Rápidamente pensé: mi caballo lo necesito para seguir mi camino, además, me salvó la vida en el desierto. Yo no voy a ser su comida, así que lo único que quedaba era la mula. La sola idea de sacrificar a la mula me disgustó, pero ya que había intentado que el dragón se curara, no iba a dejar que ahora se muriera de hambre. Fátima y Abel lo hicieron conmigo y me ayudaron. Yo iba a hacer lo mismo con el dragón. Así lo hice. Mientras la sacrificaba, pensaba que era lo mejor. Mulas hay muchas, pero dragones no hay tantos. Estoy sacrificando una vida, pero estoy ayudando a salvar otra vida que hasta ahora no conocía. Con cierta calma fui despedazando este animal. El primer trozo se lo metí en la boca e inmediatamente la cerró y se lo tragó mientras suspiraba y entornaba los ojos como dándome las gracias. Vi cómo su boca se llenaba de saliva. Me acordé que cuando estudiaba me dijeron que había algunos tipos de animales cuya saliva era venenosa, así que decidí seguir dándole de comer pero esta vez pinchando la carne en un trozo de madera que encontré por allí.

Cada vez que le metía un trozo en la boca, el dragón suspiraba y tragaba. Tras comerse media mula, no volvió a abrir la boca. Se había dormido nuevamente. El comer le había cansado tanto que la debilidad le pudo. Me quedé a su lado nuevamente. Estaba oscureciendo. Busqué algo de leña y encendí un fuego para calentarme y pasar la noche. También quemé la estaca que le había sacado al dragón, aunque me arrepentí, ya que mientras se quemaba desprendía un olor muy desagradable. 32

Yo también me dormí. Pasó la noche y las luces del alba aparecieron por el horizonte. El dragón seguía dormido. Me acerqué con cuidado a su pata y vi que la herida estaba mejor. Preparé un nuevo ungüento y se lo apliqué. Cuando estaba haciéndolo, sentí como el dragón también despertaba. Giró la cabeza y sus ojos me enfocaron directamente. Abrió su boca y emitió un gruñido ronco. Yo salté inmediatamente, asustado, mirando hacia donde dirigía su cara y sobre todo su boca. Me tranquilicé cuando vi que no se movía y que sólo me miraba. Soltó otro gruñido y casi entendí que me estaba pidiendo de comer. Cogí el palo que me había servido la otra vez para ir introduciendo en su boca los trozos de carne y lo usé de nuevo con los restos que me quedaban de mi pobre animal de carga. A medida que iba dándole trozos, observaba cómo sus ojos se mantenían fijos en mí. Ya no parpadeaba cuando tragaba. Cuando ya había acabado con toda la carne que tenía, me aparté de él. No sé cómo, pero entendió que ya no había más comida, que ya no me quedaba nada más que poder darle. Él me miraba fijamente. Yo, un poco alejado, hacía lo mismo. No sabía qué hacer ahora. Con un gran resoplido, intentó levantarse. No lo consiguió, volvió a caer. Al tercer intento lo consiguió. Le costó bastante trabajo, pero su fuerza de voluntad era mayor que el dolor que sentía. Al ver que se levantaba, me aparté más todavía. Comenzó a andar, cojeando, quejándose cada vez que apoyaba su pata tra33

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sera. Yo mantenía las distancias, es decir, me mantenía bastante alejado, pero bastante, porque ignoraba lo que iba a suceder. Aparte de asustado, que lo estaba y mucho, mi asombro al verlo ya de pie, con todo lo grande que era, me mantenía mirándolo absorto. El dragón siguió andando, pero no hacia mí, lo que me tranquilizó bastante. Cuando se hubo alejado unos metros volvió la cabeza, me miró y rugió de nuevo. En mi interior sabía que ese rugido era de agradecimiento. Me puse muy contento. Sentía la tranquilidad de que lo que había hecho estaba bien. Lo vi alejarse poco a poco hasta que desapareció de mi vista tras una loma. Y allí nos quedamos mi caballo y yo, solos, rodeados de un desierto pedregoso. Recogí los bártulos que me iban a ser imprescindibles para el viaje y el resto los dejé allí, ya que no tenía mula que los pudiese cargar. Seguí mi camino y realicé mis negocios. A la vuelta desvié mi ruta para pasar por aquel lugar e intentar ver de nuevo al dragón, pero lo único que encontré fue las cosas que había dejado abandonadas. Y aquí acaba mi historia. Princesa, caballero, espero que os haya servido para lo que pretendéis. Yo con gusto os acompañaría, pero mi vejez me lo impide.

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4.- El regalo del anciano.

Nadie se había dado cuenta que estaba amaneciendo. Había pasado la noche y el sol clareaba por el horizonte. Ni el anciano, ni la princesa, ni el caballero, ni todos los que realizaban el viaje habían dormido. La historia de Airam les había parecido tan interesante que nadie había observado cómo pasaba el tiempo. Tras estar toda la noche en vela, no era lógico continuar el viaje, por lo que decidieron pasar allí el día, viendo la ciudad y acompañando a tan amable persona por si les contaba algo más. Al llegar la noche, el anciano les invitó a pasar a su casa y dormir allí unas cuantas horas. La princesa y el caballero aceptaron con sumo gusto. La princesa había notado que Airam tenía algo colgado al cuello que brillaba con la luz del fuego. Era como un recipiente de cristal o algo parecido, y la curiosidad le hizo preguntar.

—Amable anciano, ¿qué lleva colgado del cuello? Él sonrió y dijo mirándola a los ojos: 37

—Princesa, es usted muy observadora. Mirad —dijo mientras se sacaba un pequeño frasco sujeto por un trenzado de cáñamo—, es mi recuerdo del dragón. En este recipiente guardo un poco de la sangre de mi querido dragón. Para mí ha sido mi amuleto de la suerte, ya que desde entonces todo me había ido bien. El anciano acercó el frasco hacia donde estaba la princesa y le permitió que lo cogiese. La princesa lo levantó y lo puso al trasluz. El sol del amanecer traspasó el recipiente y produjo un rayo de un color azul intenso, un azul como no se había visto nunca.

—Princesa —dijo el anciano—, me habéis dicho que lo que buscáis es una escama de dragón, ya que es la tradición del reino, pero quiero que os quedéis con mi amuleto. A mí ya no me va a hacer falta. Lo que tenía que hacer ya lo he hecho, y lo único que me queda es esperar a que llegue el día en que me reúna con mi querida esposa y estar para toda la eternidad junto a ella. La princesa y el caballero Joaquín se asombraron de la bondad del anciano y dijeron que no podían aceptar el obsequio, pero él siguió insistiendo hasta que por fin la princesa se lo colgó en su cuello. Desde ese momento los dos enamorados se sintieron en deuda con este agradable anciano. Pero el tiempo de descanso pasó. Cuando la luz del sol comenzaba a aparecer se dispusieron a seguir el viaje. Todo el campamento quedó recogido rápidamente, y los animales cargados con una buena cantidad de alimentos y agua que, con toda seguridad, iban a ser necesarios en el camino. Se despidieron del anciano con la promesa de que cuando volvieran lo llevarían como invitado de honor a su boda. El anciano agradeció la invitación y la aceptó, no sin antes advertirles que como ya era anciano, la muerte estaba cerca, y que cualquier día vendría a por él, reencontrándose así con su querida esposa.

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5.- Hacia el desierto.

Toda la comitiva partió. La princesa y el caballero iban en cabeza siguiendo las indicaciones del mapa que el anciano les había dibujado. Cruzaron las montañas, ríos y valles que les había dicho que debían cruzar. Al terminar de subir una montaña vieron que una gran llanura desértica se extendía ante ellos. Consultaron el mapa y comprendieron que habían llegado al desierto. Era el desierto de la tristeza, el desierto que estuvo a punto de acabar con la vida de esa amable persona que los había acogido tan maravillosamente. Los novios se miraron, y en su mirada se podía notar un poco de miedo. ¿Les pasaría a ellos algo parecido? ¿Serían capaces de cruzarlo sin tener ningún problema?

—Judit —dijo Joaquín—, lo importante es que estamos juntos, que nos queremos y que vamos a salir de aquí sin problemas. Joaquín lo dijo, pero no estaba convencido de lo que estaba diciendo. Si el desierto tenía algo de mágico, a ellos seguro que les afectaría también.

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Sin más tardanza comenzaron a viajar por el desierto. De reojo miraban las huellas que dejaban sus caballos y se aseguraban que seguían allí. El día avanzaba, al igual que ellos, y llegó la hora de la comida. Hicieron un alto en el camino. Joaquín organizó un poco a la gente y mientras preparaban algo para alimentarse, él se volvió y deshizo parte del camino. Miraba hacia la arena y podía ver las huellas. Esto le calmaba su inquietud. Volvió al campamento y tranquilizó a Judit que también estaba preocupada. Por ahora el camino lo estaban haciendo sin que pasara nada extraño. Comieron ellos, los caballos y todos descansaron un poco. Cuando el sol empezó a aflojar su intensidad recogieron sus cosas y continuaron su camino. Joaquín y Judit no paraban de comentar su encuentro con el anciano y cómo se había desprendido tan generosamente de su amuleto. Así iba pasando el tiempo e iban recorriendo el camino. Por fin llegó la noche. Como es costumbre en las caravanas, juntaron todos los caballos y mulas de carga en un sitio y ellos se pusieron alrededor del fuego para hacer la cena, tomar los alimentos y dormir. Al menos eso creían ellos. Cuando todo estaba en silencio, y los viajeros comenzaban a dormitar, se escuchó como un silbido fuerte seguido de una racha de viento. Los caballos relincharon y todo el mundo se puso de pie rápidamente. Judit los tranquilizó.

—Calma, es sólo un poco de viento. Es normal en el desierto que de vez en cuando sople viento y levante la arena. Ya ha pasado. Durmamos, que mañana seguiremos el camino. Aunque eso decía en voz alta, Judit tuvo un presentimiento: El desierto se ha despertado, ya sabe que estamos aquí, se dijo. El pensamiento la inquietó, pero no lo comentó con nadie. 40

A la mañana siguiente, se levantaron, recogieron el campamento y se dispusieron a seguir el camino. Primero había que orientarse y para ello nada mejor que ver de dónde venían. Buscaron las huellas del día anterior, pero no las encontraron.

—No pasa nada —dijo Joaquín—, el viento de anoche ha debido borrarlas. Haremos el camino tomando el sol como referencia. Todo el mundo sabe que el sol sale por el este y se oculta por el oeste. Nosotros tuvimos ayer por la tarde el sol de cara, así que íbamos dirección oeste, por lo tanto ahora tenemos que dejar al sol en nuestras espaldas. Dicho y hecho. Comenzaron a ir en dirección contraria a donde estaba el sol, pero esto les sirvió sólo hasta el mediodía. Cuando el sol se puso justamente encima de ellos ya no lo pudieron tener como referencia.

—Ahora sí podemos mirar las huellas que hemos estado dejando y continuar en esa misma dirección —dijo Joaquín. La idea era buena, pero... las huellas no estaban. Judit empezó a preocuparse, Joaquín también.

—Si las huellas no están y no podemos guiarnos por el sol, debemos parar y esperar a que el tiempo pase, y el sol nos volverá a indicar el camino —dijo Judit. Así lo hicieron. Pararon y esperaron. El tiempo parecía que no pasaba. Joaquín clavó un palo en la arena para ver si la sombra que hacía indicaba al menos el paso de tiempo. Era un reloj de sol al que todos miraban con expectación. Pasaba el tiempo y el palo mantenía la misma sombra, ni se agrandaba, ni se achicaba, ni cambiaba de dirección. La desesperanza comenzaba a brotar entre los compañeros de viaje. Judit ya sabía que algo raro pasaba. Joaquín, por su parte, también lo sabía, pero ninguno de los dos comentaban nada.

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La espera se hacía interminable. Todos miraban al palo. Por fin alguien gritó:

—“¡Se mueve!, ¡la sombra se mueve!” Rápidamente formaron un círculo en torno al palo y vieron que era verdad, que la sombra se movía.

—¡Todos preparados! —alertó Joaquín— seguimos el camino. Tenemos que dejar nuestra sombra siempre detrás, así estaremos seguros de ir hacia el oeste. Ahora el tiempo parecía que iba más rápido. No pudieron avanzar mucho más porque la noche se les echó encima. Volvieron a parar, a montar el campamento y a encender el fuego. Los viajeros no estuvieron demasiado habladores durante la cena. Todos estaban preocupados por lo extraño que había sido el día, incluso Joaquín y Judit lo único que intercambiaron fueron unas miradas y unos gestos con la cara. Ambos estaban pensando en lo mismo, en lo que el anciano les había dicho y en que no podían perder la ilusión, pero ¡era tan difícil! La noche pasó sin más sobresaltos, aunque poca gente durmió. Todos esperaban que algo extraño pasara, algo como lo del viento de la noche anterior, algo que... los pusiera más nerviosos, más preocupados. No fue así. No hubo nada extraño. Los caballos habían estado tranquilos durante todo el tiempo que había durado la oscuridad, no se había escuchado nada, ni un leve ruido. Es más, hasta el sol estaba apareciendo por el horizonte y justamente por donde esperaban que saliera. Todo esto tranquilizó a Joaquín, pero no a Judit. Joaquín, como uno de los jefes de la expedición, mandó levantar el campamento y preparar todo para seguir el camino. Judit se quedó sentada sobre una estera, muy pensativa, mientras los demás realizaban las tareas encomendadas. Estaba más callada que de costumbre. Su mirada parecía estar perdida, sin mirar a ningún sitio concreto. Su cara estaba seria. 42

Joaquín enseguida se dio cuenta de lo que pasaba: estaba sufriendo la maldición del desierto. Él sabía que Judit estaba triste. Esto le puso más nervioso. Aunque el anciano ya se lo había advertido, era distinto que te lo contasen a que lo estuvieras viviendo, y Judit lo estaba padeciendo. Tenía que encontrar el modo de animarla, de devolverle la ilusión, porque de lo contrario todos empezarían a ponerse tristes, a no tener ganas de continuar, a no tener ilusión por nada. Iba a ser una tarea difícil, porque él mismo también estaba sintiendo la tristeza y la desesperanza. Intentó hablar con ella, recordarle el motivo de su viaje, animarla diciéndole que volverían y que se casarían, que harían una gran boda, que serían muy felices juntos. Todo fue en vano. Nada le hacía sonreír, nada le animaba. La ayudó a montar en su caballo. Él se subió al suyo y se puso a cabalgar a su lado. Miraba a Judit y veía tristeza. Miraba al resto de sus compañeros de viaje y los veía callados y cabizbajos. Tras un tiempo, el suelo comenzó a temblar. Una gran grieta se abría delante de ellos, una grieta sin fondo que en un instante se tragó dos animales cargados con provisiones. El pánico se apoderó de todos los miembros de la caravana. Comenzaron a retroceder todo lo rápidamente que podían. La grieta seguía agrandándose con un ruido ensordecedor. Joaquín rápidamente daba órdenes para proteger las vidas de cuantos le acompañaban. Después de un gran rato, el estruendo se paró. Lo que había sido un ruido ensordecedor se convirtió en silencio. La tierra ya no temblaba. Todo el mundo comenzó a agruparse en torno a Joaquín y a la princesa Judit. Hicieron el recuento. No faltaba ningún miembro de la caravana y por suerte sólo los animales que habían caído a la grieta eran los que faltaban. Ningún otro animal había sufrido ningún daño. Entre todos decidieron que llegados a este punto, lo mejor era enviar a varias personas para averiguar si había forma de cruzar la gran grieta que se había formado entre ellos y el camino que debían seguir. Dos personas salieron del grupo dejando la grieta a su derecha, y otras dos con la grieta a su izquierda. 43

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Su misión era encontrar un paso y volver lo antes posible. Ambas parejas debían de volver en un plazo máximo de seis días, o antes si encontraban el camino. Partieron a todo galope en direcciones contrarias, y tanto Joaquín como Judit se quedaron mirando el polvo que levantaban los cascos de los cuatro caballos con la esperanza de un regreso rápido de alguna de las parejas que acababan de partir. Había que preparar el campamento y organizarlo todo para la espera. Pasó el primer día, el segundo, el tercero,... y ninguna de las parejas había vuelto todavía. Al cuarto día los vigilantes que se habían puesto en los exteriores del campamento divisaron en el horizonte una nube de polvo que se acercaba. Tras dos horas, se comenzaron a distinguir cuatro jinetes que cabalgaban a toda velocidad. Por fin llegaron al campamento. Eran las cuatro personas que habían partido para buscar un camino por donde cruzar la grieta. Judit y Joaquín se extrañaron al ver a las dos parejas venir juntas. Si fueron en direcciones opuestas ¿cómo es que vienen juntos? Bajaron de los caballos y comenzaron a decir:

—Nosotros dos hemos estado cabalgando siempre con la grieta a nuestra derecha. Ningún sitio es bueno para poder cruzarla. En todo el perímetro la profundidad de la grieta y las paredes tan escarpadas hace que sea bastante difícil. —Lo mismo nos ha pasado a nosotros, pero dejando la grieta a la izquierda. —Pero no podemos quedarnos aquí indefinidamente —dijo Joaquín—. Habrá que pensar en algo. Inmediatamente dos miembros de la caravana se ofrecieron voluntarios para buscar el sitio más fácil por donde cruzarla. A tres leguas de distancia del campamento encontraron un posible camino que en la anterior búsqueda, simplemente, no estaba. 45

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Volvieron al campamento e informaron a Judit y a Joaquín de su hallazgo. Sin tardar más de lo necesario recogieron las cosas y todos juntos se encaminaron hasta ese lugar que daba una esperanza de salida. Cuando llegaron se pusieron a explorar y observaron que había una bajada que probablemente alcanzara el fondo de la grieta. La anchura del camino sólo permitía ir de uno en uno, en fila, y con mucho cuidado. En cabeza iban los dos exploradores que se habían ofrecido voluntarios, detrás de ellos Joaquín y Judit, seguidos de todos los miembros de la caravana. La bajada estaba llena de peligros. De vez en cuando se encontraban alguna piedra bloqueando el paso, y tenían que quitarla con mucho esfuerzo lanzándola al fondo. El camino parecía no tener fin. El fondo de la grieta parecía estar cada vez más lejos. ¡Qué desesperación! Llegó la noche y no encontraron ningún sitio adecuado para poder descansar y dormir, así que tuvieron que hacerlo sobre el mismo camino. Realmente durmieron muy poco. Ruidos extraños estuvieron sonando durante toda la noche. La luna brillaba, pero su brillo no era el de siempre. Los componentes de la caravana coincidían en que nunca habían visto ese brillo. Todos se quedaban mirando e incluso les parecía que las partes oscuras iban cambiando de forma. No es que les pareciera que cambiaban de forma, ¡es que lo hacían! Daba pánico ver cómo las figuras cambiaban. Uno a uno iban quedándose en silencio. Escuchaban los ruidos y miraban la luna. Estaban deseando que el alba llegara, pero de nuevo el tiempo parecía que se había detenido. La falta de sueño, el cansancio, los ruidos, el brillo de la luna, todo eso estaba haciendo que pensaran en abandonar la búsqueda y volver a casa. Todos menos dos personas: Joaquín y Judit. Al ver ellos que sus acompañantes empezaban a comentar sobre una posible vuelta, decidieron hablar con ellos.

—Amigos —comenzó Joaquín—, desde que nos encontramos con el anciano Airam supimos que este viaje no iba a ser un paseo. Él nos dijo que tendríamos que atravesar parajes en los cuales 47

la desilusión nos atacaría. Nos avisó en concreto de este desierto y de lo que en él ocurre. Ya hemos pasado antes por esta situación. Recordad que hace unos días también lo pasamos mal, pero en ese momento decidimos seguir adelante. Si alguno de vosotros quiere volver a casa Judit y yo lo entenderíamos. La misión de buscar la escama nos corresponde a nosotros dos. —Os agradecemos infinitamente vuestra compañía en estos días —añadió Judit—, pero Joaquín y yo vamos a continuar. No sabemos cuánto tiempo tardaremos en salir de aquí, ni cuánto más en encontrar la escama, pero yo sé que nuestro amor es más fuerte que cualquier desierto, y que saldremos y conseguiremos volver para casarnos. Judit y Joaquín se miraron y se besaron. A más de un compañero de viaje se le saltaron las lágrimas al ver la fuerza conque la princesa y el caballero estaban hablando. El cielo también se emocionó, porque en ese instante comenzó a llover. Todos se cobijaron debajo de los salientes que había en la pared. La lluvia crecía en intensidad, la noche no acababa, gran cantidad de rayos comenzaron a caer. La luz que producían iluminaban toda la grieta, y los truenos eran ensordecedores. Cuando el día comenzaba a clarear, la lluvia cesó. El sol iluminaba débilmente el lugar donde se hallaban. De pronto uno de los guías gritó:

—¡Mirad!, mirad el camino. Todos miraron en la dirección hacia donde él estaba señalando. A unos cincuenta metros el camino se ensanchaba, se veía el fondo de la grieta y un camino muy bueno para subir hacia el otro lado.

—¡Eso ayer no estaba así! Algo ha ocurrido esta noche. Judit y Joaquín se miraron. Ellos sí sabían lo que había pasado. Las ganas de seguir adelante que habían mostrado en la noche anterior habían hecho que el desierto se rindiera y que la maldición desapareciera. 48

—Hemos vuelto a ganar al desierto. Ya no nos podrá hacer nada porque sabemos cómo ganarle en cuantas pruebas nos haga pasar. En cuanto el sol comenzó a calentar más y las ropas se secaron de la humedad de la noche y de la lluvia, retomaron el camino. Todos iban contentos, ninguno quiso volver a casa. El camino parecía acortarse y cada vez veían el final de la subida más cerca. Estaban tan alegres que uno comenzó a cantar y poco a poco todos iban agregándose a ese improvisado coro, ya que era una canción tradicional del reino y que todo el mundo conocía. La letra explicaba la historia de cómo se había ido formando el actual reino con la gente que había llegado desde otros países. Decía la letra:

De la inhóspita tierra un reino surgió señalando en paz nuevas fronteras cuando la gente llegó. No hubo pelea ni guerra un acuerdo se pactó. Un nuevo reino en esta tierra de esa forma se creó. Tras esto se entonaba el estribillo, que era:

Habitantes del reino uníos al son cantad con nosotros ésta, nuestra canción. Las demás estrofas decían:

Al primer rey votando se nombró, Pedro primero, el elegido, así se le llamó.

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Vinieron tiempos duros, porque el reino de la nada se creó, pero poco a poco fuimos avanzando teniendo todos mucho tesón. La hija de Pedro primero fue quien segunda reinó. Igual de bien lo hizo, como su predecesor. Bajo sus mandatos la cosecha floreció, las ciudades crecieron y nueva gente llegó. Todos en hermandad trabajaban, ayudando al nuevo que llegó, la felicidad que se respiraba el reino inundó. Un reino que nació sin guerra, en una familia se transformó, que todos somos hermanos en el reino de Lovandsón. Así acababa la canción, aunque tras la hija de Pedro I el reino había tenido más reyes y más historias. Lo que pasaba era que en todo el reino no había nadie que añadiese más letra a este himno. Tamara, una de las amigas de Joaquín estaba tan emocionada que expresó su deseo de continuar la canción con nuevas estrofas que narraran la aventura que estaban realizando, y les prometió a Judit y a Joaquín que para su boda la canción estaría terminada. Con las últimas notas alcanzaron el final de la grieta. Ante ellos se extendía ya una gran explanada. En este momento todos estaban felices.

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6.- Pero los problemas no acaban.

La caravana marchaba alegre por la pradera que tenían delante. Era extraño que el anciano no les hablara de esa zona. Bueno, no tan extraño, ya que con lo de la grieta, la pérdida del rumbo con el sol, y las demás cosas que les habían ocurrido en el desierto, era normal que no estuvieran ya en la ruta que el anciano les había dibujado. Pero estaban disfrutando de ese paisaje con hierba, flores, y algún que otro árbol. Llegó la hora de la comida. Pararon y se dispusieron a comer. Sacaron lo que tenían previsto y se sentaron en grupos a descansar y reponer fuerzas. Judit tenía hambre, estaba contenta de haber cruzado ese desierto y de encontrarse ya más cerca de su destino.

—Judit —dijo Joaquín—, creo que estoy enfermo. —¿Qué te pasa? —preguntó ella. —No me encuentro bien. Tengo ganas de vomitar y me duele muchísimo la cabeza. 51

Diciendo esto Joaquín empezó a vomitar. Ella le sujetó la cabeza para aliviarlo. Joaquín se desmayó. Ella lo llamaba, pero él no respondía. Enseguida los demás se acercaron para ofrecer su ayuda. Entre varios lo cogieron y lo colocaron bajo un árbol, a la sombra. Le pusieron en la frente paños mojados en agua. En la caravana no había ningún médico, y estaban lejos de cualquier ciudad donde poder encontrar alguno. Esto era algo que no tenían previsto. Con Joaquín en este estado no podían seguir. La única solución era esperar, pero esperar qué, no sabían lo que le pasaba ni cómo podían ayudarle. Cada cierto tiempo le cambiaban los paños húmedos de la frente, le mojaban los labios e intentaban despertarlo, pero seguía sin responder. La noche llegó. La preocupación iba en aumento. Eran ya muchas horas las que llevaba inconsciente. Judit se apartó de su lado y comenzó a llorar. Inmediatamente varios compañeros se acercaron a consolarla diciéndole que no sería nada, que probablemente fuese el cansancio de todas las aventuras que habían pasado esos días lo que le habría hecho que se sintiera así, pero ella no se consolaba. De nuevo pasó la noche y no se veía ninguna mejora. Judit decidió que no podían quedarse más tiempo allí con Joaquín en ese estado. Tendría que verlo un médico, y para ello habría que seguir como se pudiese y lo más rápidamente que el camino permitiera. Fabricaron una especie de camilla, a la que llamaban parihuela, con dos ramas gordas y un trozo de lona. Colocaron a Joaquín en ella y comenzaron el camino. La preocupación de todos era visible. Ya no se cantaba, ni apenas se hablaba. Lo único que querían era llegar a una ciudad donde un médico pudiese tratar la enfermedad que tenía Joaquín.

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Al tercer día, durante el descanso que hicieron para comer, Joaquín pronunció el nombre de Judit. Fue un susurro, pero lo suficiente para que ella, que estaba a su lado, lo escuchara. ¡Había despertado!

—¿Cómo estás, Joaquín? —le preguntó. —Muy mal —contestó él—. ¿Qué me ha pasado? —Te has puesto enfermo, ¿recuerdas? Joaquín negó con la cabeza. No se acordaba de nada.

—Has estado tres días inconsciente. Nos tenías muy preocupados a todos. Tras decir esto, Judit comenzó a llamar a los demás para decirles que Joaquín había despertado.

—¿Tienes hambre? —preguntó Judit, a lo que él hizo un movimiento afirmativo. Rápidamente le trajeron un cuenco con sopa. Entre varios compañeros lo incorporaron un poco y Judit comenzó a darle de comer muy despacio para que no le sentara mal y evitar que se atragantara. Cuando terminó de darle la sopa, Joaquín siguió durmiendo. Como era de esperar, tuvieron que pasar algunos días en ese campamento hasta que se recuperara un poco y tuviera fuerzas para montar en el caballo. Todos los participantes en el viaje celebraron esa parada, porque así reponían fuerzas. Joaquín al tercer día ya era capaz de pasear y montar, así que comenzaron a realizar los preparativos para reanudar su viaje. Pero no todo estaba tan correcto y estaba tan bien. Llevaban muchos días de viaje sin encontrar ningún pueblo, ciudad, aldea o sitio habitado, y debido a las paradas en el desierto y a la 53

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que estaban haciendo en estos momentos por la enfermedad de Joaquín, los alimentos se estaban acabando. Tiína, la encargada de la comida y del agua avisó a Judit que apenas quedaba comida. Ante esto, Judit convocó una reunión de todos los integrantes de la caravana para comunicar lo que pasaba con los víveres.

—Amigos —comenzó diciendo—, un nuevo problema nos ha surgido. Llevamos tanto tiempo sin poder comprar comida y agua que ya nos quedan pocas reservas. Tiína me ha dicho que si lo hacemos bien tendremos comida para tres días y agua para seis. Debemos seguir camino y encontrar cuanto antes algún sitio donde conseguir alimentos. Hemos salido del desierto y tenemos que encontrar el camino que el amable anciano nos dibujó y que nos llevará a la ciudad. Después podremos seguir con la búsqueda del dragón. Todos estuvieron de acuerdo y se preocuparon de no gastar más agua y comida que la necesaria. Tan sólo a Joaquín, y debido a su enfermedad, le ampliaban la ración de ambas cosas. Lo primero que debían hacer era encontrar el camino hacia Bucros, la ciudad donde había llegado el anciano tras su encuentro con el dragón. Cogieron el mapa que Airam les había dibujado y lo estudiaron detenidamente. Localizaron la ciudad desde donde habían salido, la zona que dibujó y nombró como “ Desierto de la Tristeza”, el comienzo de las montañas, y ... ¿qué había al norte de esas montañas? En el mapa aparecía una zona llamada “Groene-Weide”. Todos pensaron al mismo tiempo que era en esa zona donde ellos estaban en estos momentos, y que si viajaban hacia el sur llegarían a Bucros. Es más, no tenían ni que cruzar las montañas, ya que atravesando Groene-Weide podrían llegar bastante antes. Dicho y hecho. Ojearon en la lejanía las montañas, localizaron dónde estaba el sur y se pusieron de camino. Pasó un día y 55

una noche y no vieron ni ciudad, ni gente, ... ni nada. Durante el segundo día tampoco vieron nada. ¡Otro día más y se quedarían sin comida! Al mediodía del tercer día comenzaron a ver en la lejanía una fina línea azul. Judit pidió a dos personas que se adelantaran para ver lo que era. Al rato volvieron con la noticia de haber visto un río. Por supuesto todos aceleraron el ritmo para llegar lo antes posible. Mientras se acercaban, escuchaban el inconfundible sonido de un río, de esa agua corriendo y chocando contra las rocas, el sonido de esas pequeñas cascadas que todos los ríos tienen. Por fin llegaron. Agua cristalina y fresca corría por delante de ellos. Todos, hombres, mujeres, animales, se metieron en el agua sin pensar si era un río profundo o si hacían pié. Después del calor que habían pasado en el desierto aquello era lo mejor que podían encontrarse. Se salpicaban unos a otros, se hacían ahogadillas, algunos incluso sacaron jabón y comenzaron a lavarse la cara, el pelo y ya que estaban, acabaron por lavarse todo el cuerpo. Rellenaron todos los odres que llevaban con esa agua cristalina y así se aseguraron que por ahora, por lo menos el agua no faltaría. Pero la comida seguía siendo un problema. Sólo de agua no se puede vivir. El haber encontrado el río sirvió para que todo el mundo se animara, pero habría que encontrar comida antes de que acabaran con todo lo que tenían. Decidieron que tenían que seguir el camino y acordaron seguir la ribera del río con la esperanza de encontrar pronto algún sitio habitado. Y no se equivocaron. Tras una curva del río, a poca distancia de donde estaban, apareció una gran ciudad. Los gritos de júbilo llenaron el aire. Todos sin excepción comenzaron a reír, algunos a bailar, otros cantaban su himno: “Habitantes del reino, uníos al son...” De esta manera siguieron caminando con destino a la ciudad.

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7.- Bucros.

Anochecía. El sol de un tono anaranjado se ocultaba tras el horizonte lentamente, haciendo que las casas de la ciudad reflejaran en sus fachadas un maravilloso color ocre de una forma uniforme. Llegaron a las puertas haciendo guardia.

y encontraron a dos soldados

—Perdonen —dijo Judit—. ¿Nos pueden decir el nombre de esta ciudad? —Bucros —respondió uno de los soldados. ¡Bucros! ¡Estaban en Bucros! Habían llegado a la ciudad que el anciano les había dicho. Si un rato antes ya se pusieron contentos por haber encontrado el río y haber visto la ciudad, ahora ya no podían ponerse más al saber el nombre de la misma. Era la ciudad que estaban buscando. Lo primero que harían sería buscar una posada donde 57

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poder pasar la noche y que tuviera una buena comida casera con alimentos frescos y buena fruta. Preguntaron a los soldados qué sitio les aconsejaban para comer y descansar, y ellos muy educadamente indicaron una buena posada que tenía de todo: camas limpias, buena comida y bebida, buenas cuadras para los animales y además era barata. Sin pensárselo dos veces, se dirigieron hacia ella. No estaba lejos, así que llegaron pronto. Todos se quedaron asombrados, ya que la posada era en realidad un gran castillo.

—¡Qué extraño! —dijo Joaquín—. Nunca había visto un castillo convertido en posada o una posada en un castillo, que para el caso es igual. Los castillos han sido siempre la casa de los reyes, príncipes y personas así. Esto en nuestro país es algo impensable. Una vez que habían entrado al patio, salió el posadero a recibirlos. A todos los animales se los llevaron a las cuadras y ellos entraron en el castillo, en un gran salón que servía de comedor.

—Señor posadero —dijo Judit—, ¿Sería tan amable de indicarnos dónde poder encontrar un médico? Mi prometido ha estado enfermo y yo me quedaría más tranquila si uno lo viese. —Ahora mismo mando a mi hijo que vaya a buscarlo y que le avise que venga en cuanto pueda —contestó el posadero. —No hace falta que se moleste usted ni su hijo —dijo Joaquín—, yo estoy lo suficientemente recuperado como para ir por mí mismo hasta donde usted me indique que encontraremos al médico. —No es molestia —explicó el posadero—, para mí es una obligación atender a mis huéspedes en todo lo que esté en mi mano. Ustedes quédense aquí. Mi hijo se encargará de todo. Ahora mismo vuelvo con buena comida y bebida. El posadero llamó a su hijo y le pidió que fuese a casa del médico y le diera el aviso para que se pasara por la posada a visitar un enfermo. 59

Durante la espera del médico, el posadero les había traído todo lo necesario para cenar: buen queso, estofado de cordero, patatas, abundante pan,...y ambos comenzaron a comer. Un rato después, les trajo los postres, preguntándoles si todo estaba a su gusto.

—Nunca hemos comido mejor, se lo puedo asegurar. Por cierto posadero, ¿me podría explicar cómo un castillo ha llegado a ser posada? —preguntó Joaquín. —Por supuesto —contestó el posadero—, tras la cena tendré mucho gusto en sentarme con ustedes un rato y explicarles lo que quieran; pero ahora permítanme que siga atendiendo a mis otros comensales. No pasó ni una hora cuando el médico entraba por la puerta avisando al posadero de su presencia. Ambos se dirigieron a la mesa donde estaba Joaquín.

—Perdonen —dijo el posadero llamando la atención de Joaquín y Judit—. Éste es el médico de la ciudad. Se llama Abdalá y es el mejor que conozco. Le presento a Joaquín y Judit —dijo dirigiéndose al médico— y me han solicitado su ayuda. Ahora, si les parece bien, les dejo para hacer mis quehaceres. Si necesitan algo avísenme ¿de acuerdo? —Estupendo —dijo Judit—. Le agradecemos mucho todo lo que está haciendo por nosotros. Muchas gracias. El posadero se alejó y los tres comenzaron a hablar. Los acompañantes en el viaje estaban pendientes de la mesa que estaban ocupando Joaquín, Judit y el médico, y aunque no se escuchaba nada de lo que hablaban entre ellos, todos sabían que de lo que se dijera en esa reunión dependía si se seguiría el viaje o se volvería a casa.

Al poco tiempo, el médico sacó una bolsa de un maletín, se lo dio a Judit y se marchó.

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8.- ¿Castillo o Posada?

Como lo prometido es deuda, una vez que acabó de servir las cenas y todo el mundo había acabado, el posadero se acercó a la mesa donde estaban Judit y Joaquín y les preguntó si querían conocer la historia de la posada. Ellos, aunque estaban bastante cansados, tenían mucho interés en conocerla, así que respondieron afirmativamente al posadero y se dispusieron a escucharlo. El posadero comenzó la historia.

Como ya han visto ustedes esto es un castillo. Perteneció al rey Ursus III, que fue un buen rey y lo sigue siendo. Gobierna intentando hacer que todo el mundo en su reino sea feliz y no le falte por lo menos lo más indispensable. Bajo su mandato, la gente ha vivido en paz. No es un rey como otros, que lo único que quieren es mandar sobre todo, hacer lo que ellos quieren sin tener en cuenta las necesidades de las personas y conseguir mucho dinero. Sin embargo, el rey Ursus es un rey pobre, que prefiere vivir con lo mínimo antes que cobrar muchos impuestos a su gente. En el año 863 hubo una gran plaga de ratas que destroza61

ron los cultivos y los almacenes de grano. La comida escaseaba y era necesario comprar comida a otros países. Para hacerlo necesitaba subir los impuestos para tener dinero, pero Ursus no quería subirlos, mejor dicho, no podía hacerlo aunque hubiese querido, ya que la gente no tenía nada con qué pagar. La compra de comida era ya algo muy urgente, pero sin dinero no había nada que hacer. Pensando en posibles soluciones, se le ocurrió la idea de vender cosas suyas a cambio de comida. No las vendía por dinero, ni para quedarse él con la comida, sino para poder repartirla entre la gente más necesitada. Así pues, comenzó a vender sus pertenencias: coronas, cetros, copas de oro con bellas piedras preciosas,... todo lo que sus antepasados reyes le habían dejado en lo que se llamaba <<el tesoro del reino>> y que pasaba de generación en generación. Todo lo que encontraba que había pertenecido a su familia desde hacía siglos se lo ofrecía a los reyes vecinos a cambio de comida. Pero ya os he dicho que era pobre, así que eso se acabó pronto y no dio para mucho. Pensando qué más se podía vender, se le ocurrió la idea de vender su castillo. Dicho y hecho. Mandó publicar por todas partes que el rey Ursus vendía su castillo. Se señaló una fecha para realizar una subasta y se lo quedaría el que diese no sólo la mayor cantidad de dinero, sino que además tendría que ofrecerse a colocar a gente de su reino en trabajos, talleres o cualquier puesto de trabajo que asegurara por lo menos la comida de la familia durante quince años. Yo tenía una posada en el reino de Grimberg, y me llegó la noticia de la venta del castillo. Enseguida me interesó el trato. Me vine para acá, vi el castillo y sin dudarlo participé en la subasta. Fui el que más ofreció, tanto en dinero como en puestos de trabajo. El rey aceptó mi oferta y conseguí la propiedad del castillo. Así fue como este bonito edificio se ha convertido de castillo de un rey a posada de viajeros.” —Posadero —interrumpió Judit—, ¿y qué pasó con el rey ? 62

—Fíjense ustedes que yo soy forastero en este reino, pero desde ese momento soy un seguidor del rey Ursus. A la semana de venderme el castillo, él se trasladó a una pequeña casa a las afueras de la ciudad, donde aún vive. Todas las ganancias las repartió y él se quedó sólo con lo necesario para vivir. Todo ello lo hizo por su pueblo, así que me impresionó tanto que incluso le ofrecí trabajar conmigo, cosa que él aceptó. Nunca había visto un rey que se ofreciera a trabajar para no cobrar impuestos a su gente. Está trabajando en mi cocina, como uno más de mis empleados, y lo único que hace es avisarme cuando no puede venir a causa de tener algún acto oficial. Por supuesto que yo dejo que se vaya cuando tiene algo, ya que como hombre y como rey lo admiro muchísimo. Joaquín y Judit se miraron. Los dos estaban asombrados porque nunca habían conocido una historia así, ni nunca habían escuchado algo parecido aunque fuese mentira, una leyenda o un cuento infantil.

—Ahora, si me disculpan —dijo el posadero—, debo seguir atendiendo al resto de mis clientes. —Joaquín —dijo Judit—, creo que en este viaje nos vamos a llevar algo más que una escama de dragón. Estamos conociendo mucha gente, y cada persona que conocemos es más interesante que la anterior. Ahora debes hacer caso al médico y descansar. Se levantaron de la mesa, dieron las buenas noches a las personas que quedaban en el comedor y se fueron a dormir, no sin antes comunicar a sus compañeros que mañana tras el desayuno continuarían su viaje. Todos en su interior se alegraron de la noticia, mirándose unos a otros y haciendo gestos de ¡bien! Los que quedaban todavía en el comedor subieron a sus habitaciones. Estaban tan cansados que fue meterse en la cama y quedar profundamente dormidos. Así pasó la noche, la más tranquila de todas las que habían transcurrido desde que comenzaron el viaje. 63

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9.- Ursus.

Amaneció el nuevo día. Un espléndido sol se alzaba en el cielo. La posada se preparaba para servir los desayunos a todos aquellos que continuaban el viaje tras haber dormido en la posada o para aquellos que no tenían ganas de desayunar en casa y no les importaba gastar algo de dinero en que alguien se lo sirviera. Las mesas de Judit, Joaquín y todos sus acompañantes estaban ya preparadas, y a medida que iban bajando de sus habitaciones se iban sentando. Judit bajó antes que Joaquín llevando una bolsa en la mano. Se dirigió hacia donde estaba el posadero.

—Buenos días —dijo Judit. —Buenos días —contestó el posadero—. ¿Ha dormido usted bien? —Estupendamente, muchas gracias por su interés. Quisiera pedirle un favor, si puede ser. —Encantado de hacer lo que pueda por usted, señorita. 65

—Pues verá —comenzó a explicarle—. Ya sabe que el médico estuvo aquí ayer para ver a Joaquín. —Efectivamente —asintió el posadero. —Tras hablar con nosotros, el médico nos dio una bolsa con una mezcla de hierbas que servirían para reponer las fuerzas perdidas debido a la enfermedad que ha sufrido. Es necesario que se tome una infusión con esas hierbas un rato antes de tomar cualquier alimento. —¿Necesita que le prepare la infusión? —preguntó el posadero. —Eso es lo que quería pedirle, y además, si no le importa, me gustaría prepararla yo misma. ¿Podría ser? —preguntó Judit. —¿Quiere entonces pasar a la cocina y prepararla usted misma? —Eso es. ¿Le importaría? —!Por supuesto que no! Para mí será un gran placer acompañarle a la cocina. Allí precisamente está hoy el rey, y él mismo podrá ayudarle con lo que necesite. Sígame. El posadero guió a Judit hasta la cocina y le abrió la puerta. Allí pudo ver a un hombre alto, con ropa cómoda de trabajo que enseguida le llamó la atención. Era más oscuro de piel que las demás personas que estaban en la cocina, pero no parecía extranjero. Se quedó extrañada, ya que todas las personas que conocía y que tenían ese color de piel era porque venían de otras tierras.

—Rey Ursus —llamó el posadero. —Dígame —contestó... ¡él! 66

Judit no salía de su asombro. Esa persona alta, de piel oscura, con ropa manchada por la cocina era el mismísimo rey Ursus.

—Esta señorita necesita de tu ayuda —dijo el posadero—. Por favor, haz todo lo que te pida, ¿vale? —Estoy a su disposición —le dijo Ursus a Judit. —Gracias rey Ursus —dijo Judit mientras hacía una reverencia. —No, no, por favor, aunque soy el rey de estas tierras hace mucho tiempo que la gente no me trata como tal. Soy un ciudadano más que a veces tiene que tomar decisiones que pueden afectar a todos, pero no quiero reverencias ni trato distinto al resto de las personas que aquí vivimos. Dígame lo que necesita y se lo traeré. —Gracias —contestó Judit—. Necesito hacer una infusión... —¡Ah! —le interrumpió Ursus—, entonces una olla pequeña y agua. ¿verdad? —Así es —afirmó la princesa. —Muy bien. Un segundo. Ursus se fué al otro lado de la cocina y cogió una olla pequeña de una estantería.

—Señorita... —Llámeme Judit, por favor. —De acuerdo, pero sólo si usted me llama Ursus.

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—Está bien, Ursus. —Judit, ¿le parece bien esta olla? Es nueva. La compré ayer para hacer un postre que se me ha ocurrido y que haré a lo largo de la mañana para que esté terminado a la hora de comer. ¿Se quedará y lo probará? —La olla es perfecta. Sobre lo de quedarme a comer y probar su postre no creo que lo haga. Tenemos previsto continuar viaje después de desayunar. —Es una verdadera lástima, ya que creo que le hubiese gustado probar mi bizcocho con cabello de ángel cubierto de chocolate negro al que le voy a mezclar trocitos de naranja confitada y ... algún otro ingrediente que no le digo porque es secreto. —Tiene que estar delicioso, pero ya le digo que no va a poder ser. —¡Vale! Hagamos la infusión. Echamos un poco de agua a la olla y la ponemos al fuego. Ambos se dirigieron hacia el fuego tras llenar la olla hasta la mitad.

—Si me va dando instrucciones no tiene porqué acercarse al fuego, así no se manchará con el carbón. —De acuerdo —dijo Judit. Una vez que el agua comenzó a hervir, Judit abrió la bolsa y sacó unos trozos de raíz de regaliz que Ursus echó en el agua. Tras dejar que los palitos hirvieran un rato, Judit le pidió que apartara la olla del fuego y que le diese una cuchara pequeña para añadir algo más. Él apartó la olla y le trajo la cuchara. Judit la metió en la bolsa y la sacó llena de una mezcla de hierbas que echó inmediatamente en el agua. 68

—¿Podría usted tapar la olla? La infusión necesita reposar un rato. —Inmediatamente —, contestó Ursus yendo por una tapadera y poniéndola sobre la olla.

—Judit, ¿me permitiría ver la mezcla de hierbas que ha echado en la olla? —Sí, por supuesto. ¿Pero es que entiende también de plantas? — preguntó Judit

—Algo entiendo, no mucho, pero es una afición que heredé de mi padre. —¿Era médico? —Efectivamente. Mi padre se llamaba Leunam, de la tierra de Obrocnap, de la tribu de los Fraza. Como se habrá imaginado, con todo lo que le he dicho, mi padre no era de estas tierras. Venía de muy lejos buscando una flor que sólo crece en estas montañas y que decían que tenía la propiedad de curar cualquier enfermedad y de una forma rápida. Llegó aquí y encontró la flor, pero se desilusionó al ver que no era tan milagrosa como decían, ya que sólo servía para las enfermedades de la piel. Mientras buscaba la edelweiss, que así se llama la flor, conoció a la reina del país, se enamoraron y se casaron. A los nueve meses nací yo, Ursus, un niño mulato que iba a ser rey de estas tierras. —La verdad —dijo Judit—, al principio me extrañó mucho su color de piel. —Pues otro enigma resuelto. Ya sabe usted porqué soy distinto a los demás. —Creo que la infusión ya ha reposado lo suficiente. Gracias por su ayuda y por su charla. —Estoy a su servicio. Si necesita algo más, no dude en decírmelo y estaré encantado de hacer lo que pueda para conseguirlo. 69

—Gracias de nuevo —dijo Judit mientras atravesaba la puerta de la cocina. Judit salió de la cocina y atravesaba el comedor con una jarra de barro en sus manos conteniendo la infusión que habían preparado para Joaquín. Él seguía todavía acostado. En este momento se le acercó Tiina, la encargada de las provisiones, para decirle que los animales estaban cargados con provisiones para más de una semana, y que cuando todo el mundo terminara de desayunar podrían reanudar el viaje. Judit le agradeció la información continuando su camino hacia la habitación donde Joaquín ya estaba despierto y terminando de vestirse.

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10.- ¿Sería hoy el gran día?

Cuando había pasado un rato desde que Joaquín se tomó la infusión, bajaron los dos para desayunar. El posadero había preparado una mesa con abundante comida. Durante el desayuno intentaron planificar un poco el resto del viaje, aunque siempre llegaban a la misma conclusión: no podían hacer nada porque no sabían cuándo iban a encontrar un dragón y poder obtener así la escama para volver y celebrar la boda. De lo que sí estaban seguros es que no pararían de viajar hasta que eso ocurriese. Ahora debían decidir hacia dónde dirigir sus pasos. Estaban en la ciudad donde el anciano había llegado tras su encuentro con el dragón. Cogieron el mapa del anciano, y decidieron la ruta a seguir para intentar encontrar el camino que había seguido el anciano desde su encuentro con el dragón hasta la llegada a la ciudad, y así poderlo hacer al contrario. El posadero les ayudó a elegir la ruta más cómoda señalando en el plano la dirección que debían tomar desde la salida de su posada. 71

Terminaron de desayunar, le pagaron al posadero dándole las gracias por todo lo que había hecho por ellos. Judit se acercó a la cocina con la esperanza de poder despedirse del rey Ursus, pero no lo pudo hacer ya que el rey estaba en ese momento en un acto de entrega de premios en una ciudad cercana. Joaquín y Judit le pidieron al posadero que cuando lo viese le diera las gracias también a él. Todo estaba ya preparado para continuar el viaje, así que comenzaron a caminar en dirección a la salida de la ciudad. Traspasaron las puertas y cogieron el camino que el posadero les había indicado. Pronto comenzaron a ver en la lejanía una montaña más alta que las demás. Hacia ella era donde tenían que dirigirse. El camino que estaban siguiendo no era demasiado malo y podían ir hablando tranquilamente. La estancia en Bucros había servido para relajarse de todas las penalidades que habían pasado. Judit no paraba de hablar del rey Ursus, y de lo que le había impresionado su forma de ser, lamentándose de que Joaquín no lo hubiera conocido y que pudiera haber hablado con él. Decidieron que tenían que volver y pasar unos días allí, para poder conocerlo y estar con él compartiendo su vida. Es probable que así aprendieran bastante si algún día ella llegaba a ser la reina. ¿Lo harían para su viaje de bodas? Tras dos días de marcha, llegaron a la falda de la montaña. En este momento recordaron lo que les había contado el anciano:

“Cuando llegué a la falda de la montaña más alta, el paisaje comenzó a cambiar. Ahora abundaban las rocas, y el camino se dividía en dos. Yo nunca había pasado por allí, y por tanto no sabía qué camino tomar. No había ninguna señal que me indicara el camino a Bucros. Tomé el camino de la derecha con la esperanza de que fuese el correcto. 72

A medida que iba siguiendo el camino, el paisaje se iba tornando más pedregoso, más ceniciento, más desértico. No veía pájaros, ni animales que normalmente deberían estar por allí: arañas, escolopendras, alacranes,...ni siquiera una mala serpiente. Además, había un cierto olor que yo llamaría raro, como si se hubiese quemado algo de carne, pero quemado a fondo, no como si fuese un asado, sino carne achicharrada. Pensé que quizás hubiese allí algún tipo de volcán, o fumarola, pero no olía a azufre, que es lo normal que sucede cerca de uno. Además, no veía ninguna columna de humo alzándose. Esto era de lo más raro.” Es cierto lo que recordaban: el paisaje comenzaba a cambiar, había rocas, y los animales que con anterioridad habían visto en el camino habían desaparecido. Todo era como recordaban de la descripción del anciano menos una cosa. No había ningún olor. No olía a azufre, ni a carne quemada. Tampoco olía a plantas de las que normalmente podemos encontrar en el monte: orégano, tomillo,... Como ya habían llegado a la montaña, decidieron parar y acampar para estudiar el terreno y ver lo que iban a hacer. Además, ya estaba oscureciendo. Tras la cena se reunieron para hablar de lo que harían al día siguiente. Después de debatir largamente entre todos y ver las distintas posibilidades que había, decidieron dividirse por grupos para abarcar más espacio de búsqueda. Cada grupo iría en una dirección, con alimentos y agua para dos días. El primer día irían por un camino distinto al que cogerían de vuelta, así explorarían más terreno. Al anochecer del segundo día volverían a encontrarse en el campamento donde estaban ahora. Si alguno hubiera encontrado algo, todos irían en esa dirección, y en caso contrario volverían a hacer lo mismo yendo hacia otras direcciones. Ese fue el acuerdo que tomaron y así se realizaría.

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De pronto oyeron dos caballos. Extrañados observaron que se dirigían hacia ellos. Judit y Joaquín se asomaron. Cuando los caballos estaban más cerca reconocieron a uno de los jinetes. ¡Era Airam!, el anciano que les había contado la historia del dragón. Cuando estuvieron juntos, y después de saludarse, Airam les contó que lo había pensado mejor, y que como pensaba que su muerte estaba cerca, quería ver de nuevo al dragón. Se desplazó hasta la ciudad y en la posada se enteró del camino que habían tomado. Le apetecía ir a buscar con ellos a un dragón por ver si encontraba el suyo. Después de los días que pasó cuidándolo, un cierto cariño le había tomado a ese animal. Tras una noche de descanso cada grupo preparó sus pertenencias y todos comenzaron a seguir el camino que se había decidido en la reunión. Un grupo se quedó en el campamento para recibir a los que volviesen y guardar el resto de los víveres que no se repartieron entre los grupos. Joaquín, al estar todavía un poco débil se quedó al cargo del campamento. Al anochecer del segundo día comenzaron a volver los grupos que habían salido de exploración. El grupo de Judit fue el primero en volver. No habían encontrado nada, ni dragón ni pistas que le pudiesen llevar hasta su encuentro. El segundo grupo llegó al mismo tiempo que el tercero con las mismas noticias. Faltaba el cuarto grupo de exploradores, el que iba al cargo de Tiína. Ya había oscurecido del todo. Hicieron una gran hoguera para indicar la situación del campamento por si acaso el grupo se había perdido y necesitaran una referencia. Las horas pasaban y no había noticias de ella ni de su grupo. Todos comenzaron a preocuparse. Nadie quería ir a dormir hasta no saber si regresaban. La noche estaba pasando y no se tenían noticias. Joaquín y Judit convocaron una reunión para ver qué hacían. La preocupación era general. Tras hablar un poco de qué era lo mejor, decidieron que nada más amanecer dos de los grupos que habían vuelto saldrían de nuevo a recorrer el camino que tenía que hacer el grupo de Tiína.

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De pronto, la voz de uno de los compañeros que se había quedado de guardia vigilando el horizonte, avisó que se acercaba un caballo a todo galope. Cuando estaba lo suficientemente cerca vieron que se trataba de uno de los miembros del grupo que faltaba. ¿Y el resto del grupo? ¿Habría pasado algo para impedir que el resto volviese? Todo el campamento salió a recibir al compañero y conocer las noticias que traía. Lo acompañaron hasta la hoguera y le dieron de comer y de beber, ya que había pasado todo el tiempo cabalgando hasta llegar al campamento sin parar a reponer fuerzas. Mientras iba comiendo iba narrando lo ocurrido durante su exploración.

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11.- El relato del explorador.

Primero de todo deciros que el resto del grupo está bien y nos está esperando hasta que lleguemos, así que tranquilizaros. Os cuento lo que nos ha ocurrido. Como sabéis, nosotros tomamos el camino que va hacia el este. El primer día no encontramos ninguna pista, aunque ya al finalizar la tarde encontramos algo raro que nos hacía sospechar que estábamos por el buen camino, por lo tanto, decidimos que en lugar de volver al día siguiente, continuaríamos por ese mismo camino para ver lo que encontrábamos. Cuando amaneció, recogimos el campamento y seguimos por donde íbamos encontrando pistas. Mientras más avanzábamos, más seguros estábamos de que íbamos por buen camino. Tras la parada que hicimos para comer y después de recogerlo todo seguimos camino y llegamos a una pradera rodeada de montañas en las que se veían muchas oquedades. Todas las entradas eran grandes y parecían cuevas muy profundas. En este 77

momento hubo algo que nos extrañó a todos: el olor que salía de las cuevas. Cuando tú entras en una cueva, lo primero que huele es a humedad, a sitio fresco, sin embargo, de las cuevas lo que salía era un olor que nos recordaba al jardín del palacio en primavera, una mezcla de azahar, rosas y violetas. Por más que mirábamos no veíamos ninguna planta que pudiese desprender esos olores. Con gran precaución fuimos asomándonos a las cuevas y nuestra sorpresa fue ver que en cada cueva había esqueletos tan grandes que no podían pertenecer a ningún animal que nosotros conociéramos. Fue entonces cuando Tiína, como encargada del grupo me pidió que regresara aquí y os comentara el hallazgo que habíamos hecho. Sería necesario que fuésemos todos hasta allí, ya que creemos que por esa zona podríamos encontrar algo. Todos los componentes del campamento se alegraron enormemente de tales noticias, sobre todo Joaquín y Judit que comenzaron a ver el final de su viaje y el comienzo de los preparativos de su boda. Ya había amanecido completamente, así que recogieron el campamento lo más rápido que pudieron. El compañero les guiaría hasta ese sitio donde quizás comenzaran a tener pistas concretas o incluso encontraran ese maravilloso dragón cuya escama les permitiría realizar sus sueños. Tenían tanta prisa en llegar que en lugar de tardar un día y medio, hicieron el camino en un sólo día, llegando al anochecer a la pradera de las cuevas. Allí se reunieron con el resto del grupo deseando que les contaran todo lo que habían averiguado.

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12.- El gran descubrimiento.

Tiína, como responsable del grupo, se reunió con Judit y Joaquín para contarles lo que habían averiguado durante su estancia en la pradera.

Después de que se marchara Pablo para avisaros —comenzó su relato— comenzamos a visitar cueva por cueva para ver lo que encontrábamos. El contenido de cada una se repetía: un gran esqueleto con huesos muy grandes. Todos los esqueletos eran iguales, y sobre todo, lo que más nos extrañaba, aparte del tamaño, es que en cada cueva sólo nos encontrábamos un esqueleto, nada más que uno. Hemos visitado 27 cuevas, y nos quedan todavía muchas más. Además, dando la vuelta a esa montaña, por donde ahora está la luna, sabemos que hay más. —¿Y habéis encontrado algún rastro de un dragón para conseguir la escama? —preguntó Judit.

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—Por ahora nada — contestó Tiína—, pero quedan muchas cuevas por revisar y tenemos la esperanza de encontrar algo. Airam, que hasta este momento se había mantenido callado interrumpió la conversación para asegurarles que estaban por el buen camino, y que pronto, muy pronto encontrarían a un dragón.

—Princesa —le dijo—, ¿me haría usted el favor de devolverme el colgante que le regalé? No piense que me lo quiero quedar, sólo quisiera comprobar una idea que he tenido. Le prometo que se lo devuelvo, un regalo es un regalo, y jamás se lo pediría para quedármelo yo de nuevo. Judit se desabrochó del cuello la cuerda que sujetaba el frasquito que le había regalado el anciano en su primer encuentro. Se lo dio y el anciano le quitó la bolsita protectora donde estaba metido. Todos se quedaron mirando ese bote con el líquido azul. Brillaba de una forma tan fuerte que el color azul se reflejaba en las caras de todos los que estaban allí sentados.

—Joaquín, Judit, ¿veis cómo brilla? Recuerdo que ese mismo brillo lo tenía cuando estaba cerca del dragón. A medida que él se alejó de mí, ese brillo se iba apagando.

—¿Eso quiere decir que estamos cerca del dragón? —preguntó Joaquín con bastante nerviosismo. —Exacto —contestó Airam. Todos exclamaron casi al unísono: ¡Bien!

—Si observáis detenidamente —dijo el anciano—, hay un lado del frasco que brilla más que el otro, y no es debido a ningún reflejo de luz ni de fuego, ni de sol, ni de nada. Ya os conté que el dragón una vez que se recuperó un poco se alejó de mí. En ese momento observé que brillaba más por el lado donde estaba el dragón que por el otro. De esta forma podéis conocer la dirección en la que encontrarlo. Tras esta revelación por parte de Airam, se dispusieron a descansar para estar en plena forma y así encontrar el camino. Amaneció, desayunaron y se dividieron en dos grupos. El pri81

mero se quedaría en el campamento haciendo un recuento de los alimentos y preparando los enseres para tener prevista la vuelta en caso de encontrar al dragón. El segundo grupo iría con Joaquín, Judit y Airam a buscarlo. Airam llevaba el frasco, iba el primero seguido de Judit, Joaquín y el resto de compañeros del grupo. Efectivamente, un lado brillaba más, y todos seguían la dirección que ese brillo marcaba. A las dos horas de camino, el brillo señalaba la entrada de una cueva. Airam aseguró que podrían encontrar el dragón dentro de la cueva. Sólo iban a entrar en ella los tres: Airam, Judit y Joaquín. Los demás esperarían fuera. El anciano se colgó el frasco del cuello y comenzaron a entrar. Un olor maravilloso salía de las profundidades, ese olor que Tiína les comentó la noche anterior, ese olor mezcla de azahar, rosas y violetas. Airam se adelantó un par de metros y levantó el frasco. El brillo iluminó toda la cueva y se podía ver al fondo cómo el pasadizo se abría. Llegaron a una gran sala. Se veía todo perfectamente porque la luz del sol entraba por huecos que había en el techo. En el centro de la sala encontraron lo que habían estado buscando: un dragón. Airam reconoció inmediatamente a ese dragón. Era el mismo que él había curado y alimentado hace años. Estaba tumbado de una forma que dejaba ver la cicatriz que él había curado. Los ojos del anciano se llenaron de lágrimas. Él sabía dónde estaban y porqué estaba tumbado. Se acercó lentamente recordando cómo lo hizo la primera vez. El dragón respiraba lentamente. Tenía los párpados cerrados. Joaquín y Judit se quedaron aparte viendo cómo Airam se acercaba a la cabeza del dragón y le susurraba en el oído mientras le acariciaba el hocico.

—Hola compañero —le dijo—. ¿Te acuerdas de mí? Me alegro de verte aunque sea en estas condiciones. ¿Otra vez estás pachucho? Esta vez creo que no puedo ayudarte. Has venido a reunirte con tus semejantes, ¿verdad? 82

El dragón abrió un poco los ojos y lo miró. Un débil sonido salió de su garganta.

—Joaquín, Judit, venid aquí, por favor. Este es mi dragón, mi compañero en aquellos días de viajes y noches de cuidados del cual conservo un poco de sangre que me ha servido como amuleto durante todos estos años. Airam estaba llorando, la emoción de encontrarse con él y de verlo en ese estado le provocaba una gran emoción, llorando desconsoladamente. El dragón volvió a cerrar los ojos, y una gran lágrima brotó también de su ojo derecho. Judit se acercó y le acarició también la cabeza. Un suspiro sonó desde lo más profundo de los pulmones del dragón. Airam puso su oído en el pecho del dragón y confirmó que había muerto.

—Joaquín, Judit, os ruego que me dejéis a solas con él, yo os llevaré la escama que necesitáis. Los dos afirmaron con la cabeza y sin decir nada salieron de la cueva. El olor a flores era cada vez más intenso. Cuando salieron contaron a todos lo que había ocurrido en el interior de la cueva. Todos sentían a la vez alegría por haber encontrado lo que habían venido a buscar y pena por lo que había pasado, sobre todo por Airam y el sentimiento de tristeza que tenía por la muerte del dragón. Al rato apareció el anciano por la entrada de la cueva. En las manos llevaba una gran escama y en el cuello el frasquito con su sangre.

—Joaquín, te entrego la escama deseada y que has venido a buscar. Es la escama más importante que pueda tener un dragón, ya que es la que le protege el corazón. Además es necesario que la conserves, porque ella será tu amuleto de la suerte. Judit, a ti te devuelvo el frasco con la sangre que nos ha conducido hasta él. Como verás, el frasco ya no brilla. Mucho me temo que hemos asistido a la muerte del último dragón que existía. —Gracias Airam —dijo Joaquín—, sin usted esto no hubiera sido posible. —Escuchadme todos —dijo Judit—, hemos encontrado lo que queríamos. Es hora de volver a casa. Mañana recogeremos todo y comenzaremos el viaje de vuelta. 83

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Durante la cena Airam contaba que aquello era un cementerio de dragones, que, al igual que existen cementerios de elefantes, existe un lugar donde todos los dragones van a morir. Ese lugar era éste. También explicó que el olor era producido por la descomposición del cuerpo de los dragones. Al contrario que pasaba con los demás animales, que cuando se descomponían olían fatal, los dragones producían el olor a flores. Pasó la noche y llegó el nuevo día. Todo quedó recogido rápidamente y comenzaron el regreso a casa. Les esperaban largos días de viaje. En el camino de vuelta evitaron cruzar por el desierto de la tristeza aunque para ello tuvieran que alargar su viaje unos cuantos días más ya que el anciano Airam se encontraba bastante triste por la muerte del dragón, y en ese estado sería una locura entrar en dicho desierto. Airam se quedó en su ciudad. A medida que pasaban los días iba cambiando su tristeza en alegría, ya que gracias al dragón, a “su dragón”, Joaquín y Judit podrían casarse. Llegaron a quererse tanto los tres que se consideraban de la familia. Él era un abuelo que tenía dos nietos: Joaquín y Judit. Los demás continuaron viaje hasta la capital del reino, donde la princesa y el caballero podrían casarse. Al contrario de lo que pudiera pensarse, el camino se hizo corto. Cuando estaban ya cerca de la capital del reino, Joaquín y Judit pidieron a dos personas que se adelantaran para anunciar su regreso al rey y dar la buena noticia de que la misión de conseguir la escama había sido todo un éxito. Por fin, toda la expedición llegó. El rey les estaba esperando junto a un montón de gente que quería ver a sus familiares que habían ido como parte del viaje. Tras haberse saludado todos pasaron a los interiores del castillo, donde tuvieron tiempo para asearse y descansar un poco. Siguiendo la tradición, al caer el sol se hizo la recepción oficial. Joaquín y Judit se acercaron hasta el trono donde Alfredo I se había vestido con sus mejores galas. El chambelán comenzó la ceremonia con las frases que desde siempre se habían dicho para esta ocasión: 85

—Escuchad todos los presentes. La princesa Judit, hija de su majestad el rey Alfredo I, desea ser escuchada. El silencio se hizo palpable en toda la sala. Judit comenzó a hablar.

—Yo, Judit, princesa del reino, vengo a comunicar mi intención de casarme con Joaquín, caballero al servicio de este reino. Por este acto manifiesto mi amor por él, y le pido que él exprese también su amor. Ella le miró a los ojos y Joaquín comenzó a decir su parte.

—Yo, Joaquín, caballero del reino vengo a comunicar mi intención de casarme con Judit, princesa y heredera al trono. Por este acto manifiesto mi amor por ella. —Judit, Joaquín —dijo el rey— habéis venido aquí para decirnos que os queréis casar. Ya sabéis la tradición del reino, y por lo tanto debéis mostrarnos la prueba de vuestro amor: una escama de dragón que habéis tenido que conseguir los dos juntos. ¿La tenéis? —Sí majestad —contestaron los dos al unísono. —Mostradla a todos —pidió el rey. Judit y Joaquín cogieron la escama cada uno por una punta y la alzaron para que todo el mundo la viera. Mientras lo hacían, los dos sonreían mostrando la felicidad que sentían por estar juntos, por haber llegado al reino con la escama y por poder casarse. El chambelán se acercó a ellos hasta el gran salón del castillo, un colocando todas las escamas que los familia real habían traído como prueba

pidiendo que lo siguieran salón en el cual se iban distintos miembros de la de su amor.

Llegaron a una gran puerta. El Chambelán tocó tres veces la aldaba que colgaba de ella y comenzó a sonar un chirrido. Las bisagras de la puerta hacían ese ruido porque hacía mucho tiempo que no se abrían. Entraron en la habitación, y fueron recorriendo todos los cuadros en los que había una escama: Pedro I y su esposa, Inés I y su esposo, Lourdes I y su esposo, y así hasta llegar a un espa86

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cio que estaba todavía vacío, el espacio reservado para la hija de Alfredo I, Judit y su futuro esposo, Joaquín. Tras haberla colocado en su lugar, el rey declaró que se podían comenzar los preparativos de la boda, y que la misma se celebraría dentro de tres meses, para dar así tiempo a avisar a todos los invitados y preparar todos los salones para dicha celebración. Tres meses después, tal y como había anunciado el rey se celebraba la boda. Una gran cantidad de invitados asistieron a ella, y algunos muy queridos por los novios. Airam tenía un puesto muy especial, ya que la gratitud que Joaquín y Judit sentían hacia él superaba la amistad. Unos días antes había venido también el rey Ursus, que al no poderles hacer un gran regalo decidió hacer él mismo su postre especial para el convite de la boda. También destacaban entre todos los invitados aquellas personas que les habían acompañado en el viaje. Todos ellos eran ahora como una gran familia. Terminó la ceremonia, pasaron al convite y cuando estaba acabando Tamara les pidió permiso para cantar. Ella comenzó y todo el mundo se unió al canto. Era el himno del reino.

De la inhóspita tierra un reino surgió señalando en paz nuevas fronteras cuando la gente llegó. No hubo pelea ni guerra, un acuerdo se pactó. Un nuevo reino en esta tierra de esa forma se creó. Tras esto se entonaba el estribillo:

Habitantes del reino uníos al son cantad con nosotros ésta, nuestra canción. 88

Las demás estrofas decían:

Al primer rey votando se nombró, Pedro primero, el elegido, así se le llamó. Vinieron tiempos duros, porque el reino de la nada se creó, pero poco a poco fuimos avanzando teniendo todos mucho tesón. La hija de Pedro primero fue quien segunda reinó. Igual de bien lo hizo, como su predecesor. Bajo sus mandatos la cosecha floreció, las ciudades crecieron y nueva gente llegó. Todos en hermandad trabajaban, ayudando al nuevo que llegó, la felicidad que se respiraba el reino inundó. Un reino que nació sin guerra, en una familia se transformó, que todos somos hermanos en el reino de Lovandsón. Con esa estrofa se acababa la letra del himno, pero Tamara, fiel a la promesa que les hizo durante el viaje había inventado nuevas estrofas que recogían la aventura y que sólo conocían los que habían participado en la búsqueda del dragón. Ellos se habían puesto de acuerdo para no decir nada y así sorprender a los ya esposos. Para todos fue una sorpresa cuando pensaban que se había acabado y ellos continuaron cantando.

Entre caballero y princesa 89

un profundo amor surgió y una peligrosa misión a ambos se les encomendó. Traed una escama una escama de dragón que así es como marca del reino la tradición Salieron de viaje con mucha ilusión y tras días de viaje Airam apareció. Anciano muy amable que enseguida les contó que hacía mucho tiempo un gran dragón vio. El camino indicaba en un plano que dibujó, montes, praderas, desiertos todo lo que recordó. Llegaron a un desierto, difícil situación ya que para cruzarlo mucho trabajo costó. Al final encontraron con toda la emoción aquello que buscaban: la escama del dragón. Y aquí acaba la historia de cómo Joaquín y Judit consiguieron la escama. Lo que pasó después es otra historia que algún otro día os contaré.

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