CONSULTORIO ATÍPICO Gente inconstante Mis alumnos no son perezosos, pero sí cada vez más inconstantes. Algunos padres no le dan importancia. ¿Es que ser constante ya no sirve hoy? Àngels Comas, Girona NORBERT BILBENY Si el alumno es inconstante, no termina las tareas ni acaba bien el curso. Posiblemente hará lo mismo en la universidad. Yen el mundo laboral: arroja la toalla antes de tiempo y el perjudicado es él. Algunos empresarios se quejan de esa falta de constancia en sus jóvenes directivos, que se aburren y andan dispersos ante planes que exigen paciencia. Y, al revés, algunos empleados se lamentan del actuar zozobrante de su jefe, que parece no creer ni en sí mismo. Pero la constancia no sólo es buena para las actividades. Lo es también para otros órdenes de la vida. La continuidad de la pareja y la estabilidad de la familia dependen fundamentalmente de ella. Al igual que la amistad: si avanza a trompicones o con largos olvidos, desaparece. La inconstancia está, por otra parte, en el meollo mismo del fracaso de nuestros buenos propósitos. Por ejemplo, al abandonar la dieta, el curso de inglés o el plan para dejar de fumar. En un extremo, ser constante es útil también para combatir una enfermedad y los fracasos de la vida. No me haga citar el poema If, de Kipling, sobre el papel del tesón para hacerse "un hombre"; ni el bravucón "Quien resiste, vence", supuesto proverbio español, pero de todas partes, incluido el Tao Te Ching. No se trata de ser tan bravos, sino de recordar el Sant Tornem-hi, San Tesón, que es también universal. Entre tantísimos ejemplos, no me imagino al candidato a un cargo público o a un trofeo deportivo sin esa fuerza tesonera para lograr lo que se propone. Creen firmemente en que "Quien la sigue, la consigue". El prototipo histórico son el héroe, el sabio y el santo ( "La paciencia todo lo alcanza", Teresa de Ávila), a los que podemos añadir hoy la figura del artista y del empresario emprendedor. Pero volvamos a su consulta. No creo que se pueda separar la inconstancia de la pereza. Algo de ésta hay en aquélla. El inconstante no era, pero se vuelve perezoso: se cansa en seguida de las cosas. De esta manera un joven no se prepara para el trabajo y la felicidad. La constancia no es una virtud obrera que ya no sirva en el mundo de la tecnología y del saltarín mando a distancia. Precisamente en un mundo de aparentes alternativas y de reales cambios imprevistos (empleo, papel familiar, reciclajes), la capacidad para la firmeza de nuestras opciones y el perseverar en ellas es una virtud más que aconsejable. Y además de útil, la constancia es buena en sí misma, porque el resto de las virtudes deben contenerla en un grado u otro. Casi todo el mundo que está contento de sí mismo afirma que su
mejor virtud es la tenacidad. ¿Cómo hacer que un niño aprenda a ser constante? Ante todo, menos televisión y juegos con programas mutantes a su antojo. Y después, lo que es deber de los padres, enseñar en positivo. En primer lugar, enseñarle a prestar atención y a concentrarse en las observaciones y los asuntos, a veces por triviales que parezcan. En segundo lugar, transmitirle o despertarle motivaciones para hacer o llegar a ser algo: sin un deseo, una ambición, la constancia se debilita. Tiene que trazarse un plan, vislumbrar un hito. Y, en tercer lugar, hay que exigirle paciencia. La impaciencia no sirve para nada, ni es conservadora ni revolucionaria. La serenidad de esperar en una cola o a que otro niño baje del columpio es tan formativa como una buena película o el jugar juntos.