KANT Y LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD Introducción El presente trabajo intenta explorar los ejes en torno a los cuales se plantea la autonomía de la voluntad en Kant en el contexto de la ilustración, como fundamento de la moral de las personas, en donde la noción de libertad constituye el núcleo fundamental de ese pensamiento moral. Desde la antigüedad en el ámbito de la filosofía moral está presente la idea de que la autonomía se refiere a un acto realizado libremente opuesto a la heteronomía, que implica un obrar motivado por coacciones externas. Durante mucho tiempo la libertad será interpretada como posibilidad de elección entre mandatos divinos y pasiones humanas, de modo que la ley provenía de algo externo al hombre y, por lo tanto, la libertad quedaba restringida a optar entre lo que determinaba la divinidad y los propios deseos. Sin embargo, el término “autonomía de la voluntad”, proveniente del griego, significa literalmente “darse a sí mismo o regirse por normas propias”. Así fue utilizado en la Antigua Grecia en relación con el carácter independiente de las ciudades – estado, ya que cada una se regía por sus propias leyes, y es con este sentido tal como será interpretado en la Modernidad por la teoría ética kantiana. Kant se inscribe en un contexto general en el que el hombre cobra una importancia capital en lo que respecta a la libertad y a la responsabilidad de la propia vida en todos los ámbitos en la que esta se expresa: conocimiento, religión, estado, economía y moral. La fundamentación filosófica kantiana de la moralidad parte de la afirmación de que el hombre tiene dos dimensiones. Por un lado, ligado a la naturaleza en general, de la que forma parte como cualquier otro ser, y en este sentido se rige por las mismas leyes de causalidad. Obligado a obrar por las exigencias de su propio organismo, sentimiento, inclinaciones, llevándolo estos factores a actuar por instinto. Pero por otro lado el hombre es un ser de razón, de libertad y esto es lo que caracteriza a la especie humana. Para Kant toda norma moral que regule las relaciones humanas debe derivarse de la ley denominada imperativa categórica que expresa la obligación de actuar de manera tal que la máxima o norma concreta del obrar de cada persona, en cualquier circunstancia, no contradiga la ley universal. Cada persona debe actuar convencida de que esa es la forma en que querría que los demás obrasen con ella, en una circunstancia semejante. Es así que la autonomía posibilita al hombre su esencia, expresada en su acción personal, como resultado de su deliberación y decisión. Esto es lo que hace del hombre una persona y su dignidad. Ser que se da a sí mismo sus propias leyes y que de acuerdo a ellas se autogobierna, constituyéndose en autor de su propia vida por el ejercicio de la libertad en lo que respecta a determinar lo que considera mejor para sus intereses humanos. El hombre en su condición de ser libre hace de él un valor absoluto. De aquí surge la obligación de respetar al ser humano en su dignidad de persona. No manipularlo como un medio sino se debe favorecer el ejercicio de la autonomía de su voluntad que es su capacidad de decidir sobre su propia vida. Kant y la ilustración La ilustración fue un movimiento que representó la lucha de la razón contra la autoridad. Fue una filosofía militante de crítica a la tradición cultural e institucional. Su propuesta consistió en el uso de la razón para dirigir el progreso de la vida en todos sus aspectos. “Puede decirse que fue una actitud cultural y espiritual, que no solo es de los filósofos en sentido estricto; sino de gran parte de la sociedad de la época en particular de la burguesía y de los intelectuales, pero también de la sociedad mundana en sentido amplio, y hasta de algunos reyes”[1]. La razón era considerada como el órgano típicamente ilustrado que se contrapone a la autoridad y a los prejuicios. Por su parte, la naturaleza se estableció como fundamento del derecho o ley natural, de la religión y de la ética. La naturaleza significa entonces, lo que no es sobrenatural y de manera específica se refiere a la racionalidad del hombre. En función de ella el hombre dirige sus intereses. Se da cuenta de que su realización y su posibilidad de perfeccionamiento provienen de su conocimiento, la posibilidad de liberarse y de dominarla al mismo tiempo. La ilustración tuvo confianza en la perfectibilidad del hombre y su capacidad de progreso hacia una era mejor advirtiendo un estrecho vínculo entre saber y poder; autonomía y libertad de pensamiento; filosofía y política. Kant fue el máximo exponente de la ilustración en donde conceptos como el de progreso en la historia y una moral basada en la racionalidad común a todos los hombres fueron sus pilares sustanciales. Kant entendió a la ilustración como “la liberación del hombre de su culpable incapacidad”[2], es decir, liberarse de su imposibilidad de utilizar la inteligencia por falta de decisión y valor. Para esa ilustración dice, se requiere hacer uso público de la razón íntegramente en forma libre[3] rechazando la pereza, la comodidad, la cobardía que brinda la posibilidad que otro conduzca. Hay razones que impiden que el hombre adquiera su “mayoría de edad”, impidiendo el uso de su libre razón. El libre pensamiento posibilita al hombre racional lograr su dignidad humana como motor del mejoramiento de la vida y del progreso de la historia. En “Idea de una Historia universal en sentido cosmopolita”[4] Kant señala que el hombre actúa libre voluntariamente, no imaginando que tanto él como los mismos pueblos al perseguir sus propósitos, siguen como hilo conductor la intención de la naturaleza, que ellos ignoran.
Destaca además, la necesidad de los ciudadanos que como seres racionales deben llegar a la perfección de su desarrollo superando su conflicto de insociable sociabilidad. Sostiene que el hombre posee una inclinación a entrar en la sociedad
porque en ese estado se siente como tal. Pero por otro lado, este hombre al que se refiere, también tiene una tendencia al aislamiento por querer disponer de todo, haciendo lo que le plazca. Esta tensión que se genera la llama resistencia siendo la que despierta en el ser humano, la fuerza que lo llevará a intentar lograr poder, honores o bienes. En esta instancia, transcurren los primeros pasos de la cultura, que se traducen en el valor social del hombre, desarrollando su talento y su gusto. Kant admiró a Rousseau descubriendo en sus escritos su lucha contra la tiranía de los poderosos y de la norma establecida por éste, como así también contra esa moral que beneficiaba sólo a unos pocos; proponiendo por ello, un retorno del hombre, a la naturaleza, a su ley y al orden. En la novela el Emilio de Rousseau aparece el modelo de educación que pretende para ese hombre kantiano, el que mediante una continua ilustración transformará su disposición natural. En él la educación se alía a la naturaleza, a través de la cual, se realiza un proceso de socialización del niño que tiene como principio la evolución y las necesidades de éste. El modelo pedagógico es un modelo simbólico que se propone como metáfora, partiendo de una realidad para ofrecer una alternativa, un “ deber ser” al que el hombre podría aproximarse sobre todo cuando ese “deber ser” coincide en un sentido profundo con lo que es la naturaleza humana: un desarrollo paulatino de las posibilidades del hombre. El modelo del Emilio apunta a un hombre libre e independiente del juicio al tiempo razonable dispuesto a someterse a la necesidad de las cosas pero no a la arbitrariedad de los hombres. Propone un retorno a la naturaleza en la que todos puedan encontrar de nuevo la libertad perdida por las dificultades de una sociedad artificial. Pero Kant en ese retorno a la naturaleza encuentra, más que el sentimentalismo de lo primitivo, un llamado a la ley. El compromiso y responsabilidad de una razón ilustrada es entonces, salvaguardar la autonomía y la libertad de pensar de las personas frente a la manipulación del poder cuyo interés es mantener al pueblo en la minoría de edad y evitar de esa manera, cualquier despotismo que Kant llamó “el cementerio de la libertad”. De allí la exigencia de no dejarse llevar sino por la propia razón, pensar por sí mismo como imperativo moral indeclinable, constituyendo de este modo la ley cuya valoración efectiva se encuentra en la conducta humana. Algunos antecedentes históricos sobre el concepto de voluntad Aristóteles sentó los fundamentos de la actitud filosófica respecto de la voluntad. Este sostiene que todos los asuntos que pueden ser o no, que se han producido o no, son por casualidad accidentales o contingentes según la tradición latina. Nada hay más contingente que los actos de la voluntad. Una voluntad que no sea libre es una contradicción en los propios términos. Admite una excepción a esta regla a saber, el producir o fabricar, de acuerdo con el ejemplo aristotélico, el artesano que construye una esfera de bronce unifica materia y forma, bronce y círculo y produce un objeto nuevo que será agregado a un mundo constituido por cosas fabricadas por los hombres y por cosas que han llegado a tener una existencia independiente de los actos humanos. El producto de la industria humana ese compuesto de materia y forma pre-existía en la mente del artesano, no puede salir de la nada. Tal concepción se deriva del modo de ser de la naturaleza de las cosas vivas donde todo lo que hace su aparición crece a partir de algo que contiene ya potencialmente el producto acabado. Esta idea, según la cual una potencialidad debe anteceder a todo lo real como una de sus causas, considera al futuro como causa del pasado. Los griegos carecían de una palabra para designar lo que se considera la fuente originaria de la acción. Dice Hanna Arendt, que Aristóteles no habla ni de libertad ni de libre voluntad. Los griegos no disponían de la noción de la facultad de la voluntad. Cuando la creencia judeocristiana se convirtió en un dogma filosófico de un comienzo divino “en un principio Dios creó los cielos y la tierra”, la voluntad es denunciada como una ilusión hasta que fue cediendo el reconocimiento de la voluntad como una facultad espiritual autónoma. La filosofía cristiana rompe con el concepto cíclico del tiempo de los antiguos, así como con su noción del eterno retorno. La voluntad y la libertad fueron descubiertas por primera vez por Pablo de Tarso. El origen histórico está en la teología, en el marco del pensamiento precristiano, en el yo puedo. La libertad era un estado objetivo del cuerpo y no un datum de la conciencia o del espíritu. La libertad básica era entendida como libertad de movimiento. Una persona era libre si podía moverse como gustase. “El criterio era el yo puedo y no el yo quiero.” La edad moderna y la voluntad El concepto fundamental, de la edad moderna fue la idea de progreso, la fuerza que rige la historia humana, puso un acento sin precedentes en el futuro. Sin embargo la influencia del pensamiento medieval se hizo notar durante los siglos XVI y XVII y la desconfianza hacia la voluntad libre era tan grande que hubo que esperar hasta la última etapa de la edad moderna para que la voluntad empezara a sustituir a la razón como la facultad espiritual humana más elevada, tan grande era en palabras de Kant el desconcierto de la razón especulativa al enfrentarse con la cuestión de la libertad de la voluntad. Esto sucede después de Kant, a principios del siglo XIX, cuando se puso de moda hacer equivaler la voluntad y el ser. La voluntad como fundamento de la realidad con poder sobre la razón y la sensibilidad, términos cuya oposición de dos necesidades, verdad y pasión, originan la libertad.
Toda filosofía de la voluntad nace del yo pensante y no del yo volente. Aunque siempre es el mismo espíritu quien piensa y quiere. La voluntad es sospechosa de ser una mera ilusión un fantasma de la conciencia, una especie de engaño inherente a la propia estructura de la conciencia. Spinoza sostiene que lo hombres creen ser libres sólo porque son conscientes de sus
acciones e ignorantes de las causas que las determinan. De esta forma los hombres son subjetivamente libres y objetivamente están sujetos a la necesidad, Según Hobbes “Libertad y necesidad son coherentes, como por ejemplo ocurre con el agua, que no sólo tiene libertad, sino necesidad de ir bajando por el canal. Lo mismo sucede en las acciones que voluntariamente realizan los hombres, las cuales, como proceden de su voluntad, proceden de la libertad e, incluso como cada acto de la voluntad humana (...) proceden de alguna causa, y ésta de otra, en una continua cadena (...) proceden de la necesidad. Así que quien pueda advertir la conexión de aquellas causas le resultará manifiesta la necesidad de todas las acciones voluntarias del hombre”[5]. La noción de una voluntad no libre es una contradicción en los propios términos Porque si es necesario que quiera de dónde puede proceder su querer si no tiene voluntad?... Nuestra voluntad, no sería nuestra si no estuviese en nuestro poder y por eso es libre. La voluntad y la libertad son una misma cosa. Para Kant el concepto de una moralidad pura equivale a una buena voluntad. La buena voluntad tiene un valor intrínseco absoluto que es el valor moral supremo necesario para hacernos dignos de felicidad. Se distingue por ser lo único bueno sin restricción. Esta voluntad no reside sólo en el mero querer sino que está condicionada por lo bueno, condición que imprime la razón. En el hombre kantiano se revela la coincidencia entre su ética y el conjunto de los valores esenciales que caracteriza al hombre preindustrial que dominaba la Prusia oriental donde nació este autor. Esta cultura se asienta principalmente en la buena fe en acuerdos y contratos y en la importancia de la palabra dada. Para Marx en La Ideología alemana, cabría preguntarse si todo el enfoque hacia el respeto que muestra esta ética no es en realidad un reflejo de las mutuas relaciones de desconfianza entre individuos, característicos de la moral de las sociedades preindustriales. Podemos decir entonces que para Kant, la razón exige en la moral que lo bueno se corresponda con un buen obrar. Es decir con una ley para la voluntad que funcione como máxima de elección, para la cual la libertad es su condición necesaria. La ética kantiana y la autonomía de la voluntad La ética kantiana se ocupa de establecer una valoración efectiva de la conducta humana en donde traza preceptos formales de la “razón práctica”. Su fundamentación filosófica de la moralidad parte de la afirmación que el hombre tiene dos dimensiones. Por un lado, ligado a la naturaleza en general, formando parte de esta y en este sentido, rigiéndose por las mismas leyes de causalidad. Obligado a actuar por las exigencias de sus propias inclinaciones llevándolo a obrar por instinto. Pero por otro lado, el hombre es un ser de razón, de libertad, característica de la especie humana en donde la autonomía de la voluntad constituye el principio supremo de la moralidad. “La autonomía de la voluntad es la constitución de la voluntad por la cual ella es para sí misma una ley –independientemente de cómo estén constituidos los objetos del querer-“[6]. El concepto de una buena voluntad equivale a una moralidad pura. Esta moralidad pura se basa en la conciencia del deber, del sentimiento de respeto que esa conciencia y del valor moral que se utiliza como criterio de las acciones desinteresadas. La buena voluntad es el requisito por otro lado de hacernos dignos de la felicidad. Se distingue por ser lo “único bueno sin restricción” que goza de la unanimidad de la razón. El valor de la buena voluntad recae no solo en el mero querer, además no puede ser malo y esa condición puede imprimirla la razón de cuya mano está hacer que las máximas o disposiciones de este querer no se contradigan en sí mismas y puedan, así ser válidas igualmente como blasones de la imparcialidad en la moral, para el respeto de los sujetos que quieren y razonan también. Si por algo, finalmente, ha de ser juzgado el hombre, es únicamente por dicho querer imparcial o buena voluntad. Existe un concepto fundamental considerado un principio supremo, que es el imperativo categórico, conforme al cual el hombre debe obrar de modo que las máximas de su conducta puedan convertirse en ley universal. Es una ley de la razón práctica “obra de modo que la máxima de tu voluntad pueda valer, al mismo tiempo, como ley universal”. Esta ley moral está vinculada a su vez, con varios principios necesarios o postulados. El primero es el de la libertad de la voluntad humana. Si el hombre no fuera libre de escuchar la voz de la ley moral, carecería de todo fundamento y sentido. El hombre no puede esperar alcanzar que el ideal moral y la felicidad puedan ser alcanzados en el curso de su propia existencia. De aquí se deduce el segundo postulado, la necesidad de suponer la inmortalidad del alma, la posibilidad de recompensas y castigos después de la muerte situando en el más allá de esta buena voluntad, la armonía entre ella y las necesidades y los impulsos de los individuos. El tercer principio, se refiere a la garantía de una justa recompensa en el más allá que supone la existencia de una causa suprema del sumo bien. Este principio supremo es Dios. La religión podríamos decir entonces, está afirmada por la “razón práctica”. Otro de sus conceptos fundamentales es el de concebir al hombre como fin, nunca como medio. Aquí aparece la idea kantiana de respetar toda voluntad racional como un fin en sí mismo y de no tratarla como un mero medio. Esto implica admitir que la voluntad es autónoma. Es decir, que la voluntad se da a sí misma la ley a la cual obedece. Ahora bien, si el imperativo categórico contiene en si la idea de la autonomía de la voluntad, es evidente que tal imperativo puede formularse de tal modo que exprese tal autonomía.
Por eso Kant formula también de este modo el imperativo categórico “no obrar nunca sino según una máxima que pueda ser sin contradicción, ley universal, y, por lo tanto, obrar siempre de tal modo que la voluntad pueda considerarse a sí misma como hacedora de la ley universal mediante su máxima”[7]. La voluntad racional es considerada como fuente de derecho, hacedora de ley universal, pues crea y es fuente en sí, de sus propias leyes morales. Además los imperativos categóricos de la voluntad, son incondicionados pues mueven a la voluntad por deber.
“Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda ser siempre valida como principio productor de ley universal”. Este principio no deriva de la experiencia y constituye la condición que limita la libertad de las acciones de los hombres. Se origina en la razón pura. El fundamento de toda legislación práctica se encuentra en la regla y en aquella forma de universalidad que la capacita para ser una ley. La voluntad se considera autolegisladora, porque se somete a la ley de la que ella misma es autora. Según Kant, la voluntad racional implica obligación moral en donde se auto- obliga. Estaríamos en este caso, ante una proposición sintética a priori del conocimiento práctico o moral, no del ámbito del conocimiento teórico. Kant, sostiene que mientras éstas amplían nuestro saber sobre la realidad y nos permiten explicar porque existen juicios a priori en las ciencias; en el ámbito de la moral únicamente se orientan a la acción práctica y, por ello, habla de proposiciones prácticas sintéticas que, a su vez, son a priori pues funcionan independientemente de los intereses e inclinaciones de carácter empírico. Las proposiciones sintéticas a priori en el ámbito de la moral son posibles por la existencia de un tercer término que es la idea de libertad que posibilita la conexión entre la voluntad y el deber y que, al mismo tiempo, explica la existencia de los juicios sintéticos a priori de tipo práctico que es lo que posibilita a su vez la autonomía. Pues bien, es la idea inteligible de libertad la condición de posibilidad de los imperativos categóricos. Y es que no podríamos obrar moralmente, por deber, más que a condición de que postulemos la idea de libertad. La obligación, el deber, implican necesariamente la existencia de la libertad de obedecer o no la ley moral. Excluyamos, afirma Kant, la idea de libertad y el imperativo categórico no tendría ningún sentido ya que su fundamento no sería inteligible (nouménico) sino sensible, es decir, fenoménico. Entonces, si el imperativo categórico es universal y necesario, es decir, sintético a priori, se debe a que existe la libertad en el ser humano de actuar por deber. Ahora bien, la idea de libertad es un postulado que no puede demostrar su existencia. Sin embargo es una condición necesaria para todo aquel que actúe por deber. La idea de libertad, según Kant, sitúa al hombre como un ser perteneciente a dos mundos: como ser perteneciente al mundo sensible, el hombre se encuentra sometido a las leyes naturales y, por ello, no es libre; como ser perteneciente al mundo inteligible (ser con razón práctica) se encuentra sometido a leyes racionales que no están regidas ni por la causalidad ni por la necesidad física. Por todo ello afirma lo siguiente: “Los imperativos categóricos son posibles porque la idea de libertad me convierte en un miembro de un mundo inteligible...de tal modo que si yo no fuera más que eso, todas mis acciones serían siempre conformes a la autonomía de la voluntad; pero como, al mismo tiempo, me intuyo como miembro del mundo sensible, la realidad es que mis acciones deben ser así. Y este deber implica una proposición sintética a priori”. También se puede discernir la necesidad de ese presupuesto....suficiente para dar validez a tal imperativo y, por lo tanto, a la ley moral. Ahora bien, ninguna razón humana puede discernir como es posible este presupuesto mismo, es decir, no podemos demostrar la libertad en sentido positivo y no podemos demostrar tampoco teóricamente el imperativo categórico. Lo único que podemos hacer es indicar la condición que hace posible su existencia. Y es que solo suponiendo que la voluntad es libre, podemos fundar su autonomía como una condición necesaria. Conclusión En Kant la historia forma parte de la naturaleza. El sujeto de la historia es la especie humana. Lo que importa es el plan de la naturaleza que originó el progreso y desarrollo de las especies. El hombre abandona su estado cándido y seguro de su infancia. Este es el inicio de la historia, su proceso es el progreso y el resultado que a veces se llama cultura y otras, libertad tratando de propiciar la sociabilidad, en tanto que objetivo principal del destino humano. Ese progreso surge de la tensión producida en el hombre de su inclinación natural a asociarse y en virtud de la hostilidad que le es propia, a oponerse unos a otros por su propia inclinación. Kant coincide con el modelo pedagógico del Emilio de Rousseau en la formación de un hombre libre e independiente del juicio, al tiempo razonable dispuesto a someterse a la necesidad de las cosas pero no a la arbitrariedad de los hombres. Proponiendo también un retorno a la naturaleza en la que todos puedan encontrar de nuevo la libertad perdida por las dificultades de una sociedad artificial, salvaguardando la autonomía y la libertad de pensar de las personas frente a la manipulación del poder. Sostuvo que el hombre de acuerdo a su necesidad actúa en un sentido y libremente en otro. Obra por su necesidad como otro ser de la naturaleza y por ello se halla subordinado a la necesidad que impera en el mundo de los fenómenos. Pero a su vez, este hombre es un ser moral, un sujeto de conciencia moral, perteneciendo por ello, al mundo de las cosas en sí, inteligibles y en este sentido el hombre es considerado libre. Describió su ética, basado en la idea de que la razón es la autoridad última de la moral, afirmando que los actos han de ser emprendidos desde un sentido del deber que dicte la razón. Es así que el imperativo categórico se constituye en la base de la moral. “Obra como si la máxima de tu acción pudiera ser erigida, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza”. Sus ideas éticas son el resultado de su creencia en la libertad del individuo. Libertad del gobierno de sí mismo, libertad para obedecer las leyes del universo como son reveladas por la razón.
Algunos autores como Adorno, consideran que la razón a la que se refiere Kant, más que práctica es una razón contemplativa. Alude a la imposibilidad de determinar en el individuo la incidencia real del componente irracional de la voluntad aun en los casos en que se actúe bien por deber y no por inclinación o por necesidad, haciendo que la moralidad, de alguna manera como la libertad que ella misma hace suponer, en el ejercicio de la autonomía de su voluntad, no sean claras, con lo cual la obligación de pensarla, se convertiría en una cuestión de fe.
Y si consideramos que la razón es un producto que expresa tanto fuerzas como relaciones de poder psíquicas que a su vez están pautadas por fuerzas y relaciones de poder sociales, el hombre se constituiría entonces, en el resultado de ese entrecruzamiento de fuerzas cuestionando así el concepto de autonomía de la voluntad de las personas. Sin embargo, el término “autonomía de la voluntad”, proveniente del griego, significa literalmente “darse a sí mismo o regise por normas propias”. Así fue utilizado en la Antigua Grecia en relación con el carácter independiente de las ciudades – estado, y es con este sentido tal como será interpretado en la Modernidad por la teoría ética kantiana.
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