Julio Calvo. Las Palabras Encantadas

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LAS PALABRAS

ENCANTADAS: REFLEXIONES SOBRE UN DICCIONARIO DE PERUANISMOS

B. APL, 44. 2007 (107-125)

LAS PALABRAS ENCANTADAS: REFLEXIONES SOBRE UN DICCIONARIO DE PERUANISMOS * Julio Calvo Pérez

Es para mi un honor —lo que digo no es por más tópico menos real— comparecer ante ustedes hoy, en este día que corta al año en dos mitades para decirles, en primer lugar, que yo mismo soy de algún modo como el día en que vivimos: un lingüista en dos partes iguales, la que se orienta hacia mi tierra y mis investigaciones en el marco de la Universitat de València (España) y la que se enraíza en esta vuestra tierra a la que llevo entregados, con dedicación casi exclusiva, los cuatro últimos lustros de mi vida. Aprendiz allí y aun más aprendiz acá, les doy sinceramente las gracias por haberme otorgado su confianza, por haberme abierto de par en par las puertas de su casa y haberme acogido en ella, por depositar en mí una parte de responsabilidad en la conducción de la palabra peruana a buen puerto, siendo, empero, que la riqueza del castellano hablado en el Perú no tiene límites, siendo sus novelistas, poetas y ensayistas de tan altísimo nivel literario en el conjunto del español, siendo su tradición tan rica y variada y siendo al mismo tiempo en fin tan poca la capacidad de emulación y réplica que yo pueda desarrollar ante tamaña valía. Esta misma casa, desde su fundación por D. Ricardo Palma el 5 de mayo de 1887 hasta el día de la fecha, ha contado con tan egregias figuras de las letras peruanas que me siento *

Discurso de su incorporación como académico correspondiente, en sesión pública del 30 de junio de 2007.

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anonadado, verdaderamente liliputiense, ante su gigantesca presencia o su imborrable recuerdo. Mas en lo que soy me ofrezco y con lo que puedo coadyuvo. Estoy desde hace tiempo a entera disposición de ustedes. Y paso al tema de mi reflexión. ¿Creen ustedes que el diccionario es, ilustres colegas, un cementerio de las palabras, como aseguró mi preclaro tocayo argentino, Julio Cortázar? Puede que lo sea: los términos que ganaron su puesto en él, las frases hechas que acogió el libro de las palabras en su factura de mamotreto en el pasado y que se hallan en él inmersas, adheridas como lapas, han podido quedar obsoletas y están ahí todavía. Incluso esos refranes, que los lexicólogos actuales rechazan del lexicón y que gustaban a nuestras abuelas... siguen acudiendo pertinaces, erre que erre, a nuestra retina… Tal vez más que ensambladas a la materia lingüística, las palabras terminen siendo pura sustancia, algo así «como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca», que dijo unos de mis poetas preferidos, Vicente Aleixandre, en su poema En la plaza. A las palabras —y los académicos de la lengua que velan por ellas lo saben muy bien—, no podemos prohijarlas porque sí, a las primeras de cambio, con el oportunismo del que introduce la mano en el agua turbia y extrae cualquier pescado de ella. Las palabras que entran en el diccionario tenemos que confirmar que estén «bien cocidas» como aconseja el lingüista Guillermo Rojo, colega de la RAE, al igual que aquellos que con su pulso y su ecuanimidad, con su experiencia y hondura, las proponen y renombran, las delimitan y perfilan, las sitúan y acomodan en un conjunto orgánico en el que como en una película, cada plano se limita con el otro plano y cada secuencia con cada secuencia, hasta constituir un todo articulado. Al mismo tiempo, al ser las cosas así como las describo, el que se acerca a la obra magna que es, sin duda, cualquier calepino tiene que estar hecho de una pasta especial para vencer el componente tedioso que cerca su estructura, para superar el prejuicio de su inutilidad o vacuidad, para vencer la suficiencia individual de hablantes competentes que reconocía Pablo Neruda: 108

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LOMO de buey, pesado cargador, sistemático libro espeso: de joven te ignoré, me vistió la suficiencia y me creí repleto, y orondo como un melancólico sapo..., y caer, después, en aquella fascinación que cantó el renombrado poeta chileno en su conocida Oda al diccionario, al principal repertorio de palabras, recién referida. Sigue el autor: El Diccionario, viejo y pesado, con su chaquetón de pellejo gastado, se quedó silencioso sin mostrar sus probetas. Pero un día, después de haberlo usado y desusado, después de declararlo inútil y anacrónico camello, cuando por largos meses, sin protesta, me sirvió de sillón y de almohada, se rebeló y plantándose en mi puerta creció, movió sus hojas y sus nidos, movió la elevación de su follaje... No todo el que necesita bucear entre las cerezas enzarzadas de las voces siente la magia austral del que había nacido poeta. Por eso el B. APL, 44(44), 2007

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diccionario tiene tan pocos adictos, porque es extremadamente difícil rascar su superficie para encontrar el brillo bajo sus óxidos, porque los vocablos definidos, unos debajo de otros, les son supuestamente ajenos entre sí. Sí, me dirán ustedes, casi nadie podrá leer a fondo a Don Ricardo Palma sin 1 un diccionario al lado: zalagardas, capigorrón, famulicio, chirinola… son palabras al azar de su Tradiciones Peruanas (en «La Conspiración de saya y manto / Una excomunión famosa»). Ni se podrá comprender a José María Arguedas sin conocimientos de quechua: los k’oñanis, el layk’a, la wakawak’ra, las k’eullas y los lek’les [que] «revoloteaban gritando en el cielo» (como dice el autor en Yawar fiesta, 112-113)2. Por eso: Diccionario, no eres tumba, sepulcro, féretro, túmulo, mausoleo, sino preservación, fuego escondido, plantación de rubíes, perpetuidad viviente de la esencia, granero del idioma. He aquí, pues, la primera conclusión de esta laudatio al glosario de nuestras penas y glorias, que crece en nuestra puerta, encarnado en mí en aquel primer gran libro que tuve y que compré sin dinero: incluso con sus defectos y sus posibles momias, nuestro diccionario, un diccionario de peruanismos, es muy necesario. E inaplazable. Pero, ahora de modo más circunspecto —quiero decir más técnicamente— hemos de preguntarnos por el objeto de nuestro estudio: ¿qué es un peruanismo? Decir que un peruanismo es una palabra del Perú es decir bien poca cosa. O tal vez sea decir demasiado. Las palabras del Perú se expresan en siete docenas de lenguas diferentes: hay palabras 1 2

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‘Escaramuzas’, ‘ocioso, vagabundo’, ‘servidumbre de la casa’ y ‘reyerta, pendencia’. Qhuñani ‘mocoso, laiqa ‘brujo’, waka waqra ‘trompeta {de cuerno}’, qillwa (= qiwlla) ‘gaviota’, liqlis ‘avefría’.

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quechuas y aimaras, palabras shipibas y aguarunas, palabras asháninkas y machiguengas y hasta palabras secoyas. Las palabras en Perú, parafraseando a Miguel Hernández, el poeta alicantino, «cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas» como los ruiseñores del malhadado poeta, que así declamando esperaba a la muerte, tal vez como esos mismos idiomas, seguramente también como esas palabras desusadas que pueblan el diccionario, pero que son la madre del vino joven, su solera. Una manera más de que no mueran es inmortalizarlas en el diccionario. El español, afortunadamente para nuestra Academia y para todas y cada una de las veintidós academias y los cuatrocientos millones de hablantes a los que estas representan, es una lengua fuerte, en expansión, una lengua internacional con peso global y globalizante, a diferencia del quechua, por ejemplo, que habiéndolo sido otrora es hoy una lengua internacional lamentablemente fragmental y fragmentable. Aún así, la lengua de los valles templados tiene mucho que ver con nuestros objetivos, mucho. Si —para nosotros— peruanismo es cualquier palabra del español hablado en Perú en el sentido más general y lato, peruanismo es sobre todo, en el más estricto y particular, toda aquella palabra ya castellana que tiene que ver directamente con la lengua del imperio inca, de donde proviene, que irradió desde aquí como préstamo, desde aquellas míticas pacarinas, a media América: carpa y chacra, pampa y polla (que por cierto viene de PUKLLAY ‘jugar’). Y se extendió al mundo: papa, inca , cóndor, llama. Entre esos dos límites se mueve nuestro repertorio: El DP —diccionario de peruanismos— que la APL, esta casa de Osambela, está dispuesta, con el ánimo de todos, a elaborar, será el granero de nuestro idioma, la pirwa, la qullqa y el taqi; es decir: despensa, almacén y silo. Constará de sepulcros blanqueados y de vagidos de vida –vagido llamó Menéndez Pidal a la primera palabra española nacida en los límites del latín en La Rioja, en San Millán de Suso. Se servirá de palabras propias y menos propias, porque no es posible trazar una isoglosa que coincida fielmente con una frontera política. ¿O acaso muchas palabras de Piura no se utilizan también al sur de Ecuador, en Puerto Bolívar, Zamora o Loja? ¿Y las palabras de Puno no son a su vez palabras vertebradas, goznes y charnelas de los dos horizontes administrativos que articulan desde su atalaya? ¿Dónde está el límite, sino en las limitaciones de nuestra labor? B. APL, 44(44), 2007

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En el proyecto léxico que apenas he esbozado en un escrito y que está ya en manos de nuestro Presidente, los peruanismos en sentido todavía estricto se caracterizan así; cito: «Las palabras del diccionario serán peruanismos reconocidos y por tanto el DP no recogerá aquellas palabras de significado uniforme en todo el ámbito hispánico; palabras como y, nada, ejemplo, construcción, subir no tendrán cabida inicialmente en el diccionario de peruanismos, por más que sean igualmente peruanas; podrían tenerla solamente en aquellos casos en que el Perú presenta acepciones propias para ellas; por ejemplo: damisela tendrá entrada en la acepción «vulg.» de ‘mozo de maleta’, pero no necesariamente en la de ‘moza {que presume de dama}’, que es panhispánica. Una palabra que no sea panhispanismo puede ser panamericanismo. Entonces cabe distinguir dos presupuestos: 1. que la palabra provenga de otro lugar de este u otro continente y sea la misma que en otros muchos lugares: caso de tomate o plata ‘dinero’ o 2. que se haya extendido a otros lugares, pero parta de Perú: caso de chacra ‘parcela’. La decisión debe ir en la línea de que se introduzca solamente en el segundo supuesto. Pasada la primera edición, se podrá evaluar mejor qué hacer en los demás casos. Una palabra puede ser panamericanismo, pero quedar reducida a un ámbito peruano o próximo al del Perú: el caso de chicha ‘bebida {alcohólica de maíz}’, palabra de procedencia chibcha que entró al Perú en detrimento de azua (o asua). En estos casos se deberá decidir qué hacer en coordinación con las Academias de los países vecinos, sobre todo por lo que a las lenguas andinas se refiere: Colombia, Ecuador, Chile, Argentina, Bolivia...» Mi opinión es la de que estas palabras se incorporen. ¿Es suficiente? ¿O hemos de abrir un fructífero debate para centrar más el problema? La experiencia demuestra —y yo ya llevo quince años haciendo lexicografía— que las acotaciones previas orientan mucho, pero 112

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son infructuosas para tratar los lexemas fronterizos, de modo que habrá que proceder con cautela y debatir en cada caso. Yo diría, con un dicho popular, de mi abuela, que «más vale que sobre que no que falte» y con otro de mi madre que «por mucho pan nunca es mal año». Así que hay que renunciar a un refrán opuesto —y cobarde—, aquel que invita a que «por miedo a los gorriones no se siembren cañamones». O sea, y si lo prefieren, señoras y señores: in dubio pro reo. Y aquí entran en liza todas las palabras. Hay otra cuestión relevante que no debe pasar desapercibida. El trabajo que nos espera es arduo y difícil, pero la sociedad nos lo agradecerá en su medida. Y cuesta: cuesta quebradura de cascos y necesita dinero: ¿Qué patrocinador, entonces? Cuantos más, mejor. Y la obra es delicada y requiere el primor de los tórculos: ¿Qué editor, pues? Aquí en Lima tenemos al mejor del mundo, al Rvdo. Padre Johan Leuridan. Además, tenemos la compensación de que la nuestra es una hermosa tarea. Sigue Neruda: Y es hermoso recoger en tus filas la palabra de estirpe, la severa y olvidada sentencia, hija de España, endurecida como reja de arado, fija en su límite de anticuada herramienta, preservada con su hermosura exacta y su dureza de medalla.

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O la otra palabra que allí vimos perdida entre renglones y que de pronto se hizo sabrosa y lisa en nuestra boca como una almendra o tierna como un higo. Claro. Hay palabras de dos clases. De muchas clases, pero me concentro en dos en este punto. La palabra antigua –no anticuada–, la palabra aljofifada con el mejor paño, depurada cual metal precioso, alquitarada en los mejores alambiques y acrisolada en el crisol inequívoco del tiempo (en el CH’UYANCHAY quechua). Luego la palabra moderna, saltarina, cambiante y tal vez efímera: estar misio y calato, estar arrancado, pelado y quebrado, estar aguja y agujita —los ecuatorianos están chiros. Se trata de la palabra joven, escurridiza como agua jabonosa, que nos viene al oído de improviso y nos enajena, que aunque expertos, se nos resiste a la definición a falta de contexto. A su grupo pertenecen jergas y argots —no quiero decir slang impronunciable—: es la palabra de replana y, por supuesto, esas acumulaciones léxicas que juzgamos tan innecesarias, pero al mismo tiempo tan divertidas en todas las lenguas: azotea, calabaza, collota ¶, maceta, mate ¶, perola, tutuma ¶ (metáforas de «cabeza», algunas españolas, otras peruanas); o para «amigo» como causa (< q. KAWSAY ‘vivir’, que se cruza con esp. CAUSAR), chochera (< CHOCHO), pata (como si fuera una pierna inseparable respecto de la otra pierna), yunta (‘conjunto de dos animales que aran la tierra juntos’), cuando no argolla, broder, cáusula, compadre, copiloto, parner (otro anglicismo < ingl. PARTNER ‘compañero’), primo, etc. Hemos de tener cuidado con ellas, hay que darles una oportunidad sin dársela; tal vez haya que citarlas en algún lugar sin definirlas u otorgarles un tono menor para no llamar a engaño a nadie mientras no estén consolidadas. Ya tenemos los cuatro suyos encarados: palabra vieja y palabra joven, palabra inequívocamente peruana y palabra peruana en diverso grado compartida. ¡Qué Dios nos coja confesados! Y, sin embargo, lo más grave 114

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no es eso. Se nos aproximan tiempos de macroestructura y de microestructura, de nomenclatura. Veamos un ejemplo, voluntariamente controvertido: SACALAGUA: Etimología: (q. SALLQA / SAKQHAY (esp. SACAR + / LAWA / Esp. SACA EL AGUA) /Semántica: /Humano/. Dialectología:___ (señalando los lugares de uso) ___ 1. m/f. («coloq.»). Persona {de raza negra, de piel clara y ojos azules,3 por mezcla de razas} Ej.: ... y por último, el pueblo burlón y alegre, la simiente del futuro indoamericanismo, el inga y el mandinga, el cholo y el zambo, el sacalagua y el saltatrás en su jolgorio y su pobreza (Felipe Cossío del Pomar, Arte del Perú Colonial, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, pág. 209). («pey.»): Guerrero afana buenas flacas pero al menos el sacalagua tiene buen gusto <www.elbocon.com.pe/>. 2. adj. amb. De color negro {claro}. Ej.: Somos un cholo, un chino y un zambito sacalagua como yo . 3. Gent.: («fig.») Natural {de Lima}. Palabras afines: 1 / 2. Negro, zambo, mulato, moreno, trigueño, cuarterón, quinterón, chino, prieto, afro, morocho.4

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Dudamos si verdes o azules, que opiniones hay de todas. Por ejemplo: «El o la sacalagua es blanco, rubio y de ojos azules; pero … viene el argos criollo y descubre que en lo blanco hay algo de mestizo y como de sucio; en lo azul algo como de aguado, y en lo rubio un algo y hasta tres muchos de pasudo, y dice sacalagua. Algunos pretenden que, etimológicamente, quiere decir esto: Saca el agua del bautismo y se verá que no eres sino mezclado», como sugestivamente lo recuerda el escritor Alberto Tauro del Pino, citando al celebrado filólogo Pedro Paz-Soldán y Unanue.» <www.gratisweb.com/ drsalomonh/paginas /prologo.html > Raúl Maseru (<www.torontohispano.com/>) señala un grupo mayor de términos en este campo semántico:

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Limeño, mazamorrero.

Palabras derivadas: ____(si se forman)__________ Aspectos sintácticos: ___(si fuera preciso destacarlos)_________ Aspectos históricos o culturales: __(según lo etnófilos que seamos y si conviene destacar su existencia) __________________ Documentación: Álvarez Vita, Calvo Pérez, Ugarte Chamorro... La palabra se documenta por primera vez en el año _(si ayudan las fuentes) _

¿Podríamos establecer la planta del DP con este criterio? Ahí en las palabras afines o en los aspectos históricos y culturales podríamos plasmar esas palabras fugaces que nos desprestigiarían de introducirlas a las primeras de cambio y que, sin embargo, son testigos de nuestra época. Estudiemos esto, por favor, que es muy importante. Perú nos pide soluciones - CHOLO: al hijo de blanco e india. - MULATO: al hijo de blanco y negra. - MORENO: al mulato con facciones y color tirando a negro. - SACALAGUA: al mulato de piel clara, cabello castaño y ensortijado, ojos claros, pero claras facciones de ascendencia negra. - ZAMBO: al hijo de negro e india. - ZAMBAIGO: al hijo de chino e india. - TERCERON: al hijo de blanco y mulata. - CUARTERON: al hijo de blanco y mestizo. - QUINTERON: al hijo de blanco y cuarterón. - REQUINTERON: al hijo de blanco y quinterón. - OCHAVON: al hijo de blanca y cuarterón. - RELLOLLO: a la segunda generación de negro nacido en América. - MUCAMUCA: al hijo de chino y zamba. - SALTAPATRAS: al hijo de tercerón y mulata. - TORNATRAS: al hijo de mulato y mestiza. - TENTENELAIRE: al hijo de cuarterón y mulata. - NOTENTIENDO: al hijo de tentenelaire y mulata. - LOBO: al hijo de indio y tornatrás. - CALPAMULATO: al hijo de zambaigo y loba. - CAMBUJA: al hijo de zambaigo e india. - ALBARAZADO: hijo de cambuja y mulata. - COYOTE: al hijo de cuarterón y mestiza. - BARCINO: al hijo de albarazado y blanca.

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idiosincrásicas, pero el trabajo lexicográfico conjunto de todas las Academias nos pide actitud obediente y cordura, uniformidad en el trato. ¿O es que alguna vez nosotros podríamos llevar la voz cantante en algo sobre la cuestión léxica? Seamos prudentes, pero también eficaces en la actividad que se nos presenta. Yo pediría rotundidad en esto. No me gustan los juegos frescos de palabras al estilo del colega Javier Marías, quien, al entrar en la encumbrada casa de la Calle de Felipe IV, 4 de Madrid (EL PAÍS: domingo, 2 de julio, 2006 y en su blog personal), despotricaba contra esto y aquello diciendo: «Veo un mal futuro para el español», lo que me inclina a pensar que debería haber renunciado a su nombramiento o haberse puesto a trabajar desde el primer momento para la institución. Y luego espeta algo que de repente nos afecta: «La creación de vocablos que no existen en el diccionario es permanente. Hace un par de semanas utilicé alarmadizo en un artículo. Es una palabra que se explica por sí sola (si alguien puede ser asustadizo, también alarmadizo) y a mí me suena bien. Y siguiendo con las expresiones absurdas [dice sin solución de continuidad] hay una que estos días se oye mucho en el Mundial y que es la pelota al piso, en lugar de al suelo. Es una expresión que no se de dónde viene, pero que me pone de los nervios». Justamente esto es lo que menos nos hace falta en este momento: el diletantismo; no puedo decir la afición, porque afición es un término positivo y mi juicio con el hijo del conocido filósofo postorteguiano no lo está siendo. El diccionario no inventa, selecciona y ratifica; el diccionario no pone de los nervios, pone las cosas en su sitio. Y el diccionario nos devuelve el favor que le hacemos construyéndolo: nos prestigia individual y socialmente. ¿Se imaginan, señoras y señores, la oportunidad —que no el oportunismo; me decanto ahora por el lado positivo— de suscribir nuestra firma en un tesoro peruano después de 400 años del Tesoro de la Lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, que de los dos modos la B. APL, 44(44), 2007

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llamaba el canónigo toledano? Su magnífica obra, inspiradora del que fue luego el primer diccionario académico, publicada en Madrid en 1611, se escribió de cara al más bello paisaje que imaginarse pueda en España, al borde mismo de la Hoz del Huécar, en la ciudad de Cuenca. No le podía salir mal aquella precursora aventura, aunque era consciente de las dificultades que entrañaba tamaña empresa, a base de notas en papel y de fichas de morosa consulta y una redacción lineal, como si de una novela se tratara. Dice Covarrubias: «Yo haré lo que pudiere, siguiendo la orden que se ha tenido en las demás lenguas, y por conformarme con los que han hecho diccionarios copiosos y llamádolos Tesoros, me atrevo a usar desde término por título de mi obra; pero los que andan a buscar tesoros encantados suelen decir fabulosamente que hallada la entrada de la cueva do sospechan estar, les salen al encuentro diversidad de monstruos fantásticos, a fin de les poner miedo y espanto para hacerlos volver atrás, amenazándolos un fiero jayán con una desaforada maza, un dragón que echa llamas de fuego por ojos y boca, un león rabioso que, con sus uñas y dientes, hace ademán de despedazarlos; pero venciendo con su buen ánimo y con sus conjuros todas estas fantasmas, llegan a la puerta del aposento, donde hallan la mora encantada en su trono, sentada en su real silla y cercada de grandes joyas y mucha riqueza, la cual, si tiene por bien de les dejar sacar el tesoro, van con recelo y miedo de que en saliendo a fuera, se les ha de convertir en carbones. Yo he buscado con toda diligencia este tesoro de la lengua castellana y lidiado con diferentes fieras...» Esta es una bella analogía de la que no me resistía a una cita extensa. Y a algo más. Mientras que algunos críticos acusan, con más o menos razón, al diccionario de cementerio de palabras anodinas, anacrónicas o desusadas, algunos lexicógrafos, con la razón por montera, piensan que están haciendo un trabajo épico, de alto riesgo y de incalculables consecuencias. De situarnos en el punto medio, donde dicen hallarse la virtud, comprobaremos que no todas las moras encantadas son huríes o reinas de la belleza: algunas presentan arrugas en la cara, superficies carcomidas por el uso y defectos físicos para dar y tomar, porque de todo 118

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tiene la viña del Señor (fíjense en conciente o carapulcra). Y además son intangibles: solo se pueden enajenar sus joyas semánticas, aun a riesgo de que sean carbones, ganga y no mena mineral. Además, la palabra queda intacta para que otros la exploren. Hemos de superar varios prejuicios, queridos colegas. El lexicógrafo es humano y por tanto yerra: El DRAE, en su edición vigésimo primera –la Real Academia prefiere vigésima primera– aportaba aini de la siguiente desgraciada manera: Aine. (del aimara ayne). m. Bol. Préstamo en dinero o especie que, entre las colectividades quechuas y aimaras, ha de ser devuelto duplicado al año de recibido. Esta definición no tenía nada acertado, salvo la m. de masculino. Restringía demasiado la extensión geográfica del término, por cierto mal nombrado; transcribía mal la palabra indígena ayni, consideraba erróneamente que aini no fuera un quechuismo y, lo que es peor, definía horrendamente el término. En la definición, principalmente, es donde el lexicógrafo se la juega. Abundando en el término anterior, que el DRAE en su edición última, tras denuncia mía, retiró por escandaloso, castigando la palabra cuando debió prestigiarla con unción y enmienda tras pedirle perdón, creo que habría que analizarlo en sus antecedentes léxicos; ellos nos ponen en guardia de un matiz semántico que ha pasado hasta ahora desapercibido. Veamos las fuentes: -DST (1560): aynini ‘vengarse’, aynisca ‘cosa vengada’, aynic o aynicapuc ‘el que se venga’. ANÓN. (1586): ayñiñi ‘reçongar’, ayñicuni ‘responder, vengarse, remunerar’, ayñicapuni o ayñicupuni ‘vengarse’. DGH (1608): aynicupuni o aynini ‘recompensar o pagar con la misma moneda’, aynicupuni ‘vengarse, satisfaçerse, hazerle otro tanto’, aynilla manta llamcapuni ‘trauajar otro tanto por otro como él B. APL, 44(44), 2007

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por mí’...; ayñini ‘reçongar, repugnar a lo que le mandan’, o resistir al superior’..., ayñicuy ‘repugnancia, resistencia’, ayñi capuni ‘tornar a rezongar, y repugnar el que ya obedecía’. BERT. (1612): aynitha ‘reçongar’, aynicatatha ‘ídem y defender’, aynicatiri ‘defensor’, aynisitha ‘contradezir y debatir entre si’, aynisitha [otra vez] ‘trabajar por uno para que después trabaje por él’; ayni ‘el obligado a trauajar por otro que trabajó por él’, ayni ahususkhata ‘cumplir con la obligación al modo dicho’. Sin ser exhaustivos, se descubren varias pistas, las cuales conducen a una evaluación más apropiada. 1. En primer lugar, que el término es quechumara, pues se da en las dos lenguas andinas, quechua y aimara, con similar ponderación. Pero puestos a elegir, la versión de DST es medio siglo anterior a la de Bertonio. Sanción: ayni es un quechuismo. 2. DST o bien se equivoca al no ponderar suficientemente el valor de ‘reciprocidad’ y al fijarse sólo en el aspecto negativo, o bien existía un concepto negativo antiguo preponderante que va dándose la vuelta después, con los años, para convertirse en positivo. Sanción: ambas cosas; DST no anda muy fino en esta entrada, pero también es verdad que las circunstancias no parecían acompañarle. Entre otros impedimentos, la raíz ayni- encerraba un espín que nuestro autor no pudo ver, dados los exiguos avances de la lexicología —que no de la lexicografía— en el momento de hacer su lexicón. 3. El Anónimo, orientado ya hacia el Altiplano (dialecto andino del quechua) descubre después ambos valores, aunque sigue inclinándose por el negativo: venganza vs. recompensa (generalmente negativa). 4. DGH, el gran gramático y lexicógrafo cacereño, propugna la igualdad: ‘pagar con la misma moneda’ o sea, dar bueno por bueno y malo por malo, como en el código de Hammurabi. Habría que ver qué dice el derecho comparado de la Edad Antigua, antes de la extraordinaria herencia latina de Cervidio Scévola, Papiniano, Modestino, Gayo, etc. Por otro lado, como «trabajar» es un concepto considerado positivo, la presencia de llank’ay 120

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en el diccionario nos lleva al resultado que todos conocemos: al de la reciprocidad andina. 5. Bertonio, el otro gran gramático y lexicógrafo del siglo XVII, introduce dos veces como lema la palabra aynisitha, para separar las dos vertientes del espín: la del debate y la contradicción, por un lado, y la del trabajo devuelto en justo pago no pecuniario, por otro. Esa sí que fue gran intuición, aunque lexicográficamente mal resuelta, pues no era precisamente un caso de homonimia. Sin conocer estas fuentes ni descubrir estas reglas no se puede hacer lexicografía con garantías en el ámbito peruano. De esto se derivan ahora dos corolarios: el primero, que no hay que delegar en Madrid para que haga nuestro diccionario (los 216 quechuismos de la edición veintiuna y los 346 de la edición veintidós, con sus abundantes errores, no avalan precisamente la dejación de funciones) y segundo, que el diccionario es obra de todos, porque los obstáculos que señalaba Covarrubias para llegar a buen puerto están ahí y no cabe minimizarlos. Todos los esfuerzos son pocos. Cerraré la parte técnica de mi exposición atendiendo a la nomenclatura. Permítanme de nuevo que metaforice con metáforas ajenas. Cantaba —más que rezaba— Aleixandre: Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado. Y poco después: Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha de fluir y perderse, encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres [palpita extendido.

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Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso, y le he visto bajar por unas escaleras y adentarse valientemente entre la multitud y perderse. La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido. Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con [temeroso denuedo, con silenciosa humildad, allí él también transcurría. La palabra llega concreta al diccionario, pero se diluye en la masa y se pierde entre el río de palabras en algún lugar de la a a la z. No obstante, sigue existiendo por sí misma, procede de una vivienda determinada y ha bajado por las escaleras comunes del edificio léxico que llevan a la calle del texto. Y aún es reconocible su diminuto corazón. Pero, ¿qué hacer para no confundirla con otras afines? ¿Cómo etiquetarla? Les propondré un último ejercicio por el momento. Antes de definir cada palabra de un conjunto, por ejemplo el de los objetos con los que nos ayudamos para obrar en este mundo —aparato, artefacto, artilugio, herramienta, instrumento, máquina, medio, útil, utensilio...—, hay que estudiar semánticamente el campo; así tras el análisis, tendríamos el siguiente árbol (es un ejercicio tentativo, como todos los semánticos):

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Realizado este trabajo de encaje de bolillos, podemos definir las acepciones de cada entrada en el grupo semántico correspondiente. Eso mismo se concreta más abajo en letra de otro color o tono. El conjunto queda —aportamos solo un fragmento, como muestra— del siguiente modo intermedio: MEDIO (sust.) [...] {[+instr.] [+compl.]}, modo {de transporte}; {[±instr.] [‡compl.]}, conducto {por donde discurre algo}; {[‡instr.] [líq.]}, líquido {que sirve de ayuda en un trabajo}. INSTRUMENTO {[instr.] [±compl.]}, mecanismo {para hacer algo}; {[+act.] [-anim.]} [‡compl.], utensilio {hecho de piezas, para un uso}; [part.] (herramienta {de trabajo}; [+compl.], máquina. UTENSILIO {[instr.] [±ríg.]} [±f.], objeto {para uso manual}; [±compl.] (instrumento {de uso} [...] Son definiciones tentativas, intermediaciones mesoestructurales a la espera de su última concreción. Después, mejoradas las definiciones, cuando ya tengamos el estudio terminado, procederemos a distribuir alfabéticamente el conjunto en la macroestructura del diccionario, eliminando los elementos intermediadores: [...] INSTRUMENTO. m. 1. Objeto {que se utiliza para realizar una acción}; 2. Utensilio {hecho de piezas, para un uso determinado}; 3. Herramienta {de trabajo}; 4. Máquina {de pequeño tamaño}. [...] MEDIO. m. 1. Modo {de transporte}; 2. Conducto {por el que discurre algo}; 3. Líquido {utilizado para realizar un trabajo}. [...] UTENSILIO. m. 1. Objeto {para uso manual}; 2. Instrumento {sencillo} / ÚTIL [...] [...]

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JULIO CALVO PÉREZ

Este es el modelo científico, la manera de tratar la sinonimia y polisemia y separarla de la homonimia; así también se reconocen los espines —con, que también significa contra / alquilar con su distribución complementaria de agentes / monstruo con su valoración positiva, cuando conviene, por ejemplo, también lo son—, para no dejar perderse a las palabras en el maremágnum de las demás palabras, confundiéndose unas con otras. Luego, se aplican el resto de las técnicas: metonimia y sinécdoque, holonimia y meronimia, metáfora, sin perder de vista el conjunto ni la planta de diccionario. El gran problema es que a nuestro DP le va a faltar continuidad..., quiero decir continuidad topológica, solo encontrable en el diccionario holístico de la lengua, por lo que habrá que hacer referencia a las palabras de base, aunque no se definan, para darle adecuado cuerpo: mesero, peruanismo, no puede definirse sin mesa, palabra panhispánica en principio ajena a nuestro diccionario restringido. Por eso, a la larga, habrá que pensar que un DP no es técnicamente aconsejable como «Diccionario de Peruanismos», sino como «Diccionario del Perú». Acabo. La mora encantada sigue encantada y al mismo tiempo hemos burlado a sus guardaespaldas. En 2011, al filo del centenario de Covarrubias, puede que nos veamos de nuevo en esta casa emblemática, cuyos balcones de madera recuerdan los balcones de Extremadura y de Canarias, con el DP en la mano. Les emplazo a todos y me emplazo a mí mismo para que así sea, aunque siempre con la limitación, la necesidad y al tiempo el ensueño que señaló Roland Barthes, en sus tres sentencias, en el prólogo al diccionario Hachette en 1980: 1. El diccionario lucha sin cesar contra el tiempo y el espacio (social, regional, cultural), pero siempre es vencido; la vida siempre es más amplia, más rápida. 2. Toda palabra apela a una cosa, o a una nebulosa de cosas, pero de igual modo cada cosa no puede humanamente existir sin que haya una palabra que de cuenta de ella, la consagre, la asuma. 3. Creemos que el diccionario es un indispensable útil del 124

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ENCANTADAS: REFLEXIONES SOBRE UN DICCIONARIO DE PERUANISMOS

conocimiento, y es verdad; pero es también una máquina de soñar; al engendrarse a sí mismo, por así decirlo, de palabra en palabra, termina por confundirse con la potencia de la imaginación. Y es que como dice Barthes «el lenguaje no es solamente el privilegio del hombre, es también su prisión».

B. APL, 44(44), 2007

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