Josep Ribera I Pinyol

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El Hispano, Noviembre de 2005

REPORTAJE / 3

Entre 1958 y 1973, más de un centenar de laicos y sacerdotes de la Diócesis de Barcelona viajó a Chile para desarrollar su labor pastoral entre los pobres. Provenían

de una sociedad dominada por la dictadura franquista, pero marcados por el mensaje de Pío XII y de Juan XXIII. Después de una década, impactados y decepcionados

por la “evolución retrógrada” de la Iglesia, más de la mitad de ellos colgó los hábitos y siguió su labor solidaria fuera de ese marco institucional.

“Agermanaments” “La Iglesia dejó de interpretar los anhelos de Latinoamérica” Por José-Christian Páez El movimiento Agermanament se había constituido en 1955 y desde sus inicios estuvo orientado a la cooperación e intercambio con los países del Tercer Mundo. Su primer destino fue Camerún y luego Chile, país al que llegaron hacia 1960. Aquí se reflejaba con mayor claridad lo que estaba ocurriendo en Latinoamérica, donde las clases excluidas participaban en los movimientos sociales movidos por el anhelo de una sociedad más justa. Sin embargo, hacia finales de esos ‘60, esa esperanza se transformó en utopía y la utopía en frustración. La frase de Ernesto Che Guevara (“Cuando los cristianos se atrevan a dar testimonio revolucionario pleno, la revolución latinoamericana será invencible...”) pareció no oírse y caer después en el olvido con su asesinato en 1967. Joan Casañas (1936), testigo directo de los acontecimientos de entonces,

en su libro “Agermanament, Història d’una engrescadora experiència de cooperació internacional” (Barcelona, Editorial Claret, 1990, 184 pp. ISBN 84-7263713-1), describe con estas palabras lo que acontecía en aquella época: “En septiembre de 1970 la coalición política de la Unidad Popular (UP) gana las elecciones y Salvador Allende es nombrado presidente de Chile. Empieza así una etapa bastante nueva para los “agermanament” que están en Chile, y también para los que están en Barcelona, porque aquella situación política, aquella “revolución chilena”, fue seguida de cerca y muy vitalmente por todos aquellos, digamos desde todas partes del mundo, que deseaban cambios profundos en la situación socio-política de América Latina y del Tercer Mundo en general, sobre todo cuando esta “revolución” era amenazada desde un comienzo, y todo el mundo lo sabía, por el imperialismo norteamericano. Pero aquel sueño tuvo un final abrup-

to, doloroso y sangriento con el derrocamiento de Salvador Allende. Hasta el superior directo de varios “agermanaments”, el obispo Tagle, se puso de parte de los uniformados, mientras que Joan Alsina Hurtós, sacerdote de la Diócesis de Girona, fue asesinado días después de ese golpe militar liderado por Pinochet. Sacerdotes catalanes La mayor parte de los “agermanaments” nuar su labor. Josep Ribera i Pinyol, regresó a Catalunya y Ignasi Pujades i Domingo y Joan fundó otras institucioCasañas i Guri están entre sus pionenes como ACSAR ros, a los cuales se unieron después (Associació Catalana e otros religiosos como Francesc Puig i Solidaritat i Ajuda als Busquets o el ya mencionado Joan Refugiats) y el CIDOB Alsina Hurtós. Después de casi medio (Centre d’Informació i Documentació siglo, EL HISPANO ha querido conoInternacionals a Barcelona), para conti- cer el testimonio de algunos de ellos.

Josep Ribera i Pinyol

«En el cambio de sociedad la Iglesia me quedó pequeña» Foto: Esther Taboada

Josep Ribera i Pinyol

Por José-Christian Páez Es uno de los fundadores de Agermanament y también fundador y director del CIDOB. Ribera i Pinyol es un incansable trabajador en el campo de la cooperación internacional. Ha informado del tema que le ocupa durante décadas a la comisión del Senado español, y ha intervenido en foros internacionales aportando su experiencia. Reconoce que «es en Chile donde iniciamos el proceso de formación política.»

¿De qué manera la Iglesia participó en la transformación social de entonces? Al principio conectamos con la Juventud Obrera Católica (JOC) de la cual fui asesor diocesano en Valparaíso atendiendo todo lo que era el proceso de tomas de terrenos. Se creaba la Asociación de Vecinos que se hacía cargo de todos los terrenos, después se loteaban, después del loteo venía todo el proceso de la escritura individual familiar. Estuve

muchos años a la cabeza de la federación vecinal del barrio Forestal. Ahí nace todo un proceso de acción social, cultural y educativa. ¿Les fue difícil asimilar esta nueva experiencia tomando en cuenta que sólo conocían la dictadura de Franco? Nos incorporamos plenamente al proceso chileno que vivía la “Revolución en Libertad” propugnada por la Democracia Cristina (DC). Llegamos en 1963 a Valparaíso y al otro año asumió Eduardo Frei Montalva. Así que asistimos a todo el proceso de promoción popular y cultural en los barrios, pero después de tres años de gobierno vino el declive porque el proceso económico no respondió a las demandas sociales. Luego ganó Allende y vino el otro proceso de la Unidad Popular que fue cortado el ‘73 con el golpe de Estado. ¿Qué lección les dejó esta experiencia? Una de las lecciones es de que el desarrollo no se improvisa, que lo de las vanguardias no es cierto, o sea que hay todo un proceso de incorporación de la sociedad al proceso de desarrollo. Por tanto, el trabajo educativo, cívico y político, no es fácil. Creíamos en un cambio de sociedad y de sistema. La conclusión es que no hay fuera de sistema y por más rápido que quieras llegar no vas a acertar.

Es lo que en España se ha llamado “desencanto”. En Nicaragua o en el propio Chile, la transformación en la cual creíamos no fue posible hacerla rápidamente. Incluso, quienes creías eran los mejores para hacer esta transformación, han sido los que más se han quedado en la cuneta y precisamente en contra del propio proceso: la situación de Nicaragua es, en este sentido, emblemática. ¿Cómo le afectó el que la Iglesia optara por una posición conservadora dejando de lado los postulados del Concilio Vaticano II? Dentro de la Iglesia de hoy no tengo otro camino que el dogmático. Tengo una formación religiosa profunda que se va transformando a partir de la propia realidad, se va ampliando, pero yo puedo continuar mi orientación de base y mis objetivos profundos con mi sacerdocio hasta que lo mantengo. A la Iglesia le dije muy bien gracias y que se acabó porque yo tenía mi proceso. La Iglesia se queda donde está, no reniego nada de mi pasado, pero a partir de ese momento la Iglesia me quedó pequeña. Pero la Iglesia sigue siendo importante a nivel educativo. ¿Fracasa si con esa educación no consigue una sociedad más sensible a lo social? A nivel evangélico yo creo que sí.

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