JONH DONNE Rosa Mercado “Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra, si el mar se lleva una parte de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad, por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por tí.” Hace siglos un metafísico inglés escribió estas palabras que Ernest Hemingway utilizó en el prólogo de su novela Por quien doblan las campanas. El hombre que murió a manos de los vecinos del Barrio San Antón en Ponce, que se convirtió en unos minutos de victimario en víctima, trajo a mi mente esas palabras. En el “ajusticiamiento” de ese hombre nos reflejamos todos, aún los que nos pensamos incapaces de matar A ese hombre que apuñaló a su mujer, que era alcohólico que a lo mejor fue un niño maltratado, nuestro juicio le reservó una condena y una parte nuestra se allegro de que la sentencia fuese dictada y ejecutada (nunca mejor dicho) en el acto. Pero nuestra conciencia, esa parte de nosotros que es capaz de colocarnos frente a los otros, como frente a un espejo, nos reclama el pecado de omisión, la apatía. En algún punto del camino perdimos la capacidad de entender que todos formamos parte de lo mismo, aún los señores legisladores, que tanto me hacen rabiar, está hechos de lo mismo que hicieron a Sor Isolina y al Beato Charlie, y a usted y a mí. Nos cuesta visualizar un puente, pero, ¡se hace tan fácil levantar una muralla! Y nos amurallamos. Ellos,, los alcohólicos, los adictos, los maltratantes, los depresivos, los amargados, los suicidas, se quedan fuera. Nosotros estamos dentro, seguros, cómodos, sintiéndonos meridianamente bien hasta que con insistencia escuchamos una voz que nos recuerda: “no hagas preguntar por quien doblan las campanas: doblan por tí”