Jesucristo Rey Del Universo

  • May 2020
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JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

1

Cuando se dio la vuelta para que yo lo viera era un niño de catorce años de edad. Iba vestido con túnica blanca, en su hombro izquierdo llevaba colgada unas alforjas de tela y en su mano derecha tenía una vara larga que lo ayudaba a caminar. María se quedó preocupada de ver a su único hijo como se iba de su lado para ir a otras tierras a llevar la palabra de Dios. Desde muy niño empezó a predicar por las sinagogas sin temor a que los rabinos lo reprendieran por decir palabras sabias, que ellos no usaban por temor a equivocarse. En muchas ocasiones tuvieron que hablar con José para que reprendiera a su hijo. José les prometía que nunca más iba a suceder, pero no era así. Jesús cansado de que lo regañaran prohibiéndole la labor que había empezado, decidió de irse a otros lugares de la tierra para hacer la Voluntad de Dios y así llevar a cabo su misión. Había empezado una nueva era mística que hacía la unión de los hombres con Dios. El movimiento había llegado para Jesús de ir de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo llevando la Santa Palabra y sus obras con la ayuda al más necesitado. Los rabinos se llevaban las manos a la cabeza cuando lo oían decir que era cierto que los mandamientos que Moisés dejó escritos eran diez, pero si se cumplían dos, se estaba haciendo la voluntad de Dios, uno era amarás a Dios y lo servirás, el segundo amarás a tu prójimo como si fueras tú mismo. Para los rabinos estos dos mandamientos no eran suficientes, se tenían que cumplir los otros ocho más. Aunque Jesús les explicaba que si se amaba al prójimo como a uno mismo jamás se le haría algún daño, ellos no lo entendían. Era una mañana otoñal. Después de un día de largo camino Jesús se había quedado a dormir debajo de un árbol. Había cerca un riachuelo que se oían sus aguas como bajaban. Los pájaros estaban presentes con sus vuelos y sus trinos. En la orilla del riachuelo había un hombre de avanzada edad, en cuclillas echándose agua en la cara con las manos. Ya había visto que debajo de un árbol dormía un muchacho que era casi un niño. Cuando terminó de lavarse se puso de pie y fue acercándose despacio para no despertarlo, pero Jesús ya hacia rato que lo observaba. Se incorporó y poniéndose de pie, Jesús miraba al anciano su rostro y barba blanca y la túnica que vestía de color marrón. Llevaba unas alforjas de cuero colgadas al hombro. El anciano dirigiéndose a Jesús le preguntó. - ¿ Te he asustado ?. - No, solo sorprendido. - ¿ Qué haces durmiendo aquí ?. ¿ Estás solo ?. - Me acompaña mi Padre. El anciano miraba por su alrededor buscando a su padre y al no encontrarlo, le preguntó. - ¿ Dónde está tú padre ?. - En el cielo. - ¡ Ah ! ¿ Quieres decir que está muerto ?. - Mi padre no puede morir, él vive por los siglos de los siglos en todo el universo. - No te entiendo, ¿ Qué es lo que me quieres decir ?.

2

- No me ibas a entender. - ¿ Porqué no ?. - Pues por qué no has comprendido lo que te he dicho antes. - Soy anciano y tú un niño, ¿ Porqué me quieres ocultar cosas ?. Jesús lo miraba con ternura, le respondió. - No estoy aquí para ocultar nada sino para que todo vea la luz. - ¿ De qué luz hablas ?. - De la mía. El anciano sonrió diciéndole. - Todos tenemos luz porque hemos nacido de una estrella. - Sí, es cierto lo que dices, pero yo soy la luz del mundo. - No sé a que te refieres, pero ¿ Quieres hacerme una prueba ?. - ¿ Desde cuando miras las estrellas ?, ¿ Te dedicas a la astrología ?. El anciano lo observaba con atención y con un movimiento de cabeza le preguntó. - ¿ Como sabías que soy astrólogo ?. - Eres tú quien me has hablado de las estrellas, ¿ No es cierto ?. - En cierto modo sí, pero te he dicho que me dieras una prueba. Jesús señaló con el dedo las alforjas del anciano y le respondió. - Saca de ahí los libros que llevas de astrología. - ¿ Como sabes que en las alforjas llevo libros ?. - Tú me has preguntado y yo te he respondido. El anciano secó la sudor que corría por su frente con la manga de su túnica mientras que se sentaba encima de la hierba. Jesús hizo lo mismo se sentó junto a él. Los dos se miraban de frente. El anciano le preguntó. - ¿ Porqué me has dicho que tú padre vive en el universo ?. - Porqué es así, Él fue el que hizo las plantas, las flores, los animales, los minerales, al ser humano. - Los planetas, las estrellas, ¿ También las hizo tu padre ?. - También. - Hijo, te estás refiriendo a Dios. ¿ No es cierto ?. - A quién sino, ¿ Conoces a algún hombre que pueda crear todo esto ?. El anciano cruzó las manos mientras que miraba por todo su alrededor, y observaba el cielo. Jesús seguía todos sus gestos. El anciano le dijo. - Es grandiosa toda la belleza que hay en la tierra, es seguro que la hizo Dios para el recreo de nuestros ojos. - ¿ Como te llamas ?.- le pregunto Jesús.

3

- Siba, muchacho, ¿ y tú ?. - Jesús hijo de José y de María, es de esa manera que me conocen. El anciano no dijo nada más y se puso de pie. Se echó las alforjas al hombro y empezó a caminar cogiendo un camino. Jesús le siguió hasta que lo alcanzó. Por dónde iban pasando se encontraban con árboles majestuosos, y con unos arbustos que daban unas flores de gran belleza. Algunos de los arbustos daban un fruto que era comestible, cogían y comían. El anciano llevaba un puñado de frutos que iba comiendo uno por uno. Le preguntó a Jesús. - ¿ Qué edad tienes ?. - Catorce años. - ¿ Como es que tus padres han dejado que te vayas a esta edad?. - Porqué estoy haciendo la voluntad de mi Padre. - ¿ Te refieres a Dios ?. - Ya te lo he dicho antes, ¿ Porqué no escuchas ?. - ¿ Pero tú madre porqué no te lo ha impedido ?. - Ella no puede ir contra los deseos de Dios. - ¿ Porqué sabes tú que los deseos de Dios es de abandonar la casa de tus padres ?. - Siba eres anciano, pero no entiendes lo que te quiero decir. - Es precisamente por eso que no lo concibo, si yo tuviera un hijo de tu edad le prohibiría ciertas cosas. - Si tuvieras un hijo como yo, seguro que no. Siba se lo quedó mirando con curiosidad, y después le preguntó. - ¿ Qué tienes tú que no tengan los demás niños de tu edad ?. Jesús hizo un movimiento de cabeza indicando que era inútil seguir hablando de ese tema. Había llegado la noche, y entre los arbustos se podía ver una vieja casa de pastores dónde se veía por la ventana salir la luz de un candil. Se dirigieron allí. Detrás de la casa había un gran corral que lo habitaban ovejas que dormían. La puerta estaba cerrada. Jesús llamó con la mano y pronto vino abrir un hombre de aspecto rudo. Miró a los dos visitantes y seguidamente les preguntó. - ¿ Qué os trae por aquí ?. Fue Jesús quién habló y dijo. - Necesitamos pasar la noche aquí, si es posible, y beber algún caldo caliente. El pastor escuchó las palabras de Jesús pero en quién más se centró fue en Siba, veía que era un anciano y necesitaba descanso. Se puso a un lado de la puerta y dijo.

4

- Pasad, esta es vuestra casa. Dentro era rústico, había una mesa de madera comida por la carcoma, también varios tamburetes viejos. La chimenea estaba encendida con dos chopos gruesos que ardían, había un calor agradable. Siba se acercó a la chimenea, extendió sus manos para calentarse. El pastor llenó un puchero de leche y lo puso a calentar en medio de los dos chopos que ardían. Le pregunto a Jesús. - ¿ Venís de muy lejos ?. - Un poco. - Tú padre es viejo, cuando esté la leche caliente la tomará y se podrá acostar. - Gracias pastor eres un buen hombre. El pastor fue a la chimenea, retiro el puchero de arcilla y puso en un bol, leche, y se la dio a Siba para que la bebiera. Con Jesús hizo lo mismo. En la mesa había un pan empezado, el pastor señalándolo, les dijo. - Coged pan y mojarlo en la leche, es todo lo que esta noche puedo ofreceros. A un lado de la chimenea había un rincón vacío. El pastor llevó una manta y la extendió en el suelo. Le dijo a Siba. - Aquí pueden los dos dormir. - Estoy muy cansado, y las piernas me duelen mucho, son muchos años los que tengo, ¿ Sabes hijo ?. Jesús acababa de tomarse el bol de leche. Lo dejó encima de la mesa y le pregunto al pastor. - ¿ Cuantas ovejas tienes ?. - Noventa y nueve, tenía cien pero hay una epidemia y se ha muerto una, si esta enfermedad se transmite de una a otra me quedaré sin ninguna oveja. - Mañana al amanecer antes de irnos iré a verlas. El pastor miró a Siba y le preguntó. - ¿ Sabe tu hijo curar las enfermedades de los animales ?. - No lo sé pregúntaselo a él. - ¿ No sabes esto sobre tu hijo ?. Jesús miró a los ojos del pastor y le respondió. - Él no es mi padre, y no tiene porqué saberlo. - Bueno me da igual, ¿ Pero sabrás curarlas ?. - Lo voy a intentar, pero estoy seguro que sí.

5

El pastor se tenía que ir a dormir y dijo. - Estoy cansado, mañana será otro día, me espera en el campo mucho trabajo. - Estate tranquilo por tus ovejas que a ninguna le ocurrirá nada - le respondió Jesús. Jesús y Siba cogieron un tamburete y se sentaron frente a la chimenea antes de irse a dormir. Siba miro a Jesús y le preguntó. - ¿ Me dices la fecha de tu nacimiento ?. - ¿ Para que la quieres ?. - Para ver en las estrellas quién eres, porque estoy seguro que has nacido de una muy importante. - Mi fecha del cielo con la de la tierra nada tiene que ver, no sacarías ninguna conclusión conmigo. Siba lo miraba tiernamente, y mientras que se levantaba del tamburete le dijo. - Me voy a dormir. - Que descanses bien. Siba fue al rincón en dónde estaba la manta y se acostó. Antes de irse a dormir Jesús tenía que hacer meditación y salió de la casa, se dirigió al corral dónde dormían las ovejas. Siba lo había visto salir, la curiosidad que sentía hacia Jesús era grande, no se lo podía borrar de la cabeza de que era alguien importante, y salió medio escondiéndose para ver que hacía. Jesús estaba en medio de las ovejas que dormían con dos perros que las guardaban. Levanto la mirada al cielo y las manos extendidas hacia los animales y dijo. - Padre mío, tú que todo lo ves, mira por todas estas ovejas para que la enfermedad que les ha venido se vaya de ellas lejos de aquí. El pastor es un hombre bueno y es todo lo que tiene. Siba estaba buscando a Jesús, ya no veía bien, y además era de noche, pero se fijó en una luz que había entre las ovejas, se iba acercando más para ver bien de cerca que era, la luz que veía muy brillante, le hizo recordar a una estrella que veía con el catalejo y que era muy grande, pero esta luz tenía forma de ser humano. Sintió miedo, porque para él era desconocido y se volvió para entrar en la casa. De pronto una voz lo sorprendió que dijo. - Siba mi querido anciano y amigo, confía en lo que yo te diga. Siba estaba de espaldas a la voz que le hablaba, tembloroso y apenas sin fuerzas se quedó parado y dijo. - Señor no sé quién eres, ni que es lo que quieres de mí, solo soy un anciano, deja que me vaya a dormir.

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Siba entró en la casa y fue a dónde estaba la manta, se acostó abrazado a las alforjas y cerró los ojos. Jesús continuo el trabajo que había empezado con las ovejas, e hizo una plegaria mirando al cielo. Salió de entre los animales y antes de entrar en la casa rezó por Siba pidiéndole a Dios. - Padre cuida de Siba, él es anciano que ha dado parte de su vida a conectar con las estrellas, siempre ha estado mirando al cielo. Era de madrugada y hacia frío. Jesús entró en la casa para dormir un rato pues en pocas horas emprendería de nuevo su camino. Dentro de la casa se estaba muy bien con la calor que daba la chimenea. Se acostó junto a Siba, él dormía abrazado a sus alforjas. Jesús lo miró y sonrió. Se dio la vuelta y se durmió. Se escuchó el canto del gallo. El pastor estaba levantado, salió de la casa porque tenía tarea por hacer. Le abrió la puerta a las gallinas para que fueran a comer hierba. Jesús se despertó y miró a Siba que aún dormía. Se levantó y salió de la casa, fue a reunirse con el pastor. Él al verlo le pregunto. - ¿ Ya estás de pie ?. - Sí nos tenemos que ir dentro de poco. - Dijiste anoche que le echarías un vistazo a las ovejas. - Y así ha sido, ya lo he hecho esta madrugada. - ¿ Porqué no lo haces ahora que yo te vea ?. - Te he dicho que lo hice esta madrugada. El pastor no creyendo en lo que Jesús le decía, le dijo. - Son muchas ¿ Verdad ?, para que puedas curarlas a todas. - Pastor me tienes que creer. - ¿ Porqué tengo que hacerlo ?. - Porque yo soy la verdad. - No entiendo eso que dices, ¿ Porqué eres la verdad ?. - Porque muchos que no creen, van a creer, yo abriré sus ojos para que vean. Siba salía de la casa y fue a reunirse con ellos. - Buenos días.- les dijo. - ¿ Has dormido bien ?.- le preguntó el pastor. - He dormido a ratos.- respondió Siba con voz cansada. - Entonces ¿ no has dormido bien ?.- le preguntó Jesús mirándolo. - Es que anoche me sucedió algo extraño, pero de eso no quiero hablar, aún todavía lo estoy viviendo.

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- ¿ Algo extraño dices ?.- le pregunto el pastor. - Sí, pero no voy a decir nada. - Es que quiero saber si en mi casa ha podido sucederte cualquier cosa extraña. - Cambiemos de tema, he dicho que voy a callar. - En vista de que no quieres contar nada vamos dentro de la casa, he dejado un puchero en la lumbre con leche, estará ya caliente.- propuso el pastor. Entraron en la casa. El pastor cogió dos tazones y los lleno de leche humeante, los puso encima de la mesa y dirigiéndose a Jesús y a Siba, les dijo. - Beberla ahora que está caliente, y coger de este pan si os apetece, si vais a poneros en camino el cuerpo lo tenéis que tener preparado de alimento. Bebieron solo la leche. Jesús y Siba cogieron sus alforjas y se las echaron al hombro, y las varas largas que les ayudaban a caminar cogidas de la mano. Se despidieron del pastor. Jesús le dijo. - Gracias por todo lo que has hecho por nosotros y recuerda que Dios te recompensará. - Te digo lo mismo.- le dijo Siba. - No he hecho nada del otro mundo, si alguna vez pasáis por aquí venir a verme.- les respondió el pastor. - No creo que así sea, pero si lo fuera se hará, y recuerda que tus ovejas están fuera de peligro, confía en Dios y verás que todo lo que hagas te saldrá bien.- le dijo Jesús. - Lo recordaré, aunque aún sigo pensando que eres un muchacho raro. El pastor se quedó en la puerta de la casa viendo como se alejaban. El invierno estaba dando señales de que ya estaba cerca. Debajo de un árbol estaban sentados Jesús y Siba resguardándose de la lluvia que caía en abundancia. Jesús miraba el agua como al caer en la tierra se hacía barro. Siba se estaba mojando y se cubría con sus manos los brazos y los hombros. Los pies también los tenía empapados de agua, y se puso a tiritar. - ¿ Que te ocurre ?. - le pregunto Jesús. - Me estoy mojando, estoy calado hasta los huesos, ¿ Como es que sobre ti no cae agua ?. - le pregunto Siba extrañado. - Porqué estoy bien cobijado, ven y ponte más cerca de mí. - También yo estoy bien cobijado pero me estoy mojando. - Desconfías mucho de mí, ¿ Porqué lo haces ?. - No es que desconfíe, sino que tú solo eres un niño para que me des consejos, ¿ Se los has dado a tu padre ?. - Al de la tierra, sí, ¿ Porqué no me amas ?. - Apenas te conozco, pero si es a lo que te refieres sí te amo.

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- ¿ Entonces porqué te estás mojando ?. Siba estaba muy cansado y no quiso responder nada más y se puso a llorar. Jesús lo miraba con ternura, se hacía cargo de la edad que tenía, eran muchos años, y estaba solo vagando por esos mundos de Dios. Iba con su catalejo, con sus libros y sus apuntes escribiendo todo lo que veía en los planetas y en las estrellas. Siba paró de llorar y miró a Jesús que lo observaba y le dijo. - No me hagas caso, a veces lo tengo que hacer para desahogarme cuando estoy en una situación embarazosa. - Siba solo te quiero decir que escuches el agua cuando cae y que al mismo tiempo escuches también tú corazón, dentro oirás la voz que te habla y en ella encontrarás las respuestas a todas las dudas que tengas. Siba no respondió nada y se puso a escuchar el agua. Pasado un rato Siba miró a Jesús y le dijo algo perplejo. - Estoy escuchando la lluvia, oigo palabras dentro de mí pero no me atrevo a decirlas porque es muy grande lo que me dicen, tienen que ver contigo porque oigo el nombre de Jesús que se repite. - ¿ Sigues mojándote ?. - Es curioso, pero hace un rato que no cae sobre mí ni una gota de agua, y sin embargo sigue lloviendo, ¿ Porqué ?. - Porqué has superado la prueba. - ¿ Tienes tú la respuesta de todo esto ?. - ¿ La quieres saber ?. - Sí por favor. - Pues a partir de ahora no dudarás más de mí. Jesús había cumplido un año más. Hacía seis meses que había dejado la casa paternal. Pensaba mucho en su madre y en lo que la quería, pero él no había nacido para estar junto a su familia. Sabía que desde que nació que era hijo de Dios, y que había venido a la tierra para servir a toda la humanidad. Habían llegado a una aldea. Hacía mucho frío y Siba iba cansado y hambriento, necesitaba que tomara algo caliente porque apenas podía caminar. Habían cuatro casas separadas unas de las otras, humildes. Todo por allí era triste y había mucho silencio, las gentes que habitaban esa aldea estaban dentro de sus casas. Jesús llamó a una puerta. Pronto fue abrir una mujer joven vestida de oscuro y preguntó con voz desagradable. - ¿ Qué queréis ?. Jesús la miró, sabía que algo extraño iba con ella, pero le respondió. - Necesitamos beber algún caldo caliente, al menos para este anciano que ya no tiene fuerzas. La mujer se echó a reír a carcajadas y dijo. - Esperar aquí que ya vengo.

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A los dos minutos salió con una palangana con agua sucia y se la tiró encima de los dos diciendo con ira. - No queremos mendigos aquí, iros y no volver más. Siba fue quién se impactó más por lo sucedido que se quedó que no podía respirar, Jesús enfadado le dijo a la mujer. - Serás castigada por tu hecho mujer. - ¿ Quién me va a castigar tú ?.- le respondió la mujer acalorada. - Así es. - ¿ Quieres que te eche a la cara otra palangana de agua sucia ?. - No te dará tiempo mujer, porque tienes en la cuna a tu hijita que se está ahogando.- le respondió Jesús enfadado. Ella al oír esto pensó en su bebé que efectivamente la había dejado durmiendo en la cuna. Lanzó un grito y entró en su casa deprisa. Jesús y Siba ya se iban, habían andado un pequeño trecho, cuando escucharon los chillidos de la mujer que decía desesperadamente. - ¡ Mi niña !, está muerta ¿ Que puedo hacer ?, ¡ Qué alguien me ayude !. Jesús paró de andar y mirando a Siba le dijo. - Hay que volver para reparar el dolor que está sufriendo esa mujer. - ¿ Qué vamos a reparar nosotros ?, ella tiene lo que se merece, ¿ No ves como voy lleno de agua sucia ?. - Sí lo veo y ha sido castigada con el susto que tiene. - ¿ Quién crees que eres, Dios ?, ¿ Para poder salvar la vida de su hija ?. - Siba no discutas conmigo porque de nada te va a valer. La mujer seguía pidiendo auxilio. La poca gente que por allí vivía estaban con ella pero sin saber que hacer, estaban todos aturdidos. Jesús llegó hasta la mujer, y le dijo con voz serena. - Dame a tu hija. La mujer lo miraba sin comprender muy asustada. Jesús le volvió otra vez a decir. - Te he dicho que me des a tu hija. Ella se la entregó mientras que lo miraba a los ojos. Jesús cogió al bebé entre sus manos y le dijo mirándola de frente. - Quiero que vivas, quiero oír tu corazón como late. Habían pasado unos minutos y el bebé empezó a llorar. Jesús se la entregó a su madre diciéndole. - Toma a tu hija y cuida de ella. La mujer cogió a su hija entre sus brazos y llorando la llenó de besos que le daba por su carita. Miró a Jesús y le dijo. - Pido piedad para mí y para los míos. Entrar que voy a prepararos algo caliente para que comáis.

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- ¿ Estás arrepentida por lo que has hecho ?.- le preguntó Jesús. - Sí lo estoy. - Entonces Dios escuchará tu plegaria. Entraron en la casa. La mujer les hizo un guiso y lo comieron caliente junto a la chimenea que ardían chopos de leña. Seguidamente se fueron de allí. Llevaban dos días de camino. El temporal que hacía era malo con lluvias y frío. Siba estaba delicado no tenía resistencia, eran muchos años los que tenía. Jesús sabía que se podía poner enfermo y decidió de hacer una cabaña con todo lo que encontró para pasar allí el invierno. En solo dos días la tuvo hecha con la ayuda que le pudo dar Siba. Cerca había un río dónde iban para beber agua y para lavarse. Habían pasado de esa manera casi todo el invierno. Un día encendió Jesús una hoguera fuera de la casa. Los dos estaban sentados en dos piedras grandes que habían llevado hasta allí para sus tertulias cotidianas. Las llamas de la hoguera eran grandes con lenguas que subían más de un metro de altura. Siba las miraba y también las chispas que saltaban de la leña. Siba miró a Jesús y le dijo. - Estoy recordando el día que llovía tanto y que estaba yo todo mojado, el agua me hablo de ti, y sentí miedo por lo que escuché, pero con todo lo que he visto de ti, te lo quiero decir, estoy escuchando ahora otra voz que me dice que te lo diga. Jesús lo miraba y esperaba a que Siba hablara. Siba puso sus manos extendidas sobre sus ojos y los frotó con sus dedos. Después dijo mirando las llamas que ardían. - Ese día oí que me dijo la lluvia ó el agua no se como diferenciarlo que tú eras el Hijo de Dios. -¿ Qué piensas tú ?.- le preguntó Jesús. - Pienso que todo puede ser, pero desde ese día no paro de hacerme preguntas. Como puede ser que haya aquí en la tierra un Hijo de Dios siendo invisible para los ojos humanos. - Entonces lo crees o siguen tus dudas. Siba confirmo con la cabeza y le dijo. - Lo creo sí que lo creo, es que la evidencia está ahí. Jesús cogió una mano de Siba y le dijo. - Esto tienes que guardarlo dentro de ti, junto a tú corazón, y no lo tienes que decir a nadie más, porque mi hora todavía no ha llegado. Mi Padre te ha elegido para que estés a mi lado, Él solo sabe sus cosas. En esos instantes apareció por encima de las llamas que ardían, un coro de ángeles cantando alabanzas a Dios. Siba los miraba con entusiasmo, estaba embobado y le pregunto a Jesús.

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- ¿ Es cierto lo que estoy viendo, o es mi mente que lo hace ?. - Estás viendo la Gloria de mi Padre que te da respuesta a tú pregunta. - le respondió Jesús con voz cálida. - ¿ Porque puedo ver yo toda esa Gloria ?. - Porqué mi Padre te ha elegido a ti. Llegó la noche y entraron a la cabaña para dormir. A la mañana siguiente Siba se despertó y miró en el sitio que dormía Jesús y vio que no estaba. Salió buscándolo y llamándolo a voces. Jesús estaba en el río lavándose, se puso de pie y le preguntó a Siba que se aproximaba. - ¿ Que es lo que te ocurre, a qué vienen esos gritos ?. Siba llegó cansado y alterado de haber corrido, y le dijo. - He tenido un sueño maravilloso. He soñado que estaba yo delante de una hoguera, y por encima de las llamas aparecieron un coro de ángeles cantando alabanzas a Dios. ¿Te das cuenta?. Jesús lo miraba tiernamente con amor, con esos ojos tan bonitos que cuando miraba hacía estremecer. Jesús le respondió. - Mi querido Siba, no lo has soñado esto te sucedió ayer por la tarde mientras que nos calentábamos en la hoguera. Siba lo miraba sin comprender, quería sacar conclusiones y se puso a recordar. Pasados unos minutos dijo. - No recuerdo que esto me hubiera sucedido ayer, estoy seguro de haberlo soñado, sí muy seguro. - Es normal que lo hayas visto ayer, y de que lo hayas soñado esta noche. Siba movía la cabeza diciendo no. Después dijo. - Sé que ya soy viejo y que me falla la memoria, pero de lo que estoy seguro es de haberlo soñado. - Sabes mi querido Siba, ¿ Que los sueños y las visiones son una misma cosa ?. - De sueños entiendo, pero de visiones no, respondió Siba mientras que se sentaba en una piedra grande que había. La primavera se anunciaba. Aparecían en los árboles sus primeras flores. Los pájaros que en ellos habitaban mostraban su alegría con sus trinos. En el campo habían nacido bonitas flores, el aire llevaba un sonido a campanillas. Era por la mañana temprano. Jesús salió de la cabaña para ir hacer meditación en medio de la naturaleza. Sus plegarias las hacía en voz alta, y dijo. - Gracias Padre te doy otro día más, por el regalo que nos das de poder contemplar tanta belleza y tu poder en su esplendor. Los pájaros que por allí habían volaron hasta dónde estaba Jesús, unos se le ponían en la cabeza, otros en los hombros, y en las manos. Las mariposas que por allí pasaban volaron a su alrededor. Jesús estaba emocionado, pues amaba la naturaleza por ser Dios quién la había creado.

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Siba cuando se encontraba solo iba buscando a Jesús hasta que lo encontraba. Esta vez era maravilloso lo que estaba viendo, observaba con atención todas las aves que estaban posadas sobre Jesús y tantas mariposas que lo rodeaban. Siba dijo mirando al cielo. - ¡ Ay Señor que hijo que tienes !. Se acercó a Jesús, tenía la cara sonriente, estaba muy contento. Siba no le quería hablar para no molestarlo. Fue Jesús quién dijo. - Esta es también la Gloria de mi Padre, ¿ No es maravillosa ?. - Fuertemente maravillosa.- le respondió Siba. - Ellos son también mis hermanos. - ¿ Los pájaros y las mariposas son tus hermanos ?. - Exacto, todo lo hizo mi Padre con sus manos. Es por eso que hay que amar todo lo que Dios creó, por qué quién dice que ama más a un ciervo que a un lobo, o más a una paloma que a una serpiente, está despreciando parte de lo que Dios creó. Cada ser viviente tiene su función en la tierra. Hay hombres que por la maldad que tienen no se podrán igualar al ser más pequeño de la creación. Siba lo observaba con atención sin perderse nada de lo que Jesús decía. Cuando dejó de hablar, Siba le preguntó. - ¿ De dónde te viene tanta sabiduría ?. - Me la enseñó mi Padre antes de que naciera yo aquí en la tierra. Jesús hizo un movimiento con las manos y lanzó al aire los pájaros para que volaran, unos se posaron en los árboles y otros se quedaron en la hierba picoteando. - Soy el más feliz de los hombres al estar a tu lado, le dijo Siba emocionado. - Eres bueno y humilde, un hombre de corazón transparente, es por eso que mi Padre quiere que estés a mi lado. - Creo que mi hora se está acercando, estoy viejo y muy cansado, es posible que me quede poco tiempo de poder estar a tú lado. Jesús puso sus manos sobre los hombros de Siba y mirándolo de frente le dijo. - Eres mago y honesto, eso hace de que puedas presentir que tu hora está cerca, pero no tengas miedo porqué mi Padre estará contigo en ese momento. Cambiando de tema Jesús dijo. - Vamos a buscar fresas tengo hambre. Los dos se alejaron caminando lentamente. Iban cogiendo todos los frutos que se encontraban y los comían al mismo tiempo. Se escuchó un ruido que venía de unos zarzales que habían cerca. Jesús se aproximó y miró separando las ramas punzantes. Vio que se trataba de una liebre que se había quedado atrapada dentro. Con cuidado la cogió para

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que no se lastimara y cuando la tuvo en las manos la echó para que corriera. Mientras que se alejaba Jesús le dijo a Siba. - ¿ Has visto a esta liebre estaba atrapada por su ignorancia, creyó que por en medio de los zarzales podría pasar ?, ha tenido suerte de que estuviéramos aquí para sacarla de dónde se había metido. Pues así es el ser humano que cree saberlo todo, y cae por su ignorancia, destruyéndose a sí mismo por querer jugar a ser Dios. - ¿ Todos los hombres son de esa manera ?.- Le preguntó Siba. - La mayoría lo son, es por eso que me ha enviado mi Padre para la salvación de ellos, tengo la misión de salvar a la humanidad. - ¿ Crees que te escucharán ?. - Unos sí, y la mayoría no, pero aunque escuchen veinticinco, mi trabajo habrá sido escuchado. Mi tiempo será limitado aquí en la tierra, y solo podré quedarme el justo. - ¿Hablas de tiempo, quieres decir que no vivirás muchos años?. - Los necesarios Siba había comprendido lo que Jesús le quiso decir, y le dijo. - Me gustaría de que me hablaras del Reino de Dios. - Claro que sí quiero hablarte de esto. Mi Padre tiene su Reino en todo el universo, de dónde empieza hasta dónde acaba, y a su lado se pueden sentar todos esos que lo aman y que hacen su voluntad, hacer su voluntad es escuchar su voz. - ¿ Crees que es fácil para los humanos que lo amen, que hagan su voluntad y que escuchen su voz ?. - No es difícil, solo hay que tener humildad. - ¿ Sabes de qué bien tan apreciado me estás hablando ?. - Ya lo creo que lo sé. Siba miraba a Jesús, a ese muchacho que aún era un niño, reflexionaba sobre las palabras que le había dicho. Después le dijo. - No me has dicho como es el Reino de Dios. Jesús miró los árboles en flor, las flores del campo, las aves que volaban, las montañas y el cielo, seguidamente dijo. - El Reino de Dios es semejante al de la tierra en su grandeza. - ¿ Quieres decir que si miro todas las cosas bellas estoy viendo a Dios ?. - Eres inteligente, es por eso que eres mago. - ¿ Los mares y los ríos vive también Dios en ellos ?. - También sin excepción de nada. Cuando las aguas del mar están furiosas, también lo está mi Padre, es por eso que ocurre. Cuando un huracán se lleva todo lo que encuentra por su paso, es mi Padre que ha mandado su furia a ese lugar.

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Jesús continuo cogiendo fresas y las comía. Siba lo miraba con curiosidad, y también algo confuso, le pregunto para salir de dudas. - ¿ Quieres decir que todos los días estamos viendo a Dios tanto en su amor como en su castigo ?. Jesús hizo una afirmación con la cabeza mientras que miraba los ojos de Siba. - ¿ Entonces como se puede entender cuando dices que Dios vive en los cielos ? . - La mirada de mi Padre es infinita, puede estar allí y aquí. Su bondad no tiene límites y su cólera tampoco. Se pone furioso cuando se le hace daño, se destruye y se mata a lo que Él creó. Es como si le cortaran uno o dos dedos de su mano. - Pues debe estar más enfadado que contento, porque el ser humano hace lo que le place sin mirar que daño puede causar a otro ser humano ó a la naturaleza. Volvieron a la cabaña. Siba estaba cansado y no quería caminar más. Jesús fue hasta el río. Miró con sorpresa lo que dos hombres estaban haciendo. Iban cogiendo peces grandes y pequeños, estos se morían pronto por el tamaño que tenían, y cuando estaban muertos los devolvían al río, y solo se quedaban con los grandes. Jesús se enfureció al ver lo que hacían y fue hasta ellos diciéndoles con voz seca. - ¿ Porque estáis haciendo eso ?. No merecéis ni el agua que podáis beber. Los dos hombres se quedaron sorprendidos, y uno le dijo con voz áspera. - ¿ Quién eres tú para decirnos lo que tenemos que hacer ?. El otro hombre le dijo amenazándolo. - Vete de aquí si no quieres que te demos una paliza. - ¿ Porqué me tenéis que pegar ?. - Porqué nos espantas a los peces con tus gritos. Jesús miraba los pececitos que estaban muertos como se los llevaba la corriente. Estaba triste y también indignado. Había una cesta en medio de los dos hombres con peces grandes y que todavía tenían vida, aleteaban con fuerza. Jesús cogió la cesta y la vació en medio del río. Los peces cuando se vieron dentro del agua corrían río abajo. Los dos hombres al ver lo que hizo se enfurecieron y uno de ellos fue para agredir a Jesús. Le dijo mientras que lo quería coger. - Te voy a partir el cuerpo, verás cuando te coja. Jesús esquivaba los golpes que el hombre le quería dar. Como no podía él solo, llamó a su compañero y le dijo enfurecido y cansado por todos los regates que Jesús le hacía.

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- Ayúdame, ponte delante de él, que yo me pongo detrás se va a enterar este de quién somos nosotros. El compañero no hacia lo que el otro le decía y harto de verlo jugar al ratón y al gato, le dijo. - ¡ Déjalo ya, no ves que está loco !. - Mira lo que nos ha hecho, estamos aquí pescando toda la mañana para nada, hay que darle un escarmiento. - Olvídalo y sigamos pescando. - No vais a pescar más aquí por hoy, les dijo Jesús. El hombre que no quiso intervenir le dijo a Jesús enfadado. - Voy a ser yo quién te voy a dar una paliza tan grande que ni siquiera tu padre te va a reconocer. - ¿ Lo conoces ?.- le preguntó su compañero. - Vive en una cabaña con su padre que ya es anciano. Jesús no decía nada, estaba preparado para que no pudieran coger más peces. Cogió la cesta de mimbre y la tiró al río. Los dos hombres al ver esto se lanzaron al agua tratando de recuperarla, pero la corriente que había era grande y se la llevó. Los dos tenían dificultad para salir del agua, luchaban contra corriente. Miraban a Jesús y les pedían auxilio. Fue a buscar un palo largo y lo lanzó hasta ellos. Los dos se querían coger al mismo tiempo queriendo salvar sus vidas, cogió a uno y cuando salió, Jesús volvió a lanzar el palo y seguidamente salió el otro. Los dos estaban tiritando de miedo y de frío, se pusieron al sol para calentarse y para que sus ropas se secaran. Miraban a Jesús extrañadísimos, pensaban, ¿ Como es posible que nos haya sucedido esto con un joven que es casi un crío ?. Jesús estaba delante de ellos observándolos, les preguntó. - ¿ Cual es vuestro trabajo ?. Uno de ellos que era el que mejor se encontraba, respondió. - Ninguno, vamos a los ríos a coger peces, siempre tiramos los pequeños, porque no los quieren quien nos lo compran. - ¿ Entonces tenéis por costumbre de hacer lo que habéis hecho hoy ?. - Pensamos que no estamos haciendo ningún mal. - ¿ Llenáis los ríos de peces muertos pensando que lo que hacéis esta bien ?. Este hombre que habló miró a su compañero y permaneció callado. - ¿ Tenéis esposas ?.- les pregunto Jesús. El mismo hombre de antes volvió a responder y dijo. - Los dos estamos divorciados, nuestras esposas nos dejaron, a este antes y a mí después, por otros hombres que eran más guapos. Jesús sonrió al oír esto y les dijo.

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- Estoy seguro de que nacisteis guapos, pero vuestras malas acciones han hecho que seáis feos. Uno de los hombres se interesó por esto que Jesús le dijo y le preguntó. - ¿ Es posible que una persona se ponga fea por hacer cosas que no esta bien ?. - Así es amigo mío, todo lo que se hace de mal se refleja en el cuerpo. - ¿ Como sabes tu todo eso, quien te lo ha enseñado ?. - Seguro que su padre es ya muy anciano.- le respondió su compañero. - Si a partir de ahora hacemos cosas buenas, ¿Seremos guapos ? - El necesario, hasta que la naturaleza olvide vuestras maldades. - ¿ La naturaleza ?, ¿ De qué naturaleza hablas ?. - De la Dama que siempre está observando lo bueno o lo malo que se hace a la Creación. Los dos hombres se miraban sin comprender. Uno de ellos dijo. - Somos ignorantes, quizás sea por eso que no te entendemos, pero desde luego que a partir de hoy vamos a pensar mejor de lo que lo hacemos. Hacía un rato que estaban al sol, sus ropas se habían casi secado y decidieron irse. Jesús se acercó a la orilla del río y cuando pasó un pez grande lo cogió con la mano. Mientras que el animal aleteaba Jesús le dijo. - Tú serás la cena de Siba, él lo necesita, gracias por tu alimento. Al verano le faltaba poco por llegar. Jesús tenía que continuar su camino pero tenía un inconveniente era Siba. Estaba viejo y cansado y tenía que buscar una solución. Decidió de llevarlo con él hasta ver que pasaba. Salieron una mañana soleada. Cogieron río abajo, Jesús llevaba sus alforjas colgadas al hombro, y su vara larga cogida de la mano derecha donde se apoyaba al caminar. Siba iba igual. Se iban parando en los arbustos que daban frutos y comían de ellos. Hacían descansos por Siba para que no se cansara mucho. Por la noche dormían debajo de un árbol grueso. Llevaban tres días de camino. Llegaron a un cerro. Siba iba tan cansado, que apenas si podía respirar. Jesús lo ayudó para que se sentara sobre la hierba y le dijo. - Quédate aquí que voy a ver que hay al otro lado del cerro. - Sí hijo ves, Siba respondió con voz apagada. Jesús dejó las alforjas sobre la hierba y se llevó la vara. Cuando estuvo encima del monte vio que al otro lado habían varias casas pequeñas construidas con cemento. Bajó y fue hasta donde estaban, había mucho silencio. La entrada de las casas tenían forma de arco, no tenía puerta, solo una cortina gruesa de tela. No parecía que dentro hubiera alguien. Vio que por un camino venían varios hombres que vestían con tela de saco, y un trozo de ramal atado a la cintura. Jesús se dio cuenta que se trataba de hombres buenos y fue al encuentro. Ellos al verlo le preguntaron.

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- ¿ Hermano que te trae por aquí ?. ¿En qué te podemos ayudar?. - La paz de Dios sea con vosotros.- les dijo Jesús. Ellos esperaban a que Jesús les dijera que quería. - No os quiero molestar, solo pido si podéis acoger por unos días a un anciano, que espera al otro lado del cerro. Uno de ellos el más mayor dijo. - Claro que sí, y el tiempo que sea necesario. Jesús sonrió contento y les preguntó. - ¿ Estáis sirviendo a Dios ?. ¿ No es cierto ?. - Así es, hacemos lo que podemos, tratando de hacerlo lo mejor posible. - Voy en busca del anciano. Jesús fue a por Siba . Cuando estuvo junto a él, le dijo. - Podemos darle gracias a Dios, hay al otro lado unos hermanos que van a cuidar bien de ti, vamos apóyate en mí. Siba extendió su mano para cogerse en las de Jesús. Cuando estuvo de pié fue para coger las alforjas. Jesús le dijo. - Las llevaré yo, tú no tienes fuerzas. Empezaron a subir el monte despacio pues Siba se ahogaba, y dijo con voz débil. - No podré subir hasta arriba. - Sí que lo puedes hacer, un poco más y hemos llegado. A duras penas pudieron llegar hasta la cima. Siba no tenía color en la cara, la fatiga se iba apoderando cada vez más de él. En la otra parte de abajo dos hermanos los estaban esperando, y al ver que Siba le costaba bajar fueron para ayudarlo y de esa manera lo entraron en la primera casa que había. Se componía solo de una habitación. Tenía una pequeña chimenea que la encendían en los días de frío. Había un camastro donde dormía el hermano que vivía allí. Cada uno tenía su casita humilde, solo lo necesario para vivir. Llevaron a Siba hasta el camastro y lo acostaron, cerró los ojos y rápidamente se quedó dormido. Jesús estaba tranquilo de haber encontrado un buen lugar para que se quedara. Él tenía que continuar. Dio gracias a Dios por haber puesto en su camino a esos hombres que se dedicaban a la meditación. Siba terminaría sus días junto a ellos. Al día siguiente Jesús se levanto con la salida del sol. Miró a Siba como dormía, tenía mucho sueño atrasado, pero en esos instantes despertó, pues los demás hermanos también se habían levantado y hablaban fuera de las casas de ellos. Jesús cogió una mano de Siba y le preguntó. - ¿ Has descansado bien ?. - Sí muy bien, ya tenía yo ganas de dormir bajo techo. Jesús lo miraba tiernamente, y recordaba todos los momentos que habían compartido juntos, le dijo. - Tengo que irme, debo continuar. Siba lo miraba con lágrimas en los ojos, le dijo. - Cuídate mucho y recuerda quien eres, yo estaré aquí hasta que llegue mi hora.

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- Te he dejado en buenas manos, estos oradores cuidarán bien de ti, me voy tranquilo. El día que mi Padre te llame yo estaré contigo. - Estarás lejos de aquí. - le respondió Siba con voz apagada. - Para el espíritu no hay distancias. - Es cierto no las hay. Jesús se acercó al rostro de Siba y le dio un beso en la frente, seguidamente le dijo, - Hasta siempre amigo mío. Siba respondió con un nudo en la garganta. - Hasta que Dios quiera. Jesús salió de la casa con las alforjas al hombro y su vara en la mano. Fuera lo esperaban los hermanos oradores. Al verlo le preguntó uno de ellos. - ¿ Ya te vas ?. No te preocupes por tu padre que aquí estará bien. Jesús los miró a todos y les respondió. - No es mi padre. - ¿ No lo es ?. - preguntó extrañado. - No, pero sé que con vosotros va a estar bien. Como vieron que Jesús tenía prisa por irse, el mayor de todos dijo a los demás. - Vamos hermanos tenemos que buscar comida para hoy. Ellos se fueron, menos uno que se quedó con Siba. Jesús continuó su camino. El orador que se quedó, entró en la casa para vigilar a Siba. Él se estaba levantando del camastro. El orador le preguntó. - ¿ A dónde vas ?. - Quiero ir fuera para verlo por última vez. - ¿ Quién es ?. -¿ Porqué no se lo has preguntado a él ?. - No lo he creído oportuno. - Vamos ayúdame. Siba y el orador estaban fuera de la casa. Jesús caminaba con pasos firmes. Notó que detrás lo miraban y se volvió de cara. Vio a Siba y al orador que lo observaban. Levantó la mano y la agitó diciendo adiós. Siba le correspondió. Jesús dijo. - Mi querido Siba te llevarás contigo el secreto de quién soy. Siba estaba lejos y no lo puedo oír. Jesús siguió caminando. Era una mañana fresca pero el sol pronto estaría arriba dando sus rayos, anunciando un día caluroso. Llevaba medio día de camino, y fue a dar a un río. Era un río grande con mucha agua que bajaba limpia y cristalina. Necesitaba bañarse, dejó las alforjas encima de una piedra grande, se quitó la túnica y la puso al lado. Se metió en el río desnudo. Se estuvo dando un buen baño, estuvo nadando un rato jugando con el agua. Habían peces que nadaban

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cerca de él. Cogió uno, le dio un beso y lo echó al agua seguidamente diciéndole. - Eres libre vete con los demás, y no os dejéis atrapar. El pez nadaba entre una manada mientras que Jesús los miraba sonriendo. Salió del río y se fue debajo de unos grandes matorrales, para resguardarse del sol, pues era un día caluroso, se quedó dormido. No por mucho tiempo, porqué un contacto en la pierna lo hizo despertar. Miró y vio que se trataba de una serpiente que le iba subiendo por la pierna arriba. El animal era grande, con cuidado cogió la cabeza, se puso de pie y la llevó a donde había hierba alta, y la dejó allí, diciéndole. - Coge otro camino. Había un árbol alto y fue subiendo por el tronco hasta llegar a las ramas. Jesús la observaba y dijo. - Perfecto. Volvió de nuevo a echarse y durmió un rato más. Cuando despertó el sol se estaba poniendo. Se puso de pie y fue a coger la túnica y se la puso. Cogió las alforjas y se las echó al hombro y seguidamente fue bajando río abajo y en donde había menos agua lo cruzó y paso al otro lado. Iba comiendo frutas de las que encontraba, hasta que llegó la noche y se quedó a pasarla debajo de un árbol. Cerró los ojos y pensó en su madre, lo mucho que ella lo quería. También en José su padre adoptivo. Él quería que Jesús fuera a la escuela como lo habían hecho sus otros hijos. José era un hombre mayor cuando se casó con María. Era viudo y tenía de su anterior matrimonio siete hijos que estaban los mayores casados y los más pequeños vivían con ellos. Él más pequeño padecía de una dolencia del pecho, era el que más cuidados tenía por parte de José y de María. Cuando Jesús accedió de ir a la escuela, lo hizo porque su madre no paraba de decirle que tenía que aprender otras cosas a parte de Dios. Él dijo que iría pero solo para saber leer y escribir, porque todo lo demás su Padre se lo iba enseñando. Jesús recordaba y de pronto se echó a reír. En una ocasión la revolución que formó en la escuela con el maestro. Les estaban hablando de religión y de Dios. Les decían como los judíos pensaban que podría ser Dios y el universo. El maestro según les iban hablando, Jesús hacía un no con la cabeza. El maestro lo observaba y trataba de seguir enseñando lo que sabía. Ya harto de ver que no ponía atención, paró de hablar y le preguntó. - ¿ Que edad tienes ?. - Diez años.- respondió Jesús. - ¿ Tú con esa edad vas a saber más que yo que soy el maestro ? - A lo que se refiere a Dios sí. - ¿ Como puedes saber tu sobre Dios sí solo eres un niño ?. - ¿ Pregúntame lo que quieras ?.

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- ¡ Eres un impertinente !.- le dijo el maestro enfadado mientras que lo cogía por el brazo y lo zarandeaba. El maestro se dirigió a los demás niños y les preguntó. - ¿ Creéis que sabe más de Dios que yo ?. Los niños no respondieron nada. El maestro se enfureció tanto que echó fuera de la clase a Jesús diciéndole. - Dile a tu padre que venga a verme, tengo que hablar con él. Pasados dos días José fue a ver al maestro. Este le dijo que Jesús no se portaba bien y que daba mal ejemplo a los otros niños, si no tenía un buen comportamiento no podía seguir yendo a la escuela. José regañó a Jesús estando delante María. Él respondió que había aprendido a leer y a escribir y que no volvería más a la escuela. Jesús abrió los ojos y dirigiéndose a José y a su madre dijo en voz alta. - Benditos seáis. El cielo estaba limpio y lleno de estrellas. Era luna llena. La miraba en su gran esplendor, brillaba como la plata. En medio había una figura que parecía un leñador llevando sobre sus espaldas un brazado de leña seca. Dirigiéndose a la luna le dijo con voz dulce. - Madre, eres tan hermosa y bella como humilde, siempre fiel estás ahí dando luz a la noche. El cielo estaba repleto de estrellas, parecía el manto que llevaba la luna puesto. Se oía el canto del búho y de otros animalitos que iban por la tierra. A la mañana siguiente se despertó con el trino de los pájaros. Los miraba como estaban contentos posados en las ramas del árbol dónde él estaba. Les cantaban a la mañana, y al sol que estaba ya fuera. Sobre la hierba habían también pájaros que trataban con sus picos de coger la túnica de Jesús. Él los animaba diciéndoles. - ¡ A ver quién puede más de los dos, vamos con fuerza !. Como ninguno de los dos conseguían su objetivo empezaron a pelearse saltando uno encima del otro. Jesús reía mirando lo que hacían siguiendo sus juegos y dijo. - Que bonito es todo lo que el Padre a creado. Los dos pájaros cuando se cansaron de jugar se fueron volando hacia otro lugar. Era hora de continuar el camino. Jesús se despidió de todos los animales que allí habían, y también le dio gracias al árbol por haber dormido junto a él.

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Cogió las alforjas se las echó al hombro y siguió su camino ayudado de su vara. Llevaba dos horas andando. Miró hacia unos grandes matorrales por que se movían, y al llegar vio que se trataba de una gacela que jugaba con sus ramas. Se acercó al animal y la estuvo acariciando la cabeza y el lomo, le tocó el vientre y notó que estaba preñada. Según la iba acariciando le decía. - ¡ Que hermosa eres !, también lo será el hijo que vas a tener. La gacela estaba tranquila y se acostó encima de la hierba para que la siguieran acariciando, y le dijeran cosas bonitas. Aunque se piense que los animales oyen pero no entienden, no es así. Ellos no comprenden las palabras como nosotros pero saben que quieren decir. Jesús le acariciaba el vientre y le dijo. - Te has alejado de tu lugar, no sigas más adelante, porque te perderás, vete hacia las praderas junto a tu manada. Jesús le dio una palmadita en el trasero y la gacela se puso de pie y se fue hacia el lugar adecuado. Jesús continuó su camino, según iba andando recordaba a Siba cuando un día le dijo, que para hacer una buena meditación había que estar solo y en el silencio. Jesús siempre estaba seguro de lo que decía porque lo practicaba. Hacia varios días que llevaba de camino. Llegó a una casa vieja y que estaba hecha de piedra, se estaba medio cayendo. En la puerta había una anciana sentada en una silla de aneas. Jesús se acercó a ella y le preguntó. - ¿ Que haces aquí buena mujer ?. La anciana tenía más de ochenta años. El rostro lo tenía marcado por las arrugas, no veía bien porque la niña de sus ojos estaban tapadas por una fina tela. - Vivo aquí sola desde hace un tiempo.- respondió ella. - ¿ Dices que vives sola en estos lugares solitarios ?. Jesús dejó las alforjas en el suelo empedrado y la vara apoyada en la pared de la casa. Él se sentó encima de una piedra. Miraba a la anciana de frente. Ella le respondió. - Los que cuidaban de mí se fueron a vivir a otra casa mejor que esta. - ¿ Es tuya esta casa ?. - Sí es mía, desde que me casé vivo aquí, la gente que se ha ido no pagaban nada por vivir, a cambio ellos cuidaban de mí, pero ahora estoy sola esperando que la muerte me llegue en cualquier momento. - ¿ Murió tu marido ?. - Hace años y tuvimos un hijo que murió joven de una enfermedad que le dio.

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Jesús la miraba con pena. Se acordaba también de Siba, él tampoco tenía a nadie, pero su problema estaba solucionado. Ahora había encontrado otra alma sola en la tierra, ¿ De qué manera iba a solucionar esto ?, sobre todo en la soledad en que vivía. - ¿ Sabes que Dios premia a los que esperan con paciencia ?. - Hijo hace años que he dejado de creer en Dios, ya ni me acuerdo de que existe, ¡ he sufrido tanto !, ¿ Porque tuvo que quitarme a mi hijo que era joven como tú ?. ¿ Y porque me deja a mí que soy vieja y no sirvo para nada ?, ¿ Tú lo entiendes ?. Jesús con sus manos cogió una mano de la anciana y le dijo. - Sí que lo comprendo, estoy seguro que no te has ido porque quiere que me conozcas. - ¿ Si no sé quién eres ?.- le respondió la anciana extrañada. - No importa, pero te prometo que a partir de ahora no vas a estar sola. La anciana con sus manos cogió la cara de Jesús y le dijo. - Eres joven y guapo, además sabes hablar de Dios, ¿ Como me recuerdas a mi hijo, puedo darte un beso ?. - Claro que sí, y dos también si quieres. Jesús se acercó y ella le dio un beso en cada mejilla. La anciana lloró de emoción, y dijo. - Hace muchos años mi marido me hablaba de Dios, decía que estaba escrito en el libro sagrado que pronto vendría el Mesías a la tierra. No sé si habrá venido pero aunque así fuera ya soy vieja para poder conocerlo. Jesús la miraba con dulzura, le respondió. - ¿ Es posible que lo conozcas y no sepas que es él ?. - Creo que sí lo reconocería. - ¿ Porque estás tan segura ?. - Porque tiene que llevar esencia a Dios. - ¿ Sabes tú como es esa esencia ?. - Pues no lo sé, pero pienso que tiene que llevar el Nombre de Dios marcado en su frente. -¿ De qué manera ?.- le preguntó Jesús sonriendo. - ¡ Si yo lo supiera !, creo que tiene que parecerse a él en algo. - ¿ Si estuvieras frente al Mesías como lo sabrías si no has visto a Dios ?. La anciana hizo un gesto de cansancio y dijo. - Es muy complicado todo esto para mí, vosotros los jóvenes si que le podéis sacar provecho. - ¿ Quieres que dejemos este tema para mañana ?. - Sí porque ahora son muchas cosas juntas las que me han sucedido solo en un rato que llevas aquí.

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Habían árboles frutales alrededor de la casa, era de esa fruta que se alimentaba la anciana. Jesús se preparó para él una de las habitaciones que dejaron los que se habían ido. La anciana se fue pronto a dormir. Jesús buscó fuera de la casa un lugar para la meditación. Estuvo más de una hora con la mente puesta en Dios, y le pedía un lugar para dejar la anciana con alguien de confianza. Amaneció un día espléndido. Habían arbustos con su flor, los animalitos se les veían correr por el campo felices. En la huerta de la anciana había una higuera que estaba cargada de higos. Jesús se acercó y estuvo cogiendo, ese fue su desayuno. La anciana lo seguía, quería estar cerca de él, buscaba poder hablar. Ella le preguntó. - ¿ Porque viajas solo ?. - Ahora tiene que ser así. La anciana cambiando de tema le dijo. - Anoche nos quedamos a medias con la conversación que teníamos. Jesús le dio un beso en la frente y le dijo. - ¿ Te das cuenta de que no has olvidado a Dios ?. Ella hizo un gesto con la cabeza afirmando y respondió. - Tú me lo has hecho recordar. - Vamos a sentarnos que te voy hablar de lo que tú quieres.-Jesús empezó diciendo. - Por la edad que tienes debes de saber que Dios creó todo lo que hay sobre la tierra. Árboles, plantas, flores, animales y también al ser humano, pues de esa manera hay que imaginarse a Dios. La anciana lo miraba sorprendida y le respondió. - No me imagino a Dios con cara de una rosa, como un árbol, y aun menos con cara de un animal, porque Dios tiene que ser bellísimo sin punto de comparación a nada. Jesús la miraba satisfecho y contento, le preguntó. - El hijo que tuvisteis a quien se parecía, ¿ A tu marido o a ti ?. La anciana se quedó pensativa porque había comprendido lo que Jesús le quiso decir, y respondió. - Se parecía a los dos, pero a mí más. ¿ Entonces cuando comemos una naranja u otra fruta estamos comiendo de Dios ?. - Así es, comemos de su alimento. - ¿ Estás seguro que es así ?. - Lo estoy de lo contrario no lo afirmaría. La anciana dijo convencida. - Pues también se puede parecer al mar, a los ríos, a las montañas, incluso se puede parecer a una serpiente. Jesús la miraba emocionado y le dijo. - Ayer cuando te vi por primera vez sabía que eras un alma bella.

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Hacía varios días que Jesús estaba con la anciana. Ella creía que se iba a quedar a vivir para siempre allí, pero Jesús tenía una misión que cumplir, la de ir ayudando a todo el que lo necesitara. Había mucha fruta que coger en la huerta, y gran parte del tiempo Jesús lo dedicaba a esta tarea, la anciana unas veces se quedaba dentro de la casa y otras acompañaba a Jesús recogiendo fruta. Un día le preguntó la anciana. - ¿ Tienes padres ?. Jesús cogía fruta y respondía al mismo tiempo. - Sí tengo padres, y también hermanos. - ¿ De que trabaja tu padre ?. - Es carpintero. - ¿ Te has escapado de tu casa ?. - No.- Jesús la miró sonriendo. ¿ Porque has dejado a tu familia ?, ¡ Tú madre estará llorando tu ausencia sin saber donde estás !. - Es cierto que mi madre llora porque no me tiene a su lado, pero sabe donde estoy. - ¿ Sabe ahora que estás conmigo ?.- le preguntó la anciana con curiosidad. - Lo sabe. - ¿Como es que lo sabe ?. - Porque mi Madre es la Madre de todas las madres. Le respondió Jesús mientras que dejaba de coger fruta para mirarla a ella. - ¿ También es mi madre ?.- Exclamó sorprendida. - Es madre tuya y de toda la humanidad. La anciana lo miraba sin saber que responder, pero se armó de valor y le dijo. - Está madrugada fui a tu habitación para ver como dormías, había en mi una gran curiosidad y me asusté o algo raro me ocurrió al ver que a tu alrededor donde dormías había una luz plateada parecida a una nube que te envolvía. De tu cabeza salía una gran estrella dorada. Me fui asustada, traté de dormir pero no pude. Jesús la escuchaba atentamente, como estaba temblorosa y para que se calmara le dijo. - Lo has debido soñar. - No, estoy segura que lo vi, te lo quería decir pero no me atrevía. Tu sabes bien que es cierto, sino ¿ Porque me dices que tu Madre es la Madre de todas las madres ?. Solo una Diosa lo puede ser. - Por los ojos de Jesús corría una lágrima, se había emocionado por lo que la anciana le acababa de decir. Se acercó a ella y le dio un beso en la frente, y le dijo.

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- Eres sabia mujer. La anciana llevó sus dedos a los ojos de Jesús y le quitó las lágrimas. Seguidamente le dijo. - Sí pero me debo a otras cosas. Habían pasado varios días, Jesús pensaba en el día que se tenía que ir y no se podía dejar a la anciana sola. Ella apenas veía bien, los años que tenía eran muchos. La casa no estaba en condiciones para seguir albergando por mucho tiempo más a nadie, puesto que se iba cayendo de todos los lados a trozos. Pronto llegarían las tormentas de verano y los techos no resistirían el agua. Cada noche Jesús se alejaba de la casa para hacer meditación. Cuando se iba alejando, la anciana le seguía, quería saber más sobre Jesús, la curiosidad que sentía no la podía dominar, ella seguía su silueta blanca para no perderse. Jesús se sentó encima de una piedra grande. Había descubierto entre árboles ese lugar la noche que llegó. La anciana lo había perdido de vista y lo buscaba. Estaba al lado de él pero no se había dado cuenta. Fue Jesús que le dijo. - ¿ Como es que no estás en la cama a estas horas ?. Ella al oírlo lanzó un grito del susto que se había llevado, no sabía que decir, tenía las manos puestas en la boca para evitar de que salieran más gritos, al final dijo. - Te he seguido porque quería saber más de ti, ¿ Te has enfadado conmigo ?. - No, jamás lo haría con una mujer, porque para mi tiene un alto valor. La anciana se volvió caminando, como era de noche y apenas se veía, Jesús la llevó hasta la casa. Al llegar, ella le dijo. - Estoy avergonzada por lo que he hecho, yo a mis años te quería seguir, ¿ Verdad que no está bien ?. - No te preocupes más por este hecho y trata de dormir. - ¿ Crees que mi hijo hubiera sido tan bueno como eres tú ?. - Estoy seguro que sí, y deja de afligirte porque yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo. La anciana entró en su habitación y se acostó, estaba tranquila por lo que Jesús le dijo y durmió bien. A la mañana siguiente, Jesús estaba desayunando fruta. La anciana se aproximó a él y le dijo.

fuera

de

la

casa

- He soñado contigo, ha sido un sueño que no he tenido nunca jamás antes, ¿ Quieres que te lo cuente ?. - Claro que sí.- le respondió Jesús mientras que comía fruta.

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- Era un gran jardín, habían rosas muy grandes, más de las que jamás haya visto. Eran todas de color azul fuerte. Habían también otras clases de flores que no conozco. Estabas tú en medio de ese jardín cuidándolo con mucho esmero, acariciabas cada flor y le hablabas, pero yo no oía lo que le decías. Jesús la escuchaba sonriendo y feliz. La anciana le preguntó. - ¿ Que hacías en medio de ese jardín ?. - ¿ El sueño quien lo ha tenido tú o yo ?. - Lo he tenido yo, pero sabes muy bien lo que quiere decir. Jesús cambiando de tema, le dijo. - Tengo que irme pronto, pero te llevaré conmigo, no puedo dejarte aquí sola. La anciana lo miraba extrañada, parecía que no entendiera lo que le quería decir, y le preguntó. - ¿ Dónde me quieres llevar ?. - Conmigo, hasta encontrar una solución. - No veo mucho, tampoco puedo caminar con los dolores de piernas que tengo, creo que estoy aquí mejor sola. - No lo estarías si hubieran vecinos alrededor sería otra cosa, pero puede llegar un desarmado y hacerte daño. Tampoco es conveniente que te quedes porque la muerte te puede sorprender en cualquier momento en el invierno próximo. - Los que cuidaban de mí cuando se fueron y me dejaron sola, yo creía que nadie más se iba a ocupar de mi, pero está visto que no es así, que Dios siempre ayuda, ¿ Cuando nos vamos ?. - Mañana temprano. Tienes que llevar lo puesto. La anciana estuvo todo el día despidiéndose, yendo y viniendo de los árboles frutales de la casa que tantos años había vivido en ella. Caminaba por encima de las tierras por última vez. A la mañana siguiente emprendieron el camino. Jesús llevaba colgadas de su hombro las alforjas, con el mismo brazo tenía cogida de la mano su vara, y en el otro brazo iba cogida de la anciana. Levaban media hora de camino sin hablar, para ella esto era un golpe fuerte, el deshacerse de todo a la edad que tenía. La anciana dijo. - Seré una carga para ti. - No lo creas, estoy predestinado a llevar el peso del mundo, Ella no respondió porque no entendía lo que le quiso decir. Jesús la miraba con amor. Iban descansando a ratos igual que hizo con Siba. La primera noche se quedaron a dormir debajo de un árbol. Al día siguiente cuando emprendieron de nuevo el camino se encontraron con una borrica que estaba comiendo hierba. Se acercaron al animal, y Jesús la empezó acariciar la cabeza. Se escuchó la voz de un hombre que dijo. - Esa borrica es mía.

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El hombre estaba sentado cerca en la hierba. Se puso de pie y fue hasta ellos. Jesús le dijo. - Que la paz sea contigo. - También con vosotros. - respondió él. - ¿ Estamos lejos del mar ?. - preguntó Jesús. - ¿ A dónde vas con esta anciana ?. ¿ Es tu abuela ?. Jesús no quiso dar explicaciones de quién era la anciana y respondió. - Vamos los dos juntos, ella está cansada y es vieja. El hombre los miraba reflexionando, después dijo. - Vamos a mi casa, está cerca de aquí. - ¿ Queda lejos el mar ?.- le volvió a preguntar Jesús. - A un día de camino, pero con ella no llegarás hasta dentro de tres días, es por eso que te propongo de ir a mi casa para que descanse, vivo con mi mujer y mi hijo. Emprendieron el camino a paso lento pero pronto llegaron. Estaba la esposa del labrador en la puerta de la casa, y el hijo de ellos que trabajaba la tierra. Era algo mayor que Jesús. Cuando estaban cerca la esposa, preguntó. - ¿ Quiénes son ?. El marido, le dijo. - Ven y cógela, llévala dentro y prepara comida. Ella lo hizo de esa manera. Sentó a la anciana en una silla de aneas y le dijo. - Descanse aquí mientras hago la cena y preparo una habitación. - Gracias hija, eres muy buena, tengo tan pocas fuerzas que apenas sí me puedo mantener de pie. La mujer puso agua en una palangana y llevó a dónde estaba la anciana, le quito el calzado y le introdujo los pies dentro del agua para que reposaran. Con Jesús hizo lo mismo. Después de haber cenado bien. La mujer llevó hasta la habitación que había preparado a la anciana dos colchones de alfalfa en el suelo, uno para ella y el otro para Jesús. La ayudó a quitarse la ropa y la dejó acostada. Se fueron a sentar todos en la puerta de la casa, pues había hecho un día de mucha calor y fuera al fresco se estaba bien. El labrador le dijo a Jesús. - He pensado de acompañaros mañana para llevar subida en la borrica a la anciana, hasta el mar, después me volveré con el animal. Jesús se alegró por la anciana, así no tenía que caminar y estaba seguro que cuando llegaran encontraría a alguien que se hiciera cargo de ella, y le dijo al labrador. - Dios te pagará siete veces más.

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El labrador como no lo comprendió no dijo nada, pero había pasado un rato y le preguntó a Jesús. - Antes me dijiste que se me pagaría siete veces más el favor que os voy hacer, ¿ Con qué dinero me vas a pagar ?. - No voy a ser yo quién te dará siete veces más, sino Dios Todopoderoso que con su ojo mágico, ve lo que se hace de bueno o de malo en la tierra. El labrador lo miraba extrañado por las palabras que Jesús le decía, no lo comprendía bien cuando hablaba lo encontraba un muchacho raro y difícil de seguir en su lenguaje y en su comportamiento, no veía que fuera normal que llevara con él a la anciana sin ser nadie de su familia. Su esposa tenía ganas de irse a dormir y entró en la casa. El labrador preguntó a Jesús. - ¿ A qué hora saldremos mañana ?. - Después de que haya salido el sol.- le respondió Jesús. El hijo del matrimonio estaba sentado pero no decía nada, él solo escuchaba. Cuando se quedaron él y Jesús solos le dijo. - Tienes unos padres buenos, y tienen un corazón maravilloso. - Sí es verdad, están todo el día trabajando y cuando pueden hacer un favor lo hacen sin mirar a quien. El joven se puso de pie y dijo. - Me voy a dormir. Jesús se alejó de la casa buscando un lugar para la oración de cada noche antes de acostarse. Cuando volvió a la casa todo estaba en silencio. Fue a la habitación dónde dormía la anciana profundamente, pues había tenido un día que para ella fue fuerte por lo mucho que había caminado. Jesús se acostó en el otro colchón que había y pronto se quedó dormido. A la mañana siguiente el sol estaba apareciendo por el horizonte. Jesús estaba ya levantado, el canto del gallo lo había despertado. Salió de la casa y fue a ver a los animales. Eran gallinas lo que habían más, y algunas cabras que les proporcionaban la leche de cada día. Escuchó tras de él la voz del labrador que le dijo. - Traigo dos huevos frescos de ayer, cógelos, hazle un agujero y bébelo, yo también voy hacer lo mismo, esto nos ayudará hacer el camino. La anciana se había levantado ayudada por la mujer del labrador que la vistió y la calzó. Seguidamente puso leche a calentar y le dio en un bol para que la bebiera antes de irse. El labrador tenía en la puerta de la casa a la borrica preparada para que la anciana pudiera ir bien sentada. Entre Jesús y él, la subieron , y la pusieron de la manera más cómoda. La esposa del labrador se despedía de ella y de Jesús. Él le dijo. - Gracias por todo el bien que has hecho. El labrador le dijo a su esposa y a su hijo.

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- Volveré dentro de dos días. Y tú hijo mío cuida de las tierras mientras que yo no esté. Seguidamente emprendieron el camino. El labrador iba hablando del invierno pasado que habían tenido con mucho frío y que una gran parte de las hortalizas se helaron, y que habían tenido una mala cosecha. Jesús le escuchaba atentamente. El labrador le preguntó. - ¿ De qué manera se me devolverá siete veces más todo lo que estoy haciendo por ti ?. - ¿ Porque te preocupas tanto por eso ?.- le preguntó Jesús. - Solo por curiosidad, me gustaría saberlo. - A partir de ahora las hortalizas que te de la tierra serán tantas que tendrás todo el año para comer y vender, los olivos que tienes te darán mucha aceituna, tanta que el aceite obtenido no lo podrás gastar y te lo compraran, con los animales pasará lo mismo, y tendrán mucha salud, también tú y tu familia. El labrador lo miraba contento y le dijo. - Que Dios te oiga, ya nos hace falta esa ayuda, ¿ Pero es seguro ?. - Sí claro que lo es, te he dicho que así será y así es. La anciana iba ya cansada de ir sentada en la borrica, y pidió que la bajaran un rato. Así lo hicieron y se sentaron para descansar debajo de un árbol. El día era caluroso y el sol pegaba fuerte. El labrador sacó de una bolsa de saco que su esposa le había preparado, pan, queso y fruta. Partió un trozo para cada uno de los tres y lo comieron. Mientras que reposaban el labrador se dirigió a Jesús y le dijo. - Hablas poco muchacho. La anciana intervino y respondió. - Habla de Dios y de la naturaleza, si le preguntas por todo esto él te va a responder. - ¿ Eres una especie de predicador ?.- le preguntó el labrador sonriendo. - Esa parte la trabajo, y también la ayudo. - Háblame de Dios, ¿ Porque no lo vemos ?, respóndeme a eso. Jesús lo miró de frente, y le dijo. - ¿ Porque crees que no lo vemos ?, tú y tu esposa habéis actuado en su nombre, no nos conoces y nos has dado comida, alojamiento, y también ahora nos estás ayudando con la borrica para llegar al mar. El labrador lo miraba y también a la anciana tratando de creer lo que Jesús le acababa de decir. Él le preguntó. - ¿ Piensas que nuestra manera de ayudaros es Dios que lo ha querido ?. - Si no hubiera sido Dios no habrías hecho nada. - Pero yo no le he visto, eso es lo que tú dices, ni tampoco he oído que me hablara.

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- La bondad que ha salido de vuestros corazones es la voz de Dios. - Entonces eso que se siente por dentro como un bienestar después de haber realizado un hecho bueno, ¿ Es Dios ?. - No te has equivocado.- le respondió Jesús. - ¿ Lo has visto tú ?. Jesús miró por todos los alrededores. Habían mariposas que volaban, pájaros que iban en bandada, el campo estaba lleno de flores, los árboles tenían toda su luz. Jesús le respondió. - Siempre estamos todos viendo a Dios, tú lo ves cada día y no te das cuenta. - ¿ Te refieres a la naturaleza ?. - ¿ Y quién sino ?, de ella nacemos y a ella volvemos. - Hablas muy bien.- le dijo el labrador mientras que mordía una manzana. - No quiero que crean que hablo bien, sino que me comprendan lo que deseo transmitir. Continuaron el camino. Se posó una mariposa en el hombro de Jesús. El labrador que la vio le dijo. - ¿ Porque no coges a la mariposa con tu mano ?. - Es en mi hombro dónde quiere estar, y no la voy a molestar. - ¿ Quizás no lo quieras hacer porque se puede ir volando ?. Jesús no respondió nada. El labrador iba intrigado de ver que la mariposa no se movía y la quiso él coger. Al momento la mariposa voló unos instantes y fue de nuevo a ponerse en el hombro de Jesús. El labrador le dijo. - Cógela tú a ver que hace. Para no oírlo más, Jesús llevó su mano al hombro y la mariposa se posó en ella. El labrador miraba a la mariposa como iba en la mano de Jesús y le dijo. - Eso es un truco que has hecho, ¿ Enséñame como es ?. - No hay ningún truco es la naturaleza que me acompaña y me conoce. El labrador soltó una carcajada y dijo. - Eres gracioso ¿ Muchacho quién eres ?. - Lo acabas de decir tú, un muchacho. El labrador cesó de reír y fue caminando un trecho sin hablar. Pasado un rato le dijo. - No quieres hablarme de ti, ¿ Verdad ?, has tenido un buen maestro que te ha enseñado bien. Jesús no respondió, aunque el labrador esperaba una respuesta. Como no la tuvo, le preguntó.

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- ¿ Porqué no me hablas de tu maestro ?. - Antes te he hablado y no me has escuchado. - ¿ Cuando ?. - Te he hablado de la naturaleza y del misterio que va con ella. - Es que quisiera hacerlo yo también, ¿ puede ser ?. - También lo puedes hacer tú y más que vives en el campo, y que puedes ver a la tarde cuando duermen las flores, y por la mañana cuando se despiertan. Puedes mirar la salida del sol, y cuando se pone. También si quieres puedes seguir los ciclos de la luna, cuando está llena, los mensajes que deja al pasar. Las nubes nos hablan con las formas que toman. ¿ Te das cuenta todo lo que puedes aprender en el sitio dónde vives ?. Seguían caminando. El labrador andaba con la cara mirando la tierra que iba pisando, pensando en todo lo que Jesús le había dicho. Como no encontraba la manera de comprender todo eso, le preguntó. - Todo lo que me has dicho lo veo a diario, pero tiene que haber algún modo de saber y entender todos los mensajes que lleva cada cosa, ¿ Como haces tú ?. - Antes te dije que escucharas la voz de la bondad, que es la voz de Dios, con ella puedes hacer todo lo bueno que te propongas, y aprender de la naturaleza será entonces fácil. La calor que hacía era grande. El labrador sacó del bolsillo de su pantalón un pañuelo y se secó la sudor que corría por su frente y por el cuello. Le preguntó a la anciana porque quería saber más sobre Jesús y le dijo. - Tiene usted un nieto con misterio, sabe mucho. - No es mi nieto, solo hace que lo conozco unos días.- respondió la anciana. - ¿ Dice que no lo conoce y va con él hasta el mar ?. - Eso he dicho.- respondió la anciana mirando el camino. - Pensaba que eran familiares, ¿ No tiene usted ?. - Solo le tengo a él, me ha dicho que sola no me podía quedar, y he puesto toda mi confianza y mi fe en donde me lleve. El labrador miró a Jesús y le dijo. - Lo tuyo si que es tener buen corazón, y ser valiente a la edad que tienes. - Para mi no es ningún mérito hacer esto, porque estoy haciendo lo correcto, lo que Dios quiere que se haga dentro de su ley. - Sabes que me gustaría hacer lo que me has enseñado de la naturaleza, pero ahora me hablas de la ley de Dios, ¿ Como lo voy a entender todo eso ?. - Todo se basa en leyes, las tienes que aprender para hacer la voluntad de Dios, de lo contrario no lo vas a comprender. - Lo que estas haciendo con esta anciana sí que tiene mérito aunque no lo creas, también tienes una gran responsabilidad llevándola contigo, ¿ Y si le pasara algo ?.

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- Conmigo nada le va a suceder, la responsabilidad la tiene Dios por haberla puesto en mi camino. - Pues aún con eso os podría ocurrir a los dos algo malo. Jesús miraba a los ojos del labrador con mirada tierna , después le dijo. - Hablas así, porque no sabes como es mi Padre, Él vela para que no suceda nada de lo que dices. El labrador exclamó creyendo que había comprendido y respondió. - ¡ Ah !, ahora entiendo, tu padre está muerto y vela por ti, ¿ No es eso lo que me has querido decir ?. Jesús miraba a los ojos del labrador, notó que algo extraño había en su mirada que se clavaba fuertemente, como no lo podía más resistir dijo quejándose mientras que se tapaba los ojos con sus manos. - ¡ Basta, no me mires de ese modo que me haces daño, me estás dejando ciego !. Jesús cogió las manos del labrador y las separó de sus ojos, y le dijo. - Como no me conoces piensas que te puedo dejar ciego, pero no he venido para dejar sin luz los ojos, sino para que vean todas las grandezas que hay en el Reino de mi Padre. El labrador ya más tranquilo, dijo. - A partir de ahora vamos hablar de otras cosas, porque lo tuyo ya no lo entiendo. Era por la tarde y empezó a refrescar, habían nubes, y se preparaba una gran tormenta. Pronto empezaron aparecer los relámpagos seguidos por los truenos, y cayeron gotas gordas de agua, seguidamente llovió fuerte. Había un árbol grueso y se fueron a refugiar debajo. Estuvo lloviendo un rato, dejó la tierra hecha barro, y estaba anocheciendo, allí no se podían quedar a pasar la noche, y se fueron buscando otro lugar. Habían llegado a una montaña, no muy alta. Jesús le dijo al labrador. - Voy a mirar para ver si nos podemos quedar por aquí, tiene que haber algún sitio. El labrador no dijo nada y se quedó con la anciana mientras que los dos miraban como se alejaba Jesús. La anciana pidió al labrador que la bajara de la borrica, porque estaba cansada de ir subida en ella. Pronto volvió Jesús, vio como la anciana estaba sentada sobre un tronco de árbol, cerraba los ojos porque se estaba quedando dormida. El labrador estaba de pie junto a la borrica esperándolo. Jesús dijo. - He encontrado una cueva, no es grande pero se puede dormir dentro. Vámonos antes de que se haga de noche.

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Jesús ayudaba a la anciana a caminar, y el labrador iba estirando de la borrica. Llegaron a la cueva. Dentro estaba seco, no había entrado el agua. El labrador llevaba una manta doblada encima de la borrica, la cogió y la extendió en el suelo para que la anciana se acostara a descansar. La borrica tenía hambre y empezó a comer hierba, así estuvo hasta que se hartó. A la noche, cuando dormían el labrador y la anciana, Jesús subió a la cima de la montaña para la oración. Allí estuvo hablando con Dios. El tiempo fue indefinido el que estuvo orando. Se quedó dormido en la copa de la montaña, y lo despertó la salida del sol. Miraba al Rey astro como iba subiendo, haciendo un baile armonioso. Jesús dijo sin dejar de mirarlo. - Es la manifestación de mi Padre en todas las cosas, dándoles vida. Cuando el sol había subido, Jesús se preparó y bajó de la montaña. En la entrada de la cueva esperaba impaciente el labrador. Lo buscaba por todas partes, al verlo llegar le dijo asustado. - Creía que te habías ido. - ¿ Porqué has creído eso ?.- le respondió Jesús. - No lo sé, pero lo he pensado, me ha despertado la borrica con sus rebuznos, y al no verte he tenido miedo, por la anciana ¿Sabes?, no hubiera sabido que hacer con ella. - Eres un hombre de buen corazón, pero te falta fe, y si la tuvieras serías extraordinario. El labrador se molestó al escuchar estas palabras de Jesús, y respondió sin poner atención a lo que decía. - Bueno dejémonos de historias y ve a despertar a la anciana que todavía duerme. Hoy quiero dejar terminado este trayecto, tengo una granja y tierras para cuidar. Jesús entró en la cueva. La anciana estaba despierta y trataba de ponerse de pie. Jesús la ayudó, ella le dijo. - Hoy estoy muy cansada, espero que lleguemos a un lugar donde pueda descansar bien, ¿ Crees que lo vamos a encontrar? - Claro que sí, no te preocupes. Fuera de la cueva estaba esperando el labrador con la borrica preparada para que subiera en ella la anciana. Cuando la subieron emprendieron el camino. El labrador no hablaba dando a demostrar de que estaba enfadado o molesto. Sólo se oían el trino de los pájaros. Aunque la mañana era fresca se anunciaba un día de calor. Pararon dos veces, por la anciana y por la borrica para que descansaran. Era la entrada de la tarde el mar se veía, habían hecho un gran trayecto, podían oír las olas del mar. Llegaron a un llano donde habían tres casas blancas de pescadores. Las puertas estaban abiertas. Bajaron a la anciana

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de la borrica, tanto ella como el animal estaban cansadas, la anciana caminaba cojeando. Jesús llevaba las alforjas al hombro, y la vara larga cogida de su mano derecha. Se acercó a la primera puerta. Una mujer salía al escuchar que alguien hablaba. Vestía de negro, llevaba en la cabeza sujeto un pañuelo también de color negro. Aparentaba unos cuarenta años de edad. Ella miraba extrañada a los recién llegados, pero sobre todo se fijo en la anciana en las condiciones en que estaba y dijo. - Entrarla dentro para que descanse. Jesús la ayudó a entrar en la casa. La mujer señaló una mecedora y dijo. - Déjala aquí. El recinto era grande. Había una chimenea pero sin leña. En medio del recinto había una mesa larga de madera y alrededor habían dos bancos también de madera. Había unas escaleras que conducían a otro piso. Por las escaleras bajaba una joven que representaba la misma edad de Jesús. La mujer dijo. - Es mi hija. Era alta, con los cabellos largos y negros. Vestía una bata larga de color gris. No se detuvo en el recinto, miró solo a Jesús, a la anciana y al labrador, y salió de la casa sin decir nada. Su madre la llamó diciéndole. - Hija ven que te necesito. La joven entró y la madre le dijo. - Trae agua del mar en una palangana, para que se dé un baño de pies a esta anciana, pobrecita está muy cansada. La hija hizo todo lo que su madre le dijo, pero no hablaba estaba tímida porque Jesús la observaba. Tanto Jesús como el labrador tomaron un baño de pies. La borrica estaba fuera comiendo hierba y se quedó dormida. La mesa estaba preparada para cenar. Mientras comían Jesús le preguntó a la mujer. - Hay dos casas más. Son de dos familias de pescadores, nuestros maridos están en el mar. La joven miraba a Jesús mientras que comía, todavía no había dicho nada desde que llegaron. La madre preguntó. - ¿ A dónde van con esta anciana ?. Fue el labrador quien respondió y dijo. - No lo sé, yo me voy mañana nada más que amanezca. La mujer miró a Jesús para ver que decía, y el respondió.

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- No tiene a nadie y la he traído conmigo, hasta encontrar un alma buena que se quede con ella. La mujer paró de comer y extrañada respondió. - Aquí termina la tierra, y ahí empieza el mar, ¿ donde quieres ir con ella ?. - La dejaré dónde se pueda quedar. Nadie más dijo nada. Fue la joven quien quitó la mesa y la limpió. Seguidamente entre ella y su madre preparaban una habitación para que durmieran los recién llegados. A la anciana le acostaron pronto, pues tenía muchos años y estaba cansada de ir subida en la borrica. Dentro de la casa hacia calor, salieron fuera y se sentaron en unas banquetas de madera. En las otras dos casas también estaban quien las habitaban sentados en la puerta tomando el fresco. No cesaban de mirar a Jesús y al labrador, por allí era raro de que fueran gente, apenas conocían a nadie, las tres familias estaban todo el año viviendo solos. La dueña de la casa estaba preocupada por la anciana y le pregunto a Jesús. - ¿ Cuantos días piensas quedarte aquí ?. - Exactamente ahora no lo sé, pero creo que no serán muchos. - Eres joven, y pienso que es posible que no te des cuenta en el estado en que está la anciana que has traído, ¿ Porqué has hecho que viaje tan mayor como es ?. - Porque no tiene a nadie, vive sola en una casa vieja que está a punto de caerse, cuando hubiera llegado el invierno habría muerto de frío y de hambre. La joven escuchaba compasiva. El labrador también, haciéndose cargo de la situación en que vivía la anciana, al mismo tiempo admiraban el valor de Jesús de llevarla con él. Los demás vecinos como nunca oían nada nuevo se acercaron para escuchar que se decía. La joven propuso a su madre y le dijo. - Puede quedarse aquí, tenemos sitio para ella. Su madre la miró pensativa y respondió. - Si es verdad, tenemos una habitación que nos sobra, ¡ Pero lo tengo que consultar con tu padre, no sé lo que él dirá !. - Pues nada, lo que tu hagas estará bien para él. - Bueno cuando venga se lo diré. El labrador se puso de pie y dijo. - Yo me voy a dormir, pues mañana nos espera a la borrica y a mi un largo camino. Una vecina, que era una mujer mayor le pregunto a Jesús. - ¿ Eres pescador ?.

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- Lo soy en cierta manera, respondió mientras que miraba a todo el pelotón de gente que se había formado, y que lo observaban con curiosidad. La dueña de la casa le preguntó a Jesús. - ¿ Porque has pensado de venir aquí ?. - No lo he pensado, es que me han traído. - ¿ Quién este hombre que se ha ido a dormir ?. - No, el solo me ha acompañado. Otra vecina le dijo a Jesús. - Hablas de manera que no se te entiende, estoy segura que los que estamos aquí no hemos comprendido lo que has querido decir. Jesús los miró a todos y les preguntó. - ¿ Quién de vosotros cree que Dios lo puede hacer todo ?. Hubo silencio, los vecinos se miraban y no sabían que decir. Fue la dueña de la casa quién respondió y dijo. - Yo creo que lo puede hacer casi todo, pero todo no. - ¿ Porque crees eso ?.- le pregunto Jesús. - Porque hay cosas que tenemos que resolver nosotros mismos. - Es cierto lo que dices, pero si os encontráis en una situación desesperada, solo hay que esperar que Dios nos ayude. Hay cosas que el hombre no puede hacer si no es con la intervención de Dios. - ¿ Que edad tienes ?. - Diecisiete años. Se escuchó la voz de los vecinos como exclamaban al oír los años que tenía Jesús. Una vecina le preguntó. - ¿ Como es que sabes todo eso, si casi eres un niño ?. - Lo he aprendido de mi Padre. - ¡ Ah ! claro ahora se entiende todo.- dijo la dueña de la casa. - Tu Padre tiene que ser un hombre sabio.- dijo una vecina. - Que cosas más te ha enseñado, ¿ Nos las puedes decir ?.- preguntó otra. - Pues que estamos aquí en la tierra para ayudarnos los unos a los otros, y para que hagamos entre todos que la creación siga adelante, y de esa manera habrá progreso. - No entendemos mucho lo que quieres decir con eso, somos familias de pescadores que siempre están en el mar, y nosotras las mujeres los esperamos a que vuelvan, esas son nuestras vidas. La dueña de la casa se puso de pie y dijo a los demás vecinos. - Se ha hecho tarde, mi hija y yo nos vamos a dormir.

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Cada vecina con sus hijos se fueron a sus casas. Jesús se alejó para orar en el silencio. Subió hasta una meseta y allí habló con Dios. Estuvo un buen rato, era ya de madrugada cuando bajó. Al llegar a la casa estaba la joven en la puerta. Jesús le preguntó. - ¿ No tienes sueño ?. Ella lo miraba tranquila y serena, le respondió. - Esta noche es Luna llena y me gusta mirarla reflejada en el mar. Se pueden ver las ondas que hace el agua y las olas cuando llegan a la arena, es hermoso de contemplar. - Realmente es bello, le respondió Jesús mientras que observaba la mirada de ella. - ¿ Que hacías allí arriba tan tarde ?. - Orar. - ¿ Orar para qué ?. - ¿ No sueles tu hablar con Dios ?. - No sé si lo que hago es orar, pero cada noche le pido a Dios que cuide de mi padre, y también de mi madre, pero más por él, porque mi padre se pasa días y noches en el mar. ¿ Como oras tú ?. - Con la palabra y con el pensamiento. - Me gustaría ir contigo una noche. - Mañana después de que se haya ido el labrador, subiremos tú y yo a la meseta.- le dijo Jesús. - Me voy a dormir porque ya tengo ganas de que llegue mañana y de estar contigo. La joven entró en la casa. Jesús lo hizo después y entró en la habitación donde dormían la anciana y el labrador, y en un rincón se echó y se durmió. El canto del gallo hizo que todos se despertaran. La borrica también se puso de pie y empezó a rebuznar. En cada casa había un corral donde habían gallinas, y algunas cabras. El labrador estaba fuera de la casa aparejando la borrica. La dueña de la casa estaba preparando un buen desayuno compuesto de pan frito y de leche con miel. Como la chimenea la tenía apagada en verano, se hacía servir de un hornillo hecho de barro donde metía dentro trocitos de leña y la hacía arder. Su hija fue poniendo en tazones leche caliente y una cucharada de miel y los ponía encima de la mesa. También había un plato de pan frito. La madre dijo al labrador. - Come antes de irte para coger fuerzas. El labrador desayunó bien. Después se despidió de la dueña de la casa y se fue.

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Jesús lo esperaba fuera junto a la borrica, que la acariciaba. Jesús le dijo. - Gracias por todo lo que has hecho, siempre te recordaré. - Muy bien muchacho, yo también te llevaré en mi pensamiento, y nunca olvidaré todo lo que me has enseñado. El labrador cogió a la borrica de la correa y estiró del animal, y se alejó. La joven estaba en la puerta de la casa mirando a Jesús y al labrador cuando hablaban, mientras que se comía un trozo de pan frito. Su madre la observaba con atención porque siempre ellas dos desayunaban juntas y también las comidas las hacían juntas. Había habido un cambio en ella desde que Jesús había llegado. Jesús fue a donde estaban la madre y la hija. La madre le dijo a Jesús. - Desayuna ahora que está el pan caliente, y la leche también. - No, ahora no tengo hambre, quizás más tarde. La joven le dijo a su madre. - Voy con él, allí arriba a la meseta, para orar. - ¿ A donde dices que vas con él ?.- le pregunto la madre sorprendida. - Quiere venir conmigo para rezar.- Dijo Jesús. - ¿ Para rezar tenéis que subir allí arriba ?. - Así es, porque es un lugar alto. Ella no respondió nada, miró a su hija y le dijo. - Quiero verte pronto aquí. Jesús y la joven se alejaron tras la mirada atenta de la madre. Cuando llegaron a la meseta, el mar desde allí se veía esplendoroso, el sol reflejaba las aguas haciéndolas brillantes parecidas a las estrellas que iban saltando de un lado para otro. Jesús cogió a la joven por la mano, estaban cara al mar. Jesús miraba al mar y al cielo y dijo en voz alta. - Padre, que grande es tu poder y tu bondad, que grande es tu amor. Mira a quién has puesto en mi camino. Yo soy tu hijo, ella también lo es, quiero que la bendigas. Acabando de decir estas palabras, el sol brilló con más fuerza, los rayos que daba iluminaban el mar y la tierra. La joven ante tanta luz, tapó con su mano los ojos porque creía que se quedaba ciega. Se escuchó una voz muy potente que dijo. - Es verdad, eres tu mi hijo, a quién he enviado, a quién amo y amaré hasta la eternidad. También amaré a todas las criaturas que tu ames. Todo quedó en silencio. Jesús y la joven seguían cogidos de la mano, pero ella tenía los ojos encharcados de lágrimas que no podía retener por la emoción que sentía en esos instantes. Jesús la miró y le dijo. - Ahora es el momento que puedes hablar con mi Padre.

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Ella no decía nada porque lloraba en grandes sollozos. Jesús la ayudó a que se sentara encima de la hierba. Cuando se había calmado y estaba más tranquila, Jesús le dijo. - Has oído la voz de mi Padre, y es por eso que desde ahora te pongo el nombre de María, te llamarás así. Jesús siguió de pie oyendo la voz de Dios, él solo. Cuando terminó se sentó junto a María. Ella apenas si podía hablar, se había quedado sin fuerzas. Jesús como sabía que eso era normal, esperó a que se recuperara poco a poco. Cuando se recuperó le preguntó a Jesús. - ¿ Que es lo que me ha sucedido ?. - Has escuchado la voz de mi Padre. Bajaron de la meseta. La madre de María esperaba fuera de la casa impaciente junto a la anciana. Miró a su hija y la notó algo extraña, tenía un brillo en su cara que jamás lo había tenido antes, estaba algo desconocida, también por su comportamiento, no era el mismo de antes. Se acercó a ella y le preguntó. - ¿ Hija estás bien ?. María levantó su mirada, era dulce y con un brillo de luz que tenía en la niña de los ojos, le respondió a su madre. - Estoy muy bien, jamás me he sentido mejor. Jesús intervino y dijo. - No te preocupes por tu hija, está protegida para que no le ocurra nada. - ¿ Porque está protegida ?, ¿ Quizás le iba a ocurrir algo malo ? - No, ella ha nacido para hacer grandes cosas. La madre como no entendía nada lo dejó y Al día siguiente María quería volver a ir estaba esperando fuera de la casa. Su madre ya no encima. Jesús se dio cuenta y trataba de disimular ocurrido para que ella no sufriera. Cuando subieron a la meseta. Jesús le dijo

no pensó más. con Jesús a orar y le le quitaba los ojos de como si nada hubiera a María.

- Lo que sucedió ayer aquí, no lo vayas a contar a nadie, porque no te iban a creer. Lo tienes que guardar dentro de ti. Te puse el nombre de María, porque es así como se llama mi madre. Has sido elegida por mi Padre para que me acompañes y puedas hablar de mí. María le miraba con dulzura, en sus ojos había un brillo fuera de lo normal. Ella le preguntó. - ¿ Como es tu madre ?. Jesús pasó sus manos por los cabellos de María acariciándolos y respondió con voz suave. - Mi madre es muy bella y delicada como una rosa. María sonreía tratando de imaginársela, le preguntó.

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- ¿ Tu padre como es ?. - Mi Padre es el todo, el principio y el fin de todas las cosas. La mirada de Jesús y de María se encontraron y fue unos momentos de magia los que hubo entre ellos dos. María puso su cabeza en el hombro de Jesús y le dijo. - Quiero que ahora cuando tu te vayas me lleves contigo, no sabría estar viviendo sin ti. Jesús miraba el rostro de María reposando en su hombro, le dijo. - Tendrán que pasar algunos años, hasta que yo venga a buscarte, entonces ya no te separas más de mí. - ¿ La anciana se quedará aquí ?, le preguntó María. - Se quedará, y quiero que cuides de ella, pues no le queda mucho para que entregue su espíritu. María quitó la cabeza del hombro de Jesús y le dijo. - Nadie sabe que ahora me llamo María, solo tu y yo, cuando te vayas nadie me llamará así. Jesús cogió con su mano la barbilla de María y mirándola a los ojos le dijo. - Cuando yo te venga a buscar y estés conmigo, todos te llamaran María, y también te conocerán por ese nombre toda las humanidad. María estaba muy emocionada, y lloró de alegría. Cogió la mano de Jesús, se la llevó a su mejilla, la tuvo así unos minutos, después se la llevó a la boca y la besó. María dijo clavando sus ojos en los de Jesús. - En estos instantes siento por ti amor y también dolor, ¿ Porque me ocurre esto ?. - El amor que sientes en tu corazón es normal, porque es lo que te transmito, y por la misma razón es el dolor que sientes también. - ¿ Porque tengo que pasar dolor por ti ?.- no lo entiendo. - Porque es lo que está escrito en el cielo.- repuso Jesús. María se llevó las manos a su cabeza quejándose y dijo. - Es mucho dolor el que estoy sintiendo. Jesús cogió las manos de María y las separó de su cabeza, diciéndole. - Mi amada María, eso que estas sufriendo no es nada en comparación a lo que a mi me harán padecer, por el solo hecho de amar. María no parecía que comprendiera lo que Jesús le quería decir, y lo miraba sin comprender. Jesús la miraba con ternura y ella a él también. En esos instantes salió de la casa la madre de María porque la barca de los pescadores se aproximaba. Ella buscaba a su hija, levanto la mirada hacia la meseta y la vio que estaba de pie junto a Jesús. Ella también había visto que su padre llegaba con los otros pescadores. Le hizo a su madre una señal agitando la mano y le dijo dando un grito. - ¡ Bajamos enseguida !.

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Cuando Jesús y María llegaron a donde estaba su madre, esta los miraba, y se fijaba en los dos. Creyó que se habían enamorado, pues conocía muy bien a su hija, y no era la misma desde hacia solo un día. Era cierto que entre ellos había amor, pero no el que el ser humano piensa, el terrenal el único que conocen la mayoría de todos. Jesús nació con el amor del universo, ese era el que iba expresando, el que le habían enseñado. Sabía mejor que nadie como era el amor entre un hombre y una mujer, pero este no es el que vino a mostrar. Todo lo que el transmitía era mágico, como su propia vida y procedencia. Como humano que era por haber nacido en la tierra sentía dentro de él, el deseo de amar, pero eso no era su misión y tuvo que luchar en muchas ocasiones para no caer en la tentación. La barca había llegado a las arenas del mar. Tres hombres bajaron de ella. Las tres familias estaban allí para abrazarlos. Uno de los tres hombres era el padre de María. Ella y su madre se abrazaron a él. También las mujeres y los hijos de los otros dos pescadores hicieron lo mismo. Iban las tres familias por separado hablando hacia sus casas. Jesús y la anciana esperaban en la puerta de la casa. El padre de María cuando los vio le preguntó a su mujer. - ¿ Quienes son ?. Ella miró a Jesús y a la anciana y respondió. - Un joven, hace dos días que llegó con esta anciana. - Esta bien pueden quedarse todo el tiempo que quieran, ya sabes que a mí no me molesta la gente. La anciana estaba sentada en una banqueta de madera, Jesús permanecía de pie junto a ella. La anciana le preguntó. - ¿ Nos vamos a quedar aquí muchas días más ?. - Tu te quedarás con esta familia, yo me tengo que ir pronto, ellos cuidaran bien de ti.- le respondió Jesús. - ¿ De qué manera te irás ?, ¿ Continuaras por el campo o por el mar ?. - Iré por el mar, las próxima salida que hagan los pescadores a manear, les pediré que me lleven con ellos, hasta el puerto donde quiero llegar.- le respondió Jesús. La anciana estaba algo preocupada y le preguntó. - ¿ Estaré aquí para siempre ?. - Sí, ellos son una buena familia para ti, no te preocupes más, y deja de pensar en esto. La anciana cogió las manos de Jesús y le dijo con pena. - Hijo, quiero darte las gracias por todo lo que has hecho por mí, te estaré agradecida toda mi vida, aunque pienso que ya será corta, porque son muchos años los que tengo, y mi salud no es buena. - Sé que eres agradecida, eso es honradez. También tienes más cosas buenas que tu quizás no sepas.- le dijo Jesús.

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Las palabras de Jesús la había estremecido, y por sus ojos resbalaron lágrimas. Seguía cogida a las manos de él, las acercó hasta su rostro arrugado y las besó. La anciana mirándolo le dijo. - ¿ Sabes hijo que te quiero ?, en pocos días te he cogido mucho cariño. Has hecho por mí lo que hubiera hecho también mi hijo, pero mi preocupación es que tengo ahora que volver a empezar con otras personas que no conozco. Jesús con sus dedos secó las lágrimas de la anciana y le dijo. - No llores más, porque tu ya no estás para penas. El día había pasado rápido. Estaba anocheciendo y María junto a su madre hicieron una cena suculenta, pues el padre traía siempre hambre de mal comer los días que estaba en el mar pescando. Estaban todos cenando. El padre de María comía con apetito, no había hablado nada en todo ese tiempo pero una vez que el estomago lo tenía lleno, le preguntó a Jesús. -¿ Bueno muchacho, que es lo que te trae por aquí ?. Jesús hacia rato que había acabado de cenar, le respondió. - Estoy de paso, pienso de irme pronto. - Está bien, ¿ Cuando ?. - Quiero pedirte que me llevéis con vosotros en el próximo viaje que hagáis, ¿ Es posible ?. - Por mí sí, pero tengo que contar con los demás, la barca no es solo mía, es de los tres que salimos a pescar, le respondió el padre de María mientras que se comía unas de las rosquillas que había hecho su hija. Cambió de tema y le dijo a Jesús mostrándole la rosquilla que se estaba comiendo. - Come de este manjar, no conozco a ninguna mujer que haga las rosquillas como mi hija. La esposa replico riendo y le dijo. - Tu hija, siempre tu hija, también te gustan como yo las hago, ¿ No es cierto ?. - También están buenas, pero es que mi hija lleva mi sangre, es por eso que las que ella hace me gustan más. Todos rieron por lo que el padre de María había dicho, les habían hecho gracia. Era un hombre de aspecto bonachón y alegre, lo demostraba más cuando estaba cerca de su mujer y de su hija. Jesús había comido una rosquilla, pero cogió otra para complacer al padre de María. Ella lo miraba mientras que la comía y sonreía. Jesús no era de mucho comer, y con solo un poco de comida tenía bastante. Cuando hubieron todos acabado de cenar, se quedó María y su madre recogiendo la mesa y fregando todo lo que habían ensuciado. El padre de María le pregunto a Jesús. - ¿ Esta anciana que has traído contigo quién es ?.

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- En verdad, hace pocos días que la conozco, está sola y no tiene quien la cuide, si la hubiese dejado donde estaba viviendo, este invierno habría muerto de frío, porque la casa que tenía estaba en ruinas. El padre de María lo miraba fijamente y le dijo. - Tienes un gran corazón, porque un joven como tú no piensa en esas cosas, le hubiese dado igual. - También tú y tu familia tenéis buenos sentimientos, tampoco le conocéis y sin embargo tu mujer y tu hija van a cuidar de ella. El padre de María no dijo nada a esto. Pronto vinieron para estar con ellos María y su madre, pero para poco tiempo, porque el padre se puso de pie y dijo. - Yo me voy a dormir, tengo ganas de coger la cama, tengo mucho sueño atrasado. Entró en la casa y fue directo a la habitación. Su mujer fue tras de él. En la puerta sentados quedaron Jesús y María. Él se puso de pie y le dijo. - Voy a la meseta a orar. - Te esperaré aquí, le respondió María. Ella lo miraba como se alejaba. Llevaba Jesús haciendo oración un rato mirando el mar. Vio una luz en el mar que se aproximaba. Era una barca con cuatro tripulantes. Dentro de él sintió que estos hombres traían violencia y maldad. La luz se iba acercando cada vez más. Decidió bajar de la meseta rápidamente, lo hacía corriendo. Cuando llegó a la casa María seguía sentada en la puerta. Ella al verlo como corría le preguntó. - ¿ Qué ocurre ?. Jesús la cogió de un brazo y le dijo. - Entra dentro, vamos rápido. - ¿ Porqué ?. - pregunto ella. Se oían las voces de los hombres que llegaban en la barca que decían. - Se van a enterar de quienes somos nosotros, esta vez no lo vamos dejar pasar. María no sabía lo que estaba ocurriendo y fue a la habitación de sus padres y los despertó. Los cuatro tripulantes se disponían a bajar de la barca. Jesús les gritó y les dijo. - ¡ Quedaos donde estáis ?. Los hombres lo miraban, uno de ellos dijo. - Pero si es un crío, y nos está mandando. - ¿ Quien eres tú ?. - No importa quien pueda ser, he dicho que os quedéis dentro de la barca. El mismo hombre respondió y dijo.

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- Ahora cuando salga te voy a dar una zurra. - Hacer lo que os digo si no queréis perderlo todo.- les dijo Jesús. Los padres de María, ella y los otros pescadores fueron al encuentro de Jesús. Él les preguntó. - ¿ Los conocéis ?. - Quieren quitarnos la mitad del dinero que hemos ganado con la pesca.respondió el padre de María. - ¿ Porqué ?. - Porque ellos no habrán pescado nada en los días que han salido a manear, siempre tenemos la misma historia con ellos, nos piden que repartamos el dinero que han dado por la pesca que hemos hecho. - ¿ Veis que eso sea justo ?.- le preguntó Jesús a los tres pescadores. - No, dijo uno. - Es injusto, respondió el otro. - No pienso darles ni un penique. - agregó el padre de María. Jesús miró a los cuatro navegantes que habían dentro de la barca y les dijo. - ¿ Habéis oído lo que han dicho ellos ?, dar la vuelta y marchaos. La barca estaba tocando arena. Jesús se acercó mojándose los pies en el agua y les dijo. - Ahora estáis a tiempo de iros, no bajar de la barca. - ¿ Nos lo vas a impedir tu ?. - repuso uno de los navegantes con ironía. Jesús cogió la parte delantera de la barca y les dijo con voz tranquila. - Estáis en lo cierto, mirar como la barca se hunde. - No digas tonterías. - dijo uno de los navegantes enfadado. Habían pasado pocos minutos y se escuchó la voz de otro compañero que decía. - ¡ Tengo los pies mojados !, ¿ Será verdad lo que nos ha dicho? Seguidamente los demás compañeros gritaron. - Hay agua dentro de la barca. ¿ Qué hacemos ahora ?. - Iros a nado por donde habéis venido, si me hubierais escuchado nada de esto os hubiera sucedido. - Les respondió Jesús. La luz que se veía dentro de la barca era un farol que llevaba colgado en una punta en la parte delantera de la barca, con el movimiento que hacía el farol cayó al agua y se apagó. A la barca le quedaba poco para hundirse. Los navegantes saltaron de ella y se quedaron de pie tocando agua. Jesús les dijo, - Marchaos lejos de aquí, y no os ocurra de volver más . Los cuatro navegantes se fueron nadando mientras que decían. - ¿ Como vamos a recuperar la barca ?. - Los tres pescadores y sus familiares estaban mirando lo que sucedía con la boca abierta, jamás habían presenciado un hecho igual.

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Jesús volvió junto a ellos. El padre de María le preguntó. - ¿ Como has hecho para conseguir que se fueran ?. Otro pescador le dijo. - Vaya lección que les has dado. El otro reía a carcajadas seguido de todos los demás. - ¿ De qué os estáis riendo ?, no seáis ignorantes, nadie se puede reír de el mal que le venga a otro. - les dijo Jesús. Todos miraban a Jesús tratando de retener la risa. María salió de entre sus padres y dirigiéndose a todos les dijo. - Escuchad bien lo que os ha dicho, ¿ O acaso pensáis que él está a gusto con lo que ha sucedido ?. La madre de María intervino y le dijo. - ¿ Hija que tienes tu que ver con todo esto ?, no son asuntos tuyos. - Lo son aunque no lo creáis. - ¿ Porqué dices eso ?. - le preguntó su padre. - Por nada son cosas mías. María prefirió callar, para no dar notorio de nada. Un pescador le preguntó al padre de María. - ¿ Porque ha reaccionado tu hija de ese modo ?. - No lo sé, me oyes, no lo sé. - respondió enfadado. - ¿ Quien es ?.- le preguntó el otro pescador refiriéndose a Jesús. - Un joven, no lo conozco, me ha pedido de llevarlo en el próximo viaje que hagamos. - ¿ Que os parece ?. - Por mi bien. -Yo también estoy de acuerdo. - respondieron los dos pescadores. - ¿ Donde quieres que te llevemos ?.- le preguntó a Jesús el padre de María. - A un puerto que no esté lejos de aquí. Con todo lo que había pasado y lo que habían hablado no se dieron cuenta que estaba amaneciendo y decidieron de irse todos a dormir y cada familia entró en sus casas. Dentro de la casa Jesús le dijo a María. - Tu sí que me has comprendido. El padre que escuchó lo que Jesús dijo.- le preguntó. - Porque ella tiene que comprender, si solo es una niña o casi, tampoco entiendo yo como es que ella ha hablado de ese modo, jamás antes lo hubiera hecho porque mi hija es muy callada. Jesús no respondió. María lo miró y no dijo nada.

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- Bueno yo me voy a dormir, porque solo tenemos un día para descansar, después volvemos otra vez al mar.- dijo el padre de María. Entró en el dormitorio, su esposa estaba ya acostada. Él mientras que se metía en la cama le preguntó. - ¿ No te parece un poco extraño este joven ?. - También lo pienso yo, pero gracias a él esta noche no ha habido una desgracia que lamentar. - Si es cierto, pero he observado esta noche mientras que cenábamos como se miraban él y nuestra hija, parecían dos enamorados. Ella miraba a su marido muy de cerca y le respondió. - También yo me he dado cuenta y como mujer que soy he observado otras cosas entre ellos dos. - ¿ Que cosas ?.- le preguntó su marido preocupado. - Cosas que a una mujer no se le escapa, por ejemplo, de la manera en que se miran, y que sonríen, parecen que sean cómplices de algo. - ¿ De qué?, habla mujer.- le preguntó él levantando la voz. Ella puso su dedo en la boca y le dijo en voz baja. - Habla despacio que se te oye. - Me da igual que me oigan, se trata de mi hija.- dijo con la voz elevada. - ¿ No te has dado cuenta de la mirada que tiene ?.- dijo ella. - No, ¿ Qué mirada tiene ?.- preguntó él. Ella se acercó al oído de su marido y le dijo en voz baja. - Una mirada que hechiza, ¿ No habrá embrujado a nuestra hija?. Él se separo del rostro de su esposa y le dijo sin creer lo que le decía. - Qué tonterías dices, bueno voy a dormir porque solo tenemos unas horas para descansar. El sol había salido. Jesús y María estaban en la puerta de la casa preparados para subir a la meseta para orar. Ella estaba triste pensando en que Jesús se tenía que ir pronto. Él la estuvo confortando y le daba ánimos diciéndole. - Los años pasan deprisa, no te darás ni cuenta y otra vez me verás aquí, entonces será para llevarte conmigo. María retenía las lágrimas para no llorar, pues sabía que sus padres estaban dentro de la casa y en un momento u otro podrían salir. Ella le pregunto a Jesús. - ¿ Estaremos tu y yo solos ?. - No, habrá mucha más gente con nosotros, que al igual que tú serán también hermanos, será una hermandad de amor, del amor que mi Padre creó para todos los que estén a mi lado.

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- ¿ Todos te querrán como te quiero yo ?. - Unos sí, otros a medias, y otros no, respondió Jesús tristemente. La madre de María salía en esos momentos de la casa. Preguntó a su hija mientras que la observaba. - ¿ Vas algún sitio ?. - Voy con él a orar allí arriba, le respondió María. - ¿ No fuiste ayer, porque vas hoy también ?. - Hoy es el último día que vamos, porque mañana se va. - Ya entiendo, te dejo por ser la última vez que vas con él, pero no vengáis tarde, ¡ porque hay cosas que hacer !. Jesús y María se alejaron de la casa y subieron a la meseta. La madre los seguía con la mirada. Llegaron a la meseta, desde allí todo se veía distinto en la libertad que había, en la tranquilidad, y en la belleza que desde allí se contemplaba. Estaban de pie ya cara al mar. María ya sabía lo que tenía que hacer y cerró los ojos. Jesús también hizo lo mismo para comunicarse con Dios. María sentía mucho amor dentro de ella, tanto era el que tenía, que lloraba en silencio, por sus mejillas le caían grandes lágrimas. Jesús se dio cuenta y la miró, la cogió por la mano y le preguntó. - ¿ Porqué lloras ?. - Porque mañana al amanecer te habrás ido, me quedaré con todo este amor que me dejas y con el amor de Dios, que sé que lo tendré, cuando hable con Él es como si estuviera hablando contigo, eso me reconforta. Jesús secaba las lágrimas de María con sus manos, y la miraba de una manera que hacia estremecer. Jesús se agachó y cogió de entre las hierbas una ramita larga, la fue enroscando e hizo la forma de un anillo. Cogió la mano derecha de María y se lo puso en el dedo del corazón y le dijo. - Llévalo contigo para que te de fuerzas, es mi alianza, de esa manera estaré siempre contigo. María miraba contenta el anillo que Jesús había puesto en su dedo, aunque lo había hecho de una ramita de hierba sabía que sobre ella ejercía un gran poder. Jesús la miraba con mucha ternura. María le correspondía de la misma manera. Jesús le dijo. - Vamos ahora a dar gracias al Padre de que tu y yo nos hayamos encontrado, de que seas una de las elegidas para caminar a mi lado. - Los dos hicieron meditación un rato. - El padre de María subía a buscarlos, para él hacia mucho tiempo que estaban los dos solos en la meseta. Cuando estuvo cerca los vio como miraban al mar y al cielo, se quedó donde estaba porque una fuerza lo detuvo, él no sabía que era pero se vio sin ganas de avanzar. Observaba a su hija lo bien que se encontraba y lo radiante y bella que era. Jesús le dijo a María. - Vamos a bajar, hace ya un rato que tu padre nos espera.

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María miraba a sus alrededores buscando a su padre y como no lo veía le preguntó a Jesús. -¿ Donde está ?. - Mas abajo, donde nos puede ver. Fueron bajando, y junto a un matorral estaba el padre de María que los esperaba. Él le dijo a su hija. - Tu madre te está esperando, ¿ Como es que habéis tardado tanto ?. - Padre ya bajábamos. El pescador le preguntó a Jesús. - ¿ Porque habéis subido aquí arriba ?. - Para orar. - ¿ Orar para qué, eres un hombre que sigue las reglas de Dios ? - Así es, tu también tendrías que seguirlas, pues todo ser humano ha nacido para eso. Iban bajando los tres hacia la casa. El pescador le preguntó a Jesús. - ¿ Tiene que ver Dios con la barca de los otros pescadores para que se rompiera ?. - Ellos fueron castigados por su ignorancia, pero no se puede decir que sea Dios quien lo hizo, él no está para esas cosas, su poder lo usa para hacer grandezas. Es el ser humano que se castiga a sí mismo por hacer lo que no está bien, es como un ciego que camina por la calle sin bastón. El pescador lo miraba como si quisiera entrar dentro de los pensamientos de Jesús, para poder comprender todo lo que dijo. Le preguntó. - Eres muy joven para que sepas cosas tan importantes, yo podría ser tu padre y no las sé. - Tu piensas que podrías ser mi padre, pero no lo eres, tampoco soy tan joven, pues aunque así se me ve, los años que tengo no tienen un número aquí en la tierra. María miraba a su padre para que dejara de hacerle más preguntas a Jesús. El pescador se dio cuenta y le dijo a su hija. - No hago nada malo preguntándole, me gusta hablar con él. ¿ Te he molestado en algo ?, le pregunto a Jesús. - En nada, me gusta que me pregunten. Llegaron hasta la casa, en la puerta estaba sentada la anciana, y de pie esperaba la madre de María, ella dirigiéndose a su hija le dijo. Hay que hacer la comida y también preparar la que tu padre se tiene que llevar mañana. Las dos entraron en la casa y se pusieron a preparar la comida. Fuera se quedaron Jesús, el pescador y la anciana sentados. Ella no decía nada apenas hablaba, se pasaba la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados, decía que si miraba le hacía daño. El pescador le preguntó refiriéndose a Jesús.

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- ¿ Sabe usted quien es el padre de él ?. - Sí, se quien es. - ¿ Lo conoce ?. - Es Dios. - ¡ Ah ! bueno, todos tenemos a Dios como nuestro Padre.-respondió el pescador. La anciana no dijo nada más y cerró los ojos para descansar. El día transcurrió con normalidad. María no se separaba de Jesús, estaba todo el tiempo a su lado aunque hacia todo lo que su madre le decía. Después de la cena Jesús se despidió de la anciana porque ella se iba pronto a dormir. Con sus manos cogió la cabeza de Jesús y acercándose le dio un beso en cada mejilla y le dijo. - Gracias hijo mío por todo lo que has hecho por mi, ten cuidado a donde vayas y rodéate de buena gente. Jesús sonreía por el consejo que la anciana le daba, y le dijo. - Te llevaré siempre en mi pensamiento, porque el cariño que siento por ti es grande, has sido una mujer muy valiente. La anciana respondió con voz cansada. - He trabajado mucho y he sufrido también, ahora yo creo que me queda poco para descansar definitivamente para siempre. María lo estaba presenciándolo con lágrimas en los ojos, por lo mucho que ella quería a Jesús, lo veía como a un ángel que iba haciendo el bien por todos sitios. Esa noche el pescador se fue pronto a dormir porque pasada la madrugada tenía él y los otros dos pescadores que preparaban la barca con todo lo que se tenían que llevar. La madre de María no se separaba de su hija ni de Jesús. Como esa era la última noche para él allí, sabía que tenía que haber una despedida entre ellos dos. No fue así, porque ya se despidieron arriba en la meseta de la manera más espiritual que pueda haber, porque entre los dos todo era espiritual. Jesús veía a la mujer como un ser elevado ya de nacimiento. La veía como madre, como hermana y como amiga. Confiaba en ella más que en el hombre. La madre de María se puso de pie después de haber estado sentada un rato esperando y le dijo a su hija. - Vamos a dormir que ya es tarde. María escuchó a su madre y la siguió hasta dentro de la casa. Allí le dijo su madre. - A ver si mañana cuando él se vaya se te va a ti también esta tontería que tienes. María no respondió y entró en su habitación. Antes de que cantara el gallo, los tres pescadores estaban preparando la barca, echando dentro lo que necesitaban.

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Jesús había subido a la meseta y estaba orando. Una silueta de mujer se acercó a él. Era María que quería estar por última vez a su lado. Lo vio como salía de la casa y fue detrás de él sin que sus padres la vieran, creían que ella dormía. Jesús le dijo preocupado. - No tenías que haber venido, si tu madre se da cuenta de que no estás se enfadará contigo, ¿ Sabes como te vigila ?. - No pienso en eso, solo en ti y en el día en que vengas a buscarme.- le respondió María. - Ese día vendrá pronto aunque haya unos años por delante. Se escuchó la voz del padre de María que dijo gritando a Jesús. - ¡ Eh ! que nos vamos. Bajaron los dos de la meseta sin hacer ruido para que los padres de María no la vieran con él. En la barca esperaban los tres pescadores, sus respectivas esposas y sus hijos. María llegó con Jesús. Ella se despidió de su padre dándole un beso en la mejilla. Él le dijo. - Cuida de tu madre, yo volveré dentro de tres días. Los tres pescadores se despidieron de sus esposas y de sus hijos. La barca zarpó con los tres pescadores dentro y Jesús. Llevaba las alforjas y su vara larga. Un pescador iba remando. Se iban turnando de hora en hora. Estaba amaneciendo. Los tres pescadores iban bromeando por lo que les había ocurrido a los otros de la barca la noche anterior. Uno decía. - ¡ Qué miedo me das chaval !. El que iba remando dijo. - Os dais cuenta cuatro hombres para un chico solo. El padre de María acercó su cara a la de Jesús y le dijo mientras que reía a carcajadas. - ¡ Tiemblo de pensar que nos puede hacer algo !. En esos instantes el padre de María escuchó una voz que le dijo. - ¡ Deja en paz a mi hijo !. Se llevó una fuerte impresión y calló hacia atrás de la barca dándose un culetazo. La cara que tenía era de susto, miraba a Jesús de forma rara. Mientras que se levantaba uno de los pescadores bromeó diciéndole. - ¿ Qué te ha pasado, todavía no es hora para que estés borracho ?. El otro pescador le dijo entre risas. Un poco más y nos pasa como a los otros. El padre de María no reía, estaba asustado cuando se pudo sentar junto a su otro compañero le dijo refiriéndose a Jesús. - Hay que dejarlo lo más pronto que se pueda, en el próximo puerto. El compañero creía que estaba enfadado con ellos y le dijo. - Hombre que estamos bromeando.

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El padre de María no escuchaba lo que le decía su compañero y miraba por todo su alrededor buscando esa voz que le había hablado. Solo se veía el mar inmenso y el cielo de un azul precioso. Los otros dos pescadores seguían cada uno en su faena, dejaron de bromear porque pensaron que su otro compañero estaba molesto. Jesús estaba tranquilo mirando como la barca avanzaba en el mar. El padre de María lo observaba con detenimiento, al fin le preguntó. - ¿ Quién eres tu en realidad ?. - ¿ Tu quien crees que soy ?.- le respondió Jesús. - No lo sé, realmente no lo sé, pero quizás mi esposa tenga razón en cosas que piensa de ti, es una mujer y ya sabes las mujeres tienen mucha intuición. - De eso estoy convencido. ¿ Que piensa de mí ?. - Ahora no te lo voy a decir pero estoy seguro de que no se equivoca. El compañero suyo que estaba a su lado oía la conversación que tenía con Jesús y le preguntó. - ¿ Ocurre algo ?. - Hace unos minutos he oído una voz. - ¿ La has escuchado tu ?.- le pregunto el padre de María. - ¿ A que voz te refieres ?.- respondió su compañero algo confuso. - Déjalo, no he querido decir nada. - Todavía no te ha dado el sol fuerte en la cabeza, espera a que lo haga y no vas a parar de decir tonterías.- dijo su compañero riendo. Cambiaron el turno para coger los remos y se lo dieron al padre de María. Iba remando y pensando en lo que le había sucedido, para él era muy extraño pues jamás se había visto en esa situación, le preguntó a Jesús. - ¿ También está aquí tu padre contigo no es cierto ?. - Estás en lo cierto. El padre de María no hizo más preguntas, remaba con fuerza para llegar pronto al próximo puerto, y llegaron a media mañana. La barca la dejaron anclada en la arena. Pisaban tierra y se oían voces de otros pescadores que habían dentro de la taberna bebiendo. Jesús llevaba las alforjas colgadas al hombro y en la mano derecha tenía la vara larga. El padre de María no quería quedar mal con él y lo invitó a que entrara con ellos a la taberna, le dijo. - Bueno ya que no nos vamos a ver más ven con nosotros a tomar una jarra de vino. - Gracias por tu invitación, pero yo tengo que continuar mi camino y no creas que es la última vez que nos veremos. - ¿ Quieres decir que volverás en otra ocasión ?. - Cuando hayan pasado algunos años volveré. - ¿ Quieres decir que vendrás a mi casa ?. - Eso es.

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- ¿ Vendrás quizás para casarte con mi hija ?. - En cierto modo sí. - No entiendo nada de todo esto que me quieres decir, ¿ Sabes que me dejas preocupado y sorprendido ?, ¿ Quizás no te has parado a pensar que para que te cases con mi hija soy yo quien tengo que darte el permiso ?. - Lo sé, pero lo que tu piensas es muy diferente a lo que va a suceder. Los otros dos pescadores escuchaban la conversación que ellos dos tenían. Uno intervino y le dijo al padre de María. - Creo que lo que quiere decir es que no se va a casar con tu hija, esconde algo que no quiere que tu sepas. - ¿ Como qué ?, ¿ Acaso me quieres decir que este es de esos que se llevan a la mujer ?. - Estoy seguro que sí, solo tienes que mirar la cara de seductor que tiene. - El padre de María se enfureció, y cogió a Jesús por los hombros dándole un zarandeo y le dijo. - Si te veo por mi casa seguro que no sales vivo de allí. Jesús miró a los ojos al padre de María y le dijo con voz tranquila. - Me alegro mucho que vigiles a tu hija de esa manera, es señal de que la quieres y eso me alegra, eres un buen padre. Los tres pescadores se quedaron sorprendidos de la reacción que tuvo Jesús, no esperaban que dijera eso. El padre de María soltó de los hombros a Jesús, y le dijo mientras que daba dos pasos hacia atrás. - Vete no quiero hablar más contigo. Los tres pescadores entraron en la taberna y Jesús continuo su camino. En el campo se sentía libre, caminaba llenando sus pulmones de aire. La naturaleza era lo que más le gustaba, la vegetación y el contacto con los animales que se iba encontrando. La noche había llegado y decidió pasarla debajo de un árbol como hacía de costumbre. Estuvo un rato con el pensamiento puesto en Dios y seguidamente se durmió. El amanecer empezó con el trino de los pájaros que lo despertaron. Las mariposas volaban por su alrededor. Las gaviotas iban en bandadas bordando el cielo azul. Eran maravillas todo lo que se movía cerca de él. Estuvo admirando la naturaleza y todas sus criaturas vivientes, amaba toda la creación que Dios hizo, su Padre como él decía. Se puso de pie e hizo unos estiramientos con los brazos y con las piernas. Antes de emprender su camino cada mañana tenía por costumbre de coger hierba fresca de rocío y lavarse la cara con ella, se la restregaba hasta quedarse bien. Hacia una hora que estaba caminando y llegó a un pueblo de pescadores. Era allí donde quería ir porque iba a tener un encuentro muy importante. Se paró delante de un portalón, dentro había un pastor que estaba

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ordeñando a sus ovejas. El pastor se dio cuenta de su presencia, y le dijo que entrara, le preguntó. - ¿ Quieres un vaso de leche ?. - Te estaría agradecido.- le respondió Jesús. En el recipiente donde iba cayendo la leche introdujo el pastor un vaso de arcilla y lo sacó lleno, se lo dio a Jesús, y bebió la leche lentamente. Jesús le devolvió el vaso diciéndole. - Gracias por este alimento que me has dado. El pastor le preguntó. - ¿ Eres forastero, no es cierto ?. - No soy de aquí. - ¿ Que has venido hacer a este pueblo ?. - Estoy buscando a un joven llamado Juan, su padre es pescador. En este pueblo hay dos jóvenes que tienen el mismo nombre, también los padres de los dos son pescadores. - El que estoy buscando es más joven que yo. El pastor se levantó del tamburete donde estaba sentado ordeñando las ovejas y salió fuera a la calle. - Esta calle que sube es al final, la última casa que hay es donde vive ese joven que buscas. - Gracias pastor, te estoy agradecido.- le dijo Jesús muy contento. Al llegar a la casa se detuvo delante de la puerta. Sentía dentro de él una gran emoción. Respiró profundamente y llamó. Vino abrir una mujer relativamente joven. Vestía de oscuro con una bata larga que le tapaban los pies, el cabello lo llevaba recogido atrás con un moño. Ella preguntó. - ¿ Qué quieres ?. - ¿ Está tu hijo Juan ?. Ella miraba a Jesús extrañada, no lo conocía de nada y le preguntó. - ¿ Conoces a mi hijo ?. - Sí lo conozco. - ¿De que lo conoces ?, él no tiene amigos. - Sería largo de contar ahora, pero los dos nos conocemos. - La madre de Juan hizo pasar a Jesús dentro, y llamó a su hijo. Juan vino al poco tiempo. Era un muchacho delgado, de cabellos negros y rizados. Vestía con túnica blanca. Cuando estuvo frente a Jesús, solo dudó unos minutos antes de darse cuenta de quién era. Dobló una rodilla y le hizo un saludo. Jesús lo cogió del brazo e hizo que se levantara, y le dijo. - Juan, mi amado Juan no me saludes de ese modo, porque yo también lo tendría que hacer a ti. Jesús y Juan tenían el semblante radiante de felicidad. Ese momento había llegado el de encontrarse por primera vez en la tierra los dos.

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La madre de Juan los miraba con curiosidad sin entender que era lo que estaba pasando. Le preguntó a su hijo. - ¿ Qué clase de amigo es este ?. ¿ Desde cuando os conocéis ?. Juan estaba muy contento lleno de alegría, miraba a Jesús con admiración y no había oído la pregunta que su madre le había hecho. Ella volvió a insistir y le pregunto de nuevo. - Hijo te he preguntado que de qué lo conoces. Juan estaba entusiasmado, cogió las manos de su madre y le dijo. - Lo conozco desde siempre, el día que nací, lo vi. Él y yo estuvimos juntos antes de que naciéramos. La madre al oír esto se asustó, y manifestándolo, le dijo a su hijo. - Juan tengo miedo por ti de como hablas, nunca te he oído decir esas cosas. Tu padre cuando yo se lo diga se asustará también, y puede que se enfade contigo. Juan le dijo a su madre con cariño. - Soy tan feliz de verlo, esperaba a que llegara este momento, sabía que un día se iba a producir pero lo que no sabía es que fuera tan pronto. La madre no reconocía a su hijo, y se encaró con Jesús hablándole de malos modos. - ¿ Que quieres de mi hijo, para que has venido ?, ¡ Vete de esta casa !. Jesús la miraba con ternura, porque sabía lo que sentía como madre que era. Le dijo para tranquilizarla. - No tengas miedo mujer, tu hijo se quedará por ahora contigo, pero la próxima vez que me veas aquí, es para que venga conmigo. Ella se abrazó a su hijo protegiéndolo y le dijo a Jesús con rabia. - ¡ Vete !. ¿ Quien eres tu para decir y afirmar esas cosas ?. Juan se deshizo de los brazos de su madre y le dijo. - Madre, ¿ Porque le hablas de esa manera ? ¿ No comprendes que él no se puede defender ?. - ¿ Pues quien es ?.- le preguntó su madre. - Él es el pan de cada día que nos da Dios para que vivamos. Ella seguía sin entender nada. Se abrazó a su hijo y lloró. Jesús se acercó a ella. Acarició su cabeza y le dijo. - Me voy mujer, no sufras más, solo he venido para saludar a mi hermano de la luz. Te prometo que nadie jamás le hará algún daño, pero recuerda que cuando me veas otra vez es para que Juan venga conmigo. Ella entre sollozos le preguntó a Jesús. - ¿ Porque tiene que ser mi hijo ?. - Porqué nació para una misión importante. Ella poco a poco se fue tranquilizando, y le preguntó.

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- ¿ Como te llamas ?. - Jesús. - ¿ Tus padres quienes son ?. - Mi madre es una buena mujer que sufre en silencio y que también espera el momento, mi Padre tiene su morada en el cielo. - Hijo, me hablas de una manera que yo no entiendo, tus palabras se escapan a mi entendimiento. Juan miraba a su madre con amor, y le dijo. - ¿ Sabes que es una suerte de que haya venido aquí ?. ¿ Que lo hayas conocido y hayas hablado con él ?. - ¿ Pues quien es ?.- le preguntó su madre. - Antes te ha dicho que su Padre tiene su morada en el cielo, ¿No has comprendido lo que te ha querido decir ?. - Pues no hijo, pero le pido perdón por todo lo que le he dicho antes. Jesús cogió una mano a la madre de Juan y le dijo. - No sufras por las palabras que has utilizado para mí, has reaccionado como lo hubiera hecho cualquier madre. - ¿ Te quedarás a comer ?.- le pregunto ella a Jesús. - Me quedaré, así estaré un rato más con Juan. La madre de Juan hizo una buena comida que comió ella, Juan y Jesús. El padre de Juan estaba pescando. Cuando Jesús se iba se despidió diciendo a Juan y a su madre. - Cuidaros bien el uno del otro. Juan le dijo a Jesús. - Hasta pronto Maestro. Jesús volvió otra vez a encontrarse en el campo. Tenía mucha alegría dentro. Había encontrado a Juan. Los dos antes de nacer en la tierra estaban al lado del Padre. Cada uno tuvo que venir para hacer la misión que les correspondía. Jesús también radiaba de felicidad por haber podido abrazar a su hermano de la luz, el que más tarde sería el apóstol del amor. Había una higuera grande que estaba cargada de higos. Era por la tarde y decidió quedarse allí y pasar la noche. Dejó encima de la hierba la alforjas y su vara al lado, se sentó con la espalda apoyada en el tronco de la higuera y estuvo meditando largo rato hasta que llegó la noche y se durmió. A la salida del sol unos ladridos que daba un perro lo despertó. Miró y vio que se trataba de un perro callejero, al parecer el animal andaba perdido sin amo. Quería acercarse a Jesús. Él se sentó y lo llamó para que fuera. El animal se acercó, Jesús lo cogió en brazos y lo estuvo acariciando, el perro movía la cola de contento que estaba, lamía las manos de Jesús. Él le dijo. - ¿ Te has perdido ?. ¿ No tienes amo ?. Tendré que buscarte uno porque no puedo llevarte conmigo, lo siento amigo mío.

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Jesús dejó al perro encima de la hierba y se puso de pie. Los higos rozaban su cabeza, estuvo comiendo hasta que se quedó bien. Seguidamente cogió las alforjas y su vara, y emprendió el camino acompañado por el perro que lo seguía como si lo conociera de siempre. El animal según iba caminando miraba a Jesús, su mirada era noble pero también había tristeza en sus ojos. Como esa noche había dormido bien, y tampoco tenía hambre por todos los higos que había comido por la mañana, estuvo caminando todo el día hasta que llegó la tarde. En un árbol grande y grueso se quedó para pasar la noche. El perro estaba cansado de haber estado todo el día caminando. Pero no se notaba por lo contento que estaba de como lo demostraba jugando con Jesús. Cerca había un pequeño riachuelo, Jesús fue acompañado del perro que no le dejaba en ningún momento, cada paso que daba Jesús, también lo daba el animal. Estaba orgulloso de haber encontrado ese amo. Jesús se estuvo lavando los pies y todo el cuerpo, y por último bebió agua. El perro también estuvo bebiendo hasta que no pudo más. Fue buscando algo para comer y encontró un moral, estuvo comiendo de su fruto, también le dio al perro para que comiera, el animal como tenía hambre comió lo que le dio Jesús. La noche había llegado y se fue al árbol que había elegido para dormir y se estiró encima de la hierba. El perro se acostó a su lado y pronto se quedo dormido. El cielo estaba bordado de estrellas que cada una daba un brillo con un color diferente. Jesús las estaba mirando y las contaba. A la mañana siguiente los rayos del sol entraban por entre las ramas del árbol, también le daba en la cara a Jesús y se despertó. El perro estaba sentado junto a él, esperando a que despertara. Lo cogió y lo sentó en sus piernas. Los dos jugaron un rato. Emprendieron de nuevo el camino, al llegar el medio día el sol pegaba fuerte y se podía oír el ruido del agua de un río como bajaba, se dirigió allí. Habían matorrales, y junto a uno dejó las alforjas y la vara. Se quitó la túnica y se metió en el agua nadando. El perro iba tras de él. Estuvo bañándose un buen rato y jugando en el agua con el perro que muy contento daba ladridos. Los dos lo pasaron bien. Habían montañas con muchos árboles. Jesús decidió subirlas, habían veredas que hacían más fácil el acceso. Faltaba poco para llegar a la cima y vio que había una cueva. Fue hasta la entrada, desde fuera no se veía nada porque era muy larga parecida a un túnel. Decidió entrar para ver que había dentro. El perro sentía miedo de entrar en ese lugar tan oscuro. Jesús lo cogió en brazos y de esa manera entró. En el fondo de la cueva había una antorcha colgada en la pared. Los que allí vivían al oír el ruido de los pasos de alguien que llegaba hasta ellos, salieron al encuentro para ver de quien se trataba y se encontraron con Jesús y con un perrito que llevaba en los brazos. Ellos eran cinco enanos que vivían en la cueva y estaban asustados. Jesús les dijo, - Soy un hombre de paz. - ¿ Que has venido hacer aquí ?.- Le preguntó un enano. - ¿ Sabias que vivíamos en esta cueva ?.- le preguntó otro.

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Jesús miraba a los cinco detenidamente después les dijo. - Soy vuestro amigo. ¿ Porque vivís aquí, no tenéis otro lugar?. - Vivimos aquí escondidos porque nadie nos quiere.- dijo uno. - La gente cuando nos ven se ríen de nosotros y nos tiran piedras.- dijo otro. Jesús los miraba con pena y les dijo. - Nadie puede reírse del más pequeño ni de hacerle daño, porque el que se crea superior a vosotros está demostrando que es menos. Los enanos cuando lo oyeron hablar de esa manera le dijeron que entrara donde ellos vivían. El final de la cueva era cuadrado, allí tenían cada uno su sitio para dormir. Tenían piedras que les servían de asientos. Uno de los enanos le dijo a Jesús que se sentara. Dejó el perro a un lado de él. Jesús le preguntó. - ¿ Hace tiempo que estáis escondidos aquí ?. - Tres años.- respondió uno. - ¿ Te quedarás a vivir aquí con nosotros ?.- preguntó otro. - Me gustaría quedarme, pero no puedo, tengo que seguir adelante. - ¿ A dónde vas ?.- le preguntó el más pequeño. - Busco otros lugares, pero puedo quedarme unos días. Todos manifestaron su alegría al oír a Jesús decir esto. Uno de los enanos hacia un rato que miraba al perro, y le preguntó. - ¿ Es tuyo ?. - Lo encontré ayer, el animal estaba perdido, es muy cariñoso. - ¿ Entonces no sabes como se llama ?.- le preguntó otro. - No, pero se le puede poner un nombre. - ¿ Quieres que le pongamos nosotros uno ?.- le dijo el más pequeño. - Está bien, ¿ Como quieres que se llame ?. - ¿Que te parece si lo llamamos Treveles ?.- dijo el mismo de antes. Sus compañeros dijeron contentos. - Sí, ese nombre para un perro me gusta. - Pues así se llamará.- respondió Jesús. - ¿ Como te llamas tú ?.- le preguntó el más pequeño. - Jesús. - Ese nombre me gusta, no conozco a nadie que se llame así.- dijo otro. - Es verdad, yo no he conocido a nadie con ese nombre.- dijo otro. - ¿ Caminas sólo ?.- le preguntó otro. - Sí. - ¿ No tienes familia ?.- le preguntó el más pequeño. - Tengo padres y hermanos. - ¿ Te dejan que vayas solo ?. Eres muy joven.

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A Jesús le hacían gracia, sólo hacia un rato que había llegado y querían saber todo acerca de él. Lo veía normal puesto que llevaban tres años allí sin ver a nadie. - ¿ De dónde eres ?. - De Nazaret. El más pequeño, pronto le cogió cariño a Jesús, se sentó a su lado y no se separaba de él. Los otros cuatro eran más independientes. - ¿ Hace tiempo que no ves a tus padres ?.- le preguntó el pequeño. - Mucho tiempo.- respondió Jesús. - ¿ No tratan de buscarte ?. - No, porque saben dónde estoy. El más pequeño dio un salto y se fue a poner junto a sus compañeros. Uno le preguntó. - ¿ Que te ocurre ?, ¿ Porqué saltas de ese modo ?, ¿ Tienes miedo ?. Le respondió el bajito. - Dice que hace tiempo que falta de su casa, y que sus padres saben donde está. Jesús no se pudo contener la risa, y se rió a gusto. El compañero le dijo al más pequeño queriendo aclararlo todo. - Es que cuando se fue de su casa le dijo a sus padres que venía aquí, es por eso que no lo buscan. - ¡ Ah !, exclamó, ahora lo entiendo. Jesús no paraba de reír, pues la inocencia que tenían era semejante a la de los niños, les dijo. - Si todas las personas fueran como vosotros, no hubiera hecho falta que yo viniera a la tierra. El más pequeño le preguntó a su compañero. - ¿ Has comprendido ahora lo que ha querido decir ?. Su compañero levantando los hombros le respondió. - Si tu no lo has entendido, ¿ Como quieres que lo sepa yo ?. Jesús dirigiéndose a los cinco les dijo. - Si todos los seres humanos que habitan la tierra tuvieran más inocencia, no habría maldad, y sería el paraíso que Dios creó, que mi Padre hizo para sus hijos. - ¿ De que Padre hablas ?.- le preguntó uno. - Me estoy refiriendo a Dios. - ¿ Sabes hablar de Dios ?.- le preguntó el más pequeño. - Estoy aquí para eso. - Pues háblanos.- le dijo otro. - Dios es bondad.- dijo Jesús.

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- ¿ Pues si Dios es bondad ?, ¿ Porque hay hombres fuertes y guapos, mientras que nosotros nos tenemos que esconder por ser pequeños ?. - Le preguntó el más pequeño. Jesús se quedó reflexionando la pregunta, después dijo. - Entre la raza humana tiene que haber de todo, como también la hay en los animales, y en las plantas y también en las flores. Al tener todo vida puede haber una transformación. También está en la jerarquía de los Ángeles, ninguno es igual que otro, depende de la jerarquía que sea. Para Dios no es lo más guapo y lo más bello lo mejor, pues Dios no mide a los hombres por la belleza que tengan exterior, sino por sus acciones. La belleza que un ser humano puede tener interiormente, Dios la mira con pasión. Los cinco enanos escuchaban muy atentos las palabras de Jesús. También lloraban por la emoción que sentían, era posible que ellos fueran unos elegidos y no lo sabían. Después de haberles hablado Jesús les preguntó. -¿ Envidiáis a los que son altos y guapos ?. - Quiero ser como soy.- respondió el más pequeño, mientras que se quitaba las lágrimas con las manos. - Me gustaría ser alto y guapo y también bueno.- dijo otro. Todos reían incluyendo a Jesús por lo que este último había dicho. Jesús les dijo. - Las flores en el campo son todas bellas, pero las más grandes el viento las deshojan pronto. Las más pequeñas son las que más duran y siempre permanecen bellas. Uno dijo. - Me gustaría hablar de Dios como tú lo haces. - Tu también lo puedes hacer si te lo propones.- le respondió Jesús. - ¿ Me puedes enseñar tú ?. - Dios me ha enviado a esta cueva para que deje su luz. - ¿ De que luz hablas ?.- le preguntó otro. De pronto se formó alrededor de Jesús una aura de luz parecida a la plata, hasta tal punto que los cinco enanos se asustaron y no sabían que hacer. Uno corría hacia un lado, otro iba en otra dirección. Ellos jamás habían visto otra cosa igual. Estaban más que sorprendidos ante aquél resplandor. Todo había vuelto a la normalidad, y cada uno ocuparon el sitio que tenían antes. El más pequeño le preguntó a Jesús. - ¿ Vienes de donde está Dios ?. - Dichoso de ti que te has dado cuenta.- le respondió Jesús. Hizo una pausa. Todos lo observaban para ver que era lo que iba a decir.

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- Dichosos de vosotros que me habéis visto y que gozáis de mi compañía.- les dijo Jesús. Empezaba anochecer y decidieron salir al campo en busca de fruta para la cena. El perro iba delante de todos corriendo y dando saltos de lo contento que estaba. Encontraron frutos que daban unos árboles que habían. Comieron hasta quedar llenos. Los cinco enanos se gastaban bromas y jugaban con el perro. Treveles participaba en todos los juegos con sus ladridos y saltos que daba mordisqueándoles las manos y los tobillos. Jesús se alejó para orar y dar gracias a Dios, por los cinco que había puesto en su camino, y que eran unas almas buenas. La noche había llegado y como hacia rato que Jesús se había alejado de ellos, decidieron de ir a buscarlo. Después de estar minutos mirando por todos los sitios, lo encontraron de pie apoyado en un árbol. No comprendían porque se había alejado. Cuando Jesús vio que se acercaban les dijo. - ¿ No habéis tardado en encontrarme ?. - ¿ Porque te has ido lejos de nosotros ?.- le pregunto el más pequeño. - Era necesario que lo hiciera.- le respondió Jesús. Ninguno preguntó nada más, pues era posible que lo comprendieran. Todos fueron caminando hasta la cueva. Se quedaron sentados en la entrada haciendo un corro. El cielo estaba lleno de estrellas, y había una que brillaba mucho y que sobresalía de las demás, parecía que les hicieran señales. Uno de los enanos no paraba de mirarla. Jesús se había fijado en él y le preguntó. - ¿ Te gusta mirar las estrellas ?. El enano sin dejar de mirar el cielo respondió. - Me gusta mucho, cada tarde la miro, está ahí a la misma hora, parece que hable con los destellos de la luz que manda. ¿ Las estrellas tienen vida como nosotros ?. El enano miró a Jesús para escuchar la respuesta. Él le dijo. - Las estrellas viven al igual que nosotros. Tienen su propia luz, de lo contrario no las podríamos ver. Ellas mantienen un lenguaje con nosotros cuando las observamos, nos hablan, de hecho ahora nos está comunicando algo, pero la mayoría de las personas no lo saben. Los cinco enanos estaban muy interesados por el tema y prestaban atención. El mismo de antes le preguntó. - ¿ Lo que no vemos no existe ?. - No he querido decir eso, hay estrellas que no se ven porque están lejos del alcance de nuestra vista. - Dinos algo que no veamos pero que existe.- le preguntó otro con entusiasmo.

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Jesús los miró a todos sonriente y les hizo esta pregunta. - ¿ Alguno de vosotros habéis visto el aire ?. Los cinco se miraron preguntándose si alguno de ellos lo había visto. - Yo no.- dijo uno. - Yo tampoco.- respondió otro. - Pues no se ve, pero existe.- les dijo Jesús. - ¿ Habéis visto alguno el trueno ?.- les preguntó otra vez Jesús. - No creo que ninguno lo hayamos visto, pero de lo que sí estamos seguros es de que lo oímos, y aquí en la montaña da miedo cuando se le oye.- le respondió el más pequeño. - Pues no se ve, pero existe, vive en las nubes.- les dijo Jesús. Con todo lo que habían hablado el tiempo pasó, era de madrugada y decidieron de irse a dormir. Cuatro de ellos entraron en la cueva y el más pequeño se quedó con Jesús fuera, y también el perro. - ¿ Te quedas a dormir aquí fuera ?.- le preguntó Jesús. - Quiero dormir a tu lado, ¿ No te importa verdad ?. - Claro que no. Jesús se acostó encima de la hierba mirando el firmamento con las manos cruzadas por detrás de la nuca. La noche era calurosa. Las estrellas estaban agrupadas en el cielo, parecían el manto de la Diosa Madre. Jesús cerró los ojos como si durmiera. El más pequeño eso era lo que pensaba y lo miraba como dormía, hacia un rato que lo estaba observando. Jesús le preguntó. - ¿ No tienes sueño ?. No se esperaba que Jesús le hablara porque suponía que dormía y lanzó un grito del susto que se llevó, puesto que se había sentado en la hierba para verlo mejor como dormía. Jesús continuo con los ojos cerrados, y poco tiempo después se durmió. El más pequeño se dio la media vuelta e hizo lo mismo. El nuevo día empezó con el trino de los pájaros que despertaron a Jesús. El más pequeño dormía plácidamente. Los pájaros saltaban por encima de la hierba y se aproximaban cada vez más a Jesús. Treveles les ladraba queriendo imitar sus trinos. Jesús le dijo. - Calla, ¿ No ves que vas a despertar a nuestro amigo ?. El más pequeño despertó a los ladridos que daba Treveles. Se sentó frotándose los ojos con sus puños y le dijo a Treveles. - Aquí no se puede dormir contigo. Treveles la emprendió también con el más pequeño por haberle regañado. Jesús reía contento. Los otros cuatro enanos salieron de la cueva. Jesús les dijo. - Voy al río.

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- ¿ Conoces la cascada que hay aquí detrás ?.- le dijo el más pequeño. - No la conozco, ¿ Me quieres llevar ?. Cogió la mano de Jesús y le dijo. - ¡ Vamos !. Llegaron a la cascada, también iba Treveles que no dejaba a Jesús para nada, cuando lo veía que se movía de un lado a otro le seguía. El lugar era maravilloso. El ruido que hacia el agua al caer en el río hacía que se desconectara del mundo y entraba dentro de Jesús una gran paz. Siempre llevaba la paz con él, pero el agua que es la vida está en la Diosa Madre. Todo por allí estaba rodeado de árboles de arbustos y de flores de una gran belleza. Se sentaron en el filo de la montaña, contemplando el agua cristalina que salía de la cascada. Llevaban mucho rato allí. Los cuatro enanos al ver que no venían fueron en su búsqueda. Jesús estaba meditando. El más pequeño se dio cuenta y se levanto alejándose porque creía que esa era la mejor manera de no molestarlo. Los cuatro enanos se encontraron con el más pequeño y le preguntaron. - ¿ Dónde está Jesús ?. - Se ha quedado en la cascada. - Vamos a buscarlo, propuso uno. - Es mejor que no vayamos, creo que quiere estar solo, respondió el más pequeño. - ¿ Te lo ha dicho ?. - No, pero lo intuyo. Jesús se quedó sentado más de una hora. Era el más grande de los clarividentes, y empezó a ver cosas del mundo que estaban ocurriendo. Había gente que se divertía frívola y descaradamente. Otros como sufrían en sus carnes el dolor. Otros como pasaban hambre y no tenían nada que darle que comer a sus hijos. Escuchaba las lamentaciones de unos y las penas de otros. Oía a los ricos muy ricos como reían a carcajadas estando ebrios. Los veía llenos de lujos y de oro, mientras que la otra parte de la tierra morían de enfermedades y desahuciados. Jesús lanzó un grito al cielo que se escuchó en todo el cosmos. - ¡ Padre porqué tanto dolor y sufrimiento !, ¡ Mientras que hay otros que todo le da igual !. Escuchó la voz de Dios parecida a la de una trueno que le dijo. - Hijo mío estás ahí por todos ellos, todos te necesitan desde el más rico al más pobre. Cuando la voz de Dios cesó. Jesús lloró con mucha pena y dirigiéndose al Padre le dijo. - ¿ Como voy a convencer a los hombres que tienen poder y que les sobran de todo para que repartan entre los que no tienen de nada ?.

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Volvió a oír la voz de Dios que le respondió. - Hijo es tu misión. Si lo llegas a conseguir como si no igualmente serás glorificado por haberlo intentado. Jesús permaneció en silencio meditando el mensaje que le había dado el Padre. Pasado un rato se quitó la túnica y se metió dentro del agua y fue nadando mientras que se daba un baño. Treveles estaba en la orilla del río y se puso a ladrar llamándolo. Jesús le hacia gestos con la mano para que fuera con él, le dijo. - ¡ Ven no tengas miedo !. El animal hacia intentos para entrar en el agua pero no se atrevía por la altura que había. Como hacía un rato que Jesús se estaba bañando, salió fuera del agua y llegó hasta donde lo esperaba Treveles. Se puso la túnica, y cogió el animal con sus manos y llevándolo hacia arriba le dijo. - Miedoso. Jugaron los dos en la hierba. Treveles el intento que hacía era de morderle las manos a Jesús, él era más rápido y no se dejaba, esto hacía que se pusiera rabioso y le gruñera. Jesús reía con ganas. Escuchó la voz del más pequeño que lo llamaba. - Jesús, Jesús. Miró y vio que venían los cinco hacia él, cuando llegaron, el más pequeño le preguntó. - ¿ Porqué has tardado tanto ?. - ¿ Me echabais de menos ?. - Yo sí.- respondió el más pequeño. - ¿ Que tienes que hacer tanto tiempo lejos de nosotros ?.- le preguntó otro. - ¡ Uy ! Cuantas preguntas me hacéis.- les dijo Jesús riendo. - Está el agua muy buena, me he dado un buen baño.- dijo Jesús cambiando de tema. El más pequeño cogió a Jesús de la mano y dando un zarandeo le dijo. -¿Dinos que era lo que estabas haciendo ?, no vas a estar aquí toda la mañana sin hacer nada, ¡ eh !. Jesús lo miraba tiernamente y le respondió. - He estado hablando con Dios. - ¿ Tanto rato ?. - Así es, cuando se habla con Dios el tiempo pasa rápidamente sin darte cuenta, ¿ Porqué no lo pruebas tu ?. - Lo haré, pero no se que decirle, ¿ De qué le hablas tú ?. - Pues de mis cosas, ¿ No tienes tu cosas que contarle ?. - Sí, muchas, pero como son tantas lo iba aburrir. Jesús echó una carcajada, y le dijo. - Bendito seas, y benditos seáis los cinco.

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Se fueron caminando al mismo tiempo que buscaban fruta para comer. Por allí abundaban los árboles frutales y comieron de sus frutos. Jesús sentía mucho cariño por los cinco, pero el que más gracia le hacía era el pequeño. Tenía mucho humor, los otros cuatro eran más serios y reservados. Llegaron hasta la cueva y se quedaron fuera sentados en la hierba. Jesús les dijo. - Tengo que hablaros, y os quiero decir que pronto me tengo que ir con gran pena mía por dejaros, pero otros caminos me esperan y otras gentes. Ninguno se esperaban que Jesús les dijera esto y permanecieron callados. Solo el más pequeño lloraba en silencio. Jesús lo cogió y lo sentó en sus rodillas, le cogió la cabeza y lo puso en su pecho. Jesús le dijo. - Siempre os llevaré en mi corazón y en mi pensamiento. Treveles se había alejado y estaba oliendo y queriendo entrar dentro de un arbusto. Había una serpiente que se quería liberar de él, pero como insistía le mordió. Treveles empezó a dar grandes alaridos. Jesús y los cinco fueron haber que le pasaba. Jesús cuando lo vio dijo. - Le ha mordido una serpiente, pero no es venenosa, voy a curarle la herida. Treveles seguía quejándose de dolor. Como le había mordido en una de las manos, no podía caminar. Jesús lo llevaba en brazos. Uno de los enanos buscaba a la serpiente hasta que la encontró dentro del arbusto escondida, dijo. - ¡ La he encontrado y la vamos a matar !. - Matarle no, porque si le ha mordido a Treveles ha sido para defenderse, si la hubiera dejado tranquila nada de esto le hubiera sucedido.- les dijo Jesús. Después que había pasado un rato la serpiente salió del matorral para ir a encontrar otro lugar más seguro. Volvieron a la cueva y se quedaron en la entrada. Treveles estaba más tranquilo, aunque le había cogido fiebre. Lo dejó Jesús acostado encima de la hierba, le acariciaba la cabeza hasta que se durmió. Uno de los cinco le preguntó a Jesús. - ¿ Dios también creó a las serpientes ?. - Dios dio permiso a los Padres de los reptiles para que los crearan. - ¿ Porque dices a los Padres ?. - Porque nada se puede crear sin masculino ni femenino. - Vosotros tenéis un padre y una madre, ¿ no es cierto ?. - Sí. - Pues en todas las especies creadas es así, es por eso que están el macho y la hembra. - Los padres de todos los seres humanos, ¿ Quienes son ?.- le preguntó otro. - El Dios Padre y la Diosa Madre.- le respondió Jesús.

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Los cinco estaban entusiasmados escuchando con la boca abierta. El más pequeño levanto el dedo porque quería preguntar algo y dijo, - ¿ De que nos hicieron ?. - Los dos unieron su amor y se lo transmitieron a las estrellas para que nos dieran su luz . Es por eso que estamos hechos de la chispa del Dios Padre y de la Diosa Madre con los destellos radiantes de las estrellas. - Es complicado para que lo entendamos nosotros.- dijo el más pequeño. - ¿ Dios tiene hijos ?.- le preguntó otro. Jesús lo miraba sonriendo, no salía de su asombro de ver la curiosidad que tenían todos por saber sobre Dios y les dijo. - Tiene hijos que creó con la Diosa Madre. La tierra es una hija aunque la llamamos Madre, porque de ella se nace. Los montes o montañas es un hijo que esta unido a la tierra para crear. - ¿ Eres un Maestro ?.- le preguntó otro. Jesús afirmó con la cabeza y dijo. - Sí. Los cinco se quedaron callados, miraba a Jesús con curiosidad. Había pasado tiempo que Jesús estaba hablando de la creación, sin darse cuenta que la tarde había llegado. Treveles seguía durmiendo a su lado, pues la fiebre le había subido. El más pequeño le dijo a Jesús. - Tienes que saber muchas historias bonitas, ¿ Nos cuentas una?. En el cielo estaban apareciendo las estrellas dando sus destellos de luz. Jesús dirigiéndose a los cinco, les dijo. - Os voy a contar una historia que es muy hermosa. Los cinco esperaban entusiasmados. - En un lugar viven un Rey con su Reina y sus hijos. También tienen muchos servidores que esperan órdenes de ellos, son Ángeles que les sirven. Un día el Rey miraba un lugar de la tierra y vio con pena que las gentes que allí vivían tenían un mal comportamiento. Algunos se burlaban del Rey, otros decían que no existía. Hacían acciones perversas. Eran avaros, iban robando todo lo que podían. Un día el Rey decidió mandar a doce de sus servidores para que les hablaran y llevaran otra clase de vida mejor, y que se amaran los unos a los otros de manera digna. La gente de este lugar se reían de los servidores del Rey, y les tiraban piedras. Les decían que se fueran de allí sino querían que los mataran. Un día les pegaron una paliza y les rompieron las túnicas que llevaban puestas hasta dejarlos desnudos. Al ver esto, el Rey se enfadó mucho, porque sus servidores no podían aguantar más crueldad de aquellas gentes. Entonces el Rey les dijo que volvieran porque era inútil todo lo que se estaba haciendo por ellos. Los doce servidores volvieron otra vez al Reino. El Rey dejó de mirar aquél lugar donde había puesto sus ojos para hacer de allí otro Reino. Había pasado mucho, mucho tiempo y el Rey volvió a mirar de nuevo para ver como seguían viviendo aquellas gentes. Se puso triste porque habían muchas enfermedades, mucha pobreza. Mientras que otros vivían como

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reyes robando todo lo que tenían los pobres. Entonces pensó de enviar a su hijo primogénito para que llevara las buenas nuevas. Cuando el hijo llegó se preparó para todo lo que tenía que hacer. Les dijo a aquellas gentes, que era el Enviado, el hijo del Rey, y que les llevaban paz y amor porque ese lugar era un paraíso y lo estaban convirtiendo en rateros, criminales y ladrones. No creyeron las palabras del hijo del Rey, no les interesaba cambiar el modo de vida, y un día le dieron muerte, una muerte horrible y perversa. El Rey reaccionó muy mal cuando le entregaron a su hijo muerto. Se enfureció tanto que los castigó duramente. Les dijo que serían perseguidos y que no tendrían patria, ni país. Los cinco estaban con la boca abierta esperando más de esa historia. Jesús les preguntó. - ¿ Os ha gustado ?. - Me ha gustado mucho, pero es triste.- Respondió el más pequeño. - ¿ Tienes otra historia que contar ?. - Sí que tengo más que contar, pero ahora tengo que alejarme un rato, necesito estar solo. Jesús se puso de pié y fue caminando perdiéndose entre los árboles, seguido por la mirada de los cinco. Fue a la cascada, a la orilla del río, se puso en cuclillas y se echó agua en la cara con sus manos, después bebió. Miró en el agua y vio reflejado en ella a Siba en su lecho de muerte acompañado de los oradores donde lo había dejado. Le había prometido que en el momento de entregar su alma a Dios, estaría con él. Como era tarde regresó a la cueva después de hacer una hora de meditación. Fuera lo estaban esperando los cinco, impacientes por ver cuando llegaba. Al verlo manifestaron su alegría. Uno de los cinco le dijo. - Sabemos que no quieres que vayamos en tu búsqueda, pero tenemos miedo de que no vuelvas. - Lo pasamos mal cuando te vas.- Le dijo el más pequeño. - Pues pronto me tendré que ir para siempre y no me veréis más.- les dijo Jesús. El más pequeño fue corriendo hacia él. Jesús lo cogió en brazos y le preguntó. - ¿ Que te ocurre ?. - Quiero que me lleves contigo, quiero ir a donde tu vayas. Jesús lo miraba con ternura y le respondió. - No te puedo llevar conmigo, porque tengo que hacer mucho camino, hoy estoy aquí, mañana allí, y otro día en otro lugar de la tierra. Aquí tienes a tus compañeros, y además tienes que cuidar de Treveles, a ti te dejo el encargo. El más pequeño puso cara de conformidad y le respondió. - Está bien, lo haré como tu dices. Jesús acercó su cara a la de él, y le dio un beso en la mejilla. Seguidamente le dejó en el suelo. Treveles seguía teniendo fiebre, pero estaba

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tranquilo, seguía a Jesús con la mirada esperando a que se sentara junto a él. Cuando lo hizo respiró profundamente mirándolo. Era la hora de irse a dormir. Cuatro de ellos entraron en la cueva, y el más pequeño se quedó fuera con Jesús y le dijo. - Me quedó aquí contigo. - Esta noche necesito estar solo, tengo que hacer otras cosas.- le respondió Jesús. El más pequeño no dijo nada y obedeció entrando en la cueva. Jesús se quedó solo y Treveles durmió profundamente. Subió arriba de la montaña que estaba por encima de la cueva. Había un cielo estrellado bellísimo. La noche era fresca porque estaba acabando el mes de agosto. Se sentó encima de la hierba meditando hasta encontrar una paz interior perfecta. Empezó a visualizar la choza donde Siba estaba dando los últimos respiros. Los oradores estaban alrededor de su cama rezando por su alma. Dios le estaba esperando. Jesús se hizo visible ante los ojos de Siba. Cuando lo vio aunque ya no le quedaban fuerzas se quiso incorporar como pudo y alargó una mano queriendo coger la de Jesús. El orador que estaba a su lado lo sujeto por los hombros y le preguntó. - ¿ Que quieres hacer ?. Siba no respondía porque apenas tenía fuerzas para hablar, pero la mirada la tenía puesta frente a él. Dijo en palabras medio cortadas. - Gracias Dios mío por mandarme a tu Hijo Jesús. El orador que estaba cerca de su cabecera escuchó a medias lo que dijo. Jesús estaba espléndido y de una belleza sin igual. Se acercó a Siba y le cogió una mano, le dijo. - Mi bueno de Siba, tienes suerte de ir donde está mi Padre, te prometí que te acompañaría hasta el lugar que te espera. Los oradores vieron como Siba se había puesto de súbito emocionado queriendo hablar. Sus brazos los tenía extendidos cogidas sus manos a las de Jesús. Seguidamente reposó su cabeza sobre la almohada y murió. Los oradores estaban en silencio mirando el cuerpo sin vida de Siba. Uno de ellos rompió el silencio y le preguntó al orador que estaba cerca de él. - ¿ Has comprendido lo que ha dicho antes ?. - Creo que ha mencionado algo si como Dios y Jesús. Otro agregó. - Estaría viendo visiones, los moribundos antes de morir tienen muchas. Como era de madrugada su cuerpo no le dieron sepultura hasta el día siguiente. Jesús se quedó en la cima de la montaña durmiendo hasta que llegó la mañana que escuchó la voz del más pequeño que lo llamaba buscándolo

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al mismo tiempo que corría de un lado a otro para ver si lo veía. Miró hacia la montaña y lo vio que bajaba. Fue a su encuentro y le preguntó con asombro. - ¿ Has dormido esta noche ahí arriba ?, ¿ Como se te ha ocurrido ?. - Arriba se duerme bien, le respondió Jesús. - Pues esta noche que viene subo contigo, ¿ Me dejaras ?. - Es que no voy a subir esta noche. - ¿ Porque no me dejaste anoche que me quedara contigo.- le preguntó contrariado. - Porque no pudo ser.- le respondió Jesús sonriendo. El más pequeño quería mucho a Jesús y lo quería seguir a todas partes. Jesús llevaba allí tres días y no se podía quedar por más tiempo. Siempre decía que lo estaban esperando en otro lugar. Esa noche reunió a los cinco a la entrada de la cueva y les dijo. - Mañana me tengo que ir al amanecer. Los cinco se quedaron muy tristes, agacharon la cabeza sin responder nada. - Cuando penséis en mí, estaré con vosotros.- les dijo Jesús. Cuidar de Treveles, y mimarlo porque me echará a faltar, y a ti te digo que eres el más pequeño de todos, deja que duerma a tu lado para que no se encuentre solo y cuídalo todo lo que puedas, piensa que es también un hermano nuestro. Uno le preguntó. - ¿ Yo de quien cuido ?. - Tu cuidarás de todos, porque eres el mayor.- le respondió Jesús mientras que le acariciaba la cabeza. - Esta noche por ser la última que pasas con nosotros, ¿ Nos vas a contar una historia ?.- le dijo el más pequeño. - Sí os la voy a contar, pero corta porque mañana tengo que irme antes de que salga el sol. - En un lugar no muy lejos de aquí nació un niño muy querido por sus padres. La madre es una mujer que tiene todo el amor del mundo. El padre es un hombre bueno y amante de la paz. Habían tres magos que sabían que el niño había nacido y se dirigieron hacia el lugar. Una estrella les guiaba y de esa manera encontraron a los padres con su hijo recién nacido. Les llevaron al niño regalos, muchos regalos, tantos que no sabían que hacer con ellos, porque iban de un lugar a otro. Así es que la mayoría de los regalos los dieron a otros niños que no habían recibido nada al nacer. El niño fue creciendo con mucha sabiduría, y cuando cumplió los catorce años de edad, le dijo a sus padres que se tenía que ir de la casa a otros lugares de la tierra para cumplir la misión que traía al nacer. Los cinco esperaban que Jesús siguiera contando más, pero les dijo. - Por esta noche ya hay bastante.

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- ¿ No nos cuentas más ?.- le dijo el más pequeño. - ¿ Quienes son los magos ?.- le preguntó otro. - Los magos son hombres que miran las estrellas y que se comunican con ellas.- les respondió Jesús. - ¡ Que historia más bonita !.- dijo otro. Treveles se había quedado dormido entre las piernas de Jesús. Lo cogió con cuidado y lo fue a poner encima de la hierba. Seguidamente se dirigió a los cinco y les dijo. - Hay que irse a dormir que ya es tarde. Todos se fueron levantando y cuatro de ellos entraron en la cueva, menos el más pequeño que se quedó fuera para dormir con Jesús. El más pequeño extendió una manta encima de la hierba para dormir porque hacía algo de fresco. No dejaba de mirar a Jesús todo el rato. - ¿ No tienes sueño ?.- le preguntó Jesús. - ¿ Sabes una cosa ?, me gustaría ser como tu.- le dijo el más pequeño. - Eres como yo, no hay diferencia entre los dos. - Dices eso para consolarme, pero sé que no es así. - No pienses más y duérmete que pronto va a amanecer. Los dos se dieron la media vuelta y durmieron. No tardó en amanecer, y el trino de los pájaros lo despertó. Jesús miró al más pequeño y vio que seguía durmiendo, también Treveles, ya se había recuperado de la picadura de la serpiente. Fue hasta la cascada, se estuvo lavando y bebió agua. La salida del sol se veía desde esa altura muy bien. Estuvo mirando como el sol subía con su armonioso baile y oró delante del astro Rey. Cuando llegó a la cueva los cinco lo estaban esperando, y Treveles también, al verlo se pusieron como de costumbre muy contentos, aunque en sus rostros se reflejaba la tristeza de saber que en pocos minutos Jesús se iría. Treveles fue corriendo y dando un salto se puso en los brazos de Jesús. Estaba juguetón. También como los demás sabía que Jesús los dejaría para siempre. Fue despidiéndose de uno en uno lentamente acariciando sus cabellos y sus rostros. Treveles seguía en sus brazos y le iba lamiendo las manos y la barbilla, le estaba dando también su último adiós. Jesús puso a Treveles en el suelo. Cogió las alforjas y se las echó al hombro, también cogió su vara y les dijo a todos. - Que Dios os bendiga. Los cinco enanos lloraban con pena, pues sabían que Jesús se iría lejos de allí. Treveles seguía a Jesús, iba detrás de él. El más pequeño lo fue a buscar y lo llevó con los demás. Jesús se iba girando y les decía gritando. - ¡ Os quiero mucho !.

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El otoño había llegado pero no hacía frío, la temperatura permanecía aún caliente. Había hecho mucho camino desde que dejara a los enanos. Se había encontrado con gente que iban de camino, solo se saludaban. Continuó estando solo más de tres meses. El invierno había llegado. La mañana había amanecido con lluvia, era fuerte el agua que caía. A lo lejos vio una casa grande y rústica, se dirigió a ella y cuando estuvo en la puerta llamó con la mano dos veces. Pronto vino a abrir una mujer que representaba cincuenta años de edad. Vestía de negro y de largo hasta los pies. En su cabeza llevaba atado un pañuelo también negro. Al ver al recién llegado como iba empapado de agua le dijo amablemente. - Entra criatura. Jesús entró. Ella cerró la puerta rápidamente por el agua y el frío que se filtraba. Jesús dejó su vara apoyada en un rincón del recinto, las alforjas las depositó encima de una silla de madera y fue a la chimenea que ardía con fuerza llena de chopos de leña. Extendió sus manos y se fue calentando al mismo tiempo que secaba su túnica. Ella fue hasta la chimenea observando a Jesús le preguntó. - ¿ Que haces tan joven por aquí solo ?. - Soy caminante. ¿ Y tu vives aquí sola ?.- le preguntó mirándola a los ojos. - Vivo con mi padre, está en esa habitación en la cama, enfermo. - ¿ No tienes a nadie más de familia ?. - Los que tenía ya hace años que murieron , y mi madre también, la hecho mucho de menos porque me hace falta sobre todo como respaldo nuestro y consejera, ¡ Como se nota que no está !. - Seguro que tú si que tienes padres, ¿ No es así ?. Ella miraba a Jesús esperando una respuesta. Él le respondió. - Tengo padres y también hermanos, mi familia es grande. -¿Como te apañas para cuidar de toda la tierra que tienes, y de los animales ?. - De los animales me cuido yo, también puedo atender un poco a la tierra, pero en las tareas grandes vienen dos hombres del pueblo y me hacen el trabajo, aunque para este invierno la recogida de la aceituna está un poco difícil. -¿ Porque ?.- le preguntó Jesús. - Hay dos hombres del pueblo que hacen este trabajo todos los inviernos. El otro día me vinieron a ver y me dijeron que este año quieren una parte más de aceituna que otro años. Pero aquí no se queda todo, porque de toda la recogida que hice este verano de lo que había sembrado, vinieron de madrugada no se quien y me robaron la cosecha que recogí. Se escuchó la voz de un anciano que dijo. - ¡ Hija ven !. - Es mi padre, como no se puede levantar querrá saber quien eres. Ella entró en la habitación. Jesús desde fuera escuchó la voz del anciano que le preguntaba a su hija, - ¿Quien es?. - Un joven que dice que va de paso.

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Ella salió de la habitación y fue hasta la chimenea donde estaba Jesús y le dijo. - Mi padre quiere conocerte. Los dos entraron en el dormitorio. En la cama había un anciano delgado y marcado por las arrugas, apenas le quedaba cabellos en la cabeza, las manos eran largas y huesudas. Miraba a Jesús con los ojos medio cerrados y casi sin luz. Después de estar unos instantes mirándolo le dijo. - ¡ Hola !, muchacho, me alegro que venga gente a esta casa, hace años que no nos visita nadie y estamos siempre solos mi hija y yo. Jesús estaba en pie junto a su hija que escuchaba lo que su padre decía. Jesús le preguntó al anciano. - ¿ Que te duele del cuerpo ?. - Dolerme en sí no me duele nada, es la vejez que no me deja ponerme en pie, el cuerpo ya no me aguanta, son muchos años los que tengo, ¿ Sabes ?, pienso que pronto se quedará mi hija sola, es la pena que tengo. Jesús sabía que lo que decía era cierto y le dijo cogiéndole una mano. - No pienses en eso porque para todos los males hay un remedio, tienes que estar contento de que tu hija esta a tu lado cuidándote. - Si es cierto, es muy buena conmigo, gracias a Dios que la tengo pero sigo pensando lo mismo, pronto me iré y dejaré esta tierra que me vio nacer. Su voz era cada vez más débil. Su hija se acercó a él, y le dijo. - Padre no hables mucho que después te viene la tos, descansa y no te preocupes por mi que yo estoy bien. El padre escuchaba lo que su hija le decía pero tenía más preguntas que hacerle a Jesús, y haciendo un breve descanso después le preguntó. - ¿ Como te llamas hijo ?. - Jesús. - ¿ Jesús tienes casa en donde vivir ?. - No tengo. - Pues aquí tienes una. Eres un buen muchacho, nunca me equivoco cuando veo a alguien, sé si es bueno o no lo es. La tierra me ha enseñado mucho, de ella aprendemos y de la naturaleza que es la Madre de todo. Jesús miraba al anciano con mucho amor y le respondió. - Es aquí donde pensaba quedarme porque es donde me necesitan. El anciano manifestó su alegría con una leve sonrisa. Dirigiéndose a su hija le dijo. - Prepárale una habitación y pregúntale si tiene hambre. - Hambre no tengo, comeré cuando vosotros comáis, no te preocupes por mí.le respondió Jesús. Salió del dormitorio del anciano quedándose hablando con su hija. Desde fuera se oían los consejos que el padre le daba para que Jesús estuviera

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bien atendido y viviera con ellos por mucho tiempo, sobre todo con ella puesto que estaba convencido que pronto moriría. Jesús sonreía al escuchar todo esto que el padre le recomendaba a su hija, porque cuando él viera que ya no hacía falta allí se iría a otro lugar. Ella salió del dormitorio y fue a donde estaba Jesús y le dijo. - Voy a poner agua a calentar para que tomes un baño de pies. - Gracias mujer, ¿ Como te llamas ?. - Marta.- respondió ella. Salió fuera de la casa con una vasija en las manos y se dirigió al pozo que había delante. Sacó agua y lleno el recipiente. Volvió a entrar en la casa y lo puso a calentar en el fuego que ardía en la chimenea. Mientras que Jesús se daba el baño de pies, Marta le preparaba una habitación. No tenía cama, solo había en el suelo un colchón de alfalfa. La habitación no tenía puerta, solo había una cortina de tela gruesa de color oscuro. Dejó encima del colchón una manta doblada. Seguidamente se puso a preparar la comida. Marta era una mujer muy trabajadora, pues había hecho siempre las faenas de la casa y del campo. Tenía aspecto rudo por el trabajo que siempre había llevado. El campo da esa forma al físico. Jesús quería ser útil para lo que fuera, no miraba que lo que tuviera que hacer eran cosas de mujeres, pues como siempre decía, el trabajo es el trabajo no importa lo que sea. Tampoco estaba de acuerdo que la mujer tuviera que trabajar más que el hombre. Ella era la que se llevaba la peor parte por ser madre, hermana o hija . Tenían que atender al hombre como el rey de la casa que ellos creían que eran. Marta iba y venía haciendo la comida y entrando en el dormitorio de su padre porque la llamaba, para decirle que hiciera una buena comida para que Jesús estuviera contento. Decía esto a Marta porque no lo conocía, no sabía que se alimentaba con los frutos que iba encontrando. Marta había llevado la comida a su padre y se la iba dando poco a poco. Mientras tanto Jesús iba mirando la casa por dentro porque necesitaba que la arreglaran, sobretodo los techos por las grietas que había causadas por las goteras. Los tejados había que repararlos. La casa necesitaba un arreglo grande. Salió fuera de la casa y fue al establo. También necesitaba reparación. Las alambradas donde estaban las gallinas estaban rotas. La hacienda era muy grande. Tenía olivos, árboles frutales, y una huerta donde se podía sembrar mucho. Las cabras estaban comiendo hierba fuera del establo, junto al perro que las acompañaba. Las gallinas picoteaban todo lo verde que veían. Marta lo buscaba para comer y fue a los olivos, allí estaba mirando la aceituna. Ella le dijo. - La comida espera, ¿ Tienes hambre ?. - No mucha, ¿ Te has fijado en la aceituna ?, este año hay buena cosecha. - Si me he dado cuenta y también los dos hombres que vienen cada año, este quieren que les de una parte más. Cuando ven a una mujer sola tratan de abusar de ella, si no es de una manera lo hacen de otra. Si mi padre no estuviera tan mayor, no me pasaría esto. Dentro de casa se estaba bien con el calor de la chimenea que estaba encendida día y noche en el invierno.

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Estaban comiendo un guisado sabroso y caliente. Jesús le dijo a Marta. - La casa necesita una reparación, he estado mirando y hay que empezar ya mismo porque las lluvias están cerca y la casa se te va a llenar de agua. - No tenemos dinero para este gasto, los hombres que llame para que hagan ese arreglo me van a pedir un sueldo, lo que tenemos está en los frutos que nos da la tierra. - No te estoy diciendo que llames a alguien, lo quiero hacer yo. - ¿ Sabes hacer esa clase de trabajo ?. - Ayudé a mi padre con mis hermanos a construir nuestra casa cuando era yo un niño, estoy seguro que lo puedo hacer. - Pues está bien, puedes empezar cuando quieras.- le dijo Marta aliviada por el trastorno que eso le suponía. - Mañana quiero empezar porque corre prisa. Marta mientras cenaba observaba a Jesús, le preguntó. - ¿ De donde vienes ?. - De muchos sitios. Marta no comprendió bien, y le volvió a preguntar. - ¿ De donde eres ?. - De Nazaret.- respondió Jesús mientras que mordía una manzana. - ¿ De allí vienes ahora ?. - Vengo de otros lugares, allí donde me necesitan me quedo. - Pues aquí te necesito yo, ¿ Es por eso que te quedas ?. - Así es, pero solo me quedaré hasta que no me necesites, después me iré. - ¿ Porque te quedas donde te necesitan ?, ¿ A ti qué ?. Jesús había acabado de comerse la tiernamente a Marta le preguntó.

manzana

y

mirando

- ¿ Conoces la leyes de Moisés ?. - Mi padre tiene un libro que habla de Moisés y muchas veces nos lo leía a mi madre y a mí. Hablaba de mandamientos y decía que eran diez, pero eso a mí se me hacía muy largo, porque entraban leyes que nosotros no conocíamos. - Pues escribió reglas dictadas por Dios para que los seres humanos tuvieran una buena conducta, pero de esos diez mandamientos si se cumplen dos, se han hecho todas las reglas que Dios le dio. Una es amarás a Dios sobre todas las cosas, y la segunda amaras a tu prójimo como a ti mismo. Si se cumplen estos dos mandamientos de esta manera estaremos amando a nuestro prójimo como si de nosotros se tratara, le dijo Jesús. - Para mi quiero lo mejor, y si igualmente lo aplico con mis semejantes estaré haciendo la voluntad de Dios, ¿ No es eso lo que me has querido decir ?. - Exactamente, lo has entendido muy bien.

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- Entonces no es difícil de amar a nuestros semejantes no haciéndoles lo que a nosotros no quisiéramos que nos hicieran, respondió Marta. Marta no podía apartar la mirada de la de Jesús, había algo en ella que hechizaba, con ese brillo de luz que salía de sus pupilas y penetraban en las que tenía delante a él, era difícil de no caer en sus encantos. - Eres un joven extraño y extraordinario a la vez.- le dijo Marta mientras que pensaba en más cosas que le podía decir. Ella era una mujer de campo y la palabra no la tenía fácil, sabía lo que sus padres le habían enseñado, sobretodo su padre. Ella lo quiso advertir y le dijo. - ¿ Sabes que hay mucha gente con malicia y malas intenciones que estarían dispuestos a hacerte daño de cualquier modo ?. - Nadie me podrá engañar, porque veo rápidamente lo que quieren de mí. Daño si que me harán pero eso no lo podré impedir.- le respondió Jesús. - ¿ Porque no podrás impedir que te hagan daño ?. - Porque nací para eso. Marta no entendió lo que le quiso decir, se puso en pie y recogió la mesa, pero tenía muchas preguntas para hacerle, una de ellas era. - ¿ Todo lo que sabes te lo ha enseñado tu padre ?. - ¿ Así es, mi Padre es el Rey de la Sabiduría y del Amor. - ¿ Tu madre es igual ?. - Mi Madre es la Reina de la Humildad y del Sufrimiento.- le dijo Jesús mirándola con ternura. - ¿ Porque es tu madre la reina del sufrimiento ?. - Porque también nació ella para callar y sufrir. - Mi madre también sufrió mucho con una enfermedad larga y dolorosa.respondió Marta con inocencia. El anciano oía desde su cama la conversación que tenían Jesús y su hija, y llamó a Jesús para que entrara en su dormitorio. Cuando lo tuvo delante, lo observó unos minutos con mirada cansada, después le dijo. - Te he estado escuchando todo lo que has hablado con mi hija y para nada pienso que un muchacho normal diga y piense como tu lo haces. ¿ Me puedes decir si eres un Enviado del Cielo ?. Estoy seguro que tu no perteneces a nuestra raza, estás por encima de ella. Soy viejo y he conocido a mucha gente y el comportamiento que tienen es la misma de todos nosotros, pero tu no. Por tu boca habla Dios. Jesús se sentó en el borde de la cama y le cogió una mano, lo miraba con amor porque era un anciano sabio y le preguntó. - ¿ Quien habla por ti ?. Le brotaron las lágrimas de sus cansados ojos viejos de mucho sufrir, le respondió. - Abraham hubiera sacrificado a su hijo por amor a Dios si no lo detiene a tiempo. Fue una prueba dura que le dio para ver si era capaz de cumplirla. El hijo que Abraham salvó de la muerte, dijo que más tarde Dios enviaría a su hijo primogénito para la salvación de los pecados cometidos por el ser humano. Yo pienso que ese hijo de Dios eres tú.

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Jesús se aproximó al rostro del anciano y besó su frente diciéndole. - Ahora puedes ver el Reino de mi Padre, ¿ Estas preparado ?. El anciano se emocionó y con voz temblorosa le preguntó. - ¿ Ha llegado mi hora ?. - ¿ Tienes miedo de que llegue ?. - Miedo a morir no tengo, creo que he cumplido en la tierra con mi deber de hombre bueno, buen esposo y buen padre. El miedo que pueda tener es por mi hija, porque se quede sola y una mujer sola sin hombre que la defienda es difícil que sobreviva, porque hay mucha maldad. No quiero pensar que algunos desarmados le quieran quitar estas tierras y la casa que a mi tanto esfuerzo me costó de conseguir. - No pienses en eso, porque no va a suceder, nadie le hará algún daño.- le dijo Jesús. El anciano se tranquilizó cuando escuchó estas palabras de Jesús y le dijo. - Creo en ti, y en todo lo que dices. Ahora sí que quiero ver el Reino de tu Padre. El anciano miraba frente a él, tenía mucha paz aunque las manos las tenía temblorosas por la emoción que sentía en esos momentos. Jesús lo miraba con entusiasmo. Pasados unos minutos, le preguntó. - ¿ Como ves el Reino de mi Padre ?. Estaba lleno de amor y le costaba responder, pero dijo con un hilo de voz. - Es parecido a todo lo que nos rodea de la naturaleza. He visto flores muy bellas que antes no las había visto en la tierra. También hay aves conocidas y por conocer. También he visto grandes manantiales donde el agua fluía limpia y cristalina. Este gran Edén estaba custodiado por Ángeles, y mi sorpresa ha sido grandiosa cuando he visto que tu estabas dentro. ¿ Es real esto que he visto ?, o es que como me queda poco he alucinado. - Todo es auténtico y real, nada te has imaginado porque esa parte que has visto del Reino de mi Padre es pequeño para todo lo que hay.- le respondió Jesús. Jesús dio las buenas noches al anciano y le dijo que descansara. Salió de la casa y fue a ver a los animales, hacía rato que dormían dentro del establo, y las gallinas en el gallinero. Se alejó porque quería orar. El momento de la oración era mágico para Jesús, necesitaba el silencio y la soledad para hablar con Dios o con su Padre como él decía. Hacia un rato que Marta lo había visto salir de la casa, como de esto ya hacía tiempo, decidió ir a buscarlo, porque ella se quería ir a dormir, no antes de darle las buenas noches. Lo buscaba por toda la hacienda sin resultado. Al fin lo vio que venía caminando despacio por un camino de tierra. Fue ella a su encuentro y le preguntó. - ¿ Qué hacías lejos de aquí con esta noche que hace fría y oscura ?.

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- He ido a orar. - ¿ A orar dices ?. - Sí.- le respondió Jesús. - ¿ Con quien hablas en la oración ?. - Hablo con el Padre, que es Dios. - ¿ De qué hablas ?. - De todo. - ¿ Si yo quisiera hablar con Dios como puedo dirigirme a Él ?. - Puedes empezar diciendo, Padre nuestro que estas en el Cielo. Santo es tu Nombre. Escucha mi oración. Seguidamente puedes hablar con Dios de todo lo que creas que es necesario, y de lo que te oprime. También le puedes dar las gracias por lo contenta que estas ese día. Dios es para todos nuestro Padre y nuestro confesor, a quien le podemos contar nuestras alegrías y tristezas. Marta seguía con atención todo lo que Jesús le iba diciendo porque le interesaba saber como hablar con Dios, pues estaba pasando por momentos difíciles, debido a la enfermedad que su padre padecía, provocada por la vejez. Sabía que muy pronto se iba a quedar sin él, y sería un golpe fuerte para ella, y más porque se quedaba sola sin nadie a quién acudir, para ella Dios era un remedio. - ¿ Esta manera de rezar te lo ha enseñado tu Padre o tú Madre?.- le preguntó Marta con la inocencia de una niña. - Los dos.- le respondió Jesús sonriendo. Cubriéndose los brazos con sus manos dijo ella, - Vamos dentro de la casa que aquí fuera, hace frío. La chimenea ardía con fuerza y dentro de la casa se estaba bien. Marta dio las buenas noches a Jesús y se fue a dormir. A la mañana siguiente Jesús se levantó antes que Marta. Limpió la chimenea de las cenizas que habían quedado de la noche y puso troncos nuevos para que avivara el fuego. Salió de la casa y miró los arreglos que había que hacerle y se puso manos a la obra. Hacía más de una hora que estaba trabajando. Marta fue donde estaba, miró con sorpresa lo que hacía y le dijo. - No creía que ibas a empezar los arreglos hoy mismo. - Pues ya lo ves, tengo que hacerlo lo más pronto posible, porque el tiempo corre y las lluvias las tenemos encima. - Voy a prepararte un buen desayuno, porque para este trabajo que haces tienes que estar fuerte.- dijo Marta contenta y entró en la casa. Estaba preparando el desayuno para Jesús y su padre la llamó para que fuera. Cuando estaba en el dormitorio el padre le preguntó. - ¿ Donde está Jesús ?. - Trabajando padre, está reparando la casa, y después cuando la termine empezará con el establo.

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- ¿ Le has pedido tú que lo haga ?. - Eso ha salido de él, lo he visto trabajar y parece que lo haya hecho toda la vida, es muy ágil y lo hace rápido. - Es normal que lo sepa hacer y que sea de esa manera, respondió el anciano. - ¿ Por que dices que es normal ?. - Cosas mías hija, cosas mías ¿ Que hacías tú ahora ?. - Le estaba haciendo un buen desayuno. - ¿ Que le haces ?. - Huevos revueltos y encima de la mesa hay un plato con queso, también frutos secos. - Está bien hija, que coma bien porque es joven, ahora vete y termina su desayuno. Marta salió del dormitorio y fue a terminar el desayuno. Cuando lo tuvo, llamó a Jesús para que comiera, pero quería terminar lo que había empezado y después fue a desayunar. Marta estaba sentada a su lado, mirándolo como comía, no lo hacía por curiosidad, sino para estar segura que comía bien, y de todo lo que ella había puesto encima de la mesa. Anochecía pronto y ese día el trabajo no lo pudo continuar y decidió de ir al pueblo y conocer sus gentes, era media hora a paso ligero lo que se tardaba en llegar. Al llegar al pueblo las personas que se iban encontrando eran pobres trabajadores. Los niños iban mal vestidos y sucios. La gente que lo veían pasar, comentaban quien podría ser ese joven. Llegó a una plazuela desgastada y vieja. Habían varios ancianos que hablaban cosas de ellos, ausentes a todo lo que les rodeaban. Un niño se puso a gritar diciendo referiéndose a Jesús. - ¡ Mirar es un forastero !, ¿ Que viene hacer aquí ?. Los ancianos observaban como Jesús se iba acercando a ellos. Dos mujeres salieron de sus casas para ver que era lo que sucedía. Una de ellas llamó a su hijo que era el que había anunciado la visita de Jesús, diciéndole que entrara en la casa. Jesús pudo comprobar que a ese pueblo, no iba nadie de otro lugar. No estaban acostumbrados a recibir visitantes. Los ancianos mostraban miedo. Habían cerca de ellos dos perros rabiosos y peleones por el hambre que les hacían pasar y el poco cariño que les daban sus amos. Uno de los ancianos echó a uno de los perros a Jesús para que le mordiera y se fuera de allí. En esos instantes recordó las palabras de Marta advirtiéndolo que tuviera cuidado con la gente de ese pueblo, no eran de confiar, y sobretodo eran ignorantes, nadie de ningún lugar los iban a visitar por lo poco sociables que eran, tenían miedo de que les fueran a robar lo poco que tenían. El perro estaba a tres metros de distancia de Jesús mostrándole los colmillos. El otro perro se unió también, y los dos juntos hacían más fuerza. Los ancianos sonreían con morbo esperando que los perros saltaran sobre el visitante. Jesús los estaba esperando paciente y tranquilo.

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Cuando estaban a un metro de él, les dijo extendiendo sus manos hacia los dos animales. - Yo soy vuestro hermano, ¿ Me vais a morder ?. Todos somos hijos del mismo Padre. Los animales se quedaron donde estaban escuchando las palabras de Jesús, volviendo a su estado natural. Jesús les hizo un gesto con la mano para que se acercaran a él. Cuando los tuvo junto a sus pies, los acarició. Se habían agrupado más gente en la plazuela al escuchar a los perros y a los ancianos que los animaban para que devoraran a Jesús. No salían de su asombro al presenciar lo ocurrido, y se llevaban las manos a sus cabezas asombrados, al mismo tiempo que comentaban. - ¿ Quien es este que tiene poder sobre los animales ?. - Pues con el hambre que tienen no sé como no se lo han comido, decía otro. Todo llegó a tal punto que nadie quiso saber nada sobre el visitante y se fueron a encerrar en sus casas. Jesús se quedó un rato más con los dos perros, hablándoles y acariciándolos. Los animales eran dóciles y buenos, mostraban su alegría moviendo el rabo. Cuando Jesús se fue de allí lo siguieron un trecho y después volvieron con sus amos. Marta estaba preocupada porque Jesús no venía y hacía rato que era de noche. La cena la tenía preparada esperando a que llegara. Salió de la casa envuelta en un chal negro para ver si lo veía. La preocupación que tenía era por las gentes del pueblo, lo raros que eran. Sonrió al verlo que venía caminando tranquila-mente. Marta fue a su encuentro y le dijo. - Estaba asustada porque no venías, pensaba en toda esa gente que vive ahí, y no las tenía todas conmigo. - No te preocupes por mí, eso te ocurre porque no me conoces. Soy inocente como la paloma y astuto como la serpiente.- le respondió Jesús con una sonrisa. - ¡ Es que eres tan joven !.- replicó otra vez Marta. - ¡ Bueno esa cena tan buena que desde aquí llega su aroma, está esperando a que la comamos, entremos dentro !.- dijo Jesús tratando que olvidara sus miedos. Mientras que cenaban, Marta observaba a Jesús como comía con ganas el guiso sabroso que había hecho. Ella le preguntó. - ¿ Esa gente del pueblo te han decepcionado, no es cierto ?. - Un poco, solo un poco.- le respondió Jesús mirándola de frente. - Aunque tratas de esconderlo, lo veo en tu cara. Que se puede esperar de ellos, son como son y no hay más. Siempre están con el temor de que les puedan robar. ¿ No se que les pueden quitar, no tienen nada ?.

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- Todas las personas tienen temores, unos a unas cosas, y otros a otras. En el cerebro del ser humano hay miedos escondidos que hacen que se los crean, les dan vida y sus vidas hacen que sean un infierno.- le respondió Jesús. - Ahora no entiendo lo que has querido decir con eso de los miedos que guarda el cerebro, ¿ Como lo puedes tu saber ?, si el cerebro pienso yo que es la cabeza de una persona, dijo Marta esperando otras explicaciones. Habían acabado de cenar. Marta se puso a recoger la mesa sin dejar de mirar a Jesús. La había dejado intrigada los conocimientos que tenía sobre el cerebro. ¿ Como podría él saber lo que había dentro de una cabeza ?, le daba vueltas y más vueltas y por ella misma no encontraba la respuesta. - Me voy a descansar, le dijo Jesús poniéndose en pie. Entró en su habitación. Se sentó encima del colchón con la espalda apoyada en la pared. Todo estaba oscuro solo se oían el ruido que hacía la leña que ardía en la chimenea. Oró de esa manera un rato, seguidamente se durmió. El nuevo día empezó con el canto del gallo, aunque todavía no había luz del día por la época del invierno que era, se levantó y salió de la casa para ir al establo y les abrió la puerta a las cabras para que salieran a comer hierba, también hizo lo mismo con las gallinas, abrió la puerta del gallinero y los animales salieron deseosos de picotear en la tierra todo lo que les gustaba. En el gallinero habían cuatro huevos que las gallinas habían puesto un día antes. Cogió dos en cada mano para llevarlos dentro de la casa. Marta llegaba en esos instantes, todavía con sueño y frotándose los ojos, le dijo a Jesús. - He oído que habías salido, ¿ Porque te has levantado tan pronto ?. - Mira Marta estos huevos que nos han dejado las gallinas, hasta ellas miran por nosotros para que no nos falte la comida. Marta lo miraba con cariño, parecía un niño mostrándole un juguete, desde el poco tiempo que hacía que lo conocía, le había parecido que fuera un niño, por la cara de ángel que tenía y por sus gestos aún infantiles que no los había perdido, aunque su comportamiento fuera el de un hombre. Ella le dijo llena de entusiasmo. - ¿ Sabes que esta noche he soñado contigo ?. - Dime que has soñado.- le dijo Jesús. - Ha sido todo como muy especial. Yo sabía que se trataba de ti, pero tu cara pertenecía a la de un anciano de cabellos blancos y largos, también tenía una espesa y larga barba blanca. Iban con él o contigo, porque creo que erais el mismo, muchos animales. Había una mujer muy hermosa que los conducía, creo que era una pastora, aunque no iba vestida como tal, su vestimenta era ilustre y delicada, solo se le veían los pies desnudos por debajo de la túnica blanca que llevaba, y sobre sus hombros tenía un manto de color azul que le cubría medio cuerpo. Sus cabellos eran dorados igual que el sol, largos y rizados. Marta hizo una pausa y dijo tranquila y relajada. - ¡ Bueno eso es lo que he soñado !.

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- Has tenido una revelación.- le respondió Jesús. - No se lo que es una revelación, solo ha sido un sueño, aunque nunca sueño estas clases de cosas, ¿ Qué es una revelación ?.- preguntó Marta. - Pues que Dios ha querido que veas cosas del cielo. - ¿ Para qué ?.- le preguntó Marta sin entender. - Como son cosas de Dios, solo Él lo sabe.- le respondió Jesús. Marta se fijo en la mirada de él como rebosaba de amor y de ternura. Estaba encandilada sin saber que decir ni que hacer, y reaccionó mientras que miraba sus manos y dando dos pasos hacia delante dijo con decisión. - ¡ Dame esos huevos criatura no los vayas a romper !. Jesús se los entregó en las manos mientras que sonreía por la manera que había reaccionado Marta. Ella entró en la casa y se dispuso a preparar el desayuno de su padre. Jesús por otra parte continuo el trabajo que un día antes se había dejado a medias. Pues la casa era grande y en los tejados quedaba mucho por tapar. Después de la comida del mediodía Jesús le dijo a Marta. - Quiero conocer todos estos alrededores, estaré aquí antes de que caiga la noche. - Por aquí no hay mucho que ver, solo verás campos y más adelante hay unas plantaciones de naranjos, le respondió Marta. Jesús no dijo nada más y salió de la casa cogiendo un camino de tierra. A los quince minutos de estar caminando, encontró la plantación de naranjos. Habían hombres y mujeres cogiendo naranjas, eran los obreros de la plantación. Jesús se detuvo en uno de los árboles frutales y cogió una naranja. La estaba pelando para comérsela y escuchó una voz que le dijo con enfado. - ¡ Eh !, muchacho, ¿ No sabes que esta plantación es privada ?, no se puede coger naranjas sin mi permiso y pagándolas. Jesús se giró para ver quién gritaba de ese modo. Venía hacia él un hombre de mediana edad, y cuando estuvo a su lado le dijo con mal humor. - Soy el capataz de esta plantación, y me ocupo de que los obreros hagan bien su trabajo, y de que paguen las naranjas que se coman. Tú me tienes que pagar esa que te estás comiendo. - ¿ Quién es tu amo ?.- le preguntó Jesús. - Un hombre muy rico- respondió el capataz con altanería. - ¿ Estas tierras le pertenecen a él ?. - ¡ Bueno estas, y muchas más !.- respondió el capataz orgulloso. Jesús seguía comiéndose la naranja tranquílamente mientras que lo observaba, después le dijo.

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- ¿ No sabes que tu amo no es el único dueño de todo esto ?. - ¿ Conoces a otro dueño de todas estas tierras aparte de este para quién trabajo ?. - Conozco a otro amo que es superior al tuyo, y que dejaría que las personas comieran de sus frutos. Además la naranja está representando al sol, ¿ No tenemos todos derecho a coger de sus rayos de luz ?. El capataz no sabía de que le estaba hablando, y titubeando le respondió con voz de borde. - No sé de qué me hablas, pero quiero que te vayas de aquí, si mi amo se entera que te has comido una naranja sin pagarla se va a enfadar conmigo y hasta puede que no me pague todo lo que me debe. - ¿ Entonces, siendo tu amo tan rico como dices que es, te debe dinero de tu sueldo ?. - No solo a mi, también a los obreros.- respondió el capataz más tranquilo. - ¿ Porque defiendes las tierras que dice que son de él ?. - Para que me pague, tengo una mujer y dos hijas, dice que hasta que no esté toda la naranja recogida no pagará a nadie. Jesús lo miró fijamente a los ojos y le dijo. - Te estás comportando igual que lo hiciera un perro cuando su amo le pega, el animal le lame las manos después porque cree que ha hecho mal. El capataz no podía separar la mirada de la de Jesús al mismo tiempo que pensaba en lo que había dicho. Después le preguntó. - ¿ No eres de aquí verdad ?. - Soy de todos los lugares porque la tierra es de todos. - ¿ Tienes donde vivir ?. - Por ahora vivo en una casa tranquila, ellos me necesitan y yo los ayudo. - ¿ Te pagan bien ?.- preguntó el capataz con interés. - Se me paga con la ayuda que yo presto. - No me has respondido, ¿ Te pagan bien ?. - Ellos me pagan con su necesidad y su cariño. - No entiendo tu manera de hablar.- le dijo el capataz, confuso. - Es normal que no me comprendas. - ¿ Porque dices que es normal ?. - Porque eres un hombre de la tierra. - ¿ Pues de donde quieres que sea ?, he nacido en la tierra, y a pesar de todo esto, me caes bien muchacho, y me gustaría que conocieras a mi familia, estoy seguro que estarían contentas de conocerte, mi mujer y mis dos hijas. - Esta bien, me gusta la idea que has tenido.- le respondió Jesús.

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- Dentro de poco se para de trabajar, ¿ Vendrás conmigo a mi casa ?.- le preguntó el capataz. - Esta noche no puede ser, pero mañana por la tarde vendré aquí y me llevas para conocer a tu familia. - ¿ Es seguro que vendrás ?.- le preguntó el capataz desconfiando. - Si te digo que vendré es que es así. El capataz miró a los obreros y les dijo con voz de mando. - Basta por hoy, mañana será otro día, podéis iros. Cuando Jesús regresó a la casa de Marta ella estaba acabando de hacer la cena. Entró en el dormitorio del anciano para preguntarle como estaba y para estar un rato haciéndole compañía. Cuando lo veía se ponía contento, aunque mucho no podía hablar, pero la tranquilidad que tenia era grande, porque su hija no estaba sola. Estaban cenando Jesús y Marta, y ella le preguntó. - ¿ Has estado en los naranjos ?. - Sí.- respondió Jesús mirándola de frente. - ¿ Que te ha parecido ?. - Es una plantación bastante grande. - Pues de aquí ya has visto todo lo que hay. - Mañana quiero acabar de reparar el tejado.- dijo Jesús cambiando de tema. - Puedes hacer todo lo que quieras, aquí hay mucho trabajo.- respondió Marta mientras que se levantaba de la mesa porque había terminado de cenar. Jesús entró en su habitación, se sentó encima del colchón con las piernas dobladas e hizo meditación. Después se durmió. Su despertador era el canto del gallo. Se levantó e hizo lo mismo del día anterior. Cuando estaba clareando el día se puso a reparar el tejado. Marta estaba ordeñando las cabras y lo observaba como trabajaba, ella dijo en voz baja. - No se cansa de hacer cosas, ni de las caminatas que se pega cada día. Era la hora de la comida cuando Jesús terminó de hacer el tejado. Estaba contento del trabajo que había hecho. Después de la comida Jesús le dijo a Marta. - Voy otra vez al pueblo, necesito hablar con esas gentes. Esta noche vendré tarde no me esperes para la cena. - ¿ Donde vas a cenar ?.- le preguntó Marta sorprendida. - En casa del capataz, se lo he prometido. Marta se quedó en la puerta mirándolo como se alejaba, y moviendo la cabeza dijo. - No escarmienta. Iba llegando al pueblo y se cruzó con dos hombres, uno de ellos le preguntó. - ¿ Eres tú el muchacho que estuvo aquí ayer ?. - Así es.- respondió Jesús.

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- Nos han hablado de ti, dicen que hechizaste a dos perros que te echaron para que te devoraran, ¿ Que verdad hay de esto ?. - ¿ Creéis que soy un hechicero ?.- les preguntó Jesús. - No tienes cara de eso, pero los ancianos que presenciaron lo ocurrido, han dicho que ellos se fueron a encerrar en sus casas porque te tenían miedo. - Si fueran buenos no les tendrían miedo a nadie.- respondió Jesús sonriendo. - ¿ Pues dinos para que vienes aquí ?.- le preguntó el otro. - Porque sé que necesitáis que os hable de Dios y que os deje de su existencia. - ¿ Como nos puedes convencer de que Dios existe ?. - ¿ Porque los ancianos tuvieron ayer miedo de mí desconfiais ? Los dos hombres se miraron sin saber que responder, pero uno de ellos dijo. - Porque dicen que utilizaste un truco con los animales para que no te mordieran. - No hay tal truco, es la seducción que Dios puso entre el ser humano y los animales para que entre las dos especies se amaran y se respetaran. Uno de los hombres le preguntó al otro. - ¿ Entiendes lo que ha querido decir ?. - No, y creo que nos esta tomando el pelo, ¿ Como se puede creer lo que dice ?. - Si no te vas de aquí, te echaremos nosotros a pedradas.- le dijo el hombre enfadado. El otro compañero le preguntó. - ¿ Donde vives ?. - En casa del viejo Elec.- respondió Jesús. - ¿ Trabajas para ellos ?, ¿ Pero si no tienen dinero para pagarle a un obrero ?, ellos solo pagan con los frutos que les da la tierra, ¿ Como cobras tú ?. - El trabajo que hago no lo cobro con dinero.- respondió Jesús. - Pues que bien.- dijo uno al mismo tiempo que reía. - ¿ Trabajarías para nosotros de la misma manera ?.- le preguntó el otro con sarcasmo. - Claro que sí, si lo necesitarais, lo haría. El hombre lanzó una carcajada. Su compañero le dijo. - Creo que el chico está hablando en serio. - ¿ Es cierto lo que mi compañero dice ?.- le pregunto a Jesús. - Exactamente.- respondió. Los dos hombres se miraron con picardía. Uno de ellos le dijo a Jesús. - Ven con nosotros, que te vamos a dar trabajo. Jesús los siguió hasta el campo. Se detuvieron en una montaña de piedras, que entre todos los del pueblo habían llevado hasta ese lugar. Uno de los hombres le dijo mostrándole todas aquellas piedras.

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- Dices que nos quieres ayudar, pues aquí hay trabajo. Queremos hacer una valla de punta a punta para que nadie que no sea del pueblo pueda entrar, ¿ Empezamos ya ?. - No podéis hacer esto.- respondió Jesús enfadado. - ¿ No, porque no ?.- es nuestro pueblo, ¿ Te estás echando atrás?.- le preguntó el hombre con ironía. - El pueblo este como todos los pueblos es de todas las personas que quieran ir. - ¿ Ves como no era cierto lo que decía de querernos ayudar ?.- le dijo el hombre a su compañero. - Esto que queréis hacer es de mentes atrasadas y mezquinas.- les dijo Jesús gritando. Uno de los hombres al oír esto que Jesús les decía, lleno de ira cogió una piedra para tirársela a la cabeza. Su compañero le cogió la mano y le dijo. - El muchacho tiene razón. He estado recogiendo piedras y los demás hombres del pueblo también, pero solo eres tú quien quiere llevar todo esto a cabo y no me parece bien. - ¿ Tú de parte de quien estás ?.- le preguntó su compañero ofendido. Los dos hombres estaban a punto de pegarse. Jesús intervino y les dijo. - Dos hermanos no se tienen que pelear. - Este no es mi hermano, y a partir de ahora no le voy hablar. Y a ti te digo que todo esto ha sido por culpa tuya, te dije que no queríamos forasteros. ¡ Vete !. - Te equivocas hermano, todos somos hijos de Dios, Él es nuestro Padre y le debemos todos obediencia, y el que no lo haga reniega a ser hijo de Dios, quien a todo ser nos dio la vida.- le respondió Jesús. Los dos hombres se miraban sin comprender porqué habían llegado a ese extremo. El que tenia la piedra en la mano la tiró al montón que había, le preguntó a Jesús más tranquilo. - ¿ De donde eres ?. - De Nazaret.- le respondió Jesús. - ¿ Nazaret queda lejos de aquí ?. - Sí, bastante. - ¿ Para que has venido a estas tierras ?. - He venido a traer la justicia, la paz y el amor. Ayer cuando vine me di cuenta que necesitabais ayuda, es por eso que estoy aquí. - La justicia, la paz y el amor. ¿ Sirve para algo que se cumplan?.- le preguntó el hombre. - Es el todo de todas las cosas, si las cumplís veréis que vuestras tierras darán más frutos, y todo irá cada vez más en abundancia. - ¿ Eso es posible ?.

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- Empezar hacerlo desde ahora y veréis que en pocos años estas tierras son ricas. También vosotros seréis mejores y os respetareis. Los dos hombres no salían de su asombro. Ellos estaban dispuestos a cambiar en todo. Uno de ellos le preguntó. - ¿ Como te llamas ?. - Jesús. - Pues bien Jesús. Teníamos miedo que vinieras al pueblo para robarnos. Somos ignorantes ¿ Sabes ?. - ¿ Como podemos reparar todo este daño que nos hemos hecho entre todos para que la tierra sea fructífera ?.- le preguntó el otro hombre. - Tenéis que ir cada uno a la parcela que os pertenece y le pedís perdón a la tierra por todo el daño que le habéis hecho. Ella es sabia y bondadosa, os escuchara y os dará de todas sus reservas que son muchas las que tiene. - Quiero que vengas a mi casa para que conozcas a mi familia.- le dijo el otro hombre con mucha ilusión. - Eso se lo quería pedir yo también.- dijo su compañero. Jesús miró toda la montaña de piedras que había y dirigiéndose a los dos hombres les dijo. - Cuando podáis id dejando todas estas piedras en el lugar donde estaban. Empezar reparando este daño que habéis hecho. - Lo haremos puedes estar seguro.- dijo uno de ellos. - Si, ya verás que lo vamos hacer lo mejor que podamos.- respondió el otro. - Pues me gustaría conocer a vuestras familias.- sugirió Jesús. Los tres fueron al pueblo. Llegaron a una calle estrecha de casas blancas. En la puerta de una de estas casas habían dos mujeres hablando, eran las esposas de estos dos hombres. Los hijos de ambos jugaban cerca de sus madres. Ellas al ver a sus esposos acompañados de Jesús le dijo una a la otra. - Nuestros maridos vienen con el joven que estuvo aquí ayer. - ¿ Para qué lo traen ?.- respondió su vecina. - Ya veremos ahora cuando lleguen que dicen. Ellos estaban ya en la puerta de la casa. El primer hombre que le pidió a Jesús para que fuera, le dijo señalando a una de las mujeres. - Ella es mi esposa. El otro hombre dijo. - Esta es la mía, y para nosotros sería un placer que entraras en mi casa. Su compañero algo ofendido replicó. - ¿ Yo se lo pedí antes que tú ?. Jesús intervino y dijo. - Entraré en la casa de los dos. Una de las mujeres le preguntó a su marido a espaldas de Jesús. - ¿ Quién es ?.

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- No lo sé.- respondió él tranquilamente. - ¿ No lo conoces y quieres que entre en nuestra casa ?. - Es bueno y tiene buen corazón. El otro hombre con su esposa y sus hijos entraron con Jesús en su casa. Dentro era todo muy humilde, los pocos muebles que tenían eran viejos. La esposa de este hombre cogió la mejor silla que tenían y le dijo a Jesús que se sentara. Ella lo miraba sin dejar de poder apartar la mirada de él. Su marido se dio cuenta y le preguntó. - ¿ Qué te ocurre, porque lo miras de ese modo ?. - Me deslumbra, es como si mirara al sol. - Pues es un hombre como yo pero más joven, jamás te había ocurrido esto con nadie, ¿ Te encuentras bien ?. - Muy bien.- respondió la esposa. Jesús se puso en pie y fue hasta una cuna de madera donde dormía el hijo más pequeño del matrimonio, pues era un bebe. Después de estar mirándolo unos minutos les dijo. - Tenéis un hijo muy hermoso. Ella cogió al otro más grande que tenía y presentándoselo, dijo orgullosa. - Este también es guapo, pero es muy travieso, siempre hace algo para que me enfade con él. - Su edad lo requiere.- le respondió Jesús mientras que acariciaba su cabeza. El niño le respondió con una sonrisa. Estaba despidiéndose del matrimonio para irse cuando llegó el otro con sus dos hijos. Ellos no decían nada, solo fue para saber quién era ese joven que había estado un día antes y que era lo que quería, su marido no le había contado nada de lo ocurrido en el campo. Jesús dirigiéndose a los dos hombres les dijo. - Recordar todo lo que hemos hablado y ponerlo en práctica, ya veréis que seréis todos felices. Quedaos con la paz del Padre. El dueño de la casa le dijo. - Siempre que quieras puedes venir a nuestra casa, las puertas las tienes abiertas. Jesús salió de la casa y se fue. La tarde estaba cayendo. Le había prometido al capataz de conocer esa noche a su esposa y a sus dos hijas y cenar con ellos. Cuando llegó a la plantación de naranjos el capataz lo estaba esperando y fue a su encuentro. - ¡ Hola muchacho !.- le dijo. - Va a caer una buena llovizna.- respondió Jesús mirando el cielo. - Pues con este tiempo se trabaja mal, pero hay que hacerlo, dijo el capataz.

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Los obreros miraban lo que su jefe hacía. Estaban observando que desde hacía dos días era distinto con ellos, les hablaba mejor y no los oprimía tanto. Este joven al parecer le había hecho cambiar de manera de ser. Como ya era de noche, el capataz dijo a los obreros que se fueran. Jesús y él se fueron por un camino que conducía a la casa del capataz. Por el camino iban hablando, sobre la producción que daban las naranjas. Llegaron a la casa. La mujer del capataz y sus dos hijas, los estaban esperando en la puerta. La menor de las hijas cuando tuvo cerca a Jesús y lo miró, su timidez fue grande, trataba de esconderse entre su madre y su hermana tratando de esquivar que Jesús se diera cuenta de lo nerviosa que se había puesto. El capataz presentó a su mujer diciendo. - Es mi esposa, ella es mi hija, la mayor, y la otra está en medio de las dos escondida, es que es muy tímida y como aquí no viene nadie, no está acostumbrada a la gente. Él es el joven de quién os hablé anoche. - les dijo el capataz a su esposa y a sus hijas. Los cinco entraron en la casa, pues adentro se estaba mejor, con la chimenea encendida. No era una vivienda de grandes comodidades pero tenían lo suficiente para estar bien. Entre las dos hermanas pusieron encima de la mesa los platos, los vasos y cucharas. También un plato con pan caliente acabado de hacer. La madre retiró el caldero con la comida que se había hecho en la chimenea, y lo depositó encima de la mesa. El guiso olía muy bien, el aroma se esparció por todo el recinto. Con una cuchara de madera fue poniendo comida a los platos. Los cinco comían con apetito. El capataz dirigiéndose a Jesús le preguntó. - ¿ Te gusta la comida que mi mujer hace ?. - Está muy bueno, es una buena cocinera.- le respondió Jesús mirándolo. La hija menor comió en silencio mientras que miraba a Jesús, disimulando por el rabo del ojo. - ¿ Donde vives ?.- le preguntó el capataz. - En casa del viejo Elec.- le respondió Jesús. - ¿ Para que te necesita ?. - Ahora para nada, porque no hay mucho que hacer, pero pronto es la recogida de la aceituna, y no tiene a nadie para que lo haga. - ¿ Como está de salud, hace tiempo que no lo veo ?. - No está bien, tiene muchos años y está postrado en la cama. - Es que desde que murió su mujer esa familia ya no es lo que era antes. Él y su hija se quedaron destrozados. - ¿ Se porta la hija bien contigo ?. - Muy bien.- respondió Jesús. La esposa intervino y le dijo a su marido. - Déjalo que coma, que la comida se le va a enfriar.

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Jesús la miró echándole una sonrisa, y continuó comiendo. El capataz había comido tres cucharadas de guiso y volvió de nuevo a preguntarle a Jesús. - ¿ No te interesaría trabajar en los naranjos ?, al final de la recogida de la naranja el dueño te daría un dinero, no es que fuera mucho pero tendrías para tus gastos. - Yo no tengo gastos, y me conformo con lo que tengo. - ¿ En casa del viejo Elec no vas a estar toda la vida, ¿ No es cierto ?, cuando te vayas necesitarás para comer. - ¿ Verdad que yo no te he pedido que me invitaras a cenar esta noche ?. - No. - ¿ Porque lo has hecho ?. - Porque me di ayer cuenta que eres un buen muchacho, te cogí afecto, es fácil de quererte. - Entonces ya has respondido a mi pregunta. El capataz miró a su mujer, ella movió la cabeza indicándole que parara de hacerle más preguntas de esa clase. Acabaron de cenar. Entre la mujer y sus dos hijas recogieron la mesa. Jesús y el capataz se pusieron en pie y salieron de la casa, quedándose en la puerta, pues llovía con fuerza. Todavía quería hacerle más preguntas a Jesús sin que su esposa estuviera delante, tenía mucho interés por saber cosas de él, y le preguntó. - ¿ Hace tiempo que vas por el mundo hablando de Dios ?. - Desde que nací. - ¿ Quieres decir que no tienes familia ?. - Tengo padres y hermanos. - ¿ Donde están ?. - En Nazaret. - No comprendo lo que quieres decir, porque si yo tengo un hijo tan joven como lo eres tu, no lo dejaría que se fuera de mi casa. - Es que mi padre no es como tú. - Sí claro, de eso me doy cuenta. - ¿ No te ha dado cariño ?. - Me ha dado todo el amor del mundo, respondió Jesús. La mujer del capataz fue a buscarlos para que entraran en la casa. Él le dijo a su esposa. - No hago nada malo en preguntarle, es un muchacho que me sorprende. Se sentaron en una silla cerca de la chimenea. El capataz le dijo a Jesús. - Háblame de Dios, ¿ Sabes como es ?, es posible que lo sepas.

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Jesús miraba al capataz con mirada tierna, la que él tenía, y le respondió. - Dios es el Rey del Justo, el Rey del Amor. Quien ama a Dios, ama también toda su creación y se ama a sí mismo. Conocer a Dios es comprender el universo. Estar con Dios es encontrarse bien consigo mismo. El capataz estaba ausente de todo lo que le rodeaba, menos de lo que Jesús le decía, escuchaba con mucha atención y le preguntó. - ¿ Como es que sabes todo eso ?, yo siendo mayor que tu, no sé ni la décima parte de lo que tu sabes, ¿ Porque ?. - Ya te dije antes que trabajo para Dios desde que era un niño. - ¿ Que edad tienes ahora ?. - Diecisiete años. Jesús se puso en pie y dijo. - Ahora tengo que irme, se ha hecho tarde. El capataz y su esposa lo miraban con cariño. Ella seguro que pensaba que le hubiera gustado haber tenido un hijo como él. Jesús se dirigió a ella y le dijo. - Gracias por la cena, he estado muy bien en vuestra compañía. - Ven cuando quieras, esta es tu casa, y perdona a mi marido por todas las clases de preguntas que te ha hecho, dijo ella amablemente. - No te preocupes por eso pues siempre me preguntan lo mismo quien no me conoce, estoy acostumbrado. - Es que eres tan joven que asombra verte solo sin tus padres, dijo ella escusándose. - En otra ocasión vendré y estaré más tiempo con vosotros, le dijo Jesús. El capataz tenía cogido por el hombro a Jesús, en poco tiempo se había hecho amigo de él, le dijo. - Te tomo la palabra y espero que vengas más veces a quedarte un rato con nosotros, me gustan tus palabras y como eres. Las dos hijas sonrieron a Jesús tímidamente. Él les respondió con una alegre sonrisa. Seguidamente salió de la casa. Había parado de llover pero la tierra estaba encharcada de agua. Caminó por el campo y llegó a casa de Marta. Ella estaba a la luz de un candil cosiéndose un sayo. En la chimenea ardían con fuerza los chopos de leña que últimamente se le habían echado. Marta al ver a Jesús paró de coser y le dijo con el semblante algo apagado. - He pasado mucho miedo desde que te fuiste. - ¿ Porque ese miedo ?.- le preguntó Jesús. - Como me dijiste que ibas al pueblo y son tan salvajes, pensé que te hubieran hecho algo malo. Jesús comprendía a Marta que se preocupara por él, era una mujer con miedo a quedarse sola en medio de tanto rapaz esperando a que

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llegara la ocasión para saltar sobre ella y comérsela a tiras. Eso era lo que ella pensaba de la gente del pueblo. Jesús le dijo para que se tranquilizara. - No son tan salvajes como parecen, solo hay que hablarles con amor y ellos escuchan. - No entienden de amor, solo desean mostrar a los demás que son ellos los más fuertes.- respondió Marta elevando la voz. - Pues si así lo crees, hoy el más fuerte he sido yo, solo utilizando palabras de amor. - ¿ Te han escuchado ?.- le pregunto Marta con cara de asombro. - No solo me han escuchado, también me han llevado a casa de uno para que conociera a su familia, y me han pedido que vuelva otra vez. Marta estaba con la boca abierta, oyendo lo que Jesús le decía. Ella exclamó diciendo. - ¡ Dios mío que cambio !, ¿ Qué simiente has puesto en ellos ?. - La de mi Padre que es la de Dios, le respondió Jesús con una bonita sonrisa. - ¿ Has cenado en casa del capataz, el de los naranjos ?. - De allí vengo, ¡ Me tienes controlado !.- respondió Jesús con una chispa de malicia, al mismo tiempo que reía. - Es que eres muy joven, casi un niño, y la gente cuando conocen a esta clase de personas como tu eres tratan de aprovecharse. Jesús cogió una mano de Marta y estrechándola entre las suyas le dijo con voz tierna. - Si me conocieras bien no pensarías que eso me puede ocurrir. Jesús se sentó frente a Marta y le dijo. - Te voy a contar una historia. Marta dejó lo que estaba cosiendo dentro de un canasto de mimbre que tenía a un lado en el suelo, y se puso a escuchar lo que Jesús le quería contar. - En una ciudad vivía un niño con siete años de edad. Su padre lo quería y su madre lo adoraba porque era bueno y sabio. Iba creciendo sin dejar la inocencia porque era lo fundamental para todo el trabajo que tenía que hacer. Los ancianos de la ciudad llamaban su presencia para que les hablara de otros mundos, y de esa manera ellos aprendían. La madre del niño temía por él, pensaba que alguien se lo podía arrebatar llevándoselo lejos, así es que ella lo acompañaba. Un día el niño convoco a los ancianos a que se reunieran en un lugar. Cuando estuvieron todos sentados y preparados para escuchar.- les preguntó el niño. - ¿ Que hacéis aquí ?, ¿ Porqué habéis venido ?. - Nos has hecho venir tu.- respondió uno de los ancianos. - ¿ Quien de vosotros es el más sabio ?.- les preguntó el niño. - Yo.- respondió uno de ellos. - ¿ Porque eres tu ?.- le preguntó el niño.

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- Porque soy el más anciano de todos los que estamos aquí. - Pues dime, ¿ Conoces las leyes de Moisés ?. Se escuchó la exclamación de los demás ancianos al oír la pregunta que el niño hizo. Respondió el anciano, que la pregunta le iba dirigida y dijo. - Por supuesto que conozco las leyes de Moisés. - ¿ Las cumples ?.- le preguntó el niño. - ¿ Qué es lo que he hecho para no cumplirlas ?. El niño miraba a los ancianos responsables y les dijo.

porque

los

hacía

a todos

- No estáis cumpliendo con la ley que dice, no robarás. El anciano ofendido le preguntó al niño. - ¿ Dinos de qué nos queremos apoderar ?. - De mi Sabiduría, ¡ pero solo se la daré a los que son buenos de corazón, y a los que hacen la Voluntad de Dios, y escucha su voz porque la sabiduría solo la da Dios a los que son como niños por la inocencia que jamás la pierden. Marta estaba todo el rato escuchando a Jesús pero los ojos se le cerraban del sueño que tenía. Ella dijo mientras que lanzaba un bostezo. - Que niño más listo. ¿ Crees que los pueden haber así ?. - Sí que los hay.- respondió Jesús. - Bueno yo me voy a dormir, estoy cansada, dijo Marta, levantándose de la silla, y entró en su dormitorio. Jesús apago el candil y seguidamente entró en su habitación. Se sentó encima del colchón e hizo oración. Había pasado algún tiempo que Jesús estaba en casa de Marta. El invierno era frío y las lluvias abundantes. El trabajo que había hecho de tapar las goteras fue de mucho acierto. El padre de Marta seguía en cama ya para siempre hasta que el corazón le dejara de latir. Ella lo cuidaba todo lo mejor que podía, tenia mucho trabajo con su padre, pues el cuerpo no le respondía y lo tenía que limpiar y que asear cada vez que lo necesitaba. Tampoco tomaba casi alimento, solo dos veces al día un vaso de leche. Cuando Jesús entraba en su dormitorio para estar un rato con él y hacerle compañía, no hablaban de nada. Al anciano no le quedaban fuerzas ni para respirar. Marta estaba ya muy preocupada esperando a que uno de esos días ocurriera lo que se esperaba. Habían acabado de cenar. Marta retiró los platos vacíos que habían quedado encima de la mesa, y seguidamente se disponía para irse a dormir. Jesús se había quedado sentado frente a la chimenea mirando como ardían con fuerza los chopos de leña. Marta se acercó a él y le dijo. - Me voy a dormir, estoy rendida. Jesús no respondió, pues miraba las llamas como subían altas, estaba ausente de todo lo que le rodeaba viendo algo en ellas.

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Una vez que Marta se había ido a dormir entró en el dormitorio del anciano, se acercó a su cama y se dio cuenta que no respiraba aunque parecía que estuviese dormido. Cogió una de sus manos y notó que estaba fría. Se sentó en una silla al lado de la cama y dijo implorando a Dios. - Padre acoge en tu seno a este siervo que siempre trabajó la tierra y le puso semillas para que dieran frutos. Acoge a este espíritu que también pensó en ti y dio a conocer tu existencia, haz que su espíritu llegue a ti. Seguidamente cogió las manos del anciano difunto y las metió debajo de la manta. Puso su mano en la frente y lo bendijo. Después salió del dormitorio. Era ya de madrugada y no quiso decirle nada a Marta para que descansara, pues últimamente estaba muy estresada con la enfermedad de su padre y todo el trabajo que le había llevado, pues todos los días le tenía que lavar las llagas que se le habían producido de estar tanto tiempo en la cama. Jesús entró en su habitación y trató de dormir un rato, pues por la hora que era, pronto cantaría el gallo. Había estado lloviendo toda la noche, aunque eran las siete de la mañana no entraba la luz por la ventana. Se levantó y empezó avivar el fuego de la chimenea esperando a que Marta se levantara y fuera al dormitorio de su padre que era lo que hacía cada mañana al levantarse. Escuchó los pasos de ella y la llamó antes de que entrara en el dormitorio. Marta fue hasta la chimenea para ver que era lo que Jesús quería. Ella al mirarlo notó que algo había ocurrido y le preguntó esperando rápidamente una respuesta. - ¿ Has entrado en el dormitorio de mi padre ?. - Escúchame Marta él nos ha dejado. - ¿ Quieres decir que ha muerto ?. - Eso es. - ¿ Como lo sabes ?, ¿ Has ido a verlo ?.- preguntó Marta con lágrimas en los ojos. - Murió esta madrugada mientras que tu dormías. - ¿ Porque no me despertaste?. - Porque tenias que descansar, y no se podía hacer nada por él puesto que su hora había llegado. Marta se cubrió el rostro con sus manos y lloró. Jesús la abrazó y le dijo. - Ahora él descansa en paz, fue un hombre bueno, ese es el recuerdo que te queda el ser querido que se va, vive en el pensamiento de los que se quedan. Marta lloraba aun más de oír las palabras que Jesús le decía y así se quedó apoyada en su hombro, al rato entraron al dormitorio cuando Marta se había calmado. Entre ella y Jesús prepararon el cuerpo para ser enterrado junto al lado de su esposa que daba por detrás de la casa. Mientras que llevaban a cabo el acto Jesús dijo. - Somos del cielo y de la tierra, el aire es el que se encarga de llevarnos a otros lugares, de aquí para allá dejándonos donde debemos de estar, es por eso que

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no hay que atormentarse por nada puesto que al nacer todos traemos escrito nuestros deberes. Marta escuchaba las palabras de Jesús pero no entendía nada, quería saber a qué se refería y le preguntó. - ¿ Esto que acabas de decir tiene que ver con la muerte de mi padre ?. - Está relacionado con la vida y la muerte.- le respondió Jesús, mirándola tiernamente. - ¿ Me lo quieres explicar porque lo quiero entender ?. - Tú lo puedes comprender porque vives en el campo y en él naciste. En la primavera florecen las flores con gran esplendor, Unas nacen aquí, otras en otro lugar, otras aún más lejos, y así continuamente. Cuando llega el ciclo a su fin se marchitan y se secan. Entonces viene el viento y lleva sus semillas a otros lugares de la tierra. Al llegar otra primavera vuelven otra vez a nacer, así es continuamente. Marta escuchaba a Jesús con atención pero no entendía nada, y secándose las lagrimas con un pañuelo le dijo. - Me estás hablando de flores, es por eso que no entiendo. - Es que no hay mucho que entender porque todo es lo mismo para todos, sean personas, animales o vegetales. Todo ser viviente está regido por ciclos, y cuando termina uno, empieza otro, y así es siempre. - Yo no se hablar como tu lo haces, ni entiendo muchas cosas de las que dices, soy algo torpe y a veces cuando me hablas de todo esto que para mi es extraño, siento vergüenza. - Pues no tienes que ser de ese modo y pregunta todo lo que tu no sepas. - ¿ Puedo ahora decir una oración para mi padre ?. - Claro que sí, él lo está esperando. - ¿ No se rezar como lo haces tu ?. - Solo tienes que hablar con Dios, es el rezo mayor que se puede hacer comunicarse con Él. Marta no sabía como empezar. Miraba a Jesús y al mismo tiempo también al cielo. Jesús le hizo un gesto para que empezara. Ella dijo en voz alta para que su padre la oyera. - Dios, he querido mucho a mis padres pero tú me los has quitado, ahora estoy sola con Jesús que vive conmigo, ¿ No me lo vayas a quitar a él también ?. Jesús la miraba con ternura y sonriendo al mismo tiempo. Marta le preguntó. - ¿ Lo he hecho bien ?. - Muy bien.- le respondió Jesús. Había pasado una semana de la muerte del anciano. El día amaneció frío pero seco. Jesús decidió de volver al pueblo, lo había prometido a las dos familias que conoció, le dijo a Marta.

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- Esta mañana tengo que salir pues necesito hacer unos asuntos que el otro día me dejé a medias. - ¿ Me puedes decir a donde vas ?.- le preguntó Marta. - Voy al pueblo. Marta no preguntó nada más pero no le gustaba que se alejara de la casa porque sin él, ella se encontraba muy sola. Jesús caminaba con pasos firmes y ligeros. El sol aunque suave alegraba la mañana. A la entrada del pueblo habían varios ancianos sentados en unas piedras grandes tomando el sol. Cuando Jesús pasó por delante de ellos uno le dijo. - ¡ Eh ! muchacho ven aquí. Jesús se acercó y preguntó. - ¿ Me habéis llamado ?. - Sí he sido yo, respondió el anciano. ¿ Eres tú el que vive en casa del viejo Elec ?. - Así es, pero él murió. - ¿ Entonces ahora vives con su hija ?.- le preguntó otro. - Sí. - ¿ Sabes que en este pueblo se habla mucho de ti ?. Tibedeo dice que eres como un Dios por la fuerza que hay en ti y como llegas a conseguir lo que te propones. - Tibedeo es un buen amigo, sabe mirar en su corazón.- le respondió Jesús. - Le ha dicho a todo el mundo que sabes hablar muy bien de Dios, y que por tu boca salen palabras sabias, también dice que a tu lado se está muy bien. - Me alegra mucho oír todo esto sobre mi. Jesús se sentó en otra piedra frente a los ancianos. Uno le dijo. - A nosotros nos gustaría oírte hablar sobre Dios y de todas esas cosas que dices. Jesús empezó diciendo. - Seguro que habréis oído hablar de Dios o habéis leído que creó el cielo y la tierra, y debéis pensar que Dios es un anciano, pero no es así, porque es Espíritu y jamás envejece. Es más es un joven que va siempre bien ataviado y que viste de color blanco, azul y rosa. - ¿ Estás seguro que viste de ese modo ?.- le preguntó uno de los ancianos. - Estoy seguro que viste de ese modo y también de otras maneras, no siempre es el mismo pues en él siempre hay cambios. Él creó el masculino y el femenino de todo ser viviente. En Él todo es luz y resplandor, e ilumina a todas las personas que hablan de Él y de toda su creación. - ¿ Eres tu acaso un hijo de Dios ?.- le preguntó un anciano. - No solo yo soy hijo de Dios, también lo sois vosotros y todas las criaturas que tienen vida.- le respondió Jesús. Los demás ancianos comentaron. - También somos nosotros hijos de Dios, no hay que olvidarlo. - Muy bien, eso es, me gusta que penséis de ese modo.- les dijo Jesús.

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- Dices que Dios siempre es joven, ¿ Entonces porque envejecemos ?.- le preguntó un anciano. - Dios es el Gran Espíritu, y es sabiduría pura. No envejece porque superó todas las pruebas y es inmortal. Antes de que el mundo existiera, vivía en todas partes y en todos los lugares donde estuvo del universo, dejó hecho su trabajo. Cuando creó al ser humano lo hizo con la condición de que al nacer también muriera para que aprendiera de cada existencia. Porque cada vez que se vive al nacer se trae una misión superior a la anterior vida que se ha tenido. Es por eso que se envejece y se muere. - ¿ Que es el espíritu ?.- preguntó uno de los ancianos. - El espíritu es semejante al alma. Es lo que nos hace pensar, caminar, desear, tomar decisiones, amar, sentir, ser buenos o ser malos. - Eso es la vida que hay dentro de cada uno.- dijo un anciano. - Vida, espíritu, alma, todo es lo mismo, aunque cada una tiene una función.respondió Jesús. - Soy viejo, porque se puede ver en mi cuerpo, y siento dolores del envejecimiento pero me siento joven y con ganas de hacer cosas.- dijo uno de los ancianos. - Os he dicho que nadie es viejo porque es espíritu, solo lo es el cuerpo porque tiene que morir. - Nosotros somos muy mayores para entender todo esto que nos estás explicando. Tu como eres joven lo has podido aprender.- le dijo un anciano. Jesús se puso en pié y les dijo. - Ahora me tengo que ir, necesito ver a Tibedeo, y os deseo que paséis un buen día. - Eso y tu también, y gracias por todo lo que nos has enseñado.- le respondió uno de los ancianos. Los demás ancianos lo despidieron con un saludo que les hicieron con la mano. Cruzó una plazuela, y seguidamente venía la calle que buscaba, y pronto estuvo en casa de Tibedeo. La puerta estaba entornada, Jesús llamó con la mano. Y pronto vino la esposa del que buscaba. Ella al ver a Jesús se alegró y le hizo de que entrara, los dos permanecieron en pie, Jesús le preguntó. - ¿ Donde está tu marido ?. - Lo han llamado para que trabaje en una granja cuidando de los animales y de las tierras, ¿ Querías hablar con él ?.- le preguntó ella. - Necesito verlo. - Pues la granja está a una hora de camino de aquí. - Dile que he venido y lo saludas de parte mía cuando vuelva. - Lo haré no te preocupes. Jesús fue a casa de Marta. Cuando estaba cerca vio que ella hablaba en la puerta con dos hombres. Al llegar a ellos Marta le dijo a Jesús. - Estos son los dos hombres que cada año vienen para varear la aceituna. Me están diciendo que este año quieren una parte más. Ellos se quedarían con tres partes y yo me quedaría con una de lo que se recoja. Jesús miraba a los dos obreros de frente y les dijo.

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- Si queréis trabajar aquí este año se harán cuatro partes, una para cada uno de los que estamos aquí. Si lo aceptáis lo podéis decir ahora, si no le dará Marta para que lo hagan a otros. Uno de los obreros se enfureció y le preguntó a Marta enfadado. - ¿ Este quien es ?. Antes de que ella respondiera nada dijo su compañero. - Se habla en el pueblo de él, dicen que es una especie de predicador y que con sus palabras convierte a los malos en buenos. El mal humor que tenía su compañero se convirtió en carcajadas, le resultó gracioso lo que el otro dijo. De pronto se le encendió la cara y aproximándose a Jesús le dijo salpicándolo de saliva. - Mira muchacho, no sé quien eres y tampoco me importa, pero quiero dejar bien claro que estas olivas las vamos a trabajar nosotros dos, y llevándonos el porcentaje que he dicho antes. Jesús se mantuvo en el mismo lugar y le respondió serenamente. - No creo que Marta lo acepte, y menos sabiendo ahora de la manera que sois. El más agresivo le dijo a Marta mirándola con odio. - Eres una mujer y estas sola, sabes que podemos venir incluso de madrugada y llevarnos lo que queramos, y como se te ocurra abrir la boca para delatarnos le prendemos fuego a tu casa. Marta se puso a llorar desconsoladamente, sabía desde hacia años que esos dos eran unos indeseables pero era lo que había por aquellos alrededores. Jesús estaba furioso de ver el trato que le habían dado a Marta y también rabioso de tener frente a él, a dos cobardes sin límites. Jesús muy enfadado le dijo a los dos obreros. - ¿ Que clase de madre os ha parido para que no respetéis a una mujer y os aprovechéis de ella ?, seguro que no habéis conocido a la mujer que os dio el ser. Los dos obreros estaban a punto de liarse a puñetazos con Jesús, para así defender la honradez de ellos. El menos agresivo dijo deteniendo a su compañero. - Tu no has conocido a tu madre, porque cuando eras muy pequeño tus padres se divorciaron y te quedaste con tu padre y con tus otros hermanos que son hijos de otra mujer. Se cuenta en el pueblo que a ella la maltratabas hablándola mal. Este no se esperaba que su compañero sacara a relucir los trapos sucios de su familia, y muy ofendido le respondió. - Pues mira quien fue hablar, también se dice de ti y yo lo he visto, como has robado a tus padres el poco dinero que tu madre guardaba para daros a todos de comer. Lo has gastado con mujeres de mala vida, ¿ Es mejor eso que lo que yo he hecho ?. El compañero trataba de tranquilizarlo y le dijo. - Bueno hombre no te pongas así, no hemos dicho nada que no sea verdad, el uno del otro. El obrero que más se ofendía se dirigió a Marta y le dijo como advertencia.

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- Es la última vez que te lo decimos, ¿ Aceptas o nos vamos ?. Marta no paraba de secarse las lagrimas con un pañuelo, no estaba para coger decisiones. Fue Jesús que les respondió y les dijo. - Ella no quiere que trabajéis más en sus tierras, así es que iros de aquí y no volver más. El obrero agresivo señalando a Jesús con el dedo le dijo amenazándolo. - Tu lo has querido, y ella por consentirlo, ahora vamos a tomar nosotros nuestras medidas. Los se fueron volviendo la vista y girándose mientras que sentenciaban algo que iba a ocurrir. Se quedaron solos Jesús y Marta. Ella confirmó su miedo por no tener a nadie quien hiciera el trabajo, y dijo algo desolada. - ¿ Ahora como lo vamos hacer ?, ¿ Quien va a venir para varear las aceitunas ? . - Lo haré yo.- respondió Jesús. - ¿ Sabes hacer tu esta clase de trabajo ?.- preguntó Marta extrañada. - He visto a otras personas hacerlo, no es difícil.- respondió Jesús tranquilo y sereno. - Este trabajo es duro y hay mucho que hacer, es para hombres hechos y fuertes, como ellos son. Jesús veía como Marta lo estaba pasando mal y para que se tranquilizara le dijo. - Mañana iré al pueblo, conozco a un hombre que querrá trabajar conmigo, trabajaremos los tres. - ¿ Quien es ?. - Vecino de Tibedeo, no tiene trabajo y le vendrá bien la parte que le des, tiene esposa y dos hijos que mantener, es un buen esposo y buen padre. Marta respiró a fondo más tranquila, pues parecía que el problema estaba resuelto. A la mañana siguiente Jesús salió de la casa hacia el pueblo temprano. Llegó a la casa del hombre que buscaba. La puerta estaba cerrada y llamó con la palma de la mano. Fue el mismo hombre que abrió la puerta. Al ver a Jesús se puso contento y lo hizo entrar, le ofreció una silla para que se sentara, los dos lo hicieron al mismo tiempo. La esposa ofreció a Jesús un bol de sopa caliente, él le dio las gracias pero no lo aceptó diciendo. - He desayunado, gracias mujer. Dirigiéndose al marido, Jesús le propuso. - Tengo un trabajo para ti. - ¿ De que se trata ?.- preguntó el hombre sorprendido y contento a la vez.

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- Es para trabajar en la aceituna, en la casa donde vivo con la hija del fallecido Elec. - ¿ Para cuando será ?. - Pues para dentro de dos días, la aceituna está esperando a que se la cojan porque alguna se esta cayendo por sí sola. - ¿ Te aseguras que me pague el trabajo que haga ?. Tengo una familia que mantener. - Ella no paga con dinero, pero te dará en aceituna todos los jornales que hagas. Te dará un pagaré que más tarde tendrás que cobrar. El hombre tenía expresión de satisfacción y dijo. - Dentro de dos días estaré por la mañana para empezar. Estoy contento que me hayas proporcionado trabajo, ¿ Pero esto no lo hacían cada año dos del pueblo ?. - Así es, pero no se han portado bien con Marta, ahora como su padre ha muerto está sola y tratan de engañarla aprovechándose de ella. Yo no lo voy a consentir que eso suceda. Es por eso que le hemos dicho que no vengan. - ¿ Sabes tu a quien te enfrentas ?, ellos tienen historia aquí en el pueblo. - Lo sé, pero defenderé a la mujer siempre que esté injustamente desamparada. Jesús se puso de pie y dijo. - Dentro de dos días nos veremos. Quedaos en paz. Cuando llegó a casa de Marta, ella lo estaba esperando para ver que noticias traía. Jesús le dijo. - Ya está arreglado, dentro de dos días empezamos a trabajar en la aceituna. Al oír esto Marta se quedó más tranquila pues tenía miedo que ese año no tuviera a nadie para esa tarea. Ella le preguntó. - ¿ Que le has ofrecido de salario ?. - Le he dicho que le pagarías con pagaré lo que tú acuerdes con él. Sé que eres una mujer justa y que le darás lo que le corresponda. - Muy bien, ¿ Pues que te parece si hacemos tres partes ?, una para ti, otra para él y la tercera para mí, prefiero que sea de esta manera, propuso Marta mientras que hacia sus cuentas. - Me parece bien lo que has pensado, pero mi parte no la quiero, la repartes entre vosotros dos. - ¿ Porque no la quieres si lo has trabajado ?. Jesús no quería responder de inmediato para que Marta no se llevara un sofocón. Ella volvió a insistir en preguntarle lo mismo, esperaba su respuesta mirándolo a la cara. Con gran pesar Jesús respondió. - La razón es que cuando paguen el pagaré, yo me habré ido. - ¿ Que quieres decir ?.- le preguntó Marta cogiéndolo por los hombros y a punto de echarse a llorar. - Es que yo me tengo que ir, no puedo quedarme aquí para siempre. - ¿ Pues quién te espera ?.- preguntó Marta mientras que lo sacudía por los hombros sin darse cuenta de su reacción.

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Jesús le cogió por las manos estrechándolas entre las suyas y le dijo con voz suave. - Yo te prometo que cuando me vaya nadie te hará daño, serás una mujer libre para decidir lo que mejor quieras para ti. Marta puso su frente encima de las manos de Jesús y lloró con gran pena. Entre sollozos ella decía. - Lo que yo quiero para mí eres tu, deseo de todo corazón que te quedes conmigo, eres el hijo que nunca tuve. Jesús la envolvió en un abrazo, sabía que ella estaba haciendo de madre y que le iba a ser difícil verlo partir. Marta se fue recuperando poco a poco entre los brazos de Jesús, Cuando secó sus lagrimas le dijo. - Necesitas una túnica nueva y otras sandalias. Pues el otro día vi como reparabas las correillas que estaban rotas. También la túnica te la he remendado. En el pueblo hay una mujer que teje, y también hay un hombre que hace calzado a medida. Quiero comprarte estos atuendos porque los necesitas. Jesús sabía que Marta tenía razón y le respondió cediendo. - Está bien, es cierto que necesito lo que dices. Era la hora de la comida. En la chimenea había en el fuego un puchero con comida que Marta hacía poco que había acabado de hacer. Lo llevó a la mesa y repartió lo que había dentro en dos platos. Estaban los dos comiendo y Jesús le preguntó a Marta. - ¿ Donde comerá el obrero que tiene que venir ?. - Con nosotros, el trato siempre lo hago así. Llamaron a la puerta dos veces con fuerza. Marta miró a Jesús extrañada y dijo. - ¿ Quien puede ser ahora ?. Jesús se puso en pie y fue hacia la puerta y la abrió. Marta iba detrás de él. Eran los dos hombres peleones, los que no habían llegado a un acuerdo con Marta para trabajar en la aceituna. Jesús esperó a qué alguno de ellos hablaran y dijeran a que venían. Uno de ellos dijo a Marta. - Estamos conformes de trabajar con las condiciones que nos dijiste ayer, y queremos empezar cuanto antes. Marta se puso a un lado porque no sabía que responder. Fue Jesús quién respondió por ella y les dijo. - Ya hay alguien que viene hacerlo. - Sabemos quién es. Es por eso que preferimos seguir haciéndolo nosotros como cada año, respondió el hombre levantando la voz y con mal humor.

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Marta salió fuera seguida de Jesús. Ella les dijo. - Ya habéis oído lo que os ha dicho él, viene otro obrero para hacerlo. El hombre que más se enfurecía se fue hacia Marta con la mano levantada y los ojos desencajados y le respondió. - ¿ A ti que te pasa ahora, crees que este puede hacer algo por ti?, No tienes a nadie que te defienda, te has quedado sola, ¿ No te has enterado todavía ?. Marta se sintió humillada por esa clase de hombre torpe y desquiciado y entró en la casa tratando de disimular las lágrimas. A Jesús también lo habían ofendido por la manera que habían tratado a Marta y estaba muy furioso. Clavó su mirada en la de este hombre agresivo y le dijo con voz seca. - ¡ Fuera de aquí ! y no vuelvas más a cruzarte en su camino, porque entonces la desgracia te va a perseguir para toda tu vida. El hombre estaba acobardado, se quedó sin palabras para responder, fue su compañero quien cogiéndolo por un brazo le dijo. - ¡ Eh ! vamos, ¿ No te das cuenta de que está hablando en serio?. El otro reaccionó y sin decir nada los dos se fueron hacia el pueblo. Jesús entró en la casa y encontró a Marta llorando y secándose las lágrimas sentada en la mesa con los codos puestos encima. Se sentó frente a ella y le dio ánimos, le dijo. - No te preocupes por nada, ya verás que todo saldrá bien. - No creas que ellos van a abandonar la idea que tienen en la cabeza, son muchos años que hace que los conozco y siempre han hecho lo que les ha venido en gana. Jesús no respondió y siguió comiendo. Marta no pudo acabar y dejó el plato casi lleno. Habían pasado dos días y el obrero se presentó por la mañana en casa de Marta para empezar el trabajo de la oliva que había convenido con Jesús. Era un día de lluvia, gris y oscuro. Se encontró con Marta, ella lo hizo entrar dentro de la casa, y le dijo. - Jesús viene ahora, le está echando de comer a los animales. El obrero se acercó a la chimenea y se calentó las manos. - ¡ Vaya día que hace !.- comentó él. A Marta no le dio tiempo a responder porque Jesús entraba por la puerta. Marta tenía el desayuno preparado encima de la mesa. Le hizo una señal al obrero indicándole que se sentara para desayunar. Los tres comían con apetito lo que Marta había guisado, era un desayuno fuerte porque el trabajo que les esperaba requería alimento.

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En los olivos estaba ya preparado todo el material que se necesitaba para empezar el trabajo. Habían dos varas largas y gruesas para varear la aceituna, y dos lonas grandes que estaban puestas debajo de dos olivos. Jesús empezó a varear un olivo y el obrero otro. La aceituna iba cayendo encima de la lona. Marta no hacia falta que fuera hasta que no hubiera bastante aceituna caida. Ella se quedó preparando la comida y la cena. Al atardecer dejaron de trabajar. Por estar lloviendo y ser el primer día habían hecho bastante trabajo. Recogieron toda la aceituna y la metieron en sacos que llevaban a una guardilla que había junto al establo. Llevaban una semana de trabajo. Una madrugada los ladridos del perro despertaron a Jesús y a Marta. Ella se puso rápidamente en pie y fue a buscar a Jesús. Él ya estaba fuera de la casa. Los ladridos del perro iban cada vez más en aumento. Jesús se vio frente a los dos hombres del pueblo que venían a robar. Esto no le cogió de sorpresa puesto que esperaba que sucediera un día u otro. Cada uno llevaban un saco de aceitunas cargado en las espaldas. Jesús había cogido la vara suya de caminar, siempre la cogía cuando iba al pueblo o a la plantación de naranjos, era un soporte para él, y esta madrugada la necesitaba con más razón. Los dos hombres al verse sorprendidos por Jesús aligeraron el paso para salir corriendo, pero Jesús les cortó el paso. Estaba frente a ellos con la vara cogida por su mano derecha. Les dijo con voz seca y aguda. - ¡ Dejad los sacos en el suelo y marchaos de aquí !. Uno de los hombres le dijo a su compañero enfadado. - Estoy harto de que nos mande este crío. Tiene suerte que todavía no le haya dado un escarmiento.- respondió el otro que era más agresivo. - Parar de cotillear ladronzuelos y hacer lo que os he dicho.- les dijo Jesús impidiéndoles el paso. Los dos dejaron los sacos en el suelo de manera brusca hasta el punto que las aceitunas se derramaron y fueron rodando por el campo. Se fueron hacia Jesús con las peores intenciones aprovechando que ellos eran dos bárbaros que podían terminar con la vida de ese joven entrometido. Jesús tenía cogida la vara con sus dos manos esperando a que esos dos desarmados lo atacaran. Uno le dijo al otro. - Cógelo tu por ese lado que yo lo cojo por este, lo vamos a dejar que no lo va a reconocer nadie. Cuando se acercaron a Jesús con las manos abiertas para cogerlo. Él empezó a pegarles palos a los dos con los extremos de la vara de un lado a otro con una rapidez propia de alguien que sabía manejar bien la vara. Cada vez que les daba los tiraba al suelo, no les dejaba tiempo a que se pusieran en pie porque de nuevo los volvía a tirar. Como no se rendían ni abandonaban Jesús les seguía dando golpes. Parecía que la vara tuviera vida propia por la rapidez que pegaba y los cambios que hacía de posición.

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Marta estaba en una esquina de la casa presenciando lo que ocurría, los nervios no la dejaban parar e iba de un lado a otro pidiendo a Dios con las manos cruzadas, al mismo tiempo no daba crédito a lo que estaba viendo, a dos hombres muy brutos como los golpeaba y los lanzaba Jesús con su vara en la lucha. Ella desconocía totalmente esa parte de luchador que era Jesús, de todo el tiempo que hacía que lo conocía jamás lo había visto enfadado de ese modo. Uno de los hombres no podía aguantar más los golpes que tenía en la cabeza y en las espaldas y salió corriendo dejando a su compañero en el suelo. Jesús paró la lucha y le dijo al que estaba tirado. - ¡ Vete de aquí !, fuera de estas tierras y no volver a pisarlas nunca jamás. El hombre se levantó como pudo y salió de allí a pasos lentos mientras que se tocaba la cabeza y las espaldas. Cada tres días cargaban la borrica con sacos de aceituna y el obrero se encargaba de llevarlos a una fabrica pequeña que había en el pueblo. Pesaban los sacos que habían y le entregaban un pagaré. Cuando acabaron de recoger toda la aceituna. Marta pagó al obrero generosamente un pagaré que el cobraría después. Un día fue Marta al pueblo para encargarle a la mujer que tejía una túnica de color hueso para Jesús. También fue a ver al hombre que hacía las sandalias y le compró unas que tenía hechas. La primavera había llegado. Los árboles frutales estaban cargados de flores esperando a que diera su fruto. Los campos estaban engalanados con las más bellas flores que iban creciendo. El trigo que habían sembrado había echado sus primeros brotes. Los animales esperaban contentos que llegara esta estación del año, y las gallinas se pasaban casi todo el día picoteando por el campo. Las cabras comían hierba en manada dirigidas por su pastor el perro. Todo funcionaba bien, la casa de Marta era un rebaño de paz, nadie había venido a molestarla para nada. Ella que era una mujer tranquila saboreaba en cada instante la compañía de Jesús. Sabía que se tenía que ir pero no se lo quería hacer recordar para que estuviera con ella el máximo de tiempo. Si por ella hubiera sido se habría quedado Jesús a vivir allí para siempre. No comprendía porqué se quería ir puesto que con ella podría estar el máximo de tiempo. Si por ella hubiese sido se habría quedado Jesús a vivir allí para siempre. No comprendía porque se quería ir puesto que con ella tenía de todo, y toda aquella hacienda habría sido para él. Esos eran los pensamientos de Marta. Era una mañana fresca pero con sol. Estaba Jesús sentado en el escalón de la puerta arreglando las correillas de las sandalias viejas. Escuchó la voz del capataz que lo saludó antes de llegar a él. - ¡ Buenos días Jesús !. Levantó la cabeza y vio que estaba cerca, le respondió. - ¡ Que la paz sea contigo hermano, ¿ Que te trae por aquí ?.

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- Hace tiempo que no nos hemos visto y quería saludarte.- dijo el capataz contento. - ¿ Como está tu familia ?.- le preguntó Jesús. - Muy bien, vengo para decirte que vengas a mi casa otra vez a cenar, pues desde que estuvistes no paro de hablar de Dios a mi mujer y a mis dos hijas. No se mucho, solo lo que tu me enseñaste, ellas me lo piden y ya les he dicho todo lo que se repetidas veces. Jesús lo miraba con ternura y contento de que su familia se interesara por las cosas de Dios, y le dijo. - Has hecho un buen trabajo todo este invierno. El capataz se sentó en el escalón de la puerta al lado de Jesús y le respondió. - He hecho lo que he podido, yo también estoy interesado por saber algo más de lo que aprendí aquella noche contigo. - ¿ No trabajas ahora ?.- le preguntó Jesús. - La recogida de la naranja terminó, pero como tengo un poco de tierra la voy trabajando. Las hortalizas están creciendo, y también tengo algunos árboles frutales que darán su fruto a su debido tiempo. Marta salió de la casa porqué escuchó que alguien hablaba con Jesús. Se encontró con el capataz. Hacía mucho tiempo que no lo veía, había ido alguna vez para ayudar a sus padres en las tareas del campo cuando se lo pedían. Jesús y él se pusieron en pie para dejar que Marta saliera fuera. - Buenos días Marta, ¿ Como te va ?.- preguntó el capataz. - Bien, respondió Marta con el semblante sereno. Jesús tenía que dejar a Marta cuando se fuera en buenas manos, de alguien que fuera responsable y que se ocupara de sus tierras, y que también la defendiera si tuviera que llegar ese momento. Dirigiéndose al capataz Jesús le dijo. - Dentro de poco me tengo que ir de aquí. Quiero que te quedes tu con la responsabilidad que tiene el campo, y que trabajes para Marta, ella necesita siempre a alguien que le vigile, a un hombre honesto como tu lo eres, pues hay depredadores que están esperando la ocasión. - ¿ Así es que te vas donde ?.- preguntó el capataz extrañado. - Me voy a pesar mío, me gustaría quedarme aquí siempre, pero no lo puedo hacer. - ¿ Porqué ?.- preguntó el capataz todavía más confuso. - ¿ Harás lo que te he pedido ?.- le preguntó Jesús. - Pues claro que sí, si la conozco desde hace muchos años, y a sus padres los he respetado porque eran buena gente.

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Marta tenía los ojos llenos de lágrimas, trataba de secárselas con el delantal. A ella se le hacía casi imposible separarse de Jesús, no sabía como lo iba a superar el día que se fuera. Lo miraba sin parar de llorar. El capataz sentía pena por ella y le dijo. - Cuenta conmigo para todo lo que necesites, pasaré amenudo a verte, ¡ mujer no llores de ese modo !. Jesús la miraba con ternura y le dijo. - Deja de llorar y recuérdame siempre tal como soy ahora, eres una mujer fuerte y dentro de ti hay un gran corazón sincero y honesto. También hay una cosa que quiero que comprendas, es que te amo, si Marta te amo y hasta el final de los tiempos te amaré. También amo a este hombre y a su familia de la misma manera que te amo a ti. El amor vive conmigo es por eso que tengo que irme, porque en otros lugares me esperan para que de mi amor. Marta y el capataz escuchaban las palabras de Jesús, pero sin comprender mucho lo que quería decir, pues para ellos les era difícil imaginar tanto amor como sentía por ellos. Lo que sí notaban que sus corazones estaban a punto de estallarles en el pecho, ¿ Sería eso también amor lo que sentían por Jesús ? Estaban viviendo los dos unos momentos mágicos y de grandeza que no había conocido jamás antes. Jesús dirigiéndose a Marta le dijo. - Voy a casa del capataz, estaré aquí de regreso a la noche. - Como tu digas.- le respondió Marta. Jesús y el capataz se fueron a la casa de este. Por el camino iban hablando de Marta. Jesús le dijo. - Es una mujer con un carácter serio, y trabajadora, para ella lo más importante es el trabajo y que este bien hecho, es perfeccionista y correcta aunque parezca que es distante posee grandes sentimientos de ternura y de amor. Es la timidez que tiene que hace que se comporte de ese modo. - No la conozco como tu, porque yo no me fijo en esos detalles. Siempre me había parecido que era una mujer ruda y seca.- le respondió el capataz. - Te hablo de ella de este modo para que la entiendas mejor.- le dijo Jesús. - ¿ Cuando te vas ?.- le preguntó el capataz. - No lo he decidido todavía, pero no tardaré. Habían llegado a la casa. La esposa del capataz estaba en el huerto mirando las hortalizas. Ella al verlos que llegaban fue al encuentro. - Buenos días Jesús, dijo ella con una sonrisa agradable. - Que la paz sea contigo hermana.- le respondió Jesús.

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Las hijas del capataz se acercaron a Jesús y lo saludaron. La mayor le dijo a su madre. - La mesa está preparada para comer. Los cinco entraron en la casa. La menor de las hijas del capataz iba la última, demostraba una gran timidez delante de Jesús y se iba escondiendo de la mirada de él. Encima de la mesa habían cinco platos de comida bien hecha y caliente. Había una jarra con vino, otra con agua y cinco vasos de cerámica. Dos de los vasos contenían vino y en los otros tres, agua que eran para la mujer del capataz y para sus dos hijas. Comían con apetito pues el guiso era sabroso. El capataz pronto acabó su vaso de vino, cogió la jarra y se puso otro, miró el vaso que le habían puesto a Jesús y vio que lo tenía todavía lleno. Le preguntó. - ¿ No bebes vino ?. - Este vaso que me habéis llenado es suficiente para la comida.-dijo Jesús. - Pues yo me bebo tres y cuatro vasos en cada comida.- dijo el capataz orgulloso. - ¿ No te parece que es mucho ?.- le preguntó Jesús. - Puede que lo sea, pero es que cuando hace frío el vino me calienta el cuerpo, ¿ no es bueno ?. - Tanto no, porque puede hacerte perder la razón y a causa de eso también puede hacer que maltrates a tu esposa y a tus hijas, ¿ te ha ocurrido eso alguna vez ?. - En pocas ocasiones, pero he podido parar a tiempo. Jesús miraba a su esposa y a sus hijas, ellas comían con la cabeza baja sin mediar palabras. El capataz se dio cuenta de lo que había dicho y de sus actos. Le dijo a Jesús mientras retiraba el vaso de vino de su lado. - A partir de ahora voy hacer igual que tu, voy a beber un vaso de vino en cada comida, ni más ni menos, ¡ te lo prometo !. - Creo en tu palabra y se que las vas a cumplir.- le respondió Jesús con una sonrisa. - ¿ De todo esto que estamos hablando pertenece a Dios ?. - Exactamente, todo lo que sea bueno o malo pertenece a Dios, a nuestro Padre. Si se hace el bien Dios lo recompensa, y si lo que se hace es el mal Dios te hace pagar una factura por ese mal que se ha hecho. - ¿ A qué factura te refieres ?.- le preguntó el capataz. - A un castigo que hay que pagar en vida. - Yo a veces me hago la pregunta de porqué somos castigados y sufrimos con las desgracias que nos ocurre, ¿ A que es debido ?

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Esta pregunta que hacía el capataz era muy buena. Su esposa y sus dos hijas miraron a Jesús para escuchar lo que iba a decir. Jesús dirigió a los cuatro y seguidamente respondió. - Dios dio al ser humano al nacer el libre albedrío para que hicieran lo que quisieran los hizo libres de hacer el bien como de hacer el mal, pero hay dos recompensas para estas dos maneras de comportamiento, es a causa de esta libertad mal dirigida por el hombre, que tiene que pagar sus errores. - ¿ Se puede ser consciente del mal que se hace ?.- preguntó la esposa del capataz. - La mayoría de las personas saben que está mal lo que hacen, son conscientes de la maldad que están causando a otras, el espíritu lo utilizan para hacer daño. Estas personas son castigadas de varias maneras en vida, y saben que su castigo es debido al mal que le han hecho a sus hermanos. Después está el ignorante, es la persona que sin darse cuenta hace daño u ofende a sus hermanos. Estos también son castigados de diferentes maneras pero jamás piensan que es un castigo lo que están recibiendo. Por último están los más ignorantes de todos, son aquellos que creen que el mal que les está viniendo es causado por otro hermano suyo, piensan que les están haciendo una especie de magia para destruirlos, y ellos contribuyen de la misma manera hacia los demás. Las dos hijas del capataz retiraron todos los platos vacíos y demás utensilios que habían quedado en la mesa y se pusieron a bordar una alfombra en un bastidor largo, cada una de una punta. El capataz miraba a Jesús pensativo por lo que les acababa de enseñar. Seguidamente le dijo. - Quiero guardar tus enseñanzas y aplicarlas para mi, pues ahora me doy cuenta de que soy un gran pecador conscientes de mis actos al cometerlos era debido a que me creía superior a las personas que tenía delante y que son mis hermanos, porque todos somos hijos de Dios. Pensaba que me verían más fuerte que ellos y que de esa manera podría con todos. La hija mayor dejó de bordar y se puso en pie. Cogió un vaso lo llenó de agua y lo fue a poner en la mesa delante de Jesús para que bebiera. Jesús la miró sonriente y le preguntó. - ¿ Piensas que tengo sed ?. - Creo que sí, que necesitas amablemente.

remojarte

la

garganta.-

respondió

ella

- No necesitaba beber pero como tu corazón así lo ha creído beberé esta agua que me has puesto. Jesús cogió el vaso y bebió un sorbo de agua. Ella se sentó y siguió bordando. Su hermana menor sin dejar de bordar para que Jesús no se diera cuenta le dijo por lo bajo.

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- ¿ Porqué le has llevado el agua si él no la ha pedido ?. - Ha sido por un deseo mío, le respondió la mayor. - ¿ Te gusta, es guapo verdad ?.- le preguntó la menor con rabia. - Más que guapo tiene algo en su mirada y en su voz que no se que es. - No te atreves a decir que te gusta. La hermana mayor levantando la voz le respondió. - Claro que me gusta y a ti también, o crees que no me he dado cuenta, lo que pasa contigo es que eres demasiado tímida para ofrecerle nada. La menor dejó de bordar y se levantó de la silla llorando por lo que su hermana le acababa de decir y salió fuera de la casa avergonzada porque tanto Jesús como sus padres se habían enterado de la conversación que las dos tenían. Jesús siguió con la mirada a la hija menor que salió de la casa. Mientras que la otra dirigiéndose a su padre le dijo. - Hoy está que no le puedo decir nada porque enseguida se enfada. - Siempre se están peleando por algo, no les hagas caso.- le dijo el capataz a Jesús disculpando a sus hijas. Al poco tiempo la hija menor entró en la casa algo más serena y se sentó continuando el bordado. La madre se puso delante de las dos y les preguntó. - ¿ Porqué habéis discutido ?. - Porque esta es tonta.- respondió la menor mirando a su madre. - No soy tonta, lo que pasa es que estás celosa de que le haya llevado un vaso de agua a Jesús.- respondió la hermana mayor. Jesús no se podía aguantar la risa. La más pequeña lo vio y pensó que se reía de ella, dejó el bordado y volvió a salir otra vez de la casa sonrojada. Jesús fue tras de ella y la encontró a los pies de un árbol llorando, le preguntó. - ¿ Porqué estás enfadada ?. Ella sin levantar la cabeza para mirarlo le respondió. - Es que mi hermana se ha adelantado y te ha dado el vaso de agua que te quería dar yo. Jesús la miraba tiernamente y quitándole las lágrimas con sus dedos, le dijo. - También tu me has traído un vaso de agua y lo he bebido. - ¿ Cuando hice yo eso ?.- le preguntó ella extrañada. - Al instante de pensarlo me lo estabas ofreciendo. - No lo recuerdo.

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- ¿ Sabes lo que es el astral ?.- le preguntó Jesús. - No se nada de todo esto ni lo que quieres decir.- respondió ella tímidamente. - Hay varios cuerpos que trabajan con este cuerpo que tenemos, pero hay dos que no paran de hacer cosas. Uno es el visible, el que vemos y el otro es el invisible el que no se ve, pues ese cuerpo tuyo invisible es el que me ha dado el vaso de agua. - Pues si dices que no se ve porque es invisible, ¿ Porque lo has visto tu ?.- le preguntó ella esperando una respuesta. - Porqué mi padre viene conmigo y veo a través de sus ojos, y oigo a través de sus oídos. - Siempre que hablas nombras a tu Padre, dices que está contigo pero nunca hemos visto que te acompañe, ¿ Donde está?. - Está en mí, cuando hablo es Él que habla por mi boca. - Como me gustaría ser como tu, dijo ella con entusiasmo. Jesús la miraba a los ojos sonriendo de felicidad. Ella seguía diciendo. - Como tu nunca podré ser porque soy una mujer. Jesús puso su mano en la boca de ella tapándosela, y le respondió. - Jamás digas eso, ¿ Sabes lo hermoso y digno que es ser mujer?. El hombre no dice nada por el orgullo que tiene, pero si hablara diría que le hubiera gustado haber nacido mujer. Nadie mejor que la mujer puede comprender el amor y amar, eso es lo más bello de toda la creación. Tu también puedes llegar con tus dedos a tocar la mano de Dios. Ella escuchaba con atención cada palabra que Jesús decía, y en su mirada había un brillo parecido al diamante. Estaba sin darse cuenta entrando dentro de Jesús. Ella le preguntó. - Dime que puedo hacer para conseguir estar contigo y con Dios. - Todo ser que desee de corazón hacer la Voluntad de Dios tiene que llegar por mediación de la meditación, las buenas obras, la humildad, y la inocencia. No creas que para llegar a Dios es difícil de conseguir todo esto, solo hay que desearlo y sellarlo en tu corazón y en tu mente. Este es el escudo que te protege contra todo mal, de esta manera dejas la puerta de tu corazón abierta para que Dios entre. La joven estaba en pie y para escuchar mejor lo que Jesús le iba enseñando apoyó su espalda en el tronco del árbol frutal. Ella le preguntó. - ¿ Dime de qué manera puedo hacer meditación ?. - Vives en el campo, es un lugar ideal para la meditación porque te mantiene alejada de todo ruido. Quédate en un sitio tranquilo, no importa que estés sentada o en pie, lo importante es que pienses en Dios con todas tus fuerzas y que verdaderamente lo ames, lo escuches y lo comprendas, todo esto es amarlo. - ¿ Haces tú meditación ?.- le preguntó la joven.

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- Por supuesto, todas las veces que lo necesito al día y a la noche.- le respondió Jesús con voz suave. - ¿ Como me gustaría pasar el resto de mi vida a tu lado.- le dijo la joven con deseos de poder conseguirlo. - Yo te prometo que no solo estarás el resto de tu vida conmigo, también en la eternidad porque eres un alma muy bella. - ¿ Que me quieres decir con eso ?. - Quiero decir que siempre que pienses en mí, yo estaré a tu lado. - No comprendo bien lo que me has querido decir.- le dijo ella sin parar de mirarlo a los ojos. - Más tarde lo entenderás, ahora todavía es pronto. - ¿ No piensas en tener una esposa ?.- le preguntó la joven con deseos de obtener una respuesta. - No he nacido para casarme ni para tener hijos, pero esposas tendré muchas. Toda mujer que me siga y que camine conmigo será mi esposa. Haré que conozca el amor cósmico, el amor que hay en todo el universo porque es el amor que está unido a mi Padre y a mi. El capataz y su esposa salieron de la casa en busca de su hija y de Jesús pues hacia rato que Jesús había salido detrás de su hija y no habían vuelto. Ellos se sorprendieron al verlos a los dos hablando a los pies de un árbol. Parecía que tuvieran una conversación de dos enamorados. El matrimonio se miraron sin comprender muy bien lo que sucedía, jamás habían visto antes a su hija tan tranquila y llena de paz, porque era una muchacha nerviosa y a veces problemática con su hermana y con ellos. El matrimonio fueron avanzando despacio pues no querían tampoco que Jesús se encontrara incómodo. La hija cuando vio que estaban cerca les dijo. - Me está enseñando cosas maravillosas que pertenecen a Dios, ahora se como hacer meditación. La madre sonrió al escuchar a su hija lo que decía. El capataz respiró tranquilo y aliviado por los pensamientos que había tenido. El capataz dirigiéndose a Jesús le preguntó. - ¿ Que ha querido decir mi hija con eso de la meditación ?. - Vosotros también lo podéis hacer, es un poder que la persona obtiene por medio de la meditación y Dios, le respondió Jesús. Jesús se separó de ellos y entró dentro del huerto. Miraba las hortalizas y todas las demás frutas que estaban en los árboles. El capataz iba detrás de él observándolo y preguntándose porqué había entrado en el huerto y miraba de esa manera todo lo que había sembrado. Al fin le preguntó. - ¿ Entiendes de sembrados ?. - Así es, estoy viviendo en el campo desde que tenía catorce años.- le respondió Jesús.

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- Este año están con retraso las hortalizas porque hemos tenido un invierno largo y frío.- dijo el capataz. Jesús extendió sus manos hacia todo lo que había plantado en el huerto y dijo. - A partir de ahora vas a tener todos los años una buen cosecha, y la tierra será fértil para siempre. - Estoy seguro que así será porque has sido tu quien lo has dicho.- dijo el capataz satisfecho. La tarde estaba llegando y Jesús se tenía que ir pero no lo dejaban porque le hacían preguntas. ¿ De como era Dios?. Si lo había visto. ¿ Como era el paraíso ?. Querían en un solo día aprenderlo todo, porque sabían que Jesús se iría pronto y no lo verían más. La hija menor del capataz le decía a su hermana todo lo que le había enseñado y lo maravilloso que era saber cosas sobre el universo. Ella también estaba interesada por aprender meditación para seguir a Jesús como su hermana. Jesús empezó a despedirse de la mujer del capataz le dijo. - Tu comida es excelente. - Gracias.- respondió ella. - ¿ Que día volverás otra vez por aquí ?.- le preguntó el capataz. - No vendré más, pues tengo que irme pronto a otras tierras, cuidar de Marta, id a verla para que no se encuentre tan sola, y para que ningún desaprensivo la quiera engañar, si saben que a partir de ahora vosotros sois su familia se mantendrán alejados de ella. - Puedes estar tranquilo porque lo haremos. También mi mujer y mis dos hijas la irán a ver y habrá entre nosotros una buena relación. Jesús miraba al matrimonio y a sus dos hijas satisfecho y les dijo. - Me voy contento de vosotros porque sois una buena familia que está muy unida. La hija menor del capataz miraba a Jesús con lágrimas en los ojos, no podía contener el llanto, ella le dijo. - Te voy a echar mucho de menos, y voy a poner en práctica todo lo que me has enseñado, lo voy hacer todos los días para que yo pueda estar siempre contigo, quiero incluso verte si eso es posible. Jesús se acercó a ella y acarició sus cabellos y le respondió. - Me podrás ver y también oír. Recuerda que Yo Soy la Luz que ilumina el camino. El corazón de todos los caminantes están unidos al mío. - ¿ A donde irás ?.- le preguntó el capataz. Jesús miró al horizonte y respondió.

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- Allí donde los pies me lleven, en donde yo haga falta estaré hasta que llegue mi hora. - ¿ Que hora ?.- le preguntó la hija menor del capataz. - La hora que está señalada en el cielo para mí. - Me hubiera gustado aprender eso también, si hubieras tenido tiempo de enseñármelo.- le respondió la hija menor con inocencia. - Jesús la miró con amor y le dijo. - Llegarás a saber eso y mucho más, porque en ti he plantado mi semilla, y crecerá por encima de las aguas como una flor de loto. La hermana mayor estaba con la boca abierta esperando a que a ella también le dijera esas cosas tan hermosas y acercándose a Jesús le dijo. - También haré yo lo que mi hermana haga. Jesús la miró contento y le respondió. - Conmigo viene un rosal que da rosas de color azul cielo. Estas rosas son las obreras que trabajan a mi lado. Tu eres una de ellas y tu hermana otra que miran engalanadas hacia lo divino. El matrimonio miraba a Jesús y a sus dos hijas emocionados por lo que decía aunque no lo comprendían bien. La hija menor cogió por un lado la túnica de Jesús, y la besó y también con ella secó sus lágrimas. Jesús la miró y le dijo. - Hay en ti mucha fuerza y fe, ¿ Por que los has hecho ?. - Porque de esta manera guardaré en mí tu aroma, respondió ella con alegría. - El aroma mío lo llevarás contigo hasta el fin de los tiempos, le dijo Jesús acariciando su rostro. La muchacha miró a sus padres porque no había entendido lo que Jesús le quiso decir. El padre tampoco lo sabía y levantando los hombros hizo un gesto de no saber. La hija mayor hizo lo mismo que su hermana. Cogió la túnica de Jesús y la besó. Jesús la miró y le dijo con voz dulce. - Hace tiempo que esperaba que alguien cogiera de mi energía, que lo hiciera por voluntad propia como vosotros lo estáis haciendo. Se había hecho tarde y Jesús no podía permanecer por más tiempo allí. Miró a las dos hermanas con mirada que iluminaba en la noche, echaban rayos de luz. El matrimonio y sus dos hijas buscaban palabras hermosas para dedicárselas a Jesús pero no les salían, solo la emoción hizo que se les saltaran las lágrimas al verlo como se alejaba de ellos en dirección a casa de Marta. Jesús se dio la vuelta agitando la mano diciéndoles adiós por última vez.

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Cuando llegó a casa de Marta era ya de noche, ella se disponía a cenar y encima de la mesa también estaba preparado el plato de Jesús. Ella le dijo. - Está caliente la sopa la acabo de poner. Jesús se sentó frente a Marta pero no tenía hambre, en casa del capataz había comido bien, y a parte de eso sentía nostalgia por esa familia de tener que dejarla como también tenía que dejar a Marta. Aunque no lo hiciera notar, él lo pasaba mal cuando tenía que dejar a alguien que había conocido, sentía mucho amor por todos. Para complacer a Marta por la cena que había hecho comió la sopa. Jesús la miraba con ternura. Ella como no era mujer de muchas palabras no ponía atención a Jesús y seguía comiendo la manzana que había cogido de la cesta de fruta que había puesto encima de la mesa. - ¿ Has tenido un buen día ?.- le preguntó Jesús. - Sí, todo ha ido bien, ¿ porqué me lo preguntas pasa algo ?. - No pasa nada solo me quería asegurar de que estuvieras bien. - Algo me ocultas que no me quieres decir, le preguntó Marta mirándolo fijamente. Jesús la miraba con mucha ternura, tenía que decírselo ya mismo no podía esperar más tiempo y le dijo. - Quiero decirte que pasado mañana al amanecer me voy. Marta no respondió nada y siguió dándole mordiscos a la manzana hasta que la terminó de comer. Jesús sabía que esta separación con Marta le iba a traer trastornos a ella, porque no se hacía a la idea de que él se fuera. Por las mejillas de Marta resbalaban dos lágrimas, tenía un nudo en la garganta que no podía responder. Habían pasado unos minutos cuando Marta le preguntó. - ¿ Porque te vas tan pronto ?, Creía que te ibas a quedar por más tiempo, no me esperaba esto. - ¿ Mas tiempo aquí para que ?, lo que tenía que hacer lo he hecho, piensa que en otros lugares también me están esperando. - ¿ Como sabes tu que te esperan si todavía no te conocen esas personas ?.- le respondió Marta sin poder detener las lágrimas. - Ellos no lo saben pero yo sí.- le dijo Jesús cogiéndole una mano. - Te vas a encontrar con gente malvada te van hacer mucho daño, ¿ Eso es lo que buscas ?. - No busco eso pero se que un día ha de llegar lo que dices y no lo podré evitar, porque es la misión que mi Padre me ha dado aquí en la tierra. Marta se puso en pie enfadada y le dijo con voz seca. - No se de qué misión hablas, pero de lo que estoy segura es de que aquí no te faltaría de nada y toda esta hacienda podría ser tuya, pero eso no es lo que quieres.

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Jesús se levantó de la silla y se acercó a Marta que iba de un lado para otro de la estancia inquieta sin saber que hacer. Jesús le dijo. - No quiero que esta finca sea mía, si tuviera alguna posesión me ataría, me volvería avaro y débil. Yo soy libre como el viento, hoy estoy aquí y mañana en otro lugar. - Porqué no te entiendo cuando me hablas, ¿ eres tan difícil de comprender ?.dijo Marta gritando y apretando los puños al mismo tiempo. - ¿ Porqué te enfadas de ese modo ?, cuando llegué aquí el primer día jamás te hubieras imaginado que venía para quedarme por un tiempo.- le respondió Jesús tratando de calmarla. Marta rompió a llorar con pena. Ella decía entre sollozos. - Te he cogido mucho cariño, ahora tu eres para mi mis pies y mis manos. Estás reemplazando a mis padres y a los hermanos que nunca tuve. Jesús la abrazó contra su pecho para que su cabeza descansara en el hombro suyo y le dijo. - No estarás sola, siempre yo estaré contigo aunque tu no me veas. Marta se había quedado más tranquila aunque esto último que le dijo Jesús tampoco lo entendiera. Era ya tarde y Marta se fue a dormir. Jesús se quedó un rato más poniendo en orden todo lo que tenía que dejar hecho en la casa. Amaneció un día de primavera soleado. Jesús fue al establo y le abrió la puerta a las cabras para que salieran a comer, también hizo lo mismo con las gallinas. Marta vino a su encuentro. Jesús al verla sintió pena por ella por lo mal que lo estaba pasando. En su semblante había mucha tristeza, parecía la más humilde de las mujeres solo quería estar junto a Jesús. - ¡ Buenos días Marta !, ¿ Has dormido bien ?, Jesús la saludó de esta manera. Ella con un gesto de cabeza respondió que sí. - Escúchame bien lo que te voy a decir Marta. Siempre que necesites ayuda díselo al capataz, él y su familia te vendrán a ver amenudo, tu también los tienes que visitar y tienes que ser más sociable con ellos, los vas a necesitar porque estás sola en el campo, ¿ Harás lo que te digo ?. - Yo lo que quiero es que te quedes conmigo.- le respondió Marta. - ¿ Que eres una mujer o una niña ?.- le preguntó Jesús. - Ahora mismo no se lo que soy.- dijo ella inclinando la cabeza. - Pues si haces lo que yo te digo todo irá bien para ti.- le respondió Jesús. Marta entró en la casa y se puso a cocinar. Quería que ese día por ser el último que Jesús estaba allí comiera bien y cocinó de lo que a él le gustaba. Hizo Couscous, pues la primera vez que cocinó este plato Jesús le dijo que su abuela Ana lo hacía muy bueno, y que era uno de sus platos preferidos. También cocinó rosquillas que tanto le gustaban a él. Este día Jesús lo quiso pasar junto a Marta. Ella guardaba la túnica y las sandalias viejas de Jesús las tenía en sus manos y mostrándoselas, le dijo.

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- Me las quedo como recuerdo tuyo, necesito tener algo que haya pertenecido a ti. Jesús entró en su habitación y cogió las alforjas que tanto tiempo llevó consigo, y entregándoselas, le dijo. - También te dejo las alforjas, a partir de ahora no las voy a necesitar. Marta lo guardó todo dentro de su dormitorio como una reliquia. Al día siguiente Jesús se levantó a la segunda vez que el gallo cantó. Salió de la habitación. Marta estaba calentando leche para que Jesús se la tomara antes de irse con las rosquillas que habían quedado del día anterior. Ella al verlo le dijo. - Que día más triste es hoy para mi de pensar que nunca más te volveré a ver. - Como sé que no me vas a olvidar me voy más tranquilo porque me tendrás a tu lado.- le respondió Jesús. Mientras que Marta ponía la leche caliente en un cuenco, Jesús salió fuera de la casa para abrir la puerta a los animales para que comieran y para despedirse de todos ellos. El perro le había cogido mucho cariño y fue a él para lamerle las manos y la cara. El animal parecía que sabía que ese mismo día se iba y quiso despedirse de él. Cuando Jesús entró en la casa Marta lo estaba esperando para desayunar con él por última vez. Ella parecía que estuviera más tranquila exteriormente, pero dentro de ella había un lío muy grande. Marta bebió un poco de leche que se puso en el cuenco. Jesús desayunó bien. Entró en la habitación cogió su vara dispuesto para marcharse. Marta lo esperaba llorando desconsolada. Jesús se abrazó a ella y le dijo. - Haz todo lo que te he dicho para que seas feliz. - Antes cuando vivían mis padres y contigo creo que lo era, ahora mi vida no es nada sin ti. Marta tenía unas monedas en la mano y se las dio a Jesús diciéndole. - Cógelas te harán falta. Jesús las cogió y le respondió a lo que ella le dijo antes. - No dejes que este sentimiento sin fundamento se apodere de ti.- le respondió Jesús. Se separó de Marta y fue hasta la puerta seguido por ella. Cuando estaba fuera el perro lo vio que se iba y fue corriendo para decirle su último adiós. Jesús lo estuvo acariciando y le dijo. - Cuida de Marta y de los demás animales, también tienes tu una misión que cumplir. El perro movía la cola contento de escuchar las palabras que Jesús le dijo. Miró a Marta y dándole un beso en la frente le dijo. - Cuídate mucho. Ella no respondió porque tenía un nudo en su garganta. El perro permaneció al lado de ella viendo como Jesús se alejaba. Llevaba un trecho andando y Marta le gritó para que lo oyera.

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- ¡ Jesús !, ¡ Jesús !. Jesús se dio la media vuelta y dijo adiós echándole un beso con la mano. Llevaba una hora de camino y se encontró con un hombre que iba subido en un carro tirado por dos asnos, al pasar por su lado Jesús le preguntó. - ¿ Buen hombre a donde te diriges ?. - Hacia el sur, si vas en esa dirección te puedo llevar.- le respondió el hombre. El hombre paró el carro, Jesús subió y se sentó a su lado, y le preguntó. - ¿ A donde vas ?. - Al desierto.- respondió Jesús. - Pues vas a tardar dos días en llegar, yo me desvío pronto, porque voy al sur. Dentro del carro se veían telas de seda y de varios colores. Jesús le preguntó. - ¿ Eres comerciante ?. - Sí. - ¿ Vendes telas ?. - Vendo las mejores telas que hay y las más bonitas. - A donde vas a venderlas ?. - A las grandes ciudades las compran los ricos para hacerles regalos a sus esclavas favoritas. - ¿ De donde vienes ahora ?.- le preguntó Jesús. - De otra gran ciudad donde compran a los esclavos a un precio caro. Son esclavos y esclavas de buena calidad. - ¿ Que quieres decir con que son esclavos de buena calidad ?.- le preguntó Jesús. - Pues que las mujeres son jóvenes, bellas y además son vírgenes. Los hombres son altos, fuertes y están sanos, a esto me estoy refiriendo. Valen mucho dinero pero los ricos los compran rápidamente.- le respondió el comerciante. - ¿ Has pensado tu en comprar una esclava ?.- le preguntó Jesús. - Ya lo creo pero se necesita tener mucho dinero para mantenerla. Estas esclavas son de lujo y tienen que estar bien alimentadas para que se conserven bien. También hay que vestirlas con rica seda y que lleven buenos perfumes, hay que hacerles buenos regalos de pulseras, anillos y collares de oro y de piedras. Estas esclavas es un manjar bueno y caro que solo un hombre rico muy rico lo puede tener.- respondió el comerciante. - ¿ Para que quieren tener a su lado una mujer altamente decorada ?.- le preguntó Jesús. - Para el vicio, a nadie le amarga un dulce, las compran para el disfrute de ellos. Cuando yo acumule una buena fortuna que pienso solo en eso me

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compraré una esclava. Sueño con que llegue ese día.- respondió el comerciante riendo y mostrando la dentadura sucia y negra que tenía. - ¿ Tienes esposa ?. - Estoy casado y tengo dos hijos varones aproximadamente de tu edad, pero mi mujer ya es vieja y para mantener la sangre caliente hay que tener una mujer joven que sepa hacer caricias. Jesús lo miraba tristemente, en todos los años que hacía que caminaba solo se había encontrado con un hombre tan miserable. El comerciante de la mirada que le estaba echando el joven caminante, le preguntó. - ¿ Porque me miras de ese modo, parece que haya dicho algo que no esté bien ?. - En verdad te digo que eres pobre, muy pobre, porque teniendo una esposa piensas en acumular mucho dinero para comprarte una esclava. ¿ Acaso tu esposa no viste con sedas ?.- le preguntó Jesús. - Mi esposa está gorda, ¿ Para qué quiere ella llevar sedas si no las puede lucir ?. ¿ Acaso no te gustaría tener una mujer de esta clase a tu lado ?, todo hombre sueña con eso, hay que disfrutar de la mujer cuando conserva todavía su lozanía, después hay que dejarlas a un lado porque solo sirven para fregar y lavar la ropa, respondió el comerciante con una risa sarcástica. - ¡ Apártate de mi satanás !, es la primera vez que te cruzas en mi camino y hablas utilizando la boca de este pobre hombre que es tan miserable como tu.gritó Jesús mientras que clavaba su mirada en la del comerciante. Este se quedó parado porque no esperaba la reacción del joven. Jesús le dijo. - Para el carro que me bajo aquí, y una cosa te advierto, trata bien a los dos asnos que trabajan para un hombre tan indeseable como tu. Mientras que Jesús bajaba y pisaba tierra el comerciante le dijo con rabia y coraje. - Tu no encajas en esta sociedad en la que vivimos, te verás metido en muchos líos por tu manera de pensar. - ¡ No quiero oír tus mentiras satanás coge otro camino y déjame !.- respondió Jesús tapándose los oídos con sus dos manos. Estuvo caminando todo el día hasta que llegó la noche. Se paró en un árbol alto y grueso y se sentó con la espalda apoyada en el tronco. Hizo meditación un buen rato pues después de lo que había sucedido con el encuentro del comerciante necesitaba hablar con Dios, ahí fue donde se dio cuenta que el maligno iba tras de él. Tenía los pies doloridos de tanto como había caminado y también se había despojado de las sandalias. Cogió hierba y la frotó en los pies dándose un masaje. Lo noche era fresca pero como iba tan cansado pronto se quedó dormido. El nuevo día amaneció claro, el cielo estaba despejado y el sol hacía un rato que había salido. Los pájaros trinaban contentos a la primavera e iban

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llevando con sus picos ramitas que encontraban en el suelo y las subían a la copa de los árboles para hacer sus nidos. Jesús continuó su camino apoyado en su vara. Llevaba medio día de camino. Cerca había un río porque se oía el agua como bajaba, fue hasta allí, necesitaba darse un baño. Se quitó la túnica y se metió en el agua, estuvo dentro del río un buen rato, lavándose y descansando hasta que se quedó bien. Salió del río satisfecho y relajado, se puso la túnica, cogió la vara y siguió caminando. Fue comiendo de los frutos que iba encontrando. Durante dos días llegó a donde quería ir. Todo eran montañas y pequeños matorrales que las rodeaban. Necesitaba estar solo con la oración por un tiempo en el silencio pues su cuerpo y su espíritu lo necesitaban. Ahí en el desierto iba a encontrar la paz para después seguir su camino que era todavía largo donde encontraría rosas y espinas. En los pocos años que hacía que se había ido de su casa había luchado como un guerrero. Al día siguiente al despertar se sorprendió al ver que delante de él, lo miraba de pie un ser varón, vestido con túnica blanca. Sus cabellos eran dorados, largos y rizados. Su rostro era muy bello. Jesús se puso en pie esperando que este ser hablara. Sabía que se trataba de un Ángel. Con voz dulce le dijo. - Te saludo Jesús hijo de María. He sido designado para darte el siguiente mensaje. Dios Padre está orgulloso de ti, su hijo primogénito. Siente un gran amor por el que ha enviado porque estás haciendo la misión que te encomendó. Todo hijo suyo que hace su Voluntad, es recompensado con la coronación celestial. Su Voluntad es que quiere que me quede contigo un cierto tiempo hasta que él decida cuando debo regresar. Aquí en la tierra tienes la fuerza física igual a otro hombre, y también las mismas tentaciones y emociones. Todos estos años que llevas de misión has luchado contra tus impulsos y tentaciones para que todo lo acordado salga bien. Tu apariencia es la de un hombre de la tierra, pero tu no eres de la tierra. El Padre te engendró con María, otro ser que nació en la tierra pero que tampoco pertenece a la tierra. Si no hubieses sido engendrado con María, tu nacimiento aquí en la tierra no hubiese sido posible. Junto a mí irás recobrando toda la energía que has ido dando a los demás. De esta manera recobrarás pronto las fuerzas para que puedas otra vez continuar. Jesús y el Ángel se miraban de frente. Jesús le dijo. - Yo también te saludo Hijo de la Luz. Me alegro mucho de volver a verte, de que el Padre me recompense con tu presencia. Jesús elevó las manos y la mirada al cielo y dijo en voz alta. - Padre te doy las gracias de que te acuerdes de tu siervo que aquí en la tierra está haciendo tu Voluntad. Las luchas que he tenido que hacer han sido muchas, y aún son pocas para lo que me espera. Dame la fuerza de una roca para que mi carne no se vuelva débil. Todos los seres de la tierra se pegan a mí como las abejas a la miel. Soy consciente de que tu eres mi Padre y nada debo de olvidar. También yo te amo Padre mío es por eso que estoy aquí.

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Jesús bajó los brazos y respiró hondo. Su hermano de la luz estaba junto a él mirándolo con la cara radiante y rebosante de amor. En la edad que tenía Jesús no había sido jamás tan feliz como lo era en aquellos momentos. Cada día que amanecía empezaba algo nuevo para él, hasta que los designios de Dios se cumplieran. Sabía que cuando llegara y la edad que tenía. Las luchas que lo esperaban eran muy fuertes, él era consciente de eso. Había cumplido veinte años de edad, y llegó el día que se tenía que ir. Le costaba mucho separarse de su Hermano de la Luz que estuvo con él día y noche haciéndole compañía tres años en el desierto, poniéndolo al corriente de todo lo que le esperaba hasta que volviera otra vez al Reino de su Padre. Jesús y el Ángel estaban haciendo meditación al nuevo día que empezaba, cuando terminaron se despidieron dándose los dos un abrazo. El Ángel le dijo. - Hermano que la paz esté siempre contigo. Jesús no respondió nada, pues tenía la mirada brillante y por sus ojos aparecieron dos lágrimas de la nostalgia que sentía por tener que dejar a su Hermano de la Luz. Cogió su vara y empezó de nuevo el camino, estaba tranquilo y sereno de haber estado tres años en la paz del Todopoderoso. El Ángel se quedó esperando en el desierto hasta que le dieran órdenes de regresar. Jesús llevaba hecho un día de camino, en todo ese tiempo no se había encontrado con nadie. Se paró a descansar en un lugar donde habían árboles y flores. Eligió como de costumbre un árbol grueso para pasar la noche. Después de hacer meditación se durmió. Lo despertó la salida del sol y el trino de los pájaros que no paraban de cantarle al nuevo día. Observaba lo juguetones y alegres que eran. Se escuchó el galopar de dos caballos, miró y vio que se trataba de dos soldados que iban buscando a alguien. Se puso en pie y esperó a que llegaran hasta él. Los soldados pararon los caballos junto a Jesús, uno le preguntó con brusquedad. - ¿ Como te llamas ?. - Mi nombre es Jesús. - ¿ Solo te llamas Jesús, no tienes apellido ?.- le preguntó el soldado con severidad. - Me llaman Jesús hijo de José y de María. Los dos soldados se miraron y le dijo uno al otro. - Este no es el que estamos buscando, el otro tiene trazas de mendigo, sigamos sus huellas porque tiene que estar cerca, no puede ir muy lejos con las heridas que le hemos hecho. - ¿ Has visto a un joven mendigo por aquí ?.- le preguntó uno de los soldados. - ¿ Es por ser un mendigo que lo buscáis ?.- le preguntó Jesús mirándolo fijamente.

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El soldado llevaba el látigo en la mano y dando un latigazo al aire dijo con rabia. - Eres un insolente, ¿ Como te atreves a hablarnos de ese modo?, no solo es un mendigo, sino que también es un ladrón, sabemos que está cerca por las manchas de sangre que va dejando. - ¿ Si lo encontráis que vais hacer con él ?.- les preguntó Jesús. - Llevarlo ante la justicia para que lo condenen. - ¿ Esos que lo van a juzgar quienes son ?.- les preguntó Jesús. - Son jueces hombres de leyes.- le respondió un soldado indignado. - Estos jueces son hombres y los hombres siempre se equivocan, si esto ocurriera, ¿ Quien los condenan a ellos ?.- les preguntó Jesús. El soldado al oír esto extendió el látigo para pegarle, su compañero le sujeto el brazo diciéndole. - El chico tiene razón, o ¿ no recuerdas hace dos años cuando condenaron a un hombre por un crimen que dijeron que había cometido ?, estuvo más de un año encerrado hasta que se descubrió quien fue el culpable. - Me da igual que los jueces se equivocan o no, nosotros les tenemos que llevar un culpable, para eso nos pagan.- le respondió su compañero. - ¿ Que haces solo por aquí ?.- le preguntó uno de los soldados. - Llevo la Palabra de Dios Todopoderoso, Él solo es juez, Él es el único que puede juzgar. Aquí en la tierra el juez cuando juzga tiene que estar en contacto con Dios para no equivocarse y hacerlo bien o lo mejor posible. El soldado le dijo a su compañero. - ¡ Vamos que tenemos que encontrar al ladrón !. Los dos soldados se alejaron buscando por los alrededores. Después de este suceso Jesús volvió otra vez hacer meditación para recobrar las energías que había perdido. Se puso en camino, la brisa iba acariciando su rostro, y todo su cuerpo. Caminaba con la cabeza baja pensando en este joven que los soldados iban buscando y que decían que estaba herido. Llegó a un lugar rocoso, por encima volaban dos buitres esperando poder saltar y devorar a alguna presa que estaba a punto de morir. Fue al lugar donde volaban los rapaces buscando si todavía podría salvar alguna vida. Los animales al ver que alguien se acercaba retrocedieron posándose encima de una roca. Jesús buscaba hasta que encontró a un joven tendido encima de la tierra herido. En la cabeza tenía varios cortes por donde le brotaba sangre, la cara la tenía desfigurada por la paliza que había recibido. La camisa la tenía medio arrancada y en su pecho y espalda se podía ver los latigazos que había recibido. Lo cogió y lo puso en una buena posición para que pudiera respirar bien. Fue a buscar hierbas en abundancia y lavó las heridas hasta dejarlas limpias.

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Espantó a los buitres para que se fueran pues no querían abandonar el sitio donde se habían puesto, desde allí tenían localizado al joven herido e inconsciente para poderlo atacar de inmediato. El joven estuvo en coma todo el resto que le quedaba al día y toda la noche, con una fiebre alta. Era por la mañana cuando el joven abrió los ojos y se encontró frente a un desconocido, sintió miedo y se cubrió el rostro diciendo. - ¡ No me hagas daño !. Jesús puso su mano en la frente del joven y le dijo con voz suave. - Soy un amigo no tengas miedo de mi, estoy aquí para ayudarte. El joven rompió a llorar sacando todo el daño que le habían hecho y poco a poco se fue tranquilizando al ver que realmente estaba con un amigo, el joven le dijo. - Gracias por lo que has hecho por mí, me has salvado la vida. - ¿ Recuerdas lo que te ha sucedido ?.- le preguntó Jesús. - Me perseguían dos soldados a caballo. Uno me hizo cortes en el cuerpo con su machete, y el otro me pagaba con el látigo. Puede huir de ellos y en la huida recuerdo que me caí desde una gran altura.- respondió el joven lentamente. - ¿ Que hiciste para que los soldados te persiguieran ?. - Entré en una tienda y cogí comida y pan para llevársela a mi madre, para que comieran ella y mis hermanos más pequeños. - ¿ Donde está tu padre ?.- le preguntó Jesús. - Un día se fue abandonando la chabola en donde vivimos, dijo que se iba porque no quería ver tanta miseria. Ahora yo no puedo volver a mi casa porque los soldados me prenderían. - ¿ Como te llamas ?.- le preguntó Jesús. - Anatot, respondió el joven. - ¿ En que ciudad naciste ?. - En Damasco. Mi madre estará llorando por mi, pensando que me ha sucedido lo peor. Le dije que iba a buscar comida para ella y mis hermanos. El joven hizo un gesto de dolor llevándose la mano a la cabeza. - Descansa y no te preocupes, mañana saldré temprano e iré para ver a tu madre, le llevaré noticias tuyas, le diré que cuando estés mejor irás a tu casa, ¡ ya verás que todo se arreglará !. El joven cogió la mano de Jesús y la besó en agradecimiento por lo que estaba haciendo por él. A la mañana siguiente Jesús se despertó muy temprano. El joven dormía y Jesús lo tuvo que despertar, le dijo. - Hazme aquí en la tierra un plano de donde vive tu madre.

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El joven cogió una piedra y en la tierra dibujo la puerta de entrada de la ciudad de Damasco y el barrio donde ellos vivían. Jesús cogió su vara preparado para irse y le dijo al joven. - Dentro de cuatro días estaré de regreso. El joven cogió su mano en señal de gratitud y le dijo. - Que Dios te acompañe, y recuerda que tienes que mantenerte alejado de los soldados. - No te preocupes por mi.- le respondió Jesús. Se fue con pasos ligeros mientras que el joven lo miraba como se iba alejando. Llevaba medio día de camino, pasó por donde habían almendros, se paró y comió almendras frescas, estuvo partiendo con una piedra hasta que no tuvo más gana. El camino era largo hasta llegar a Damasco y se paró a pasar la noche cerca de un riachuelo. Era noche de Luna llena y la luz de la luna iluminaba las aguas limpias y cristalinas que bajaban lentamente. Se puso en meditación y así estuvo un buen rato al mismo tiempo que escuchaba los canalillos del agua como bajaban que parecía que fuera música celestial, seguidamente se durmió. A la mañana siguiente lo despertó el bello canto de un jilguero que entonaba su dulce trino al nuevo día, estaba posado sobre la rama de un árbol, Jesús lo miraba, el jilguero parecía que supiera que lo estaban oyendo cantar y movía sus alitas al mismo tiempo que trinaba felizmente. Era enriquecedor para Jesús vivir en la naturaleza y descubrir todo el misterio que encerraba, pero que también enseñaba a los limpios de corazón, los dejaba que entraran dentro de sus entrañas para que descubrieran toda la belleza que la Diosa Naturaleza tiene. Antes de emprender el camino se quitó la túnica y se estuvo lavando todo el cuerpo y la cabeza. Estuvo desnudo hasta que el cuerpo se le secó y después se puso la túnica e hizo una oración al cielo pidiendo a Dios que le ayudará a encontrar a la madre de Anatot. Bebió agua y seguidamente emprendió el camino. Había llegado a las puertas de la ciudad de Damasco. En la entrada habían soldados que preguntaban a la gente que llegaba que era lo que iban hacer dentro de la ciudad y para cuanto tiempo iban a estar. Cuando Jesús se disponía a entrar, uno de los soldados le preguntó. - ¿ Que vienes hacer aquí ?. - Llevo la palabra de Dios por todos sitios es por eso que quiero entrar.- le respondió Jesús. - ¿ Aparte de la vara esa que tienes llevas alguna cosa más ?. - Nada más, respondió Jesús mientras que tocaba su cuerpo con las manos para hacer ver al soldado que no guardaba nada debajo de la túnica. El soldado después de mirarlo por delante y por atrás le dijo.

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- Bueno entra, pero recuerda que solo puedes estar un día, si pasado este tiempo te encontramos da por seguro que te quedarás encerrado en las mazmorras hasta tiempo indefinido. Jesús hizo una afirmación con la cabeza y seguidamente entró. Por donde iba habían muchos comerciantes, eran más los que vendían que los que compraban. Había una parte de la ciudad que era muy rica y la otra parte que era más, se podía ver la pobreza que había era mucha. Recordó el plano que Anatot le hizo en la tierra para que encontrara la casa de su madre. Pronto llegó al lugar, por allí todo eran chabolas lo que habían. En una puerta habían dos niños que jugaban sentados en la tierra. Jesús se acercó a ellos y les preguntó sonriente. - ¿ Conocéis a Anatot ?. Los dos niños levantaron la cabeza para ver quien les preguntaban, uno de ellos respondió. - Es mi hermano. Su otro hermano llamó a su madre varias veces para que fuera. Era una mujer que tenía entre sus brazos a un bebe llorando. Ella estaba marcada por el sufrimiento y el dolor, era joven pero parecía que tuviera muchos más años. Jesús se acercó a ella y le dijo saludándola. - Mujer que Dios te guarde, ¿ Eres tu la madre de Anatot ?. Ella se sobresaltó al escuchar el nombre de su hijo y respondió alterada. - Sí dime, ¿ le ha ocurrido algo ?. - Tranquilízate mujer, tu hijo está a salvo, los soldados ya no lo buscan porque lo creen muerto. - Pobre hijo mío, ¿ Tanto daño le han hecho ?.- preguntó la madre preocupada. - Está herido pero pronto se recuperará de las heridas, he venido para decírtelo. - ¿ Donde está ?. - En un lugar donde no lo podrán encontrar porque es habitado por buitres. La mujer hizo que Jesús entrara dentro de la chabola para que se sentara y descansara un rato. Dentro era todo muy pobre, pues las pocas sillas que tenían eran viejas y estaban rotas, a la mesa le faltaba una pata. En el suelo había una palangana con agua sucia, vivían en una miseria absoluta. El bebe no paraba de llorar. Jesús le preguntó a la madre. - ¿ Que le ocurre al niño, porque llora de ese modo ?. Ella puso su mano en la frente del bebe y respondió. - Tiene mucha fiebre hace dos días que está de esta manera y no se que hacer. - Dame el niño, le dijo Jesús. Ella se lo entregó. Jesús cogió al niño por debajo de los bracitos y poniendo su carita frente a la de Jesús le dijo con energía.

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- No llores más porque tus males están curados. Seguidamente se lo devolvió a su madre y el niño fue callando poco a poco hasta que se quedó dormido. Ella tocó la frente de su hijito y notó que la fiebre había desaparecido. Ella le preguntó a Jesús. - ¿ Eres médico ?. - Médico como los que tu crees no soy, yo curo el espíritu para que el cuerpo sane. Ella no comprendió lo que Jesús le quiso decir y no le hizo más preguntas, estaba contenta de que su hijo se hubiera dormido. Jesús tenía algo de dinero que Marta le dio antes de irse, él lo guardaba por si alguien lo necesitaba, eran algunas monedas de plata, introdujo su mano dentro del bolsillo que tenía la túnica y sacó tres, se las entregó a la madre de Anatot diciéndole. - Coge estas monedas y compra comida para ti y para tus hijos, os permitirán vivir un tiempo, no te desesperes mujer que pronto todo cambiará para ti. Ella tenía la mano abierta y miraba contenta las monedas de plata que le había entregado ese joven. - ¿ Como te llamas ?.- le preguntó ella demostrando su agradecimiento. - Mi nombre es Jesús. - ¿ Cuando volverás a ver a mi hijo ?. - En apenas dos días.- le respondió Jesús. - Dile que se cuide y que no vaya hacer otra cosa más para que no lo detengan, dijo ella con lágrimas en los ojos. - Le daré tu mensaje, mujer. - Quiero darte las gracias por todo lo que has hecho por nosotros y aun más por lo que has hecho por él. Jesús puso sus manos encima de la cabeza de los otros dos hijos de la mujer y dijo orando. - Padre cuida de ellos y dales lo que necesiten. Se acercó a la mujer y se despidió de ella diciéndole. - Mujer que el amor del universo te bendiga. Jesús salió de la chabola para salir de la ciudad de Damasco. Una vez fuera fue buscando en el campo un lugar para dormir porque la noche estaba llegando, el agotamiento que tenía era grande y necesitaba cobrar energías. De madrugada se desató una tormenta con grandes relámpagos, acompañados por los truenos. La lluvia que caía era en abundancia Jesús estaba resguardado dentro de una roca que había encontrado, esa noche no la

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quiso pasar al raso porque el cielo anunciaba una fuerte tormenta que duró toda la noche. Amaneció un bonito día pero el agua que cayó había hecho muchos destrozos, en la tierra se podían ver grandes agujeros y surcos que iban ladeados, también había caído un rayo en un árbol y estaba medio quemado. Jesús continuó su camino con dificultad al pisar en la tierra por la encharcada que estaba, los pies se le hundían y las sandalias se le quedaban pegadas en el barro. Era pasado mediodía cuando llegó donde había dejado al joven Anatot, vio que no estaba allí y miró por todo el alrededor para ver si lo veía. Jesús se puso a llamarlo a gritos. Se escuchó la voz de Anatot que dijo. - Estoy aquí abajo. Jesús bajó hasta encontrarlo, estaba metido debajo de un peñasco. - ¿ Porqué te has escondido aquí ?.- le preguntó Jesús. El joven salió de su escondrijo y respondió. - Oí que alguien se acercaba, tuve miedo y me escondí aquí. - Las heridas están medio curadas pronto te podrás ir.- le dijo Jesús mientras que le miraba la cabeza y el cuerpo. - ¿ Has visto a mi madre ?.- le preguntó Anatot esperando una respuesta. - La he visto y también a tus hermanos, pobre mujer sufre mucho por ti, y tiene miedo de que te pase algo. Me ha dicho que te diga que te cuides, y que no vayas hacer ninguna tontería. Anatot lloraba en silencio y decía por lo bajo. - Pobre madre mía que poca suerte tuvo al elegir a mi padre como esposo. - ¿ Porqué nos ha tocado vivir esta vida ?, hay mucha gente que conozco que no son buenos y viven bien, ¿ Porqué ?.- le pregunto a Jesús. Jesús lo miraba lleno de ternura y lo comprendía porque sabía que lo que decía era verdad, aunque las cosas sucedían porque había una razón para el entendimiento Divino que escapaba al del hombre. - Las fuerzas de la Naturaleza se mueven la mayoría de veces para probar, necesitan saber quien merecen más una cosa u otra hasta que llegan a una conclusión, quien debe de poseer esto o lo otro.- le respondió Jesús. Anatot miraba a Jesús extrañado por lo que decía, él no comprendía y dijo. - Con nosotros se está cometiendo una injusticia, porque somos buenos, el único que ha fallado aquí ha sido mi padre, él jamás nos quiso, ¿ Porqué no lo castigan a él ?. - ¿ Porqué crees que no ha sido castigado ?.- le preguntó Jesús. - Porqué creo que solo se enriquecen los que son malos, ¿ Tan malo es el que ayuda a los destructores ?.- le preguntó Anatot.

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- ¿ Porqué piensas eso ?. - Porque creo que entre ricos y pobres hay una guerra, los buenos van con los que lo son, y los malos con los de sus bandos, los buenos nunca ganaran una batalla. - ¡ Te equivocas !, ¿ Me oyes ?, no vuelvas a decir eso nunca más en presencia mía porque no es cierto. Las pruebas que te están dando, tú las estás haciendo fracasar.- le respondió Jesús enojado. - ¿ Porque te enfadas, acaso tiene esto algo que ver contigo ?.- le preguntó el joven Anatot. - Claro que sí aunque creas lo contrario, yo también estoy luchando para que el bien venza al mal. - Si a lo que tu te refieres es que me has salvado la vida pues puedo creer que estás al lado del bien, pero el mal sigue haciendo y trabajando para conseguir sus deseos.- le respondió Anatot. - Seguirá trabajando como tu dices pero llegará un día que todas las almas que hay en la tierra se unirán al alma universal.- le dijo Jesús convencido de lo que decía era verdad. - Cuando dices el alma Universal, ¿ A quien te estás refiriendo?. - Por supuesto que a Dios, el Todopoderoso él jamás ha perdido una batalla. El joven Anatot escuchaba atentamente esto último que Jesús dijo y le preguntó interesado por saber más. - Entonces tu debes de saber en donde está Dios, y por que no actúa con los otros. - Para Dios tampoco es fácil es por eso que tarda tanto tiempo en cambiar las cosas. En cada persona vive el bien y el mal, es dentro de cada uno donde está la lucha por alcanzar el bien, por estar en paz consigo mismo para que el ego y la maldad no coja superioridad dentro de su ser.- le respondió Jesús. - ¿ Pero como una persona se va a dar cuenta de lo que vive dentro de su cuerpo ?, Yo ahora puedo sentir deseos de matar al que nos ha hecho daño, al que impide y no nos da trabajo para que comamos y comprarnos lo que necesitamos, al que nos hace la vida imposible, nos maltrata y nos desprecia precisamente por ser pobres, ¿ No es cierto que yo sienta este deseo hacia esas personas ?. - Si es cierto, pero es el mal el que te está aconsejando para que lleves acabo esa terrible hazaña, está esperando a que lo hagas para poder apoderarse de tu alma. Esta es la lucha que hay dentro de cada ser. No todo en la vida de una persona es siempre de esa manera, cuando llega un cierto tiempo todo cambia y él que estaba arriba luego está abajo y le tiene que pedir favores al que un día despreció. - ¿ Porqué sabes tu estas cosas ?.- le preguntó Anatot. - Porque Dios es mi Padre y el Padre de todos. - Si esto lo entiendo de que todos somos hijos de Dios, ¿ pero porqué yo siendo también un hijo suyo pienso de diferente manera que tu ?.

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- Porque cada uno somos distintos en maneras de pensar y de actuar, ¿ Te das cuenta como para Dios es difícil de que el ser humano lo entienda ?.- le respondió Jesús. - Pues sí que tiene que ser difícil porque por ejemplo yo no hubiera hecho por ti o por otro lo que tu has hecho por mí de ir hasta Damasco arriesgando tu vida con los soldados, para llevarle un mensaje a mi madre y venir después aquí. También de haber estado a mi lado un día y una noche curándome las heridas, le dijo Anatot. - Aunque no lo creas si que he obtenido beneficio. - ¿ Cual ?, le preguntó Anatot extrañado. - El sentirme querido y amado por Dios mi Padre. El joven Anatot lo miraba confuso, quería llegar a comprender y a sentir algo aunque fuera muy poco de lo que Jesús sentía, sus pensamientos y sentimientos, iban por otro lado. - Se que no soy como tu, tu eres valiente y generoso. Me gustaría preguntarte si tus padres viven o no, le preguntó Anatot. - Ellos viven en la gloria de Dios, yo los quiero mucho. - ¿ Has pensado en el día en que ellos mueran ?. - Ellos no morirán jamás. - Pues tengo entendido que todos morimos, le respondió Anatot con ironía. - Todos los que creen en Dios y en mí, permanecerán siempre vivos. Los que mueren son esos que no obedecen a la Voz de mi Padre. - No soy tan listo como tu y nunca entenderé todo eso que dices, pero creo que eres alguien importante que esconde su nombre para que no lo reconozcan. - Mírame bien y dime que ves en mi. Anatot lo miraba de la cabeza a los pies y dijo encogiéndose de hombros. - No te veo nada de diferente a los demás, solo a un joven como yo. - En los libros Sagrados el Profeta Isaias escribió. Estará entre vosotros y no lo reconoceréis.- dijo Jesús. - Se que soy torpe pero tampoco se quien es ese tal Isaias.- respondió Anatot algo afligido. Anatot miraba a Jesús buscándole algo que lo hiciera diferente a los demás, pero no le vio nada. En sus adentros pensaba que no conocía lo suficientemente a Dios como para encontrar una chispa Divina en ese joven. Jesús estaba cansado, las piernas le dolían y se quedó dormido encima de la hierba. Anatot lo miraba como dormía y dijo por lo bajo. - Por mucho que lo miro no le encuentro nada, ¿ Será culpa mía porqué no lo se ver ?, ¿ Quizás sus maneras de hablar es lo que le hace ser diferente a todos ?. Jesús estuvo durmiendo una hora. Cuando abrió los ojos vio que Anatot lo seguía mirando. Jesús se incorporó y se quedó sentado.

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- ¿ Te duelen las heridas ?.- le preguntó Jesús. - Mucho menos, están ya cicatrizando.- le respondió Anatot. - ¿ Que es lo que vas hacer ahora, a donde iras ?.- le preguntó Jesús. - No lo se, tengo que dejar pasar un tiempo hasta que pueda volver a Damasco.- respondió Anatot pensativo. - ¿ Y tu a donde te diriges ahora ?.- repuso Anatot. - Donde haga falta, allí donde me necesiten yo estaré.- respondió Jesús mirando al horizonte. Anatot no entendió lo que Jesús le quiso decir y prefirió no decir nada, pues no quería que Jesús lo creyera más ignorante de lo que era. - Lo que no entiendas me lo preguntas, le dijo Jesús. - Es que te tendría que estar siempre preguntando porque no entiendo tu manera de hablar, le respondió Anatot levantando los hombros. - Que no te preocupe eso, los sabios son sabios a fuerza de preguntar. El que no pregunta, jamás llega a saber nada y toda su vida la pasa de ignorante. - ¿ Eres extraño lo sabías ?, tu comportamiento es tan distinto a los demás hombres, que me dejas a veces parado y no se que responderte. - ¿ Entonces te estás dando cuenta que no soy como los demás hombres ?. - Quizás según voy conociéndote piense eso, ¿ Siempre vas caminando ?, le preguntó Anatot cambiando de tema. - Siempre, soy un peregrino. - ¿ Lo haces porque te gusta ?. - A parte de que me gusta soy un mensajero de Dios. - Ya decía yo que tu no eras como los demás, ¿ Te debes de comunicar con Él ?, ¿ Dime como lo haces ?. Esta pregunta que Anatot le hizo a Jesús lo hizo sonreír y le respondió. - Hablo con Él, a parte que se lo que tengo que hacer aquí en la tierra. - Si sabes lo que tienes que hacer es porque te lo dice, ¿ Dime cuando fue la última vez que hablaste con Dios ?.- le preguntó Anatot muy interesado por saberlo. - Esta mañana antes de emprender el camino hacia aquí.- le respondió Jesús con una sonrisa. - ¿ Puedes ver a Dios ?.- le pregunto Anatot cada vez más interesado. - Claro que sí. - Yo quiero verlo. Jesús hizo una pausa y después le dijo. - Está dentro de ti, si tu interés por verlo es grande y sincero lo verás.

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Anatot ver si lo veía.

miraba su cuerpo, su pecho, vientre y brazos buscándolo para

- No es así como lo vas a encontrar, tienes que mirar con los ojos del espíritu.le dijo Jesús. - ¿ Como se hace eso ?. - Busca dentro de ti todas las respuestas que quisieras encontrar a tus problemas y a tus deseos, verás que poco a poco irás escuchando una voz que te habla. Búscalo siempre con amor, y jamás por un interés porque de esa manera no se manifiesta Dios. Cuando encuentres a Dios en el amor verás que tu vida cambiará y será todo para ti de otra manera. Entonces solo tienes un interés, es el de hacer el bien, de esa manera serás feliz. Llegarás a conocer a tu ser interno y tratarás de darle mucha felicidad que compartiréis los dos juntos. Anatot se había quedado con la boca abierta escuchando a Jesús, cuando se dio cuenta de que había acabado le dijo. - No creo que yo pueda llegar hacer todo eso, pues para mi es demasiado complicado y además necesito que todo se me de rápidamente. - No llegarás entonces a nada de ese modo, el trabajo es lento pero seguro, y el que se propone llegar llega. - ¿ Es así como tu lo has conseguido ?, le preguntó Anatot. - Antes de que yo naciera sabía lo que tenía que hacer pero no puedo descuidar la oración, las enseñanzas y la ayuda a todas las personas que lo necesiten. Anatot no respondió nada a esto que Jesús dijo porque no lo comprendía. Solo le dijo. - Quiero que me enseñes a orar. Jesús lo enseñó al igual que hizo con las demás personas que se iba encontrando. Hacía una semana que Jesús estaba con Anatot haciéndole compañía. Los dos hacían meditación juntos, Jesús quiso que así fuera para que aprendiera bien y la hiciera amenudo. Un día Anatot le comunico a Jesús diciéndole. - No siento nada al hacer meditación, me distraigo con un pequeño ruido que haga un roedor y con el vuelo que hace un pájaro al posarse en un árbol. - No te preocupes por eso, yo también oigo lo que dices pero mi mente está con Dios. Eso es parte de un cultivo que tienes que ir haciendo despacio. Hay hombres que llevan años buscando a Dios y cuando lo encuentran ya no paran por lo bello que es ese amor. - ¿ De qué amor me estás hablando ?.- le preguntó Anatot. - Del amor que todos llevamos dentro. Cuando Dios creó todo el universo lo hizo con amor, sin ese amor que Él sacó de sí mismo no se hubiera hecho la luz. - El amor que yo siento es por mi madre y por mis hermanos.

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- Está bien de que sientas amor por tu familia, es normal porque has nacido de ellos, pero ese amor lo tienes que sentir por tu prójimo también. - Es difícil de que yo sienta amor por quien me haya hecho daño, o se lo haya hecho a mi madre y a mis hermanos.- le respondió Anatot estando seguro de lo que decía. - Los hijos de la Luz sienten amor hasta por su peor enemigo. - Los hijos de la Luz como tu dices yo no se quienes son, deben ser elegidos por Dios, pienso yo, pero a lo que a mí se refiere no podría sentir amor por alguien que me ha hecho daño. Yo jamás podré ser un hijo de la Luz. - Nunca más repitas eso, porque dentro de ti está la Chispa Divina, el rayo de fuego que te creó, y si ese fuego arde con fuerza no serás tu quien lo puedas parar.- le dijo Jesús. Anatot escuchaba a Jesús con atención, le gustaba hacerle preguntas para luego oír las respuestas aunque entendiera a medias. Le dijo a Jesús. - Mi madre hace muchos sacrificios, sufre mucho por la vida que le ha tocado vivir, ¿ No será jamás recompensada por esto?. - Todo sacrificio tiene una recompensa, no lo olvides.- le respondió Jesús. La noche había llegado y Jesús había decidido de irse al día siguiente con la salida del sol, y así se lo comunicó al joven Anatot. - Mañana me iré. Anatot se quedó que no sabía que responder porque al lado de Jesús se encontraba bien, al joven le brotaron de sus ojos dos lágrimas. La noche fue fresca, el cielo estaba cubierto de nubes tapando a las estrellas. Al día siguiente a la hora de que saliera el sol, el cielo empezó a despejarse. Jesús decidió de emprender la marcha. Anatot estaba de pie siguiendo los pasos de todo lo que Jesús hacía. Estaba nervioso y no lo podía evitar porque le había cogido cariño. Su vida no sabía como iba a ser pero seguiría los consejos que Jesús le dio, pensándoselo mejor decidió de ir con él. Jesús cogió su vara y se puso en marcha. Anatot iba a su lado caminando con él. - ¿ A donde vamos, que dirección seguimos ?.- le preguntó a Jesús. Jesús siguió caminando sin responder nada. Anatot volvió a preguntarle lo mismo. Jesús lo miró y le dijo. - Antes te dije que voy a donde me necesitan. - Ya me acuerdo que me lo dijiste, ¿ Pero está dirección donde nos lleva ?. - Al mar.- le respondió Jesús mientras caminaba. - El mar está lejos de aquí, ¿ Que vamos hacer allí ?.- le preguntó Anatot sorprendido. - Tu puedes hacer lo que quieras, yo voy hacer lo mío. - Parece que estés enfadado conmigo, ¿ Te he hecho algo ?. - No me has hecho nada, pero tu no puedes venir conmigo.

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- Antes me dijiste que hay que sentir amor por nuestros semejantes, ¿ Porqué no me dejas que siga a tu lado ?.- le preguntó Anatot. - Es cierto que hay que sentir amor por los demás, pero tu serás un impedimento para mí, pues eres joven tienes cerca a tu madre y a tus hermanos, los puedes ayudar. En lo que ahora tengo que hacer, tu no puedes participar, ni sabrás nunca de que va. Ya te he dado mi ayuda, ahora tienes que valerte por ti mismo.- le respondió Jesús. - Es que hasta que no pase un poco de tiempo no puedo volver a Damasco y no sé a donde ir. - Yo tampoco, pero sé que alguien me espera.- le dijo Jesús mirándolo de frente. No volvieron hablar en un buen rato. Pasaron por delante de una granja, donde habían gallinas picoteando en la puerta. Anatot le echó el ojo a una y corrió tras el animal hasta que la cogió. Como la gallina no paraba de quejarse fuertemente la cogió del cuello y se lo retorció. Él contento con la gallina muerta en sus manos corrió tras Jesús hasta que lo alcanzó y mostrándosela, le dijo. - Mira lo que he cogido, más adelante la desplumaré y la asaré, tendremos una buen cena. Jesús miraba indignado a la gallina muerta y aún más rabia le dio de ver la cara de satisfacción que tenía Anatot, por lo que había hecho. Jesús le dijo. - Has vuelto a robar, ahora si que es un robo lo que has hecho, porqué no era necesario de que hicieras esto. - He cogido la gallina para ti y para mi, hace días que solo comemos frutas salvajes y raíces, mi estómago me pide algo más fuerte.- respondió Anatot sorprendido porque pensaba que lo había hecho bien. - Entra en la granja y dile al granjero lo que has hecho con la gallina y se la entregas.- le dijo Jesús. Anatot al oír lo que le decía la tiró al suelo y respondió. - Eso no lo hago, porque el granjero me molerá a palos, yo solo quería comer. Jesús cogió a la gallina del suelo y fue hasta la puerta de la granja. Salió el granjero, era un hombre joven y robusto. Cuando vio a la gallina muerta su cara enrojeció de ira, pensaba que era Jesús que la había matado, se fue hacia él para cogerlo del cuello. Jesús lo detuvo con la mano y le dijo señalando a Anatot. - Es él quien la ha matado pero no lo ha hecho con mala intención, es que tiene hambre. El granjero no quería oír lo que Jesús le decía y fue corriendo tras de Anatot que también corría todo lo que podía. Hasta que el granjero abandonó la persecución, y volvió donde estaba Jesús, le dijo muy enfadado. - ¡ Era la gallina que más huevos ponía, quiero que me la pagues y ahora mismo !.

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Jesús sacó del bolsillo de su túnica una moneda y se la entregó al granjero junto con la gallina. Este miró la moneda y le dijo con desprecio. - Esta moneda no vale apenas nada, la gallina cuesta mucho más, sino tienes más dinero tendréis que pagarme con trabajo aquí en el campo. - Estoy de acuerdo en lo que dices.- le respondió Jesús. Jesús llamó al joven Anatot y le dijo que fuera allí. El joven obedeció y cuando estuvo junto a los dos, Jesús le dijo. - Tienes que quedarte aquí en la granja hasta que pagues con trabajo el precio que vale la gallina. - ¿ Tu te vas a ir sin mi ?.- le preguntó Anatot. - Eso es, yo debo continuar. Jesús se dirigió al granjero y le dijo. - Cuando haya pagado el coste de la gallina déjalo trabajar en tu granja, es bueno pero es joven y no se para a pensar mucho las cosas. Tiene una madre y hermanos para mantener, necesita dinero. - Le daré trabajo si veo que se porta bien.- le respondió el granjero. Jesús se despidió de Anatot y le dijo. - Pórtate lo mejor que puedas y aprende que hay que respetarlo todo para que tu vida pueda ser buena. Anatot le dio un abrazo a Jesús y le dijo. - Perdóname todo lo que te hecho pasar, y también te quiero decir que en los días que hace que te conozco te quiero como si fueras un hermano mío. Si un día nos volvemos a ver te pagaré todo lo bueno que has hecho por mi familia y por mí. - Ya estoy pagado por todo lo que dices, y también te perdono porque si no lo hiciera no me pagarían, le respondió Jesús. - Mecachis, ni siquiera hoy por ser el último día que estoy a tu lado te entiendo, dijo Anatot con pesadumbre. Era la época de la siega del trigo. Había llegado a una casa rústica donde habían tres hombres en el campo cortando el trigo. Como la calor que hacía era sofocante, Jesús se paró en la puerta de la casa, para pedir que le dieran un poco de agua. Salió una mujer de mediana edad que al ver a Jesús lo confundió con alguien que iba a pedir trabajo, y como el que había era mucho, ella sin saber que era lo que quería le dijo señalando a donde estaban los trabajadores. - Ves allí porque hay trabajo para todo el que venga, parece que hayas caído del cielo, te pagaré bien y te daré la comida. - Esta bien, pero antes quiero que me des un poco de agua, respondió Jesús. - Ahí tienes el agua, bebe toda la que quieras, le dijo ella señalando una tinaja que había cerca de la casa.

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La mujer le dio una hoz para que segara el trigo. Después de que hubiera bebido agua se unió a los tres hombres en la faena de la siega. Era pasado el mediodía cuando la dueña de la casa, les dijo gritando. - La comida está encima de la mesa. Dejaron de trabajar y se dirigieron a la casa, entraron dentro y había esperándolos una sabrosa comida ya puesta en cada plato. Estos tres obreros eran hijos de la mujer. Mientras comían uno de ellos le dijo a Jesús. - El calor es fuerte y el trabajo agobia, cuando hayamos acabado de recoger todo el trigo te pagaremos, pues tendremos para varios días, quizás quince o veinte. - ¿ Te dijo alguien que necesitábamos gente ?.- le preguntó el otro hermano. - Nadie me dijo nada, voy de paso y me quedo en donde me necesitan.- le respondió Jesús. - Tu no eres de aquí, ¿ Verdad ?.- le preguntó el mismo de antes. - Vengo de lejos. La dueña de la casa miraba como Jesús comía lentamente y le dijo. - Hijo come bastante, pues el trabajo es duro y el sol pega fuerte, si te debilitas no podrás acabar la tarea y te necesitamos. Jesús no le respondió nada y terminó su plato después que sus hijos, pero comió bien. El sabía lo que tenía que hacer y lo que no, conocía su cuerpo y le daba lo que necesitaba. Terminaron de comer y volvieron de nuevo al trabajo, se fueron a descansar ese día cuando la noche había llegado. No lejos de allí había un río, y después de cenar dijeron los tres hermanos de ir para darse un baño. Jesús también fue con ellos pues necesitaba también tener contacto con el agua, y a parte que esa noche era calurosa y era lo que más esperaba lavarse en el río para sentirse mejor. Cuando llegaron al río se despojaron de sus ropas y se metieron dentro. El agua que corría era limpia y estaba fresca. Cuando regresaron a la casa, la dueña los estaba esperando sentada en la puerta. Ella les preguntó. - ¿ Os habéis dado un buen chapuzón ?. - Sí madre el agua estaba muy buena.- le respondió uno de los hijos. Ella dirigiéndose a Jesús le dijo. - Hijo eres de pocas palabras, ¿ De donde vienes ?. - Del desierto.- le respondió Jesús. - El desierto queda lejos de aquí, ¿ Que hacías allí te escondías de alguien ?, le preguntó uno de los hijos. - De nadie, le respondió Jesús. - Los malhechores van a esconderse al desierto, saben que allí nadie los va a ir a buscar, le dijo otro de los hermanos.

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- Yo hago muchas cosas y todas son buenas. - Entonces que era lo que hacías allí. - Descansar. - ¿ Tan joven como eres tienes que descansar ?. - Así es, yo trabajo en un día lo que tu trabajas en tres, le respondió Jesús. Los tres hermanos comentaron. - Eso que dice no es cierto. Jesús miraba a la madre y a sus tres hijos y les dijo. - Me habéis dicho que me pagaríais cuando se acabara la siega del trigo, pero vuestra intención es la de no darme nada, lo supe nada más llegar aquí y sin embargo me he quedado para ayudaros. Mañana os demostraré que yo solo voy a sacar el trabajo que hacéis los tres juntos en un día. Los tres con ironía decían. - Esperamos que llegue mañana, ya veréis que sorpresa nos vamos a llevar. La madre no decía nada, solo observaba a Jesús porque había dicho que no les iban a pagar y estaba en lo cierto. Siempre hacían lo mismo con todos los obreros que llegaban. Como sus hijos eran fuertes y les gustaban la lucha, pues estas eran sus armas que utilizaban para no pagar a los obreros. Decían que con la buena comida que comían estaban pagados. La dueña de la casa en el mismo instante que vio a Jesús se dio cuenta de que era diferente a los demás, incluso a sus hijos, tenía algo que le hacía ser especial a todos los que ella conocía. En muchos años habían engañado a muchos obreros, pero ella no podía hacer esto con Jesús porque algo le decía que una desgracia caería sobre ellos. Ella dirigiéndose a Jesús le dijo. - Esta noche duerme con uno de mis hijos en su habitación. - Estoy acostumbrado a dormir en el campo, así es que dormiré fuera.- le respondió Jesús. A la mañana siguiente amaneció con mucho sol. Cuando Jesús se despertó estuvo orando un rato y pidiendo a Dios por la madre y por sus tres hijos. Se comportaban de ese modo, porque eran ignorantes, eso hacía de que se portaran mal con los demás. Después de desayunar se dirigió Jesús y los tres hermanos a los trigales dispuestos a reírse de Jesús, después de lo que había dicho. Al medio día Jesús tenía cortado y hecho trazados tres veces más que los hermanos. Ellos se miraban extrañados de ver todo el trabajo que Jesús había hecho, efectivamente era tres veces más que lo que ellos habían cortado y recogido. Uno de ellos se acercó a Jesús en plan chulo y le dijo. - Dinos como lo has hecho. - Toma la hoz, porque a partir de estos instantes sois vosotros quien lo vais hacer solos, porque yo me voy.- le respondió Jesús.

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Como este no cogía la herramienta, Jesús la dejó encima de la tierra. Los tres hermanos se dieron cuenta del obrero que perdían, fueron a buscar a su madre para ver ella como mujer, lo retenía allí con buenas palabras. La madre escuchaba desde la puerta de su casa todo lo que estaba pasando, y entró en el casa para buscar unas monedas y dárselas a Jesús para que se quedara. Ella con la mano abierta le enseñó cuatro monedas y le dijo. - Esto te doy ahora, y cuando todo el trabajo se haya terminado te daré mucho más. Jesús estaba preparado para irse con su vara en la mano. Miró las monedas y cogió tres, y le dijo a la dueña de la casa mirándola de frente. - Cojo lo que creo que me he ganado, el resto te lo puedes guardar. - ¿ Porqué te vas ?.- le preguntó ella desesperada. - Porque aquí no me necesitáis.- le respondió Jesús. - Que la paz esté con vosotros.- le dijo Jesús al despedirse de ella. Continuó su camino. Era ya por la tarde y se paró a descansar en un lugar llano con mucha hierba y florecillas que sobresalían por encima. Habían árboles donde los pájaros tenían sus nidos y empezaban a recogerse. Estaba cansado por el día tan ajetreado que había tenido. Hizo un rato de meditación y seguidamente se durmió. A la mañana siguiente lo despertó algo que corría por su alrededor. Miró y vio que se trataba de dos ardillas que jugueteaban en la hierba, iban detrás de unas semillas que daban los árboles para comérselas. Las estuvo observando lo bonitas que eran y lo graciosas, la agilidad que tenían era grande, como subían y bajaban de los árboles. Jesús reía a carcajadas quizás sin darse cuenta pero es que eran tan simpáticas que parecía que lo hicieran aposta para hacer reír, también por el lenguaje que entre ellas tenían. Después de estar orando un rato emprendió el camino. Pasó por donde había un río, se quitó la túnica y se metió dentro. Disfrutaba bañándose como si fuera un niño, después de lavarse jugaba con el agua hasta que se cansaba y salía. Hacía dos horas que iba caminando y alcanzó un carruaje que iba tirado por un mula. Iban subidos delante un matrimonio de mediana edad y dos hijas de ellos sentadas detrás cantando una canción, mientras que miraban como Jesús se les iba acercando. Las miró sonriendo y les hizo un saludo con la mano y cuando caminaba a los pasos de la mula le dijo al padre que era quien tenía las riendas. - Que la paz de Dios sea con vosotros. - Y contigo también hijo.- le respondió él. - Lleváis alegría.- le dijo Jesús. - Es que nos ganamos la vida de esta manera, vamos de pueblo en pueblo, mi mujer canta, yo toco la flauta. Una de mis hijas toca la pandereta y la otra baila, somos una familia de artistas. - Es bonito lo que hacéis.- le respondió Jesús.

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- Si, eso es lo que muchos nos dicen, pero cuando terminamos el número y mi hija pasa la pandereta para que nos dejen unos centavos se dan la vuelta y se van, pocos son los que echan algo. Ahora estamos llegando a este pueblo que se ve, pues tenemos que comer algo y solo tengo dos centavos que me queda en el bolsillo, los cuatro no podemos comer con eso ni siquiera uno. La esposa miraba y escuchaba lo que iban hablando su marido y Jesús. Las dos hijas se habían puesto detrás de sus padres para oír también lo que decían. Una de ellas, la que bailaba le comentó a su hermana por lo bajo. - ¿ Te has fijado en lo guapo que es ?. Las dos hermanas reían coqueteando y llamando la atención de Jesús. Él se había dado cuenta pero seguía hablando con el padre como si con él no fuera. Habían llegado a una explanada donde todo estaba cubierto de hierba. El hombre paró el carruaje y desató la mula para que comiera hierba y descansara un rato antes de entrar en el pueblo que estaba a cien metros. Los cuatro de la familia bajaron del carruaje para hacer un poco de ejercicio y estirar las piernas. - ¿ Vives en este pueblo ?, le preguntó el hombre a Jesús. - Solo voy de paso, le respondió. - Nosotros nos vamos a quedar aquí a descansar un rato hasta que la mula coma, le dijo el hombre mientras que hacía ejercicios con las piernas y el cuerpo. Su esposa también hacía estiramientos por otro lado. La hija que bailaba se acercó a Jesús mirándolo con una sonrisa y tocando su vara le dijo para entrar en conversación. - Me gusta, ¿ la llevas siempre contigo ?. - Es mi compañera de camino. - Si yo te la pidiera, ¿ Me la darías ?. - No. - ¿ Por que no ?. - Porque sabe todos mis secretos, le respondió Jesús sonriendo. Ella lanzó una carcajada y dijo. - ¿ Como una vara va a saber tus secretos ?. - Pues los sabe aunque no lo creas.- le respondió Jesús, siguiéndole la broma que para ella era. - ¿ De qué manera le cuentas tus cosas ?.- le preguntó ella sin dejar de reír. - No hace falta que le cuente nada, lo ve.- le respondió Jesús mirándola dulcemente. - No me lo creo, me estás engañando. - Te estoy diciendo la verdad.

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Su otra hermana se acercó a ellos para participar en la conversación que tenían y dijo. - Yo si que me creo que la vara sepa cosas de él. - Estás loca, ¿ de verdad lo crees ?.- le respondió la bailarina. - Claro que sí.- aseguró su hermana. - Mi hermana te está siguiendo la corriente.- le dijo la bailarina a Jesús. - Creo que no.- le respondió Jesús. El matrimonio se agregó a ellos y le dijo la madre a sus hijas. - Vamos a subir al carruaje que tenemos que llegar al pueblo. - Son un poco pesadas, ¿ no ?.- le dijo el padre de ellas a Jesús. - Todo lo contrario, son muy simpáticas y agradables las dos. - ¿ Como te llamas ?.- le preguntó la bailarina. - Jesús, ¿ Y tu ?. - Isabel, y mi hermana Aurora. - Tenéis las dos nombres bonitos.- le respondió Jesús. El matrimonio y su hija mayor, Aurora subieron en el carruaje y la hija más pequeña, Isabel caminaba al lado de Jesús, buscando un tema de qué hablar. Ella le preguntó. - ¿ Te quieres quedar con nosotros ?. - No puedo, pues tengo que seguir aunque me gustaría. - ¿ Eres viajante ?. - Soy caminante. - ¿ Y para qué caminas ?. - Para encontrar la verdad en todas las cosas. Ella miró perpleja y le preguntó. - ¿ Que quieres decir ?. - Pues que profundizo en todo hasta saber lo que es bueno y lo que no lo es. - ¿ Eso que haces es necesario ?. - Mucho. - ¿ Porqué ?. - ¿ Te das cuenta que tu también estás profundizando ?. - ¿ Quien yo ?, ¿ Eso es profundizar ?. - Así es.- le respondió Jesús. - Entonces si sigo haciéndote preguntas y tu me das las respuestas, ¿ Puedo llegar a saber lo que buscas ?. - Eres un encanto de mujer, ¿ Lo sabías ?.

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- Se que soy bonita y que los hombres me miran cuando bailo. - No me estoy refiriendo a eso.- le respondió Jesús. - ¿ No ?, pues, ¿ Porque dices que soy un encanto de mujer ?. - Por otra razón. Habían llegado al pueblo. El carruaje se paró en una plaza donde transitaban bastante gente y algunos entraban en una casa de comida que había. El olor a guiso estaba esparcido haciendo que se abriera el apetito. El matrimonio hablaban a solas de la comida. El marido metió la mano en su bolsillo y le mostró los dos peniques que le quedaba. Jesús sabía que tenían que comer, ellos no eran como Él que se alimentaba de fruta y otros vegetales. Se acercó al matrimonio y les dijo. - Entremos dentro para comer. El matrimonio lo miró extrañado. El marido le dijo, - No tenemos dinero. - Ya me lo dijiste antes, pero os invito yo. La esposa se puso contenta y llamó a sus dos hijas diciéndoles. - Vamos a comer comida de la buena. Jesús y los cuatro de familia entraron en la casa de comidas y se sentaron en una mesa larga donde habían más personas comiendo y bebiendo. El posadero fue y les dijo. - Hoy tenemos un estofado excelente, ¿ Cuantos platos pongo ?. - Somos cinco.- le respondió Jesús. El posadero se fue y vino al poco tiempo con dos platos llenos de comida poniéndolos encima de la mesa, con los tres siguientes hizo lo mismo. También dejó cinco vasos de cerámica y una jarra de vino. El matrimonio y sus dos hijas comían con apetito hasta dejar el plato casi limpio. Jesús los miraba contento de ver como se habían quedado satisfechos. Le preguntó al posadero cuanto se debía. Le dio el importe y seguidamente salieron fuera. La hora de que ellos empezaron la actuación sería por la tarde que era cuando más gente circulaban por allí. Empezaron a preparar las dos hijas los vestidos que se tenían que poner para la actuación. Isabel la hija más pequeña habló con sus padres y les dijo. - Hoy yo no bailo. - ¿ Porqué ?.- le preguntó su padre contrariado. - Porque no tengo un vestido bonito, es el mismo que llevo desde hace tres años.- le respondió la hija llorando.

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- ¿ Que te ocurre ?, porqué nos haces esto.- le preguntó la madre enfadada. - Porque quiero lucir un vestido nuevo y también hacerme otro peinado, este que llevo es de niña y ya no me gusta. - ¿ Que mosca te ha picado ?, ¿Eh ?,.- le dijo la madre sacudiéndola por un brazo. Isabel lloraba cubriéndose su cara con las manos. - Vamos vístete rápidamente porque pronto empezamos.- le dijo su madre advirtiéndola y mientras que bajaba del carruaje. El matrimonio le fueron a preguntar a su hija mayor que era lo que le sucedía a su hermana. Ella les respondió. - ¿ Se ha enamorado ?. - ¿ De quien ?.- le preguntó la madre pidiéndole explicaciones. - De él.- le respondió su hija señalando a Jesús. El matrimonio estaban pasando por un mal trance, veían como se iba acumulando gente esperando a que empezara el número que tenían preparado. Jesús estaba de los primeros y cuando notó la ausencia de Isabel se acercó al matrimonio y les preguntó. - ¿ Donde está vuestra otra hija ?. - Dentro del carruaje.- Le respondió el marido apenado. - ¿ Por qué no sale ?. - Dice que no tiene un vestido nuevo para bailar y que quiere otro, jamas antes nos había hecho esto. Hoy que hay tanto público y que puede ser un buen día para nosotros lo va estropear porque baila muy bien, ella es la que lleva el número fuerte, ¿ Que puedo hacer ?. - Dile que venga que quiero hablar con ella.- le dijo Jesús. Entró el padre en el carruaje y se encontró a su hija acostada, le dijo. - Jesús quiere verte. Isabel al oír lo que su padre le decía saltó del lecho rápidamente y empezó a darle color a sus mejillas y a peinar sus cabellos. Su padre al ver lo que hacía, le dijo. - No creo que Jesús se fije en el color de tu cara ni tampoco en tu peinado. - Tu ya eres mayor y no entiendes de estas cosas.- le respondió Isabel con una sonrisa alegre. Cuando terminó de arreglarse todo lo que pudo bajo del carruaje y fue hasta donde estaba Jesús caminando con garbo y sonriendo. - ¿ Me querías ver no es cierto ?.- le dijo ella. - ¿ Porqué razón no quieres actuar ?.- le preguntó Jesús.

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- Porque quiero que me vean guapa, y el vestido que tengo es viejo. - Eres joven y muy atractiva, y por esa razón no necesitas ponerte adornos, incluso puedes bailar ahora con este vestido que llevas puesto aunque no sea para el baile. - Es que quiero agradarte a ti, ¿ Crees que no me he dado cuenta de la manera como me miras ?.- le respondió ella coqueteando. - Eres muy bella, pronto llegará el hombre de tu vida y te amará mucho, no se fijará en los adornos que lleves puesto porque la Madre Naturaleza te ha hecho hermosa.- le dijo Jesús con voz suave. Isabel al oír esto se sonrojó. Sus padres que estaban cerca y que escucharon la conversación sintieron pena por su hija, por todas las ilusiones que se habían hecho al enamorarse de Jesús. Se escuchó el griterío del público como pedían que empezara pronto la actuación. Isabel se tranquilizó por todo lo que Jesús le dijo. Estaba contenta porque había venido un gran número de público para verla bailar, y creyó en las palabras de Jesús cuando le dijo que pronto llegaría el hombre que le haría feliz. Ella se puso el vestido que tenía para el baile y bailó como nunca, quizás lo hizo para Jesús. El público estaba tan entusiasmado de verla como se movía que no paraban de tirarle monedas al suelo para que siguiera haciendo otros bailes, ellos contribuían haciéndole palmas al compás de la flauta y de la pandereta. Jesús miraba los rostros felices y sonrientes del matrimonio y de sus dos hijas y dijo en voz baja. - Que la paz de Dios os acompañe siempre. Seguidamente salió de entre toda la gente que había y se fue de allí del pueblo. Como ya estaba cayendo la tarde cuando llegó al campo se quedó para dormir en una tierra de olivos que había. Estuvo caminando tres días hasta que llegó a una ciudad. Las gentes que se iba encontrando por las calles no se fijaban en nadie pues al parecer estaban acostumbrados a que fueran forasteros. Buscaba un templo para meditar pues aparte de orar en la naturaleza como siempre hacía también había ido muchas veces a la Sinagoga para leer el antiguo testamento. En esta ciudad eran mezquitas lo que habían y cuando llegó a una plaza grande encontró una. En la entrada estaban las babuchas de los hombres que habían dentro. Jesús se quitó las sandalias y las dejó al lado de este calzado y entró. Dentro habían varios hombres que oraban. Como había entrado a otras mezquitas sabía como se rezaba y se puso en la misma posición de los hombres que allí habían. Un hombre que estaba orando se fijo en Jesús, se dio cuenta de que no era de los suyos, y cuando Jesús abandonó la mezquita lo fue siguiendo hasta que lo alcanzó y le preguntó. - Tu no eres de aquí, ¿ Porqué has entrado en nuestro templo a rezar ?.-Jesús paró de caminar y mirándolo de frente le respondió.

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- Todos los templos son del mismo Dios, al igual que lo son los campos, el mar y los ríos. Todo pertenece al mismo Creador. - Es cierto eso que dices pero tu raza y la mía es diferente.- dijo el hombre. - Eres un hombre rico se puede ver en tu atuendo, ¿ Porqué no dejas de pensar como alguien que posee una gran fortuna y hablas a los más pobres de que Dios a ellos los mira mejor ?. - No soy un líder espiritual, solo soy un hombre que cree en Dios, para que veas que soy bueno te voy a invitar para que vengas a mi casa y te quedes los días que tu quieras. - Voy de camino.- le respondió Jesús. - Si me he dado cuenta por la vara que llevas de que eres un caminante, pero te pido que aceptes mi invitación. - ¿ Que interés tienes en que me quede en tu casa los días que yo quiera, si no me conoces ?. - No tengo interés alguno, solo te quiero demostrar que no tengo nada contra tu raza.- le respondió el hombre. - De acuerdo, acepto.- le dijo Jesús. Los dos se fueron caminando hasta llegar a la gran casa que poseía este hombre rico. Dentro se podía ver mucha riqueza. Los techos y las paredes eran de mármol tallado en figuras de flores, en el suelo habían grandes y espesas alfombras limpias. Habían cojines grandes y altos para sentarse. Este hombre le hizo una señal con la mano para que se sentara en uno de ellos mientras que él se sentaba junto a Jesús. Era la hora de la comida e hizo su entrada una doncella que traía entre sus manos una gran bandeja con una fuente de buena comida, dos copas de plata y una jarra de vino también de plata y depositó la bandeja delante de los dos. El hombre rico miraba a Jesús al mismo tiempo que lo invitaba para que empezara a comer. Jesús le preguntó. - ¿ No tienes esposa ?. - Tengo una esposa y varias favoritas, también tengo once hijos que son de todas ellas.- le respondió el hombre mientras que metía la mano dentro de la fuente de plata para comer. - ¿ No te acompaña tu esposa en las comidas ?. - Cuando tengo invitados no. - ¿ Porqué ?. - Pues porque las conversaciones de los hombres no son para que las escuchen las mujeres. - ¿ No sueles hablar bien cuando tu esposa no está delante ?. - No es eso, es que tu eres un hombre y no quiero que veas a mi mujer, a ella solo la miro yo, es por esa razón.

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Jesús también estaba comiendo y saboreando esa buena cocina. El hombre rico miraba como comía con apetito y le dijo. - Todo esto que te he explicado sobre mi esposa tu lo sabes porque eres judío y yo musulmán, nuestras dos razas están conviviendo casi juntas, yo se de vuestras costumbres como tu sabes de las nuestras. - Hablas de dos razas, la Madre es la que nos separa porque el Padre es Abraham, el mismo para los dos. Así es que Judíos y Árabes son hermanos por parte de padre. - ¿ Porqué hablas con tanto acierto creyendo lo que dices.- le respondió el hombre rico enojado. - Porque a parte de haberlo leído en las escrituras. Lo se. - Pues si lo sabes dime, ¿ Como se llama la segunda esposa de Abraham y que con ella hizo la raza musulmana.- le preguntó el hombre rico esperando una respuesta. - No era su segunda esposa sino su esclava y se llamaba Agar, el hijo que tuvo se llamaba Ismael, y de ahí fue donde salisteis vosotros. - ¿ Porqué los judíos queréis dejarnos siempre como si no fuéramos nada ?, no creo que nuestra primera madre fuera una esclava, porque siendo así nuestro padre Abraham no hubiese ido con ella y hubiera engendrado un hijo.- dijo el hombre rico ofendido. - Te avergüenzas de que así fuese, pero ese es otro complejo que tenéis que superar. No hay de que avergonzarse si el sistema que se ha empleado ha sido ese para procrear. Yo no me avergüenzo de decir que eres mi hermano y que todos los musulmanes lo son. Porque tu Dios es mi Dios, Él es el primer Padre y Creador de todos. Todas las razas están dentro de un mismo Dios.- le estuvo explicando Jesús despacio. - Ellos y nosotros no somos hermanos, eso es lo que vuestras escrituras dicen, pero yo no lo creo.- respondió el hombre rico mientras que bebía vino de su copa. - ¿ Si yo te llamo hermano dirás que no lo soy porque no crees lo que está escrito en nuestras escrituras ?, ¿ Pero si te digo hermano porque somos hijo del mismo Dios, sí lo crees ?. - Exacto, por ahí vas bien.- respondió el hombre rico reflexionando en lo que Jesús le había dicho. - ¿ Porqué crees que he entrado en la mezquita para orar ?.- le preguntó Jesús. - No lo se, y tampoco me interesa mucho, ¿ Verdad que no te lo he preguntado ?. - No.- le respondió Jesús. - Te quedarás de huésped mío, hazme ese honor. - Si, me quedaré.- le respondió Jesús. Habían acabado de comer, el hombre rico dio dos palmadas más y vino la sirvienta e hizo una reverencia esperando que era lo que quería.- él le dijo.

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- Enséñale a mi invitado su dormitorio. Jesús se puso en pie y siguió a la doncella por un pasillo largo donde habían varias puertas. Abrió una y le hizo ver a Jesús que era ese el dormitorio. Jesús entró en la habitación y cerró la puerta. Miró por todo el dormitorio el lujo que habían empleado en amueblarlo, era la primera vez que iba a dormir en un dormitorio como ese. La cama estaba vestida con ricas telas de seda, la colcha formaba en medio un pavo real bordado en muchos colores. A un lado del dormitorio había una tarima de madera tallada dando una bonitas formas, estaba cubierta de cojines de seda. Dejó su vara sobre la pared, se quitó las sandalias y se acostó encima de la cama y cerró los ojos pensando cuanta riqueza había dentro de esa casa mientras que habían muchas personas que no tenían en donde vivir, y tampoco que comer. Estuvo entre si se iba o se quedaba y decidió esto último porque estaba seguro de que allí tenía trabajo para hacer. De esa manera se quedó dormido. Cuando se despertó salió fuera al pasillo, vio que venía la doncella de antes y ella le preguntó. - ¿ Desea tomar un baño ?. - Sí, es lo más acertado.- le respondió Jesús. - Pues ya lo he preparado, sígame. Jesús la siguió. Ella se paró en otra puerta que había en el pasillo y le indicó que era allí. Jesús entró dentro, pues necesitaba bañarse con el calor que hacía era insoportable. El agua que había en la bañera olía a un buen perfume, dejándolo todo impregnado. Después de haberse bañado salió al pasillo, no lejos estaba la misma doncella esperando a que saliera para entrar ella a limpiar. Jesús le pregunto. - ¿ Donde está tu amo ?. - Duerme la siesta en el dormitorio de su esposa.- le respondió ella sin mirarlo a los ojos. Salió de la casa para irse a la calle, quería conocer esa gran ciudad. La calor que hacía era agobiante, el sol estaba todavía pegando fuerte, esa era la razón de que en la calle apenas se veía gente pues la mayoría estaban durmiendo la siesta. Caminaba por la sombra pues había salido del baño muy bien y con la cabeza mojada pero pronto los cabellos se les habían secado. Hizo un gran recorrido entrando por unas calles y saliendo por otras. La tarde ya había caído y el sol se estaba poniendo, llegó a una plaza, allí sí que habían ir y venir de gente sobretodo de hombres. Se fijó en una de las puertas que daba a esa plaza y vio que habían mujeres jóvenes haciendo el oficio más antiguo. Una se había fijado en Jesús y fue a su encuentro para ofrecerle su trabajo, no debería tener más de diecisiete años de edad, se le acercó y le preguntó con una sonrisa.

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- ¿ Buscas a una mujer como yo ?, no te voy a cobrar caro, sígueme hasta el reservado que tengo para mi. Jesús la miraba con pena, con lo bonita que era que podría haber hecho un buen matrimonio y haber tenido hijos con el hombre que amara. Iba mostrando las tres partes de su hermoso cuerpo para vendérselo a cualquiera que le pagara aunque fuera poco por él. Como Jesús no se movía de donde estaba y solo hacía que observarla, ella puso su mano en la cara de Jesús acariciándolo para obtener la conquista. Jesús le cogió la mano y se la quitó de su mejilla diciéndole. - Eres hermosa y quizás no sepas que ese cuerpo que tienes no es tuyo y que llegará un día en que lo tengas que devolver. - No se que quieres decir con eso, yo solo pretendo hacerte que seas feliz durante un rato, incluso si no me quieres pagar me da igual porque me gustas.le respondió ella poniéndole la mano en el pecho. - ¿ Haces esto por necesidad o porque te gusta ?.- le preguntó Jesús. - Por las dos cosas, pero cuando doy con un tipo como tu que no quiere pagar si es guapo no le pido dinero porque yo también me lo paso bien, ¿ Que me sigues ?, no vamos a estar hablando aquí toda la noche.- le respondió ella mientras que lo cogía de la mano y estiraba de él. Jesús se separó de la mano de ella diciéndole. - No hay nada peor que un ignorante. - ¡ Anda ya y vete !.- le respondió ella despreciándolo. Jesús miró como se alejaba buscando a otros hombres. La noche había llegado sin que se diera cuenta, pues casi recorrió toda la ciudad. Volvió a casa del hombre rico ya tarde, él estaba tomando una taza de té, cuando lo vio dio dos palmadas y vino la doncella de antes, él le dijo. - Trae comida para mi invitado. Ella se fue y volvió con una bandeja donde había un plato de carne y de verduras, una jarra con vino y una copa, y la dejó en el lugar donde Jesús estaba sentado. Jesús miraba toda aquella comida, él no tenía hambre, pues a la hora del mediodía había comido muy bien y le hubiese gustado no haber cenado nada, pero hubiera sido hacerle un feo. Comió pero poco el hombre rico lo observaba mientras comía y le preguntó. - ¿ Has estado visitando la ciudad ?. - Sí. - ¿ Has ido con alguna mujer de vida fácil ?, te lo digo para que tengas cuidado con ellas pues como van con muchos hombres tienen enfermedades. - ¿ Has estado tu alguna vez con una de estas mujeres ?.- le preguntó Jesús. - No las necesito porque tengo muchas para mi solo.

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- También tu y ellas estáis expuestos a enfermedades, seguro que habéis cogido alguna, ¿ No es cierto ?. - Sí, es por eso que te lo advierto, otras mujeres con más razón cogen estas enfermedades más fuerte. La doncella vino a traerle a su amo una nota, mientras que se la entregaba, ella estaba con la cabeza bajada haciéndole una reverencia. Cuando se fue Jesús le preguntó. - ¿ Siempre que entra tu doncella tiene que hacerte una reverencia ?. - ¡ Por supuesto, yo soy su amo !.- le respondió el hombre rico con altanería. - Eres un hombre creyente y practicas tu fe en Dios, si en verdad eres justo, ¿ porqué haces que los que tienen menos que tu se arrodillen delante de ti ?. - Porque yo soy rico y ellos no lo son.- le respondió levantando la voz y repuso. - Ellos me sirven a mi mientras que yo no sirvo a nadie, por lo mismo que te he dicho antes. - Esta mañana te encontré en la mezquita orando, ¿ dime a quien servias ?.- le preguntó Jesús con voz suave. El hombre rico después de estar pensando unos minutos la pregunta respondió. - Servía a Dios pero esto es distinto. - No lo es, ¿ porqué te arrodillas ante la Palabra de Dios ?, ¿ le tienes miedo ?. - No se a donde quieres llegar con todas estas preguntas que me haces, recuerda que eres mi invitado. - ¿ Me quieres decir con eso que yo también tengo que tenerte miedo ?. - Lo que te quiero decir es que estoy en mi casa y en ella se hace lo que yo quiero, para eso me ha dado Dios la fortuna que tengo.- respondió el hombre rico con arrogancia. - ¿ Sabes que Dios al igual que te la ha dado te la puede quitar?.- le dijo Jesús tranquilo. - ¿ Te das cuenta por lo que tu raza y la mía no se pueden llevar nunca bien ? .- le respondió el hombre rico medio abatido. - Solo te quiero decir que tu también eres un sirviente, vas haciendo reverencias a tu amo para que de nada te falte al igual que lo hacen tus sirvientes contigo. La reverencia solo hay que hacérsela a Dios, pero a nadie más de la tierra porque tu sirviente no es más que tu ni tu más que tu sirviente, a los ojos de Dios, todos somos pobres, sino mira tu cuerpo como está ya desgastado y con dolencias dentro de pocos años solo servirás para alimentar la tierra. - Te has burlado de mi, te he invitado a mi mesa, he puesto para ti de la mejores habitaciones que hay para invitados, te he dado mi amistad. No me has agradecido nada de esto, es por eso que tu y yo jamás podremos ser hermanos.- respondió el hombre rico poniéndose en pie.

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Jesús también se puso en pie para irse, pues sabía que allí nada más podía hacer y le dijo. - Hermano no te enojes conmigo pues siempre peco por ser justo y decir la verdad, pero estoy aquí para eso, se que tienes un buen fondo y también mucho orgullo y vanidad, no lo tomes como algo malo porque, ¿ por parte mía no lo es, te estoy agradecido por este día que me has acogido en tu casa. Ahora si me disculpas voy a la habitación a coger mi vara y me iré de tu casa. - ¿ Quien crees que eres tu para hablarme de ese modo ?.- le dijo el hombre rico ofendido. - Soy un hijo de Dios y un hermano tuyo.- le respondió Jesús . Cuando hubo cogido su vara Jesús se despidió del hombre rico diciéndole. - Que la paz de Dios sea contigo hermano. Era casi media noche, Jesús iba atravesando la ciudad, y escuchó una voz que lo llamaba, giró y vio que se trataba del hombre rico que le decía con voz cansada. -¿ No tienes a donde pasar la noche ?, no estoy enfadado contigo, lo que pasa es que a mi nadie me ha hablado jamás del modo que tu lo has hecho, y es verdad que me has herido en el orgullo. Jesús lo miraba con ternura, y entendía muy bien la postura que el hombre rico cogió, su comportamiento era de un rico acostumbrado a dar órdenes y a que las obedecieran. Jesús en señal de amistad le puso una mano en el hombro y le respondió. - No tengo casa para pasar la noche pero tampoco la necesito, hoy estoy aquí, mañana estaré en otro lugar y pasado mañana en otro. Yo soy libre como el viento que va a donde quiere, no padezcas por mi, hermano. - ¿ Quien eres tu ?.- le preguntó el hombre rico mirándolo fijamente a los ojos. - Soy un peregrino, una Hermano de la Luz. Luz que voy dando a todos esos que lo necesitan. - ¿ Entonces tu también eres un sirviente ?. - Así es, yo soy el hermano mayor de todos los sirvientes. - Repíteme eso otra vez porque no he llegado a entenderte.- le dijo el hombre rico. - Yo sirvo a Dios y al hombre más pobre que haya en la tierra. - Creo que ahora si que te he entendido, y te pido que vuelvas conmigo a mi casa sigues siendo mi invitado. Jesús aceptó, no porque no tuviera en donde dormir esa noche sino porque el hombre rico había tenido una buena intención con él. Llegaron a la casa del hombre rico. Los dos se dieron las buenas noches y cada uno se fue a dormir a sus respectivos dormitorios.

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El dormitorio en donde estaba Jesús había una puerta que daba a una terraza con jardín, salió fuera y en el silencio de la noche estuvo orando sentado en un banco de mármol blanco. El aroma que había a Rosas y a Jazmín hacía que la noche fuera mágica, acompañada también de un cielo lleno de estrellas. Estaba amaneciendo cuando Jesús se despertó fue porque fuera en la terraza habían pájaros comiendo semillas y trinando. Desde la cama los podía ver como saltaban de las ramas de las flores y se posaban en el suelo picoteando. Se puso en pie y salió del dormitorio. En el pasillo habían dos sirvientas limpiando en silencio para no hacer ruido. En la gran sala de estar, estaba el hombre rico desayunando y cuando vio a Jesús le dijo amablemente. - Buenos días, ¿ has dormido bien ?. - Muy bien.- le respondió Jesús. - Acércate y desayuna conmigo. Jesús se sentó en uno de los cojines y cogió una manzana del frutero y la fue comiendo a mordiscos. El hombre rico le preguntó. - ¿ Que me quisiste decir anoche cuando fui en tu búsqueda de que eras un Hermano de la Luz ?. - Pues que llevo la Palabra de Dios por todos los sitios donde voy y que este es mi trabajo hasta el final. - ¿ Te gusta hacerlo ?.- le preguntó el hombre rico mientras que comía frutos secos. - Así es. - ¿ Lo tienes que hacer hasta que mueras ?. - Hasta ese momento. - Bueno ahora eres joven y piensas eso, pero cuando tengas algunos años más pensarás en casarte y en tener hijos, esto hará que ya no puedas entregarte tanto. - Hermano, no he venido a la tierra para formar una familia sino para hablar del Padre y de sus leyes. - ¿ Del Padre dices ?, ¿ De que Padre hablas ?. - De Dios, del Padre de todos, de nuestro Padre, le respondió Jesús. - ¿ Sus leyes cuales son ?, le preguntó el hombre rico. - Una de ellas es de lo que hemos hablado antes que nadie es más que otro. Otra es que todo ser humano es libre al igual que lo son los pájaros. Otra de las leyes son que todos debemos de amarnos como hermanos, como si todos hubiésemos nacido de la misma madre y del mismo padre. Otra es que el hombre solo debe de tener una sola esposa y la esposa un solo esposo. El hombre rico ante esta última ley se encontró incómodo y respondió. - Nuestra ley dice que el hombre puede tener más mujeres aparte de su esposa, pero la esposa no puede tener más hombres que su marido, yo no hago ningún mal al tener más mujeres que la mía.

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- Cuando Dios creó al hombre y a la mujer los hizo con diferentes físicos para que se distinguiera el varón de la hembra, pero en lo que se refiere a la ley, las dos son iguales. Al varón le dio unas responsabilidades por la fuerza física que tiene, y a la hembra le otorgó otras que tienen que ver con el amor, la mujer no necesita fuerza física para amar y educar a sus hijos, y sin embargo todo esto que te digo lo aplica con su esposo. El hombre rico se quedó pensando en lo que Jesús le dijo y le respondió. - Se que tienes razón en todo esto que dices, a veces observo a mis mujeres como educan a mis hijos y pienso que yo sería incapaz de transmitirles tanto amor en cada palabra que les enseñan y en cada caricia que les hacen, se que solo eso lo puede hacer una mujer con la ternura que Dios les dio al crearlas, pero sigo pensando del mismo modo, que ellas son mujeres y los hombres somos los hombres. - ¿ Te has parado a pensar si tu esposa sufre cuando ve que amas a otra mujer ?, le preguntó Jesús. - Es que ella no me ve, porque posee el mejor de los dormitorios con todos los lujos que una mujer sueña y esta alejada de las otras habitaciones, ella no sabe cuando voy a ver a mis favoritas, además que ella es la primera en todo, es por eso que de nada echa a faltar. Se escuchó el alboroto de niños que iban corriendo y riendo a echarse a los brazos del hombre rico. Él rodeó con sus brazos a los cinco que eran. Dos niños y tres niñas de entre tres y nueve años de edad. El hombre rico le dijo a Jesús. - Estos son los hijos que tengo con mis favoritas, vienen a darme los buenos días como cada mañana. Después tengo tres hijos más con mi esposa pero nunca vienen juntos. Jesús iba cogiendo a los niños los sentaba en sus rodillas y los bendecía poniéndole la mano en sus cabezas. Estuvo un rato jugando con ellos y seguidamente se fueron con sus madres que los esperaban en sus habitaciones. - ¿ Los hijos que tienes con tu esposa los has visto ya ?, le preguntó Jesús. - Ellos son los primeros que vienen a darme los buenos días, le respondió el hombre rico. - ¿ Los quieres a todos por igual ?. - Creo que si y es más, estás invitado a una fiesta que doy dentro de tres días por el nuevo nacimiento que ha habido de otro hijo mío con una de mis favoritas. - Te doy las gracias por la invitación que me haces, pero mañana a la salida del sol tengo que irme. - ¿ Te espera alguien ?.- le pregunto el hombre rico. - Me esperan.- le respondió Jesús. - ¿ No me dijiste antes de que eras un peregrino ?. - Y lo soy, pero hay mucha gente que sufren de dolor, de soledad, de hambre y de persecución, ellos me necesitan y mi deber es de estar a su lado.

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El hombre rico lo miraba queriendo entrar si hubiese podido dentro del cuerpo de Jesús para poder ver con más claridad lo que había en el interior de su ser, le dijo. - Me resultas extraño, pero admiro lo que haces hay que ser valiente y generoso para llevar a cabo tu trabajo, ¿ Si hubieses nacido de una familia rica habrías hecho también esto. - Vengo de una familia de Reyes. De David. - ¿ Eres tu un descendiente del Rey David ?. - Soy hijo del Rey David y de Abraham.- le respondió Jesús. - ¿ Como puedes decir esto, si el Rey David hace mucho tiempo que existió ?. - Pues aunque creas que puede ser imposible, es cierto.- le dijo Jesús. - Aunque así fuera, ¿ Como va a servir a los demás el hijo de un Rey ?.- le preguntó el hombre rico sin creer en lo que Jesús decía. - Los autenticos Reyes los que son elegidos por Dios, están para servir y atender las penas y las desgracias de sus súbditos. Es por eso que Dios les otorga ese don para que ayude a los demás. - ¿ En verdad crees que hay tanta gente que sufre y pasa hambre ?.- le preguntó el hombre rico. - Si no lo crees te invito a que me acompañes y de esa manera verás todas las penas que hay en el mundo y lamentaciones.- le respondió Jesús. El hombre rico se puso en pie y Jesús también lo hizo. El hombre acercándose a Jesús le dio un abrazo y le dijo emocionado. - Verdaderamente eres mi hermano y quiero entregarte algo para que lo repartas entre las personas que no tienen para comer ni vestir. El hombre rico entró en una de sus habitaciones y salió con una bolsa de cuero llena de monedas y se las dio a Jesús. - Hermano te doy las gracias por todas esas personas que no tienen nada.- le dijo Jesús mientras que cogía la bolsa entre sus manos. Jesús estaba preparado para irse, había cogido su vara, la bolsa de monedas le cabía en el bolsillo de su túnica y se dispuso a despedirse del hombre rico diciéndole. - Me has acogido en tu casa y te estoy agradecido. El hombre rico estaba enternecido, le hizo una reverencia y le dijo. - Para mí ha sido un honor haber tenido en mi casa a un hombre como tu, a un hombre Santo, pido que me perdones en lo que haya fallado pero es que soy humano y he sufrido poco en la vida, porque me lo ha dado todo. - ¿ Me dirás antes de irte tu secreto ?, lo guardaré en mi corazón.

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- ¿ De que secretos hablas ?, le preguntó Jesús. - Tu sabes a lo que me refiero. - No lo se, habla. Después de mirar a Jesús a los ojos unos instantes, respondió el hombre rico. - He leido vuestras escrituras y hablan del Mesías que tiene que venir a la tierra, estoy seguro de que tu eres el que esperan. Jesús tenía un brillo especial en su mirada, salía de sus pupilas un chorro de luz que entró dentro del ser del hombre rico, Jesús le respondió. - Hermano dichoso eres tu porque me has reconocido, mi Padre dice: El que conozca a mi hijo me conoce a mí, y yo haré que el amor esté con ellos hasta la eternidad. El hombre rico tenía lágrimas en los ojos pues no podía contener su emoción y al mismo tiempo la suerte de haber tenido en su casa al Hijo de Dios. Él le dijo. - Tu eres justo, en cambio yo no lo soy porque nado en la abundancia y esto no me permite ver la realidad de las cosas pero a partir de ahora de haberte conocido voy a tener menos orgullo para con los que tienen menos que yo, voy a ser generoso con ellos y el trato que les voy a dar va a ser bueno. En solo dos días que has estado aquí me has enseñado mucho. Jesús lo miraba con ternura y le respondió. - Yo sabía que tu eras un hermano, había visto en ti un brillante en bruto pero que tallando brillarías igual que una estrella en el cielo. - ¿ Como te llamas ?, pues no te lo he preguntado en los días que hace que te conozco.- le preguntó el hombre rico. - Jesús. - ¿ En donde naciste ?. - En Belén pero la mayoría de las veces digo soy de Nazaret porque me crié allí.- le respondió Jesús. - Pues Jesús hermano mío tu eres un Maestro que has venido a la tierra en representación del Hijo de Dios, y quiero darle las gracias a tu Dios que también es el mío por haberte puesto en mi camino. Jesús y el hombre rico se dieron un abrazo y de esta manera se despidieron. Salió de la casa y fue caminando por la calle larga, se dio la media vuelta y vio que el hombre rico estaba en la puerta de la casa diciéndole adiós con la mano. Jesús le correspondió de la misma manera. Era la hora de que los hombres salían de sus hogares para ir a la mezquita a rezar. El hombre rico seguía en la puerta emocionado viendo como Jesús se alejaba. Él decía a sus vecinos gritando.

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- ¡ Ha vivido dos días en mi casa el Hijo de Dios !. Eso lo repetía una y otra vez. Sus vecinos se le acercaron y le preguntaron, que era lo que quería decir con eso. El hombre rico señalaba con la mano a Jesús que ya iba lejos y les respondió. - Aquél que va por allí es el Hijo de Dios, lo he tenido dos días en mi casa. - No digas tonterías, le dijo uno de los vecinos. Otro dijo. - Se ha vuelto loco. Otro comentó. - Como puedes decir eso si Dios no tiene hijos. Jesús estuvo atravesando calles hasta encontrar el campo. En la Naturaleza era feliz porque allí encontraba la paz y el descanso. Hacía tres días que había dejado la casa del hombre rico. En todo este tiempo se había cruzado con labradores que trabajaban en sus tierras. Se quedó a dormir debajo de un árbol como hacía de costumbre. Decía que el árbol era su casa y que no había nada mejor para dormir bien. Como la tarde se estaba poniendo vio la puesta de sol, y con esa imagen maravillosa que había delante de él hizo meditación sentado en la hierba. Esa noche era luna llena. Jesús estaba estirado debajo del árbol y miraba amorosamente el aro dorado que rodeaba a la luna, era parecido a la corona de una Reina. Las estrellas de tanto como brillaban parecía que bailaran con ella dando sus destellos de muchos colores. Seguidamente se quedó dormido. A la mañana siguiente lo despertó algo que le oprimía el tobillo, miró y vio que se trataba de una serpiente pequeña que todavía no era adulta, se había quedado dormida y enroscada en su pie. Se sentó y con mucho cuidado la deslizó y poniéndose en pie la dejó sobre la hierba, el animal se fue de allí. Se quedó sentado apoyado en el tronco del árbol, y oró viendo la salida del sol. Después de estar un tiempo en oración cogió su vara y se fue en dirección del mar, ese día llegaría por la tarde. Siempre coincidía al llegar a un lugar con la puesta del sol, pues para Jesús era muy importante ver nacer al Rey astro y verlo también irse a dormir. Estaba sentado en la arena del mar viendo al sol como se ponía. El mar estaba tranquilo, las olas iban y venían acariciando la arena. Hacía un rato que estaba en oración pensando en el Todopoderoso. Escuchó una voz era la de su Divino Ser que le saludaba. Jesús le dijo. - Cuanta belleza voy encontrando por la tierra, y la mayoría de los seres humanos no se dan cuenta de todo lo que tienen a su alcance de que el Padre está en todos estos lugares. - Mi amadísimo y dulce hermano Jesús es cierto que no saben buscar al Todopoderoso porque no lo hacen con amor, la naturaleza para la mayoría de las personas es un lugar vasto donde todo crece con abundancia y no se paran a pensar que dentro vive la creación y el Creador. Si no sienten dentro de sus corazones la armonía de nuestros Padres Creadores difícil será que lleguen a Dios. - Mi querido Ser Divino, muchas veces son las que siento pena por toda la humanidad. Mi mensaje va dirigido a todos con mi presencia aquí en la tierra,

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he venido para morir por todos ellos dando un testimonio de amor, pero me queda la conformidad de que el que no ame todo lo creado tampoco se les amaran a ellos. El que no respete, tampoco se les respetara. Dentro de mí sufres mi Divino Ser porque sabes al igual que yo, que la evolución Divina en los seres humanos va lenta. Ellos mismos se hacen prisioneros de sus arrogancias, creen que por estos agujeros de vanidades tienen salida. Jesús cerró los ojos estaba llorando, las lágrimas le caían por las mejillas abajo. Jesús siguió diciéndole a su Ser Divino. - Como me gustaría que amaran al Espíritu de Dios, estoy aquí como mensajero de Él y daré mi vida o otras más que viniera para que lo buscaran en su amor, en todo su esplendor, ¿ Si ellos supieran ?. Notó que le cogían la mano, abrió los ojos y vio delante de él a un niño de unos siete años de edad. Era rubio con los cabellos largos y ondulados y de ojos azules, llevaba puesta una túnica de color hueso y los pies los tenía descalzos hundidos en la arena. El niño lo miraba sonriendo. Jesús lo miraba con todo el amor que sentía dentro de él y le preguntó. - ¿ Hace tiempo que estás aquí ?. - Cuando el sol se fue al otro lado yo vine a verte. Jesús lo abrazó fuertemente entre su pecho y mirando al cielo dijo. - Padre mío es mi niño, es bellísimo, es igual que yo cuando era pequeño. Se escuchó la voz del Padre que le respondió. - Es que eres tu de niño, quédate toda esta noche con él y hablar de cosas que os apetezca. Jesús y el niño paseaban cogidos de la mano por las orillas del mar. No decían nada, iban mirando el vuelo de las gaviotas como se pasaban encima de las rocas para dormir. El cielo tenía su manto extendido de estrellas, el viento les acariciaban su rostros. Iban los dos felices jugando con el agua que llegaba hasta sus pies. El niño rompió el silencio y le dijo a Jesús. - Vamos a cantar para engrandecer el espíritu de las gaviotas y de todas las aves que vuelan. Mañana cuando se despierten con la aurora cantaran y cantaran, volaran muy alto para que todos las puedan ver y se recreen en la belleza que tienen. Jesús y el niño reían alegremente al mismo tiempo que le cantaban al nuevo día que pronto iba a llegar. Las estrellas que todavía brillaban en el cielo también se unieron a ellos bailando de alegría enfocando sus brillantes colores a toda la tierra. Llegó hasta ellos una gran ola y oyeron que dijo.

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- El mundo es de los niños y el universo también, todos los seres humanos que sean como niños podrán conectar con el universo y con toda la Creación y me podrán oír y ver. Jesús y el niño estuvieron jugando, cantando y riendo con el agua hasta que amaneció. Cuando el sol salía se tuvieron que decir adiós. Los dos se fundieron en un abrazo, sus rostros resplandecían de felicidad y sus maneras de mirarse eran las mismas y las de sonreír también. El niño entró dentro del mar y fue caminando por encima de las aguas y en el lugar donde se unían con el cielo desapareció ante la mirada de Jesús que estaba tan lleno de amor que le había dejado su niño. Jesús estuvo dándole las gracias al Padre por ese regalo que le había hecho. Las gaviotas hacia ya rato que habían levantado su vuelo y bordaban el cielo azul de blanco con sus alas extendidas y piaban con fuerza llamando la atención de todos aquellos alrededores. Jesús las miraba y sonreía, sabía que ellas también habían sido testigos del encuentro que tuvo con su niño. Jesús tenía que seguir su camino. Vio que junto a unas rocas más lejos de donde él estaba había un hombre con una barca, se dirigió allí, Jesús le dijo. - Que la paz sea contigo. El hombre no comprendió las palabras de Jesús, pues hablaba otra lengua, pero le hizo entender que si quería que lo llevara a otro lugar le tendría que pagar. Jesús sacó del bolsillo de su túnica una moneda de las que le había dado el hombre rico y se la puso en la mano. El barquero después de estar examinando la moneda mordiéndola con sus dientes decidió llevarlo a donde él quería. Llegaron a un puerto y Jesús bajó de la barca. El barquero extendió su mano abierta pidiendo que le diera otra moneda, le hacía entender que el trayecto había sido largo. Jesús no se hizo de rogar y le entregó otra pues había estado el barquero remando toda la mañana. Jesús entró dentro de la ciudad, aquel lugar no lo conocía, era pobre. Las viviendas que se veían eran chozas hechas de troncos de árbol y de ramas de palmeras. Eran mucha gente la que se veía por allí. Habían muchos niños que iban vestidos de mala manera. Toda aquella gente que iban cruzándose con él no se daban cuenta de su presencia. Habían vendedores de dátiles y de otros frutos secos que ofrecían a todos los transeúntes. Jesús salió de aquella ciudad y se dirigió al campo. Habían palmeras y de ellas habían caído dátiles al suelo, las hormigas estaban dando buena cuenta de este fruto. Jesús cogió dátiles de los que habían caído y estuvo comiendo. La montaña no estaba lejos y fue hasta ella. Desde allí vio la puesta de sol y estuvo dándole gracias al Padre por ese momento tan maravilloso, y allí se quedó a dormir. A la mañana siguiente emprendió de nuevo el camino dentro de aquella ciudad. Llegó hasta un templo de murallas altas y de mármol blanco,

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había mucha gente que estaba sentados fuera, vestían con túnicas viejas y remendadas, andaban inválidos que iban con muletas y que pedían limosnas. Aquél lugar era el más pobre que Jesús había estado, allí pasaban mucha hambre. Un hombre que iba con muletas se acercó a Jesús para pedirle una limosna. Jesús quiso ese día curar la invalidez de esa persona. Puso sus manos en la cabeza y en el cuerpo de este enfermo y pidió al Padre de que este hombre andara bien. Después de haber puesto toda su fuerza en esta persona le quitó las muletas y le dijo que andara. Este hombre estaba sorprendido y emocionado de ver y comprobar que podía andar sin la ayuda de las muletas y empezó a decir gritando y señalando a Jesús con el dedo. - Él me ha curado, puedo andar. Esto lo repetía una y otra vez. Las muletas estaban en el suelo y él iba caminando a pasos lentos. Jesús se fue de allí porque no le gustaba que dieran notorio a lo que él hacía. Toda la gente que allí habían conocían a este invalido desde hacia años. Todos los enfermos que allí habían le preguntaban a este hombre quien lo había curado. Él miraba entre toda la multitud que había y señalaba a Jesús que iba alejándose y decía. - Aquél que lleva una túnica color hueso y que sus cabellos reposan sobre sus hombros. Todos miraban para ver si veían al que decía este hombre pero es que la gente que iban y que venían eran mucha y Jesús se había mezclado entre ellos. Llegó a otro lugar de esta ciudad, allí la mayoría de gente que se encontraba eran pobres. Había una mujer joven que estaba sentada en el suelo amamantando a dos hijos suyos que eran mellizos. Jesús se acercó a ella, sacó del bolsillo de su túnica la bolsa de monedas que le había dado el hombre rico y puso en la mano de ella dos monedas. La joven las miró y le sonrió a Jesús dándole las gracias. Seguidamente Jesús tocó las cabecitas de los dos bebes y los bendijo. Mas lejos había otro templo también de mármol blanco. Jesús entró pero se descalzó antes dejando las sandalias fuera. Dentro habían ancianos sentados en el suelo con los pies cruzados haciendo oraciones. Jesús también se sentó del mismo modo y oró, no se oía ruido alguno. Los ancianos se fijaron en Jesús en su modo de hacer meditación y se dieron cuenta que él también era un Maestro como lo eran ellos, aunque fuera joven y no fuera de allí. No se oía ni la respiración de ninguno de ellos, el silencio que había era absoluto. La meditación duró como dos horas. Después todos salieron en silencio al igual que habían entrado. Ya fuera dos ancianos se acercaron a Jesús y uno de ellos con humildad le dijo. - En este templo solo meditamos los ancianos que somos Maestros.

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Jesús entendió perfectamente lo que el anciano le dijo y le respondió. - Soy nuevo en esta ciudad de acuerdo. Los dos ancianos se para llevarles la respuesta. parecía haber llegado a un con Jesús y le dijeron.

y mis deseos son meditar con los mayores si estáis fueron a reunir con los otros más que esperaban Todos juntos hicieron un corro y hablaron, cuando acuerdo volvieron los mismo ancianos para hablar

- Tu no hablas nuestra lengua y para nosotros es difícil entenderte también que haya una comunicación con Dios. Jesús hizo que lo comprendieran respondiéndoles. - Para Dios no existen las lenguas que hablan de una manera o de otra, yo cuando hablo con el Padre lo hago a través de mi mente y de mi corazón, también utilizo mi palabra, pero Dios las comprende todas porque es nuestro Divino Ser quien se comunica con Él. Los dos ancianos al oír esto, volvieron otra vez a reunirse con los demás ancianos para llevarles la respuesta. Ellos hicieron otro corro y se reunieron para estudiar las palabras de Jesús. Esta vez fueron todos donde estaba Jesús y el más anciano de todos le dijo. - Has hablado como un Maestro; nosotros al hacerte esta pregunta lo hacíamos para ver que era lo que respondías, y tu respuesta ha sido válida, ¿ Quien eres ?. - Soy un peregrino que vengo desde muy lejos, llevo la palabra de Dios y su ley. Los ancianos se volvieron de nuevo a reunir y el mayor de todos dijo. - ¿ No es este el que estábamos esperando ?. - Puede que lo sea, ¿ pero porqué viene de tan lejos ?.- preguntó uno. - Aunque seamos ancianos no conocemos cuales son los deseos de los Dioses.respondió otro. Volvieron todos otra vez donde esperaba Jesús y el más anciano le dijo. - Te damos permiso para que medites con nosotros. Estaba anocheciendo y uno de los ancianos de cabellos blancos y trenzados le preguntó a Jesús. - ¿ Tienes donde pasar la noche ?. - Aquí no conozco a nadie solo a vosotros porque he llegado hoy, pero eso no me preocupa porque estoy acostumbrado a dormir la mayoría de veces debajo de un árbol.- le respondió Jesús. - Quiero que vengas a mi humilde casa para que la compartas conmigo y también la comida, aunque no es mucha.- le pidió el anciano. La casita que poseía era pequeña de solo una pieza, dentro no había ningún mueble, solo una alfombra grande donde dormía y hacía su vida. El

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anciano se sentó encima de la alfombra e invitó a Jesús a que también se sentara. En un cuenco de cerámica había comida, el anciano cogió otro que estaba vacío y puso dentro la mitad de la comida que tenía y se lo ofreció a Jesús para que comiera. Cuando acabaron de comer el anciano le dijo a Jesús. Háblame de tus creencias y de tus Dioses. - Mis creencias no tienen Dioses, solo un Dios único.- le respondió Jesús. - ¿ Tu tienes un solo Dios ?, nosotros tenemos más.- le respondió el anciano extrañado. - ¿ Cuales son ?.- le preguntó Jesús. - Tenemos el Dios del Amor, el de la lluvia, el de la cosecha, tenemos la Diosa que da los hijos, tenemos el Dios que nos da la Palabra, el Dios del Silencio. Nosotros tenemos muchos Dioses. Tu Dios no te podrá dar todo eso siendo uno solo, muchos juntos tienen más fuerza. Jesús hizo una respiración profunda y seguidamente respondió. - Todos esos Dioses que me has mencionado están dentro de Dios, es Dios en acción que ofrece todos sus dones a quien se los pide, es el Padre que le da a sus hijos sus bendiciones. - ¿ A que Padre te refieres ?.- le preguntó el anciano. - Al Padre de todos esos Dioses, fue Él quien los creó.- le respondió Jesús. - ¿ Entonces estás de acuerdo conmigo de que todos esos Dioses existen ?.- le preguntó el anciano. - Claro que existen, pero es Dios. - ¿ Como pueden tantos Dioses vivir dentro de un solo Dios ?, yo lo veo imposible.- le respondió el anciano convencido. - Pues así es, todos los que has mencionado viven dentro de un solo Dios.- le dijo Jesús. - ¿ Como puedes estar convencido de que es así, si eres todavía muy joven ?. - No quiero llevar la contraria a un anciano pero estoy seguro de que es así. El anciano no dijo nada más y se acostó en la alfombra. Jesús hizo lo mismo y cerró los ojos. El anciano creía que dormía y lo observaba por el rayo de luz de luna llena que entraba por la ventana. Así estuvo un rato y después se durmió. Cuando Jesús lo escuchó como dormía se sentó en la alfombra y estuvo haciendo meditación. Hablaba con el Padre y le pedía de que lo ayudara con todas aquellas gentes, pues las creencias de él y las de ellos no eran iguales y lo quería hacer todo lo mejor posible porque eran personas espirituales, sencillas y humildes. Al día siguiente amaneció lloviendo, era mucha agua la que caía y el anciano no quería salir pues era ya mayor y exponía su cuerpo a que cogiera humedad y se encontrara mal. Le gustaba hablar con Jesús y ese día lo empleó para eso, tenía muchas preguntas que le quería hacer, pues se imaginaba al Padre después de lo que Jesús le había dicho, a un Dios tan grande como el universo rodeado de todas las cosas más bellas.

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A Jesús le dijo que se podía quedar allí todo el tiempo que quisiera, Jesús se lo agradeció y le pidió que le enseñara hablar la lengua de ellos. Como fueron muchos días los que estuvo lloviendo lo ocuparon para esta enseñanza. Se agregaron a ellos mucha gente que estaban interesados en las enseñanzas de Jesús. Unos estaban de acuerdo con lo que decía y otros no, estos se mantenían en lo que le habían enseñado de sus Dioses. En la ciudad se había cundido de que había llegado un forastero que curaba a los enfermos y que daba limosna a los pobres. Un día fue a verlo una mujer joven con su hijito recién nacido entre sus brazos. Ella se puso delante de Jesús llorando y pidiéndole que pusiera bien a su hijo porque iba a morir. Jesús no quería todavía que la gente supiera de sus dones y cuando curaba a un enfermo este no sabía que había sido él. Detrás de esta mujer habían venido más gente para lo mismo o para que les dieran una limosna. Jesús se compadeció de esta mujer que lloraba con su hijito en sus brazos, y mirándola a ella le dijo, - Tu hijo no tiene nada, vete con él a tu casa. La mujer se fue llorando y pensando que no había querido hacer nada por ella, pero cuando llegó a su casa el niño reía y quería jugar. El color de su carita había cambiado y estaba lleno de vida. La mujer fue corriendo a ver a Jesús para darle la noticia y las gracias, iba llorando de alegría. Ella al encontrarse otra vez con Jesús le cogió las manos y se las besó. Jesús al ver este gesto le preguntó. - ¿ Porqué lo has hecho ?. - Porque le has devuelto la vida a mi pequeño.- le respondió la mujer con la cara llena de lágrimas. La casita del anciano estaba cada día llena de gente. Unos pedían comida, incluso gente que estaban en buena posición iban para que los negocios les fueran mejor. Jesús a estos se enfrentaba y creaba a su alrededor enemigos, porque no hacía lo que ellos le pedían, y era amenudo que se tenía que enfrentar con alguien. Tampoco le dejaban tiempo para él, pues desde que amanecía ya había gente en la puerta esperando y al mismo tiempo se discutían entre ellos por ser los primeros, se armaba tal alboroto que ese día Jesús no salía de casa. En vista de lo que ocurría tuvo que intervenir el anciano enfadándose con todos los que estaban agrupados en la puerta diciéndoles que el Maestro no iba a salir mientras que no supieran guardar la compostura y los echaba a todos. Llegó a oídos del Rey que había llegado a la ciudad un gran Maestro joven y que era de otro país. Que curaba a los enfermos y que le daba de comer a los pobres. El Rey lo hizo llamar para que fuera ante su presencia, lo quería conocer y sentía curiosidad, quería ver con sus propios ojos si en realidad era como se decía, que consolaba a los que estaban solos y les daba amor a los que estaban enfermos y a los pobres. Jesús sabía lo que el Rey se estaba tramando y no quería ir. El anciano le dio un consejo y le dijo.

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- No puedes desobedecer la invitación del Rey, pues se dice que es severo y que castiga a quien no cumple el mandato que él ha dictado. - Es que lo que va a tener conmigo es un enfrentamiento.- le respondió Jesús. - No todos tienen la suerte de ser invitado por el Rey.- le dijo el anciano. Llegó el día anunciado, el anciano lo acompañaba, iba inquieto y nervioso porque conocía el carácter de Jesús que no se callaba ante una injusticia y no sabía como iba acabar el día. Se quedaron en la puerta de Palacio esperando a que le dijeran de entrar. Un soldado vino y los acompañó pasando por unos jardines de una gran belleza. Después entraron por unas galerías ricamente decoradas. Jesús miraba toda aquella riqueza y pensaba en las personas que vivían en la ciudad pasando hambre y calamidades, la miseria que había era mucha. Llegaron hasta unas puertas altas y anchas, habían dos soldados haciendo guardia en cada extremo de la puerta. Ellos la abrieron y entró Jesús, el anciano y el soldado. Había una gran sala ricamente vestida. En el fondo estaba sentado en un trono el Rey. Las ropas que vestía eran de color blanco y de seda, en su cabeza tenía un turbante de color amarillo y decorado con perlas blancas. Cuando estuvieron frente a él, el soldado le hizo una reverencia. Jesús y el anciano se quedaron como estaban. El soldado les dijo que se tenían que postrar ante el Rey. Fue el anciano que doblando su cuerpo hacia adelante hizo una reverencia. Jesús seguía de pie mirando al Rey. Fue él que rompiendo el silencio le dijo a Jesús. - ¿ No has oído lo que te ha dicho mi soldado ?. Jesús no dijo nada, esperó y después le respondió. - Si lo he oído. - ¡ Pues haz lo que te han dicho, estás frente al Rey !.- le dijo el Rey malhumorado. El anciano sentía miedo por Jesús y le decía por lo bajo. - Saluda al Rey. - Te saludo Rey, dime para que me has hecho venir.- le dijo Jesús con precisión. El Rey estaba molesto y empezó a removerse en su trono con ganas de descargar su cólera con Jesús. Con voz seca le dijo. - No sabías que no debes hablar antes de que yo te pregunte ?, ¿Porqué no me haces una reverencia ?. - Porque estoy ante un hombre, no ante Dios, el que a ti te hayan hecho Rey no tengo porqué hacerte una reverencia, ¿Dime para qué me has hecho venir ?.- le respondió Jesús con voz suave. Las piernas del anciano le empezaban a temblar, su mirada no la apartaba de la del Rey, esperaba que en cualquier momento el Rey diera una

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orden al soldado para que detuviera a Jesús puesto que todo el país sabían que era un monarca dictador y que nadie podía desobedecer una orden suya. El anciano le volvió otra vez a hablar a Jesús por lo bajo y con voz temblorosa, le dijo. - No le hables de ese modo porque está a punto de estallar y nos van a arrestar a los dos. El Rey tenía apoyado su codo en el brazo del sillón en donde estaba sentado, mirando fijamente a Jesús y al anciano como le comentaba algo al oído, él quería saber que era y le preguntó al anciano. - ¿ Que ha sido lo que le has aconsejado ?. - Su majestad, le he dicho que le hable de otro modo es que es muy joven y no comprende bien como es lo monárquico.- le respondió el anciano con miedo. El Rey se tranquilizó y pasado unos instantes le dijo a Jesús. - ¿ No sabes que yo tengo el poder de hacer de ti lo que quiera ? - Sí que lo sé, pero yo no te he dado motivos para que lo hagas. - Eres rebelde.- respondió el Rey. - No soy lo que tu dices, yo solo estoy cumpliendo las leyes de Dios que es el Rey supremo, Él dice que un hombre no se debe de postrar ante otro porque todos somos iguales. - ¿ De que sitio eres ?.- le preguntó el Rey. - Nací en Belén pero me crié en Nazaret. - He leido vuestras escrituras y en ellas dice que Dios castigó a un hijo suyo porque no le quiso hacer una reverencia al hombre, ¿ Que me dices a esto ?. Jesús lo miraba de frente y con calma le respondió y dijo. - Te estás refiriendo al trabajo que Dios Padre hizo al dejar terminada la obra del hombre, quiso que los Ángeles del cielo le hicieran una reverencia por lo perfecto que lo había hecho, pero eso nada tiene que ver con el trato que un hombre tiene hacer con otro hombre, pues tiene que ser el mismo porque a todos los hizo de la misma manera. Un hombre solo porque tenga caudales no puede hacer que otro que no los tenga le haga reverencias y honores porque de esta manera lo está humillando. - ¿ Entonces según tu yo te estoy humillando a ti ?.- le preguntó el Rey con interés. - Eso he querido decir, y no solo a mi sino a todas las personas que tienes a tu alrededor. Un espíritu no se debe postrar ante otro espíritu sino al de Dios que es el gran Espíritu. El anciano no paraba de temblar esperaba que el Rey en un instante diera un grito y se acabara todo eso y le dijo haciéndole una reverencia con las manos juntas. - Perdónelo, pido clemencia para él.

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El Rey miraba al anciano y moviendo la cabeza le respondió. - No tienes porqué defenderlo, él lo hace muy bien. - ¿ Como te llamas ?.- le preguntó el Rey a Jesús. - Jesús, hijo de José y de María. - De donde tu eres queda lejos de aquí, ¿ Que es lo que has venido hacer ?.- le preguntó el Rey. - Llevo la Palabra de Dios y sus leyes. - ¿ Es cierto lo que se dice de ti ?. - Pues no se que es lo que se dice de mí.- le respondió Jesús. - Se dice que le das vista a los ciegos, que curas a los enfermos y que le das pan al que no tiene, ¿ Es cierto ?. - Esto último que has mencionado es un trabajo que tu tendrías que hacer, porque es a ti a quien te pertenece de hacer que a tus súbditos tengan cada día para comer. Estás rodeado de riquezas banales mientras que hay muchos pobres que se mueren en la calle porque no tienen en donde vivir ni que comer. Ahora yo te preguntó, ¿ Eres tu un Rey justo ?. El Rey se puso en pie enfurecido y con soberbia le grito. - ¡ Vete de mi vista, no quiero oírte !. El soldado esperaba una orden para llevarse de allí a Jesús. El anciano se cubrió su rostro con las manos y se puso a llorar esperando lo peor. El Rey se sentó de nuevo en su trono tratando de tranquilizarse. Después de que habían pasado unos minutos el Rey le preguntó. - ¿ No le tienes miedo a nada verdad ?, ¿ Porque me hablas de ese modo ?. - Porque un Rey para que gobierne tiene que ser justo y sabio, como lo fue el Rey David y su hijo Salomón, ellos fueron Reyes elegidos por Dios. Conocían la Sabiduría porque Dios se la hizo conocer, sabía que sin ese Don preciado no podrían gobernar porque no es fácil de llevar a una nación entera en buena línea. A parte del Don de la Sabiduría conocían otros. - ¿ Sabes tu que dones eran esos ?.- le preguntó el Rey. - Sí.- le respondió Jesús seguro de lo que decía. - ¿ Me lo podrías tu enseñar a mí ?. Fue el anciano quien le respondió al Rey contento y le dijo. - Si su Majestad, él le va a enseñar todo lo que sabe. Jesús lo miró moviendo la cabeza. El Rey advirtió este gesto de Jesús y dijo. - Quiero que sea él quien me responda. - Todo es posible para el hombre si confía en Dios, le respondió Jesús. - ¿ Quieres decir que yo también puedo llegar a conocer todos esos dones ?.

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- También, porque el hombre está hecho del Espíritu de Dios y Él puso su Sabiduría dentro del ser humano para que la utilizara para hacer el bien. El Rey sonreía contento, pensando que conocería todo lo que sabía Jesús y le propuso. - Te invito a que te quedes aquí en mi Palacio para que me enseñes todas esas cosas. Jesús lo miraba con ternura y le respondió. - Eso yo no te lo puedo enseñar, eres tu quien lo debes de aprender. El Rey se molestó y tocando su barbilla le dijo. - No entiendo lo que quieres decir, ¿ Como voy aprender una cosa que no se ?. - Lo puedes saber si tu lo deseas. - Pues dime que es lo que tengo que hacer para llegar a lograr los dones esos que tu dices. - Lo primero que tienes que hacer es mirar a los demás como si de ti se tratara. Lo segundo es que tienes que ofrecer a tus súbditos una vida digna para que puedan comer cada día. El Rey no lo dejó terminar y cortándolo le respondió con altanería. - ¿ Crees que voy hacer todo eso ?, ¡ Yo soy el Rey !. - Pues si lo que quieres es ser solo un Rey, la Sabiduría no la obtendrás, porque llega cuando menos se espera después de haber estado ayudando a todos los necesitados sin pensar en quien eres.- le respondió Jesús. - Dudo que lo que dices sea verdad, porque cuando hablas de Dios mencionas a uno solo y nosotros tenemos muchos Dioses, ¿ Como puede dar uno solo más que muchos ?.- le dijo el Rey tratando de mentiroso a Jesús. Jesús lo miraba a los ojos con un brillo especial y le respondió. - Baja de ese trono en donde estás sentado y paséate por la ciudad y mira todas las personas que mueren cada día de hambre y de enfermedades. Dios solo hay uno y Reina en los Cielos desde allí ve todo lo que ocurre en la tierra, y su mano es severa con el que no hace las cosas bien. - ¿ Me estás diciendo con eso que me estoy portando con mis súbditos mal ?.le preguntó el Rey enfurecido. - Tu mismo lo acabas de decir.- le respondió Jesús. El Rey se puso de pie y señalando a Jesús con el dedo le dijo a su soldado dando un grito. - Llévatelo de aquí rápidamente antes de que mande hacer con el una herejía. - Hermano te saludo y te dejo mi paz, le dijo Jesús despidiéndose. El Rey aun más enfurecido se fue del recinto y desapareció. El soldado acompañó a Jesús y al anciano hasta la salida. Por la calle el anciano demostró su preocupación por Jesús y le dijo.

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- El Rey si hubiera querido te habrías quedado arrestado quizás el resto de tu vida. - No tengas miedo porque todavía mi hora no ha llegado. El Rey ha estado herido en su vanidad, tiene tanto poder con los más débiles porque no se ha encontrado con alguien que sea superior a él, y mis palabras lo han cegado pero ya se le pasará. Como estaba anocheciendo fueron al templo a orar. Los demás ancianos hacia rato que estaban allí. Jesús no se ponía junto a ellos sino que tenía elegido otro sitio del templo. El anciano si que fue junto a los demás. Jesús ahí tuvo un contacto con Dios bastante fuerte. Necesitaba de su energía y Dios se la dio. De lo que ahí paso entre Dios y Jesús ninguno de los ancianos se dieron cuenta. Estuvieron dos horas en meditación y seguidamente se fueron. Al llegar a la casa del anciano, en la puerta esperaba una joven. Ella dirigiéndose a Jesús le dijo. - Me manda mi ama para que vengas a su casa. Jesús seguía a la joven, ella caminaba con pasos pequeños pero ligeros. Cuando llegaron a la gran mansión, subieron por unas escaleras anchas de mármol. La joven lo condujo hasta el gran salón donde estaba su ama estirada en un sofá. Ella era de mediana edad y estaba bastante gruesa. Cuando tuvo a Jesús delante le mostró sus piernas llenas de llagas y le dijo. - Te he hecho venir porque estoy segura de que me vas a curar mira mis piernas, hace tiempo que no puedo andar y ningún medicamento de los que me dan me hacen efecto. - ¿ Porque crees que yo te puedo curar ?.- le preguntó Jesús. - Porque has curado a muchos, a todos los que tocas se ponen bien de sus enfermedades, eso es lo que llega a mis oídos. - Que sea la Voluntad del Padre.- dijo Jesús en voz alta. - Toca mis piernas para que sanen.- le dijo ella. Jesús la miraba con aquella mirada dulce que él tenía y le dijo. - No hace falta de que yo toque tus piernas, tu crees en mi y eso es suficiente. Quédate en paz mujer. Jesús se iba y la mujer lo llamó, en sus manos tenía una bolsa con monedas y entregándoselas le dijo. - Cógela en señal de gratitud, se que le das a los pobres para que coman cada día. - Gracias mujer en el nombre de todos ellos.

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Jesús cogió la bolsa y la metió en el bolsillo de su túnica y seguidamente se fue de allí. Cuando Jesús llegó a casa del anciano este ya dormía pues era tarde. Había dejado junto a donde Jesús dormía un bol con un poco de comida para que la comiera. Después de comérsela se quedó dormido pues el día había sido muy ajetreado y estaba cansado. Los primeros rayos del día entraban por la ventana y el anciano se despertó. Miró a Jesús como dormía y salió de la casa sin hacer ruido para no despertarlo. En la puerta ya había gente esperando a que Jesús saliera. El anciano dirigiéndose a todos les dijo. - El joven Maestro está hoy muy cansado y no va a salir, iros y no hacer ruido porque duerme. La gente no se movían de la puerta, incluso se veían llegar de lejos más. El anciano les dio un grito y les dijo. - Os he dicho que os vayáis, venir mañana. En esos instantes se escuchó el murmullo de la gente que decían contentos. - ¡ El joven Maestro ha salido !. El anciano miró hacia atrás y vio que Jesús estaba allí. Se enfadó con él y le dijo. - Los tienes mal acostumbrados, tendrías que estar durmiendo porque llevas tu solo a tus espaldas mucho peso. - No te enfades, se que tienes razón pero es que ellos me necesitan. Al escucharlo hablar y decirle todo esto al anciano, la gente le hicieron palmas mientras que decían. - ¡ El joven Maestro es bueno !, ¡ El joven Maestro es bueno !. Esto lo repetían sin cansarse. El anciano extendiendo sus manos les dijo. - ¡ Basta ya !. Jesús sonriendo le dijo al anciano. - Ellos son felices con tan solo que yo toque sus cabezas y los bendiga, y que coja a sus niños en mis brazos, esperan de mi que les diga unas palabras de esperanza. - Todo eso que dices está muy bien, pero es que acaba de amanecer y todos ya están aquí.- le respondió el anciano preocupado por él. Ya hacia más de un mes que estaba en aquella ciudad, aquél lugar le gustaba y las gentes también, eran de un carácter pasivo y a pesar de su pobreza y de sus enfermedades nunca estaban tristes.

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Una mañana Jesús salía del templo, y un soldado del Rey lo estaba esperando para decirle que el Rey quería que fuera a verlo. El anciano que siempre iba con Jesús dijo que lo acompañaba. Cuando llegaron los tres a las puertas de Palacio, Jesús le dijo al anciano. - Espérame aquí fuera. - Quiero entrar contigo porque estoy seguro que sucederá algo, el Rey no te ha perdonado que el otro día le hablaras del modo que lo hiciste y te tiene preparada una trampa, le respondió el anciano preocupado. - No va a suceder nada, quédate tranquilo. - ¿ Me prometes que solo vas a responder a sus preguntas ?. - Sí. Jesús entró en Palacio acompañado del soldado. Esta vez no fueron a la misma galería de antes, pues lo condujo a unos jardines enriquecidos de las más bellas flores. En un banco de mármol blanco estaban sentados el Rey y su esposa. Al llegar a ellos el Rey hizo un gesto con la mano al soldado para que se fuera. Jesús se quedó en pie frente a los Reyes. El Rey lo observaba mirándolo de la cabeza a los pies. La Reina hacia lo mismo, ella estaba en estado de buena esperanza, vestía ricamente un vestido de color rosa, y en sus cabellos lucía perlas y piedras preciosas que adornaban su cabeza, en sus dos manos tenía anillos y sortijas de oro y de diamantes, y las dos muñecas las tenía llenas de pulseras. El Rey también lucía en los dedos de sus manos sortijas de oro y esmeraldas. Jesús miraba toda la riqueza que había en todo lo que llevaban puesto, y como el Rey no decía nada Jesús le preguntó. - ¿ Dime para que me has hecho venir ?. El Rey sin dejar de mirarlo le dijo a su esposa. - ¿ Te das cuenta de lo que te dije que él hablaría antes que yo ? El Rey dirigiéndose a Jesús le dijo. - Tienes un carácter fuerte, no le tienes miedo a nadie, tu personalidad me gusta, porque eres franco y directo, ¿ No quieres decirme quien te ha enseñado todas esas cosas ?. - Unas ya las sabía, y otras las he tenido que aprender yo solo.- le respondió Jesús con mucha calma. - Te dije la otra vez que me enseñes lo que tu sabes y no quieres, ¿ Dime porque ?. - La otra vez te lo explique, no lo quieres entender porque no te interesa, las riquezas que posees son para ti más importantes que llegar a comprender la Sabiduría. ¿ Serías capaz ahora mismo de despojarte tu y tu esposa de todas las joyas que lleváis puestas para que coman los pobres ?. El Rey levantando su dedo índice le dijo muy enfadado.

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- Escúchame bien, a nadie le he tolerado jamás que me hable así de ese modo que tu lo haces, recuerda que puedo encarcelarte. Jesús permaneció callado pues se lo había prometido al anciano. El Rey lo miraba con curiosidad porque no había respondido a esto último que le dijo. Le preguntó. - ¿ Crees que porque llevamos mi esposa y yo joyas no nos preocupan los ciudadanos ?. - Cuando hay medio mundo que se está muriendo de hambre y los que mandan atesoran toda clase de riquezas es porque les da igual y no son auténticos.- le respondió Jesús mirándolo fijamente a los ojos. Con mucha ira el Rey se puso en pie y con la mano abierta fue a pegarle una bofetada. Su esposa lo detuvo cogiéndolo por la muñeca y le dijo. - Estás perdiendo tu compostura de Rey, no eres tu quien lo debes de castigar. El Rey reaccionó ante las palabras de su esposa y se volvió a sentar, pero por los ojos le salían chispas de fuego, si por él hubiera sido le habría dado allí una paliza a Jesús solo por responderle la verdad. El Rey le preguntó. - ¿ Los Reyes sabios que el otro día me hablaste no poseían joyas ?. - El primer Rey que Dios nombró era pastor que cuidaba de sus ovejas. Con la Sabiduría que Dios le dio supo llevar toda la nación con humildad, eso es lo que hace engrandecer al hombre. Cuando murió dejó a su hijo de sucesor, al que más Sabiduría tenía. Los súbditos entraban en su Palacio, a nadie se le prohibía la entrada, todos los que iban pidiéndole para comer o para vestir, los complacía y jamás se sintió superior a otro. Sabía que él era el Rey y no ignoraba que había sido porque Dios así lo quiso. También poseía joyas pero a sus súbditos no les faltaba de nada. - ¿ Estabas tu allí para verlo ?, le preguntó el Rey con ironía. Jesús seguía mirándolo a los ojos pero no le respondió nada. - ¿ Crees que yo también soy un Rey elegido por Dios ?, le preguntó el Rey más serio. - Si estás ahí es porque así ha sido, pero no lo has comprendido. - ¿ Me estás llamando ignorante ?.- le preguntó el Rey con un tono seco. - ¿ Porqué me pides que te enseñe lo que se ?. El Rey vio que con Jesús no podía hacer nada, no le tenía miedo, incluso lo veía superior a él, en la manera de saber estar, en como le hablaba y lo miraba. Tenía un gusano que le roía por dentro, pensaba que jamás sabría quien era ese joven esbelto y de mirada transparente que le decía lo que pensaba mirándolo a los ojos. El rey cambiando el tono de voz, le preguntó. - ¿ Donde vives ?. - En casa del anciano que me acompañó la otra vez. - Él es un Maestro de nuestra religión, ¿ Lo sabías ?. - Sí.

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- Él cree en otros Dioses cosa que tú no. - También creo, aunque no lo pienses así. - ¿ Te declaras tu también ser un Maestro ?.- le preguntó el Rey. - Soy un Maestro.- le respondió Jesús. En todo este tiempo la Reina no había intervenido en las conversaciones, y dirigiéndose a Jesús le dijo. - Me gusta mucho como eres y oírte hablar, tu voz es suave. ¿Porqué has venido de tan lejos ?. Jesús fijó su mirada en la de la Reina y le respondió. - He venido hasta aquí porque me necesitan. - ¿ Quien te necesita aquí ?. Jesús miró el vientre de la Reina y le dijo. - Dentro llevas una niña, cuando nazca le darás todo lo que necesite para que sea feliz. Ahí fuera en la ciudad también hay madres que tienen hijos y que no les pueden ofrecer nada, es para ellos que he venido y son los que me necesitan. El Rey y la Reina se miraban fijamente, ella estaba preocupada por lo que había dicho Jesús de la niña que llevaba en su vientre y le preguntó. - ¿ Como sabes tu que es una niña lo que va a nacer ?. - Porque así es.- le respondió Jesús. - El Rey no quiere una hija, quiere un hijo, se enfadaría mucho si fuera cierto lo que dices.- le dijo ella con temor. - Pues ahora va a tener que demostrar que es un buen padre.- le respondió Jesús. El Rey tenía cara de indignación y dirigiéndose a su esposa le dijo. - No hay que hacerle caso, yo te dije que quiero un hijo y es varón lo que nacerá. El Rey tratando de disimular, le propuso a Jesús. Te propongo de hacer una fiesta en Palacio e invitar a los enfermos para que los cures delante de mi y vea como lo haces. Jesús le respondió a esto y dijo. - El Hijo del Hombre no ha venido a la tierra para satisfacer la curiosidad de los humanos, sino para dar testimonio de Dios. El Rey no comprendió lo que Jesús le quiso decir y enfadado le respondió. - ¿ Desprecias mi invitación ?, muchos estarían contentos de ser invitados por mi, ¿ Quien crees que eres ?.- responde. - Soy un Rey el que Reina con mi Padre. - Te estás burlando de mi, y eso te puede costar caro, ¿ porqué dices que eres Rey ?, Los Reyes no se mezclan con los mendigos y viven en Palacios.

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Jesús no respondió nada. En vista del silencio que guardó Jesús, el Rey le dijo. - ¿ Te das cuenta que no tienes palabras para responderme ?, - Si te las digo no las ibas a entender.- le respondió Jesús. El Rey se enfureció aún más porque cada vez entendía menos lo que decía aquél joven. Estaba sintiendo vergüenza por primera vez, que Jesús pensara de que era torpe. El Rey dio un grito y llamó al soldado y le dijo. - Acompaña a este joven hasta fuera de Palacio. Jesús miró a la Reina y le dijo. - Quedaos en paz. En la puerta lo esperaba el anciano impaciente, estaba rezando por Jesús para que no le pasara nada. Al verlo le preguntó. - ¿ Que ha ocurrido ?, ¿ Porqué has tardado tanto ?, Estoy que hasta las manos me tiemblan, ¡ míralas !. Jesús miraba las manos del anciano como le temblaban y le respondió. - No ha sucedido nada. - ¿ Que era lo que quería de ti ?. - Me ha hecho preguntas, pero nada en particular. - ¿ Y para nada te ha tenido toda la mañana ?. - Así es.- le respondió Jesús. Los dos fueron caminando hacia unos campos que habían cerca, allí podían hablar tranquilos, pero no se habían dado cuenta que a una distancia los iban siguiendo una gran multitud de gente. Llegaron a un llano y se sentaron. Al instante escucharon el murmullo de mucha gente que llegaban hasta ellos. El anciano enfadado le dijo a Jesús. - ¿ Que es lo que se puede hacer con ellos ?, ¿ Te das cuenta que te siguen por todas partes ?. - Nada, ellos son felices de estar cerca de mi, yo también lo soy porque se que lo hacen de corazón y me aman. Cuando toco a uno me siento feliz de verlos a ellos, solo esperan de mí una palabra de cariño y que los mire con ternura.- le respondió Jesús. - Está bien eso que dices, pero ellos te cansan aunque tu no lo digas, muchas veces son las que te veo agotamiento en tu mirada y no solo ahí sino también en tu cuerpo. El otro día me enfadé mucho con ellos, cuando te vi que te rasgaban la túnica por querer tocarte, ¿ No te das cuenta de eso ?. - Es verdad que me rompieron la túnica, pero no lo hicieron queriendo, todos al mismo tiempo quieren estar conmigo, me quieren coger y tocar yo los comprendo. - Yo te comprendo a ti, pero a ellos no.- le respondió el anciano.

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- No los comprendes porque tu estás las veinticuatro horas conmigo.- le dijo Jesús. - Quizá sea eso que dices, pero sufro mucho cuando veo toda la avalancha que viene hacia ti, pienso que un día de esos nos vamos a llevar un susto. - No pienses eso porque no sucederá.- le respondió Jesús sonriendo. - ¿ No te afectan la mal olor que llevan la mayoría de ellos ?. Unos huelen porque no se lavan y a otros por las enfermedades que tienen.- le dijo el anciano preocupado por él. Jesús no respondió nada porque la multitud ya se habían echado encima. El anciano se puso en pie y dirigiéndose a todos les dijo muy enfadado. - A partir de ahora nadie se puede acercar al joven Maestro, quien lo intente no será bien recibido por mi, hoy el joven Maestro está cansado y necesita reposo. La gente se pararon a una distancia de ellos, tenían los rostros tristes porque el anciano no les dejaban acercarse. Jesús miraba las miradas tristes que tenían toda aquella gente, unos estaban llorando, otros estaban a punto de llorar, y dirigiéndose a todos les dijo. - Sentaos a nuestro alrededor. Todos corrían por coger el sitio que estaba más cerca de Jesús, se daban empujones por estar lo más cerca posible. El anciano al ver esto que sucedía le dijo a Jesús. - ¿ Te das cuenta como reaccionan ?, ¿ Porque eres así ?. Jesús no le respondió nada, su rostro radiaba de bondad hacia toda aquella gente. Una vez sentados todos el anciano les preguntó. - ¿ Que es lo que queréis del joven Maestro ?. Se escuchó las voces de unos y de otros que dijeron. - Que nos hable... Si eso es, que nos diga todas esas cosas que él sabe. Jesús los miraba a todos, extendía su mirada en ellos. Empezó diciendo. - Hoy os voy hablar del Reino de Dios, es semejante a este que estamos viendo aquí, pero con una gran diferencia, que aquí existe el hambre, la enfermedad, el dolor y las lagrimas. En el Reino de Dios todo esto no existe, porque todo allí es amor. Esto evita que los Hijos de Dios sufran. Yo pertenezco a ese Reino, mi pecho y todo mi ser está lleno de amor. Estoy aquí para daroslo, para haceros participes, para que seáis felices. Yo tengo mucho para dar y jamás se acabará la fuente de luz y de esperanza que llevo conmigo. Aunque pase mucho, mucho tiempo indefinido, el fuego del amor estará vivo en mi, es la gran energía vital que creó todo el universo y todo lo que tiene vida, quien sepa comprenderla será para siempre feliz.

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Jesús hizo una pausa. Había un gran silencio pero se oía por lo bajo decir unos a los otros. - Nos está dando una clave para alcanzar la felicidad. Una anciana que estaba lejos de Jesús pasó de rodillas entre la gente hasta que llegó a dónde estaba él. Le cogió una mano y la besó, con lágrimas en los ojos le dijo. - Has llegado tarde para mi, pues tengo muchos años y pronto dejaré este mundo, ¿ Cuantas cosas hubiera yo hecho si te hubiese conocido antes ?. Jesús con su otra mano cogió el rostro de la anciana y respondió mirándola a los ojos. - Tu cuerpo es viejo pero tu espíritu es joven, si has comprendido todo lo que he dicho serás feliz hasta el resto de tus días aquí en la tierra. La anciana lloraba de felicidad cogida a las manos de Jesús. El resto de la gente al ver lo que había sucedido con la anciana se pusieron todos avanzar de rodillas para llegar hasta Jesús. El anciano al ver esto se puso en pie y con las manos extendidas decía a todos de que no se acercaran. Todos lo obedecieron y se quedaron quietos. Jesús se puso en pie y fue pasando y tocando las cabezas de todos, otros que estaban más lejos le gritaban. - ¡ Llega hasta aquí !.- Jesús así lo hizo. El anciano iba separando a la gente para evitar que a Jesús lo magullaran, pero no lo pudo conseguir porque él era solo y ellos eran muchos. Llevaban a Jesús en andas. El anciano estaba tan enfadado que utilizó la fuerza bruta y empezó a dar codazos y empujones a todos hasta que pudo sacar a Jesús de allí. Aunque tenía años estaba fuerte, y el cariño que sentía por Jesús lo hacía aún más. El anciano dirigiéndose a todos gritándoles les dijo. - ¡ Si nos seguís no volveréis a ver más al joven Maestro !. Todos respetaron lo que les había dicho y se quedaron atrás pero tristes por no poder seguir a Jesús. Ya era tarde cuando llegaron a la casa, con todo lo que había sucedido ese día el tiempo había pasado rápido. Era el anciano quien se ocupaba de hacer la comida. Jesús compraba todos los días un saco de pan y otro de fruta para repartir a los pobres que iban cada día a pedirle para comer. Jesús hacía cinco meses que había llegado a esa ciudad, la gente que lo seguía hacían lo que él enseñaba y lo practicaban. Una noche de madrugada llamaron con fuerza a la puerta. Jesús y el anciano que dormían se despertaron. Otra vez se escucharon los golpes y fue el anciano abrir. Era un soldado de la Reina, él le preguntó . - ¿ Donde está el joven Maestro ?.

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Jesús salió y el soldado le dijo. - Ven conmigo rápidamente a Palacio. El anciano iba también. Cuando llegaron Jesús le dijo. - Quédate en la puerta esperando. - ¿ Para que te quieren ?, le preguntó el anciano con voz temblorosa. - No tengas miedo que nada me sucederá.- le respondió Jesús tranquilizándolo. El soldado lo acompañó a una gran sala a donde iban y venían doncellas de la Reina de mediana de edad. El soldado se fue y dejó a Jesús allí solo. Una de las puertas que allí habían era el dormitorio de la Reina, se oía a un bebe llorar. De pronto hizo su entrada el Rey malhumorado, no esperaba ver allí a Jesús de madrugada y le preguntó. - ¿ Que haces aquí ?. - Me han llamado.- le respondió Jesús. El Rey daba grandes pasos con las manos cogidas hacia atrás, se detuvo ante Jesús y le dijo con voz seca y áspera. - He dado órdenes para que vengan a buscar a la niña y se la lleven lejos de aquí, no quiero verla, yo quería un varón.¡ La culpa es tuya por decirle a mi esposa que nacería una hembra !. Supongo que es la Reina la que te a hecho llamar para que no se la quite. Entonces fue cuando Jesús comprendió porqué la Reina lo había hecho llamar. El Rey siguió diciéndole a Jesús. - Yo soy el padre de esa niña y puedo hacer con ella lo que me plazca. Jesús lo miró a los ojos profundamente y le respondió con voz pacifica. - Es cierto que eres el padre de la niña, de tu hija y nada te da el derecho de hacer con ella lo que quieras, es carne de tus carnes, pero no tiene tu espíritu, el espíritu de tu hija nada tiene que ver con el tuyo, el de ella estoy seguro que ha nacido libre y el tuyo lo tienes amarrado a tus grandezas y vanidades. El Rey estaba enloquecido y solo le faltaba escuchar a Jesús decirle todas aquellas verdades, y sin poder retener su cólera cogió a Jesús por los hombros y empezó a sacudirlo diciendo repetidas veces. - ¡ Voy a matar a mi esposa y a su hija, que las dos se vayan juntas a ese paraíso del tu hablas !. Jesús lo cogió de las muñecas y lo separó de él diciéndole.

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- No vas hacer nada de eso, porque en el fondo tu no eres un hombre malo, hablas de ese modo porque tienes poder, pero eres un pobre hombre a los ojos de Dios y solo por eso perdona tus malos pensamientos. El Rey tenía cogidas sus muñecas por las manos de Jesús y no se veía con fuerza para deshacerse de ellas y rompiendo a llorar dijo. - ¡ Estaba tan seguro de que sería un hijo lo que nacería !. - ¿ Porque tienes tanto interés de que fuera un varón ?, le preguntó Jesús mientras lo soltaba. - Porque cuando yo muera tango que dejar un sucesor. - ¿ Y porque no una sucesora ?. - A quien te estás refiriendo, le pregunto el Rey. - A tu hija naturalmente. - ¿ Como se te puede ocurrir eso ?, sería una mujer la que mandara. - Exactamente, ¿ Crees que no sería capaz de llevar bien un país ?. - ¿ Una mujer ?.- exclamó el Rey ruborizado. - Así es, una mujer, ¿ Que tiene de extraño ?. - Pues que no sabría mandar y harían con ella lo que quisieran.- respondió el Rey convencido. - Hablas de ese modo porque no conoces a las mujeres, ellas son duras, firmes y cuando dan una orden se tienen que cumplir, son las mejores mandatarias.dijo Jesús sonriendo. El Rey se llevó las manos a la cabeza desesperado sin saber que hacer. En esos instantes entraron un soldado con una mujer de avanzada edad. Ella iba vestida de color marrón con la cabeza cubierta por el mismo conjunto que llevaba. El soldado se cuadró ante el Rey y seguidamente le dijo. - Su Majestad esperamos sus órdenes. Jesús y el Rey se miraban. Este miraba la puerta del dormitorio de su esposa que permanecía cerrada, fue hasta allí y estuvo dudando si llama o no, al final se decidió y llamó con los nudillos de la mano. Una doncella de la Reina abrió la puerta. En esos instantes el bebé empezó a llorar. El Rey le dijo. - Entrégame a la niña. De pronto se escuchó llorar en grandes sollozos a la Reina mientras que decía. - ¡ No se la entregues !, ¡ No lo hagas !, ¡ Es mi hija !. El Rey esperaba a la niña con los brazos extendidos para cogerla. La Reina se levantó de su lecho y fue hasta la puerta para impedir que le diera su hija al Rey. Jesús estaba detrás de él y dirigiéndose a la Reina le dijo con voz tranquila.

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- Entrégale a su hija, ¡ Quizás la quiera conocer !. La doncella depositó a la niña en los brazos del Rey con pena y llorando. La Reina permanecía de pie con la mirada perdida observando que pasaría. El camisón que llevaba puesto estaba lleno de sangre de la que ella iba perdiendo. La doncella despacio fue depositando el bebe en los brazos del Rey. Él cuando tuvo a su hija en los brazos miró su carita largamente. Jesús también la podía ver porque estaba al lado de él. Por los ojos del Rey brotaron dos lágrimas mientras que miraba a su hija. La doncella estaba con las manos extendidas esperando a que se la entregara, tanto ella como la Reina la desesperación que tenían era grande. Al final el Rey puso a su hija en los brazos de la doncella mientras que le decía. - Será una mujer hermosa. La Reina al escuchar esto, rompió en sollozos porque al fin ya todo había acabado. La tortura que había vivido la marcaría hasta el final de sus días. Había amanecido cuando Jesús salía de Palacio. El anciano estaba sentado en un escalón de la puerta esperándolo, cuando lo vio se puso rápidamente de pie y fue corriendo hasta Jesús y le preguntó. - ¿ Que ha sucedido ?. - No ha pasado nada, pero podría haber sucedido, le respondió Jesús mientras que iban caminando hacia la casa y le fue contando todo. Había pasado un tiempo todo seguía igual, a excepción de la salud del anciano que no era buena. Las piernas se le dormían hasta el punto que no podía andar y tenía que estar siempre dentro de la casa o sentado en la puerta. Ahora era Jesús el que tenía que hacer de comer para los dos. También iba solo al templo pues el anciano no lo podía acompañar. Un día le preguntó a Jesús. - ¿ Porque curas a otros enfermos y por mi no haces nada ?. Jesús lo miraba con amor, pues lo quería mucho y le respondió. - Tienes muchos años y contra eso yo no puedo hacer nada, un día te tienes que ir y ese día no está lejos. El anciano lloraba no por morirse, sino por tener que dejar a Jesús que lo quería como a un hijo y le dijo. - Estarás dentro de mi corazón hasta el final de mis días, y en la eternidad siempre. Jesús se acercó a él y le dio un beso en la frente y le dijo. - lo se amigo mío. Una mañana que Jesús estaba en la puerta de la casa repartiendo pan y fruta a los pobres, vino un mensajero de la Reina y le entrego una misiva. Jesús miró el rollo de pergamino y leyó lo que decía. La Reina lo mandaba a llamar

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para que fuera a Palacio cuando él pudiera. Ese mismo día a la tarde se puso en camino. El anciano se quedó acostado esperándolo a que viniera. Cuando llegó a Palacio un soldado lo condujo hasta una gran sala, le dijo que se sentara y esperara. Al rato apareció la Reina acompañada de su doncella. Ella al verlo manifestó su alegría sonriéndole. Jesús se puso en pie y se acercó a ella. La Reina le dijo. - Soy feliz al encontrarte de nuevo. - Yo también, le respondió Jesús. - Te he hecho llamar para demostrarte mi gratitud por lo que hiciste por mi y por mi hija jamás lo olvidaré. - Hice lo que tenía que hacer, le respondió Jesús amablemente. - Te voy a pedir un favor y espero que lo aceptes. Es mi deseo de que te sientes a mi mesa a comer. Ella esperaba la respuesta de Jesús, pues estaba al corriente de que él era humilde y no le gustaban las extravagancias. La Reina lo miraba esperando una respuesta, Jesús respondió y le dijo. - Acepto, y estoy contento y encantado de que me hayas invitado a comer. La Reina hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza mientras sonreía. - Dentro de tres días daremos una cena y mi deseo es que te sientes a mi lado. - Será como tu quieras, le respondió Jesús. La Reina dirigiéndose a su doncella le dijo. - Dale la bolsa con monedas que he preparado para él. La doncella entregó a Jesús una bolsa importante llena de monedas de oro y plata. La Reina le dijo. - Se que ayudas a los pobres aquí te entrego una gran cantidad de monedas para que le des casa al que no tiene. Jesús la miraba con mucha ternura y le respondió. - Tu corazón es generoso, eso te sacará de los inconvenientes que te pueda dar la vida. - Gracias te doy otra vez por lo que has hecho por mi. La Reina se fue de allí con su doncella. Cuando llegó a casa del anciano estaba durmiendo, pues muchas veces se quedaba dormido y no se daba cuenta de nada. Jesús cenó lo que tenía en el bol. Después de hacer un rato de meditación se durmió. El día de la cena había llegado. Era por la tarde cuando Jesús se puso en camino hacia Palacio. Los soldados que hacían escolta en la puerta ya lo conocían por todas las veces que había ido allí. Una doncella lo estaba esperando y lo llevó hasta el gran salón, allí estaban los Reyes con sus invitados tomando unas bebidas en copas de plata.

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Todos los invitados que habían iban ataviadamente vestidos. El Rey había cambiado su modo de ser con Jesús y lo presentó a sus invitados. La Reina estaba contenta de tenerlo allí. Un sirviente vino y le ofreció a Jesús una copa de vino, Jesús la cogió y bebió un sorbo. Los ojos de los invitados estaban puestos en Jesús, de la forma que lo miraban daban a entender que sabían todo sobre él. Jesús era distinto al lado de todos, pues la túnica que llevaba era la que Marta la había comprado y ya estaba usada de cada día ponérsela y también que la lavaba muy amenudo. Estaba de una punta rasgada por la gente que lo quería tocar, pero la cosió y apenas se veía. Él iba vestido del mismo modo a todas partes. Había un matrimonio que tenía una hija que era aproximadamente de la edad de Jesús. Ella hacia todo lo posible por acercarse a Jesús. Sus padres se dieron cuenta y no estaban de acuerdo con los deseos de su hija y la madre seguía cada paso que ella daba. Todos los invitados sentían curiosidad por hablar con Jesús y preguntarle sobre las cosas que hacía. La que no se separaba de él era la Reina que se sentía orgullosa de tenerlo allí. Un criado anunció que la cena estaba servida. Entraron todos al gran comedor lujosamente decorado. La Reina se sentó en un extremo de la mesa y a su derecha se sentó Jesús. El Rey estaba en el otro extremo de la mesa y todos los demás invitados en los dos laterales. La hija del matrimonio se sentó al lado de Jesús. Ella era muy bonita de cara, iba vestida de color rosa que hacía resaltar más su belleza. Un criado iba poniendo de una jarra de plata vino en las copas, otro criado depositaba encima de la mesa bandejas con faisanes asados. Otro criado dejaba bandejas de verduras asadas y frutas. Jesús miraba toda aquella mesa larga llena de buenos manjares y pensaba en toda la gente que había en el mundo muriéndose de hambre. Todos se ponían en sus platos de todo lo que había y comían con apetito. Los sirvientes no paraban de entrar en el comedor para llevarse bandejas vacías e ir dejando otras llenas. Jesús había cogido un trozo de faisán y algo de verduras y las iba comiendo despacio como él hacía. La joven que estaba sentada a su lado solo hacía que observarlo, ella quería hablar con él, pero no sabía como empezar, pues su padre estaba sentado a su lado mirándola a cada momento. Aunque sabía que Jesús era educado y bueno, no aceptaba que su hija entablara una conversación con él porque no era de su misma clase. La joven con mucha astucia hizo caer su servilleta por el lado donde estaba Jesús. Él se agachó y la cogió, y en el momento de entregársela ella le dijo por lo bajo. - Me gustaría hablar contigo. Jesús no respondió nada y siguió comiendo, pues los padres de la joven estaban ya haciendo guardia. La cena había llegado a su fin. El matrimonio con su hija fueron los primeros en irse. Como había entrado la madrugada, Jesús se despidió de los Reyes pero aún quedaban invitados que se quedaron conversando con ellos.

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Cuando Jesús llegó a la casa, el anciano dormía, pero respiraba con mucha dificultad, había una manta a su lado, Jesús la cogió y le tapó. Después de hacer un rato de meditación se durmió, no para mucho tiempo porque solo había amanecido cuando se oían las voces de la gente que esperaban a Jesús en la puerta. El anciano seguía enfadándose por todo esto pero ya no podía hacer nada porque no se podía sostener de pie. La mitad de la gente que iban a pedirle y para que los curaran no tenían donde vivir. Jesús a todas estas personas les dio monedas de las que le había dado la Reina para que compraran el material necesario y se hicieran sus propias casas. También les dio a todos para que se compraran ropa. Jesús también hizo que le hicieran una túnica nueva para él. Los ancianos que iban al templo ya hacía tiempo que no veían al anciano y un día se presentaron todos para ver que era lo que le pasaba. Estuvieron un rato alrededor de su lecho hablando con él. El anciano puso al corriente a los demás de como era Jesús y lo que había venido a la tierra, era un elegido de Dios. Los ancianos lo escuchaban con mucha atención y no se perdían detalle de lo que decía. Uno de ellos le preguntó. - ¿ Él sabe que estás observándolo y que sabes todo esto de él ?. - Creo que debe de saberlo porque nada se le escapa a su alrededor, él tampoco esconde lo que es. Lo quiero como a un hijo y quizás pronto tenga yo que dejar la tierra. Quiero que estéis con él, ¿ Me lo prometéis ?. - Sí. Si claro te lo prometemos, respondieron todos a la vez. Jesús estaba más tranquilo porque la mitad de la gente que lo venían a ver estaban ocupados haciéndose sus viviendas, también pensaba que ya pronto se tenía que ir porque su labor allí ya estaba acabada, aunque había mucha gente pobre que quedaban, pero él ya no podía hacer más de lo que hizo. Una mañana al despertarse encontró extraño que el anciano no lo hubiera llamado como hacía cada día. Se puso en pie y fue hasta su lecho, le puso su mano en la frente y estaba fría. El anciano había muerto. Jesús tampoco se había querido ir antes porque esperaba que sucediera pronto esto. Sabía que el anciano lo quería como a un hijo y sufría mucho por él. Jesús empezó a preparar a todos sus seguidores diciéndoles que pronto tendría que irse. Ellos no creían que Jesús se fuera de allí dejando a tanta gente que le seguían por donde iba, pero la realidad es que era verdad lo que les decía, pues en ese lugar había estado más tiempo que en otros, y ya había llegado la hora de que volviera a su tierra natal y ver a su madre y a José su padre adoptivo, también a sus hermanos, hijos de José que él llevaba cuando se casó con María porque se quedó viudo. Llegó a oídos de la Reina que Jesús iba pronto a dejar esa ciudad y le mandó un mensajero para que la fuera a verla. Jesús fue al día siguiente a ver a la Reina. Un soldado lo llevó hasta una gran sala y le dijo que esperara. Al rato hizo su aparición en medio de dos de sus doncellas. Ella fue a saludar a Jesús sonriente, pues le estaba muy agradecida y jamás olvidaría lo

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que hizo por ella. La Reina estaba en estado de buena esperanza. Se sentó en un sillón y le dijo a Jesús que se sentara en otro que había frente a ella. La Reina le dijo. - He sabido que te vas pronto y quiero despedirme de ti, me hubiera gustado que te hubieses quedado aquí para siempre. - También quiero yo a la gentes de esta ciudad, pero mi trabajo continua en otro lugar.- le respondió Jesús. - Quiero que pienses en mi, pues dentro de tres meses daré a luz y deseo que sea del agrado del Rey. - Lo será, esta vez lo será.- le respondió Jesús con una sonrisa. La Reina muy contenta miró a sus dos doncellas y les dijo. - ¿ Habéis oído lo que ha dicho ?. Ellas sonrieron sin decir nada. La Reina se puso en pie y Jesús también lo hizo. Ella le dijo. - Deseo que seas feliz a donde vayas. - También te lo deseo yo a ti.- le respondió Jesús. La Reina se fue de la sala acompañada por sus dos doncellas. El soldado estaba esperando para acompañar a Jesús hasta las puertas de Palacio. Cuando llegó a la casa un hombre lo estaba esperando en la puerta. Se dirigió a Jesús y le dijo. - Me manda mi amo, para que vayas todo lo rápido que puedas, pues su hijo se está muriendo. Jesús no entró en la casa y fue con este hombre a casa de su amo. Él esperaba a Jesús llorando y desesperado. Lo llevó hasta el lecho donde estaba su hijo con una fiebre muy alta. Era un joven que luchaba entre la vida y la muerte. Jesús se acercó a él que estaba inconsciente, le puso sus manos en la cabeza y mirando al cielo dijo. - Padre si tiene que seguir entre los suyos que se haga. Estuvo junto al joven un rato bendiciéndolo y empezó a moverse llamando a su padre. El padre lloraba de alegría de ver que su hijo había vuelto a la vida. Jesús se iba pero el hombre rico le dijo. - Espera que quiero darte algo en gratitud de lo que has hecho por mi hijo. El hombre entró por una puerta y salió al poco tiempo con una bolsa de monedas en la mano, y entregándosela a Jesús le dijo. - Cógela y repártela entre todos esos pobres que vienen a verte cada día. Jesús la cogió y respondió. - Así lo haré buen hombre, queda en paz tu y tu hijo.

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Cuando Jesús llegó a la casa era ya de noche, pero toda su gente lo estaban esperando. Ellos al verlo se pusieron contentos, uno decía. - ¿ Os dais cuenta que no se ha ido ?. Otro respondió. - Sabía yo que no, porque he mirado dentro de la casa y está su vara. Jesús se quedó junto a ellos y fue repartiendo para todos las monedas que le acababan de dar. Después les dijo. - Hoy es el último día que estoy con vosotros, pues mañana a la salida del sol me voy. Se escucharon a todos exclamar tristemente lo que acababan de oír por boca de Jesús. - ¿ Porque no te quedas aquí con nosotros ?.- le preguntó uno. - Porque no puede ser, si lo pudiera hacer lo haría.- le respondió Jesús. - ¿ Quien lo impide si eres tu el que manda en ti mismo ?.- le preguntó una mujer. - Yo no tengo ningún mandato sobre mi.- le respondió Jesús. - ¿ Quieres decirnos quien manda en ti ?.- le preguntó un hombre. - Manda mi Padre, Él es el que me dirige.- le respondió Jesús. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - Os dejo esta casa que era del anciano para que os reunáis dentro, es de todos vosotros a partir de ahora. Una mujer que tenía a su bebé entre los brazos se acercó a Jesús y le dijo llorando. - Joven Maestro te echaré mucho de menos y siempre recordaré cuando a mi hijito le devolviste la vida. Jesús mirándolos a todos les dijo. - Ahora tengo que ir a descansar pues mañana empiezo de nuevo el camino y tengo que estar bien. Todos se acercaron a él porque lo querían tocar por última vez. Jesús a todos los fue bendiciendo y después entró en la casa. Antes de que amaneciera Jesús se preparó para irse. Miró la casita de una sola pieza, el techo, las paredes y dijo. - Gracias por haberme acogido todos estos años. Cuando salió de la casa vio que frente estaban toda esa gente esperándolo para decirle el último adiós.

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Jesús llevaba su vara. Los miró a todos pero no se quiso acercar a ellos porque sabía que no lo iban dejar partir. Cogió el camino que iba al campo y empezó a caminar apoyando su vara en el suelo. A una distancia sus seguidores iban detrás de él. Lo sabía pero no quería volver la vista atrás. De pronto escuchó una canción que iban cantando todos, se la había enseñado Jesús que decía así. - Seguimos el sendero de la vida que Dios nos ha dado aquí en la tierra, para que la vivamos con amor, la vivamos con alegría, por eso cantamos al sol, y a la sabiduría que Dios nos dio. Queremos seguir adelante somos el regimiento de Dios, que siempre va luchando con el corazón con el corazón, amándonos todos como Él nos enseñó. Jesús se paró, pero no quiso volver la cabeza hacia atrás porque estaba llorando. Después de hacer una pausa siguió caminando. Todo este rebaño que lo seguía se dieron cuenta de que el joven Maestro definitivamente se tenía que ir, y se quedaron quietos mirándolo como se iba alejando hasta que no lo vieron más. Andaba escuchando sus pisadas que iba dejando en el camino y pensando en toda esa maravillosa gente que había dejado en esa ciudad. También pensaba en el anciano en todos esos años que habían vivido juntos y todo el miedo que le hizo pasar, siempre temeroso de que alguien le pudiera hacer daño a Jesús por la fuerza que iba con él, y que decía todo lo que pensaba que estaba mal, sin mirar quien tenía delante. Llevaba medio día de camino y se quedó a descansar debajo de un grueso árbol. Dejó su vara a un lado y él se estiró encima de la hierba recordando aún todo lo que había dejado. Al poco tiempo de estar así con los ojos cerrados escuchó el pío pío de los pajarillos que estaban junto a él picoteando en el suelo las semillas que caían del árbol. Jesús se sentó y cogió semillas del suelo, las puso en las palmas de sus manos para que los pajarillos fueran a comer. Pronto dieron un corto vuelo y se posaron en sus manos comiendo todo lo que en ellas habían. De nuevo emprendió el camino mientras que buscaba fruta para comer. Pasó por un pueblecito pequeño de casitas blancas, decidió de no quedarse allí y siguió por el campo. Oía el agua bajar de un río y como estaba anocheciendo se quedó para pasar la noche allí. Habían árboles grandes y se quedó en uno de ellos. Se quitó la túnica y se metió dentro del agua. Estaba bañándose en el río cuando vio a dos hombres que llegaban con malas intenciones. Jesús salió rápidamente del río para coger su túnica , uno de los hombres se había adelantado y la tenía cogida y a punto de echarse a correr. Jesús dándole un grito le dijo. - ¡ Hermano quédate donde estás ?. El hombre se quedó parado, pues las piernas no le reaccionaban y la túnica le dio una sacudida eléctrica que se le calló de las manos quedando en el suelo. Jesús recogió su túnica y se la puso. El otro hombre que iba con este se enfadó con él diciéndole. - ¿ Porqué has tirado la túnica ?, está nueva y la podríamos haber vendido.

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- No la he tirado, alguien me la ha cogido con fuerza y me la ha quitado.- le respondió su compañero con la mirada perdida. - No digas tonterías, él estaba lejos para poder haber hecho eso, vas a ver como me quedo yo con la túnica. El ladrón se iba acercando poco a poco a Jesús y le decía al mismo tiempo que le hacía un gesto con la mano. - ¡ Quítate la túnica y dámela, vamos date prisa !. Jesús lo miraba pasivo esperando a que se acercara. - ¡ Te he dicho que te la quites y me la des !.- le volvió a decir el ladrón. - Ven y quítamela tu.- le respondió Jesús. - Nosotros somos dos y tu solo eres uno, sabes que podemos quitártela a malas, le dijo el ladrón pero guardando distancia. - Eso es lo que espero que me la quitéis vosotros.- le respondió Jesús. Este ladrón miró a su compañero y le dijo con rabia. - ¡ Vamos no te quedes atrás y ayúdame !. - No quiero acercarme a él, pues tu no sabes el miedo que he pasado, ¿ Porqué quieres su túnica ?. - Porque ahora la quiero a malas, ¿ Que pasa contigo, ahora resulta de que eres un cagao ?. - No lo soy y tu lo sabes bien, pero es que con él no quiero nada. Jesús observaba a los dos ladrones como se discutían, los dos tenían miedo de acercarse a él, pero uno le quería demostrar a Jesús que él cogía lo que quería sin el permiso de nadie. Jesús le dijo al ladrón. - Ven y quítame la túnica, si lo consigues es tuya. El ladrón se iba aproximando despacio y tanteando el terreno. Cuando estaba a un metro de Jesús, su compañero le grito diciendo. - No te acerques más olvida la túnica. Este ladrón sin mirar a su compañero le hizo un gesto con la mano para que se callara. Las manos las llevaba estiradas como queriendo coger la túnica pero temblorosas, no le quitaba ojo a Jesús. Jesús avanzó dos pasos y cogió una de las manos del ladrón. Al instante recibía este por todo su cuerpo grandes calambres, hasta el punto que perdió el conocimiento y se cayó al suelo. Jesús miró al otro ladrón y le dijo. - Ven a por él y llévatelo.

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El otro se iba acercando con miedo y cuando estuvo junto a su compañero le preguntó a Jesús. - ¿ Está muerto ?. - No solo inconsciente pero pronto se le pasará. El ladrón cogió a su compañero por las manos y fue estirando de él y lo llevó arrastrando hasta dejarlo un poco más lejos. Cuando volvió en sí le preguntó a su compañero. - ¿ Que me ha sucedido ?. - ¿ No lo sabes ?. - No recuerdo nada. - Pues yo tampoco lo se, solo vi que te cogió por la mano y te caíste al suelo, ya te advertí que no te tenías que acercar a él. Los dos ladrones decidieron de irse de allí y desaparecieron. A la mañana siguiente con la salida del sol, Jesús se puso en camino. Iba pensando en su madre lo contenta que se pondría al verlo, pues cuando se fue de su casa tenía catorce años y ahora volvía con veintiocho, había cambiado bastante en su aspecto físico pero estaba seguro que cuando María lo viera, lo reconocería rápidamente. Después de estar diez días caminando y durmiendo de noche llegó a la ciudad de Jerusalén. El lugar elegido por Dios donde fijó su mirada. En Jerusalén se quedó un día y estuvo caminando por sus calles. Estaba contento de estar en la tierra que lo vio nacer. Tardó dos días más hasta llegar a Nazaret. Caminaba rápido porque tenía ganas de abrazar a su madre, a José y a sus hermanos. En la calle donde vivía María habían construido más casas, pero la de ellos seguía igual. Estaba anocheciendo cuando llegó a la casa, la puerta estaba abierta. Dentro estaba José su padre adoptivo con uno de sus hijos trabajando la madera. Jesús se quedó de pie delante de la puerta sin decir nada, esperaba que lo reconocieran. José miró hacia la puerta y vio la silueta de Jesús. Estuvo dudando unos instantes y después fue a él con los brazos abiertos y fundiéndose en una abrazo dijo. - ¡ Hijo ya era hora de que vinieras a vernos, que alegría de verte !. El hijo de José abrazó también a Jesús. Jesús le preguntó a José. -¿ Donde está madre ?. - Haciendo la cena.- le respondió José. - Déjame que vaya yo solo a verla.- le dijo Jesús mientras que entraba en la cocina.

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La cocina estaba al final de la casa. Jesús iba al encuentro de su madre y detrás lo seguían José y su hijo con una gran emoción esperando ver a María como reaccionaría al encontrarse con Jesús delante de ella. María estaba en la chimenea guisando. Jesús se puso detrás de ella con el rostro radiante de felicidad y le dijo. - ¡ Madre !. María se giró con rapidez, pues sabía que esa voz no era la de sus otros hijos, cuando vio a Jesús frente a ella lo reconoció rápidamente, y con los ojos llenos de lágrimas se abrazó a él diciendo. - ¡ Hijo !. Los dos estaban abrazados fuertemente, María repetía una y otra vez. ¡ Mi hijo ha vuelto !, ¡ Mi hijo ha vuelto !, Gracias Dios mío. José y su hijo que estaban detrás de ellos viendo lo que ocurría también lloraban de alegría. Cuando Jesús y su madre se separaron del abrazo, María lo miraba y decía. - ¡ Pero si es un hombre muy guapo !. tantos años sin verte y tanto como he llorado por ti. María tenía un aspecto humilde y eso le daba aún más belleza, tenía cara de virgen porque eso es lo que era. Esa noche María le quería dar a su hijo todo lo que tenía. Si se hubiese imaginado que Jesús volvía habría hecho una gran cena, aunque muchos recursos no tenían porque José de carpintero no ganaba mucho. Ella empezó a buscar dentro de la alacena algo más que le pudiera quedar para ofrecérselo a su hijo y cenar todos juntos. Jesús seguía sus movimientos, iba detrás de ella y como vio que buscaba algo le preguntó. - ¿ Madre que quieres hacer ?. - Una buena cena para celebrar que estás aquí, pero me ha cogido de que no me queda nada más, le respondió su madre mientras que cogía el rostro de su hijo con sus manos y lo besaba una y otra vez. - Me estás dando lo mejor de ti, tu amor madre. A María se le enterneció el corazón al oír a su hijo decirle estas bellas palabras y abrazándolo fuertemente le preguntó. - ¿ No volverás a irte otra vez, ¿ Verdad ?. Jesús acariciaba los cabellos de su madre, y dándole un beso en la frente le respondió. - No hablemos ahora de eso, porque tu sabes lo que tengo que hacer en la tierra, no pertenezco a nadie de aquí. María miró a Jesús a los ojos, y con la cabeza afirmo un sí.

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El hijo de José fue a llamar a sus otros hermanos para que fueran con sus esposas a ver a Jesús. Cuando llegaron a la casa y lo vieron. Unos estaban contentos y otros no. A estos les dio igual que Jesús hubiese vuelto, pues era casi un niño cuando se fue y apenas se acordaban de él. Habían vecinas que conocían bien a María y la querían, y al enterarse que su hijo había vuelto hicieron comida para todos poniendo lo mejor que tenían. María se lo agradeció mucho y con toda esa cena comieron también los hijos de José y sus esposas. Esa noche fue una gran cena donde María y Jesús estaban llenos de amor. Durante la cena se habló mucho y Jesús tuvo reproches por parte de algunos de sus hermanos. Uno le preguntó con intención de encontrarle fallos y le dijo. - ¿ Que es lo que has hecho todos estos años que faltas de casa? - He conocido al ser humano, he ayudado al que lo necesitaba, he aprendido mucho.- le respondió Jesús. - Eso que has hecho en otras tierras lo podrías haber realizado aquí, también aquí hay gente que hace falta que los ayuden. - Es cierto hermano lo que dices, pero siendo un niño lo probé de hacer y nadie quiso nada de mi, nadie es profeta en su tierra, ni en su familia. Ahora vengo de nuevo a intentarlo pero tampoco me escucharan. - ¿ Que es lo que tienen que oír de ti ?.- le preguntó el hermano con sarcasmo. - ¿ Verdad que tu no crees en mi ?.- le preguntó Jesús. - ¿ Porque tendría que creer en ti ?, si eres igual que yo. María estaba molesta de oír al hijo de José las palabras que tenía con Jesús e intervino diciendo. - ¡ Basta ya con tantas preguntas dejazlo tranquilo !. Este hijo de José se puso en pie y mirando a María le dijo. - Claro es tu hijo y no quieres que se le juzgue, ni que se le reproche todos estos años que ha estado lejos de aquí. José era un hombre bueno y paciente pero lo que no iba a consentir es que su hijo le hablara de ese modo a María, y dirigiéndose a él le dijo. - Si no te gusta lo que hay puedes irte de aquí, y no vuelvas más hablar mal a mi esposa. María quería arreglar la situación. Se puso en pie y fue donde estaba sentado el hijo de José. Lo cogió de la cabeza acariciándosela y le dio un beso en la sien, y le dijo. - Hijo no quiero que perturbéis con palabras a Jesús, hoy es un gran día para mi, mi felicidad es grande de verlo entre nosotros.

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María seguidamente fue a sentarse donde estaba, al lado de Jesús. Ella le cogió una mano, y empezó a besársela mientras que le decía. - Hace años que no te ven, pero estoy segura que te siguen queriendo como antes. Los hijos de José al ver como María le hablaba a Jesús cogieron celos, pues todo lo que tenían era eso. Se pusieron en pie y se fueron de la casa con sus esposas. El único que se quedó fue el hijo menor de José que era el que trabajaba con él y vivía con ellos. Jesús se decepcionó al ver que no caía en gracia a la mayoría de sus hermanos, y que habían esperado el momento para echárselo todo en cara. Era por eso que decía. - Mis hermanos son todos esos que escuchan la Palabra de Dios. María le preparó a Jesús una habitación pequeña para que durmiera. Estaban ya todos acostados y a eso de la media noche fue María al dormitorio de Jesús. Se sentó a su lado mirándolo como dormía. Se aproximó a su rostro y le dio un beso en la mejilla, después otro en la frente y otro en la otra mejilla. Jesús abrió los ojos, cogió las manos de su madre y las besó. Por los ojos de María brotaban lágrimas mientras que sonreía mirando a su hijo. Ninguno de los dos hablaron ni dijeron nada. De esa manera estuvieron un rato y seguidamente después María salió de la habitación. A la mañana siguiente cuando el gallo cantó, Jesús se levantó e hizo meditación. Cuando salió fuera de la habitación fue a la carpintería y estuvo mirando el trabajo que estaba haciendo José y su hijo menor. También a él le gustaba la carpintería y continuó el trabajo. Hacía un rato que estaba trabajando cuando vino José y su hijo a incorporarse en lo que habían empezado un día anterior. Vio que ya casi estaba acabado, pues Jesús le estaba dando los últimos toques. No tardaron en llegar los otros hijos de José para hablar con Jesús, uno le dijo. - Tienes que quedarte aquí para ayudarle a nuestro padre, pues ya es mayor y no tiene muchas fuerzas para trabajar la madera. - Le ayudaré en todo lo que pueda, pero piensa que he venido también para hacer otras cosas, le respondió Jesús . María venía en esos momentos y vio que los hijos de José habían venido para volver a reprocharle a Jesús cosas. Ella como era la gran mediadora fue amansándolos con palabras tiernas, hasta que ellos se daban cuenta de lo mal que lo hacían con Jesús. José y María eran la humildad en vivo. María luchaba para que Jesús fuera aceptado por los hijos de José, pues ahora que lo tenía a su lado quería disfrutar de su compañía todo el más tiempo posible.

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Jesús fue a la Sinagoga para orar, ocupó un sitio que había vacío. Todos los hombres que oraban se fijaron en él y se preguntaban, quien podría ser. Cuando salieron de la Sinagoga dos ancianos se le acercaron y le preguntaron. - ¿ Eres nuevo aquí en Nazaret ?. - Soy hijo de María y de José el carpintero.- le respondió Jesús. - ¿ Pues como te llamas tu ?. - Jesús. - ¿ Eres tu el que se fue a otras tierras hace ya años ?. - Así es, y he vuelto de nuevo. - Recuerdo cuando eras un chaval, me gustaba lo que decías sobre Dios.- le dijo uno de los ancianos. El otro anciano le dijo. - Esperemos que hayas cambiado en tu modo de pensar, antes eras un niño y no sabías lo que decías. - Pues ahora he vuelto para decir lo mismo de antes, tenéis que conocer a Dios mejor.- le respondió Jesús. - ¿ Según tu de qué manera ?.- le preguntó el anciano haciéndose el importante. - Tenéis que hacer su Voluntad y no la vuestra, tenéis que dar para que se os de.- le respondió Jesús. - Todo lo que dices lo hacemos ¿ Quien eres tu para hablarnos de esa manera ?. - Mirar las escrituras y veréis lo que dice: Lo tendréis entre vosotros y no lo reconoceréis. - Está loco.- dijo un anciano. El otro respondió y dijo. - Se quiere hacer pasar por el Mesías que estamos esperando. Se agregaron a ellos otros ancianos más y uno le preguntó. - ¿ Quien es ?. - Jesús el hijo del carpintero.- respondió uno de los dos ancianos. - Sí lo recuerdo.- respondió el anciano. - Pues ha vuelto de nuevo para darnos clases de ética, de como debemos amar a Dios.- le respondió uno de los ancianos mientras que soltaba una carcajada. - Si ya cuando era un niño lo decía, no le hacíamos caso porque pensábamos que eran cosas de niños. - Pues ahora no se queda ahí, sino que va más lejos, nos quiere hacer entender de que él es el Mesías.- le respondió un anciano. - ¡ Que barbaridad !, sabemos que es hijo de José y María. Lo hemos visto crecer, ¿ Como puede decir eso ?.- respondió otro anciano. Jesús los miró a todos y le dijo.

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- ¿ Porque pensáis que el Mesías no puede haber nacido de una mujer ?. Uno de los ancianos levantó el dedo y con furia le respondió. - Porque el Mesías que estamos esperando dicen las escrituras que tiene que nacer de una mujer virgen, que no haya conocido varón, y por lo que a nosotros respecta María tu madre está casada con José, y cuando llegasteis aquí a Nazaret eras tu un niño pequeño. - Dichosos de los que no vieron y creyeron, porque para ellos es el Reino de Dios.- le respondió Jesús. Se formó un gran alboroto entre los ancianos, criticando las palabras de Jesús, uno dijo indignado. - ¡ Nos está haciendo creer que María es virgen !. - Eso es lo que he dicho.- les respondió Jesús levantando la voz. Seguidamente se fue de allí dejando a los ancianos comentando lo ocurrido. Pasaron los días y Jesús no dejó de ir a la Sinagoga, aunque allí nadie le hablaba, pero cada día iba hacer las oraciones. Ayudaba a José en la carpintería y el cariño que tenía era el de él, el de su madre, y el de el hijo más pequeño de José que lo seguía y creía en él. Iba por los pueblos hablando de Dios. En algunas aldeas hizo pequeños rebaños que lo seguían. Todos sus seguidores sabían en donde vivía y muchas veces lo acompañaban hasta su casa pues para ellos no había duda alguna de que era el Mesías, y seguían sus enseñanzas a escondidas de los rabinos. Sus seguidores se sentían muy felices a su lado, y cuando Jesús les hablaba todos estaban en silencio escuchándolo palabra por palabra todo lo que Jesús les decía. Una noche se presentaron en casa de José y de María un hombre de la justicia acompañado de dos rabinos. Cogieron a Jesús a solas y trataron de meterle miedo para que parara de ir hablando de Dios de la manera que él lo hacía. A María y a José le habían dicho que se quedaran en otra habitación para que no escucharan lo que le iban a decir a su hijo. José era ya muy mayor y todo esto hizo que acelerara su muerte, pues hacia años que ya padecía del corazón, el trabajo que hacía era duro para la enfermedad que sufría. Un día José no pudo levantarse de la cama. María, Jesús y su hermano más pequeño estaban junto a su lecho. A José le faltaban las fuerzas y apenas podía respirar. Estuvo dos días de esta manera y una noche de madrugada murió uniéndose a Dios para siempre. Hacía dos años que Jesús estaba en casa de su madre, entre su hermano más pequeño y él hacían el trabajo de la carpintería pero no podía estar mucho tiempo más, porque se tenía que ir en busca de Juan, de María y de alguien más. Él seguía viéndose con su rebaño como él los llamaba y lo hacían a

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escondidas porque la justicia ya lo perseguía. Un día quedaban en casa de unos, otro día en la de otros. Habían gente adinerada que lo seguían. Un día los reunió a todos y les dijo. - Dentro de dos días me voy pero pronto volveré. - ¿ A donde vas ?, le preguntó uno de sus seguidores. - En busca de otro rebaño que he dejado lejos de aquí. Todos juntos formaremos una familia, ellos hace ya años que me están esperando. Se despidió de todos como siempre hacía dejándoles todo su amor. Esa noche Jesús anunció a su madre que se tenía que ir. María lloraba de pena que sentía porque Jesús se volvía a ir, y también por miedo de lo que le pudiera ocurrir. María le dijo con temor. - ¿ Hijo que es lo que vas hacer ?, si abandonas ahora nada te va a suceder, mira bien lo que haces. - Madre, ¿ porque me hablas así tu también ?.- le preguntó Jesús sorprendido. - Es que tengo miedo que te suceda lo peor, estoy que no duermo pensando en tu destino.- respondió María sin poder retener sus lágrimas. - Pues no debes de sentir miedo porque lo que tiene que pasar pasará, tu sabes igual que yo que un día no muy lejano tendrá que suceder, le dijo Jesús mientras que acariciaba su cabellera. María rompió en sollozos con su cabeza apoyada en el pecho de Jesús. Que dolor sentía de pensar que su único hijo tenía que llegar hasta el final. El hijo menor de José se encontraba allí, Jesús le dijo. - Cuida de madre hasta que yo vuelva. - No te preocupes por ella, pues estaré a su lado. Al día siguiente Jesús no salió de su casa para estar todo el día con su madre llenándola de atenciones. Pasado este día Jesús salió de su casa con la salida del sol, solo llevaba su vara, iba en dirección del mar pues solo en dos días llegó a un puerto. Había una barca parada y hombres que iban subiendo en ella, Jesús también subió pues era un medio de transporte. El dueño subió también y fue cobrando a todos el recorrido, pero era poco dinero, a cambio les pedía que tenían que remar con él. Cuando llegaron al primer puerto la mayoría de hombres se bajaron y solo quedaron Jesús, el dueño de la barca y un hombre más que iba también lejos. Llegó la noche y esa hora era buena para pescar, el dueño de la barca lo aprovechaba todo y sacó la red para echarla al mar. Miraba las aguas y con decepción dijo. - Esta noche no habrá pesca, pues sería un milagro si hubiera algún pescado que caiga. - Tira la red a este lado.- le dijo Jesús. - Esperaré un rato a ver si está el mar más tranquilo.- le respondió el hombre. - El mar estará alborotado toda la noche, echa la red a este lado y verás que tu pesca será grande.- le respondió Jesús.

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El pescador echó su red en donde le indicó Jesús pero sin ganas de hacerlo, pensaba que era un tiempo perdido. Había pasado poco tiempo cuando de pronto un peso fuerte arrastraba al pescador. Él empezó a pedir ayuda, y entre él, Jesús y el otro pasajero que había quedado en la barca sacaron mucho pescado que no cabía en las cajas. Llegaron al amanecer al siguiente puerto. Las mujeres de ese pueblo bajaban para comprar pescado, ese día el pescador lo vendió todo. El pescador le estaba agradecido a Jesús por todo lo que pescó y el dinero que recogió y lo invitó a comer en la taberna que había en el puerto. El pescador quería volver a su lugar de origen pero Jesús le dijo que él iba hasta el siguiente puerto y que ahí se quedaba. El pescador accedió con la condición que lo ayudara a pescar más y de esa manera se hizo. Jesús había llegado al pueblo donde vivía Juan, era también hijo de un pescador. Hacía ya años que no se veían y ahora el encuentro sería también grande. La casa de Juan estaba ya cerca y podía ver que en el escalón de la puerta estaba sentado un hombre. Él miró hacia abajo de la calle y seguidamente se puso de pie. Juan había reconocido a Jesús, no tenía duda alguna por su manera de caminar y de vestir. Los dos fueron al encuentro y se fundieron en un abrazo. Se miraban tiernamente con amor celestial. El primero en hablar fue Juan que dijo mientras que seguía abrazado a Jesús. - ¡ Maestro !, ya tenía ganas de volver a verte, he estado contando los días, los meses y los años desde que viniste a verme. La mirada de Jesús brillaba como el platino y rebosando de amor le dijo. - Mi amado Juan, de todos los apóstoles que haga tu serás mi preferido porque en ti vive la inocencia, no conoces el pecado al igual que yo tampoco. Todo el que vive para el amor universal vuelve al amor, está escrito en los mandatos de mi Padre. - Maestro, soy tan feliz de estar de nuevo contigo, solo tu y yo conocemos nuestra procedencia, le respondió Juan. - Es cierto, pero estoy seguro que ninguno lo va a comprender, se preguntaran porque tu me amas de esa manera, y que yo te corresponda, solo los que son sabios lo entenderán, y no harán preguntas. Juan escuchaba las palabras de Jesús y no decía nada. Después le dijo. - Maestro entra en mi casa para que comas y descanses, te prepararé un barreño para que tomes un baño de pies. Los dos entraron en la casa, la madre de Juan estaba en la cocina preparando la cena. Cuando vio a Jesús lo miró unos instantes y rápidamente recordó quien era. Ella cordialmente le dijo. - Hijo eres bienvenido a mi casa pero te pido que no te lleves a mi hijo porque moriría de dolor si no vuelvo a verlo más. Jesús la tranquilizó diciéndole.

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- No sufras por él, porque no le sucederá nada, yo también tengo una madre que sufre mucho por mi, pero tu hijo y yo hemos venido a la tierra para hacer la Voluntad de Dios y no la del ser humano. Se le saltaron las lágrimas a la madre de Juan, él fue a su lado y la estrechó entre sus brazos. Juan era de mediana estatura y delgado, con los cabellos negros y rizados. Cenaron los tres, el padre de Juan estaba en el mar pescando, la mayoría de veces iba con él, pero algún día se quedaba porque Juan escribía todo lo que veía la noche anterior pues era un gran vidente. La casa no era grande y Juan en su habitación preparó un sitio para que durmiera Jesús. Esa noche se la pasaron los dos hablando del Ser Supremo que amaban y obedecían órdenes. Al día siguiente hicieron lo que habían acordado de ir al campo donde Jesús día a día pondría al corriente a Juan de todo lo que sucedería. Tenía que ser así pues después serían muchos y no lo podría decir todo lo que quería. Ya en el campo y sentados sobre la hierba, Jesús dijo. - Después tenemos que ir a buscar a María, ella me esta esperando, también es hija de otro pescador. Jesús hizo una pausa y después le preguntó a Juan. - ¿ Sabe tu padre de mi existencia ?. - Sí, mi madre le habla de ti, le dice que un día contigo.

vendrías para que vaya

- ¿ Que dice tu padre ?. - Dice que será lo que Dios quiera. Jesús no respondió nada y los dos permanecieron en silencio e hicieron un rato de meditación. Había mucha concentración entre los dos. Pasado un rato volvieron a la casa de Juan. Su madre era muy cariñosa y le gustaba besar a su hijo, él era muy bueno con ella y con su padre. Ella cogió la cabeza de Juan y la besó en las dos mejillas. Jesús miraba lo que sucedía entre madre e hijo, y pensaba en la suya. Cuanto estaría María sufriendo por él, tan lejos como estaba y sin poderlo estrechar entre sus brazos. La madre de Juan se dio cuenta de como Jesús los miraba y dirigiéndose a él le dijo. - Hijo déjame que te bese. Ella se acercó a Jesús y cogiéndolo por debajo de las mandíbulas cariñosamente besó sus dos mejillas. Cuando se separó lo miró unos instantes y seguidamente le dijo. - Hijo veo en ti mucha tristeza y dolor, ¿ Porqué ?. - Estás viendo lo que realmente siento, mi tristeza y dolor es por toda la humanidad.- le respondió Jesús.

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- No se que es lo que quieres decir.- le dijo la madre de Juan. - Pues mi dolor es por todos esos ciegos de espíritu y también sordos. Tienen ojos pero no quieren ver, también tienen oídos pero no quieren oír. La madre de Juan todavía tenía entre sus manos la cara de Jesús y como no entendía lo que le quería decir miró a su hijo y le preguntó. - ¿ Lo has entendido tú ?. Juan afirmó con la cabeza sin responderle nada. Ella miraba extrañada a su hijo y a Jesús. Fue a la cocina y les preguntó. - ¿ Queréis un bol de leche caliente ?. - Si madre.- le respondió Juan. El padre de Juan llegaba con una barca llena de pescado. Jesús y Juan fueron al puerto para ayudar a su padre a sacar toda la pesca. Lo iban poniendo en cajas y lo subían arriba donde tenían que venderlo. El padre de Juan le preguntó a su hijo. - ¿ Quien es ?. - Jesús, sabes que madre te ha hablado de el. - Sí ya se, pues quedaos los dos y vender el pescado, yo me voy a comer y descansar. Vendieron todo el pescado, y cuando llegaron a casa dormía el padre de Juan. Él le dio el dinero a su madre. A la noche cuando estaban cenando la madre de Juan le dijo a su marido. - Este joven es Jesús amigo de Juan. - Sí, ya lo se.- le respondió su marido mientras comía y mirando a Jesús le preguntó. - ¿ Para que has venido ?. - En busca de Juan.- le respondió Jesús. El padre de Juan siguió comiendo y más tarde más tarde le preguntó. - ¿ Porqué Juan ?. - Porque nació para la misión que va a empezar ahora. - ¿ Tú como sabes eso ?. - Si te lo digo es porque lo se.- le respondió Jesús. - Si yo te digo que mi hijo no va a ir a ninguna parte, su sitio está aquí junto a sus padres. - No se puede ir contra la voluntad de Dios , y si lo ha elegido para que trabaje para él, así será.

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La madre de Juan lloraba en silencio. Su marido la observaba y con miradas que le hacia a su hijo le reprochaba que su madre estaba sufriendo por culpa suya. Él tenía aspecto de un hombre rudo y distante pero en realidad no lo era, tenía un corazón tierno. Jesús lo había notado pues sabía lo bueno y lo malo que había dentro de una persona nada más conocerla. - ¿ Vienes de muy lejos ?.- le preguntó el padre de Juan a Jesús. - De Nazaret. - ¿ Tienes padres ?. - Sí. - ¿ Tienes tu también una misión para cumplir ?. - Así es. - ¿ Que dicen de esto ?. - Nada, pues están a las órdenes de Dios. - ¿ De que misión se trata ?. - La de salvar al mundo. - ¿ Como lo vas hacer ?.- le preguntó el padre de Juan con ironía. - Mi muerte será la salvación de todos.- le respondió Jesús mirándolo a los ojos. El padre de Juan miraba a Jesús pensativo por esto último que había dicho y le preguntó. - ¿ Quien eres ?. - Ya lo has visto, te has dado cuenta.- le respondió Jesús. El padre de Juan puso sus manos en la cabeza y los codos apoyados en la mesa, estuvo así unos minutos y después le preguntó a Jesús. - ¿ La misión de Juan cual es ?. - Por él no temáis porque no le sucederá nada, está elegido para que escriba todo lo que vea antes y después de mi muerte. - Él nos dice que escribe ahora cosas que ve, pero nunca nos lo ha mostrado parece que sean un secreto o misterio, ¿ Tu que piensas ?. - Pues que es eso que dices.- le respondió Jesús. - ¿ Y lo escribe para que lo tenga guardado ?. - Todavía no ha llegado el momento, pero cuando esto ocurra todas las generaciones leerán todo lo que haya escrito. El padre de Juan estaba cenando al lado de su esposa, ella permanecía callada acatando todo lo que se estaba diciendo, él la rodeo con sus brazos y le dijo. - También nosotros somos padres elegidos por haber traído al mundo a Juan. - Tus palabras son sabias.- le dijo Jesús mirando a los dos. - ¿ Cuando os vais ?.- le preguntó el padre de Juan a Jesús.

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- No tardaremos, puede que dentro de dos o tres días. La madre de Juan se puso en pie y fue al otro lado de la mesa donde cenaban Jesús y su hijo, se quedó en medio de los dos y los estuvo abrazando y besando. Ella le dijo a Jesús. - Con razón yo veía en ti tristeza y dolor, ahora lo entiendo. Jesús no respondió nada, Juan tampoco, pues eran como dos gemelos que habían nacido para vivir lo mismo los dos juntos. El amor que Juan sentía por Jesús era grande pues si hubiese podido cambiar el destino habría muerto en el puesto de él. Esto Jesús lo sabía era por eso que lo llamaba el Apóstol del Amor. El Padre lo había puesto al lado de Jesús para que lo ayudara en su trayecto hacia la muerte, aunque cuando esto ocurrió Jesús necesitaba que Juan estuviese a su lado y no fue así, no porque él no quisiera si no porque Jesús le pidió que cuidara de su madre la Virgen María, prefería que fuera de ese modo, aunque esto a Juan le causó un gran dolor pero eran órdenes del Maestro que tenía que acatar. Aquí se puede ver el amor tan grande que Jesús sentía por su madre. Hacía doce días que Jesús estaba en casa de Juan, la marcha ya la tenían preparada para inmediato, a los padres de Juan no le quisieron decir nada hasta un día antes. Era por la mañana la madre de Juan le estaba echando de comer a los animales cuando vio que los dos iban hasta donde estaba ella dejó en el suelo el talego de grano que tenía en las manos. Antes que ninguno de los dos dijeran algo, ella fue hasta su hijo y cogiéndole la cabeza con sus manos le dio dos besos en las mejillas mientras que le preguntaba. - ¿ Hijo has dormido bien ?. - Sí, madre, le respondió Juan. Seguidamente se acercó a Jesús e hizo con él lo mismo que con su hijo, y le hizo la misma pregunta. Jesús la miraba como una madre amorosa, ella en el cielo y en la tierra era Santa. Jesús y Juan se miraban para ver como le iban a decir que se iban al día siguiente. Fue Jesús quien cogió la iniciativa y le dijo mirándola tiernamente. - Madre, mañana nos vamos. La madre de Juan miraba a los dos sin entender muy bien lo que le había querido decir Jesús. Pasado unos instantes reaccionó y se abrazó a los dos llorando. El padre de Juan venía en esos instantes y al ver a los tres abrazados les preguntó. - ¿ Que está ocurriendo aquí ?.

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La madre de Juan miró a su marido llorando y le respondió . - Se van mañana. - Ya lo sabía yo, le respondió él. - ¿ Te lo habían dicho ?, le preguntó su esposa. - No, los oí que estaban preparando viaje. Juan sentía mucha pena de dejar a sus padres, pero aún más por dejar a su madre, ella que siempre lo estaba cubriendo como las gallinas a sus polluelos, lo iba a echar mucho en falta, pero la elección estaba echada, desde que Juan tuvo uso de razón sabía que un día vendría el Maestro y se iría con él. Ese día Juan no se separó de su madre, la estrechaba entre sus brazos y le decía lo mucho que la quería. La última cena que pasaron juntos, la madre de Juan hizo comida para hartarse, pues quería mantener en su recuerdo los últimos momentos que pasó con su hijo. Al día siguiente amaneció lluvioso. La madre de Juan le estaba esperando un buen desayuno. Cuando Juan fue a darle los buenos días, su madre le dijo. - Está lloviendo, ¿ Lo has visto ?. - Sí madre, se que llueve, le respondió Juan con cariño. Después vino Jesús y le dijo lo mismo. - ¿ Te das cuenta el agua que está cayendo ?, no os podréis ir. - Nos iremos igualmente, la lluvia no es un impedimento para nosotros, le respondió Jesús mientras que acariciaba su larga cabellera. Ella se sentó junto a los dos, mirándolos como desayunaban. El padre de Juan también se sentó y desayunó con ellos. Jesús y Juan estaban preparados para la marcha. Cada uno llevaba su vara. La madre de Juan se deshacía en lágrimas, le dio a su hijo una bolsita con monedas de plata, para que no les faltaran la comida, ella desconocía el método que Jesús tenía de ir comiendo frutos en donde los encontraba por el camino. Aunque el padre de Juan se mantenía firme y en su puesto no dejaba por eso sentir pena de ver a su hijo irse quizás para siempre. Jesús fue el primero en despedirse de la madre de Juan, pues quiso que él fuera el último para que estuviera más tiempo con ella. Después se despidió de su padre, él le dijo a Jesús. - Se que vas a cuidar mucho de Juan, pero te pido que lo hagas porque es la primera vez que sale de casa. - Sabes muy bien que lo haré, le respondió Jesús. La madre de Juan estaba abrazada a su hijo y no se quería despegar de él, fue su marido que la separó. Jesús y Juan salieron de la casa y empezaron a caminar calle abajo. La madre de Juan iba corriendo detrás de ellos. Juan se dio cuenta, se volvió y fue al encuentro de ella y le dijo. - Madre, vuelve a casa, no me hagas esto, yo sufro tanto como tu de nuestra separación, pero la voluntad de Dios es que yo lo siga a él.

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Ella se quedó en donde estaba viendo como su hijo y Jesús se alejaban hasta que los perdió de vista. Llegaron hasta el mar, allí tenían que coger una barca que los llevara hasta donde vivía María. En el puerto los pescadores que habían conocían a Juan. Lo miraron a él y a Jesús extrañados al verlos que cogían una barca de pasajeros. El dueño iba cobrando a todos los que subían en la barca. Después de estar un día navegando la noche llegó. Iban dos hombres remando y también ayudaban todos los que podían. Durmieron como pudieron, pues unos dormían en los hombros de otros, así hasta que llegó el día. Este viaje lo podrían haber hecho también por el interior pero a Jesús le gustaba el mar y disfrutaba navegando. Al mediodía llegaron al puerto, todos los hombres bajaron. Jesús y Juan tenían que continuar por tierra hasta llegar a la casa donde vivía María. Cuando llegaron estaba ya puesta la tarde. Las puertas de las tres casas que habían estaban cerradas por el mal tiempo que hacía. Jesús había llegado al lugar donde él y María hacia años iban a meditar, todo estaba igual, nada había cambiado, el árbol alto y la piedra grande seguían allí. Jesús le dijo a Juan de quedarse allí un rato orando. Estaban en una meditación profunda y un gran resplandor se puso delante de los dos. Jesús abrió los ojos y se encontró con un Ser bellísimo. Juan notó que algo estaba sucediendo y también abrió los ojos, él estaba viendo lo mismo que Jesús. Los dos se pusieron en pie. Este Ser les dijo con voz armoniosa. - En el Nombre del Padre yo os saludo Hijos de la Luz. Dirigiéndose a Jesús le dijo. - Tu hora ha llegado, y tienes que empezar a elegir tus discípulos y discípulas. Cuando todos estén contigo los irás conociendo, no te extrañes de lo que algunos puedan hacer en contra tuya, todo está decidido en el cielo. Habrá uno que no te será fiel, es el que el Padre ha elegido para que venda tu Nombre y tu persona, no es un espíritu afortunado porque después tendrá que dejar de existir, él también dejará de esta manera cumplido su hecho. Está escrito de que tiene que ser así, no por eso que el Padre no ama a este espíritu. Cuando el Padre en el cielo te extendió dos caminos uno que era de rosas y el otro de espinas, caminaste por este último diciéndole al Padre que elegías el de espinas porque querías que te santificara y que te cristalizara en todo el universo, Pues así será. Desde tu nacimiento aquí en la tierra has ido caminando por encima de las espinas para purificar de esta manera los pecados del mundo, todo el dolor que les causaron los humanos a la Diosa tierra desde el comienzo de los tiempos. Entre todos los discípulos y discípulas que hagas habrán cobardes y valientes, ellos mismos se van a identificar porque en tu último tiempo dirán por miedo que no saben quien eres, otros darán sus vidas por ti y te seguirán

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hasta el final. Juan es uno de ellos y está a tu lado para entregar todo su amor por ti, él también es un Hijo de la Luz. Cuando regreses a la ciudad busca a un hombre llamado Juan, él bautiza con agua con la energía del Espíritu Santo. Él sabe que tu estás a punto de llegar y lo va proclamando. Este Ser cesó de hablar pues había puesto al corriente a Jesús de como iba a suceder todo. Jesús fue junto a él y puso su cabeza reposando en su hombro. Juan de donde estaba vio a Jesús transparente como si estuviera cristalizado. Por sus mejillas caían lágrimas de tanto amor como sentía por Jesús y todo el que le quedaba dentro de él. Este Ser se despidió diciendo. - El Padre os deja paz en vuestros corazones. Terminando de decir esto, desapareció. Jesús y Juan se sentaron en la hierba sin hacer ningún comentario. Jesús miraba al mar. Juan estaba con las manos cruzadas y apoyadas en sus rodillas con la cabeza baja mirando la hierba. Cuando terminó todo el calvario de Jesús, años después, hombres y mujeres que eran sus discípulos escribieron mucho sobre él. Juan fue el Águila voladora que más altura cogió, pero esto fue normal en él por el lugar de donde procedía. Las discípulas que escribieron todo lo que vieron en Jesús no se le tomaron a cuenta por el solo hecho de ser mujeres. Los hombres les tenían miedo de que ellas sobresaltaran. Ellos no tomaron en cuenta las palabras de Jesús cuando les decía que confiaba más en una mujer que en un hombre. Él sabía porque decía esto, pues el machismo que había era de un cien por cien. Solo el hombre tenía derecho a leer y a escribir, de esa manera tenían a la mujer en la esclavitud de la casa del marido y de los hijos. Jesús dejó bien claro que la mujer era igual que el hombre, y les dio a ellas la oportunidad de serlo. Jesús seguía mirando las aguas del mar y Juan en la misma posición que se había quedado. El cielo hacia rato que se había puesto nublado y pronto aparecieron relámpagos seguidos de truenos. El mar se había alborotado y las olas venían muy altas. Jesús se puso de pie y Juan lo siguió. Empezaba a llover fuerte y Jesús decidió de ir a casa de María. Los dos bajaron y llegaron a la puerta. Estaba cerrada y Jesús llamó con la palma de la mano. Con el ruido que había de la tormenta y del oleaje dentro de la casa no oían nada. Jesús llamó tres veces más con fuerza. Vino abrir la madre de María, miró a los recién llegados y no conoció a Jesús pues hacía ya años que había estado allí cuando era un adolescente y ahora era un hombre con barba. Antes de que Jesús dijera nada salió María y se quedó junto a su madre. María estuvo mirando unos instantes a Jesús y seguidamente lo reconoció. Bajó el escalón de la puerta y muy contenta dijo. - ¡ Maestro !, ¡ Cuantos años han pasado desde que tu te fuiste, he estado contando todo este tiempo !.

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Jesús la miraba a los ojos con un brillo especial. La cogió por los hombros en señal de saludo y le respondió. - Te dije que vendría y como ves estoy aquí. La madre de María miraba a los Jesús tratando de recordar y le preguntó a su hija. - ¿ Quien es ?. María cogió la mano de su madre y le respondió. - Es Jesús, el joven que nos dejó la anciana. La madre se llevó las manos a la cabeza y exclamó diciendo. - ¡ Cielo Santo !, no lo había reconocido. De todo lo que llovía Jesús y Juan estaban empapados de agua, la madre de María dijo. - Entrar rápido, vaya tiempo que está haciendo. Ella cogió a Jesús por un brazo y lo hizo entrar, Juan iba detrás contento de ver el recibimiento que le habían hecho a Jesús. María puso sillas alrededor de la mesa para que se sentaran, seguidamente puso a calentar agua para que tomaran un baño de pies. Cuando estuvo caliente la repartió en dos palanganas que puso delante de Jesús y de Juan, los dos introdujeron los pies. La madre de María mientras tanto hacia la cena. Jesús presentó a Juan como su hermano, no dijo si era carnal o espiritual. La madre de María entendió que era carnal y María espiritual. Pero ninguna de las dos dijeron nada. María era ella también una mujer de treinta años de edad, no se separaba de Jesús manifestando a cada instante su alegría de verlo en su casa, sabía a lo que había venido, también ella tendría luchas con sus padres al tener que dejarlos. La tormenta no cesaba y cada vez eran más abundantes los relámpagos y los truenos. La madre de María estaba intranquila porque su marido con sus compañeros estaban pescando en el mar. Jesús como notó la intranquilidad de ella le dijo. - Cálmate mujer y no tengas miedo, pues a tu marido ni a los demás les sucederá nada. La madre de María no respondió pero rezaba por lo bajo para que su marido llegara salvo a su casa. La cena estaba acabada, La madre de María puso comida en los platos y empezaron a cenar a la luz del candil. Llamaron a la puerta repetidas veces. María fue abrir, eran las mujeres de los otros pescadores que tenían miedo por sus maridos, el mar estaba muy violento. Jesús sintió dentro de él, el miedo que aquellas mujeres tenían y era aterrador.

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Las mujeres habían entrado en la casa de María. Jesús les preguntó. - ¿ Tenéis otra barca ?. Una de las mujeres respondió. - Hay una pero está en tierra, hay que llevarla hasta el mar. Jesús le dijo a Juan. - Tenemos que ir en busca de los hombres. Las mujeres lloraban diciendo. - ¡ Es imposible que podáis entrar en el mar con la barca, os vais a hundir !. María trataba de calmar a su madre y a las esposas de los otros pescadores diciéndoles. - Jesús y su hermano van en busca de nuestros padres, si el dice que vendrá con ellos es que es así. Jesús y Juan salieron de la casa a coger la barca y llevarla al mar, el viento que hacía lo tiraba todo pero consiguieron entrar con la barca dentro del mar. Habían pasado tres horas desde que Jesús y Juan se habían ido. Las mujeres seguían todas juntas dentro de la casa de María, les hablaba consolándolas, pues la confianza que tenía en Jesús era completa, estaba segura de que volvería con su padre y con los demás pescadores. Las mujeres miraban por las ventanas que daban al mar para ver si las barcas volvían pero no se veía nada, la noche era oscura y violenta. En alta mar Jesús y Juan buscaban la barca de los pescadores. Se podía ver con los relámpagos que habían, el oleaje era grande y la barca parecía que fuera de papel, había entrado agua dentro, tanto Jesús como Juan iban empapados, pero ellos buscaban sin cesar. La situación era difícil. Jesús mirando al cielo llamó al Padre diciendo. - ¡ Padre !, haz que mis ojos vean en la noche lo que está ocurriendo en el mar. Cerró los ojos unos instantes, después los abrió. Vio que estaban lejos de ellos, la barca el temporal la manejaba como quería. Jesús le dijo a Juan señalando con la mano. - Allí están. Iban los dos remando como podían pues tenían que dar la vuelta hacia otra dirección, el viento que hacía lo impedía, pero Jesús y Juan se lo habían propuesto y la barca avanzaba. Estaban ya cerca de los pescadores y la barca de ellos no hacía más que dar vueltas. Los pescadores al ver que una barca se acercaba gritaban para que vieran que estaban allí, creían que no los habían visto. Cuando la barca de Jesús estaba casi pegando a la de ellos, Jesús le grito diciendo. - ¡ Seguidnos !.

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- ¡ No se puede, no podemos avanzar el agua nos lleva por donde quiere !.respondió uno de los pescadores. Como había tanto ruido de oleaje y de viento apenas se les oían lo que decían. Jesús gritando fuerte les volvió a decir. - ¡ Hacerme caso y venir detrás nuestro, no os pasará nada !, remar los cuatro con fuerza. Jesús y Juan remaban para alcanzar la orilla. Los pescadores hicieron lo que Jesús les dijo e iban detrás de ellos. Estuvieron como tres horas remando hasta que llegaron a la orilla. La tormenta iba cada vez a menos. Las mujeres los estaban esperando fuera de la casa pues por la arena no se podía andar de toda el agua que había ciado y de las olas que llegaron lejos. Con las claras del día los pescadores estaban abrazando a sus esposas. Ellas lloraban de alegría de ver a sus maridos pues aquella noche les daban por perdidos. La que no pensaba de esa manera era María pues estaba segura que Jesús vendría con ellos. Cada pescador se fueron a sus casas con sus esposas y sus familias, estaban demasiado agitados y nerviosos como para ver quien era los dos hombres que los ayudaron a salir del mar. El padre de María estaba muy alterado y solo quería estar abrazado a su esposa y a su hija. Jesús y Juan estaban allí todo mojados al igual que los demás pescadores. El padre de María en esos instantes se dio cuenta de la presencia de Jesús y de Juan y le preguntó a su esposa. - ¿ Quienes son ?. - Vuestros salvadores.- le respondió su esposa. Él la miraba sin entender y también hacia lo mismo con su hija, les preguntó. - ¿ No sabéis quienes son ?, ¿ Ni como han llegado hasta aquí? Fue María quien le respondió y le dijo. - Padre, es Jesús y su hermano, ¿ Lo recuerdas ?. El padre pensaba tratando de recordar y después le preguntó. - ¿ De que Jesús me hablas ?. - El que nos dejó a la anciana.- le respondió María. - ¡ Ah !, si ahora lo recuerdo, pues tal como es ahora no lo había reconocido. La madre de María entró en su dormitorio buscando ropa seca para que se cambiaran, pues lo que tenían puesta se podía retorcer. El padre de María se acercó a Jesús y le dijo extendiéndole la mano. - Gracias hombre por todo lo que habéis hecho esta noche por nosotros, pero te digo ahora lo que te dije antes, que sigo sin entender nada, pues ahora entiendo menos. Como habéis podido encontrarnos en alta mar, para mi sigue siendo un misterio.

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María no podía contenerse más y fue al lado de su padre y llorando le dijo. - Es el Hijo de Dios. El padre de María se lo quedó mirando y reflexionando al mismo tiempo pero no tardó en ponerse de rodillas delante de Jesús. Jesús al verlo lo hizo levantar y le dijo. - Solo a Dios hay que hacerle esta reverencia, pues es verdad que soy su hijo pero ahora soy un ser humano como otro, cuando yo vuelva a Él será porque estoy santificado pero para eso aún falta un poco más. La madre de María salía del dormitorio con ropa limpia pudo oír y ver lo que ocurrió. La ropa que llevaba en las manos se la dio a María diciéndole. - Dile si se la quiere poner. Fue Jesús quien avanzó hacia ella y cogiendo la ropa le respondió con voz suave. - Claro que si nos la vamos a poner hasta que la nuestra se seque, gracias mujer. Jesús les dijo a los padre de María. - No le digáis nada a los vecinos de todo esto que os a dicho María. El matrimonio se miraron extrañados y fue ella quien le preguntó a Jesús. - ¿ A que María te refieres ?. - A vuestra hija.- le respondió Jesús sonriendo. - Ella no se llama María.- le dijo el padre. - La otra vez que vine ese fue el nombre que le puse.- le respondió Jesús. El matrimonio no le dieron importancia porque pensaron que era cosa de jóvenes de cuando los dos subían al cerro a orar. El padre de María cuando se hubo cambiado de ropa comió y se fue a descansar y estuvo durmiendo hasta el mediodía. La madre de María se puso a preparar comida y cena, mientras tanto Jesús, Juan y María, subieron al monte pues después de la tormenta había quedado un día bonito. El cielo estaba azul y el mar tranquilo desde arriba se veía de una gran belleza. María era la más feliz de las mujeres, pues desde que Jesús se había ido, solo pensaba en que llegara este momento, Ella le dijo a Jesús. - Maestro, desde que te fuiste he subido aquí arriba todos los días y he hecho un rato meditación, muchas veces he creído oír tu voz como me hablabas, ¿ O era real ?. - Mi amada María te he hablado mucho todo este tiempo. Lo que has creído oír era verdad.

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Juan miraba y oía feliz todo lo que ocurría entre Jesús y María, él era de pocas palabras y cuando hablaba era lo justo. Los tres se pusieron en meditación hacia el mar pero con los ojos cerrados. Entre los tres había una gran energía que daba vueltas alrededor de ellos. Jesús abrió los ojos y miró a Juan y a María, los dos estaban en una profunda meditación. Esperó un rato y después con voz suave Jesús dijo. - María. Ella abrió los ojos y Juan también. Jesús dirigiéndose a María le dijo. - Mi amada María, desde hace años te elegí, para que seas testigo de lo que tiene que suceder, todavía no estás al corriente de nada pero poco a poco lo irás viviendo. Tienes que ser muy fuerte porque los hombres me llevaran a la muerte, porque así está escrito que tiene que ser. María lloraba mirando a Jesús y de oírlo decir todas esas cosas que le iban a suceder, por mucho que lo pensaba no se lo podía imaginar. - Maestro, yo te amo mucho como para verte sufrir, y aún menos para verte morir, ¿ Porque ?. Jesús miraba a los ojos de María con un brillo especial, cuando él miraba de esa manera era porque estaba transmitiendo mucho amor. Jesús le respondió. - Porque así ha de ser, es por eso que tienes que ser fuerte precisamente porque me amas. El Padre me pidió que muriera por la humanidad y me dejó a elegir si quería o no, pero como yo también lo amo todo lo que me pide es una orden para mi. El Padre también sufre pero yo soy como el cordero que matan para dar el alimento que se necesita para seguir viviendo. María miró a Juan, él tenía la mirada puesta en el mar. Ella le preguntó. - ¿ También tu estarás con todos nosotros ?. Fue Jesús quien le respondió y le dijo. - Si, María, Juan es el Amor de Dios, lo deja a mi lado para que mi carga sea menos pesada. María bajó la cabeza en señal de resignación, tenía la barbilla que le daba en el pecho. Jesús cogió la barbilla de María e hizo que lo mirara. Ella le sonrió con los ojos llenos de lágrimas. Jesús la correspondió con otra sonrisa y le dijo. - No quiero que estés triste, porque todo lo que vive con Dios es alegría. - Si Maestro, como tu digas. El padre de María salía de su casa en busca de los tres como no los veía llamó a su hija dando un grito.

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- ¡ Padre estamos aquí arriba !, le respondió María. Él sabía que su hija subía al cerro amenudo, su esposa se lo decía pero no sabían para qué. Rápidamente vio a los tres que lo miraban. Es hora de cenar, tu madre lo tiene todo puesto encima de la mesa, le dijo el padre. Los tres bajaron del cerro y entraron en la casa. La madre de María había hecho una buena cena, había motivos para eso. Los padres de María miraban a Jesús de un modo especial, no sabían exactamente para lo que había venido aunque se imaginaban que era por su hija, ellos interiormente estaban preocupados pero no lo querían hacer ver, pero Jesús todo lo notaba y sentía dentro de él su miedos. Terminaron de cenar, y María y su madre se quedaron para recoger la mesa y limpiar todo lo que se había ensuciado. El padre de María aunque no lo hacía ver, le había cogido a Jesús cariño por varias razones de salvamento. Tenía el aspecto de un hombre bruto, en realidad no lo era y se prestaba a todo lo que fuera necesario para que se sintieran bien las personas que estaban a su lado. Los otros pescadores y sus esposas llamaron a la puerta, el padre de María les fue abrir y entraron. Las esposas de ellos les había hablado de Jesús y de su hermano que salieron al mar para rescatarlos la noche anterior y los querían conocer y darles las gracias por haberles librado de una muerte segura. María y su madre habían acabado el trabajo de la cocina y salieron todos a la puerta y se sentaron encima de piedras grandes que ellos tenían para ese uso. Uno de los pescadores se acercó a Jesús mirándolo de frente como si lo quisiera reconocer. Se quedó pensando unos instantes y después le preguntó. - ¿ No eres tu aquél chaval que vino hace algunos años ?. - Así es, me has reconocido.- le respondió Jesús con una sonrisa. Los otros dos pescadores querían intervenir pero uno se adelantó antes y dijo. - ¡ Ah !, así decía yo que ese rostro me era conocido. - ¿ Te estás refiriendo al joven que nos salvó también de esos maleantes que nos querían quitar el dinero ?.- preguntó el otro pescador. - A él exactamente, a él, te has fijado bien.- le respondió su compañero. - Es que jamás he podido olvidar lo que hizo por nosotros. La mujer de un pescador dijo. - Yo sabía quien era nada más lo vi. - ¿ Es el joven que dejó aquí a la anciana ?.- preguntó la esposa del otro pescador. - Si él era.- le respondió la madre de María. Jesús los miraba a todos escuchando los relatos que entre ellos tenían y afirmaba con la cabeza todo lo que se decía. Jesús tenía a Juan a su lado, lo miró y le dijo.

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- Tienen buena memoria. - Maestro es que por donde pasas no se te puede olvidar, porque dejas huellas.le respondió Juan contento. Los pescadores le querían hacer a Jesús muchas preguntas, una de ellas era como pudieron llegar en una barca pequeña donde estaban ellos. María intervino y les dijo. - No hagáis más preguntas al Maestro, no creáis que eso os lo puede responder. - ¿ Porque lo llamáis Maestro ?, ¿ Ese es su Nombre ?.- le preguntó la esposa de un pescador. - Su Nombre es Jesús, pero yo lo llamo Maestro.- le respondió María. La misma mujer dirigiéndose a Juan le preguntó. - Dicen que eres su hermano, ¿ Es cierto ?. - Lo es.- le respondió Juan con una sonrisa. - ¿ Tu como lo llamas ?.- le preguntó la misma mujer. - También Maestro. La mujer mirando a todos dijo. - Aquí hay algo extraño que yo no entiendo. - Déjalo y no busques más.- le respondió María. María entró dentro de la casa y preparó una habitación para Jesús y Juan. Seguidamente después los pescadores y sus esposas se fueron a sus casas pues era hora de dormir. Al día siguiente por la mañana Jesús y Juan salieron de la casa y se dirigieron al lugar donde tenían para orar. María todavía estaba en la cama pero cuando los escuchó se levantó y se vistió, y salió de la casa para reunirse con ellos. Estaba ya cerca y vio que Jesús y Juan hablaban. Ella se quedó donde estaba para no interrumpir lo que decían. Allí donde estaba se puso en meditación sentada encima de una piedra con los ojos cerrados. Cuando los abrió vio que Jesús y Juan estaban junto a ella. María les sonrío, Jesús le dijo. - Tenías que haber venido con nosotros, no quiero que esto lo hagas más porque tu eres igual que todos, nada hay que no debas saber. - Así lo haré Maestro.- le respondió María. Los tres bajaron del cerro y entraron en la casa. La Madre de María le estaba buscando y cuando la vio le pregunto. - ¿ De donde vienes ?, hace rato que te estoy buscando. - He estado orando con el Maestro.- le respondió María. - Antes no ibas tanto, ¿ porque vas ahora ?. María cogió la mano de su madre y le respondió. - Siempre he ido, lo que pasa es que no te has dado cuenta.

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La madre de María estaba acabando de preparar el desayuno. Su marido se sentó en la mesa para saborear unas deliciosas rosquillas que había hecho su esposa. Él animó a Jesús y a Juan para que se sentaran y desayunaran. A la caída de la tarde los tres volvieron al lugar donde oraban. Allí estaban tranquilos y podían hablar de sus cosas. Jesús les dijo a María. - Empieza a preparar a tus padres porque pronto tendremos que irnos, el tiempo cada vez está más cerca. - Nada más que pueda empezaré hablarles.- le respondió María con una mirada tierna. María quería mucho a sus padres, sabía que cuando les dijera que se tenía que ir con Jesús les haría mucho daño, pero a ella la había elegido Dios para que estuviera cerca de su hijo en los momentos más difíciles. Bajaron de aquél lugar que para ellos era hermoso y sagrado, había mucho silencio, el que se oía era relajante, el que hacían las gaviotas, y el de las olas del mar cuando chocaban con las rocas. El padre de María y los demás pescadores habían salido de pesca y estarían tres días en alta mar. La madre los estaba esperando sentada en la puerta de la casa. María se sentó junto a ella, la cogió por los hombros y le dio un beso en la mejilla. Jesús y Juan habían ido hasta la orilla del mar y allí se quedaron hablando. La madre de María la miró sonriendo por el gesto que había hecho, sabía que su hija era cariñosa y que muchas veces le demostraba el amor que sentía por ella y por su marido. - Madre te quiero mucho, y a padre también, le dijo María a su madre mientras que le daba otro beso en la mejilla. - Hija se que nos quieres, ¿ Porque me dices eso ?. - Porque quiero que sepas que siempre os querré. La madre de María no dijo nada, pero observaba a su hija mirándola a los ojos para ver que podía descubrir en ella. Tenían un establo cada casa con cabras que les daban leche cada día y gallinas que ponían huevos , La tarea de sacar a los animales cada día para que comieran era de María, ella lo había hecho desde que era una niña. Desde que estaban Jesús y Juan lo hacían ellos. Las gallinas las dejaban frente de la casa para que comieran hierba junto al grano que también le echaban. A las cabras se las llevaban más lejos para que corrieran, subieran y bajaran las montañas. Habían pasado tres días y el padre de María regresaba con los otros pescadores después de haber vendido en el otro puerto todo el pescado que habían pescado. Ellos les traían a sus mujeres unas buenas piezas de pescado para que comieran de lo mejor que había en el mar. Esa noche en casa de María cenaron pronto, pues su padre venía cansado y solo quería comer e irse a dormir.

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A la mañana siguiente los padres de María se levantaron, la madre vio que su hija no estaba en la casa, entró en la habitación de Jesús y de Juan, tampoco ellos estaban, habló con su marido y le dijo. - La niña no está aquí. - Estará arriba en el cerro orando, le respondió su marido. - No me gusta nada esto, quiero ir allí para ver que hacen, nunca la he visto orar como ahora lo hace, ven conmigo, le dijo su esposa con disposición. Cuando el matrimonio llegaron al cerro, Jesús le decía a María los regimientos de Ángeles que tenía Dios aunque los ojos humanos no lo vieran. Los padres de María al oír estas palabras que a su hija le decía se quedaron donde estaban para escuchar este relato tan hermoso. Donde los padres estaban ellos no los podían ver, pero Jesús sabía que estaban escuchando porque los vio subir. Jesús continuó diciendo. - Los Ángeles trabajan en la tierra o en cualquier parte del universo que Dios les designe. La madre de María tenía los ojos que cada vez se le agrandaban más de todo lo que estaba oyendo, miraba a su esposo más que sorprendida, jamás había oído hablar de Ángeles que estuvieran en la tierra trabajando en algún proyecto o misión, ¿ Que podría ser eso ?, era lo que ella pensaba. Ella por lo bajo le dijo a su esposo. - ¿ Has oído ?. El marido se acercó al oído de su esposa y hablándole por lo bajo le respondió. - Lo mismo no está diciendo lo que nosotros creemos que es. Su esposa sin darse cuenta le respondió levantando la voz. - ¿ Entonces tu no entiendes lo que dice ?. El moviendo la cabeza, le dijo. - Creo que te han oído. - Sí, respondió su esposa mientras que se tapaba la boca con la mano. Jesús fue al encuentro de ellos y les dijo. - Acercaos, también vosotros podéis oír lo que estoy enseñando a María. Cuando los padres de María estuvieron junto a ellos María se puso en medio de sus padres cogiéndolos de la mano y mirando a uno y a otro les dijo. - Os quiero mucho, y quiero que sepáis que soy la mujer más feliz del mundo. Jesús y María se miraron y sonrieron. La madre de María le preguntó a Jesús. - ¿ Que trabajo pueden hacer los Ángeles aquí en la tierra ?.

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Jesús la miraba sonriente y tras hacer una pausa le respondió. - La noche que fuimos Juan y yo a rescatar a vuestros maridos venían Ángeles con nosotros haciéndonos paso para que pudiéramos navegar. - ¿ Donde iban los Ángeles en la barca o en el mar ?, le preguntó la madre de María con curiosidad porque lo quería saber. - En el aire, le respondió Jesús. El padre de María, dirigiéndose a su esposa le dijo. - En el aire, ¿ No has oído ?, y no le preguntes más. Jesús mirándolo le dijo. - Deja que me haga todas las preguntas que quiera, también me las puedes hacer tu. Los padres de María empezaron a creer en lo que Jesús decía, estaban seguros que todas sus palabras era la verdad. Hubo silencio, el sol se reflejaba en el mar. María seguía cogida de la mano de sus padres, mirándolos les dijo. - Mirar el mar lo limpio y hermoso que está, ahora mismo es un espejo donde el sol se está mirando, que imagen más Divina. El matrimonio se miraron orgullosos de escuchar de que manera hablaba su hija, era verdad que jamás la habían visto tan feliz, su madre que era la que siempre estaba con ella, en esos momentos no la conocía, pues hasta la veía más guapa, su cara resplandecía como el sol estaba mirándose en el mar. María vio que era el momento de hablarles a sus padres y con las manos cogidas de los dos les dijo. - Tengo que deciros algo. Jesús la estaba mirando y le mandaba toda la fuerza que podía, y también a sus padres para que todo lo acogieran bien. Los padres de María esperaban a que su hija continuara hablando, María siguió diciendo. - Padres, os quiero mucho a los dos, pero pronto tendré que dejaros, porque me tengo que ir. El matrimonio se miraron sin comprender lo que su hija les quería decir. Fue su madre quien la preguntó. - Explícanos mejor lo que nos has querido decir. - Pues que muy pronto me iré con Jesús, estaré unos años fuera pero después volveré, no creáis que me habéis perdido como hija porque no es así. El matrimonio lloraban en silencio. Fue su padre quien le preguntó. - ¿ A Jesús lo quieres más que a nosotros ?.

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- El amor que siento por el Maestro es sublime, no lo podría explicar porque es Dios que le ha puesto dentro de mi. - Ya entiendo, le respondió su padre con la cabeza baja. También su madre estaba mirando al suelo con las lágrimas que le resbalaban por las mejillas. Jesús se acercó al matrimonio y mirando al cielo dijo. - Padre, cuida de ellos, que tus Ángeles los sirvan para que nada les falten hasta que tu los llames a tu lado. En aquellos instantes el sol brilló con más fuerza mientras que un coro de Ángeles cantaban por encima de ellos en el aire. Quien los vieron y los oyeron fue Jesús, Juan y María. Los padres de María era extraordinarios, como también lo eran los padres de Juan. Todos los padres que habían engendrado hijos e hijas para estar al lado de Jesús, ellos también eran elegidos aunque esto no lo supieran. El padre de María le preguntó a Jesús. - ¿ Cuando os vais ?. - En el próximo viaje que hagas tu nos puedes llevar, le respondió Jesús. - Hablaré con los demás pescadores y se lo diré, os llevaremos hasta donde tu nos digas. María besaba a su padre y a su madre con cariño, pues siempre les estaba demostrando que los quería. Cuando llegó la noche todos los pescadores con sus esposas se fueron a sentar en la puerta de la casa de María, pues esto lo hacían amenudo en verano y cuando hacía buen tiempo, les gustaban comentar cosas que le habían ocurrido. Esa noche el padre de María les habló a los pescadores y les dijo. - En la próxima salida que hagamos llevaremos con nosotros a Jesús y a su hermano y también a mi hija, los dejaremos en el puerto que nos indiquen. Tanto los pescadores como sus esposas se quedaron sorprendidos al oírlo decir que también llevarían a su hija. Los tres matrimonios miraban a los padres de María sin comprender. Uno de los pescadores le preguntó al padre de María. - ¿ Has dicho que también vendrá tu hija ?. - Si eso es lo que he dicho. Fue la madre de María que intervino porque quería dejar todo muy claro para que no hubieran confusiones mal interpretadas con su hija , ella les dijo. - Nuestra hija se va para un tiempo pero después volverá, a ella la ha llamado Dios hace ya tiempo. Los tres matrimonios se miraban sin entender nada. La mujer de un pescador le preguntó. - ¿ Que nos has querido decir con que la ha llamado Dios ?.

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La madre de María no sabía que responder ni como explicarlo. Jesús respondió por ella y dijo. - María fue elegida para dar testimonio de un acontecimiento Divino que pronto va a suceder. Una de las mujeres le preguntó sorprendida. - ¿ Has dicho María ?, ¿ De que María se trata ?. María estaba sentada en medio de su madre y de su padre. Jesús señalándola con la mirada le respondió a esta mujer y le dijo. - A ella. - No se llama María.- le respondió la mujer. Fue María quien respondió y dijo. - Mi nombre ahora es María. - ¿ Te vas a ir y vas a dejar a tus padres ?.- preguntó otra mujer. - No se como voy a responder a esta pregunta, pero lo cierto es que a mis padres los llevo en mi corazón, y a Dios en el alma, tendría que decidir entre mis padres y Dios, y elijo a Dios pero a mis padres los quiero mucho. - ¿ Es Jesús quien te ha hecho pensar de esa manera. ¿ No es cierto ?.- le preguntó otra mujer. - Es cierto lo que dices, pero si Dios no hubiera intervenido con su amor infinito, nada de esto habría pasado.- le respondió María. La misma mujer mirando a los padres de María les dijo. - Nunca había oído hablar a vuestra hija de esta manera, ¿ No os parece que sea otra ?. Los padres de María afirmaron con la cabeza pero no respondieron nada. - ¿ Conocéis bien a Jesús como para que dejéis a vuestra hija que se vaya con él ?.- le preguntó la misma mujer. - No es que lo conozcamos desde hace mucho tiempo pero nos ha dado muestras de sobra para que creamos en él, a vosotros también os ha demostrado lo que es, ¿ O no es así ?.- le respondió el padre de María. - Si es cierto, pero aún con eso yo no dejaría que un hijo mío que se fuera para servir a Dios.- le respondió la mujer mirando fijamente a Jesús. María se puso en pie y dirigiéndose a los tres matrimonios les dijo con voz serena. - De nada tenemos que daros explicaciones, y no le permito a nadie que piense mal del Maestro, me voy porque yo lo quiero seguir. Jesús agachó la cabeza y reía por lo bajo. Juan trataba de disimular haciendo una mueca. Los padres de María se miraron orgullosos de su hija.

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María fue la que se quedó sorprendida de la reacción que tuvo, seguía en pie y miró una por una la cara que tenían todos. Se quedó fijamente mirando a Jesús, el seguía con la cabeza baja mirando al suelo, después miró a Juan, él le guiñó un ojo, entonces fue cuando María sonrió y se sentó respirando hondo y tranquila. Las mujeres de los pescadores no volvieron hacer más preguntas, y al rato se levantaron y se fueron a sus casas pues era hora de dormir. El día que tenían que irse llegó. María fue a despedirse de sus vecinas acompañada de su madre que no la soltaba de la mano. Una de las vecinas la empezó a dar consejos de lo que tenía que hacer y de lo que no. María estaba muy segura de lo que quería, pero escuchó a la mujer de uno de los pescadores por educación y porque su madre se quedaría muchos días sola con ellas. El padre de María no le hacía ver para no dar quebrantamientos de cabeza ni a su hija ni a su esposa, pero por dentro estaba muy triste, y para él no era un día de los mejores. El matrimonio sabían que su hija con Jesús estaría bien, pero lo que ignoraban era el final que Jesús tendría. Los cuatro pescadores estaban dentro de la barca dando los últimos arreglos para salir. Jesús, Juan y María y su madre iban caminando por la arena hacia la barca. Las tres mujeres de los pescadores y sus familiares les seguían detrás. Iban comentando todo lo que se les venían a la cabeza, la cuestión era hablar de una cosa o de otra. En el momento de subir a la barca, la madre de María no se quería separar de su hija y no la soltaba de la mano, le tenía bien cogida y también del brazo llorando. María también sentía mucho dolor de dejar a su madre y las dos abrazadas lloraban. Jesús y Juan habían subido a la barca y esperaban a María, miraban como se despedía de su madre. Las vecinas también lloraban de ver la despedida que había entre madre e hija. María llevaba una bolsa con cosas personales de ella y también una bata para poder cambiarse cuando estuviera sucio lo que llevaba puesto. También su madre le había dado algún dinero en monedas por si las necesitaba. María había subido a la barca, todo estaba preparado para partir. Los pescadores empujaron la barca y subieron, los cuatro iban remando. María estaba de pie diciéndole adiós a su madre. Las mujeres agitaban sus manos diciendo adiós hasta que la barca iba ya lejos. Iban ya por alta mar y Jesús le dijo al padre de María. - Deja que reme ahora yo y ve tu al lado de tu hija, habla con ella si es tu deseo. El padre de María no dijo nada e hizo lo que Jesús le dijo. Se sentó junto a su hija, él le hablaba por lo bajo. María no respondía solo afirmaba con la cabeza. Juan estaba sentado al otro extremo de la barca con la mirada puesta en el mar.

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Jesús y los tres pescadores remaban con fuerza solo se oía el ruido que hacían los remos y el de el agua cuando pegaba con la barca. El padre de María rodeó con sus brazos los hombros de su hija. Él le dijo. - Hija mía no nos olvides, tu madre y yo estaremos pensando cada instante en ti, tendremos el dolor de no saber como estás, ¿ Lo entiendes ?. María con su mano acarició la cara de su padre y le respondió. - No paséis miedo por mi, porque estaré con el Maestro y con los demás hermanos. - ¿ A que hermanos te refieres ?. - Pues no te lo se decir porque todavía no los conozco, pero eso es lo que me ha dicho el Maestro. - Ten cuidado hija, porque nosotros estaremos lejos de ti y no te podremos ayudar. - Padre, ¿ Porque tienes miedo ?, ¿ No me ves a mi lo feliz que soy ?. - Si, hija me doy cuenta, es por eso que tu madre y yo estamos más tranquilos por dejarte ir, pero no olvides nada de lo que te he dicho. - No te preocupes, le respondió María mientras que le daba a su padre un beso en la mejilla. El padre de María miraba a los tres pescadores para ver si lo observaban. Ellos iban remando ausentes de todo lo que él le pudiera decir a su hija. Estuvieron remando todo el día. Los pescadores llevaban comida suficiente para todos y comieron bien. Al llegar la noche hicieron una buena pesca, y al día siguiente llegaron al puerto donde los pescadores venderían todo el pescado, y también sería el trayecto final para Jesús, Juan y María, allí se quedaron. María y su padre estaban abrazados despidiéndose. Jesús lo hizo después y Juan también. También se despidieron de los demás pescadores. Por último María le dijo a su padre. - Dentro de unos años volveré para estar con madre y contigo. Su padre la miraba con lágrimas en los ojos y le respondió diciéndole. - No volverás, estoy seguro de que no volverás, tienes metido muy adentro de ti al Maestro como tu le llamas, es él, el que ocupa y manda en tu corazón. María miraba a su padre con lágrimas en los ojos y por último le dijo. - Se que un día nos veremos, no se cuando pero nos veremos y viviréis conmigo y con los demás hermanos, adiós padre. Fueron andando hasta encontrar el campo. Era media mañana y el sol pegaba fuerte. María llevaba su bolsa de tela colgada al hombro. Jesús se paró en un árbol y eligió una rama, la cortó e hizo una vara para María, se la dio y le dijo.

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- No te separes de esta vara, pues te ayudará a caminar y a muchas otras cosas con las que te puedes encontrar. María cogió la vara con agrado y le respondió. - Gracias Maestro, estás en todo. Por donde iban pasando habían higueras cargadas de higos. Hicieron un alto para descansar y para comer de ese fruto tan exquisito. Seguidamente después continuaron el camino. La tarde estaba cayendo y pronto tendrían que pararse para pasar la noche. Habían llegado a un árbol alto y de tronco grueso, sus ramas al igual que sus hojas eran abundantes, allí debajo estaban resguardados tanto de la lluvia como del viento, había sitio para que durmieran seis personas en redondo. Era noche de luna llena y todo lo que había en el campo se podía ver bien. María estaba contenta de esta experiencia que estaba viviendo, parecía una niña explorando todos aquellos alrededores, aunque donde ella vivía con sus padres también había mucha naturaleza, estaba encantada de vivir junto a Jesús y a Juan esta aventura extraordinaria. Fue junto a Jesús y le dijo. - Maestro ahora me doy cuenta lo feliz que eres. Jesús afirmó con la cabeza mientras le sonreía y le preguntó. - ¿ A que te refieres ?. María también reía y Juan la acompañaba, los tres reían felices. María le respondió. - ¡ Tu lo sabes !. - Si no me lo dices no se lo que es, le dijo Jesús sin parar de reír. - Me refiero a todos estos años que has estado viviendo en el campo libre como los pájaros. - ¡ Ah !, ¿ Te referías a eso ?. A María se le oyó reír por todos aquellos alrededores, se daba cuenta de que Jesús le hacía pequeñas trampas haciendo como si no supiera lo que ella le quería decir. Cerca del árbol donde ellos estaban había mucho espliego, el aroma estaba extendido y aspiraban con los ojos cerrados, Jesús dijo. - Es muy aromática la flor de lavanda, su color violeta es relajante, puede enriquecer un templo si se usa como incienso, su perfume traspasa las paredes y sube hasta el cielo. Juan y María miraban a Jesús que seguía con los ojos cerrados aspirando el espliego. Realmente era un lugar extraordinario el que habían elegido para pasar la noche. María parecía una niña feliz al lado de quien la amaba. Ella se puso en pie y fue hasta donde estaba la flor de lavanda. Después de oler la flor cortó una ramita y volvió a sentarse donde estaba, entre Jesús y Juan.

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La luna llena hacía que todo fuera más bello y mágico pues se oía el canto del búho y el de un grillo que no estaba lejos de ellos. De pronto se escuchó un galopar de caballos que venían cerca. Jesús, Juan y María se pusieron en pie mirando la manada que iban asustados, pasaron por los dos lados del árbol a galope. Iban ya lejos cuando vieron que la cría de una yegua los seguía. Jesús y Juan fueron tras la cría y la cogieron para que no se extraviara, pues se había separado de su madre e iba relinchando llamándola, pues tenía quizás un mes y las patitas las tenía cansadas y se le doblaban. La dejaron junto a ellos acariciándola para que se le fuera el miedo. Pues ni Jesús ni Juan durmieron esa noche para que no se les escapara la cría. El nuevo día llegó con un sol radiante. Tenían que continuar la marcha pero no antes de encontrar a la yegua, pues era seguro que estaba buscando a su cría. Fueron caminando con el animal y vieron que más lejos había una granja, se dirigieron allí. En la puerta habían dos hombres de mediana edad. Uno hacía una soga con esparto y el otro estaba limpiando la entrada. El hombre que limpiaba vio como se acercaban dos hombres, una mujer y un poni. Este llamó al otro que estaba haciendo la soga y le dijo. - Alguien se acerca. Los dos esperaron a que los visitantes se acercaran. Jesús les dijo. - Buen día tengáis. Los dos hombres no respondieron al saludo que Jesús les hizo. Jesús les preguntó. - ¿ Es vuestro este animal ?. Los dos hombres se miraron, y el que estaba haciendo soga respondió sin titubear. - Si, si es nuestro. - ¿ Su madre donde está ?, le preguntó Jesús. El hombre se quedó pensando en lo que iba a responder y después dijo. - Esta noche se ha escapado. - ¿ La madre se ha escapado y ha dejado a su cría sola ?.- le preguntó Jesús. El hombre estaba confuso y no sabía que responder y dijo. - Mi hermano lo sabe mejor que yo, es él quien se ocupa de los animales. - ¿ Solo teníais la yegua y su cría ?.- le preguntó Jesús. - Si, solo dos, ¿ Bueno nos vas a dar este animal ?.- le dijo el hombre que limpiaba levantando la voz. - ¿ Para que queréis el animal si no es vuestro ?.- le preguntó Jesús. - Pues claro que es nuestro, ¿ Porque dices que no lo es ?.- le respondió el hombre perdiendo la paciencia y avanzando para coger la cría.

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Jesús puso su mano en el pecho de este hombre deteniéndolo y mirándolo a los ojos le dijo. - No te atrevas a tocar a este animal, yo lo entregaré a su dueño para que este con su madre. La mirada de este hombre se le quedó clavada en la de Jesús y no la podía separar. De pronto empezó a gritar diciendo. - ¡ Me escuecen los ojos, me escuecen mucho !. Juan y María miraron hacia atrás porque venía una yegua a galopee seguida por más caballos. La cría vio de lejos a su madre y empezó a relinchar para que la conociera. La yegua se paró junto a su cría majestuosa y contenta de haberla encontrado. Los dos animales relinchaban juntos con las cabezas pegadas acariciándose. Se escuchó la voz de un hombre que venía corriendo detrás de los caballos y que decía. - ¡ Paren a esos caballos !, párenlos. La yegua estaba junto a su cría pero los caballos siguieron a galope. Cuando el hombre llegó a donde estaban todos, dijo con voz cansada. - Esta noche se me escaparon toda la manada, es la primera vez que lo hacen. - ¿ Donde vives ?, le preguntó Jesús. - En la colina que hay más arriba, puede que hayan venido lobos esta madrugada y los caballos se fueron huyendo, le respondió el dueño de la manada mientras que acariciaba la yegua y a su cría. Los otros dos hombres que vivían en la granja, entraron dentro por miedo a lo que les podrían suceder por haber mentido y querer adueñarse de algo que no les pertenecían. El dueño de la yegua se fue con el animal y con su cría, no antes de dar las gracias a Jesús y a sus acompañantes. Jesús, Juan y María emprendieron de nuevo el camino. Por donde iban pasando era montañoso y había mucho romero, la belleza que se podía admirar era hermosa, la naturaleza mostraba su grandeza de esplendor por toda la tierra. Jesús se paró en uno de los arbustos que había de romero y lo estuvo tocando, el perfume que desprendía parecía que embriagara. Jesús le dijo a Juan y a María. - El romero es muy apreciado en muchas civilizaciones lo utilizan para muchas causas. - ¿ Para que lo utilizarías tu Maestro ?, le preguntó María. - Esta noche vamos a dormir entre arbustos de romero y mañana seguiremos hablando de su poder.

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- ¿ Porque mañana ?, le preguntó María. - Porque esta noche como vamos a dormir entre romero tendremos hermosos sueños, y mañana me contarás lo que has soñado. María con la mirada de soñadora que tenía le sonrió a Jesús y le dijo. - Me gustaría soñar contigo Maestro, todavía no te he dicho las veces que he soñado que me llevabas volando por el cielo infinito. Cuando despertaba me daba rabia de no poder seguir volando cogida de tu mano. Jesús la escuchaba con la mirada llena de amor. María le preguntó a Juan. - ¿ Has soñado alguna vez con el Maestro ?. - Muchas veces - ¿ Puedes contar uno de los sueños ?. Juan la miraba sonriendo y le respondió. - Una noche soñé que el Maestro y yo éramos niños, y que jugábamos juntos. - ¿ Como era el Maestro de niño ?.- le preguntó María con interés. Jesús y Juan se miraron riendo, María los observaba con atención sin perderse un gesto de los dos. - Era un niño guapo, y sobre todo muy bueno. - ¿ Como lo sabes ?.- le preguntó María. - Te hablo del sueño.- le respondió Juan. - ¡ Ah !, creía que habías conocido al Maestro de niño. Habían llegado a una llanura que estaba rodeada de romero. Como estaba anocheciendo decidieron de quedarse a pasar la noche allí. Tanto Jesús como Juan estaban cansados porque la noche anterior no habían dormido y después de hacer los tres juntos meditación Jesús y Juan se quedaron dormidos. María los oía como dormían. Pero ella no tenía sueño, pensaba que era el aroma a romero que no la dejaba dormir. Miraba el cielo poblado de estrellas y observaba la luna, estaba radiante de como brillaba. Delante de ella y a su derecha observó un gran resplandor que salía por detrás de una pequeña montaña que había. Su mirada la fijo allí, y vio que había una Diosa muy bella con dos grandes alas, vestía de blanco. Se fue acercando a María sin posar los pies desnudos sobre la tierra. María no estaba asustada, pero tenía los ojos grandes como platos ante ese Ser maravilloso que tenía delante y que le sonreía. María echó una mirada rápida a Jesús y Juan y vio que los dos dormían plácidamente. María no sabía en esos instantes que decir o que hacer, solo se le ocurrió decirle a este Ser con voz suave. - Me llamo María.

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María no vio que esta Diosa moviera los labios para hablarle pero si escuchó que ella con voz melodiosa le dijo. - Yo también me llamo María. María la observaba de la cabeza a los pies, su rostro era bellísimo y su silueta también. María le dijo. - La Madre del Maestro también se llama María. - Lo se mi adorada niña. - ¿ El Maestro te conoce ?. - Sí. - Nunca me ha hablado de ti. - Lo ha hecho muchas veces, lo que pasa es que tu no lo sabes. - Debo de estar soñando, el Maestro me dijo que soñaría con el aroma a romero. - Mi niña no estás soñando, me estás viendo realmente y para que veas que es así, voy a darte una de las perlas que llevo engarzadas en mi cabeza, para que la lleves contigo siempre. La Diosa cogió entre sus cabellos una de las perlas que llevaba y la depositó con delicadeza en la palma de la mano de María. Ella miraba la perla y por sus mejillas resbalaban lágrimas de alegría. La Diosa se despidió sonriente al mismo tiempo que le decía adiós agitando su delicada mano y desapareció. María seguía mirando fijamente el lugar donde este Ser había estado hablando con ella, su mano la tenía apretada y besaba su puño una y otra vez. Miró a Jesús y a Juan, los dos seguían durmiendo. La luna estaba radiante y brillaba aún con más fuerza que antes. Pronto amanecería y no habría dormido nada, sabía que nada más saliera el sol emprenderían de nuevo el camino. Se acostó sobre la hierba y se quedó dormida con el puño cerrado y con la otra mano apretándolo. El sol empezaba a salir con su baile habitual. Cada mañana Jesús saludaba al sol en el momento de nacer, y este nuevo día era lo mismo junto a Juan, los dos hacían con las manos el baile del Astro Rey. Había pasado poco tiempo y miraron a María que todavía dormía con las dos manos apretadas y puestas en su pecho. Jesús al verla en la posición que estaba sabía que algo había sucedido en la madrugada mientras que ellos dormían. La dejaron dormir y que se despertara por ella misma. Jesús y Juan se alejaron varios metros del árbol e hicieron estiramientos de piernas y de cuerpo. María abrió los ojos y lo primero que notó fueron sus manos apretadas y pegadas en su pecho. Las iba abriendo poco a poco mientras que trataba de recordar las palabras de la Diosa. Estaba segura que no lo había soñado. Miró a Jesús y a Juan, los dos seguían con su gimnasia, se puso en pie y fue hasta ellos. Jesús la miró y vio que su rostro radiaba felicidad, su mirada brillaba como el sol que acababa de salir. Jesús paró sus ejercicios y acercándose a ella le preguntó.

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- ¿ Que secreto guardas ?. María miraba a los ojos inconfundibles de Jesús, sus dos miradas se habían encontrado parecidas a dos rayos de puro cristal. Ella abrió lentamente su mano mostrándole a Jesús y a Juan que se había unido a ellos, la Perla que la Diosa le había entregado en la madrugada. Juan estaba maravillado y sonreía feliz mirando a Jesús y a María. Ella al ver a Juan lo contento que estaba le preguntó. - ¿ Sabes de que se trata ?. - Sí - le respondió Juan mientras que afirmaba con la cabeza. - ¿ También has visto tu a esa gran Dama alada ?. - le preguntó María con misterio. Jesús cogió la barbilla de María y le dijo. - Querida niña mía, ya te dije ayer que hoy hablaríamos del romero. - ¿ Querida niña mía ?. - repitió María mientras que pensaba en las palabras que la Diosa había utilizado para dirigirse a ella. María puso su cabeza en el pecho de Jesús y así estuvo unos instantes. Los tres guardaron silencio hasta que María quitó la cabeza del pecho de Jesús. Llevaban mediodía de camino, a lo lejos vieron una casa rústica, era de labradores. Cuando llegaron un perro les salió al encuentro ladrando pero al acercarse a ellos dejó de ladrar y movía su cola contento. Un hombre joven que había trabajando la tierra vino hasta ellos y les preguntó. - ¿ Sois caminantes ?. - Sí, y nos dirigimos a la gran ciudad. Salió de la casa una mujer joven con su bebe en los brazos y solo hacia que llorar. La joven miró la cara de cansancio que tenían los recién llegados y les dijo. - Entrar dentro y descansar del calor, os daré agua para que os refresquéis. Cuando entraron dentro de la casa, la joven puso a su bebe en una cuna de madera, y seguía llorando con fuerza como si le doliera algo. Lloraba tanto que la madre le volvió a coger acunándolo entre sus brazos. María estaba preocupada por el bebe y le preguntó a la joven. - ¿ Que le pasa al niño ?. - Desde que ha nacido llora así. - le respondió la joven. - ¿ Que edad tiene ?. - Dos meses. María acercándose a Jesús le dijo.

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- Maestro, tu puedes hacer que este niño pare de llorar curándolo del mal que padezca. - Tu también lo puedes hacer. - le respondió Jesús con mirada tierna. María se quedó sorprendida al oír las palabras de Jesús y sabía que si Jesús se lo decía era verdad. Ella le preguntó. - ¿ Como lo hago Maestro ?. - Coge el niño en tus brazos y en el nombre de Dios dile que se ponga bien. - le respondió Jesús con mirada radiante. La joven madre no dudó en darle a María su hijito para que lo curara. María con un brazo sostenía al bebe y con su otra mano le tocó su cabecita diciendo. - En el Nombre de Dios y del Amor hermoso pido que desaparezca el mal que te atormenta. En esos instantes el bebe paró de llorar, María se lo entregó a la madre, ella miraba a su hijito llena de alegría, estaba segura que lo habían curado. Seguidamente lo volvió a poner en su cuna y el bebe se quedó dormido. María miró a Jesús y a Juan, en las tres miradas había mucho amor, y nada más se miraban sabían lo que querían decir. María estaba llena de felicidad de haber podido ayudar a esas tres almas buenas que les habían acogido sin conocerlos. María con la mirada brillante le dijo a Jesús. - Maestro, soy la más feliz de las mujeres. - Cierto María, cierto, le respondió Jesús. Juan era también muy feliz, aunque fuera de pocas palabras y no lo dijera, pero en su rostro llevaba la felicidad reflejada, él era el amor y cuando llegara el momento ese amor saldría como el rayo que anuncia que después viene el trueno. El matrimonio no sabían que hacer de bien para darles a los caminantes, estaban contentos y tranquilos porque su hijito estaba ya bien. La joven les trajo en una palanganas agua para que se lavaran los pies del cansancio y del polvo del camino. Después les puso comida para que comieran. Como la tarde empezaba a caer decidieron de irse para pasar la noche en el campo. Habían llegado a un llano donde habían muchos árboles y decidieron de pasar la noche allí. A María le gustaba el silencio del campo y bien escuchar a sus criaturas tanto de día como de noche. Los tres hicieron meditación juntos. Cuando hubieron acabado Jesús le dijo a Juan. - ¡ Cuéntanos una historia !. Juan sonriendo le respondió a Jesús y le dijo. - Maestro en que líos me metes.

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Los tres rieron juntos de lo que Juan dijo. Juan se puso a pensar para ver que historia iba a contar y pasados unos instantes empezó diciendo. - Era un matrimonio que se querían mucho, Dios les dio un hijo. Ellos lo amaban mucho porque sabían que era un hijo del amor y un regalo que Dios les hizo. El niño fue creciendo con el amor de sus padres. Desde muy corta edad ya sabía de donde venía, y cuando fue mayor también sabía a quien tendría que seguir. Sus padres no sabían nada de esto, y un día el niño tuvo la visita de un Ángel y lo puso al corriente de cual sería su misión en la tierra. Llegó el día que ese joven se tenía que ir, su madre lloraba desesperada y no lo dejaba marcharse, lo quería tanto que no lo querían perder. Entonces el joven les dijo a sus padres que se fueran con él y así lo hicieron. El Ángel lo esperaba en un lugar donde le había dado cita. Cuando lo vio llegar con sus padres le preguntó al Elegido. - ¿ Ellos te conocen ?,¿ Saben quien eres ?. - No, pero se lo diré y los pondré al corriente de todo. - ¿ Ellos están dispuestos a pasar por donde tu pises y hacer todo lo que está destinado para ti ?, le preguntó el Ángel. - Estoy seguro que sí, porque de lo contrario tu no les hubieras dejado venir conmigo. El Ángel se puso frente a los padres del joven y les dijo. - Bienvenidos seáis en el Sendero de Dios. El Ángel puso al corriente al joven de lo que tenían que hacer, y a quien tenían que encontrar. El joven y sus padres se fueron en busca de lo que Dios les tenía preparado. Hubo silencio, Jesús, Juan y María se miraban analizando la historia que Juan les había contado. Fue María la primera en hablar y dijo. - Es una historia muy hermosa. - y dirigiéndose a Jesús le preguntó. - Maestro, ¿ Si yo hubiera traído a mis padres conmigo los habrías aceptado ?. - Tus padres no están preparados a pasar por donde tu tienes que hacerlo, los padres de ese joven si lo estaban, le respondió Jesús. - ¿ Porque hay padres que siguen a sus hijos haciendo la Voluntad de Dios, y otros se quedan al margen ?. - le preguntó María a Jesús con tristeza. - No pienses de ese modo de tus padres, quizás a ellos les falta valor, es por eso que no están preparados, pero un día llegará y los irás a buscar y vendrán contigo, le respondió Jesús acariciando sus cabellos largos.

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- Maestro, no se que haría si tu no estuvieras a mi lado. - le dijo María con lágrimas en los ojos. Ninguno de los tres dijeron nada más. Fue María en quedarse dormida la primera. A la mañana siguiente empezaba a salir el sol y Jesús, Juan y María estaban de pie saludando al sol con el movimiento de sus manos. El día sería caluroso largo y duro. Jesús llevaba los días contados para llegar a la gran ciudad. Emprendieron el camino acompañados por el trino de los pájaros y por el vuelo de las mariposas. A María le gustaba estar viviendo esos días con Jesús y con Juan. Ella iba caminando contenta hablaba con una mariposa cuando volaba por su lado, también imitaba el canto de los pajarillos. Jesús y Juan se miraban y sonreían de ver lo niña que era. Ella tenía aproximadamente le edad de Jesús pero la inocencia la tenía intacta, el niño que todos llevamos dentro, el de ella era bello y no lo había dejado crecer, porque cuando esto ocurre, puede suceder dos cosas, una buena y la otra mala. La buena es que el niño interno crece para hacer dentro de la persona el Trono donde Jesucristo vive. La mala es que la persona va dejando entrar la maldad, y se encuentra bien haciendo el mal. Es por eso que es bueno dejar al niño que juegue, que ría y que sea feliz. Es por eso que Jesús decía. - Cuando seáis como niños veréis el Reino de mi Padre. María era inteligente, amable, y sabía muy bien lo que quería, pero por dentro era una niña. Es por eso que cuando Jesús la vio por la primera vez sabía que era una alma bella y la eligió para que estuviera a su lado. Cerca de donde ellos iban pasaba un río, podían oír el ruido del agua que hacía al bajar, fueron hasta encontrarlo, pues ya tenían ganas de bañarse. Llegaron a las orillas y Jesús le dijo a María. - Báñate tu la primera, Juan y yo nos quedaremos debajo de un árbol esperando a que vengas. María no respondió nada pues estaba muy contenta de poder meterse dentro del agua. Jesús y Juan se quedaron sentados debajo de un árbol hablando. Había pasado media hora cuando María fue donde estaba Jesús y Juan, iba toda nueva, se había cambiado de bata y la que lleva puesta la había lavado y la había puesto al sol encima de unos matorrales para que se secara. El cabello lo llevaba mojado y como lo tenía tan largo lo iba retorciendo. Seguidamente se fueron a bañar Jesús y Juan, estuvieron también como media hora nadando hasta que se refrescaron bien. Estuvieron los tres un rato más allí hasta que la ropa de María se hubo secado. Después emprendieron de nuevo el camino siguiendo el río abajo. En un árbol había una borrica atada, fue Juan quien la vio primero y le dijo a Jesús señalando al animal. - Maestro, mira.

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Fueron hasta donde estaba la borrica. A María le hizo recordar a sus animales los que había dejado en casa de sus padres y fue para acariciarla, mientras lo hacía le hablaba. Jesús y Juan miraban para ver de quien podría ser el animal, pues por allí no había nadie. De pronto se escuchó la voz de un hombre joven que decía mientras que iba corriendo hacia donde ellos estaban. - La borrica es mía, la he atado para que no se vaya. Cuando llegó hasta ellos iba sofocado de tanto como había corrido. Jesús lo tranquilizó diciéndole. - No te preocupes, sabemos que la borrica es tuya, ¿ Que haces aquí lejos de la ciudad ?. El joven después de respirar hondo y de coger aire respondió. - No tengo a nadie, solo a la borrica y vivo aquí desde hace meses. - ¿ No tienes padres ni hermanos ?. - le preguntó Jesús. - Mis padres y una hermana pequeña que tenía murieron de una epidemia, no quise quedarme en la casa donde vivíamos y me vine aquí al campo. Jesús miraba al joven imaginándose la tragedia que había vivido tan joven, y le preguntó. - ¿ Te quieres quedar a vivir aquí para siempre ?. - No he pensado nada, ni se lo que voy hacer. - Maestro, se puede venir donde nosotros vamos ?. - le preguntó María. - ¿ Quieres venir donde nosotros vamos ?. - le preguntó Jesús. - ¿ A donde vais ?. - preguntó el joven. - A la gran ciudad. - le respondió Jesús. - Es que allí no conozco a nadie. - respondió el joven algo triste. - pues quien me va aceptar con mi borrica, no pienso separarme de ella pues es todo lo que tengo, me ha hecho compañía y le tengo mucho cariño. - Quiero que vengas con nosotros y tu borrica también. - le dijo Jesús. Juan y María se miraron y sonrieron contentos. - ¿ Te gusta caminar ?. - le preguntó Jesús. - Sí, mucho.- le respondió el joven. - Pues desata la borrica que tenemos que seguir nuestro camino. El joven iba con su borrica contento al lado de Jesús, de Juan y de María, había encontrado una familia, no sabía a donde iba pero con ellos tres se encontraba muy bien, tampoco sabía quienes eran, pero estaba dispuesto de seguirlos a donde ellos fueran. Le daba la impresión de que los conocía de siempre. Se quedaron a pasar la noche en un lugar donde siempre habían árboles. Eligieron uno alto y ancho de tronco grueso para dormir debajo.

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Los cuatro iban cansados y la borrica también y se sentaron un rato a descansar, después irían a buscar algo para comer, habían árboles con frutos cerca de allí. Cuando ya era de noche Jesús le dijo al joven. - Si quieres dormir puedes hacerlo, nosotros vamos a orar. El joven no dijo nada. Miraba a los tres como hacían meditación, con la escasa luz que había podía ver que sus mentes estaban puestas en algo que él desconocía. Estaba clareando el día y los despertó el rebuznar de la borrica anunciando que el nuevo día llegaba y quería comer. El joven se puso en pie y desató al animal para que comiera hierba. El río seguía por donde ellos iban y fueron a beber agua y lavarse. Había pasado un rato y Jesús dijo que se tenían que ir, y emprendieron de nuevo el camino. El joven no había visto a nadie orar, en verdad no sabía como se oraba y tampoco sabía para que servía o si tenía alguna utilidad. Miraba mucho a Jesús, le había impresionado en el momento que lo vio la primera vez, su mirada era difícil de olvidar. Jesús iba hablando con Juan. El joven le preguntó a María. - ¿ De donde venís ?. - De muy lejos. El joven quería conversar y no sabía como empezar, era de pocas palabras y necesitaba conocer a la persona para entablar una conversación, sentía la necesidad que supieran que él era buena persona. Esto Jesús ya lo había visto, pero el joven no lo sabía. El joven decidió hablar y le preguntó a Jesús. - ¿ Esa oración que hicisteis anoche para que es ?. - Para Dios, que es Él que nos hace ver como son los hombres por dentro, buenos o malos. - ¿ Dios te ha dicho como soy yo ?. - Eres bueno, y tienes un corazón tierno y bondadoso. - le respondió Jesús. - ¿ Me conoces ?, los que me ven por la primera vez saben pronto como soy. le respondió el joven contento. Jesús mirándolo detenidamente le dijo. - Es verdad lo que dices, pues tu espíritu es claro como el cristal. - ¿ Has visto alguna vez el espíritu de alguien ?. - le preguntó el joven extrañado. - El tuyo como ya te he dicho.- le respondió Jesús con una sonrisa. - ¿ Dices que mi espíritu es como el cristal ?, me gustaría verlo como tu para ver que forma tiene. Jesús mirándolo de frente le respondió.

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- Seguro que alguna vez te has visto en un espejo, ¿ No es cierto ?. - Si, alguna. - Pues piensa que tu espíritu es igual que tu pero como el cristal. - ¡ Oh !, que maravilla.- respondió el joven con entusiasmo. - ¿ El espíritu de todas las personas es igual ?, siguió preguntándole. - Desdichadamente no. - le respondió Jesús con tristeza. Juan y María iban escuchando las enseñanzas que Jesús le estaba dando al joven. El joven mirando a Juan y a María le preguntó a Jesús. - ¿ Ellos quienes son ?. - Mis hermanos.- le respondió Jesús mirando a los tres. - ¿ Como te llamas ?.- le preguntó Jesús. - Anaias.- respondió el joven. Llevaban media mañana andando. La borrica se paró porque no quería andar más, el animal estaba cansado, y por más que Anaias estiraba de ella no se movía de donde estaba, Jesús dijo. - Vamos hacer un alto para descansar, nos vendrá bien a todos. Se habían sentado bajo la sombra de unos árboles. La borrica aprovechó para comer hierba. Anaias rompió el silencio que había, diciendo. - Se hacer cestas de mimbre, era lo que hacía antes y las vendía. A donde vayamos también lo puedo hacer y de esa manera pagaré a las personas que me acojan con mi borrica, voy muy rápido. Jesús lo miró y le sonrió y seguidamente le dijo. - No pienses ahora en eso, somos muchos hermanos y entre todos nos ayudamos. Habían almendros alrededor de donde estaban, fue María la primera en ponerse en pie y se dirigió a los almendros. Estaba cogiendo del fruto y pronto llegaron los tres y se pusieron a coger almendras, cuando hubieron recogido varios puñados, las partían con una piedra y las iban comiendo. Hacía como tres horas que estaban descansando y decidieron continuar, iban despacio porque la borriquilla tenía solo un año y las patas no las tenía todavía fuertes. María iba caminando al lado de la cabeza del animal y le hablaba diciéndole frases como, que era guapa, que pronto llegarían y descansarían, que la querían mucho. Parecía una niña hablándole a su muñeca. En realidad todos le habían cogido mucho cariño, pues era pequeña y de un color gris plateado. Habían llegado a una aldea de pocas casas y viejas, se pararon para que la borriquilla bebiera agua, y también ellos si se la daban.

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Había un bidón en la puerta de una casa que contenía agua. Pronto salieron las pocas personas que vivían allí con el ceño fruncido mirando a los recién llegados. Fue Jesús quien les dijo. - Tenemos sed, y también la borrica, os pagaremos el agua que bebamos. Una de las mujeres que salieron se aproximo a Jesús y extendiendo su mano abierta con voz seca le dijo. - Págame antes. Jesús metió su mano dentro del bolsillo de su túnica y sacó una moneda poniéndola en la palma de la mano de esta mujer. Ella miró lo que le daba y dijo secamente. - Esta moneda es para que beba solo el animal, si queréis beber vosotros me tendréis que dar más. Jesús volvió a meter su mano en el bolsillo y sacó tres monedas más depositándolas en la mano de la mujer. Las demás personas que estaban con ella observaban los gestos de Jesús y de sus acompañantes. La mujer cerró la mano guardando las monedas y dirigiéndose a los cuatro les dijo señalando el bidón. - Ahí está el agua, podéis beber toda la que queráis. Jesús mirándola fijamente a los ojos le dijo. - Mujer, está agua está para que beban los animales, la borrica va a beber ahí pero nosotros no, te he pagado bien el agua. La mujer ante la mirada de Jesús empezó a retroceder hasta llegar a donde estaban su gente. Ella le dijo a Jesús. - Es la única agua que tenemos. - No es cierto, saca el botijo que tienes dentro de tu casa, le respondió Jesús con voz firme. La mujer sin dejar de mirar a Jesús le dijo a un muchacho que estaba cerca de ella. - Saca el botijo. Mientras tanto Jesús le dijo a Anaias. - Pon ahí a la borrica para que beba. Anaias acercó al animal al bidón y la borriquilla empezó a oler el agua también iba apartando y bebiendo por donde le gustaba. El muchacho vino con el botijo llena de agua fresca y se la entregó a Jesús sin apartar la mirada de él. Después de que hubiesen bebido los cuatro y la borrica se fueron de allí.

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La tarde estaba cayendo, por donde iban habían muchos olivos. De pronto les salieron dos asaltantes empuñando cada uno un cuchillo. Uno se quedó delante de Jesús, de Juan y de María apuntándolos con el arma, y el otro apuntaba a Anaias y le dijo con voz temblorosa. - Dame rápidamente la borrica. Fue Jesús quien respondió y le dijo. - Aquí no hay nada que vosotros podáis llevaros. El asaltante que lo estaba apuntando le respondió. -

Si que hay, queremos la borrica y nos la vamos a llevar. Es imposible que eso ocurra, le respondió Jesús. ¿ Porque es imposible ?, le preguntó el asaltante. Porque nosotros pertenecemos a un Reino y vosotros a otro.

Los dos asaltantes se miraron sin comprender lo que Jesús le quiso decir, y el mismo de antes dijo furioso. - Queremos la borrica. Jesús respiró profundamente y mirando a Anaias le dijo. - Dale la borrica. Anaias miró a Jesús extrañado y le respondió. - No le daré a nadie mi borrica. - Digo que se la des.- le volvió a decir Jesús. Los dos asaltantes se miraban también extrañados y confundidos, no se fiaban de lo que le decía Jesús a Anaias. Anaias con lágrimas en los ojos le dijo a Jesús. - ¿ Como puedes pedirme eso ?, ¿ No te das cuenta que quiero a la borrica más que a nadie ?. El asaltante que empuñaba a Jesús le dijo. - Solo queremos la borrica, de vosotros no queremos nada, ¡Venga dile a tu amigo que se la de a mi compañero !. Jesús lo miró a los ojos y le preguntó. - ¿ De que borrica me hablas ?, aquí no hay ninguna. - ¡ Como que no !, ¿ Ese animal no es una borrica ?.- le respondió el asaltante con miedo. - Te has confundido, no es una borrica, es mi hermana, ¿Queréis llevaros a mi hermana ?. El asaltante que empuñaba a Anaias le dejó de señalar con el cuchillo y le dijo a su compañero. - La idea esta ha sido tuya, ¿ para qué queremos nosotros una borrica ?.

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- Pues para venderla.- le respondió su compañero. - Yo no la quiero, estoy seguro de que nos iba a traer muchos disgustos, venga, guarda el cuchillo. Su compañero al verse solo empezó a burlarse de él diciéndole. - Eres un gallina, ahora me doy cuenta de lo poco hombre que eres. Fue Jesús quien le respondió y le dijo. - No es un gallina, es un ladrón como tu. El asaltante se enfureció queriendo esconder su miedo y apuntando con el cuchillo y temblándole la mano le respondió. - Mira que no soy dueño de mis actos y puedo hacer contigo una barbaridad. María ya estaba harta de ver al ladrón como apuntaba a Jesús y le dijo gritando. - ¡ Maestro déjalo inmóvil para que aprenda !. El otro asaltante al escuchar estas palabras salió corriendo, su compañero lo miraba como se alejaba y lo dejaba solo. Como él quería demostrar lo valiente que era se quedó unos instantes mirando a Jesús y con burla le preguntó. - ¿ Es verdad que la borrica es tu hermana ?. - Así es.- le respondió Jesús. - ¿ Los dos sois del mismo padre ?.- le preguntó el ladrón con palabras temblorosas y siguiendo con la burla. - Los dos somos del mismo Padre, y tu también pero no te has dado cuenta. El ladrón no podía estar por más tiempo allí porque las piernas le temblaban y se fue corriendo. Anaias estaba abrazado al cuello de su borrica y acariciaba su cabeza. Cuando se quedaron solos Anaias le dijo a Jesús. - He pasado mucho miedo, pues por un momento he pensado que le ibas a dar la borrica, ¿ Como has podido hacer esto ?, todavía estoy temblando. - Siempre que hablo digo la verdad, pero lo que a mi me pertenece nadie se lo podrá llevar porque es mío, sentías miedo porque no me conoces, mira a Juan y a María lo tranquilos que están. Anaias los miraba y vio realmente el semblante de paz que tenían los tres y le preguntó a Jesús. - Me dijiste antes que eran tus hermanos, he oído a ella que te ha llamado Maestro. - Son mis hermanos y yo soy el Maestro. - También hay algo que hace poco me has dicho, y que me ha chocado. Has hablado de mi borrica. Como si fuera tuya.

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- Así es Anaias, llegará un día que no está muy lejano donde yo entraré triunfal subido en la borriquilla. Anaias miró a Juan y a María porque no comprendía lo que Jesús le quería decir. Juan miraba al suelo, y María a Jesús. Cambiando el tema, Anaias le preguntó a Jesús. - ¿ Que les enseñas ?. - Como es Dios, el amor que nos da, como amar a las personas, a los animales y a toda la naturaleza, como saber si un hombre es bueno o malo, como nos debemos de comportar con nuestro prójimo. - Les das grandes enseñanzas, yo sin embargo no se nada de todo eso, pero trato de ser bueno con quien lo es conmigo, ¿Tienes más discípulos ?. - Muchos son los que me están esperando, es con alguno de ellos donde te quiero dejar. - ¿ Y si ellos no me aceptan ?. - Piensas eso porque no me conoces, si yo les llevo a un hermano nuevo, lo reciben con los brazos abiertos, el Reino de Dios es así. Anaias no le preguntó a Jesús nada más, estaba deseando de llegar y encontrarse con esos hermanos que Jesús decía, él no tenía familia, estaría muy bien con tantos hermanos que lo quisieran. Jesús iba sintiendo de Anaias lo contento que estaba aunque no lo hiciera ver, sus pensamientos y sentimientos los apercibía al instante, no solo de él sino de todas las personas. Su mente y su corazón estaban pendientes de las otras personas que estuvieran a su lado. Hacía poco que conocía a Anaias y ya lo amaba porque sabía lo que sufriría por él, esto Anaias lo ignoraba, pues llegaría amar a Jesús mucho. Según iban caminando Jesús rodeó con su brazo los hombros de Anaias, y así fueron un largo trecho. Juan y María iban comentando lo ocurrido con los asaltantes, ella se sentía segura al lado de Jesús, pero también María era una mujer con mucha valentía. Era por la tarde y decidieron de parar y quedarse junto a unos altos pinos, al día siguiente llegarían a la gran ciudad. Anaias dejó a la borriquilla suelta para que comiera y descansara, le estaban dando una gran paliza de tanta caminata como llevaba. Ellos eligieron como siempre el mejor sitio que había y se sentaron encima de la hierba. María se quitó las sandalias que llevaba puestas y se hizo unos masajes en los pies que le fue de maravilla. Los pájaros del campo todavía no se habían ido a dormir, y se posaban de un árbol a otro con sus bonitos trinos. Anaias estaba sentado en la hierba junto a Jesús y le preguntó.

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- ¿ Esta noche cuando hagáis la meditación la puedo hacer con vosotros ?. - Claro que puedes, dime, ¿ Porque la quieres hacer ?. - Quiero saber lo que vosotros sentís. - ¿ Solo quieres hacer meditación por curiosidad ?.- le preguntó Jesús. - Maestro, ¿ Te puedo llamar así ?.- le preguntó Anaias. - Puedes hacerlo.- le respondió Jesús. - Es posible que no me he sabido explicar, no soy curioso por saber las cosas de los demás, lo que quiero decir es que me siento atraído por la meditación, pienso que mientras se está haciendo se vive en otro mundo que no es la tierra. - Ahora has hablado bien, eso era lo que yo quería oírte decir. Anaias tras escuchar estas palabras de Jesús miró al horizonte sonriendo feliz, y pensaba que ya casi sabía hablar como Juan y María cuando se dirigían al Maestro. Había llegado la noche y apenas se veía nada. Se sentaron los cuatro en la hierba y empezaron hacer la meditación. Anaias tenía el semblante radiante de felicidad deseoso de saber en que estado estaría haciendo meditación, sabía por lo que había oído decir a María que los pensamientos había que quitarlos de la mente y pensar solo en Dios. Hacía varios minutos que estaban en meditación, Anaias trataba de borrar los pensamientos que le venían pero no lo conseguía, se iba uno y aparecía otro. María estaba junto a él y acercándose a ella lentamente le dijo despacio al oído. - No consigo pensar en Dios, no se como es ni me lo puedo imaginar. - Ya lo se, trata de relajar tu mente con los ojos cerrados y piensa en el universo, en el sol, en la luna y en las estrellas, le respondió María despacio. Anaias trató de hacer lo que María le aconsejó pero todo era en vano, cuando pensaba en el sol rápidamente le invadía un pensamiento, cuando pensaba en las estrellas le ocurría lo mismo. Anaias volvió otra vez acercarse a María al oído y le dijo, muy bajito para no molestar a Jesús y a Juan. - No lo consigo, ¿ Como lo haces tu ?. - Pienso en el mar, en las flores, en los árboles, hazlo tu también porque todo eso es Dios.- le respondió María. Anaias la miró fijamente pensando en lo que le acababa de decir. María también lo miró y le dijo por lo bajo. - Es lo que te digo. Anaias hizo lo que María le dijo, pero esa noche por ser la primera que hacía meditación no notó nada pero la sensación que sintió fue muy buena. Habían pasado como dos horas cuando Jesús y Juan se pusieron en pie. María y Anaias los siguieron minutos más tarde.

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La borrica estaba tendida encima de la hierba durmiendo. Anaias se acercó al animal en cuclillas y la estuvo acariciando. Los cuatro se fueron a dormir, y a la mañana siguiente los despertaron el rebuznar de la borrica y el trino de los pájaros. Ese día llegarían a la gran ciudad y seguidamente irían a Nazaret, allí y en otros pueblecitos cercanos habían discípulos que esperaban la llegada del Maestro. La mañana empezó fresca pero el día sería caluroso. Llevaba media mañana caminando por lugares montañosos. En la cima de una montaña se alzaba una casa grande y lujosa, la forma que tenía era de castillo. El paso que ellos llevaban los obligaba a pasar muy cerca de la casa. De pronto escucharon la voz de un hombre que les dijo gritando. - ¡ Hacer un alto ahí y pararos !. Miraron para ver de quien se trataba y vieron que era un hombre de mediana edad que venía corriendo hacia ellos, cuando llegó les dijo. - Por aquí no podéis pasar. - ¿ Porque no ?.- le preguntó Jesús. - Todas estas tierras pertenecen a mi amo.- le respondió el hombre señalando los lugares con el dedo. - ¿ Quien es tu amo ?.- le preguntó Jesús. - El dueño de todo esto y de mucho más. - Dile a tu amo que venga él ha decírnoslo, para eso es el dueño.- le respondió Jesús. El hombre le temía a su amo y le dijo a Jesús. - No hagas de que el venga porque cuando se enfada es muy malo, también a mi me dará latigazos por no saber hacer bien mi trabajo. Junto a la casa había un hombre vestido de negro, estaba montado en un caballo y con una mirada perversa observaba lo que sucedía. Echó a correr su caballo y llegó junto a ellos con un látigo en la mano y empezó a darle latigazos a su criado mientras le repetía una y otra vez. - Inútil... inútil Como estaba encolerizado y no oía, Jesús le gritó diciéndole. - No es a tu sirviente a quien tienes que azotar, él ha hecho bien su trabajo, ¿ porque no me pegas a mí ?. El dueño de las tierras al escuchar lo que le decía Jesús se volvió hacia él y le dio un latigazo, cuando fue a darle el segundo Jesús cogió con su mano enrollando la tira de cuero y pegando un estirón le arrancó el látigo de la mano. El hombre abrió los ojos sorprendido por lo que le acababan de hacer, y bajando del caballo fue directamente a por Jesús, antes de que llegara a él, Jesús le puso el puño del látigo en el pecho y mirándolo a los ojos con fuerza le dijo.

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- ¡ Hijo de Satanás !, ¿ Porque utilizas tu maldad con los humildes ?. El hombre malvado aún quedó más sorprendido que antes y se quedó clavado en el suelo sin poderse mover por el shock que había recibido. Jesús le soltó dejándolo libre. Este hombre rico cuando reaccionó de lo que le había ocurrido en presencia de su criado continuó alardeando y llamó a otros criados más. Eran dos lo que vinieron, él les dio la orden de que echaran a todos ellos de sus tierras, cuando se dispusieron hacerlo Jesús le preguntó a uno de los mandados. - ¿ Estas tierras te pertenecen ?. - No, son de mi amo. - Pues dile a tu amo que nos eche el mismo de aquí. El hombre malvado estaba presente y como vio que por esa parte tampoco podía hacer nada quiso intervenir hablándole bien a Jesús y dirigiéndose a él le preguntó. - ¿ A donde vais ?. - A la gran ciudad.- le respondió Jesús tranquilo. - ¿ Sois de allí ?. - Yo soy de Nazaret, pero ellos no. - ¿ Que es lo que sois ?.- le preguntó el hombre rico. - Somos mensajeros de Dios, y llevamos por donde pasamos su Nombre y su Palabra. - ¿ Todos sois mensajeros de Dios ?, ¿ Y la mujer también ?. - Ella también.- le respondió Jesús. - Una mujer su sitio está al lado de su marido y de sus hijos. le dijo el hombre rico. - Sí, es cierto y también al lado de sus hermanos.- le respondió Jesús. - No creo que ella sea hermana vuestra, antes me has dicho que ellos no son de donde tu eres. - Hombre te estás metiendo en cosas que no te importan, tu con lo rico e importante que crees que eres, no llegas a la altura de la herradura de la borrica. El hombre rico se vio ridiculizado delante de sus criados y apretando los puños soltó una maldición. - ¿ Te das cuenta como está saliendo el mal que vive dentro de ti ?, esa maldición que nos has echado es la que pronto te llegará a ti.- le dijo Jesús. El hombre rico mirando a sus criados les dijo con mal humor. - ¿ No tenéis nada que hace por ahí ?. Los criados al escuchar a su amo se fueron rápidamente de allí.

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El hombre rico se quería reconciliar con Jesús y sentándose en la hierba le dijo a Jesús. - Sentaos, y háblame tu de Dios. Cuando los cuatro estuvieron sentados en la hierba Jesús le preguntó al hombre rico. - ¿ Crees en Dios ?. - Depende para que, creo. - Entonces me estás diciendo que no crees en Dios. - Si lo que me digas es creíble puede que sí. - Mira buen hombre, yo no puedo perder el tiempo contigo.- le respondió Jesús. - ¿ Como te atreves a llamarme buen hombre?, yo soy rico, muy rico y todos me llaman señor. - Tu mismo estás diciendo que no eres un buen hombre, ¿ No es cierto ?.- le dijo Jesús. Este hombre estaba confuso y no sabía ya más que decir y para seguir haciendo más daño se quedó mirando a María y le dijo. - Háblame tu de Dios, ¿ No eres una mensajera de él ?. Jesús intervino rápidamente y le dijo a este hombre . - Eres malvado todo lo malo es cobarde, no te mereces que estemos sentados cerca de ti. - ¿ Me estás insultando en mis tierras ?.- le preguntó el hombre rico. - El llamarte malvado y cobarde es la única verdad que a ti se te puede decir. Tampoco eres dueño de estas tierras, nadie se puede adueñar de la tierra porque es de todos, estas infringiendo una ley que está en contra de Dios. - Soy mejor de lo que tu piensas. - Hasta ahora no lo has demostrado.- le respondió Jesús. - Para que veas que soy bueno os voy a dejar que paséis por delante de mi casa. Este hombre se puso en pie y subiendo en su caballo se fue de allí. Ellos cuatro y la borrica continuaron el camino. Cuando hacía como media hora que caminaban escucharon la voz del criado del hombre rico que iba corriendo detrás de ellos y llamándolos. Los cuatro se pararon para ver que era lo que quería y cuando llegó le dijo a Jesús. - Mi amo quiere que volváis para que le habléis de Dios. Jesús respiró profundamente con paciencia y dirigiéndose a Juan le dijo. - Ve tu, nosotros te esperamos aquí, pero no pierdas mucho el tiempo con él, porque solo quiere que nosotros también le obedezcamos como hacen sus criados. - Sí, Maestro.- le respondió Juan.

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Juan y el sirviente regresaron a la gran casa. Cuando llegaron, el criado hizo pasar dentro a Juan. El hombre rico lo miró y le preguntó. - ¿ Donde está el otro ?. - ¿ A que otro te refieres ?.- le preguntó Juan. - Sabes bien a quien me estoy refiriendo.- le respondió el hombre rico. - Tu me estás preguntando por el Maestro, ¿ No es cierto ?, es quien me ha dicho que venga, ¿ Quieres que te hable de Dios ?. - Quiero que sea él quien me hable. - Pues va a ser imposible.- le respondió Juan. - Imposible, ¿ Porque ?. - Porque el Maestro jamás retrocede hacia atrás. - Lo llamas Maestro, lo obedeces, lo admiras, ¿ Pues quien es ?. Juan agachó la cabeza y no respondió nada. Pasados unos instantes cambio de tema y le dijo. - He venido porque tu me has hecho llamar, si quieres que te hable de Dios aquí estoy. El hombre rico levantando la voz dijo enfadado. - Te he dicho que quiero que sea ese Maestro como tu lo llamas, lo quiero aquí. Jamás nadie me ha hablado como él lo ha hecho, y ni me han humillado, para haber hecho eso es porque es valiente y no le tiene miedo a nadie. - El Maestro desconoce el miedo, dice que ese sentimiento aterrador solo pueden sentir los que son despreciados y abandonados por todo lo malo que hacen. - No quiero oírte decir más tonterías y ve a decirle a ese Maestro tuyo que venga. Como Juan vio que la situación iba cada vez a peor le dijo al hombre rico. - Hermano no dejes que el orgullo se apodere de ti porque suele ser mal consejero, puede hasta dejarte ciego de ira y de vanidad, desecha de todo el mal que te atormente. El hombre rico tenía el ceño fruncido y mirando a Juan dio dos pasos hacia adelante con intención de agredirlo, pero se detuvo pensando en lo que iba hacer y las consecuencias que le traería con el Maestro. Sabía que él le iba a plantar cara y lo que fuera necesario si tocaban a uno de los suyos. Se sentó encima de un gran cojín de terciopelo color verde que había en el suelo. También decoraba la sala muchos cojines más de varios colores.

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Juan permanecía de pie esperando a que le dijera algo. Este hombre mirándolo con descaro le dijo. - Bueno habla, y piensa bien lo que vas a decir. Juan sabía que todo lo que le dijera sobre Dios caería en saco roto. Recordó en unos instantes las palabras que un día le dijo Jesús. Que las perlas no eran para los puercos, puesto que ellos no sabrían que hacer con ellas. Estaba ahí para hablarle a ese hombre de Dios aunque no creyera lo que le iba a decir, Juan empezó diciendo. - Hermano si quieres oír hablar de Dios compórtate como una oveja, no como un lobo, porque Dios es amor, y todo lo que contiene esa palabra es Dios en su grandeza. El hombre rico estaba haciendo gestos de aburrimiento y cortando a Juan en medio de la palabra le preguntó. - ¿ No puedes adelantar más ?, estoy impaciente por seguir oyendo el resto. Juan lo miraba tranquilamente y siguió diciendo. - Dios quiere decir libertad, el que está con él no le tiene miedo a nadie ni a nada, porque Dios le da esa fuerza. Dios quiere decir bondad, pues si se tiene diez monedas, se reparten la mitad con todos esos que no tienen nada. Dios le sigue dando a esta persona para que pueda ir ayudando a los demás. El hombre rico le interrumpió diciéndole. - ¿ Quieres decir que para seguir a tu Dios lo tengo que repartir todo y quedarme sin nada ?. - Hermano, no es necesario que tengas que quedarte sin nada, dentro del amor y de la bondad está todo lo que debemos de poseer. El amor nos colma de todo bien y la bondad nos hace por dentro felices. Porque eres rico te sientes poderoso, pero para Dios eres aún más pobre que el que más, y estoy seguro aunque tú no me lo digas que felicidad para ti no hay, y que tampoco sabes lo que es. ¿ Dime que sientes cuando azotas a uno de tus criados ?, y los llamas de los peores nombres que hay. El hombre rico con mirada severa y parecido a un perro rabioso le respondió. - Eres tu peor que tu Maestro, creo que contigo tengo que tener más cuidado, él dice las cosas a la cara y tu hieres por dentro con hierro ardiendo. - Hermano, no soy yo quien te hiere, eres tu que te vas matando y destruyendo poco a poco, el día que seas viejo y que estés enfermo, te tiraran fuera de tu palacio para que te acaben de matar los lobos hambrientos. El hombre rico al oír todo esto que Juan le dijo se puso en pie y con la mirada le quería destrozar, lo hubiera hecho en verdad y no con la mirada, sino hubiera sido por el temor que sintió dentro de su pecho, el corazón le iba a cien

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sin que lo pudiera controlar. Para disimular lo que le ocurría empezó a pasear por la sala con las manos cogidas detrás de su espalda. Juan lo iba siguiendo con la mirada apercibiendo como se encontraba. El hombre rico sin mirar a Juan le preguntó. - Si trato mejor a mis criados, ¿ Es seguro que seré más feliz ?. - Por supuesto.- le respondió Juan. - ¿ Piensas que si hago eso me iban a respetar ?. - Estoy seguro, incluso más. - Si le doy limosnas a los pobres, ¿ Me lo iban a agradecer ?. - No se les da limosna a los pobres para que nos lo agradezcan, sino para coger más luz y de esa manera estar más cerca de Dios. El hombre rico paró de pasear y mirando a Juan con desagradable voz le dijo. - ¿ Para esto has venido a mi casa ?, ¿ Crees que puede haber algún Dios que piense como tú?, el Dios que yo conozco es el de los ricos, él nos da cada vez más y hace que mis criados me adoren y que se rindan a mis pies, ese es el Dios que vive conmigo. - Hermano te has equivocado de dios, el que reina en el universo no es ese.- le respondió Juan mirándolo fijamente a los ojos. El hombre rico soltando una carcajada le preguntó. - ¿ Pues dime tu quien es este dios que me llena de riquezas y de poder ?. - Se llama Satanás o Lucifer, tiene varios nombres que se le puede aplicar. También este es un dios que jamás está satisfecho de todo el mal que hace e invita a los débiles de espíritu a que hagan hechos horribles, a cambio les ofrece riquezas, poder para hacer toda clase de maldades y de vicios repugnantes.- le respondió Juan con la mirada alta. - ¿ Entonces que Dios tiene más poder el tuyo o el mío ?.- le preguntó el hombre rico con ironía. - Mi Dios también es el tuyo, no lo debes de olvidar, porque fue quien nos formó a todos con los dedos de sus manos. El Dios mío como tu dices es superior a todo porque todo lo empezó con amor y lo terminó también con amor. - ¿ Porque defiendes tanto a tu Dios ?, no te das cuenta que vosotros no podréis jamás por lo que me dices de ser ricos ?.- le respondió el hombre rico con orgullo. - Ese dios tuyo que te colma de riquezas y de poder para maltratar a los seres humanos y hacerlos tus esclavos es solo temporal hasta que dejes de vivir aquí en la tierra, después se apoderará de tu alma y permanecerás para siempre con él en los abismos. - Has tenido que ser tu quien ha venido para hablarme de Dios, pedí que fuera tu Maestro, ¿porqué pensaba yo que él era peor que tu ?.- dijo el hombre rico gritando como una hiena rabiosa.

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- Antes has ofendido a mi Maestro, le has pegado un latigazo sin razón alguna, solo por eso serás condenado, pues no puedes hacerte idea de quien has maltratado.- le respondió Juan mirándolo a los ojos. - Ya está bien, te he soportado un buen rato, ahora vete, y dile a tu Maestro que tenga cuidado con todo lo que vais diciendo, pues por menos han cortado cabezas. Juan se dio la vuelta para irse y cuando iba a salir de la casa el hombre rico lo llamó y le dijo mientras que le echaba unas monedas al suelo. - Toma esto - Hermano, yo no las necesito pero tus sirvientes si, dáselas a ellos, ¿ No te da pena de que trabajen para ti sin que les des un sueldo ?, esas monedas y muchas más se las han ganado.- le respondió Juan mientras que salía de la casa. - ¡ Échalo a patadas !.- le dijo el hombre rico a su sirviente. Juan había salido de la casa y cogió el camino donde Jesús, María y Anaias lo estaban esperando. Los encontró sentados debajo de un árbol. Jesús cuando lo vio venir sabía que las cosas con el hombre rico no habían salido bien. Juan se acercó a ellos con paso ligero, pero en su rostro se reflejaba tristeza, él hubiese querido que ese hombre hubiera conocido el amor de Dios. Se sentó sobre la hierba junto a Jesús, no hacía falta que se le hiciera alguna pregunta, su rostro por sí solo hablaba. Jesús puso su mano en el hombro de Juan y dándole ánimos le dijo. - ¿ Mi amado Juan, hubiese yo tanto dado de mí para que ese hombre fuera por los caminos de Dios. A Juan le cayeron dos lágrimas que resbalaban por sus mejillas abajo. Jesús se las quitó con sus dedos y le dijo. - Estás recibiendo del Padre todo el amor que has malgastado con ese hombre, dentro de unos instantes estarás como nuevo, el amor que damos a otros y no lo recogen, no lo perdemos, porque el Padre está al acecho para volver a llenarnos con su amor infinito. María y Anaias de ver a Juan, también ellos lloraron pues eran hermanos del alma, quien se mantuvo firme fue Jesús, él tenía que ser fuerte. Juan también lo era parecía una roca pero esta conversación que mantuvo con el hombre rico le dejo triste. Emprendieron el camino y no lejos había una higuera, se pararon y comieron de este árbol frutal. Pronto se fueron porque se habían retrasado con el hombre rico, ese día no llegarían a la gran ciudad como tenían previsto. Había un río que por allí pasaba y se pararon para beber ellos agua y la borrica también, que bebió el animal gran cantidad.

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Decidieron quedarse allí para pasar la noche, se habían quedado muy cerca del río, estaban sentados encima de la hierba y veían el agua como bajaba. Juan necesitaba hacer meditación y se puso él solo, mientras tanto fue María y se metió en el río y se dio un baño de pies, detrás de ella fue Anaias e hizo lo mismo, estaban de pie dentro del agua refrescándose las piernas. Como a cincuenta metros de ellos habían árboles frutales, después de que Juan hubiese terminado de hacer la meditación fueron todos y cenaron de aquellos frutos. La borrica se hartó de comer hierba y ramas de algunos árboles. Cuando eligieron el sitio para dormir, Jesús les dijo. - Donde vamos nos están esperando muchos hermanos, la mayoría son matrimonios con hijos, cuando lleguemos haré una reunión para estar todos juntos y que os conozcáis. María estaba contenta y a la expectativa de todo lo que Jesús decía, ella le preguntó. - Maestro, ¿ Donde viven estos hermanos ?. - Unos en la gran ciudad y otros que son más en los pueblos, tienen cuidado con la justicia porque nos persiguen por el solo hecho de hablar de Dios. - ¿ Ellos saben que tu llegas ?.- le preguntó María.. - Sí, porque les dije aproximadamente la fecha en que llegaría con más hermanos, estarán contentos de acogeros. Anaias tenía mirada de soñador, y con alegría le dijo a Jesús. - Maestro, ya tengo ganas de conocerlos, pues ellos serán mi familia, y estoy seguro de que nos vamos a llevar bien, tendré tiempo de jugar con todos ellos. Juan y María lo estaban escuchando y agacharon la cabeza sin hacer ningún comentario. Jesús dirigiéndose a Anaias le dijo. - Hace pocos días que me conoces, yo sin embargo te conozco desde toda la vida y es por eso que te amo, tú no tanto a mí, pero llegará el día que me amarás mucho, y sufrirás por mí. - ¿ Porque Maestro ?.- le preguntó Anaias sorprendido. - ¿ Te has dado cuenta del hombre rico ?, si yo no le hubiese detenido con el látigo me hubiera estado azotando todo el tiempo que hubiese querido, ¿ Como habrías tú reaccionado ?. Anaias se puso en pie y con rabia dijo. - Maestro, no me conoces cuando me enfado, si eso hubiese ocurrido le quito el látigo como tu hiciste y lo dejo tendido en el suelo sin piel, no dejaré que nadie te haga daño, en tampoco tiempo que hace que estoy contigo he visto que tu darías tu vida por uno de nosotros.

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- No quiero que nadie salga en mi defensa cuando ocurra, porque todo ha de suceder como está escrito, nadie ni nada lo puede cambiar. Acordaos bien de esto. Jesús mirando a María le dijo. - Cuida de Anaias, y enséñale todo lo que has aprendido de mi, mi amada María. Anaias observaba sin comprender, no vio oportuno de hacer preguntas pues si el Maestro le recomendara que cuidara de él, es porque había una razón. A la mañana siguiente con la salida del sol salieron para la gran ciudad, y llegaron al empezar la tarde. Allí tenía amigos de clase alta y media. A casa de ellos no podían ir con la borrica y fueron a casa de otro amigo de Jesús que tenía animales. Era un matrimonio que tenían un hijo y una hija adolescente. El matrimonio y sus hijos al ver a Jesús mostraron una gran alegría. La esposa sacó comida para que comieran pues venían cansados y hambrientos. También preparó una habitación para que esa noche durmieran Jesús, Juan y Anaias. María durmió con la hija del matrimonio. Estuvieron hasta de madrugada todos hablando, este matrimonio puso al corriente a Jesús de como iban todos los grupos que él hizo, de la manera que se veían y donde. Jesús confirmó que se reunirían todos pasados tres días en el campo de Nazaret, les dijo a este matrimonio que se lo comunicaran a los demás. Al día siguiente se fueron por la mañana. Jesús dejó en ese casa mucha paz y amor. Era pasada bien la tarde cuando llegaron a Nazaret. Allí lo conocían todo el pueblo, y todos los transeúntes que pasaban lo iban saludando. Llegaron a la casa donde vivía su madre con el hijo más pequeño de José. La puerta estaba abierta, el hermano de Jesús estaba acabando una mesa, levantó la mirada y vio que Jesús su hermano más pequeño había llegado con más gente. Este hijo de José quería mucho a Jesús, pues era pequeño cuando Jesús nació y los dos se llevaban muy bien. Jesús fue corriendo para abrazarlo y le preguntó. - ¿ Donde está madre ?. - En la chimenea haciendo pan, ¿ vienes para quedarte ?.- le preguntó su hermano. - Si, hermano ahora ya no me voy de aquí, mira estos son mis amigos del alma. Este es Juan, ella es María y el de la borrica es Anaias. María la madre de Jesús había oído que alguien hablaba y reconoció la voz de su hijo. Ella salía corriendo para encontrarse con él, y Jesús iba también a su encuentro. Al encontrarse los dos quedaron abrazados. María llenaba de besos las dos mejillas de su hijo, lloraba de alegría porque nunca lo tenía con ella, pero de sobras sabía que Jesús se tenía que dar a los demás. Le presentó a Juan, a María y Anaias como sus amigos, pues cuando Jesús conocía a alguien lo llamaba hermano por ser todos hijos del Creador. Cuando a la persona la conocía bien y le daba todo su cariño le llamaba amigo. Decía que un amigo valía más que todos los tesoros del mundo.

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Jesús habló con su hermano referente a la borrica y le dijo que le diera de comer. María, la madre de Jesús, preparó junto a la otra María habitaciones para que en una durmieran Juan y Anaias y en la otra ella. Jesús tenía la suya, su madre no la tocaba de como él la dejaba, solo la limpiaba. Esa noche Jesús durmió poco, pues su madre estuvo sentada a un lado de la cama hablando con él de cosas que habían sucedido mientras que él no estaba. También se tuvo que levantar muy temprano porque llevaría a Juan, a María y Anaias para que conocieran a otros hermanos donde Anaias se quedaría con la borrica. Juan y María se quedaría a vivir en casa de la madre de Jesús, con él y con su hermano. Los demás hermanos o discípulos y discípulas que Jesús hizo estaban esperando de un día a otro la visita de Jesús. La mañana era gris y lluviosa. Los cuatro y la borrica se encaminaron a casa de un matrimonio con dos hijos pequeños que vivían en el campo con animales, eran labradores y vivían de la tierra. Iban llegando a la casa, y muy cerca estaban jugando los dos hijos de este matrimonio. Los niños reconocieron a Jesús y fueron corriendo a su casa para decírselo a su madre. Antes de que Jesús y los demás llegaran a la casa salió al encuentro de Jesús la madre de los niños expresando su alegría de ver al Maestro, y llamaba a su marido para que viniera también. Cuando el matrimonio se vieron frente a Jesús lo miraban amorosamente, en sus ojos habían un brillo especial que junto a la mirada de Jesús, aquél momento era mágico. Todos los que seguían a Jesús lo llevaban muy adentro, vivía en un trono dentro de sus corazones. Cuando todos se reunían recordaban la frase que Jesús les dejó, les dijo. - La verdad os hará libres. El matrimonio los hizo entrar a todos en la casa y les prepararon asientos para que se sentaran. Había un perro de campo que se acercó a Jesús y se quedó sentado a su lado. Se oían los animales que el matrimonio tenían, las ovejas, las gallinas y un asno que ayudaba a trabajar la tierra. La esposa puso una palangana con agua a los pies de Jesús. Seguidamente ella le quitó las sandalias y le introdujo los pies dentro de la palangana. Juan, María y Anaias miraban de que manera le lavaba los pies a Jesús, parecía que se lo estuviera haciendo a uno de sus hijos por todo el amor que ponía en ello. Se fijaron también de que manera se los secaba con una paño blanco. Después de limpiarle las sandalias se las puso. María la miraba y pensaba que ella desde que conocía a Jesús jamás había pensado de lavarle los pies, esto a ella la estuvo torturando un tiempo por no haberle prestado más atención al Maestro. Ya todos sentados alrededor de la mesa y preparados para comer. Jesús les presentó a Juan, a María y a Anaias. Jesús les pidió que Anaias se quedara a vivir con ellos y la borrica. El matrimonio estuvieron gustosos de acoger a un hermano que les traía el Maestro. Jesús les contó la historia de Anaias. La esposa se acercó a Anaias y con cariño le dijo. - Aquí tienes a una familia, y otras más que viven en otros lugares, ya verás lo bien que vas a vivir aquí con nosotros. Por los ojos de Anaias resbalaron dos lágrimas, tenía suerte de haber conocido al Maestro, y pensaba muchas veces que eran sus padres desde el

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cielo que lo habían preparado para que así fuera. Jamás se hubiese imaginado que todas aquellas personas eran muchas y que el Maestro había hecho discípulos suyos y que se amaran tanto entre ellos. Cada uno vivían en un lugar distinto pero cuando se juntaban eran una gran familia. Anaias dirigiéndose a Jesús le dijo. - Maestro, ahora tendré que acostumbrarme a estar menos tiempo contigo, pues si voy a vivir aquí, solo te podré ver cuando nos reunamos todos. - Sí, te tendrás que acostumbrar a eso pero dentro de dos días nos veremos en la montaña, allí estaremos más tranquilos por los hombres de la ley. - ¿ Que es lo que tienen en contra tuya ?.- le preguntó Anaias sin comprender el porque. - La mayoría de los rabinos, los que se hacen llamar hombres de Dios me tienen miedo. - ¿ Miedo a ti Maestro ?, ¿ Porqué ?. - Temen de perder a los suyos, a los que van a las sinagogas y me sigan a mi. Me han puesto varias denuncias por eso. - Cada uno es libre de hacer lo que quiera, y si esto ocurre es porque no están conformes con lo que ellos les enseñan. Todos escucharon con atención las palabras de Anaias y se miraron pensando que había hablado con sabiduría tan joven como era. - En realidad saben que digo la verdad, pero ellos no lo quieren reconocer. Hay mucho interés en lo que piensan, no le interesan como hombres que haya mujeres que también puedan hablar de Dios y expresar sus sentimientos, el progreso no les gusta, y nada evoluciona si no es con progreso, dijo Jesús dirigiéndose a todos. - ¿ Entonces si este progreso lo cortan que puede pasar ?.- le preguntó Anaias. - Pues que mataran al enviado de Dios.- le respondió Jesús. - No entiendo lo que quieres decir, ¿ Quien es el enviado ?.- le preguntó Anaias. - Todo llegará a su debido momento, pero antes de que esto ocurra sabrás quien es.- le respondió Jesús. Juan y María eran los únicos que sabían lo que ocurriría. Los demás de todos los discípulos de Jesús no se imaginaban el final que tendría. Jesús empezó a despedirse del matrimonio poniendo sus manos en las cabezas de ellos. Cogió a los niños en brazos y les dio un beso en sus mejillas. Seguidamente se acercó a Anaias y poniendo sus manos en los hombros de él le dijo. - Ahora podrás ayudar a estos hermanos a cultivar las tierras y a cuidar de los animales, ¡ a ti que te gusta tanto vivir entre ellos !. La esposa se acercó a Jesús cogió por un lado su túnica y llevándosela a los labios la besó. Jesús la miró sonriente. - Hermanos, hasta dentro de dos días a la caída del sol, yo os saludo y os dejo mi paz.

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Juan y María se despidieron del matrimonio y de Anaias. Él tenía las lágrimas fáciles, y de verlos como se alejaban lloraba porque les había cogido mucho cariño y eran su verdadera familia, por Jesús sentía algo especial que ni el mismo sabía que era. Cuando Jesús, Juan y María llegaron a la casa ya era de noche. María la madre de Jesús los estaba esperando para cenar y también estaban los otros hijos de José que al enterarse de que Jesús había venido fueron para saludarlo. Estuvieron un rato y después se fueron. Las veces que María tenía con ella a su hijo Jesús lo mimaba, lo acariciaba y le decía frases hermosas que una madre suele decirle a sus hijos. Aunque Jesús ya era mayor para todos esos encantos que su madre utilizaba con él, se dejaba porque su madre se sentía bien, dejaba que saliera el amor maternal pues había pasado muchos años lejos de ella. A la mañana siguiente Jesús y Juan ayudaron en la carpintería, y en dos días hicieron mucho trabajo. María estaba con la madre de Jesús ayudándola en todo lo que había que hacer en la casa. La tarde acordada para la reunión en la montaña había llegado. Iba también con ellos el hermano de Jesús, pues creía todo lo de su hermano Jesús decía. Sus otros hermanos al ver que lo acompañaba se agregaron a ellos no para ir sino para desanimar a su hermano para que no fuera porque la ley ya estaba en alerta de la llegada de Jesús a Nazaret. Le metían miedo diciéndole que iba acabar mal y que abandonara la idea de ir con ellos. Cuando ellos llegaron, habían muchos hermanos y hermanas que lo estaban esperando. Nada más verlo se armó un gran revuelo queriendo todos ir a su encuentro. Jesús era una belleza de hombre, con gran carisma, solo con su presencia todo se iluminaba alrededor. Su voz era delicada al mismo tiempo que cálida. Cuando todos estuvieron sentados Jesús empezó diciendo. - Amigos míos y hermanos, os saludo en el Nombre del Padre que está en los Cielos, y es testigo de lo que ahora está sucediendo aquí. Hace tiempo que esperabais este momento, pues yo también lo esperaba y se me ha hecho largo, pero todo llega. El Padre ha estado preparando al Enviado para que se hiciera fuerte y nada falle. Este pastor que soy yo cuidará bien de sus ovejas que sois vosotros y muchos más que tienen que llegar. Cuando el hijo del hombre haya estado bendecido por el Espíritu Santo es cuando será Rey de los hombres. Dios Padre a Enviado a su Hijo para que sea sacrificado por ellos, para que la muerte de un inocente lave los pecados del mundo. Lo único que os pido a todos es que os améis como yo os amo, si no fuera así de nada serviría que el inocente muriera. Tener en cuenta estas palabras porque es el fundamento de todo. Amigos míos que sean guardadas dentro de vuestros corazones. Jesús hizo una pausa y cerró los ojos para descansar. Un hombre se puso en pié y dirigiéndose a Jesús le dijo. - Maestro el otro día fui a la gran ciudad y en una plaza había un hombre que hablaba de Dios.

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- ¿ Que decía ?.- le preguntó Jesús. - Dijo que había otro que era superior a él y que estaba a punto de llegar, dijo que este le quitaría el puesto a él porque era más grande. Después dijo que iba al río para bautizar con agua. Muchos lo siguieron para ser bautizados. ¿ Que piensas de este hombre ?, ¿ Está diciendo la verdad ?. - ¿ Como era ?. - le preguntó Jesús. - Alto y fuerte, llevaba cubierto su pecho y su espalda con una piel de cordero, también llevaba un macuto que cruza por el hombro y una vara larga. ¿ Es bueno ?. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - Se llama Juan el Bautista porque bautiza con agua, con el Espíritu de Dios, es bueno y si lo veis decirle que os bautice y lo podéis seguir igual que a mi porque al final todo quedará en una sola cosa. Era ya media noche y los hijos pequeños de los matrimonios empezaron a llorar porque tenían hambre y sueño. Jesús se puso en pie, y todos los asistentes hicieron lo mismo. Su mirada la extendió cubriéndolos a todos y les dijo despidiéndose de ellos. - Mi paz os dejo para que siempre seáis felices. Jesús fue abriéndose camino junto a Juan, María y el hermano de Jesús. Cuando llegaron a su casa era ya de madrugada. María los esperaba levantada remendando una bata bajo la luz de un candil. Recogió lo que estaba haciendo y entre ella y María pusieron encima de la mesa lo que había para cenar. Después de cenar Jesús habló con Juan y le dijo. - Mañana iremos en busca de Juan el Bautista para que nos bautice. - Haremos lo que dices.- le respondió Juan. - Espero encontrarlo donde yo pienso.- le dijo Jesús. - Si quieres puedo yo ir a buscarlo y traerlo aquí.- le respondió Juan. - Soy yo quien tiene que ir a el, porque nació antes que yo.- le dijo Jesús. Se fueron todos a dormir. A la mañana siguiente salieron los dos de la casa, no antes de decirle a su madre que estarían dos días fuera, y de despedirse de María. Fueron para encontrar el río Jordán. Jesús sabía que Juan el Bautista estaría allí porque se decía que estaba bautizando. Jesús tenía amigos por todos sitios. También muchos familiares porque eran una familia larga y extendida por parte de su madre y de José. Aunque él no hacía distinciones entre amigos y familiares, decía que todos eran hermanos. Cuando llegaron al río Jordán había mucha gente que querían ser bautizados por Juan el Bautista, él no paraba de bautizar y cuando llegó Jesús a él, los dos se miraron. Juan iba delante de Jesús y fue bautizado antes. Juan el Bautista dirigiéndose a Jesús le dijo. - Soy yo quien tengo que estar bautizado por ti. - No, déjalo que así sea.- le respondió Jesús.

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- Es que yo soy muy pequeño a tu lado.- le dijo Juan el Bautista. - Bautízame y todo quedará bien.- le respondió Jesús. Juan hizo lo que Jesús le dijo y lo sumergió dentro del agua mientras le decía estas palabras. - Yo te bautizo en el Nombre del Padre, del Hijo que eres Tú y del Espíritu Santo que fue quien te engendró. A partir de estos momentos tu hora ha llegado. Nada más salir Jesús del agua se abrió el cielo y bajó una paloma blanca que se posó sobre la cabeza de Jesús, y se escuchó una voz que dijo. - Este es mi hijo que yo amo, y en quien he puesto toda mi confianza, y quien lo amen a él yo también amaré. Seguidamente la paloma voló al cielo con sus alas extendidas y en el infinito desapareció. Jesús y Juan se fueron de allí, los dos iban llenos del Espíritu Santo. Llevaban tres horas de camino y se habían parado a descansar a un lado del camino. Vieron que Juan el Bautista venía al encuentro de Jesús acompañado de más hombres. Cuando llegaron a ellos Juan el Bautista se paró delante de Jesús y le dijo. - Vengo para que me bendigas, y también a estos que vienen conmigo. Jesús reconoció a uno pues se trataba de Judas Tadeo. Los dos se habían conocido de niños y habían jugado juntos. Jesús se puso en pie y también lo hizo Juan. Jesús acercándose a Juan el Bautista puso sus manos en la cabeza de él y lo bendijo. También llegó a Judas Tadeo lo saludó y después de bendecirlo estuvieron recordando los dos todo lo que hacían cuando eran niños. Jesús dirigiéndose a Juan el Bautista le preguntó. - ¿ Que pasa con los hombres de ley y con los de la sinagoga, te dejan que hables ?. - No, hace tiempo que me persiguen y me han metido en la cárcel por proclamar el Nombre del Padre y tu llegada. Dentro de la cárcel gritaba yo tu Nombre y hacía recomendaciones a los presos que habían para que siguieran a Dios, al Altísimo. Los guardianes cuando se hartaban de mi me dejaban libre, les he demostrado muchas veces que no les tengo miedo. - Hermano de la Luz, ¿ Tienes donde pasar la noche ?.- le preguntó Jesús. - Yo soy como tu, las paredes de mi casa es el campo y el techo el cielo. Jesús comprendió que no tenía donde pasar la noche y le propuso. - Ven a casa de un amigo mío, él es para mi como un hermano.

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- Soy peregrino, y lo seré hasta el final. Gracias hermano por preocuparte por mi, no quiero dar problemas a nadie porque siempre me están persiguiendo la justicia y no quiero que nadie se vea implicado. - Eres justo.- le respondió Jesús. Juan el Bautista le dijo a Judas Tadeo. - Ahora a quien debes de seguir es a él. Jesús lo tomó como discípulo suyo. Iban a Nazaret, y se pararon en una aldea, allí también había hecho hermanos y entre ellos habían tres que también iban a ser sus discípulos, pues la hora para Jesús había llegado, la de proclamar que el Mesías había sido enviado por Dios. Llegaron a la aldea y fueron a casa de un amigo, este cuando vio que Jesús había venido manifestó mucho su alegría, les preparó asientos para que se sentaran y les puso algo de comida para que se repusieran del camino. Todos los demás hermanos que había hecho en esa aldea vinieron al enterarse que Jesús estaba allí. Era de noche cuando se reunieron en casa de este amigo. Jesús mirándolos a todos señaló a tres con la mano y les dijo. - Santiago, también tu hermano, y tú Andrés me seguiréis pero antes id al río Jordán, allí está el que os tiene que bautizar, se llama Juan el Bautista, id también vosotros y decirle que he sido yo quien os ha enviado a él. Todos lo miraban y lo adoraban. Juan estaba sentado a la derecha de Jesús y siempre lo estuvo, ese era el sitio de él y nadie lo ocupaba. Pasaron allí la noche y a la mañana siguiente partieron para Nazaret. Cuando llegaron a su casa era pasado el mediodía. La madre de Jesús fue corriendo a sus brazos y le dijo. - Hijo ayer por la tarde estuvo aquí un hombre de la ley, venía buscándote a ti, pues se había enterado que estuvisteis en la montaña con todos los que te siguen. - ¿ Madre como era ?.- le pregunto Jesús. - Alto y corpulento, con el semblante serio. - Se quien es, pues hace tiempo que va detrás de mí para encarcelarme. - Hijo ten cuidado estoy pasando mucho miedo por ti. Jesús cogió la cabeza de su madre con sus manos y besó su frente y le dijo. - No sufras antes de hora, pues sabes bien cual es mi misión. María estaba a su lado y mirándola a los ojos le sonrió y le preguntó.

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- ¿ Te hubiera gustado venir conmigo esta vez ?. - Mucho Maestro.- le respondió María. -Pronto llegará el día que me acompañes. Estuvieron varios días sin moverse de la casa y trabajaban en la carpintería. Una mañana se fueron a un pueblecito pesquero Jesús y Juan. Los pescadores acaban de llegar y estiraban de la barca hacia la arena para mejor descargar la mercancía que traían. Jesús se acercó a los pescadores y les preguntó. - ¿ Habéis tenido buena pesca ?. Uno de ellos estirando de la red y sin mirar respondió. - ¡ Ahora hay poca !. Después de haber descargado miró al que le había hablado y le dijo. - Tu no eres de este pueblo, y no te conozco, ¿ Porque has preguntado si hemos tenido buena pesca ?. - ¿ Como es tu nombre ?.- le preguntó Jesús. - Simón, ¿ Porque me lo preguntas ?. Jesús lo miraba de aquella manera que él hacía para que nunca de olvidaran de él. Simón el pescador no podía apartar su mirada de Jesús y le preguntó. - ¿ Porque me miras de esa manera ?. Jesús no respondió nada y se fue de allí con Juan. Hacía seis meses que habían llegado a Nazaret, en todo ese tiempo Jesús no paraba de moverse de un lado iba para otro predicando sus enseñanzas, cada vez eran más gente los que se unían a él. Los directivos de las sinagogas le tenían miedo de que se llevara con él a muchos judíos. Por donde iba hacía milagros, curaba a los enfermos que se lo pedían, él con solo tocarlos se curaban. Un día volvió al pueblecito pesquero en busca de Simón, al encontrarse con él, Simón le preguntó. - ¿ Que buscas de mi ?, Yo solo soy un pescador. - Se que eres pescador y es por eso que te busco, a partir de ahora en vez de pescar pescado vas a pescar hombres para que sirvan a Dios el Altísimo. - ¿ No te entiendo ?.- le respondió Simón. - Quiero que dejes la red y que me sigas.- le dijo Jesús. - Tengo a mi cargo una familia que mantener, si me voy y los dejo, ¿ De que van a comer ?.

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- A los pájaros y a las aves del cielo nadie les dan para que coman, Dios mira para que nunca les falte, no te preocupes por ellos porque tendrán cada día para comer. Simón llevó a Jesús y a Juan a su casa para que los conocieran su familia. Tenía una esposa y varios hijos, también vivía con ellos la madre de ella y más familiares que iban a verlos. Después fueron al río y Simón fue bautizado por Juan, en el momento de hacerlo Jesús le dijo a Simón. - Desde ahora tu nombre es Pedro, que significa roca como ésta que hay aquí y que es testigo de tu bautismo. Habían pasado dos días y fueron a casa de Bartolomé, fue en casa de él donde se quedó Anaias y la borrica. María también iba. Jesús se lo había prometido hacia días. El encuentro entre ellos fue hermoso. María abrazó a Anaias con cariño. Jesús tenía sentado en sus rodillas a uno de los hijos de Bartolomé. Jesús mirándole le dijo. - Eres uno de mis discípulos desde hace tiempo, pero es hoy que he venido para decirte que me sigas. Anaias le hablaba a María al oído, le decía algo que le hacía sonreír. Ella miró a Jesús y sin poderse retener le dijo. - ¡ Maestro, la borrica está preñada !. - Como debe ser.- le respondió Jesús sonriendo. Juan que estaba a su lado la miró y le sonrió también. Jesús le preguntó a Anaias. - ¿ Quieres mucho a María, verdad ?. - Sí Maestro, el tiempo que estuvimos juntos ella hizo de madre para mi. Jesús mirándolos a todos les dijo como advertencia. - Hay un hombre de ley que nos busca, está cogiendo firmas para poder detenerme, nos quiere ver a todos muertos, tener cuidado con él, pues es un fanático de la religión, piensa que lo suyo es lo auténtico y que lo mío no vale nada. - Maestro, ¿ Quien es ?.- le preguntó Pedro. - Cuando llegue la hora pronunciaré su nombre.- le respondió Jesús mientras que miraba a todos. Pedro no comprendió lo que Jesús quiso decir, tampoco los demás lo entendieron. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - Ahora nos vamos pero el sábado próximo nos reuniremos en la montaña de Jerusalén. Pedro intervino y le preguntó a Jesús.

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- ¿ Maestro has dicho el sábado próximo ?. - Eso es lo que he dicho.- le respondió Jesús. - ¿ Tu sabes que ese día no se hace nada, y se guarda para el descanso ?.- le recordó Pedro. - ¿ Porque tenéis que estar guardando las leyes de los hombres y no las de Dios ?. Si en sábado la borrica está pariendo y el parto viene mal, ¿ La dejareis morir porque es sábado ?. Los discípulos se miraron y fue Andrés quien le preguntó. - Maestro, ¿ Entonces todos estos años que hemos estado respetando el sábado no ha servido para nada ?. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - Dios, nuestro Padre le dio al hombre seis días para que trabajara, y el séptimo para que descansara, que es el sábado, pero no quiere decir que este día no se tenga que hacer nada, pues si sale un imprevisto se tiene que solucionar. Os he dicho de reunirnos el sábado porque los soldados creen que ese día lo dedicamos al descanso y no trataran de seguirnos. - ¿ Donde quedamos ?.- le preguntó Pedro. - En Jerusalén tengo buenos amigos que no dudarían en dejarnos su casa, pero hay uno en particular que se llama Marcos, tanto su familia como él estarán contentos en recibirnos. Que vaya Andrés contigo para que habléis con el dueño de la casa si fuera preciso. - ¿ Que dirección nos das para encontrarlo ?.- le preguntó Pedro. - Cuando entréis en la ciudad veréis que hay un pozo grande de agua, allí encontrareis a un joven llenando su cántaro, ese es Marcos. Decirle que he dicho yo que nos prepare en su casa una habitación. Él hablará con su padre para que lo haga. Jesús se despidió de todos y regreso con Juan a su casa. Pedro y Andrés se fueron para Jerusalén. El día de la partida había llegado, y se pusieron en camino Jesús, Juan y otros discípulos. Cuando iban llegando a Jerusalén se encontraron con Pedro y otro más que lo acompañaba. Jesús no lo conocía. Pedro se lo presentó y le dijo que se llamaba Judas Escariote, y que era un conocido suyo. Al llegar a la casa de Marcos, él y otros discípulos más lo estaban esperando en la puerta. Su madre había hecho comida para todos. Marcos era un joven de estatura mediana y delgadito, cariñoso, de risa fácil y de movimientos ágiles. La familia de Marcos estaban bien acomodados. Jesús había estado varias veces porque el padre de Marcos había sufrido una enfermedad dolorosa y Jesús lo curó. La amistad que había entre ellos era grande y sincera. Cuando terminaron de comer todos se fueron a la montaña, también iba Marcos, le interesaba mucho lo que Jesús decía, pero no había llegado su hora de seguirlo. En la montaña todos estaban sentados haciendo un corro alrededor de Jesús. Él

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como siempre les hablaba del Reino de Dios, y de la venida del Mesías que era él. Judas Tadeo estaba sentado enfrente de Jesús, tenía entre sus manos una lámina gruesa de papel y un trozo de carbón. Estaba dibujando al Maestro, su rostro y parte de su cuerpo. Jesús, miró a Judas Escariote que estaba sentado al lado de Pedro y le dijo. - Tu serás otro de mis discípulos. Judas Escariote se sintió halagado de ser nombrado por Jesús, uno de sus discípulos. Pedro le felicitó. Empezó a venir gente de todos los lados y la montaña se llenó. Jesús que lo había hecho con discreción, se dio cuenta que la voz se cundió por toda la gran ciudad. Si los soldados se enteraban ahora si que se los llevarían a todos presos. Cuando Jesús acabó el sermón era ya tarde, y se fueron a dormir a casa de Marcos. A la mañana siguiente llegaron a la casa de Marcos más gente, entre ellos hombres y mujeres que querían ver al Maestro. La madre de Marcos los hizo entrar, y Jesús vino a ellos, los recibió con alegría, vio que eran gente la mayoría bien acomodada. Todos querían seguirlo como discípulos suyos. Jesús nombró a varios, a Mateo, a Lucas y a Felipe aunque era un hombre apocado vio que estaba capacitado para ir con él. A Tomás también lo nombró y a otros más. No eran solo hombres, también eran mujeres las que nombró como discípulas suyas. Cuando todos estuvieron nombrados les dijo. - No creáis que el camino que piséis será de rosas, pues encontrareis muchas espinas. A causa de mi nombre seréis maldecidos, ultrajados y encarcelados. Cuando todo esto ocurra lo tenéis que saber llevar con amor. El Espíritu Santo descenderá sobre vosotros y seréis bendecidos, porque jamás olvida lo que hagáis por el cordero. Todos escuchaban atentamente las palabras de Jesús, y la mayoría de ellos no comprendieron lo que Jesús les quiso decir con aquellas palabras. Jesús les dijo. - Id ahora al río para ser bautizados. Juan y Pedro bautizaron a todos los que no estaban. Le hicieron paso para que saliera de la casa e iba Jesús delante de todos y Juan a su derecha. Cuando estuvieron todos bautizados, iban llenos de amor pero el camino que tenían que hacer sería doloroso. Jesús ya se lo anunció a todos. Había una joven que a veces iba a oír hablar a Jesús, le gustaba lo que decía y con el amor que ponía en cada palabra. No se atrevía a hablar con Jesús, porque no sabía que decirle y le haría perder el tiempo. Un día que Juan con otros más discípulos trataban de poner orden, esta joven pudo hablar con Juan, él como era el amor, con todos se paraba para escuchar sus problemas y sus males. Ella lo vio cara a cara y le preguntó. - ¿ Como se llama ese Maestro tuyo ?. - Jesús.- le respondió Juan con una sonrisa.

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- Me gustaría hablar con él, pero no se que decirle. - ¿ Quieres que yo le diga algo de tu parte ?.- le preguntó Juan. - Es que no se que le puedo decir.- le respondió ella. - ¿ Como te llamas ?.- le preguntó Juan. - Lucrecia. - Cuando vaya a su lado le diré que una joven que se llama Lucrecia piensa en él, seguro que mi Maestro estará pensando en ti siempre. - Gracias, le dijo Lucrecia muy contenta. Juan siguió con los demás discípulos poniendo orden para que la muchedumbre no se acercaran a Jesús y lo golpearan como habían hecho otras veces, para poder tocarlo. Cuando Juan llegó junto a Jesús le dijo lo de la joven Lucrecia. Jesús y Juan volvieron a Nazaret. Ya tenía elegidos a los que iban a ser sus discípulos, los que darían testimonio de él, aunque fueron muchos que también lo hicieron, incluyendo a mujeres. Les dio tantos privilegios de estar a su lado como el hombre, porque Jesús vino para la evolución del mundo, y que la mujer también tuviera su papel importante en la vida, porque no hay evolución sin que el hombre y la mujer estén a un mismo nivel. Es como si a una persona le faltara una pierna, su cuerpo no se podría mantener en pie, y siempre estaría en un desequilibrio total. El invierno estaba cerca. Era una mañana que llovía y hacía frío. Jesús y Juan salieron de la casa y se dirigieron a la sinagoga, parecía un mercadillo. Jesús se enfadó mucho y se puso furioso echando de allí a todos los vendedores que habían. Esto no sucedió solo una vez, sino más veces, los vendedores lo conocían y le tomaron manía. Un día recibió en su casa a todos los discípulos, pues tenían que hablar de sus cosas, los discípulos venían a traerle noticias de lo que estaba sucediendo. Felipe que era un hombre miedoso le dijo. - Maestro, hay un hombre de ley importante que nos persigue, ¿Crees que nos puede suceder algo ?. - Todavía no.- le respondió Jesús. - ¿ Porque dices eso ?.- le preguntó Pedro. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - No le tengáis miedo al hombre, puesto que él no puede haceros nada. Dios es él que castiga, y es a él a quien hay que temer. A todos os dije que seríais perseguidos, y azotados. Si alguno de vosotros queréis volveros atrás, estáis a tiempo. Pedro dio dos pasos hacia delante y dijo. - Maestro, yo estaré contigo hasta el final. Inclinó su cabeza en el hombro de Jesús y lloró.

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Todos los demás que habían venido, también se quedaron con Jesús. Un día iba Jesús con sus discípulos por un camino y les salieron a su encuentro demonios disfrazados de hombres. Rápidamente Jesús los reconoció y les dijo. - ¡ Fuera de nuestro camino !. Los demonios no querían irse y le hacían burla a Jesús imitándolo en lo que les había dicho. Cerca había una piara de cerdos que comían bellotas en una pendiente. Los demonios mirando a los animales le dijeron a Jesús. - Mira esos puercos, comen cerca de ti y no los espantas, ellos tendrían que desaparecer de aquí. - Los cerdos al igual que los demás animales son criaturas de Dios, no les hacen ningún daño a nadie, comen sin ocuparse a quien tienen a su alrededor.- les respondió Jesús. Los demonios al oír esto se enfurecieron mucho como los llamaba criaturas de Dios, y viendo que Jesús no los dejaban pasar, fueron a donde estaban los cerdos y entraron dentro de los animales y se despeñaron por la pendiente. Los discípulos estaban horrorizados, y alguno tembló de miedo. Jesús los tranquilizó diciéndoles. - No asustaros por lo que habéis visto, porque esto es solo el principio, veréis cosas peores. Cuando llegaron a un pueblo las gentes reconocían a Jesús y lo seguían. En todos los pueblos y ciudades donde había estado curó a muchos enfermos, y dio vista a los ciegos, es por eso que lo conocían y lo seguían. Tomas prestaba interés en lo que Jesús decía pero no siempre estaba de acuerdo, siempre preguntaba el porque de esto, y porque lo otro no se hacía de otra manera. Jesús le decía a los demás discípulos, que había que tener mucha paciencia con él, porque en el fondo era un hombre bueno. Un día cuando Jesús llegó a su casa, su madre vino enseguida a su encuentro y llorando le dijo. - Han traído una orden para que te presentes con tus discípulos en Jerusalén, hay un hombre de ley que te quiere interrogar. Jesús la tranquilizó y le dijo a María. - Ocúpate de mi madre. María la rodeó con sus brazos y la estuvo consolando Jesús tenía que hablar con sus discípulos para concertar la hora que iban a salir al día siguiente. Cuando llegaron al lugar donde la orden indicaba, los hicieron esperar un rato, después vino un soldado que los condujo a una gran habitación, allí estaba el que los iba a interrogar. Solo había un asiento que estaba destinado al que interrogaba.

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Estaba sentado con el semblante serio y seco. Los ojos los tenía clavados en Jesús con deseos malignos. - ¿ Quien de vosotros se llama Jesús ?.- preguntó. - Me conoces y sabes que yo soy.- le respondió Jesús. Se puso en pie y se acercó a Jesús observándolo de la cabeza a los pies, y le dijo. - ¿ Eres tu quien trae a la gente revuelta ?, dicen que curas a los enfermos, y que le das vista a los ciegos, ¿ Que dices a eso ?. - Si lo has oído por boca de ellos, es que es cierto.- le respondió Jesús. - ¡ Estás blasfemando !, ¿ Tu no sabes que solo lo puede hacer Dios, ¿ Quien crees que eres ?. Jesús lo miraba como paseaba a su alrededor tratando de encontrar un mínimo fallo. - ¿ Eres tu acaso el Hijo de Dios ?.- le preguntó a Jesús. - Tus labios son quien lo han pronunciado.- le respondió Jesús. - ¿ Que quieres decir con eso ?, ¡ responde !. - Hermano, llegará un día que tus ojos verán, por ahora vives en las tinieblas. Se acercó a Jesús y mirándolo con desafío le preguntó. - ¿ Me has querido decir que soy un ignorante ?. - Saulo, cuanto te acordarás de mi, por muchos años que pasen entraré dentro de tu corazón.- le respondió Jesús. Los discípulos lo miraron sin comprender que quiso decir. Saulo tampoco entendió nada, y se separó de Jesús y se fue a sentar de nuevo, parecía como si le hubiese cogido algo de miedo. Viendo que no podía hacer nada más, los echó de allí advirtiéndole a Jesús que tuviese cuidado que iban detrás de él. Un comerciante que vivía en Jerusalén y que era amigo de Jesús, se enteró de que estaban en la ciudad y mandó a alguien para que los fueran a buscar y los llevaran a su casa. Este hombre dio recado a Jesús y fueron a ver a este amigo. Se abrazó a Jesús al verlo y le dijo. - Han cogido a Juan el Bautista y lo tienen encerrado en la cárcel, ¿ Crees que lo soltaran como han hecho otras veces ?. - Mi buen amigo, el Padre que está en los Cielos lo ha llamado.- le respondió Jesús. - El Bautista es joven para que muera.- le respondió su amigo con lágrimas en los ojos. - El Bautista terminó su misión aquí en la tierra, hay que ser fuertes.- le dijo Jesús. Se fueron a otra ciudad, allí tenía Jesús otro amigo que vivía con dos hermanas suyas, él se llamaba Lázaro y sus hermanas una era María Magdalena

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y la otra Marta. María Magdalena era distinta a Marta, pues las dos eran como la noche y el día. Marta era hogareña y le gustaba mucho cocinar. Su hermana María Magdalena era una joven moderna en la época en qué vivió, pues como estaban bien situados se podía comprar buenos perfumes y bonitos vestidos, también le gustaba ponerse colorete y rojo de labios. La gente pensaban mal de ella puesto que una joven tenía que ir sencillamente vestida. Ella no le hacía ningún mal a nadie yendo como a ella le gustaba. Jesús la conocía bien porque habían sido muchas veces las que habían estado en su casa para ver a su hermano Lázaro que sufría de una enfermedad, que todo lo que comía lo vomitaba. Marta era reservada y callada. María Magdalena tenía un carácter alegre y sobretodo poseía un gran corazón, y una gran sensibilidad. Todo esto lo escondía o no se lo sabía ver porque siempre estaba bien vestida y peinada. Quien sabía bien como era, era Jesús, jamás le dijo que cambiara de vestidos o de peinados, sabía que la verdad de ella vivía en su interior y un día la haría ver al mundo. Marta como su hermana María Magdalena amaban mucho a Jesús, pues sabían todo lo que hacía por los demás. Como Jesús acababa de llegar con sus discípulos haciendo un largo viaje a pie, era la tradición de ofrecer al recién llegado una palangana con agua para que se diera un baño de pies. María Magdalena amaba tanto a Jesús que no le ofreció la palangana con agua sino uno de sus mejores perfumes y ella misma le quitó las sandalias que llevaba llenas de polvo del camino, y derramó su perfume sobre los pies de Jesús y se los lavó. Como tenía el cabello tan largo se los secó con su mata de pelo negro. Ella era así de generosa con los que amaba, y detrás de esto no hay nada más. Los discípulos miraban lo que María Magdalena estaba haciendo, y Judas Escariote al ver como ese perfume tan caro se iba derramando por el suelo le dijo a Jesús. - Maestro, ¿ Como permites que esta mujer derroche ese perfume ?, si lo vendiéramos nos darían mucho dinero y podríamos hacer otras cosas. Jesús lo miró de frente y le respondió. - Judas, ¿ Que es lo que quieres de mi ?, esta mujer lo que ha hecho es un acto de amor hacia mi, ¿ Porqué te ofendes ?, ¿Porqué te comportas de esta manera conmigo ?. Judas Escariote no respondió nada a las preguntas de Jesús, salió de la casa y los esperó fuera. Marta preparó comida para todos, ella le demostraba su amor a Jesús de esta manera. Después de comer y de estar un rato con ellos, se fueron. Por el camino Jesús iba pensando en las palabras de Judas Escariote. Sabía que uno de sus discípulos lo entregaría a la ley, porque así estaba escrito. Con Escariote ya había tenido algunos tropiezos. Era el que más envidia tenía y el que quería llevar el mando después de Jesús, nunca estaba contento con nada y reclamaba por todo lo que se hacía que no fuera de su agrado. Jesús conocía bien al hombre, pues solo se acercaban a él y sentía lo que ese hombre llevaba con él. Escariote daba todas las características de lo que Jesús pensaba.

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Según iban caminando, Juan miró a Jesús y vio que estaba triste eran pocas veces las que veía al Maestro así, pues él era de un carácter alegre y risueño. Se acercó a su hombro y le preguntó. - Maestro, ¿ Que razón hay para que estés triste ?. - No es por mi por quien lo estoy, sino por un hombre que viene caminando con la mirada puesta en el suelo.- le respondió Jesús. Juan siguió andando al paso de Jesús sin mirar a nadie. Pedro veía que Juan estaba siempre al lado del Maestro, y hubiese querido ser él, quien ocupara ese puesto, no lo pensaba porque tuviera envidia, sino como un privilegio. El temperamento que a veces tenía violento, y que más de una ocasión cuando algo no le salía bien maldecía y se enfurecía, hacía de que Jesús lo tuviera alejado de él. Pedro trataba siempre de reformarse, pero sin que se diese cuenta salían las palabras mal dichas de su boca y los gestos bruscos y violentos. Jesús no tenía duda alguna de que era un hombre de un gran corazón, y de una gran fuerza. Se agregó al grupo un hombre que se llamaba Simón, era de buena voluntad, y le gustaba escuchar lo que Jesús decía. Eran muchos los que iban en el grupo, y que sus nombres no aparecen. El invierno había llegado con mucho frío. Jesús y Juan ayudaban en la carpintería al hermano de Jesús, el hijo menor de José. Sabía que su hermano Jesús no era como los demás, y siempre le estaba pidiendo que le hablara de Dios, de ese Reino de donde él venía. María ese invierno se fue a pasarlo a la casa de Bartolomé, con su mujer y sus dos hijos, niño y niña. Anaias quería mucho a María, como si fuera su madre. Ella le tenía que enseñar mucho sobre Jesús. Desde que Bartolomé seguía a Jesús, era Anaias quien se ocupaba de los animales. La borrica había tenido un pollino que era la alegría de Anaias que se pasaba mucho tiempo jugando con el animal. Un día Jesús y Juan fueron a casa de Bartolomé, pues hacía bastantes días que no le habían visto, pues cuando Jesús se quedaba en su casa y no salía para hablar a la muchedumbre, todos se quedaban con sus familias y trabajando en lo que cada uno sabía. Anaias vio que Jesús y Juan venían por el caminillo que iba hasta la granja. Fue corriendo a su encuentro, y los recibió con los brazos abiertos. Estuvo abrazado a Jesús un rato. Jesús lo abrazaba fuertemente con sus brazos. María escuchó la voz del Maestro, y rápidamente fue a él para saludarlo, manifestaba su alegría al verlo. Jesús acarició su cabeza y le dijo con la alegría que lo caracterizaba. - El campo te sienta muy bien. - Gracias Maestro, tu siempre con tu buen humor. Los niños de Bartolomé fueron corriendo hacía Jesús y le empezaron a estirar de la túnica, jugaban siempre con él.

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La esposa de Bartolomé fue para quitarle los niños, para que no lo molestaran. Jesús le dijo. - Deja que los niños se acerquen a mi, pues en ellos está la inocencia, y el Reino de los Cielos les pertenece. Siempre os digo, que si fuerais niños podrías ver a Dios. - Maestro, otros rabinos dicen que Dios no se puede ver. No se hace visible a los ojos de los humanos.- le dijo la esposa de Bartolomé. - Dicen eso porque les falta la inocencia y con la malicia, Dios no se manifiesta a nadi.- le respondió Jesús. Bartolomé dejó lo que estaba haciendo y se unió a todos. Entre la esposa de Bartolomé y María hicieron la comida. María ese día como extra hizo para Jesús y para todos los que habían, las rosquillas que su madre hacía. Ella pensaba mucho en sus padres, pero seguía las reglas de Jesús que decía. - El que quiera más a sus padres que a mi, no es digno de que esté a mi lado. Ella estaba segura porque Jesús así se lo había dicho, que cuando todo acabara podría ir a ver a sus padres, o bien traérselos si lo prefería. Habían con Jesús tres Marías, representando simbólicamente a la Santísima Trinidad. Todo lo que Jesús hizo, no fue porque quiso hacerlo, sino por que tenía que ser de esa manera. El verano empezaba caluroso. Un día después de comer se reunió Jesús con su grupo en un lugar donde se veían con frecuencia. Uno de los discípulos venía de la gran ciudad y traía malas noticias. Le dijo a Jesús que Juan el Bautista había sido ejecutado cortándole la cabeza para diversión de los mandatarios. Jesús lloró en silencio, después dirigiéndose a todos les dijo. - Hoy no voy hablar. Nos vamos a poner todos con la mente pensando en Dios Padre, porque Juan el Bautista está con él. Todos pasaron la tarde juntos y en silencio. Cuando llegó la noche Jesús se despidió de todos y les dijo que al día siguiente se reunirían en el mismo lugar. La muerte del Bautista afectó mucho a Jesús, y estuvo varios días sin que se le viera la sonrisa. Al día siguiente esperaban los discípulos en el lugar de encuentro. Jesús llegó como siempre acompañado de Juan. Todos se alegraron de verlo, se sentaron y esperaban las palabras de Jesús. Después de un rato de silencio Jesús dijo. - Hoy voy hablar del amor. El que ama es porque conoce a Dios, porque Dios es amor, el que no ama es porque no sabe que Dios existe. Todo hombre que es de Dios, se le conoce pronto porque tiene un alma generosa es bondad y se esfuerza para ser cada día más perfecto, y de esa manera se alcanza la felicidad. Dios Padre me ha enviado para que enseñe lo que es el amor. Es tan importante para Dios amar que no le importa que su hijo muera aquí en la tierra por amor al ser humano.

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Un discípulo le preguntó. - Maestro, ¿ Tenemos que amar a otras personas que no nos amen ?. - Así es, os lo acabo de decir, que siempre es más feliz el que ama que el que no sabe lo que es. La clave para la felicidad está en el amor. Jesús se quedó mirando a Pedro y dijo. - No es bueno enfadarse porque la cólera sale disparada del pecho de quien se enfada y puede hacer parar el corazón. Tampoco le deis vueltas a la cabeza por los problemas que surjan. Todos tienen solución y el que no tenga porque es un caso perdido, tampoco es un problema porque no se puede hacer nada. Quiero que sepáis que sois la luz del mundo, siempre habrá en vuestra frente una luz encendida, y quien no la tenga se arrimaran a vosotros para que los iluminéis, porque cuando yo me vaya, vosotros seréis el camino. Alegraos de haber sido elegidos los primeros, hay muchos que vendrán después, y querrán ocupar vuestros asientos. Como ya no estaré aquí no los conoceré, trabajaran mucho para Dios Padre y mi nombre lo llevaran en la boca. Uno de los discípulos le preguntó. - ¿ Maestro es que te vas a ir ?. - Así es, pero volveré para estar con vosotros, no tenéis que poneros tristes, porque donde dos estén hablando de mi, allí estaré. Jesús ese día estaba muy cansado, pues fue el día anterior que le habían dado la noticia de que Juan el Bautista le habían matado. Hubieron varias noches que Jesús no pudo dormir. María su madre sabía por lo que estaba pasando, y por la noche iba a la habitación de Jesús para hacerle compañía y hablar con él. Pedro amaba mucho a Jesús, veía que Juan lo amaba también, quizás más que él. Pedro la mayor parte de las veces solía ponerse cerca de Juan, porque era él, el que estaba más cerca del Maestro. Pedro le hacía a Juan muchas preguntas para no tenérselas que hacer al Maestro. Iban por el campo Jesús y sus discípulos, se dirigían a un pueblo. Llevaban más de mediodía de camino, y no habían comido, el estómago les pedía comida. Vieron que había una higuera y se acercaron para comer de su fruto al llegar se dieron cuenta que no tenía higos, pues otros vinieron antes y se los comieron. Los discípulos se disgustaron el ver que no podían comer Uno de los discípulos dirigiéndose a Jesús, enfadado le dijo. - Maestro, tendrían que ser castigados los que han dejado la higuera sin su fruto. - No amigo, los que han comido los higos seguro que lo necesitaban.- le respondió Jesús. - Entonces que sea castigada la higuera.- le dijo el mismo discípulo. - No creas que porque vas conmigo tienes derecho hacer lo que quieras, ¿ Que castigo le voy a dar a la higuera si sus frutos se los han quitado ?.

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Jesús mirando de frente a este discípulo le dijo. - Antes querías que castigara a la hermana de mi amigo Lázaro porque lavó mis pies con su perfume, ¿ Que quieres de mi ?, todavía no ha llegado la hora. Ninguno de los discípulos hizo algún comentario sobre esto. Mas adelante se encontraron con más higueras que estaban cargadas de higos, y comieron hasta quedarse satisfechos. Un día estaba Jesús con sus discípulos en la ciudad, y dirigiéndose a Pedro preguntó. - Pedro ¿ Me amas ?. - Si Maestro, te amo.- le respondió Pedro. Otra vez le volvió a preguntar. - Pedro, ¿ De verdad me amas ?. - Si Maestro, te amo.- le volvió a responder Pedro. - Pedro ¿ Estás seguro que de verdad me amas ?.- le pregunto Jesús por tercera vez. Pedro empezó a mirar a los demás extrañado y miedoso de que pensaran que Jesús le hacía la misma pregunta tres veces porque no le amaba, y le respondió a Jesús con lágrimas en los ojos. - Maestro tu lo sabes todo, demasiado bien sabes que yo te amo, ¿ Porque me haces varias veces la misma pregunta ?. - Porque quiero que cuides de mi rebaño cuando yo no esté. Cogió una piedra del suelo, y dándosela a Pedro le dijo. - Tu Pedro eres piedra, porque ese fue el nombre que yo te di, pues esta es la primera para que empieces a edificar mi templo. Pedro aunque era bruto y a veces mal hablado, era un hombre de lágrimas fáciles, y cuando escuchó decir estas palabras de Jesús, lloró. Él que tanto quería estar al lado de Juan porque estaba más cerca del Maestro y pensaba que era su preferido, ahora también lo era él pues el puesto que le había dado el Maestro era importante jamás había imaginado que Jesús le hubiese dado este mando. Hacía dos días que estaban en la ciudad en casa de Marcos. Pedro vino apresurado diciendo que había oído decir que ese tal Saulo los quería prender a todos. De nuevo Pedro manifestó su miedo. Jesús le tranquilizó porque se quería ir de la ciudad. Es por eso que Jesús decía. - Por sus frutos lo reconoceréis.

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Fueron a un pueblo donde Jesús tenía más amigos. Estando allí uno de los discípulos se enteró que un familiar suyo había muerto, y le dijo a Jesús. - Maestro, tengo que ir al entierro de un familiar mío. - Deja que los muertos entierren a sus muertos, tu estás vivo sígueme.- le respondió Jesús. En aquellos instantes este discípulo no comprendió lo que Jesús le quiso decir, fue después cuando pasó más tiempo que se dio cuenta del significado de esa frase. - Tu estás vivo sígueme. Estaba con Cristo, era por eso que estaba vivo. En aquél pueblo Jesús habló de los invitados que se sentarían en su mesa, y dijo. - El Reino de Dios es grande, todos lo que quieran están invitados a sentarse en la mesa del Enviado, pero pocos serán los que ocupen el sitio porque no vendrán. Creerán que en la mesa faltara de todo y que se hablará de cosas aburridas, es por eso que muchos no vendrán al convite, después cuando se enteren que los manjares que se comieron eran exquisitos y que la alegría que reinaba era grande, entonces es cuando querrán participar, pero ya será tarde para ellos, puesto que esos sitios los han cogido otros. Es por eso que os digo que los invitados serán pocos, pero fieles. Todos los que seguían a Jesús no dudaban de que era el Mesías. Nadie les había hablado de la manera que Él lo hacía y nadie había dado tanto amor como Él dio. Lo que ocurría es que habían muchos que no lo comprendían porque utilizaba palabras supremas. De ese pueblo se fueron a otro. Por donde iban conocían a Jesús y a sus discípulos, sabían que ellos curaban. Al puerto este que fueron, se pusieron en una plaza a hablar. La mayoría de veces quien hablaba era Jesús, pero cuando estaba cansado le decía a uno de sus discípulos que hablara él. Les traían enfermos de todas clases, en camilla y a pie. Los había que decían que estaban endemoniados, y los traían a Jesús para que les sacara el demonio del cuerpo. Estos enfermos padecían de epilepsia, esta enfermedad la causa el sistema nervioso, y la persona que la padecía parecía que estuviera loco porque se revolcaba por el suelo y ponía una cara rara. Jesús los curaba pero sabía que esa persona no estaba poseída por el demonio, puesto que da otras características. Una mujer se acercó a Jesús y le preguntó. - Señor, ¿ Porque tenemos que sufrir tantas enfermedades ?, ¿Cuando se acabará esto ?. Jesús la miró a los ojos y le respondió. - No temáis a la enfermedad, puesto que el cuerpo está predispuesto a tener muchos cambios. Le tenéis que tener miedo al alma que sufre, pues esto es peor. Eran tantos lo que venían a preguntarle cosas, que ese día lo que hicieron fue escuchar y curar. Jesús terminaba muy cansado, y eso que los discípulos estaban siempre al tanto para evitar que muchos se acercaran a Él. Pues no solo hacerle una pregunta es lo que hacían, sino que lo cogían las

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manos y todos se las querían besar. Los discípulos no daban a basto con tanta multitud. De aquél pueblo se fueron al campo para descansar a las orillas de un río. Allí se podían bañar y sacar tensiones que la multitud de gentes les dejaban. Después de haberse bañado, todos se fueron a sentar sobre la hierba. Uno de los discípulos le preguntó a Jesús. - Maestro, ¿ Cuando será el fin de las cosas ?, ¿ Cuales serán las señales ?. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - El fin solo lo sabe el Padre, él me ha enviado para que de testimonio de su Reino, pero las señales las conoce solo el Padre, pero las señales las conocerán porque habrán muchas guerras, hambre. Muchos terremotos, los hijos les pegaran a sus padres, los maldecirán. También dirán muchos que ellos son los enviados, el Cristo. Esto que os digo es solo el principio de las cosas, lo peor vendrá después. Pedro le preguntó. - ¿ Porque has dicho que verán las señales ?, ¿ Acaso nosotros no las veremos ? . - Os estoy hablando de cuando haya pasado mucho tiempo.- le respondió Jesús. - ¿ Estarás con nosotros ?.- le preguntó Pedro. - No, ni vosotros tampoco. - ¿ Quieres decir que cuando te vayas como tu dices, ya no te volveremos a ver más ?. Jesús sabía el amor que Pedro le tenía, y sonriendo le respondió. - Cuando me vaya después me veréis volver. Pedro, no había entendido lo que Jesús quiso decir y acercándose a Juan le hizo la misma pregunta. Sabía que él si le hacía una pregunta a Jesús se la respondía. Juan se acercó al hombro de Jesús y le dijo. - Maestro, Pedro no ha comprendido lo que has querido decir. Jesús volvió la cabeza para mirar a Juan y le preguntó. - ¿ Tu si verdad ?. - Si Maestro.- le respondió Juan. - Pues explícaselo tu, dejadme tranquilo necesito descansar.- le dijo Jesús.

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De tantos años como Jesús estuvo viviendo en la naturaleza y durmiendo debajo de un árbol, lloviera o no, se condolía de los huesos, lo que ahora se conoce por artritis, y le empezó de muy joven. Jesús se puso en pie y se alejó de los discípulos para orar, pues ellos estaban hablando fuerte y de cosas variadas. Los discípulos sabían que cuando Jesús se alejaba era porque quería estar solo. Cuando a veces tardaba quien iba a verlo era Juan, pues para él no tenía nada oculto, y le podía preguntar si se encontraba bien, o si necesitaba algo. Se fueron de aquel lugar y regresaron a Nazaret. Cuando llegaba a su casa, María su madre se ponía a cocinar comida que ha Jesús le gustaba más que otra, se volcaba en atenciones hacia él. Fueron muchos años los que estuvo lejos de ella, y no la pudo abrazar cuanto quiso. María que era de un carácter dulce y utilizaba palabras bonitas para su hijo, le estaba demostrando siempre lo mucho que lo quería. María le dijo a su hijo Jesús. Estamos invitados a una boda en Canán. - ¿ Quien se casa madre ?.- le preguntó Jesús. - Son gente que te conocen y quieren que asistamos, para ellos es importante que tu estés este día. Jesús, Juan y dos discípulos más acompañaron a Jesús hasta su casa, se quedaron a cenar, pues María decía que donde comían cuatro, comían también cinco. Siempre acogía de buen agrado a todos los que acompañaban a su hijo. El día de la boda llegó. Antes de salir de su casa Jesús advirtió a su madre diciéndole. - Veas lo que veas, no digas nada. Su madre calló y sin responder se pusieron en camino. En la boda habían muchos invitados, tantos que los familiares de los que se casaban no calcularon bien la comida y las bebidas que se podía gastar. Los novios agradecieron a Jesús y a su madre que hubiesen ido. A los oídos de la madre de Jesús llegó el comentario que estaban haciendo los sirvientes. Que el vino se había acabado, y la boda acababa de empezar. María fue hasta donde estaba Jesús y le dijo. - Hijo, se han quedado sin vino. Jesús la miró reprochándole este mandato que le daba, pues ya le había dicho antes de ir que no dijera nada si veía algo extraño, y le respondió. - No es de mi incumbencia que no hayan comprado más vino. - Me da pena de verlos en este aprieto, se que tu puedes hacer del agua vino.le dijo su madre. - ¿ No sabes mujer que mi hora todavía no ha llegado ?.- le respondió Jesús. - Hijo no quiero insistir más, pero los novios van a quedar mal ante los invitados.

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Para que su madre se quedara tranquila, Jesús mandó llenar las tinajas de agua, y cuando estuvieron, dijo que probaran el vino. Los sirvientes probaron y bebieron un vino exquisito quedando sorprendidos De allí se fueron y regresaron a Nazaret. Jesús iba a la sinagoga y se veía con los demás rabinos, les hablaba del Reino de Dios. Ellos no estaban de acuerdo con la doctrina que Jesús enseñaba, pero se daban cuenta de que hablaba con una gran sabiduría. Para ellos era demasiado moderno como Jesús hablaba de Dios, pues no podían permitir que las mujeres pudieran también opinar, escribir y hablar de Dios, el miedo los corrompía de que se pudieran quedar por debajo de ellas en categoría de pensamiento. Un mensajero vino enviado por Lázaro para decirle a Jesús que fuera porque se encontraba muy mal. Jesús y Juan se pusieron en camino para ir a la casa de su amigo Lázaro. Cuando llegaron, esperaban a Jesús, María Magdalena y su hermana Marta sentadas cerca de la cama de su hermano Lázaro. Se alegraron mucho de verlo. Pensaban que venía para curar a Lázaro pero no fue así. Jesús sabía lo que tenía que ocurrir, todo lo que le tenía que demostrar a muchos de sus discípulos, porque no tenían bastante con todo lo que habían visto, quería ver cosas más grandes. Estuvo un rato con Lázaro y con sus hermanas y después se fue con Juan. Jesús estaba con sus discípulos y les dijo. - Vamos a casa de mi amigo Lázaro. Tomas se adelantó y le dijo. - Maestro, hace pocos días que estuvisteis allí, ¿ No crees que deberíamos ir a otro lugar ?. Jesús mirándolos a todos les dijo. - Vamos a casa de Lázaro porque yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mi que me siga. Ninguno dijo nada más, y se dirigieron a casa de Lázaro. Cuando llegaron, estaban María Magdalena llorando y su hermana Marta acompañadas de más gente. Ellas al ver a Jesús, Marta le reprochó diciéndole. - Hace tres días que mi hermano a muerto, si hubieras estado a su lado ahora viviría. Jesús cogió la mano de Marta y le respondió. - Lázaro no está muerto, solo duerme, no llores más mujer. María Magdalena también le dijo a Jesús. - Creía mucho en ti, y decía que estando tu cerca nada le pasaría. Jesús consoló a las dos hermanas y le dijo.

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- Llevadme al lugar donde está enterrado. Ellas creyeron que quería visitar la tumba, y echaron a andar en dirección del panteón. Cuando llegaron a donde Lázaro estaba enterrado, Jesús se puso delante de la puerta de la tumba, pues las construían como si fueran pequeñas viviendas, porque le llamaban a la muerte, el sueño eterno. María Magdalena y su hermana Marta, estaban cada una al lado de Jesús, sus discípulos detrás, y más gente que iban. Jesús se puso en meditación unos instantes, y después levantó la mirada al cielo y dijo con voz potente. - ¡ Padre !. Después dio dos pasos hacia adelante y dando un grito dijo. - ¡ Lázaro !. Espero unos instantes y seguidamente dio otro grito que dijo. - ¡ Lázaro, levántate !. Se oía el murmullo de la multitud que hablaban sobre lo que estaba pasando. Los discípulos pedían que hubiera silencio y calma, hasta que quedó en silencio. Dentro de la tumba se escuchó un ruido de pasos. Jesús se acercó a la puerta de la tumba y ayudó a Lázaro a que pudiera salir. Todos al verlo lleno de vendajes y que apenas podía caminar, se fueron corriendo despavoridos, horrorizados de ver el cadáver de Lázaro caminando. Entre Jesús, María Magdalena y su hermana Marta, le quitaron a Lázaro todos los vendajes que tenía. Lázaro no comprendía que era lo que le había sucedido y porque estaba atado con tantas vendas. Jesús le explicó que había estado muerto varios días. Lázaro entendió que había estado muerto y que su amigo Jesús lo había resucitado. Lázaro volvió a la vida curado de la enfermedad que padecía. Los discípulos habían visto el milagro más grande que Jesús había hecho con ellos. Jesús se quedó unos días más en Jerusalén, en casa de Lázaro. Después de haber hecho este prodigio se unieron a Jesús más gente que lo siguieron. Sabía que solamente querían ver de él la perfección en todo lo que hiciera, no se tenía que equivocar en nada. Si hacia algo que no estuviera en acuerdo con las gentes que lo seguían, se iban de su lado y lo dejaban. Una gran parte de quien lo seguía eran unos miserables, no merecían de estar con él. Traidores había descubierto bastantes, no solo lo traicionó Escariote. Cuando los soldados se enteraban que estaba en un lugar, era porque uno o varios de los que iban con Jesús lo delataban a la ley. Es por eso que decía, que serían pocos pero fieles los que se sentarían en su mesa el día del gran banquete. Había nacido en la tierra, de una mujer también de la tierra, aunque fuera engendrado por el Espíritu Santo tenía las debilidades del hombre, pero luchó mucho por combatirlas, pues tenía que llegar al Crístico, limpio de todo pecado, y con todo mal pudo combatir porque era el Enviado, el Hijo de Dios, porque estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches para luchar contra todas las debilidades, y contra su adversario que lo venía amenudo a visitar, y le proyectaba visiones para provocarlo y que callera en la trampa

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como hubiera caído cualquier hombre, pero Jesús no era cualquier hombre sino el Mesías. Como Lázaro había sanado del mal que lo atormentaba y ya se encontraba bien, Jesús habló con María Magdalena y le dijo. - Dentro de poco tiempo te necesitaré, ¿ Vendrás el día que yo te diga ?. María Magdalena miraba a Jesús sin comprender que era lo que el Maestro podría necesitar de ella, si Él lo tenía todo. Ella al igual que la otra María lo dejó todo para estar cerca de Jesús, y lo que es más importante junto a María su madre, quería que a su madre no le faltara la compañía de otras mujeres buenas que las supieran consolar el día de su martirio y muerte. María Magdalena aunque no había comprendido lo que Jesús quería de ella, se ofreció totalmente y le respondió. - Maestro, sabes de sobra que haré lo que tu me digas, si yo fuera hombre estaría a tu lado yendo y viniendo con todos los demás. Marta que estaba allí escuchando le dijo a Jesús. - Yo también haría lo que tu me dijeras, Maestro. Jesús sonriéndole le respondió. - Se que lo harías, pero tu tienes que quedarte con tu hermano Lázaro. De allí se fueron a Nazaret, pero antes Jesús quería ir a casa de Bartolomé, pues hacía tiempo que no veía a María ni a Anaias, pues tenía también que estar con ellos. Era un día de verano radiante, el camino que conducía a la casa de Bartolomé estaba lleno de flores de todas clases, la hierba estaba alta y mojada por el rocío. Era muy agradable el aroma que había. Se escucharon las voces de algunos de los discípulos que venían hablando. María conocía a Jesús por su olor. Siempre decía que olía a Rosas y a Jazmín. Estaba ella en el huerto cogiendo unas hortalizas para hacer la comida y cuando miró y vio a Jesús, dejó las verduras sobre la tierra y corriendo fue a su encuentro. Era un día maravilloso para ella y lleno de sorpresas. Se abrazó a Jesús, de la emoción que tenía, lloraba. Anaias venía con la borrica y con su pollino para enseñárselo a Jesús. Estuvo acariciando a la borrica y a su pollino, y le dijo a Anaias. - Este pollino nació para hacer un gran servicio en un día grande y victorioso. - ¿ A que te refieres Maestro ? - le preguntó Anaias. - Cuando quede poco para que llegue el día te lo diré - le respondió Jesús mientras que acariciaba a los dos animales. La mujer de Bartolomé con sus dos hijitos también vinieron a recibir a Jesús. Se quedaron todos sentados en la puerta de la casa, pues hacía un día precioso para entrar dentro, le hacían preguntas a Jesús, María sobre todo se interesaba de como estaba, para ella Él era lo más importante.

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Este día Jesús estaba contento y lo demostraba con su sonrisa, y con las anécdotas que contaba de tantas cosas como les habían sucedido. Decidieron comer en el jardín. Los hombres sacaron una mesa larga y asientos, mientras que María y la mujer de Bartolomé ponían platos llenos de sabrosa comida que habían hecho entre ellas dos. Jesús dirigiéndose a Anaias le dijo. - A partir de ahora vendrás con nosotros por los pueblos y aldeas para hablar del Reino de Dios. Anaias manifestó su alegría de que el Maestro le hubiera dicho que fuera con él. Jesús le preguntó. - ¿ Estás contento de venir conmigo ?. - Mucho Maestro. - Si alguien a quien tu no conoces te dijera de mi que soy falso, ¿ Que harías ?. - Maestro, a ti te conozco, aunque no pueda estar mucho tiempo a tu lado, si alguien me dijera eso de ti, le diría que es un traidor y un cobarde. - Pues yo te digo Anaias que esas palabras las escucharás por boca de otros. - Maestro, no voy a decirte como reaccionaré porque ahora no lo se, pero estoy seguro que mal, nadie en mi cara me va a decir que tu no eres el Hijo de Dios. Jesús hizo una pausa y después dijo mirando a todos. - Pues para que lo sepáis dirán que soy falso y que no digo la verdad. Todos se miraron y callaron, pues sabían que habían muchos que iban en contra de Jesús, sobretodo los hombres de ley, y la mayoría de los rabinos, le tenían miedo que se llevara toda la concurrencia. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - Cuando me haya ido, muchos vendrán a vosotros para deciros que yo no era el que ellos esperaban. No lo creáis porque no dicen la verdad, y los falsos son ellos. Me han tenido entre ellos y no me han reconocido, que pena me dan, si supieran lo afligido que está el Padre de ver como no aceptan a su hijo. María escuchaba las palabras de Jesús con la mirada puesta en la hierba, al mismo tiempo que por sus mejillas resbalaban dos lágrimas. Anaias le preguntó a Jesús. - Maestro, ¿ Conoces a esos hombres que no te aceptan ?. - Si Anaias, los conozco a todos. - ¿ Puedes decirnos quienes son ?. - Es inútil que lo diga, puesto que todo está escrito. A Jesús ya le quedaba poco tiempo de estar entre quien lo amaban, la fecha que había puesto el Padre estaba próxima. Jesús, hizo en treinta y tres años que estuvo en la tierra muchas cosas, pero hubiera querido haber dejado hecho mucho más. El Padre no le dejó mucho tiempo para que desarrollará más cosas, fue el tiempo convenido.

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Jesús y sus discípulos no iban mucho a la gran ciudad, pues aquél hombre de ley de nombre Saulo había cogido preso a muchos de sus seguidores. Todos los que hablaban de Jesús el nazareno los metían en la cárcel y eran sometidos a grandes torturas. Dejaban que se fueran los que se arrepentían y decían que Jesús el nazareno no era auténtico. Los otros que mantenían que era el Mesías, eran sometidos a martirios hasta que morían. Jesús y sus discípulos sabían que todo esto estaba ocurriendo. Un día los discípulos le pidieron a Jesús que comiera con ellos, en un lugar tranquilo que habían elegido. Habían acabado de comer y Judas Escariote dirigiéndose a Jesús le preguntó. - Maestro, ¿ A Quien amas más de todos los que estamos aquí?. Jesús lo miró y después le respondió. - A todos os amo por igual porque pertenecéis a mi rebaño. Si un padre tiene tres hijos y uno de ellos no ha hecho su deber, lo sigue queriendo de la misma manera que lo quería antes. Pues de la misma manera os amo yo a vosotros. Los discípulos se miraron extrañados por la respuesta que Jesús le dio a Escariote y un discípulo le pregunto a otro. - ¿ Que ha querido decir con eso el Maestro ?. - No lo se, pero puede que haya alguno entre nosotros que le quiera hacer daño - Le respondió otro discípulo. Judas Tadeo le preguntó a Jesús. - ¿ Maestro, hay algo que nosotros no debemos de saber ?. Jesús guardó silencio para no decir a los demás quien sería el que lo entregaría a la justicia, para que no le dejaran de hablar y le tomaran manía. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - No codiciéis las riquezas, porque no sirven para nada. El dinero hace que el hombre se pierda, y con él, su alma. Las autenticas riquezas tienen que hallarse dentro de cada uno, hay muchos tesoros almacenados dentro, pero no lo miran, solo ven lo superficial, lo que no vale para nada. Pedro estaba triste por lo que Jesús le había dicho a Escariote, y le preguntó. - Maestro, ¿ Porque no nos dices la verdad ?. Jesús mirándolos a todos respondió. - Aquí hoy conmigo sois muchos, pues uno de vosotros me entregareis a los soldados, está pronto al caer. Se escuchó como exclamaron por lo que Jesús les acababa de revelar. Pedro que era impetuoso sin perder tiempo le dijo.

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- Maestro, estoy seguro de que yo no soy, pues daría mi vida por ti. - Ya lo se, Pedro. No pienses más en lo que he dicho por que no va contigo. - ¿ Estaré contigo siempre ? - le preguntó Pedro. - Hasta el final, pero tu muerte será trágica por defender mi nombre - le respondió Jesús. Pedro miró a todos sonriendo y tranquilo de que él no sería quien entregara a Jesús, prefería tener una muerte como la que le había anunciado. Pedro estaba animado y le preguntó a Jesús por Juan que estaba sentado a su lado y le dijo. - Maestro, ¿ Este morirá antes que yo ?. - Él estará aquí hasta que el Padre quiera. - le respondió Jesús. - ¿ Quieres decir que no morirá ?. - ¿ Porque me haces esa pregunta ?, ¿ A ti que ?. El otoño había llegado. María se fue a vivir a Nazaret con la madre de Jesús. Anaias había aprendido mucho junto a Jesús, y todo lo que sabía de antes que le enseñó María. Los discípulos bautizaron a Anaias, a María, a Lázaro y a sus dos hermanas, todos los que iban con él, tantos que los hombres de ley prohibieron que se hablara de Jesús el nazareno, el que ellos decían que era el Mesías. Era imposible hacer callar toda aquella multitud que se habían unido a él. Daba tanto amor que lo llevaban dentro de sus corazones. El amor es un sentimiento muy fuerte para tenerlo callado. Aunque la justicia los encerrara y los maltrataran ellos y ellas seguían hablando del amor que el Maestro les enseñó. Siempre recordaban las palabras que Jesús les enseñaba. - La verdad os hará libres. Todos iban proclamando esa verdad y esa libertad. Antes de que Jesús muriera ya habían hecho martirios con los cristianos, morían gritando con alegría que la libertad estaba en el amor Divino. Es cierto que la verdad hace libres a las personas puesto que no tienen nada que esconder, se quitaban las cadenas que los tenía cogidos al miedo y al rechazo. Había veces que Anaias no iba con Jesús porque él no lo veía conveniente. Entonces se iba a la aldea más cercana y se ponía hablar del Mesías y de su Reino. Como daba gritos para que la gente saliera y lo escucharan se acumuló mujeres y niños. Como no lo conocían le empezaron a tirar los niños piedras para que se fuera y lo insultaban . Como Anaias seguía hablando sin perder la sonrisa, le tiraban cada vez más piedras y lo hirieron en la cabeza, de esa manera se fue de allí. Dos días después volvió Jesús y le vio las heridas que le habían hecho. Le preguntó que era lo que le había sucedido. Anaias se lo contó. Jesús le dijo.

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- Siempre os digo que las perlas no son para los puercos, puesto que no saben que hacer con ellas. Y si vais a una ciudad y no os reciben bien, sacudir el polvo de vuestras sandalias y marchaos de allí sin volver la vista atrás. Jesús puso sus manos en las heridas que le habían hecho a Anaias y rápidamente curaron. El invierno había llegado. Jesús había cumplido treinta y tres años. María Magdalena y su hermana Marta habían ido varias veces hacer una visita a la madre de Jesús. Allí fue donde conocieron a María. Pues de ellas salió una gran amistad. A María Magdalena y a su hermana les gustaban oír a María contar como conoció a Jesús, y lo jóvenes que eran los dos. Ellas amaban a Jesús de la misma manera, con un amor puro y Divino, que era el que Jesús les transmitían a todos sus discípulos y discípulas. Todos entendían el amor de Jesús de esa manera. Judas Escariote no lo veía así. Empezó siendo un buen discípulo, y poco a poco la envidia y la avaricia se fue apoderando de él. También pensaba que Jesús amaba más a los otros discípulos que a él. Eso no era cierto, porque Jesús no le dijo a los discípulos que sería él quien lo entregara a los soldados. El único que lo sabía era Juan, y él no lo iba a despreciar porque era el amor personificado. Jesús tuvo mucha vista con esto. Veía capaz a Pedro de matarlo si conocía esta verdad. Aunque Pedro también negó a Jesús por miedo de morir con una muerte trágica como Jesús le anunció. Los hombres de Ley estaban dispuestos a prender a Jesús pero no encontraban la manera, unas veces era porque no sabían donde encontrarlo, y otras porque lo tenían cerca pero ningún soldado se atrevía hacerlo, solo se acercaban a él, les tenían respeto y sentían dentro un gran nerviosismo que se convertía en miedo. Sabían que no era un hombre como los demás, y solo mirarlo les causaban escalofríos, por los pensamientos que tenían acerca de él. Un día Judas Escariote tuvo que ir a la gran ciudad. Allí lo reconocieron como discípulo de Jesús, lo denunciaron a la justicia y lo prendieron los soldados. Era la primera vez que cogían a un discípulo de Jesús y que estaba cerca de él. Lo estuvieron interrogando sobre lo que el Maestro hacia y donde iban. También le preguntaron si creía que Jesús era el Mesías. Los que lo interrogaban se dieron cuenta que tenía algo en contra de Jesús, y que no le importaba mucho lo que le sucediera a su Maestro y le propusieron dinero y muchas cosas más si era él quien lo entregaba a la justicia. Le dieron días para que se lo pensara y lo dejaron salir. Cuando Escariote se volvió a reunir con Jesús y los demás discípulos, no era ya el mismo. Se apartaba de los demás, no estaba de acuerdo con lo que se decía. Llegó incluso a discutirse con un discípulo. Jesús se dio cuenta que había empezado Escariote su trabajo, y pronto sería entregado a la justicia. Había veces que no asistía a las reuniones que daba Jesús con sus fieles. Jesús les dijo un día a sus discípulos. - Pronto me iré pues la hora está ya cerca. No quiero que estéis tristes porque es la voluntad del Padre, y cuando llegue la hora para vosotros alegraos de que así sea, porque entonces estaréis conmigo en espíritu.

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Jesús se puso a orar por sus discípulos, y le dio gracias al Padre de que su hora estuviera cerca para estar con Él. Los discípulos se pusieron en pie, para estar más cerca de Jesús. Escariote no estaba. Uno de los discípulos le dijo. - Haremos todo lo que tu nos has enseñado, iremos de extremo a extremo de la tierra llevando la buena nueva. Yo por mi parte así lo haré. Jesús se alejó de ellos y se puso junto a un olivo y lloró. Todos lo vieron y sentían pena por el Maestro, el que todo lo había dado incluso su salud, pues con treinta y tres años que tenía parecía que tuviera cincuenta. Sentía dolores en su cuerpo, los huesos y las articulaciones no le respondían, y muchas veces era las que se tenía que apoyar en un árbol o en una pared para poder mantenerse de pie. Después vino Jesús a donde estaban sus discípulos y le fue poniendo uno a uno sus manos en la cabeza y los bendijo. Cuando llegó a Juan le dijo. - Mi amado Juan, tu eres el amor del Padre es por eso que me puedes consolar. Yo soy la verdad, la resurrección y la vida. Todos volvieron a sus casas, estaban asustados pero no de miedo, sufrían por el Maestro estaban seguros que le quedaba poco tiempo. Cuando Jesús y Juan llegaron a su casa, estaban llorando la madre de Jesús y María. Él de verlas fue a los brazos de su madre y le preguntó. - ¿ Porque lloráis ?. Su madre entre sollozos le respondió. - Tus hermanos han estado en la gran ciudad y se habla de ti, dicen que los soldados te quieren prender para entregarte a la justicia. Jesús cogió la cabeza de su madre y la estrechó contra su pecho y la acarició. Seguidamente le dijo a Juan y a María. - Quiero que los dos os ocupéis de ella cuando esto ocurra, también quiero que esté a su lado María Magdalena, es una gran mujer, y como tiene experiencia por la enfermedad y muerte que tuvo su hermano Lázaro, sabrá como consolarla. Juan y María escuchaban a Jesús con lágrimas en los ojos. Anaias también lloraba presenciando lo que ocurría. El amor que sentía por Jesús era grande. El era el más joven de todos y había sufrido mucho con la enfermedad y muerte de sus padres y de su hermana. También tenía experiencia en lo que era sufrimiento. Jesús pasó con su madre varios días, ella no se quería separar de su hijo. Un día Jesús reunió a sus discípulos y les dijo. - Id a la gran ciudad y decir que el próximo domingo llego, para que estén todos esperándome. Jesús le dijo a Anaias.

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- Tráeme la borrica y su pollino. Anaias no hacia preguntas, solo obedecía lo que el Maestro le decía, y fue a por los dos animales y los trajo. Era el día de la marcha. La madre de Jesús iba subida en la borrica, era Jesús quien estiraba del animal. Anaias llevaba cogido el pollino, y María iba a su lado, los demás discípulos los seguían detrás. María Magdalena los esperaba en la gran ciudad, había estado avisada por los apóstoles y también Marcos. Judas Escariote estaba decidido de entregar a Jesús a los hombres de ley. Había estado varios días meditando el hecho, y llegó a la conclusión de que lo tenía que hacer, al mismo tiempo que el cobraba una bolsa de monedas, le hacía también un favor al Maestro. Era lo que pensaba, pues si Jesús se sometía a un juicio hablaría toda la verdad y al final se vería libre y dejarían de perseguirlo. También tenía otros pensamientos sobre Jesús eran que si al final lo condenaban, como decía que era el Hijo de Dios, se podría salvar. Todos estos pensamientos ocupaban su mente. Iba Jesús con todos los suyos camino a la gran ciudad, ninguno iba triste, la que más mostraba la tristeza era la madre de Jesús. Iba a ratos subida en la borrica y otros caminando. Llegaron a un pueblo. Jesús conocía las gentes de allí. Como ellos eran muchos se fueron repartiendo en varias casas para pasar la noche. También había una posada donde se quedaron a dormir algunos discípulos de Jesús. El dueño de la posada reconoció a los discípulos de Jesús y les preguntó, si eran ellos los que seguían al nazareno. Unos quedaron callados y otros dijeron que no sabían quien era. Todos tenían miedo a verse ante la justicia, también ocurría que cuando el Maestro no estaba con ellos se sentían desprotegidos, Él les daba todo el equilibrio que necesitaban. ¿Que harían después sin Él ?, esa pregunta se la hacían varias veces los discípulos en caso que Jesús faltara. Pobres, lo que les quedaban que pasar después. A la mañana siguiente todos juntos emprendieron el camino a Jerusalén. Se agregaron a Jesús gente de ese pueblo que querían acompañarlo y seguirlo. Los seguidores que Jesús tenía en Jerusalén, estaban esperándolo a la entrada de la ciudad. Unos llevaban en sus manos ramas de palmera, que tiene que ver con el alma y con la resurrección de Cristo. Otros llevaban ramas de laurel, que indica la victoria. Otros tenían ramas de olivo que indica la paz. Era un domingo soleado. Iban llegando a las puertas de la gran ciudad y podían oír los gritos de la gente. Jesús subió sobre el pollino, y la borrica iba detrás de su cría. Toda la multitud al verlo empezaron a gritar el nombre de Jesús vitoreándolo al mismo tiempo que agitaban las ramas que llevaban en las manos. Jesús entró subido en el pollino para demostrar la humildad, y también para hacerles a todos ver que había elegido un pollino que no había sido montado por otro animal, al igual que Él era inocente en relación con la carne. Todo el gentío gritaban. - Salve a Dios - Hosanna - Bendito es el que viene, el Rey en el Nombre del Señor. Todos se sabían la canción que Jesús les enseñó, y también la cantaron. María Magdalena y su hermana Marta se unieron a ellos. Lázaro también estaba por entre la gente. La madre de Jesús iba cogida del brazo de María y de María Magdalena. Jesús iba delante subido en el pollino, y Juan iba a su lado. Todos los demás apóstoles iban detrás, y también los acompañaba Judas Escariote.

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La mitad de la ciudad salieron a recibir a Jesús con mucha alegría, aun sabiendo que la justicia lo querían prender ellos querían estar a su lado. Si no hubiera sido porque todo estaba escrito y la ley del Padre se tenía que cumplir Jesús no muere, porque no había hecho nada, era totalmente inocente. Estuvo Jesús con los demás en procesión hasta después de la comida, pues cuando hubo terminado su recorrido, todos venían para que los bendijeran, también hablaban con Él, el día tan maravilloso que era ese. Después se fueron a casa de Marcos. Su madre y sus hermanas prepararon para todos una cena, que consistía en cordero asado y lentejas. Todas las miradas estaban puestas en Jesús. Era posible que esa noche fuera la última que pasaban juntos. Observaban a Jesús, sus gestos, sus movimientos, para no olvidarlos. Juan estaba triste, sabía que a su hermano de la luz le quedaba poco, y puso su cabeza apoyada en el pecho de Jesús, y escuchó los latidos de su corazón. Jesús le dijo. - Es mi deseo y también el del Padre, que te quedes con madre hasta que la recoja y la lleve a su lado. Juan lo miró y le respondió. - Así lo haré Maestro. Habían terminado de cenar y todos esperaban que Jesús les hablara. Llenaron las copas de vino, y Jesús hizo un brindis con ellos y les dijo. - El que beba esta noche de mi copa habrá bebido del Cáliz de la vida que Yo Soy. Después de haber bebido jamás tendréis sed ni hambre, porque Yo soy la resurrección y la vida. El que quiera beber de vuestra copa que es la mía, no se la neguéis, porque nunca más tendrá sed, y será libre porque conoce la verdad. También partió pan y les fue dando a todos para que comieran. Todos bebieron menos Judas Escariote, no hizo ningún gesto para beber de su copa. Jesús lo miró y le dijo. - Judas, haz pronto lo que tienes que hacer. Todos los discípulos incluso las mujeres se quedaron sorprendidos de lo que Jesús le dijo a Judas. Como veía que todos lo miraban con reproche, se levantó y se fue. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - Recordar siempre que os llevo en mi corazón, y que desde el cielo os guiaré a todos. Jesús se estaba despidiendo de ellos. Se levantó y los fue bendiciendo. Después pidió una palangana con agua y les fue lavando los pies a todos, como signo de humildad. Judas Escariote estaba decidido de entregar a Jesús y fue directamente a la justicia, donde a él lo detuvieron. Cuando lo vieron lo hicieron entrar. Dijo que quería ya el dinero que le habían prometido para entregar a Jesús.

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Hicieron lo que pidió y le dieron una bolsa con monedas de plata. Le dijeron que no estuviera lejos de ellos porque pronto lo podrían necesitar. Escariote volvió a la casa de Marcos, y se sentó de nuevo en la mesa. Jesús cuando le vio la bolsa con monedas sabía que ya lo había entregado y le dijo. - Vete de aquí con eso que traes y empléalo en algo bueno. Escariote se fue porque Jesús lo echó de allí. Al día siguiente se compró un terreno que le valió la mitad de la bolsa, con la otra mitad que le quedaba pensaba hacerse una casa en el solar. Por la tarde Jesús y sus discípulos se reunieron en el campo de los olivos para orar. Escariote tenía que entregar a Jesús esa misma noche era lo convenido y fue con los soldados al lugar y acercándose a Jesús le dio un beso en la mejilla, Jesús le dijo. - ¿ Con un beso entregas a tu Maestro ?. - No, yo no lo veo de ese modo, he estado pensando mucho en tu destino, y esta es la mejor manera de que arregles tus cosas. - ¿ Te crees superior al Padre ? - le preguntó Jesús. En esos instantes los soldados maniataron a Jesús. Pedro sacó su machete e hirió al soldado que lo estaba prendiendo, y dijo con rabia. - No permitiré que os llevéis al Maestro. Jesús lo miró y le dijo. - Pedro guarda tu ira, pues esta noche antes que cante el gallo me habrás negado tres veces. - Yo no haré eso, Maestro - le respondió Pedro Los soldados se llevaron a Jesús para que fuera interrogado por el sumo sacerdote. Los discípulos iban con Jesús pero no los dejaron entrar y se quedó cada uno por un sitio distinto. Era una noche que hacía mucho frío, y como iban todos los discípulos perdidos, andaban sin saber donde ir. Pedro se quedó delante de una casa donde habían encendido una hoguera y se quedó allí para calentarse. Una de las mujeres que habían lo reconoció y le preguntó. - ¿ No eres tu un discípulo de Jesús el nazareno ?. - No soy - Respondió Pedro con miedo. Vino después un hombre y le preguntó. - Yo te he visto con ese tal Jesús. - ¡ Digo que no lo conozco !. Después vino otra persona que le dijo. - Se quien eres, te he visto con Jesús y con todos los demás.

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Pedro se enfadó y empezó a maldecir, haciendo ver que no conocía a Jesús y dijo. - Cuantas veces tengo que deciros que no lo conozco. En ese instante canto el gallo. Pedro cuando lo escuchó se acordó de las palabras de Jesús y lloró amargamente. Era por la mañana cuando llegaron los discípulos a casa de Marcos y dieron la noticia de que Jesús estaba detenido. El sumo sacerdote entregó a Jesús a Pilatos para que fuera él quien lo juzgara y lo condenara a muerte. Pilatos después de hacerle muchas preguntas a Jesús, no lo encontró culpable de nada, y lo quiso devolver a los fariseos. Ellos no se quisieron hacer cargo de Él porque eran una secta de hombres religiosos y fanáticos donde no les permitían matar porque estaban dentro del pecado que no perdonaba Dios. A la mañana del miércoles, los soldados hicieron una corona de espinas y se la pusieron a Jesús en la cabeza ajustándosela. Le quitaron la túnica y lo azotaron mandado por Pilatos para ver si de esa manera se quedaban tranquilos y dejaban a Jesús libre. Los soldados pusieron por encima de los hombros de Jesús una capa color escarlata y lo abofetearon, le escupieron en la cara mientras que le decían en burlas. - ¡ Viva el Rey de los judíos !. Con las manos atadas lo sacaron al balcón para que la gente vieran como lo habían dejado. Los sacerdotes gritaban. - ¡ Crucificarlo !, ¡ Crucificarlo !. Pilatos habló y dijo. - No puedo mandar a matar a un hombre que es inocente, y además que es el Rey de los judíos. Si tanto interés tenéis en que muera matarlo vosotros. - Nosotros no podemos matar - Repetían una y otra vez. - Sois hipócritas. ¿ Pensáis que no sois vosotros quien lo vais a matar ?. Lo estáis pidiendo y con eso es suficiente - les respondió Pilatos. Judas Escariote también era espectador de lo que estaba sucediendo, nunca se pudo imaginar que ocurriera de esa manera y como estaban tratando al Maestro. Lloró mucho y fue a entregar el resto de las monedas que le quedaba porque no las quería, pero no las cogieron y lo trataron muy mal, lo llamaron traidor y lo echaron de allí. La madre de Jesús, Juan, María y María Magdalena estaban juntos llorando lo que sucedía. Juan con ese amor tan grande que sentía por Jesús y que desde hacía años no se había separado de Él, era tal dolor el que sentía en su pecho que le costaba respirar. Jesús le había dejado el encargo de que cuidara de su madre hasta que Dios la llamara, y así lo haría. A Jesús lo tuvieron en exhibición tres días, insultándolo, pegándole bofetadas y patadas. En todos esos días no había comido nada, y su cuerpo

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estaba muy débil, y más con las palizas que le pegaban. Lo último que comió fue con todos en la última cena en casa de Marcos. Judas Escariote no podía más soportar lo que estaban haciendo con Jesús. Iba enloquecido sin saber que hacer, estaba seguro de que al Maestro lo iban a matar. Las veces que lo habían sacado al balcón estaba ya desfigurado por los golpes que le habían dado. Se fue al terreno que había adquirido con una soga en la mano y en uno de los árboles que habían se quitó la vida. Pilatos no quería que Jesús muriera, y propuso hacer un cambio entre Él, y Barrabás. Era un asesino que hacía tiempo que estaba en la cárcel por peligroso. Propuso a los fariseos y a todos los que pedían muerte, si querían que muriera Jesús o Barrabás. Ellos gritaban diciendo que Jesús. Era jueves por la noche. Tenían a Jesús en el patio, y desnudo, con la corona de espinas clavada en la cabeza. La sangre que había perdido era mucha. Jesús miro al cielo y vio que era luna llena, un día más como máximo pensó para ir al Padre. Los soldados se lo estaban pasando muy bien en el martirio que le estaban dando a Jesús. Hacían entre ellos apuestas para ver que día acabaría en la cruz. La cruz la habían acabado de hacer en el mismo patio, de una madera gruesa y fuerte. Jesús veía como la hacían delante de Él. Los fariseos le pedían a Pilatos que la ejecución de Jesús tenía que ser rápida, porque llegaba el viernes, y al día siguiente era sábado. Ellos lo tenían para el descanso y la oración. Pilatos, le repetía una y otra vez lo hipócritas que eran. Hizo un acto que fue un símbolo, de lavarse las manos, como que no era él quien mandaba a la cruz a Jesús, sino los fariseos. Jesús ya tenía ganas de que todo acabara, puesto que no le quedaba fuerzas ni para respirar. La madre de Jesús, Juan, María y María Magdalena con Anaias, estaban durmiendo todos esos días en la puerta de la casa donde estaba Jesús. Marcos había ido varias veces a buscarlos para que se fueran a descansar a su casa, pero ellos no querían, era como dejar a Jesús solo con sus asesinos. En casa de María Magdalena también podían estar porque vivía en la ciudad, pero no querían. Llevaban varios días, día y noche en la puerta sufriendo por Jesús. La mañana del viernes se abrieron las puertas y apareció Jesús con la cruz a cuestas. La primera mirada que vio fue la de su madre, que estaba con un dolor muy grande. Jesús no quería que su madre lo viera así, pues lloraba desconsoladamente, y miró a Juan, y con la mirada le quiso decir. Ocúpate de madre. Juan, cogió a la madre de Jesús y la apartó de la puerta estrechándola entre sus brazos. María que amaba tanto a Jesús, no se suponía que lo iba a ver de esa manera. Por mucho que le había dicho como moriría pensaba de que no sería así, y su sufrimiento fue mayor. Anaias, no pudo resistir de ver al Maestro de esa manera, y se desmayó, fue María quien se ocupó de él. Los demás discípulos estaban dispersados a excepto de Pedro que más tarde los pudo encontrar por el camino del calvario y se unió al grupo de la madre de Jesús.

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Pedro y Anaias, iban juntos, nunca había llorado tanto en su vida, ni por la muerte de sus padres, pues iba recordando las palabras del Maestro cuando le decía, que lo amaría mucho, y que lloraría por Él, no pensaba que Jesús se refería a su crucificación. Jesús subía la calle que conducía al campo, al monte del calvario, y las fuerzas lo abandonaron y cayó al suelo. La cruz quedó tendida al lado de él. Venía un hombre del campo, con una espuerta en la mano de haber estado trabajando en la tierra. Un soldado lo llamó y le dijo. - ¡ Eh !, ven aquí, coge la cruz y estira de ella. El hombre no quería y le respondió. - Esto no es de mi incumbencia. - ¡ Cállate ! y coge la cruz.- le dijo el soldado. Este acto también se tenía que cumplir, según está escrito en la profecía. Iba este hombre con la cruz al hombro y Jesús caminaba despacio detrás de él. Una joven que iba entre los asistentes, sintió pena de Jesús y fue hasta él, con su pañuelo blanco secó su rostro que iba cubierto de sangre, y quedaron marcadas todas sus facciones. Le volvieron a dar la cruz a Jesús para que la llevara hasta el final. Cayó más veces y lo levantaron, así hasta que llegó al Gólgota. Le quitaron la túnica y le pusieron un paño grande atado a la cintura. Lo pusieron boca arriba encima de la cruz para clavarlo. En aquellos instantes dos ángeles vinieron y se pusieron cada uno en el hombro de Jesús custodiándolo. No estaba solo en aquellos momentos, el Padre había decidido que su hijo no estuviera solo, y no sufriera más. Los Ángeles no podían impedir a los soldados que hicieran su trabajo, pero Jesús en la cruz no sufrió lo que se ha creído. Pilatos escribió en un trozo de madera lo siguiente. Jesucristo Rey de los judíos. Mandó que se clavara ese testimonio en la cruz de Jesús. Los fariseos al ver lo que había escrito dijeron que lo quitaran. Pilatos les respondió. - Lo escrito se queda escrito. Clavaron a Jesús en la cruz atravesando sus muñecas, también clavaron sus pies juntos, uno encima del otro. Seguidamente lo levantaron con cuerdas para que la cruz se mantuviera de pie. Los dos Ángeles seguían custodiando a Jesús. Dejaron que se acercara su madre y Juan los dos estaban a los pies de la cruz. Jesús los miró con amor y dirigiéndose a su madre le dijo. - Mujer ahí tienes tu hijo. Después le dijo a Juan. - Ahí tienes a tu madre. Después de decir esto, Jesús sintió sed, vio que la vida se le iba, y pidió que le dieran de beber.

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Los soldados buscaban que le podían dar puesto que allí no había agua. Alguien trajo un cubo de madera que contenía vino en mal estado. Un soldado puso una escalera y subió el cubo para que bebiera, pero Jesús lo rechazó. Habían crucificado también a dos malhechores y pusieron cada uno al lado de Jesús. Uno de ellos sabía que quien estaba en el medio era Jesús el nazareno, el que decían que era el Mesías, y antes de morir, le dijo a Jesús. - Me arrepiento de todo lo que he hecho, y quisiera ir donde tu vayas. - Te prometo buen hombre que esta noche estarás en el paraíso con mi Padre le respondió Jesús. Eran como las tres de la tarde y el cielo se empezó a oscurecer. Se veía como corrían las nubes a una gran velocidad. Pronto aparecieron grandes relámpagos, que parecía que el cielo se partiera en varios trozos. Los truenos que habían hizo temblar la montaña. La tierra se movía, la gente gritaban y corrían sin saber donde ir. Jesús vio que era una señal porque su hora había llegado y mirando al cielo dijo. - ¡ Padre !, en tu espíritu encomiendo mi alma. Nada más decir esto dejó de respirar. En aquellos instantes todo era confusión, tanto para Pilatos como para los sacerdotes y para los soldados. No estaban seguros si el que murió era el que tenía que morir. Querían irse pronto de allí por lo que estaba ocurriendo, y para estar seguros de que Jesús había muerto, le clavaron una lanza en su costado derecho. También le querían romper las piernas, pero Pilatos se opuso. También con esto se cumplió la profecía. Muchos gritaban asustados. - ¡ Es el Mesías !, habéis matado al Mesías, seréis castigados por Dios. Cuando todo se calmó y la gente se fueron, bajaron el cuerpo de Jesús y lo dejaron encima de la tierra para que su madre se despidiera de Él, y también todos los demás que estaban con ella. María lloró abrazada al cuerpo de su hijo al mismo tiempo que llamaba a Dios desesperadamente. La dejaron un rato con Él y después los soldados le dieron sepultura. Todos se fueron esa noche a dormir a casa de Marcos, menos María Magdalena que se fue a su casa. Al día siguiente de la muerte de Jesús, al amanecer fueron a la tumba, Juan, Pedro y María, para sacarlo de allí y darle ellos sepultura a su manera, ,pero no pudieron hacer nada porque los soldados todavía estaban haciendo guardia. Estuvieron por los alrededores como dos horas hasta que el día se puso. Volvieron de nuevo a la tumba pero tampoco pudieron hacer nada porque los soldados seguían vigilando la entrada. Lo mataron como si fuera un traidor, y después le hacían guardia como si fuera un Rey. Se fueron de allí y se reunieron con los demás. Ese día fue para todos de silencio y de recogimiento.

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Todos pensaban en el Maestro, en todo lo que les había hablado y enseñado , ahora eran ellos los que tenían que empezar de nuevo sin Él. Al caer la tarde los fueron a visitar amigos que Jesús tenía que aunque no eran discípulos lo amaron mucho. Cuando llegó la noche fueron otra vez a la tumba de Jesús, Juan, María y Pedro, con la intención de llevarse el cuerpo de Jesús, pero los soldados seguían haciendo guardia, Uno de ellos les dijo. - ¿ No os parece que es tarde para que vengáis a la otra vez ?, sino os vais de aquí llamaré a una escolta de soldados para que os detengan. Como no querían más jaleos con la justicia se fueron. María la madre de Jesús, no hacía nada más que llorar. Juan estuvo a su lado para consolarla. Se había quedado sin hijo pero Jesús le dejó otro, al discípulo del amor, a quien el más amaba, porque los dos eran hermanos de la luz. Jesús trajo a la tierra una misión y Juan otra. El domingo al amanecer fue a la tumba María Magdalena, y encontró la entrada abierta, y los soldados no estaban, miró en el interior y estaba vacío, solo había sobre la losa la sabana que había cubierto el cuerpo de Jesús. Ella se asustó y fue corriendo para decírselo a Juan. Fueron a la tumba con ella, Juan, Pedro y María. Cuando llegaron vieron que en la entrada habían dos Ángeles, los mismos que estuvieron al lado de Jesús cuando murió y les dijo uno. - El que estáis buscando no está aquí, él ha resucitado porque así lo ha querido el Padre. María Magdalena le preguntó al Ángel. - ¿ Nunca más lo volveremos a ver ?. - Cuando lo decida lo podréis ver. Diciendo esto, los dos Ángeles desaparecieron de allí. Entraron en la tumba y cogieron la sabana que había cubierto el cuerpo de Jesús. Estaba manchada de la sangre que Jesús había derramado, y se la llevó María Magdalena. Cuando los cuatro bajaban, Jesús les salió al encuentro. La primera en reconocerlo fue María Magdalena, es posible que fuera porque llevaba la sabana doblada en su brazo. Su físico había cambiado y había cogido el cósmico. María Magdalena tanto lo amaba que sin ponerlo en duda dijo que era el Maestro. Se puso de rodillas a sus pies llamándolo. - ¡ Maestro !, ¡ Maestro !. Juan, Pedro y María, creían que estaban soñando, pues el Maestro estaba frente a ellos sonriéndoles. Jesús les dijo. - Id a decirle a todos los demás que os espero en Galilea, en la montaña santa. Jesús se despidió de ellos y desapareció. Todos volvieron a Galilea, y la madre de Jesús también. Le dijeron que su hijo había resucitado, y que quería volver allí.

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Llegó el día que se tenía que reunir hombres y mujeres donde Jesús había anunciado. Cuando llegaron, Jesús ya los estaba esperando. Muchos de los que iban sin dudas creyeron que era Jesús, pero hubieron otros que decían que no lo era aunque hablara igual que Él. Jesús dirigiéndose a todos les dijo. - Id por toda la tierra enseñando lo que aprendisteis de mi. Decid que he resucitado de entre los muertos. Yo bebí el cáliz de mi Padre, ahora seréis vosotros quien lo beberéis. Si así no fuera, no entraríais en el Reino de Dios. Ahora me voy, pero me volveréis a ver. Os saludo hermanos míos, que vuestros corazones encuentren siempre la paz. Diciendo esto Jesús subió hacia arriba como si algo lo absorbiera. Los discípulos vieron que por encima de Jesús había una nube blanca muy grande, fue subiendo hasta que entró en ella. Los discípulos se quedaron con la boca abierta de lo que estaban viendo. Después bajaron del monte hablando y haciendo proyectos. Las mujeres fueron las primeras en escribir sobre Jesucristo, pues estuvieron muy cerca de Él, pero los hombres no se lo tomaron en cuenta, por el hecho de ser mujeres. Decían que no se les permitían que ellas contaran historias de hombres. Los discípulos de Jesús y todos sus seguidores, estaban perseguidos y amenazados a muerte por la justicia y por Saulo. Desde lejos había presenciado la crucificación del Cristo, y ya no quería parar hasta que no viera muertos a todos. Pedía permiso para poder detenerlos y encerrarlos en la cárcel hasta que murieran. María Magdalena acogió en su casa a María, las dos y su hermana Marta se querían y hablaban del Maestro cosas extraordinarias que les ocurrió cuando estaban con él. Sabían que estaban con ellas porque sentían su presencia y el aroma que desprendía siempre su cuerpo a jazmín. También porque les decía que donde estuvieran dos hablando de Él, estaría allí. María Magdalena sabía porque Jesús se lo había contado un día. Que María había dejado a sus padres para seguirlo a Él, porque se lo pidió cuando ellos eran jóvenes. Jesús le quiso decir esto a María Magdalena para cuando Él no estuviera que hiciera por ellos lo necesario, puesto que era adinerada y estaba en buena posición. Jesús desde que empezó su peregrinaje por la tierra a la edad de los catorce años, por donde pasaba dejaba arreglada la situación de la persona con la que se encontraba. Era el segundo de los dos mandamientos que llevaba. El amor al prójimo. Esto fue también lo que hizo con los padres de María. Lázaro acompañó a su hermana María Magdalena, y a María, en una barca a casa de sus padres, para que se fueran a vivir con ellos, y así lo hicieron. Anaias siguió viviendo en la casa de Bartolomé, con su esposa y sus hijos. Los discípulos de Jesús aparte de que trabajaban en sus tareas, iban de pueblo en pueblo llevando la buena nueva, medio a escondidas por la persecución que sufrían. Juan se quedó con María la madre de Jesús hasta que el Padre quisiera y la llevara con Él.

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Hacía dos meses que a Jesucristo lo habían crucificado. Juan vivía con la Virgen María en su casa. Ella no paraba de hablar al Padre y al Hijo para que pronto se reuniera con ellos, los días pasaban y cada vez estaba más triste y apenas comía nada. Juan decidió de sacarla de la casa porque habían muchos recuerdos de Jesús. La habitación donde dormía estaba como la dejó, pasaba la mayor parte del tiempo metida dentro. Una mañana muy temprano los dos se fueron con lo puesto. María caminaba con la mirada puesta en la hierba que iba pisando, sus pasos eran lentos, a su lado iba Juan siguiéndola con la mirada triste. No sabía exactamente a donde se dirigían, pero de lo que estaba seguro es de que en la Naturaleza ella estaría mejor, y aún más con el tiempo tan bueno que hacía. Llevaban media mañana andando y se pararon a descansar a un lado del camino. Juan había cogido unas alforjas que las llevaba colgadas al hombro, y metió algo para comer, sobre todo lo hizo para que la Virgen María tuviera un poco de alimento. Cogió pan y queso y partió un trozo y se lo dio a María diciéndole. - Come madre. María le miró sonriendo y cogió lo que Juan le daba y se lo fue comiendo despacio. Juan no comía nada para dejárselo a María, el estaba acostumbrado a comer lo que encontraba en el campo. María al ver que no comía le preguntó. - ¿ Porqué no comes hijo ?. - Mas adelante encontraré fruta y comeremos los dos. En esos instantes se escuchó el galopar de dos caballos que venían en dirección de donde ellos estaban. Cuando llegaron pararon los caballos y los dos jinetes bajaron al suelo. Conocían a Juan y lo saludaron. Juan les presentó a los jinetes la madre de Jesús. Ellos le hablaron tiernamente y uno de los jinetes les dijo. - Tu hijo era un gran amigo nuestro, muchas veces se quedó uno o dos días para dormir en nuestra casa y descansar de un largo viaje. María los miraba con tristeza pero en su mirada había mucho amor y les preguntó. - ¿ Donde estabais vosotros el día que lo crucificaron ?. - Lejos de aquí, pues tenemos viviendas en varias ciudades y pueblos, y fuimos a cobrar el alquiler. Acabamos de llegar y nos han dado la noticia. Vamos ahora a pedirle cuentas a Pilatos, y a los jefes religiosos que fueron que lo mataron. Los queremos llevar a juicio por el crimen que han cometido. María cogió la mano del jinete y le dijo. - No vayáis hacer eso, pues mi hijo Jesús no quiere que así sea.

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Los dos hermanos olvidaron la idea de ir porque la madre de Jesús se lo había impedido. Le preguntaron a Juan. - ¿ Donde vas con ella ?. - Me la llevo lejos de la casa, allí se va a morir en vida pensando todo el tiempo en Jesús. - ¿ Tenéis donde ir ?. - No, iremos donde los pies nos lleven - le respondió Juan. - Os propongo una cosa. Tenemos una casita en el campo, que tiene jardín y huerto, os la dejo hasta que vosotros queráis estar viviendo allí. Juan aceptó, pues era una buena solución para María que pudiera estar entre las flores y hortalizas, esto haría que fuera olvidando poco a poco el dolor que sentía por su hijo. Los dos hermanos montaron juntos en un caballo y Juan y María en el otro. Los llevaron hasta la casita y allí se quedaron. Los dos hermanos entraron en la casa con Juan y con María para enseñársela. Uno de los hermanos le preguntó a Juan. - ¿ Os dijo algo antes de morir ?. - Desde la cruz, nos entregó a los dos como madre e hijo para que cuidáramos el uno del otro, y así lo estamos haciendo. - ¿ Dijo algo más ?. - Dijo que todos somos hermanos y que nos debemos perdonar y ayudar. - ¿ No dijo nada más ?. - Preguntó uno de los hermanos. Fue María quien respondió con lágrimas en los ojos y dijo. - También dijo que perdonaba al que le había traicionado, a los que le juzgaron, y a los que le iban a matar. Los dos hermanos escuchaban las palabras de María con lágrimas y tragando saliva. Uno de los hermanos dijo con rabia. - Quiero llevarlos a los tribunales superiores, y no voy a parar hasta que no paguen este horrendo crimen. María cogió la cara de este hermano con sus manos y le dijo con palabras amorosas. - No tienes que hacer nada, puesto que mi hijo a resucitado y su cuerpo no está aquí en la tierra. - ¿ Entonces cuando decía que era la resurrección y la vida, se estaba refiriendo a esto.

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María afirmó con la cabeza y no respondió nada. Los dos hermanos se miraron, y uno le dijo al otro. - Yo sabía que era el Mesías. - Si, en una ocasión me lo comentaste - le respondió su hermano. Los dos hermanos se despidieron de María y de Juan y se fueron subidos en sus caballos. María hacía una vida de recogimiento dedicada a su Hijo Jesús. Ella estaba triste y lloraba de pensar en la muerte que le habían dado, y lo que sufrió hasta morir. Por lo demás se sentía feliz porque al fin estaba su hijo Reinando con el Padre en los cielos y en todo el universo. Hacía un mes aproximadamente que estaban viviendo en la casita, rodeada de rosales, de jazmines y de muchas más flores. Había un huerto donde Juan y María habían sembrado semillas y hortalizas. Juan tenía que ir a la ciudad de Samaria para ver como estaban los discípulos, y para llevarles noticias suyas y de la Virgen María. Una mañana muy temprano se puso en camino. En Samaria vivía una joven que había estado varias veces en los campos escuchando a Jesús, y que se llamaba Lucrecia. Ella había seguido todo el proceso de Jesús por las noticias que llegaban, pero no participó en nada, lo conocía y también a sus discípulos de haberlos visto en el campo y en la ciudad. Estaba en el jardín de su casa mirando los almendros llenos de su fruto, y al mismo tiempo pensaba en Jesús, las veces que lo vio le impacto su presencia, su voz y su manera de mirar. Lucrecia miraba las almendras cogidas por las ramas del almendro, y en sus oídos resonaban las palabras de Jesús que un día dijo. - Nada haréis sin mi, para que todo se os cumpla tenéis que pronunciar mi nombre y mi Padre que está en los cielos escuchará vuestra voz. Esas palabras iban y venían a los oídos de Lucrecia. Resbalaban por sus mejillas dos lágrimas que iban cayendo sobre la hierba. Una mariposa se fue a posar en el almendro. Ella la miraba, era grande y de una gran belleza, observaba las antenas que tenía también grandes, las movía de un lado a otro, como si se quisiera comunicar con ella. Lucrecia en esos instantes pensó en un discípulo de Jesús que un día habló con él y decirle que aunque nunca se pronunciara hubiera querido ser una discípula de Jesús como lo eran otras mujeres que estaban con Jesús y lo seguían. En su mente aparecieron aquellas palabras de Jesús y sin pensárselo dos veces gritó. - ¡ Jesús !, ¡ Jesús !. Habían pasado tres días y Lucrecía había ido con una hermana suya a comprar tela para hacerse una túnica blanca. Era un mercadillo ambulante donde se vendía de todo. Mientras que ella y su hermana estaban mirando telas. Su mirada se fue a poner en un puesto donde vendían fruta. Reconoció a uno de los discípulos de

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Jesús que estaba comprando dos manzanas. Pues se trataba de Juan. Su rostro se llenó de felicidad, y soltó la tela blanca que miraba, y le dijo a su hermana. - Espérame aquí, voy a hablar con ese hombre que está comprando fruta. - ¿ De que lo conoces ?. - le preguntó su hermana. - Ya te lo diré después. - le respondió Lucrecia. Juan estaba pagando la fruta, y escuchó a su lado una voz femenina que le dijo. - Paz hermano. Esa frase la usaba muy amenudo el Maestro. Juan miró a su derecha y vio que a su lado había una joven hermosa y bien vestida. Los dos se miraban y rápidamente Juan la recordó y le respondió. -Paz hermana. Lucrecia muy emocionada le dijo a Juan. - Le he pedido al Padre con muchas ganas de poder encontrar a un discípulo del Maestro. Juan y Lucrecia tranquilamente.

se

apartaron

del

puesto

para

poder

hablar

- ¿ Para que nos querías ver ?. - le preguntó Juan. - Exactamente todavía no lo se, pero estoy empezando a renovar mi vestuario, a mi familia no le he dicho nada, pero la tela que me voy a comprar es para hacerme una túnica como la que tu llevas, y como la que llevaba el Maestro. Juan la miraba con amor, al mismo tiempo que por sus mejillas les resbalaron dos lágrimas. - ¿ Como te llamas ? - le preguntó. - Lucrecia. - Si, ahora lo recuerdo. - le respondió Juan. Sacó del bolsillo de su túnica un papel con una dirección escrita y se la dio, le dijo. - Aquí encontrarás a otros hermanos y hermanas, cuando vayas diles que te he mandado yo. Lucrecia repetía una y otra vez. - ¡ Es maravilloso !, ¡ Es maravilloso !. Juan como era muy tierno porque con el iba el amor del Padre le respondió. - También es maravilloso de haberte encontrado a ti. El Maestro siempre hacia maravillas, y como ves las sigue haciendo, porque está entre nosotros.

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Tocaron el hombro de Lucrecia, era su hermana que la venía a buscar, y le dijo. - ¿ Vienes ?, el hombre de las telas te está esperando. Lucrecia mirando a su hermana le dijo señalando a Juan. - Es un discípulo del Maestro que crucificaron, yo lo oí en varias ocasiones hablar del Reino de Dios. La joven miró a Juan con curiosidad pero no dijo nada. Solo dijo a su hermana. - ¡ Vamos ! que se está haciendo tarde. Juan y Lucrecia se despidieron, y las dos hermanas se dirigieron a la tiendas de telas. Habían pasado varios días cuando Lucrecia fue a la dirección que le había dado Juan. Era una casa antigua y grande. Llamó a la puerta y vino abrir Felipe. Él miró a Lucrecia pero no la conocía. Juan les había puesto al corriente de que un día vendría una joven para encontrarse con ellos, y pensó que fuera ella y le hizo entrar. Lucrecia le dio el papel que Juan le había dado. Dentro habían más hermanos y hermanas que hablaban de Jesús. Le ofrecieron un asiento y compartió la tarde con ellos. Después fue yendo cada vez más y fue otra discípula de Jesucristo. Marcos también se unió a ellos e iba hablando de Jesucristo con Pedro y otros más. Saulo no paraba de buscar seguidores de Jesucristo para llevarlos al martirio. Fue a ver al sumo sacerdote para que le diera por escrito poder para detener a todos los cristianos que encontrara por el camino, hombres y mujeres y llevarlos presos a Jerusalén. Iba de camino subido en su caballo y ya cerca de Damasco apareció delante de él, una gran luz, tan fuerte que le dejó ciego y cayó del caballo al suelo seguidamente escuchó una voz potente que le dijo. - Saulo, Saulo, ¿ Porque me persigues ?. Saulo había quedado abatido y sin poder moverse por el porrazo que había recibido, y porque se había quedado sin vista y preguntó con temor. - ¿ Quien eres Señor ?. - Yo soy Jesús al que tu persigues. Ahora levántate y ve a la ciudad, allí encontrarás a los que tu persigues y te dirán lo que tienes que hacer, ve a la calle recta y ponte en oración. Habían hombres que lo acompañaban para atar las manos a cuantos cristianos encontraban y llevarlos ante los sacerdotes de las sinagogas. Cuando vieron lo que ocurrió se quedaron sin habla, unos huyeron a caballo, y los otros que eran menos se quedaron con él para ayudarlo. Anaias estaba en recogimiento y se le apareció Jesús y lo llamó y le dijo. - ¡ Anaias !.

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Anaias al ver a Jesús Crístico reaccionó rápidamente y le respondió. - Señor estoy aquí, dime que quieres. - Ve enseguida a la calle llamada recta y encontrarás a un hombre rezando. No tiene vista. Pon tus manos sobre él, para que la recobre. Cuando Anaias llegó y vio que se trataba de Saulo, no quería poner sus manos sobre su cabeza porque creía que no se trataba de él, y se iba pero volvió a oír la voz de Jesús que le dijo. - Haz lo que te he dicho. - Señor, este hombre es Saulo, el que nos persigue para que no hablemos de ti, y quitarnos la vida. - le respondió Anaias. Habló de nuevo Jesús y le dijo. - Este hombre es un gran instrumento para mi, pues después me va a seguir y será un ejemplo para todos. Anaias obedeció a Jesús, puso sus manos sobre Saulo y rápidamente recobró la vista, y lo llevó donde estaban los demás, lo hizo así porque Jesús se lo dijo. Cuando vieron entrar a Anaias acompañado de Saulo, ninguno quería creer lo que estaba viendo. El primero que saltó y fue hacia Saulo para darle una tunda fue Pedro. Echaba por su boca palabras desagradables que ofendían a Saulo. Anaías lo detuvo y le dijo a él y a todos. - Es el Maestro que ha querido que así sea. Pedro seguía enfurecido y no creía lo que Anaias les estaba diciendo, y volviéndose hacia los demás les preguntó. - ¿ Creéis lo que dice ?, está metiendo al Maestro en todo este lío. - ¿ Porque iba yo a querer traer aquí a Saulo ?, está solo y sin escolta, sería un blanco fácil para nosotros. Mateo y Lucas se aproximaron a Anaias y Mateo le preguntó. - Cuenta exactamente que es lo que ha sucedido. - Estaba yo orando, y el Maestro quiso que yo lo viera en visión y me dijo lo siguiente. Ve rápidamente a la calle recta pon tus manos sobre un hombre que está rezando, y llévalo con los demás para que sea bautizado con el nombre de Pablo. Tomás intervino y le dijo a Anaias. - Hablas del Maestro como si estuviera todavía en la tierra, ¿Como lo vistes ?. Anaias se quedó sorprendido porque no esperaba esta reacción por parte de Tomás, no creía lo que estaba diciendo, y dirigiéndose a todos les preguntó.

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- ¿ Pensáis que estoy mintiendo ?. Marcos se adelantó y respondió. - Particularmente yo, no creo que mientas, pero también me cuesta creer que el Maestro ponga en nuestras manos el destino de este hombre, por todo el daño que nos ha causado y dolor, ¿Quien se puede hacer responsable de lo que le pueda ocurrir ?. - Sin duda alguna es el Maestro que velará para que ninguno de nosotros le haga algo, pues también me dijo que debido a toda la persecución que tuvo contra nosotros, será él quien estará destinado para que hable ante las naciones y ante los Reyes del Reino de Dios. Ninguno dijo nada, y miraban a Saulo con atención, él seguía al lado de Anaias con la cabeza baja, no se atrevía a mirar a nadie. Toda la furia y rencor que había sentido por ellos, ahora no era lo mismo, sería quizás porque estaba indefenso y cada uno podría hacer con él lo que quisiera, pues se lo tenía bien merecido, eso era lo que él pensaba, se daba cuenta todo lo que habían sufrido los primeros cristianos por culpa suya. Anaias cogió a Saulo por un brazo y lo llevó al centro de la sala, y le dio una silla para que se sentara, pues a partir de ese instante su vida la iba hacer con los demás. Le quedaba mucho que pasar y aguantar reproches. Fueron avisar a Juan para que viniera y viera lo que había sucedido. Cuando estuvo ante Saulo, no lo vio tan feroz como había aparentado ser con su comportamiento. Toda esa maldad que había ejercido con ellos, ahora se había convertido en humildad. Lucrecia iba todos los días a ver los hermanos y hermanas que se reunían en el mismo lugar. Ella vivía con sus padres y con su hermana. No veían con buenos ojos las amistades que se había echado, y trataban por todos los medios de separarla de ellos. Era una familia que estaban en buena posición. Sus padres le dieron para elegir, ellos o esos que decían que eran cristianos, como sabían que estaban perseguidos hasta el martirio, no querían que su hija pasara por lo mismo, pues le podría suceder al tener contacto con ellos. Lucrecia habló con sus padres y les dejó bien claro que ella seguiría viéndose con sus hermanos. Una noche cuando llegó a su casa, encontró la puerta cerrada. Llamó pero su padre no le quiso abrir y durmió en la puerta. Al día siguiente lo pasó en la puerta esperando de que sus padres o su hermana le abrieran pero no fue así. Cuando iba llegando la tarde vio en el jardín un gran resplandor que se aproximaba a ella. Cuando se hizo visible se dio cuenta que se trataba del Maestro, estaba segura de que era Él, ¿ Quien sino ?, pensó. No tenía el físico de antes porque había dejado la tierra y el Padre lo había transformado en Crístico. Lucrecia seguía de pie mirando como Jesús llegaba hasta ella y le dijo. - Haré de todas las mujeres que me aman mis esposas. Ve ahora donde se reúnen todos los demás y les dices esto. Diles también que te lleven

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rápidamente a Jerusalén, a casa de María Magdalena para que vivas con ella y con María, ellas ya son esposas mías y ahora lo eres tu también. Jesús le sonrío y se fue alejando hasta que desapareció. Lucrecia miraba por todo el jardín para ver si seguía allí el Maestro, pero no fue así. Tenía que irse de esa casa para siempre donde nació, y donde estaban sus padres y su hermana sin despedirse de ellos, pues nunca más los vería. Cuando llegó donde estaban todos Juan seguía todavía allí. Los llamó a todos y les dio el mensaje de Jesús. Les contó todo desde el principio hasta el fin. Todos la escuchaban con mucha atención, pero Pedro no creía mucho lo que Lucrecia les estaba contando, y dirigiéndose a Juan le preguntó. - ¿ Crees tu lo que dice ?. - Claro que la creo. - le respondió Juan. - Ahora resulta que todos van a ver al Maestro dándoles mensajes, es una mujer y se lo puede haber inventado. - le dijo Pedro. - ¿ Sabía ella quien es María Magdalena y María ?. - le preguntó Juan. - Puede que en alguna ocasión habláramos de ellas, estando ella delante. Tampoco me puedo creer lo que ha dicho. Que el Maestro hará esposas suyas a las mujeres que lo amen, ¿ Lo crees tu ?. - Creo todo lo que el Maestro les ha dicho a todos quien lo han visto. - le respondió Juan. - ¿ Crees lo que haya dicho una mujer ?.- Dijo Pedro. - Pedro, ¿ Porque tienes celos de las mujeres ?, sabes de sobra que el Maestro confiaba más en una mujer que en un hombre. Todo lo más delicado se lo daba hacer a las mujeres, y secretos que muchos de vosotros no habéis tenido, se los dijo a las mujeres. El Maestro sabía que ellas eran más responsables que los hombres. También un día dijo delante de todos que se iba a casar con todas las mujeres que lo amaran. - le respondió Juan. - Eso lo decía en broma, tu sabes que bromeaba con todo. - Dijo Pedro - Es cierto eso que dices, pero mejor que yo no lo conocía nadie, y se que hablaba en serio. - le respondió Juan. - Él no era Árabe como para coger tantas esposas. - Dijo Pedro pero ya confuso porque no estaba seguro de nada. - Pedro, ¿ Porque desconfías de las palabras del Maestro ?, recuerda que te dejó el cargo de su rebaño. - le recordó Juan. - Precisamente por eso estoy en alerta. Recuerdo que un día dijo el Maestro, que un hombre para servir bien a Dios se tenía que mantener en celibato. Eso fue lo que Él hizo hasta el final.

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- Bueno, ahora olvida todo eso y haz lo que Lucrecia ha dicho, hay que llevarla a casa de María Magdalena, lo más pronto posible. - le dijo Juan. Los encargados en llevarla fueron Felipe y Andrés. Al día siguiente salieron por la mañana muy temprano y dejaron a Lucrecia en casa de María Magdalena. Hacía un año que la madre de Jesús y Juan vivían en la casita del campo. María pasaba bastante tiempo del día en el huerto y en el jardín cuidando de las rosas, de las azucenas y de muchas más flores que habían. De esta manera trataba de olvidar aunque le era difícil, su hijo del alma siempre estaba presente en todo lo que hacía, todo lo que veía se lo hacía recordar. Si volaban una bandada de palomas se las quedaba mirando y decía, que una de ellas era su hijo. Por allí habían muchas mariposas que se posaban en las flores, las miraba con cariño y les decía palabras bonitas que siempre tenían que ver con su hijo. Un día pasaron una manada de caballos a galope que nadie los guiaba, el que iba en cabeza era blanco de una gran belleza. María lo seguía con su mirada y le dijo a Juan que estaba junto a ella. - Representa a Jesús, ha pasado por aquí para que yo lo vea. Cuando era un niño, un día me dijo que le hubiese gustado ser un caballo blanco e ir luchando contra todo mal. Juan la escuchaba con amor y la comprendía perfectamente. Todos los días al atardecer cuando el sol se ponía, se sentaban en la puerta de la casa recordando todo lo bueno que pasaron junto a Jesús. María contaba unas cosas y Juan otras, de esta manera lo recordaban. María tenía puesta la mirada en el horizonte, en esa puesta de sol que había en esos instantes y dijo en voz baja. - Hijo, tu desde ahí puedes vernos, no tardes en venir a buscarme, ya estoy cansada de estar aquí en la tierra. Juan la miraba y escuchaba atentamente cada palabra que decía, y no se perdía un solo gesto de ella. Para alegrarla le dijo. - Madre, te voy a contar una anécdota que nos pasó a Él y a mi cuando íbamos por los caminos. María lo miró sonriendo y esperando a que empezara. - Era un día de invierno, y como habíamos andado mucho nos paramos a descansar debajo de un nogal, estaba cargado de nueces pero estaban muy altas para poderlas coger. Yo que estaba más hábil dije de subir y para echar al suelo, todos los esfuerzos que hacía eran en vano, porque no conseguía subir, siempre me resbalaba, hasta que lo dejé por imposible y me volví a sentar de nuevo a su lado. Teníamos hambre porque hacía casi un día que no comíamos. Cerca de donde estábamos oímos un ruido como de roer algo. Miramos y vimos que se trataba de dos ardillas que subían y bajaban del nogal con una nuez y la comían en la hierba con mucho apetito.

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Jesús me dijo alegre y feliz. - ¿ Ves esas ardillas ?, tienen otro instinto diferente al nuestro, ¿Te has fijado que cuando acaban una nuez suben a por otra ?. Acababa de decir esta frase, y empezó a caer del nogal tantas nueces que no las podíamos parar, nos tuvimos que proteger la cabeza con las manos porque nos hacia chichones. Reímos los dos a carcajadas, y comimos tantas nueces como quisimos. De Juan salió una carcajada al terminar de contar la anécdota. María no se pudo contener y también salió de ella otra. María y Juan seguían riendo. Ella dijo. - Era igual que un chiquillo, todo le hacia gracia, todo le hacía reír, decía que la chispa de la vida estaba en la alegría. La inocencia con la que había nacido la mantuvo hasta el final. El sol se había ocultado dejando un cielo maravilloso de colores. Juan le escribía poesías a la Virgen María, y por las tardes sentados en la puerta se las leía, alguna vez que otra le hacia saltar las lágrimas por el contenido tan hermoso que llevaban al ir dirigidas a ella. Este detalle que Juan hizo hacia María la colmaba de alegría, y muchas veces lo rodeaba con sus brazos y lo besaba en las mejillas, hacia con él, lo mismo que con Jesús. Era una madre amorosa, y llena de encantos. Juan iba muy amenudo a la ciudad para ver a los demás discípulos y para saber cosas nuevas que ocurrieran entre ellos. Pablo trataba de hacerse con los demás. Pues no terminaba de encajar por parte de la mayoría. Marcos era uno de ellos que no podía mirarlo a la cara, porque recordaba todo lo que el Maestro sufrió antes de morir cuando iba persiguiendo a sus seguidores. Lo recordaba llorando en silencio para él, Pablo era una pieza que allí no encajaba, pero como el Maestro así había decidido que fuera, se callaba y no decía nada, pero todos sabían que no estaba de acuerdo de que Pablo estuviera con ellos. Se repartían el trabajo entre todos de ir de pueblo en pueblo hablando de Jesús y de su Reino. El trabajo más difícil se lo daban a Pablo, el lugar donde estaban más perseguidos es donde iba Pablo, nunca se negaba a ir pero siempre iba otro discípulo con él. En muchos lugares lo reconocían como perseguidor de los cristianos. Le decían toda clase de insultos y le tiraban piedras. Él respondía, que todo se lo tenía merecido, y que aguantaría hasta el final. Pedro era otro que tampoco lo soportaba, los dos se discutían amenudo y se echaban en cara lo que hicieron con el Maestro. Se decía uno al otro que eran iguales, tal para cual. Bartolomé y Anaias eran los que más pena sentían por él, y lo ayudaban en cosas que él no sabía hacer. Como Pedro y Pablo se discutían tanto decidieron entre todos de que los dos fueran juntos para mejor conocerse, pues los dos tenían el mismo carácter, violento y agresivo.

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Juan trataba siempre de calmar la situación, y les ponía ejemplos del Maestro, cuando decía que el amor movía montañas, y que si dos montañas estaban separadas, se podían unir con solo desearlo. La casa de María Magdalena se iba llenando cada vez más de nuevas hermanas que llegaban. Todas vestían con túnicas blancas. Una gran parte del tiempo lo dedicaban a la oración y hablar del Maestro. María Magdalena y María eran las que más tiempo habían pasado con Él, y era por eso que sabían más cosas, ellas eran las que comentaban hechos ocurridos con el Maestro. Hacía tres años que María, la madre de Jesús y Juan vivían en la casita. Ella cada vez hablaba más del sol, y cuando se estaba poniendo caminaba en esa dirección como si quisiera entrar dentro del astro. Juan veía muchas cosas y las callaba porque sabía que cuando llegara el momento las diría y las escribiría. Una tarde estaba Juan cogiendo fruta de los árboles frutales que habían en el huerto, y vio como María caminaba hacia el sol. Estuvo caminando mucho, porque una de las veces que Juan miró para ver por donde iba, vio que no estaba. Dejó donde la espuerta sobre la hierba y salió corriendo a buscarla. La iba llamando a gritos. - ¡ Madre !, ¡ Madre !. El rostro de Juan cambió cuando la vio que venía caminando despacio, de más abajo. Vio que entre sus manos traía algo que él no distinguía bien que era. Cuando Juan fue rápidamente a su encuentro, vio que tenía entre sus delicadas manos una Rosa, de un color rosa suave. Estaba feliz y sonriente. María muy contenta le mostró la rosa y le dijo. - Me la ha regalado el sol, me he acercado tanto a su luz que he podido ver su jardín. Juan no hizo ningún comentario y rodeando sus hombros con su brazo fueron de esta manera caminando hasta llegar a la casita. Al llegar, María le preguntó a Juan. - ¿ Hijo, crees lo que te he dicho de la Rosa ?. Juan la miraba con ternura y por sus mejillas resbalaban dos lágrimas y le respondió. - Por supuesto madre, por supuesto. María con sus dedos quitó cuidadosamente las lágrimas que corrían por las mejillas de Juan. María fue hasta su alcoba y depositó sobre la cómoda la Rosa, con el aroma que tenía la habitación la dejó perfumada. Una noche sentados en la puerta de la casa, María le dijo a Juan.

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- Te estoy impidiendo que hagas otro trabajo, pues todos los demás están por ahí llevando la buena nueva, tu no lo puedes hacer porque te estás ocupando de mi. - No digas eso madre, están haciendo el trabajo que les toca hacer, y yo estoy haciendo el que me toca a mi. - le respondió Juan tiernamente. Era el mes de Mayo y los campos estaban llenos de esplendor, de tantas flores bellas que se alzaban. Ese día había estado María cortando del jardín, Rosas, azucenas, margaritas y jazmín. Fue hasta los campos y cortó amapolas. Tenía una cesta grande llena de flores variadas. María entró en la casa con la cesta de flores y fue echando por encima de su cama y por el suelo, y también las repartió por toda la casa llenándola. El perfume que había era a Rosas y a Jazmín. Es el aroma que va con la Virgen y con Jesús. Juan la observaba pero no decía nada, sabía que muy pronto iba a suceder lo que estaba previsto. Ese mismo día antes de que se pusiera el sol, estuvo María bendiciendo todas aquellas tierras, y mientras que lo hacía lloraba por ellas. Esa noche cuando Juan se fue a dormir se despidió María de él como de costumbre, lo único que hizo distinto fue darle dos besos en la mejillas. Juan tenía sueños premonitorios, y en varias ocasiones ya le habían hecho ver lo que iba a suceder y estaba prevenido. Esa noche soñó con María, la vio vestida de virgen, era el mismo rostro que tenía pero muchos más joven, lo miraba sonriendo y feliz, su belleza era cósmica. Le extendía las manos con mirada tierna y llena de amor. Le dijo con voz dulce. - Hijo, ya estoy donde yo tanto deseaba, vivo con mi hijo y jamás me separaré de él, donde vaya, yo también iré porque Yo Soy su alma gemela. Te transmito el amor de la Santísima Trinidad para que siempre te acompañe. Paz y Amor a la eternidad. María al despedirse de esta manera de Juan, fue alzándose y entró en el sol. Juan despertó con estas imágenes todavía presentes delante de él. Rápidamente se levantó y fue a la alcoba de María. Su cama estaba hecha, también estaban las flores que había dejado encima, la tarde antes. En la cómoda seguía la Rosa que ella había dejado dando un extraordinario perfume. Se acercó y la cogió entre sus manos, acaricio con la Rosa sus mejillas y después le dio un beso. La volvió a dejar de nuevo en el mismo lugar. La luz del día entraba por la ventana, Juan abrió la puerta y salió de la casa y miró al cielo, el sol estaba radiante de luz, lo miró de frente y vio que salían cuatro rayos. Uno daba al norte, otro al sur, otro al este y el otro al oeste. Vio perfectamente la cruz que hacía dorada y plateada. En el centro vio como Reinaba la Madre Universal. Juan fue caminando por todos aquellos alrededores donde María solía pasear todas las tardes y hablaba con el sol. Había un cerro cerca de allí donde

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María iba todas las mañanas para ver el sol salir y se sentaba en la cima, le pasaba el tiempo sin que se diera cuenta. Juan también fue hasta el cerrillo e hizo lo mismo que hacía María, para él era como estar con ella recordándola en todos sus movimientos y lo que hacía. Al rato volvió a la casa pensando que iba hacer puesto que su destino había cambiado ese día. Fue a ver a sus amigos los que les dejaron la casita. Les dijo que María se había ido. Ellos no le hicieron preguntas puesto que se imaginaban lo que había ocurrido. Le pidieron que se quedara a vivir en la casa. Y que la tomara como si fuera suya. Habían pasado varios días y Juan decidió de ir a ver a sus padres para traérselos con él como lo habían acordado cuando se fue con Jesús. Caminaba feliz y contento, pues tenía ganas de ver a sus padres, sabía de ellos pero hacia muchos años que no los veía y tenía ganas de abrazarlos. Llevaba entre sus manos la Rosa. Iba pensando en su Maestro y Hermano de la Luz. Les había enseñado, a todos sus discípulos y discípulas que entre todos eran muchos, varias canciones que hablaban del amor universal, de las flores y de la Naturaleza en total, todo lo que había vivido estando en la tierra y de la misión que había traído para hacer. Juan seguía caminando cantaba una de las canciones pensando en los demás como estarían. Después iría a verlos. De todos el era el que más suerte había tenido por estar destinado a vivir con el Maestro, pensaba en las veces que había puesto su cabeza en el pecho de Jesús cuando se sentía cansado. Recordaba las palpitaciones de su Sagrado Corazón. Le parecía como si lo estuviera viviendo en esos instantes, oía sus palpitaciones, los recuerdos que tenía eran muchos. Juan iba cantándole a la nueva vida y al sol que nos ilumina cada día cuando está de fiesta. Se perdió entre los árboles dejándose oír la hermosa canción que su Maestro y Hermano de la Luz les enseñó un día que el sol brillaba dando rayos chispeantes que bañaba todo el universo.

CLARA EISMAN PATON

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