Ii_spinoza_apunte__cy__2018_2018-08-14-859.docx

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Fac. Ciencias Políticas y Sociales – Universidad Nacional de Cuyo Carrera de Sociología – Material de la cátedra: “Problemática Filosófica” – Programa 2018

Unidad II: Baruj Spinoza y la ilustración radical Claudia Yarza Hostigado, expulsado, prohibido y perseguido, Baruj Spinoza ocupa un lugar singular en la filosofía occidental. Fue pionero del pensamiento democrático, acusado de ateísmo y maldecido casi obligatoriamente por todos quienes se dedicaron a la filosofía en los siglos siguientes. Había nacido en Amsterdam en 1632 en el seno de una familia de judíos desterrados de la península ibérica (“marranos”), que se congregaron en Holanda para recomponer sus vínculos con la religión y poder practicarla legalmente. Pero en su juventud ya es considerado como un personaje peligroso por sospechar de la autoridad de los rabinos, y es convocado por éstos a someterse al orden y la obediencia; y dado que no lo hace, es excomulgado: pierde la relación con su familia, con su barrio, con su negocio, en suma: es expulsado de su comunidad1. Tras unos años de arduo trabajo, en que perfecciona sus conocimientos del latín, lee a fondo a los escolásticos y a Descartes mientras aprende su oficio de pulidor de lentes, este judío de la diáspora, sin familia ni casa propia, se dedica por entero a la construcción de su filosofía, sostenido por una red de amigos y discípulos capaces de soportar la persecución y hasta la muerte por esta amistad, y muy atento a los fenómenos culturales y políticos que lo rodean. En un contexto convulsionado de pugna entre las tendencias políticas absolutistas y una endeble experiencia republicana en Holanda, Spinoza interviene en círculos liberales y sectas religiosas

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El Decreto de excomunión leído en la Sinagoga de Amsterdam en 1656 decía: “…teniendo cada día mayores noticias de las horrendas herejías que practicaba y enseñaba y de los actos monstruosos que cometió… los señores rabinos decidieron que dicho Spinoza sea excomulgado y apartado de la nación de Israel, con la excomunión siguiente: … excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch de Spinoza… Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. … Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascripto por él."

cristianas (los colegiantes) que propugnaban la crítica y el humanismo, asediados por la intolerancia y la censura. Parte de su desventura se debió, precisamente, al derrumbe del gobierno de Jan de Witt, cuyo brutal asesinato en 1673 y su reemplazo por el militar Guillermo de Orange significó, en palabras de Spinoza, la “ruina para Holanda”. La obra de Spinoza está muy imbuida de la filosofía cartesiana; comparte mucho de su vocabulario y su afán metódico sistemático. Que el todo es mayor que cada una de sus partes, que dos y dos son cuatro, que existo en tanto pienso: no son silogismos sino certezas a las que llega “la luz natural de la razón”, indubitables. Pero el racionalismo de Descartes se hizo más radical en Spinoza, ya que opinaba que todos los problemas, sean metafísicos, morales o científicos, deben ser formulados y resueltos como si se tratara de teoremas matemáticos. Por ello, aunque Spinoza había estudiado profundamente la filosofía de Descartes, pronto cuestionó sus conclusiones, radicalizando la distinción entre entendimiento e imaginación, o entre demostración lógica y mera asociación de ideas. El texto que condensa de todo su sistema filosófico es “Ética demostrada según el orden geométrico”, un libro planteado como si fuese un sistema matemático, con definiciones, axiomas, proposiciones y escolios, con un orden riguroso y escrito en un lenguaje sobrio, sin artificios retóricos. Con ese rigor, cuestionando la división cartesiana, Spinoza plantea desde el principio que existe una única sustancia (y no dos, la sustancia extensa y la sustancia pensante). Esta única sustancia existe necesariamente, y por lo tanto no puede estar limitada por nada y es incausada. Por ende es infinita, eterna, y está constituida por infinitos atributos, cada uno de los cuales se expresa en infinitas cosas de infinitos modos. Los cuerpos, las mentes, las ideas son así modificaciones de una única sustancia, que es eterna y no puede no existir: esa sustancia es Dios. Pero no se trata realmente de un concepto teológico, sino de un Dios filosófico: no es un sujeto, ni una persona, no posee bondad ni amor, ni premia o castiga. Es simplemente la totalidad infinita de lo que existe, porque no depende de otra cosa para ser. La sustancia (Dios) es potencia infinita, se expresa, causa, de manera infinita y de manera necesaria. Pero no es una voluntad ni una conciencia, no hay finalismo en la filosofía de Spinoza. Para Descartes o Leibniz la omnipotencia de Dios era tal que hubiera podido hacer que 2+2 fuese igual a 5, de lo contrario sería un Dios

2 impotente según ellos. Pero para Spinoza eso es introducir una fe, una superstición, no es lógico. La libertad y potencia de Dios no es arbitraria ni caprichosa, es mera manifestación de una naturaleza; Dios es libre porque no hay otra cosa externa que le haga ser diferente. No hay libre albedrío ni libertad cristiana en este Dios. Se manifiesta en los efectos: está sosteniendo la productividad continua de la Naturaleza, por simples relaciones de causa y efecto, sin trascender a cada uno de los efectos. Es causa inmanente, no trascendente, de todas las cosas, que son “en” Dios. Y no pueden no serlo, porque ser, propiamente, es poseer un grado de la potencia infinita, que Spinoza explica con la palabra “conatus”: todo cuanto existe se esfuerza (conatus) por perseverar en el ser (esse conservandi). Dado vuelta, esto significa que Dios mismo no está fuera ni más allá de todas las cosas que son sus manifestaciones, sería absurdo –por ejemplo- que Dios existiera y el mundo no: “…de la suma potencia de Dios, o sea, de su naturaleza infinita, han fluido necesariamente, o se siguen siempre con la misma necesidad, infinitas cosas en infinitos modos, esto es, todo: de la misma manera que de la naturaleza del triángulo se sigue desde la eternidad y para la eternidad que sus tres ángulos equivalen a dos rectos” (Ética, parte I, prop. 17, escolio)2.

La frase “Deus, sive Natura” (en latín: Dios, o la Naturaleza) resumiría la concepción spinoziana. Todo lo que existe debe existir y seguir su naturaleza; y esa totalidad es Dios, sin la cual Dios mismo sería absurdo. Estas proposiciones le valieron a Spinoza la acusación de ateo y materialista, y por ende fue atacado y perseguido. Pero en los medios filosóficos, más tarde se acuñó la expresión “panteísmo” (pan=todo, “todo es dios”) para denominar su pensamiento. Por ejemplo, la extensión y el pensamiento (únicos que conocemos nosotros) son atributos diferentes (porque se limitan mutuamente), pero infinitos en su género: nosotros somos como un grado de esa potencia, pero como no somos “necesarios” (como Dios, que es causa de sí) somos “modos finitos” de la extensión y del pensamiento. Desde las leyes más universales y eternas que gobiernan el universo

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Baruj de Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico. Trad. Oscar Cohan. México, FCE, 1958, pp. 27-28.

hasta las leyes de la geometría, desde la lógica hasta la psicología, hay características que se siguen necesaria y directamente de los atributos de Dios. En cambio, cada cosa particular es determinada a actuar o es afectada por otras cosas particulares; su comportamiento no es una función directa de las leyes universales del movimiento, sino más bien del resto de cuerpos en movimiento que lo rodean y con los que entra en contacto o composición, y por ende la certeza en esto depende de muchas variables, sin que sea algo ni libre ni misterioso. Igualmente, cada idea o pensamiento particular se sigue de otras ideas y pensamientos con los cuales entra en relación. No debe verse aquí una nueva versión del dualismo cuerpo/alma, ni un paralelismo, sino que alma y cuerpo son una y la misma cosa, que se concibe unas veces bajo el atributo del pensamiento y otras bajo el de la extensión. Si se cae en la visión dualista es porque el hombre imagina un cuerpo material y un alma inmaterial, jerarquizando y dando superioridad a la conciencia sobre el cuerpo, pero en Spinoza propiamente “cuerpo” no es lo físico, sino la capacidad de afectar y ser afectado. En ese sentido, somos simplemente capacidades, fuerzas limitadas, pero potencias al fin. En cuanto al conocimiento que nos formamos por encuentros fortuitos y azarosos con las cosas externas, es un conocimiento superficial que no nos da la esencia de las cosas sino que es fuente de error y desilusión, ya que nos hace creer que somos libres, ignorando cuánto estamos limitados y determinados por causas. En cambio, el conocimiento adecuado es puramente racional, obtenido sólo por las conexiones causales necesarias, las inferencias racionales. Mientras los sentidos sólo presentan las cosas que aparecen desde una perspectiva y en un momento determinado, una idea verdadera en cambio se presenta bajo la perspectiva “eterna”, es decir, sin ser relativa a un tiempo (sub specie aeternitatis). Los humanos somos parte de la naturaleza, existimos dentro de las mismas relaciones causales que otros seres con extensión y pensamiento; somos capaces de afectar, de producir efectos, y de ser afectados; entramos en composición con otros (ya sean cuerpos o pensamientos) capaces de generar una singularidad que represente un aumento de la potencia. No somos causa de nosotros mismos, la vida es ser con otros, estamos en un mundo donde hay otros. Somos finitos y limitados, pero estamos a merced de

3 encuentros, composiciones (afirmativas o negativas: las primeras aumentan nuestra potencia común, las segundas nos limitan más, nos debilitan). Así, la potencia puede crecer o disminuir en función de las causas/efectos, que son, de alguna manera, externas a nosotros. La filosofía de Spinoza es inmediatamente política: de nuestra composición ontológica deriva la producción de comunidad. Por eso el libro Ética no es una moral, ni una doctrina del deber, sino una explicación sobre nuestra vida humana, que consiste en encuentros que pueden acrecentar o disminuir la potencia de vivir, de generar cosas, de expandirse o afirmarse. Como somos finitos, estamos a merced de causas externas que producen efectos en nosotros, y no tenemos control sobre ellas. De nuestra condición se deriva que también padecemos, y llenamos todo con la imaginación: es algo inevitable, que va construyendo ilusiones y errores que nos limitan y esclavizan. ¿Por qué? Porque el hombre es un ser tanto racional como pasional, imaginativo e impotente en muchos aspectos. Ciertas pasiones, como el miedo o la esperanza, que sentimos frente a la contingencia del mundo y la impotencia para dominar las circunstancias de la vida, nos hacen “sumamente propensos a creer en cualquier cosa”, es decir, nos hace confiarnos a poderes trascendentes imaginarios, que inexplicablemente “nos envían” bienes y males: de esa dependencia en poderes sobrenaturales misteriosos nace la religión. Es una respuesta imaginaria a la incertidumbre e inseguridad, una creencia en una voluntad superior que gobierna todo, y que el vulgo, con ayuda de los teólogos, acaba por proyectar en la imagen antropomórfica de un Dios dotado de voluntad omnipotente e intelecto omnisciente, creador, monarca y juez del universo. Pero predicar estas características sobre la esencia de Dios es un proyecto equivocado, como afirma Spinoza en la Ética, mostrando que Dios, por el contrario, es la sustancia infinita cuya esencia y potencia son inmanentes al universo entero. No es una cuestión menor: precisamente este resultado es lo herético tanto para los escolásticos cristianos como judíos, porque esa suerte de panteísmo (o materialismo radical) atenta contra la idea de trascendencia (de toda autoridad). Como afirma la filósofa brasileña Marilena Chauí “solamente la crítica de la trascendencia del ser y del poder de lo Absoluto y de la contingencia de sus acciones voluntarias puede

desmantelar el poder teológico-político”3. La ontología de Spinoza es ética y política, ya que semejante esquema permite la concepción de la mutua potenciación de los cuerpos y pensamientos, acumulándose en la potencia colectiva por rigurosa ordenación de las causas y los efectos. Cuando Spinoza estaba por publicar la Ética, la escalada de intolerancia le hizo retirar el escrito y volcarse a escribir su Tratado Teológico-Político, cuyo prefacio comienza diciendo: “Si los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna les fuera siempre favorable, nunca serían víctimas de la superstición”4

… pero esto no ocurre. No es un problema que pueda ser abolido de una vez para siempre, por ej. con mayor ilustración o progreso científico. La caída en la superstición es una reacción que se repite frente a las incertidumbres a las que estamos sujetos, y por el hecho de estar –los humanos- constituidos de pasiones y afectos múltiples. Aunque claramente, la filosofía y la política puedan, en las condiciones adecuadas, sacarnos de ese destino de infortunio. Por eso su pensamiento político es muy radical: incluso cuando habla de la monarquía en el Tratado Teológico-Político, es visible que está llamando a una democracia que puede existir dentro de ella, a través del ejercicio de la multitud: en ella no hay delegación ni transferencia del poder a nadie y este poder está distribuido entre todos. En otras palabras, el monarca gobierna en tanto puede gobernar: no hay pacto ni delegación de poder, porque el poder es capacidad/derecho que la multitud libre mantiene en su cauce. En cambio, en el hecho de delegar el gobierno éste se puede corromper, mientras que la democracia verdadera existirá siempre que haya una multitud que ejerza libremente su derecho o potencia natural. Spinoza niega de plano toda pretensión de excluir al hombre del orden natural. Sus pasiones hacen que persiga necesariamente sus deseos; su libertad, como libre

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Marilena Chauí “Fundamentalismo religioso: la cuestión del poder teológico-político”, en Atilio Borón (comp.), Filosofía Política Contemporánea, Controversias sobre Civilización, Imperio y Ciudadanía, Buenos Aires, Clacso, 2002, p.133. 4

Spinoza, Tratado teológico-político. Trad. Atilano Domínguez. Madrid, Alianza, 2003, p. 61.

4 necesidad, consiste en aceptar o inscribirse en ese orden necesario y no en un poder arbitrario de romper con él. Que derecho y poder se identifiquen no significa, sin embargo, que el poder del hombre sea ilimitado. Por el contrario, está limitado por cuanto le rodea y, en concreto, por el poder de los demás. Un individuo sólo será autónomo, si puede vivir según su propio criterio; mientras que será esclavo, si su cuerpo o su alma están sometidos a otro y en beneficio de éste. Por consiguiente, si los hombres quieren evitar toda posible sumisión, es indispensable que unan sus fuerzas, estableciendo derechos que todos acepten, como si fueran un solo cuerpo y una sola mente. Es decir, que el derecho humano individual no es una realidad, sino una mera opinión o una simple imaginación. Para ser real, debe estar respaldado por el poder de los demás. En Spinoza encontramos muchas de las categorías de la filosofía política moderna, y sin embargo no es en absoluto asimilable a ella. Mientras en Hobbes, por ejemplo, se percibe una afinidad estructural con las clases dominantes, Spinoza se articula en cambio con cierta irreligiosidad plebeya que -subterráneamente y en distintas lenguas- ya afirmaba que todas las cosas vienen de la naturaleza y que el espíritu de Dios no es otro que el de cada persona humana, llegando a cuestionar la existencia del cielo y del infierno como algo fuera de esta vida, y por ende la legitimidad de las estructuras de poder del clero y los gobiernos5. ¿Se trata de otra tradición, distinta de la corriente moderna inaugurada por Descartes? En todo caso, además de la corriente “moderada” triunfante, hubo una “ilustración radical”, expresión que hoy en día usan algunos historiadores para referirse a una serie de pensadores que extremaron el principio de que sólo el uso libre de la razón, y no la apelación a ninguna estructura consagrada por la costumbre o la autoridad, era el medio idóneo para derribar toda opresión6. En sus epistolarios, panfletos y libros secretos circulaba un consenso democrático, secular o ateo, igualitario, opuesto a la escolástica y a la discriminación de las mujeres, que rechazaba tanto la idea de creación como el providencialismo, la revelación y los

5 Christopher Hill, El mundo trastornado; el ideario popular extremista en la revolución inglesa

del siglo XVII.Madrid, Siglo XXI, 1983, pág 16. 6Jonathan

I. Israel, La ilustración radical. La filosofía y la construcción de la modernidad, 1650-1750. México, FCE 2012.

milagros, la inmortalidad del alma, las jerarquías ordenadas por dios y los privilegios de sangre, la idea de recompensas y de castigos ultraterrenos. Según Jonathan Israel, esta aplastante nueva ola no se inició entre franceses sino en los Países Bajos y en ocasiones prosperó con más vehemencia en Alemania y Escandinavia que en la Francia absolutista. Y el centro de esta corriente lo ocupó Baruj Spinoza con su razonada discrepancia contra las estructuras de autoridad que todos a su alrededor aceptaban, convirtiéndose en un mensaje revolucionario que fue ganando adeptos y movilizándolos hasta formar células de activistas en todas partes, en medio de la censura no sólo católica sino también calvinista y luterana, protoliberal7. Como ha dicho Gilles Deleuze: “No hay que imaginar a Spinoza rompiendo con un medio judío supuestamente cerrado para entrar en los supuestamente abiertos medios liberales: cristianismo liberal, cartesianismo, burguesía favorable a los hermanos De Witt… Pues allí donde vaya no pide ni reclama, con mayor o menor posibilidad de éxito, sino que sean tolerados él mismo y sus fines insólitos, y juzga por esta tolerancia el grado de democracia, el grado de verdad que una sociedad puede tolerar, o, al contrario, el peligro que amenaza a todos los hombres”8.

7En

Alemania, una larga lista de personas fueron acusadas de spinozismo, conducidas a tribunales de justicia, confiscados y quemados sus libros por este motivo, a lo largo del siglo XVIII. Hacia fines de ese siglo, la confesión de Lessing, antes de morir, de profesar admiración por la filosofía de Spinoza provocó un escándalo y una polémica que sacudió a la filosofía alemana, obligando a cada uno a posicionarse públicamente ya que ponía en cuestión las bases mismas del despotismo ilustrado en que se sostenían. Véase El ocaso de la ilustración. La polémica del spinozismo (Jacobi, Mendelssohn, Kant, Wizenmann, Goethe, Herder). Selección y trad. por María Jimena Solé. Buenos Aires, Prometeo-Univ. Nacional de Quilmes, 2013. 8Gilles

Deleuze, Spinoza: Filosofía Práctica. Buenos Aires, Tusquets, 2004, p. 12.