Ideal Pagina 30

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30

| IDEAL

OPINIÓN |

DOMINGO, 28 DE JUNIO DE 2009

N

O se refiere este título a la educación en o para la responsabilidad sino que plantea esta álgida y controvertida cuestión, cada vez más debatida e inquietante para padres y educadores, como binomio cuyos términos tienen el mismo rango y cuyo orden no altera el contenido. Educar es una responsabilidad. Una responsabilidad ineludible es educar. El rótulo que encabeza este texto lo es también del curso de verano que del 13 al 15 de julio organiza el Centro Mediterráneo de la Universidad de Granada en las instalaciones de Cetursa en Sierra Nevada y que codirigen Aldeas Infantiles SOS y el Observatorio de la Infancia en Andalucía. Porque esa es la misión, la preocupación de Aldeas con los niños y adolescentes que le son confiados, que han perdido a sus padres o que no pueden vivir con ellos: educarlos recreando un modelo familiar de carácter universal; procurarles un ambiente óptimo para el normal desarrollo físico, socioemocional, intelectual y moral que en la filosofía de esta organización resulta ser la familia, espacio privilegiado de acogida, lugar de transformación de la realidad del niño. Educarlos e indagar el modelo educativo adecuado y eficaz para el desarrollo personal de niños y adolescentes que conduzca a su bienestar y a su integración social. Cómo deben educarse los hijos es cuestión fundamental para muchos padres que constatan cómo otros, por negligencia, osadía o inconsciencia, asumen e interiorizan para la educación de sus hijos el modelo social actual que ofrece como deseable un repertorio significativo de valores con finalidad en sí mismos, presentados como metas alcanzables en el preciso momento y dirigidos a la consecución y satisfacción inmediata de las necesidades personales sin otras condiciones previas de esfuerzo e inversión. Nuestro contexto socio cultural parece, pues, desdeñar esta otra familia de valores, llamados instrumentales, como la constancia o el esfuerzo, el trabajo o la responsabilidad; el perseverar ante tareas difíciles o el enfrentarse a situaciones nuevas, y los relega a un segundo plano. Los transforma en secundarios y sitúa los finales, sobrevaloración del dinero, el éxito o la fama, todo de manera rápida, en el plano de los relevantes o preeminentes. Se invierte el orden. Esta actitud por su desenfoque en la sobreprotección y en la permisividad con la infancia, al sobrevalorar los derechos y soslayar los deberes, ha magnificado ‘el derecho a los derechos’ y olvidado los deberes. Ha roto el equilibrio. Un mundo con normas y límites razonables según la edad, dialogados y consensuados,

Familia, ocio y medio ambiente

Educar es responsabilidad JOSÉ M. MORELL Y ANTONIO UBAGO ALDEAS INFANTILES SOS

es un mundo, sin duda, donde el niño gana seguridad y estima. Es la responsabilidad un valor esencial tanto individual como de las organizaciones y sociedades porque conlleva un modo de actuar, una actitud ante la vida, una competencia aprendida para responder, para atender necesidades de los demás que la convierte en motor del desarrollo humano, social, tecnológico y científico. Más allá del sentido habitual, la responsabilidad no consiste solamente en dar respuesta de los propios actos, en asumir las consecuencias de las propias decisiones, sino que tiene que ver con la capacidad de responder a la llamada del otro. Ser responsable es res-

ponder a las necesidades de otro ser humano y eso exige, lógicamente, capacidad de escucha pero también práctica de la inteligencia para discernir el orden de las necesidades y para poder colmarlas satisfactoriamente. En sentido estricto, se distinguen dos formas de responsabilidad: la natural, materna y paterna, y la contractual, de las organizaciones. Además de la responsabilidad entendida como respuesta a las necesidades ajenas, está la responsabilidad ecológica, social, política y cultural. La toma de decisiones de padres y educa-

dores tiene que contemplar el valor de la responsabilidad, esto es, la capacidad de anticipar consecuencias de los propios actos, ya sea por acción o por inhibición. Ante la pregunta clave de qué ingredientes deben echar mano los agentes educativos para educar en y con responsabilidad, partimos ya de una certeza poco discutida: que los padres y educadores moldean y orientan con su actitud, con sus actuaciones, con sus inacciones y con sus concepciones, aunque no siempre sean conscientes. El modo en que se formulan, se proponen las metas educativas a los niños tiene importancia capital; es piedra angular: si se les orienta preeminentemente al logro final, y es este plano el que verdaderamente importa a sus responsables, tendremos niños que sólo buscan el resultado último; si la meta, en otros casos, es la competición con los otros y esto se convierte en lo sustancial, la comparación y rivalidad serán el resultado obtenido. Ocurre también, con más frecuencia de la deseada, que el niño es dirigido hacia metas donde lo que importa es la valoración y el cumplimiento de las expectativas de los demás; será un niño que va a requerir apoyo y seguridad externa para desenvolverse en la vida. Por último si las propuestas van dirigidas a la tarea en sí, al modo de realizarla; si se valora el esfuerzo, la perseverancia y no tanto el resultado obtenido, se estará potenciando el autocontrol y la capacidad de decisión del niño. La elección, por tanto, de estos tipos de formulación de metas no es baladí; es pertinente, trascendente. Junto a estos modos de

ro, y, si el ‘empresaurio’ de turno no la tuviera tan selectiva, podría recordar con bastante facilidad la precariedad sufrida por los trabajadores, el abanico de modalidades de contratación que, cortadas como trajes a la medida de sus muy particulares intereses, han permitido muy distintas tropelías; igualmente, recordaría lo de la deslocalización y movilidad geográfica y las tragedias aparejadas. Todavía quieren más. Se agazapa el ‘preclaro’, pertrechándose con una de las palabras más en boga, ‘competitividad’, y aduce que, para ser verdaderamente competitivos, es fundamental ese ‘nuevo’ marco de relaciones laborales. De manera que, siguiendo su línea ‘argumental’, habremos de conformarnos con un cuenco de arroz y rendir la debida pleitesía a quien tiene a bien hacernos sudar tinta china en jornadas de sol a sol. Investigar,

desarrollar, invertir, arriesgar no son verbos amados por estos adalides de la ‘competitividad’, entendida tan particularmente, como tampoco forman parte de su vocabulario términos como eficiencia y eficacia en la organización del trabajo. El cataclismo económico hará desaparecer a los empresaurios mientras siguen contemplándose el ombligo, pidiendo de manera más y menos airada subvenciones, ayudas y lindezas similares, pensando ‘novísimos y novedosos’ negocios, como dejó dicho el ‘preclaro’ en alusión al turismo de sol y playa en Andalucía y a la edificación residencial, para rematar alegando que «no tiene ningún sentido limitar su construcción». Modelos tan agotados como la masa gris que, se supone, albergaban en sus cabezas. Cuanto antes desaparezcan, más rápida será la recuperación.

EMILIO J. GARCÍA-WIEDEMANN

Empresaurios

N

O, amable lector, no se trata de ninguna errata en el titular, con el que me quiero referir a esa especie, por lo visto y padecido, predadora donde las haya y que, al parecer, antes de certificar su extinción, no se para en barras y está dispuesta a arrasar cuanto se ponga en su camino. No hablo, no, del capitán de industria que Saint-Simon apreciaba y en el que confiaba. No. Hablo de los empresaurios. Eso y no otra cosa es lo que se desprende de las perlas que el presidente de los empresarios andaluces dejó caer en nuestra ciudad, quizá llevado de un empacho de “ultraliberalismo” o, quién sabe,

preso de los cantos de sirena que, en sus oídos, susurran que los tiempos de crisis lo son, sobre todo, de oportunidades, lo que, traducido a su particular jerga, intentando ser políticamente correcto, no quiere decir otra cosa que despido libre. Pues, en realidad, es lo que se esconde en la eufemística propuesta de «reforma del mercado de trabajo». La frase pronunciada por el ‘preclaro’, y que condensa su visión, es algo más que inquietante: «garantizar en teoría los derechos de quienes tienen empleo es, probablemente, arriesgar ese trabajo en el futuro». La memoria es muy lábil y escurridiza, cla-

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