Hop-frog

  • November 2019
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  • Words: 3,562
  • Pages: 8
1

Hop-Frog Nunca conocí a nadie tan astutamente vivo para una broma como lo era el rey. Parecía que vivía sólo para bromear. Contar una buena historia en tono de broma, y contarla bien, era el camino más seguro a su favor. De esta manera sucedió que sus siete ministros eran todos notables por sus logros como bufones. Sea que la gente engorda por bromear, o haya algo en la grasa misma que predispone a una broma, nunca he sido del todo capaz de determinarlo; pero cierto es que un bufón enjuto es una rara avis in terris. Sobre los refinamientos, o, como les decía, los “fantasmas” del ingenio, el rey se molestaba muy poco. Tenía una admiración especial por el ancho en una broma, y con frecuencia le agregaba longitud, por amor a la misma. Las delicadezas lo cansaban. Prefería el “Gargantua” de Rabelais, al “Zadig” de Voltaire: y, generalmente, las bromas pesadas le sentaban mucho mejor a su gusto que las verbales. En la fecha de mi narración, la profesión de bufón no había pasado del todo de moda en la corte. Varios de los grandes “poderes” continentales todavía retenían a sus “tontos,” que eran variados, con gorras y campanas, y se esperaba que siempre estuvieran listos con un ingenio agudo, en un momento, para la consideración de las migajas que caían de la mesa real. Nuestro rey, por rutina, retenía a su “tonto.” El hecho es que, requería algo a la manera de desatino –ojalá hubiera sido para contrapesar la pesada sabiduría de los siete sabios que eran sus ministros- no para mencionarse a sí mismo. Sin embargo, su tonto, o bufón profesional, no era sólo un tonto. Su valor era triple ante los ojos del rey, por el hecho de ser un enano y un lisiado. Los enanos eran tan comunes en la corte, en esos días, como los tontos; y muchos monarcas hubieran encontrado difícil acabar sus días (los días son más bien largos en la corte que en cualquier otro lugar) sin un bufón con el que reírse, y un enano del cual reírse. Pero, como he observado, sus bufones, en noventa y nueve casos de cien, son gordos, redondos pesados –así que esto no era una fuente pequeña de auto gratificación con nuestro rey que, en Hop-Frog (este era el nombre del tonto), poseía un tesoro triplicado en una persona. Creo que el nombre “Hop-Frog” no era el que le dieron al enano sus padrinos en el bautismo, sino que le fue conferido, con el consentimiento general de los siete ministros, por su inhabilidad de caminar como lo hacen los demás hombres. En realidad, Hop-Frog sólo podía andar con una clase de marcha mezclada –algo entre un salto y un meneo –un movimiento que daba una diversión ilimitada, y por supuesto consuelo, al rey, pues (no obstante, a la protuberancia de su estómago y a una hinchazón constitucional de la cabeza) el rey, junto con toda su corte, era contada como una figura principal.

2 Pero aunque Hop-Frog, a través de la distorsión de sus piernas, sólo podía moverse con gran dolor y dificultad pro un camino o piso, el prodigioso poder muscular que la naturaleza parecía haberle dado en sus brazos, a manera de compensación por la deficiencia en sus miembros inferiores, le facilitaba realizar muchas proezas de maravillosa destreza, en donde los árboles o las sogas estaban en cuestión, o cualquier otra cosa para subir. En estos ejercicios ciertamente que se asemejaba mucho más a una ardilla, o a un pequeño mono, que una rana. No soy capaz de decir, con precisión, de qué país era Hop-Frog. Sin embargo, era de alguna región bárbara, que ninguna persona jamás oyó –de una enorme distancia desde la corte de nuestro rey. Hop-Frog, y una joven muy poco menos enana que él (aunque de exquisita proporción, y maravillosa bailarina), habían sido llevados a la fuerza de sus respectivos hogares en provincias adyacentes, y enviados como regalos al rey, por uno de sus generales siempre victoriosos. En estas circunstancias, no es de sorprender que una intimidad estrecha surgiera entre los dos pequeños cautivos. En realidad, pronto se convirtieron en amigos entrañables. Hop-Frog, que, aunque hacía mucho deporte, no era de ninguna manera popular, no hubiera estado en su poder hacerle muchos servicios a Trippetta; pero ella, por su gracia y exquisita belleza (aunque era enana), era universalmente admirada y mimada: así que poseía mucha influencia; y nunca dejaba de usarla, siempre que podía, para beneficio de HopFrog. En alguna gran ocasión de estado –no recuerdo cuál- el rey decidió hacer una mascarada; y siempre que una mascarada o algo de ese estilo, ocurría en nuestra corte, luego los talentos de Hop-Frog y Trippetta con seguridad iban a ser llamados para que se representaran. Hop-Frog, en especial, era tan inventivo en la manera de preparar los espectáculos, sugiriendo personajes nuevos, y arreglando los trajes, para los bailes de máscaras, que, parece, que no se podía hacer nada, sin su asistencia. La noche señalada para al féte había llegado. Un magnífico salón había sido equipado, bajo la mirada de Trippetta, con toda clase de aparatos que podía darle posiblemente éclat a la mascarada. Toda la corte tenía una fiebre de expectación. Con respecto a los trajes y los personajes, se podría suponer bien que todos habían llegado a una decisión en estos puntos. Muchos se habían tomado decidido (con respecto a qué róles debían asumir)con una semana, o incluso un mes de anticipación; y, en realidad, no había una partícula de indecisión en ninguna parte –salvo en el caso del rey y sus siete ministros. Nunca podría decir por qué ellos dudaban, a menos que lo hicieran a manera de broma. Muy probablemente, encontraban difícil, por ser tan gordo, decidirse. Por lo menos, el tiempo volaba; y, como un último recurso, mandaron a traer a Trippetta y Hop-Frog. Cuando los dos pequeños amigos obedecieron la llamada del rey, lo encontraron sentado con su vino y los siete ministros del consejo de su gabinete; pero el monarca parecía estar de muy mal

3 humor. Sabía que Hop-Frog no era aficionado al vino; pues este excitaba al pobre lisiado casi hasta la locura: y la locura no es una sensación cómoda. Pero al rey le encantaban sus bromas pesadas, y se deleitó en obligar a que bebiera Hop-Frog y (como el rey lo llamó) “estar alegre.” “Ven aquí, Hop-Frog,” dijo, mientras el bufón y su amiga entraban a la habitación: “traga esta copa llena a la salud de tus amigos ausentes [aquí Hop-Frog suspiró], y luego tengamos el beneficio de tu invento. Queremos personajes –personajes, hombrealgo nuevo- extraviados. Estamos cansados de esta eterna igualdad. ¡Vamos, bebe! El vino esclarecerá tu ingenio.” Hop-Frog se esforzó, como de costumbre, en preparar una broma en respuesta a estos avances del rey; pero el esfuerzo fue demasiado. Sucedió que era el cumpleaños del enano, y la orden de beber por sus “amigos ausentes” le forzó las lágrimas. Muchas gotas grandes, y amargas cayeron en la copa mientras la tomaba, humildemente de la mano del tirano. “¡Ah! ¡ja! ¡ja! ¡ja!” rugió este último, mientras el enano secaba la jarra de mala gana. “¡Vean lo que puede hacer una copa de buen vino! ¡Vaya, sus ojos ya están brillando!” ¡Pobre hombre! Sus grandes ojos destellaban, más que brillaban; pues el efecto del vino en su cerebro excitado no era más poderoso que instantáneo. Colocó la copa nerviosamente sobre la mesa, y miró alrededor a la compañía con una mirada fija casi insana. Todos parecían muy divertidos por el éxito de “la broma” del rey. “Y ahora al asunto,” dijo el primer ministro, un hombre muy gordo. “Sí,” dijo el rey; “vamos, Hop-Frog, danos tu ayuda. Los personajes, mi buen amigo; tenemos necesidad de personajes –todos nosotros- ¡ja! ¡ja! ¡ja!” y como esto significaba seriamente una broma, su risa coreada por los siete. Hop-Frog también rió, aunque débil y un poco huecamente. “Vamos, vamos,” dijo el rey, impacientemente, “¿no tienes nada que sugerir?” “Me estoy esforzando por pensar algo nuevo,” respondió el enano, abstractamente, pues estaba muy azorado por el vino. “¡Esforzándose!” gritó el tirano, ferozmente; “¿qué quieres decir con eso? Ah, ya lo percibo. Estás malhumorado, y quieres más vino. Aquí tienes, ¡bebe esto!” y echó otra copa llena ofreciéndosela al lisiado, que sencillamente la miró fijo, jadeando para respirar. “¡Bebe, digo!” gritó el monstruo, “o por los demonios...” El enano vaciló. El rey se puso color púrpura de rabia. Los cortesanos sonrieron afectadamente. Trippetta, pálida como un cadáver, avanzó hacia el asiento del monarca, y, arrodillándose ante él, le imploró que perdonara a su amigo. El tirano la consideró, por algunos momentos, con evidente sorpresa por su audacia. Parecía muy perdido sobre qué hacer o decir –cuánto más conveniente expresar su indignación. Al final, sin pronunciar una sílaba, la empujó violentamente de su lado, y le arrojó en la cara el contenido de la copa llena hasta el borde.

4 La pobre muchacha se levantó lo mejor que pudo, y sin atreverse siquiera a suspirar, reasumió su posición al extremo de la mesa. Hubo un silencio mortal de alrededor de medio minuto, durante el cual al caída de una hoja, o de una pluma podría haber sido oído. Fue interrumpido por un sonido áspero, bajo, pero brusco y prolongado que pareció venir enseguida de cada rincón de la habitación. “¿Por qué, por qué, por qué estás haciendo ese ruido?” exigió el rey, dirigiéndose furiosamente al enano. Este último parecía haberse recuperado, en gran medida, de su intoxicación, y mirando fija pero tranquilamente el rostro del tirano, sencillamente exclamó: “¿Yo... yo? ¿Cómo podría haber sido yo?” “El sonido pareció venir de afuera,” observó uno de los cortesanos. “Me imagino que fue el loro en la ventana, afilando su pico sobre los alambres de la jaula.” “Cierto,” respondió el monarca, como si se aliviara mucho por la sugerencia; “pero, por el honor de un caballero, podría haber jurado que eran los dientes de este vagabundo.” A esto el enano rió (el rey estaba demasiado empedernido en que un bufón objetara la risa de cualquiera), y desplegó un juego de dientes grandes, poderosos y muy repulsivos. Además, declaró su perfecta buena voluntad porque tragara tanto vino como deseara. El monarca estaba en paz; y habiendo secado otra copa llena sin ningún efecto malo muy perceptible, Hop-Frog entró enseguida, y con ánimo, en los planes para la mascarada. “No puedo decir cuál fue la asociación de ideas,” observó él, muy tranquilamente, y como si nunca hubiera probado el vino en su vida, “pero justo después de que su majestad golpeó a la muchacha y le arrojó el vino en l acara –justo después de que su majestad hizo esto, y mientras el loro estaba haciendo ese ruido extraño afuera en la ventana, llegó a mi mente una diversión principal –una travesura de mi país- con frecuencia representada entre nosotros, en nuestras mascaradas: pero aquí será completamente nueva. Sin embargo, desafortunadamente, requiere una compañía de ocho personas, y...” “¡Aquí estamos!” gritó el rey, riendo por su agudo descubrimiento de la coincidencia; “ocho para una fracción, y mis siete ministros. ¡Vamos! ¿Cuál es la diversión?” “La llamamos,” respondió el lisiado, “los Ocho Orangutanes Encadenados, y realmente es un excelente deporte si se representa bien.” “Nosotros la representaremos,” comentó el rey, enderezándose, y bajando sus párpados. “La belleza del juego,” continuó Hop-Frog, “está en el espanto que ocasiona entre las mujeres.” “¡Principal!” rugió en coro el monarca y su ministerio. “Los equiparé como un orangutanes,” siguió diciendo el enano; “déjeme todo a mí. La semejanza será tan sorprendente, que la compañía de los que estén en la mascarada los confundirá por bestias

5 reales, y, por supuesto, estarán tan aterrorizados como sorprendidos.” “¡O, esto es exquisito!” exclamó el rey. “¡Hop-Frog! Haré un hombre de ti.” “Las cadenas están con el propósito de aumentar la confusión por su sonido discordante. Se supone que ustedes tienen que escaparse, en masse, de sus guardianes. Su majestad no puede imaginar el efecto que produce, en una mascarada, ocho orangutanes encadenados, que la mayoría de la compañía imaginan que son reales; y se precipitan con gritos salvajes, entre la multitud de hombres y mujeres delicada y magníficamente ataviados. El contraste es inimitable.” “Debe ser,” dijo el rey; y el consejo se levantó apresuradamente, (como si se estuviera haciendo tarde), para poner en ejecución el proyecto de Hop-Frog. Su manera de equipar al grupo como orangutanes fue muy simple, pero bastante efectiva para sus propósitos. Los animales en cuestión, en la época de mi historia, raramente habían sido vistos en alguna parte del mundo civilizado; y como las imitaciones hechas por el enano eran lo suficientemente parecidas a las bestias y más que suficientemente horribles, su realismo a la naturaleza de esta manera se creyó estar asegurado. El rey y sus ministros primero fueron envueltos en camisas y calzones de tela de punto muy ajustados. Luego los empaparon de alquitrán. En esta etapa del proceso, algunos del grupo sugirieron plumas; pero la sugerencia enseguida fue denegada pro el enano, que pronto convenció a los ocho, por una demostración ocular, que el pelo de una bestia como el orangután era mucho más eficientemente representado por el lino. Una capa gruesa de este último fue respectivamente emplastado sobre la capa de alquitrán. Ahora se había conseguido una larga cadena. Primero, la pasó alrededor de la cintura del rey, y la ató; luego alrededor de todos sucesivamente, de la misma manera. Cuando este arreglo de encadenamiento fue terminado, y el grupo estuvo tan apartado entre sí como fue posible, formaron un círculo; y para que todas las cosas parecieran naturales, Hop-Frog pasó el resto de la cadena, en dos diámetros, en ángulos rectos, a través del círculo, como lo adoptó la moda, al día de hoy, por los que capturan Chimpancés, u otros simios grandes, en Borneo. El gran salón en el que iba a tomar lugar la mascarada, era una habitación circular, muy elevada, y recibía la luz del sol sólo a través de una única ventana en la parte de arriba. A la noche (la estación para la que la vivienda fue especialmente diseñada), era iluminada principalmente por una gran araña, pendiendo de una cadena en el centro de la claraboya, y se bajaba, o se subía, por medio de un contrapeso como de costumbre; pero (para que no pareciera feo) este último pasaba por afuera de la cúpula y por encima del techo. Los arreglos de la habitación se habían dejado a la superintendencia de Trippetta; pero, parece que en algunos detalles, ella había sido guiada por el juicio más calmo de su amigo el enano. Por su sugerencia fue que, en esta ocasión, la araña fuera quitada.

6 Sus goteos de cera (que, en un clima tan cálido, eran totalmente imposible evitar), hubieran sido seriamente perjudiciales para las ricas vestimentas de los invitados, que, por motivo del estado del salón atestado, no se podía esperar del todo alejarlos del centro, digamos de abajo de la araña. Candelabros adicionales fueron puestos en varias partes del salón, fuera del paso; y una antorcha, emitiendo un dulce aroma, fue colocada del lado derecho de cada una de las Cariátides que se situaban contra la pared, de alrededor de cincuenta o sesenta en total. Los ocho orangutanes, aceptando el consejo de Hop-Frog, esperaron pacientemente hasta la medianoche (cuando la habitación estuvo completamente colmada con los enmascarados) antes de hacer su aparición. Sin embargo, no más rápido de lo que el reloj dejó de dar la hora se precipitaron, o más bien entraron rodando, todos juntos –pero el impedimento de sus cadenas hizo que la mayoría del grupo cayera, y se tropezaron mientras entraban. La excitación entre los enmascarados era prodigiosa, y llenaba de alegría el corazón del rey. Como había sido anticipado, no había pocos invitados que creyeron realmente que eran bestias de alguna clase las criaturas de apariencia feroz, si no precisamente orangutanes. Muchas de las mujeres se desmayaron por espanto; y si el rey no hubiera tomado la precaución de excluir todas las armas del salón, su grupo pronto hubiera purgado su travesura con sangre. Por decirlo así, hubo una precipitación general hacia las puertas; pero el rey les había ordenado que se cerraran con llave inmediatamente al entrar; y, ante la sugerencia del enano, le habían depositado las llaves. Mientras el tumulto estaba en su apogeo, y cada enmascarado estaba atento sólo a su propia seguridad –(pues, en realidad, había mucho peligro real por la presión de la multitud excitada)- la cadena con la que la araña colgaba comúnmente, y que la habían levantado en su remoción, se podía ver descender muy gradualmente, hasta que su extremo encorvado estuvo a tres pies del piso. Poco después de esto, el rey y sus siete amigos, habiéndose tambaleado por el salón en todas direcciones, se encontraron, al final, en su centro, y, por supuesto, en contacto inmediato con la cadena. Mientras estaban situados de esta manera, el enano, que los había seguido muy de cerca, incitándolos a conservar la conmoción, tomó fuerte su propia cadena en donde se juntaban las dos partes que cruzaban el círculo diametricalmente y en ángulos rectos. Aquí, con la rapidez del pensamiento, insertó el gancho del cual la araña habitualmente pendía; y, en un instante, por medio de algo invisible, la cadena de la araña fue tirada tanto hacia arriba como para sacar del alcance el gancho, y, como consecuencia inevitable, arrastró a los orangutanes todos juntos, y cara con cara. Los enmascarados, en este momento, en alguna medida, se habían recuperado de su alarma; y, comenzando a considerar a todo el asunto una humorada bien ideada, dieron un fuerte grito de risa ante el apuro de los simios.

7 “¡Déjenmelos a mí!” gritó ahora Hop-Frog, fue fácil oír a través de todo el bullicio su voz chillona. “Déjenmelos a mí. Me imagino que las conozco. Si pudiera mirarlos bien, pronto podré decir quiénes son.” Aquí, trepando por las cabezas de la multitud, se las arregló para llegar a la pared; cuando, agarrando una antorcha de una de las Cariátides, volvió, como se fue, al centro de la habitación –saltó, con la agilidad de un mono, sobre la cabeza del rey- y desde aquí trepó unos pies hasta la cadena –sujetando la antorcha para examinar al grupo de orangutanes, y aún gritando, “¡pronto descubriré quiénes son!” Y ahora, mientras toda la reunión (los simios incluidos) se convulsionaban por la risa, el bufón repentinamente dio un silbido chillón; cuando la cadena voló alrededor de treinta pies –arrastrando con ella a los orangutanes consternados y forcejeando, y dejándolos suspendidos en el aire entre la claraboya y el piso. Hop-Frog, adhiriéndose a la cadena mientras esta se elevaba, todavía mantenía su posición relativa con respecto a los ocho enmascarados, y aún (como si nada sucediera) seguía empujando su antorcha hacia ellos, como si se esforzara por descubrir quiénes eran. Tan completamente asombrada estaba toda la compañía, que sobrevino un silencio mortal, de aproximadamente un minuto de duración. Fue roto por un sonido rechinante tan bajo, y áspero como el que antes había atraído la atención del rey y sus consejeros, cuando el primero arrojó el vino en la cara de Trippetta. Pero, en esta ocasión, no podría haber duda con respecto de dónde surgía el sonido. Salía de los dientes del enano parecidos a colmillos, que se apoyaban y rechinaban mientras sacaba espuma de la boca, y relumbraban, con la expresión de la rabia maníaca, en el trastorno de los semblantes del rey y sus siete compañeros. “¡Ah, ja!” dijo al final el enfurecido bufón. “¡Ah, ja! ¡Ahora comienzo a ver quiénes son estas personas!” Aquí, simulando escudriñar al rey más de cerca, sostuvo la antorcha ante la capa de lino que lo envolvía, y la cual instantáneamente irrumpió en una lámina de llama viva. En menos de medio minuto los ocho orangutanes estaban ardiendo ferozmente, en medio de los gritos de la multitud que los miraba fijamente desde abajo, horrorizados, y sin el poder de brindarles la menor ayuda. Al final, las llamas, aumentando repentinamente en malignidad, forzaron a que el bufón subiera más hasta la cadena, para salir de su alcance y, mientras hacía este movimiento, la multitud se hundió, por un breve momento, en el silencio. El enano aprovechó la oportunidad, y una vez más dijo: “Ahora veo claramente, qué clase de personas son estos enmascarados. Son un gran rey y sus siete consejeros de estado –un rey que no tiene escrúpulos en golpear a una muchacha indefensa, y sus siete consejeros que lo inducen a la afrenta. Con respecto a mí, simplemente soy Hop-Frog, el bufón –y esta es mi última broma.” Debido a la elevada combustibilidad del lino y el alquitrán a la que estaban adheridos, el enano apenas finalizó su breve discurso

8 antes de que se completara la obra de venganza. Los ocho cadáveres se mecían en sus cadenas, una masa fétida, ennegrecida, horrible e indistinguible. El lisiado les arrojó su antorcha, subió perezosamente al cielo raso, y desapareció a través de la claraboya. Se supone que Trippetta, colocada en el techo del salón, había sido la cómplice de su amigo en su feroz venganza, y que, juntos, efectuaron su escape a su propio país; pues ninguno fue visto otra vez.

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