Homenaje A Rivas En La Junta Departamental

  • November 2019
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http://www.juntamvd.gub.uy/actas/acatas/acatas%202001/actas2001htm/98 8.htm 11 - EXPOSICION VERBAL DE 20 MINUTOS DEL SEÑOR EDIL GABRIEL WEISS, PARA REFERIRSE AL TEMA "PADRE ISMAEL RIVAS: OBREROCONSTRUCTOR DE UNA SOCIEDAD JUSTA Y SOLIDARIA". (EXP. 20011925). (Ocupa la presidencia el señor edil Uberfil Hernández) SEÑOR PRESIDENTE (Uberfil Hernández).- Tiene la palabra el señor edil Gabriel Weiss. SEÑOR WEISS.- Señor presidente: "Mientras repican las campanas, suenan los clarines, ondean las banderas en las calles, mientras se pronuncian discursos donde sobreabundan las palabras orden, democracia, libertad, bien común, orientalidad, en muchos hogares se lloran dolorosas ausencias, en otros se cierne la miseria por despidos y el desempleo, y un real sentimiento de temor e incertidumbre embarga los corazones de todos." Era el 25 de agosto de 1978. Y este mensaje del presbítero Rivas, expresado en la Catedral de Montevideo, fue objeto de un detenido examen por los servicios de inteligencia de la dictadura; transmitido a escondidas en todo el país, sobre todo con gestos y sobreentendidos en Libertad y Punta de Rieles, y transcripto en decenas de boletines en el exilio. Señor presidente: así encabezaba el periodista Guillermo Waksman, del semanario "Brecha", una entrevista que le realizó al sacerdote Ismael Rivas el 7 de junio de 1986. Y hoy, a un mes de su fallecimiento, hemos decidido recordarlo en esta Junta Departamental de Montevideo. Entre los años 1973 y 1985 tuvimos, por nuestra activa militancia en la Iglesia, la oportunidad de convivir con él estrechamente, de conocerlo, de admirar la coherencia entre sus pensamientos y su vida cotidiana. A nadie puede pasar desapercibido que este período que acabamos de mencionar coincide con el de la dictadura militar, el de los atropellos a los derechos humanos. La época del oscurantismo, de la vigencia de la "Doctrina de la Seguridad Nacional", que no era otra cosa que la doctrina del terror. No el abominable terror que viene por el aire y desaparece, dejando miles de víctimas, sino el no menos abominable terror que se adueña de los espíritus y que se instala durante una década, trayendo consigo la muerte y la desesperanza. En medio de ese escenario de sonido y furia, se levanta la figura de Ismael Rivas, haciéndoles frente a los soldados de la oscuridad con las armas de su convicción y de su profunda fe. Una fe con los pies en la tierra, atada al diario acontecer del mundo y de sus prójimos. Una fe atada al destino de su pueblo, coherente con su íntima convicción de que el "Reino

de los Cielos" es una construcción histórica que tiene como escenario donde desarrollarse el mundo, la vida de los hombres, la historia de la humanidad. Por tanto, la construcción de ese Reino aquí y ahora, es el desafío al que se enfrentan todos los hombres que se dicen seguidores de Jesús. Una fe, entonces, que para ser plena debe desarrollarse en una dimensión colectiva. Porque si algo detestaba Ismael Rivas era el individualismo grosero; si algo no logró rozarlo jamás fueron las pompas del poder, ni los cantos de sirena de la fama y el prestigio. Su vocación fue silenciosa, fue humilde, fue coherente con la figura de un hombre hijo de Dios -para aquellos que tienen fe- que vino al mundo en un humilde pesebre. La Iglesia de Ismael Rivas es la Iglesia de los pobres, la Iglesia de los humildes, la Iglesia de los mártires que sacrifican su vida porque creen que es posible un mundo de iguales, un mundo de inclusión, un mundo de justicia. Es por tanto, señor presidente, una Iglesia de obreros constructores de una sociedad justa y solidaria. Mientras el mensaje oficial de la dictadura pretendía apresarnos en un mundo individual, Ismael apostaba a la construcción de una comunidad abierta al mundo. Mientras el mensaje oficial pretendía llevarnos a la delación, a la desconfianza y a la indiferencia, Ismael apostaba a los valores de la integración, de la solidaridad y del encuentro. Mientras la dictadura pretendía convertirnos en ovejas sumisas y temerosas, Ismael propiciaba la resistencia al autoritarismo, generando con su impronta un clima de libertad, de respeto, de democracia. Por ello fue su Parroquia un ámbito de trabajo permanente para derrotar la propuesta de reforma constitucional de 1980. Sí, señor presidente, ese año en la Parroquia San Juan Bautista, donde Ismael oficiaba como párroco, su comunidad trabajó activamente para lo que finalmente se concretó en un sonoro y entusiasta NO al autoritarismo. Todo lo anterior, señor presidente, acompañado de una calidez en el trato humano, de una disposición permanente a recibir a quien lo necesitara; con la disposición, tal vez la más importante de todas, de escuchar con espíritu abierto, de acercar un consejo, nunca una imposición, nunca una directiva, ya que él era de los que realmente estaban convencidos de que la ley se hace para servir al hombre y no el hombre para servir a la ley. Ismael denunció con valentía y con tenacidad a la dictadura y se opuso a las mordazas y nunca dejó de decir lo que pensaba sin caer, por ello, en los extremos de la irresponsabilidad o de la liviandad. Señor presidente: quiero a partir de este momento leer fragmentos de la entrevista que citamos cuando comenzamos esta intervención: "El padre Rivas considera que más que a través de episodios salientes, el enfrentamiento de la Iglesia a la dictadura se dio de manera anónima y cotidiana. 'Para ser justos'..." -dice Ismael-, "...'lo más trascendente fue la

actitud desarrollada por las comunidades de cristianos: los ayunos, las ocupaciones de iglesias, la colaboración con la gente que estaba en las situaciones más difíciles. No debemos incurrir en lo mismo que la prensa grande, cuando informa a toda página de una fiesta en Punta del Este y nada dice de los diez niños que esa misma noche ingresaron al Pereira Rossell en estado de desnutrición. No podemos olvidarnos de la resistencia de los uruguayos anónimos y, específicamente dentro de la Iglesia, de los cristianos anónimos, de los que no querían que se supiera lo que estaban haciendo, sea por prudencia o porque preferían, como decía Cristo, que su mano izquierda no supiera lo que hacían con la derecha'". Pregunta el periodista: "¿No hubo, precisamente, un cierto divorcio entre la actitud de la base y la de la jerarquía de la Iglesia?" Contesta Ismael: "Me parece que ese divorcio fue más aparente que real. Existe, sí, la imagen de que hubo un silencio poco menos que absoluto de parte de la jerarquía. Creo que no es justo plantear las cosas en estos términos, porque se trata de una simplificación. La jerarquía nos recomendaba que defendiéramos los derechos del hombre y había una anuencia implícita a lo que se hacía en las comunidades cristianas. No podía haber un apoyo público porque eso hubiera sido riesgoso, en primer lugar, para las comunidades. De todos modos, considero que -para lo que nos debemos exigir los cristianos- estuvimos demasiado remisos: debimos comprometernos más. Tenemos que reconocer, con humildad, que no siempre estamos a la altura de lo que nos tenemos que exigir de acuerdo con nuestro compromiso cristiano." Pregunta el periodista: "¿Cuáles fueron, a su juicio, las consideraciones que llevaron a las autoridades de la Iglesia a no plantear un enfrentamiento más directo con la dictadura?" Contesta Ismael: "Una parte del Episcopado sostenía que no había que ir a un enfrentamiento directo para lograr una mayor eficacia en la ayuda a la gente que estaba más desamparada. Se decía, por otra parte, que por distintas circunstancias históricas, la Iglesia uruguaya no tiene tanta fuerza social como la de Argentina, Chile o Paraguay y que por eso no estaba en condiciones de enfrentar directamente a la dictadura. En cambio, otros obispos consideraron siempre que la Iglesia se mantenía demasiado silenciosa, que debió hablarse más claramente sobre derechos humanos y sobre torturas, a través de cartas pastorales. Personalmente creo que, si bien es injusto afirmar que no se hizo nada, hubo carencias. Faltó contundencia para hablar de valores fundamentales, como el de la dignidad de la persona, el de la educación o la libertad de expresión." Continúa preguntando el periodista: "¿Fueron consideraciones de ese mismo tipo las que llevaron a la Iglesia a aceptar la censura de la pastoral de 1975?". "Una vez dije en un sermón que los primeros apóstoles de las comunidades cristianas -Pablo, Pedro, Santiago- nunca hubieran tolerado que una carta de ellos fuera censurada por un emperador romano, que no

llegara al pueblo su pensamiento íntegro. Yo era partidario, en 1975, de que no saliera nada si es que no podía salir lo que habíamos escrito..." Hablando de la coyuntura de la salida de la dictadura y del año 1985, dice Ismael Rivas: "...Creo que, desde marzo del año pasado, a los cristianos nos pasó un poco lo mismo que a todos los uruguayos: nos hemos dejado estar. En nuestro país ya no se persigue, no se tortura y podemos expresarnos libremente. Todo es muy positivo, fundamental. Pero no podemos contentarnos con eso. Sigue habiendo pobreza, desempleo, hambre, un presupuesto insuficiente, dependencia. Tenemos que buscar las causas de los problemas y contribuir a su solución". (...) "¿Cuál podría ser, a su juicio, el aporte de la Iglesia en torno al debate sobre derechos humanos?" "Antes que nada, sería necesario despejar una gran confusión. Se está hablando de 'no tener los ojos en la nuca', de perdón, de reconciliación, y se está sosteniendo que esas actitudes se fundan en la caridad cristiana. Hace falta aclarar que ésta se basa precisamente en la justicia. De ninguna manera se puede tolerar que queden impunes las injusticias que se hayan cometido. Se dice, también, que el reclamo de justicia afecta a personas e instituciones. No comprendo cómo una persona o una institución podría verse afectada por el hecho de que alguien que haya cometido un delito lo pague. Solo se vería afectada una institución si optase por encubrir a los miembros que hubiesen delinquido. Incluso, después de que haya un juicio, podrá discutirse una amnistía. Habrá que ver, entonces, cuál es el consenso de la sociedad. Pero primero, tiene que saberse la verdad. Por algo Cristo siempre dice: 'No tengan miedo: yo soy la verdad y la verdad los va a hacer libres'". ")Qué sería para usted..." -pregunta el periodista- "...'tener los ojos en la nuca'?" Y contesta Ismael Rivas: "No llamar a las cosas por su nombre. Negarse a ver la realidad tal cual es. Sostener que se puede construir un nuevo Uruguay solo con la gente que está de acuerdo en que los problemas no existen. O reconocer esos problemas, cuando son demasiado evidentes, pero decir que los hay en todo el mundo y que por eso no debemos preocuparnos. Esta es una forma tremenda de falsear la verdad. O decir 'somos un país pequeño y por lo tanto somos dependientes; no solo nosotros dependemos del imperio y si no dependiéramos de este imperio, dependeríamos de otro'. O afirmar que 'el Uruguay resentido o amargado' es el que ve los problemas y les busca una solución, el que no se contenta fácilmente ni se queda con los brazos cruzados, el que lucha por una mayor justicia y por la verdad". (Qué vigencia tienen estas palabras, señor presidente! Parece que estuviera hablando hoy y no en el año 1986. "Tener los ojos en su debido lugar..." -dice Ismael- "...es lo que nos permite comprender que no podemos escudarnos en que en todo el mundo existe el hambre para no solucionar el problema del hambre en nuestro país. O entender que se le hace un gran daño al país cuando se sostiene que 'son buenos aquellos que dicen que todo está bien y malos -o

'comunistas' o 'revoltosos' o 'anárquicos' o 'resentidos'- los que no se quieren contentar con la situación que tenemos'". Parece, señor presidente, que Ismael Rivas se levantara de la muerte para contestar algunos discursos políticos que están en boga en estos tiempos. Lo que sucede es que los hombres comprometidos, los hombres que son esencialmente fieles a sus valores, dicen verdades que trascienden indiscutiblemente el paso de la historia. Voy a solicitar que mis palabras pasen a la familia de Ismael Rivas, al Hogar Sacerdotal, a la Parroquia San Juan Bautista, a la cooperativa de viviendas "Rayuela", al Arzobispado de Montevideo, a la Parroquia del Paso de la Arena, al Colegio y Liceo San Juan Bautista, al Obispo de Maldonado, San Carlos y Rocha, presbítero Rodolfo Wirz. Muchas gracias, señor presidente. SEÑOR PRESIDENTE.- Así se hará, señor edil. Tiene la palabra la señora edila María Sara Ribero. SEÑORA RIBERO.- Gracias, señor presidente. Como decía el edil Weiss, Ismael Rivas fue párroco en la Iglesia San Juan Bautista, en Pocitos, desde el 11 de abril de 1973 hasta el 11 de mayo de 1988; atravesamos toda la dictadura con él. Ismael Rivas no dudó nunca -como decía el edil Weiss- en denunciar toda violación a los derechos humanos y tuvo enfrentamientos con la dictadura que lo llevaron a situaciones difíciles intra y extra eclesiásticas. También, como miles de uruguayos, incursionó en las cárceles del régimen. Me costó mucho pensar cómo recordar a una persona que significó tanto para muchos, pero que fue muy desconocida para el resto. Se me ocurrió que la mejor manera de hacerlo -releyendo unos libros que recogen varias de sus prédicas- era tomar algunos elementos importantes, y dejar que él hable a través de nosotros. En alguno de sus escritos decía: "No intentamos idealizar a nadie por el hecho de no estar más entre nosotros pero creo que, si lamentamos en algún momento su partida, es porque algo de esa persona era valorado por nosotros y porque nos alegramos de haberlo conocido. El mejor homenaje que podemos ofrecerles a nuestros seres queridos es rescatar lo positivo que en ellos descubrimos, integrarlo a nuestras vivencias y seguir transmitiéndolo a otros que no tuvieron la oportunidad de conocerlos; una nueva oportunidad de dar gracias por tanta gente buena que pasó parte de su vida cerca nuestro, y en un compromiso de mantener vivos en nosotros los valores que hicieron que los amáramos". Eso es lo que voy a intentar hacer ahora, por eso retomo pensamientos suyos.

En alguna de sus reflexiones, nos invitaba a descubrir el sentido pleno de nuestra vida en sociedad, y el valor profundo de lo que significa la patria. Y decía: "Es evidente que la sociedad es una exigencia de la naturaleza. Nadie puede vivir solo, aisladamente; nos necesitamos los unos a los otros y en la convivencia nos complementamos mutuamente. Sólo viviendo en sociedad podemos desplegar todas nuestras potencialidades y realizar nuestra vocación humana. Pero hay muchas manera de convivir, y no todas son igualmente adecuadas para la realización humana y cristiana de los hombres. La historia nos habla de imperios brillantes, metrópolis fastuosas e incluso culturas refinadas, logradas al precio tremendo del dolor y la sangre de otros pueblos vencidos y despojados o de otros grupos humanos esclavizados u oprimidos. Es conveniente en este momento de reflexión no hacernos los distraídos y querer aplicar esta realidad solo a miles de decenios anteriores a nosotros y cerrar nuestro corazón y nuestra mente a la realidad actual de nuestro planeta, la Tierra. El 15 de setiembre de 1969 decían los Obispos del Uruguay: 'La creciente necesidad económica que alcanza un número cada vez mayor de personas y de familias, agravada por una desocupación en aumento...la intolerancia, la agresividad, la coacción y la violencia...la falta de diálogo constructivo en orden al bien común de la sociedad...la codicia insaciable de algunos y la usura, en sus múltiples formas, que se aprovecha de la angustia de muchos... el egoísmo creciente de personas y grupos poderosos que buscan solamente su interés particular con desprecio del bien del país...', todo eso constituye un grave pecado contra la patria, el pecado supremo: la falta de amor. Estamos viviendo en el Uruguay y en América Latina un capítulo muy duro y difícil, pero extraordinariamente fecundo". Y decía. "Es posible la paz porque es posible la justicia y el amor". Nos invitaba a reflexionar, también, sobre el sentido de nuestra fe. Señalaba: "El evangelio no es una utopía, sino una vida. El amor que se nos ha dado en Cristo y que nosotros tenemos que trasmitir a los demás, no es cosa de palabras. El amor no se dice, se construye día a día, se fabrica, se crea en una lucha cotidiana por la justicia y la paz. Si hiciéramos una especie de encuesta sobre quién es Cristo, ciertamente nos encontraríamos con múltiples contestaciones. Unos dirían que fue el fundador de una religión, al igual que Buda o Mahoma; otros, que era un revolucionario de primer orden, un hombre que se opuso al poder establecido, que fue contra la ley para superarla, que defendió a los pobres y a los oprimidos, que lanzó al mundo un mensaje extraordinario de solidaridad, que atacó a los poderosos, que no se doblegó ante las exigencias de los fuertes del mundo. Habría también quienes responderían diciendo que fue un líder de esos que caen de tanto en tanto por el mundo, que tienen carismas especiales, de quienes la gente es incapaz de prescindir porque, si les faltan, parecen huérfanos, pierden su personalidad y son incapaces de pensar por sí mismos. Para otros fue uno de esos grandes mesías que se equivocó al plantear al mundo una utopía imposible de alcanzar, porque la realidad es que si no hay competición no se gana nada en la vida y que la solidaridad y la entrega a los demás nadie las valora. No faltaría también quien negara la

existencia de Cristo como persona real y concreta y lo considerara un simple mito. Es importante también que nosotros contestemos a la pregunta: ) quién es Cristo? Hay muchas cosas ciertas en las anteriores respuestas, pero quizás ninguna sea completamente la que tenemos integrada. Sabemos que no fue el fundador de una religión; que su actitud no se limitó a promover un nuevo orden social; que no fue sacerdote, sino laico; que su objetivo principal fue la creación de un pueblo nuevo capaz de hacer posible en la tierra el Reino de Dios, donde se vivan la paz, la justicia y el amor; que propuso la hermandad entre todos los seres humanos, evitar la explotación de unos por otros, proteger a los débiles, compartir todo cuanto poseemos: bienes, tiempo, cultura, etcétera, de tal modo que se erradique definitivamente la pobreza. Por último, podemos agregar que creemos en su presencia entre nosotros, ayudándonos a vivenciar nuestra fue en Él, de tal modo que poco a poco lo demos a conocer al mundo a través de nuestro testimonio". Por último, quiero hacer conocer su enfoque sobre tres valores fundamentales: la justicia, la fraternidad y la libertad. Decía: "Cuando hablamos de justicia generalmente se entiende: dar a cada uno lo suyo y a todos lo que les corresponde sin discriminaciones, pero en la práctica, esto se relativiza y condiciona. Nos hemos acostumbrado a que hay clases privilegiadas y marginadas, barrios residenciales y cantegriles. La cultura y el sistema capitalista en que estamos inmersos nos han vuelto fatalistas y pensamos que eso no puede cambiar, que siempre va a ser así y que lo más que se puede hacer es mejorar un poco las condiciones de vida de los más desposeídos, ayudarlos un poco. Si a alguien se le ocurre decir que hay que cambiar las estructuras injustas que provocan diferencias, inmediatamente se lo tilda de marxista o de idealista; sin embargo esta idea no proviene de Marx, sino de Cristo, que decía: 'Todos vosotros sois hijos de un padre común'. Y no dudamos en admitirlo intelectualmente, pero no lo integramos a nuestra vida de todos los días ni nos alteramos ante una realidad opuesta. La conversión cristiana debe llevarnos a una actitud de fraternidad para con el prójimo, cualquiera sea su raza, color, clase social, nacionalidad, cultura e ideología; todos estamos de acuerdo en esto, pero en la praxis hacemos todo tipo de distinciones. Si hablamos de libertad también coincidiremos en decir que es un derecho inalienable de la persona humana; sin embargo, con mucha facilidad, creamos excepciones predicando la necesidad del orden, la tranquilidad, la democracia y la paz común, y conculcamos ese valor tanto a nivel familiar como religioso o político. El rol del cristiano no es apartarse de esa realidad, sino tratar de ser fermento que transforma desde dentro a la masa y la lleva a darle, a esos valores tan menoscabados, su verdadero contenido, no solo a nivel

intelectual como hasta ahora, sino para que sean vividos auténticamente sin engaños ni excepciones de ningún tipo." Estas son apenas algunas de las ideas que quería resaltar de esta persona excepcional con quien tuvimos el privilegio de compartir quince años -duros años-; esta persona excepcional que era, además, un ser pacífico, acogedor, simpático, que dio a todos un lugar -en la diversidad de lo que Pocitos puede significar-, señalando siempre hacia dónde debían apuntar nuestras prioridades. En honor a él, entonces, decimos -hablo en nombre de la comunidad de Pocitos y en el mío propio- que uno no puede pasar quince años de su vida recibiendo tanta riqueza para un buen día abandonarlo todo. El compromiso de esa comunidad -aun con sus dificultades- continúa existiendo, a fin de ir transformando en reales estos valores por los cuales Ismael Rivas peleó toda su vida. Aun durante la larga enfermedad que lo deterioró de manera lamentable, Ismael Rivas pudo mantener ese espíritu y esa claridad en sus consejos -nunca fueron imposiciones-. Con él siempre había un diálogo para analizar los problemas de la realidad e ir encontrando soluciones a cada una de las distintas problemáticas y situaciones que compartimos a lo largo de los quince años en que fue párroco y durante los muchos que lo vimos después, hasta su fallecimiento, ocurrido hace un mes. Durante ese tiempo fue mucho lo que nos dio, y por eso sentíamos que algo teníamos que compartir con ustedes. Gracias, señor presidente. SEÑOR PRESIDENTE.- Gracias a usted, señora edila. Tiene la palabra el señor edil Mario Cayota. SEÑOR CAYOTA.- Voy a ser muy breve, señor presidente. Conocimos a Ismael Rivas hace más de cincuenta años. Entonces, ¿cuánto podríamos decir en torno a lo que él fue y a lo que, incluso, significó para nosotros? Lo han hecho ya -y, por supuesto, muy bien- nuestro compañero el señor edil Gabriel Weiss y la señora edila María Sara Ribero. Nosotros simplemente queremos resaltar una faceta de su personalidad que siempre nos impresionó y que hoy, en forma indeleble, nos sigue acompañando cuando lo recordamos. Me refiero a su coherencia. Quizás porque cronológicamente nos estamos acercando a la muerte, nos importan cada vez más los hechos y no tanto las palabras. Y nosotros podemos asegurar, por los tantos años que conocimos a Ismael, que este hombre vivió siempre lo que dijo, y lo vivió hasta el final.

Nos dio ejemplo en situaciones límite que tienen que ver con la realidad política y social del país. Nos dio ejemplo durante la dictadura, pero también nos lo dio durante su enfermedad. Vivíamos cerca, en la misma manzana. El sufría ese Parkison terrible que lo fue aniquilando físicamente. Realmente, creemos que ese testimonio de serenidad, paz y valentía que nos dio fue su último legado, riquísimo para todos nosotros. Por eso, en este momento, desde aquí quiero simplemente agradecerle a este amigo, Ismael, el testimonio de coherencia que nos dio. Gracias. SEÑOR PRESIDENTE.- Gracias a usted, señor edil. SEÑOR MORODO.- Pido la palabra. SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene la palabra el señor edil Morodo. SEÑOR MORODO.- Gracias, señor presidente. No tuvimos la fortuna de conocer personalmente al Padre Rivas, sino a través de personas que estuvieron muy cerca de él, en momentos muy difíciles que hemos vivido. Es así que sabemos de su arrojo -y no dudo en utilizar este término-, de sus actitudes de valentía y dignidad cuando el fascismo que tuvimos que soportar intentó, de alguna manera, que dejara de hacer algunas cosas que hacía nada más que en beneficio de los otros y jamás empuñando otra arma que no fuera la palabra. Porque de eso se trataba: los compañeros que él amparaba empuñaban la palabra en nombre de una libertad conculcada, de una represión, una tortura, una muerte, un robo, un exilio, basándose en el denominador lógico e indiscutible del cristianismo, que es la solidaridad, y no solo la solidaridad personal, sino también como justicia social. Aquí se han leído cosas que él escribió y pensó. En su momento, Ismael Rivas fue perseguido y encarcelado; se lo trató de silenciar de todas las formas posibles, pero no se logró. Fue tildado, entre otras cosas, de marxista. Todos podemos considerar hoy que eso es historia pasada. Pero no es así, señor presidente. Desgraciadamente, a la luz de acontecimientos muy recientes -que poco tienen que ver con los acontecimientos a los que me refería y que nos tocó sufrir a miles de uruguayos-, podría decirse que nada de eso está tan lejano para algunos; para algunos con sus mentes enfermas, tan enfermas como las de los otros, porque las enfermedades no las tiene uno solo, sino que las tienen unos y otros, los que tratan de plantear algo como el bien y el mal o el blanco y el negro.

No dudo, presidente, de que en estos momentos haya quienes aquí, en Uruguay, estén tratando de hacer rezumar lo que dijo el Padre Ismael Rivas y de que se hable nuevamente del contubernio cristiano o católico, marxista y comunista. Digo esto con dolor, señor presidente, porque quieren retrotraernos a una época signada por el "estás conmigo o estás contra mí". No tengo dudas, señor presidente -digo esto con dolor, y espero estar equivocado-, de que de aquí en más, en muy poco tiempo, muchos -algunos de los cuales encabezan colectividades importantes de Uruguay; no mencionaré sus nombres- harán verdaderas campañas electorales tratando de hacer rezumar los fantasmas de la dictadura, y tildarán a Ismael Rivas, que luchó por la libertad, la dignidad y la justicia social, de marxista, católico y leninista. Por eso, quiero que el legado de Rivas sirva como reflexión, porque en él jamás hubo -en muchos otros tampoco- un mensaje de confrontación, sino todo lo contrario; su mensaje, verdaderamente cristiano, fue de paz. Muchas gracias.

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