Fernando de Diego: El Esperanto como Ideología 27 de febrero de 2007
El esperanto nace en 1887, es decir, en un periodo histórico en el que se consolida el sistema de los Estados mundiales y en el que el comercio, el progreso técnico y la industria van transformando a la sociedad. Las grandes líneas de vapores y ferrocarriles cruzan mares y continentes y nuevas maravillas como la electricidad y el telégrafo son ya realidades en rápido desarrollo. Tras la guerra franco-prusiana de 1870, el mundo que se llama civilizado vive una paz larga que parece definitiva. Hay, por supuesto, guerras marginales en África y Asia, pero se consideran conflictos inevitables para llevar las luces a pueblos sumidos en la barbarie. ¿Acaso el misionero no sigue los pasos del guerrero para derramar en las tierras conquistadas los bienes de la ética y la moral de la cultura blanca? No importa que hombres cimeros en la historia del pensamiento coloquen con sus obras cargas de profundidad bajo la línea de flotación de las estructuras sociales. Los grandes demoledores -Schopenhauer, Nietzsche, Marx, Freud, Darwin- cruzan en algún momento sus coordenadas vitales con la fecha de nacimiento del esperanto. Pero, por entonces, son pequeñas voces agoreras que se pierden en el sentimiento general de que el progreso, tanto material como moral, es ya imparable. En medio de esta impregnación ambiental viene al mundo, el 15 de diciembre de 1859 el creador del esperanto, Luis Lázaro Zamenhof. Judío, descendiente al parecer de una familia sefardita expulsada de España en 1492, Zamenhof crece y se educa en Bialistok, ciudad de la Polonia de entonces, sometida a Rusia. Allí viven, en medio de feroces antagonismos sociales, económicos y políticos, polacos, rusos, alemanes y judíos con su algarabía de lenguas diferentes. Inmerso en aquel mar de odios cruzados, Zamenhof, que sufre en carne propia su condición de miembro de una raza secularmente oprimida, es educado con arreglo a los principios de la Ilustración, según los cuales, todos los hombres somos hermanos con derechos iguales. El contraste de estos principios con las duras realidades del medio provoca en Zamenhof el despertar de cierta característica mesiánica, fácil de hallar entre los hebreos, la cual se decanta en un sueño obsesivo: el de unir a la humanidad con fraternos lazos de concordia utilizando para ello el instrumento de una lengua universal capaz de facilitar el entendimiento, en pie de igualdad, entre todos los grupos humanos. Así pues, cuando tras muchos años de gestación el esperanto ve la luz del mundo en 1887, su nacimiento se debe a un impulso idealista, a una creencia implícita en el progresivo desarrollo de la fraternidad, y la justicia, como factores paralelos del progreso material. La semilla cae en terreno abonado. Ya antes, otro proyecto de lengua internacional, el volapük, lanzado por el abate alemán Schleyer en 1879, obtuvo una acogida entusiasta y, a pesar de las arbitrariedades de su construcción y de su léxico, progresa con rapidez y, veinte años después, existen 283 sociedades volapükistas registradas en todo el mundo. El volapük está en armonía con el espíritu de los tiempos, pero por las
deficiencias de su estructura lingüística no puede compararse con el esperanto, y el proyecto del abate alemán se desmorona y desaparece en pocos años ante la evidente superioridad de su rival. Aquí se produce un curioso fenómeno de transvase. Buena parte de los principales volapükistas se pasa con armas y bagajes al campo del esperanto y lleva consigo todo un aparato organizativo y un transfondo idealista, el cual, por coincidir en líneas generales con los principios de Zamenhof, es fácilmente asimilable. Los esperantistas se organizan, con arreglo al modelo volapükista, en clubes y centros locales, que a su vez forman las sociedades nacionales. Ambos movimientos organizan congresos internacionales y establecen academias para seguir y estudiar el desarrollo de sus respectivas lenguas: Kádem Vólapuka y Akademio de Esperanto. El movimiento esperantista comienza a usar, a la manera de los volapükistas, elementos emotivos como el himno, la bandera, la insignia y también una especie de culto personal a la figura del Maestro o creador de la lengua. Las similitudes entre los dos movimientos son tan fuertes que podría hablarse de una continuidad entre ellos. El propio Zamenhof, que ya en 1882 aprendió el volapük, escribía a Schleyer el 27 de noviembre de 1887: "Aprecio su noble deseo de ser útil a la humanidad. Con mi profundo respeto al autor del volapük, yo trabajo, no contra el volapük, sino a favor de la idea. Para mí la idea de una lengua internacional es sagrada, y me sentiré contento y feliz, sea cual sea la que la humanidad adopte." Pero, al margen de las coincidencias de ideología y del uso de ciertos símbolos y emblemas, una diferencia fundamental da al esperanto, aparte ya de su superioridad como lengua, el impulso definitivo. Zamenhof sabía muy bien que las lenguas constituyen fenómenos sociales y que, para equipararse con ellas, el esperanto debía poseer también el mismo carácter, es decir, servir como vehículo de comunicación y pensamiento de una colectividad, la cual, por eso mismo, debía disponer libremente de la lengua y desarrollarla con arreglo a sus necesidades. De esta manera el esperanto se convertía en un idioma más, sujeto a los mismos avatares que los idiomas nacionales, mientras que el volapük era propiedad exclusiva de su creador, el cual dictaba autocráticamente las voces nuevas que convenían introducir o las nuevas normas a seguir. Al tiempo que Zamenhof socializaba y liberalizaba, por decirlo así, al esperanto, asegurándole una vitalidad asombrosa que supo resistir y vencer la catástrofe de dos guerras mundiales y los efectos mortíferos de dictaduras implacables, también insistía en que la lengua internacional era sólo un recurso, un medio para lograr fines superiores. En el 2º congreso universal de esperanto, celebrado en Ginebra en 1906, Zamenhof declaraba: "Todos tenemos muy presente que, trabajando por el esperanto, no nos movemos por razones de índole práctica, sino inspirados por el ideal grande y sagrado que la lengua conlleva. Este ideal, que sentimos muy hondamente, es el de la fraternidad y justicia entre todos los pueblos.”
Llegamos así a algo inédito hasta entonces: a la pretensión de ver en una lengua un idealismo intrínseco, una especie de emanación de las más nobles esencias éticas. Muchos esperantistas de la primera hora, principalmente la vieja guardia francesa, educada en el escepticismo religioso y en el positivismo liberal de la época, se sienten alarmados ante el idealismo un tanto mesiánico de Zamenhof, que también llega a proclamar en ese segundo congreso: "Si por temor a desagradar a esos señores que quieren utilizar el esperanto sólo para asuntos de tipo práctico vamos a arrancar de nuestros corazones lo más esencial, lo más sagrado, el ideal que siempre nos ha guiado, entonces, llenos de indignación, destrozaremos y quemaremos todo lo que hemos escrito por el esperanto, renunciaremos a los trabajos y sacrificios de toda nuestra vida, tiraremos a lo lejos la estrella verde que llevamos en la solapa y exclamaremos: “ ¡Con ese esperanto limitado a los objetivos del comercio y de la utilidad práctica no queremos saber absolutamente nada!” El nebuloso idealismo, que Zamenhof se empeña en atribuir a la lengua, se quiebra. Los instintos y las apetencias del hombre se imponen, como siempre, a los ideales puros. Bajo las declaraciones solemnes y los lirismos fraternales, los esperantistas se agrupan en facciones irreconciliables, en personalismos intransigentes, en torno a los cuales se polarizan diversas tendencias. En efecto, si por una parte el esperanto facilita la amistad y el conocimiento entre personas de diversas lenguas, por otra, origina también antipatías, enemistades y hasta odios feroces que se desprenden de las diferentes concepciones de lo que debiera ser el esperanto como lengua, como filosofía y como movimiento organizado. La acumulación de todos estos factores conduce al gran cisma del Ido, en 1908. El Ido, hijo espurio del esperanto, nace por una serie de motivos complejos: por las ambiciones de protagonismo de un grupo de esperantistas franceses encabezados por Beaufront; por el deseo de "occidentalizar” el aspecto y la estructura del esperanto; y por distanciarse de su doctrinarismo. La aventura del Ido concluye en los últimos años de la década de los veinte, corroído por una fiebre perfeccionista que nunca encuentra el punto de estabilización. Zarnenhof, a la vista de todos estos acontecimientos, comprendió que era necesario deslindar, al menos hasta cierto punto, el idealismo de la lengua. En 1913 confesaba que “el esperantismo refleja sólo una idea vaga de esperanza y de sentimiento de fraternidad... que descansan sobre la base del neutralismo lingüístico... " y entonces construye una doctrina, un tanto autónoma del esperanto, a la que bautiza con el nombre de “homaranismo” o "hilelismo" y que tiene concomitancias filosófico-sociales. En su Deklaracio pri Homaranismo, Zamenhof explica el objetivo y las convicciones de los homaranistas. “Los homaranistas estamos convencidos de que todo chauvinismo de tipo nacional o religioso, de que cualquier propósito de un pueblo por dominar a otros, debe desaparecer antes o después por estar basado en la mentira y en la ley de la fuerza. Y no es más que pura barbarie humillar u oprimir a un hombre porque pertenezca a otro pueblo, a otra lengua, a otra religión o a otra clase social."
Zamenhof sigue siendo el mismo idealista, el alma buena que piensa que las solas palabras pueden liberar al hombre de sus malos instintos, a pesar de los ejemplos en contrario de la historia, y a pesar de los avatares que han venido sufriendo todas las religiones y todas las grandes doctrinas basadas en abstracciones éticas. Por si fuera poco, el neutralismo político -otro de los principios de la ideología esperantista- salta, en pedazos cuando los primeros grupos de trabajadores esperantistas (que entre 1903 y 1908 se establecen en Suecia, Alemania, Holanda y Francia principalmente) declaran: "Primero somos socialistas y luego esperantistas" Bajo la consigna "abajo el neutralismo" la Sennacieca Asocio Tutmonda (Asociación Mundial Anacional), donde se cobijan todas las tendencias de la izquierda, cuenta en 1929 con cerca de 7.000 miembros. El movimiento obrero esperantista se subdivide a su vez cuando el comunismo soviético, que cree ver en el esperanto un eficaz vehículo de propaganda mundial, fuerza un cisma dentro de las filas de la Sennacieca Asocio Tutmonda, allá por el año 1930. En torno al esperanto y al esperantismo se han sucedido, hasta nuestros días, parecidas tensiones aunque, justo es reconocerlo, no tan virulentas y críticas como en los tiempos del nacimiento del Ido. A fin de cuentas, el esperanto tiene ya una tradición centenaria que comienza a ser larga y que, como todas las tradiciones, posee una gran fuerza cohesiva y estabilizadora. Ya más cerca de nuestro tiempo, se define y vuelve a definir ese vago concepto doctrinario llamado esperantismo. Ivo Lapenna, cuya tremenda personalidad se impuso durante más de veinte años en el movimiento esperantista, define así el mínimo de elementos consustanciales con el esperantismo: igualdad de todas las razas y naciones; solidaridad mundial y respeto a los derechos humanos; libertad, porque sólo en un clima de libertad pueden manifestarse y florecer la igualdad y la solidaridad. Ivo Lapenna se considera heredero directo de Zamenhof en el campo ideológico y su manera de interpretar el esperantismo lleva el marchamo de “internacionalismo humanista.” Por su parte, Semjom Podkaminer, como representante de los ideólogos esperantistas del ex-bloque soviético, se pronunciaba a favor de una doctrina basada en el fomento de la coexistencia pacífica, en el aliento a los pueblos que luchaban por su liberación nacional, y en la distensión internacional entre las grandes potencias, es decir, en unos principios transitorios que servían a la estrategia política del bloque. Vemos pues, que los dogmas del esperantismo han tenido sus herejías y sus réprobos, como ocurre fatalmente cuando se divaga sobre la manera de llevar a la práctica los esquemas que tratan de imponer normas ideales a la conducta del hombre y de la sociedad. Basta un análisis, aunque sea superficial, del tema, para llegar fácilmente a la conclusión de que todas las lenguas y por consiguiente también el esperanto, no pueden ser otra cosa sino simples instrumentos de comunicación y no expresiones peculiares de principios doctrinarios. Como dice el alemán oriental Blanke, “en la misma lengua se pueden expresar las ideas más antagónicas. El alemán fue la lengua de Goethe, de Marx ...y de Hitler”
Pero esta conclusión no despeja el problema de la ideología referida al esperanto. Hay otro aspecto de la mayor importancia y es el siguiente: si observamos atentamente el contorno político-social en que se mueve el esperanto, hallaremos una constante histórica reveladora, a saber: cuando en un país se coarta la libertad y se imponen normas dictatoriales y exclusivismos nacionalistas y racistas, la lengua internacional se marchita y muere. La historia reciente es bien reveladora al respecto. Tanto la Alemania hitleriana como la Rusia de Stalin acabaron con los movimientos esperantistas de ambos países y no pocos esperantistas fueron vejados, encarcelados e incluso ejecutados, víctimas de esa intolerancia que eleva a la categoría de dogmas indiscutibles y eternos unos ciertos conceptos, que no son sino puros intentos de racionalizar y de darle una impronta intelectual al amasijo de instintos crueles y primitivos que configuran, por desgracia, el lado tenebroso de la condición humana. Hemos de concluir, pues, que aunque el esperanto, como lengua, no constituye "per se" una ideología, sí necesita moverse y respirar dentro de un determinado contexto político-social en el que pueda desarrollarse y alcanzar sus fines. El tiempo y la experiencia nos han demostrado que sólo en una sociedad en la que imperan los principios del liberalismo que, por otra parte, son los que mejor garantizan los derechos inalienables del hombre, encuentra el esperanto su mejor caldo de cultivo y sus mayores posibilidades de progreso. Diremos pues, que el esperanto necesita del liberalismo como premisa de su propia supervivencia. Y que al margen de ello, cada persona le añade determinados conceptos aleatorios con arreglo a sus creencias previas o a sus particulares experiencias en el uso del idioma. No cabe duda, que ciertas dosis de emotividad e incluso de irracionalismo constituyen un fermento vital para la puesta en marcha de cualquier empresa de carácter intelectual o doctrinario. La historia de las religiones así lo confirma. Pero tampoco cabe duda que, cuando ese irracionalismo se dispara y desorbita, acaba por arruinar todo lo que ayudó a construir y degenera en dogmatismos estrechos, en rutina, en herejías e intolerancia. Por suerte, junto a este doctrinarismo, en parte laudable y respetable, pero inoportuno en sus maneras de manifestarse y en su afán de protagonismo, comenzó a movilizarse un idealismo de tipo práctico ( y valga la aparente contradicción de los términos), puesto que se centraba en el exclusivo afán de potenciar al máximo las cualidades y las posibilidades de la lengua, es decir, de procurar su triunfo gracias a sus valores intrínsecos, no a consideraciones de tipo ideológico. A esta actitud hay que denominarla idealista, porque se necesita una fuerte dosis de idealismo para, desdeñando mejores oportunidades en la vida, dedicarse a una actividad que no da dinero ni prestigio. Gracias a este tipo de idealismo, cuyos máximos exponentes pudieran ser el polaco Kabe, el francés Waringhien, los húngaros Baghy y Kalocsay y el inglés Auld, entre otros muchos, la lengua esperanto alcanza ya una madurez y una riqueza que la hacen apta para los más arduos empeños. Este idealismo, circunscrito a la lengua como fenómeno cultural y social, abre nuevos horizontes no sólo en el campo de su consolidación literaria, sino también en el de su paulatina aceptación por parte de amplios sectores, que antes la ignoraban o la ridiculizaban. En contraste, la insistencia
en propagar un aparato doctrinario paralelo a la lengua puede estorbar y perjudicar, como efectivamente así ha ocurrido, al desarrollo del esperanto, al tiempo que fomenta su descrédito. Los esperantistas comprometidos con el futuro apostamos por el idealismo práctico ceñido a la lengua. Y en esto imitamos al propio Zamenhof porque, al margen de su idealismo ético y de sus prédicas pseudoreligiosas, el creador del esperanto se manifestó también como un tremendo idealista práctico, ya que trabajó sin cesar sobre el idioma hasta el fin de sus días. Fin amargo, porque el estallido de la primera guerra mundial hizo añicos el entramado de sus sueños. Zamenhof murió el 14 de abril de 1917, dejando a la humanidad un legado extraordinario: una lengua ya instalada en el cuerpo social del mundo desarrollado, y también un corazón deshecho por el mazazo brutal con que las duras realidades de la vida llegan a machacar las aspiraciones más nobles del hombre.