¡Gracias por venir! Para: Luisa
Esta
es la historia de Shelly, una linda hormiguita, juiciosa y trabajadora que seguía
siempre las órdenes de Peter, el capitán de aquél gran hormiguero que cada día crecía y se volvía más fuerte y productivo. Shelly, al igual que todas las hormigas de aquél lugar, obedecía alegremente a Peter y siempre se mostraba gustosa y colaborativa, lo cual era algo que Peter admiraba en ella. Un día ocurrió algo muy inusual cerca del hormiguero: había llegado un animal muy extraño; llegó con una herida que casi no le dejaba caminar. Ninguna hormiga se atrevía a acercarse, sólo Shelly, quien era muy valiente, se acercó y con todo su esfuerzo y rapidez le colocó unas cuantas hojitas medicinales que ayudaron a sanar la herida de aquél extraño animal. -
¡Hola!, soy Francis, gracias por ayudarme – dijo aquél animal curioso – . ¡Hola Francis!, yo soy Shelly y fue todo un placer ayudarte. Dime, ¿qué puedo hacer para recompensarte? Umhhh… puedes complacerme en algo, si quieres. Claro que quiero, solo dime qué es. ¿Me das un paseo en tu espalda? ¡Por supuesto!
Shelly se subió en la espalda de Francis (que por cierto era una oruga) y juntos pasearon alrededor del hormiguero. Todas las hormiguitas se sintieron muy felices de ver a Shelly tan contenta y saber que aquella oruga no les iba a hacer daño. Fue pasando el tiempo y Francis parecía una hormiga más. Era un poco lenta pero tenía una gran fuerza y era de gran ayuda para todas las hormiguitas. A Shelly le encantaba jugar y divertirse con ella; el tiempo, la brisa y el sol estaban a su favor. Su amistad cada día se volvía más fuerte, más alegre, más especial. Sin embargo, un día, de esos que cambian la historia de vidas enteras, la oruga desapareció. Fue un día muy extraño para todas las hormiguitas de aquél lugar; el sol se ocultó detrás de una nube mientras el llanto y la tristeza se apoderaban de aquéllas hormiguitas, en especial de Shelly, quien sentía un cariño muy profundo por Francis. Shelly estaba muy triste, pero tampoco iba a quedarse allí sin hacer nada. Ella decidió ir a buscar a su amiga Francis dondequiera que estuviera aunque nadie podía acompañarla pues debían seguir trabajando para mantener y proteger el hormiguero. Fue así como Shelly emprendió la aventura de encontrar a su tierna amiga; caminó una larga trayectoria y a todo animalito que iba encontrando le preguntaba si había visto una oruga color verde con rayas azules llamada Francis, pero nadie le daba razón alguna. Siguió caminando, lejos, muy lejos de su hormiguero pero era inútil, Francis había desaparecido de un momento a otro sin dejar rastros ni señales. Pasaba el tiempo y Shelly, al ver que se acercaba el invierno, decidió volver y en su camino le pidió a los
animalitos que vivían cerca de una montaña que hicieran un letrero por si Francis algún día decidía regresar. Pero… ¿qué había pasado con Francis?, ¿cómo fue que se fue sin decir adiós?, ¿cómo se fue sin que nadie lo notara? Veamos. Francis, un día muy especial para ella y muy triste para las hormiguitas, comenzó su transformación en mariposa, nunca había estado más feliz; sus alas verdes y azules eran bellísimas y su vuelo era encantador. Estaba tan emocionada que quiso volar hasta el hermoso cielo y todas las aves que la veían quedaban vislumbradas por su belleza y se lo hacían saber. Al ver que llegar hasta el hermoso cielo era una tarea muy difícil, comenzó a disfrutar de su vuelo y de la belleza de aquél bello paisaje que veía desde lo más alto, pasaba momentos maravillosos cerca de las flores, disfrutando de su aroma, disfrutaba también de su reflejo en el lago y de las muchas frases hermosas que escuchaba cada mañana. Así fue pasando el tiempo y Francis estaba muy feliz, desde arriba todo era tan distinto, tan diferente a como había sido su vida con las hormigas que hasta se había olvidado de ellas; sentía vivir en un paraíso en el cual ella era el centro de atención. Pasó mucho tiempo de la misma manera hasta que un día las flores dejaron de perfumar aquel paisaje, las pocas aves que quedaban apenas se dejaban ver y su reflejo en el lago apenas se alcanzaba a notar: había llegado el invierno y con él la tristeza y el hambre para Francis. Pasó días muy tristes añorando la hermosura de aquél paisaje. Cada día sentía sus alitas más pesadas y le era muy difícil encontrar alimento alguno. Fue entonces cuando se acordó de Shelly, recordó lo mucho que trabajaban para tener comida suficiente para el invierno, algo que en ese entonces no conocía. Así que decidió ir hasta el hormiguero de Shelly, pero había olvidado el camino, había pasado tanto tiempo que su memoria le falló un poco. Era difícil encontrar animales en esa época del año y los pocos que encontraba no conocían a Shelly ni sabían donde encontrar hormigueros. Fue largo el camino hasta que llegó a una montaña donde encontró un letrero que decía: “Francis, te extraño, el hormiguero está a las orillas del río junto a esta montaña… por si algún día lo olvidas. Con mucho cariño, tu amiga Shelly”. Rápidamente llegó Francis al hormiguero; todas las hormiguitas quedaron asombradas por su belleza, en especial Shelly que le dijo: -
¡Oye, qué animal más raro eres!, ¡mírate, sí que has cambiado!
Las hormigas le hicieron una gran fiesta, estaban muy felices de tener una hermosa mariposa entre sus filas. Francis, un poco preocupada por la comida le dijo a Shelly: -
Oye, ¿se acabarán toda esta comida hoy?, mira que en los lugares por los que pasé no quedaba nada de comer. No te preocupes – le respondió Shelly – hemos guardado comida para el resto del invierno. Pero… yo no estaba incluida… de hecho, mi comida sería como 5 veces más que la tuya. ¿Qué? – Yo me encargué de guardar tu comida antes que la mía… nunca había trabajado tan duro, pero lo hice porque guardaba la esperanza de que un día regresaras.
Francis no lo podía creer, estaba muy feliz y muy agradecida con Shelly y con una enorme sonrisa le dijo: -
Quiero hacer algo por ti… ¿te subes a mi espalda?
Todos los días de ese invierno Francis llevaba en su espalda a Shelly a dar un vuelo alrededor del hormiguero y cuando llegó la primavera fueron más allá de la montaña, visitaron el lago y todos esos bellos lugares que Francis conocía. Shelly lloró de felicidad al contemplar tanta belleza, pues nunca había visto la naturaleza desde tan alto; se sentía la hormiguita más feliz y afortunada del mundo y con una voz muy dulce y tierna le dijo a Francis: -
Gracias por haber llegado al hormiguero, gracias por haber llegado a mi vida… ¡te quiero Francis!
Escrito por: Eduardo Escamilla Pérez Bogotá D.C, 01 de Agosto de 2009
P.D: Un profundo agradecimiento, una tierna sonrisa y una especie de “nudo en la garganta” fue la respuesta de Francis.