22 LA VANGUARDIA
OP I NI ÓN
Francesc de Carreras
C
Tres falacias
reo que el juez Garzón no tiene ninguna base jurídica para iniciar el proceso penal que está intentando. Lo expuse hace unas semanas (La Vanguardia del 4 de septiembre) y no encuentro motivos para variar de opinión. El recurso del fiscal Javier Zaragoza me reafirma todavía más en lo que ya sostuve: ni la Audiencia Nacional es competente ni es posible perseguir delitos que ya han prescrito, los culpables han fallecido y, además, están cubiertos por una amnistía. Sólo me queda una duda: quizás pretende Garzón acreditar que dichos actos delictivos no pueden ser perseguidos en España porque su legislación interna lo impide, posibilitando así que sean perseguibles desde otros países mediante el ejercicio de la justicia universal. Aunque lo veo muy difícil quizás sea así: Garzón no suele dar puntada sin hilo. En todo caso, estas actuaciones de Garzón vuelven a ser la ocasión para que se sigan afirmando tres falacias, tres mentiras que, tras tanto repetirse, serán al fin creíbles y aceptadas, de acuerdo con el viejo método recomendado por Goebbels. Estas tres falacias son que la amnistía de 1977 se concedió por presiones de la derecha, que el franquismo no ha sido condenado oficialmente y que la memoria histórica equivale a la historia. Vayamos por partes. La amnistía no fue una imposición de la derecha a la que se plegaron las fuerzas de izquierdas. La amnistía fue una petición unánime de las fuerzas democráticas antifranquistas que tiene su origen en la política de reconciliación nacional que, desde 1956, llevó a cabo el Partido Comunista. El eslogan más conocido del antifranquismo catalán en los años finales de la dictadura fue “Llibertat, amnistia i estatut d'autonomia”, propugnado por la Assemblea de Catalunya. Y la amnistía no fue algo ocasional y táctico, sino estratégico, un elemento esencial para que se diera un giro radical en la historia de España: no más guerras civiles, no más enfrentamientos cainitas, aceptemos todos unas mismas reglas del juego. La prueba está en las palabras pronunciadas por Marcelino Camacho, el más conocido líder obrero del antifranquismo, como portavoz del grupo parlamentario comunista en el Congreso, al aprobarse la ley de Amnistía: “Para nosotros, tanto como reparación de injusticias cometidas a
F. DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
lo largo de estos cuarenta años de dictadura, la amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y de cruzadas. Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente, los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Nosotros estamos re-
JORDI BARBA
sueltos a marchar hacia delante en esa vía de libertad, en esa vía de la libertad y del progreso”. La amnistía fue voluntad de todos, la ley se aprobó de forma prácticamente unánime, pero antes que nada era opción estratégica de la izquierda antifranquista. No sé si hace falta una condena oficial explícita del franquismo, de una dictadura, por las instituciones democráticas que lo han sucedido: lo obvio, probablemente, no es necesario que se vote. Desde 1978
tenemos un régimen político que está en las antípodas del régimen franquista: esta es la mejor condena. Pero si de condenar se trata, lo hizo el Congreso de los Diputados el 20 de noviembre del 2002 (BOCG, de 29 de noviembre) al aprobar por unanimidad de la comisión Constitucional una amplia moción en la que, entre otras cuestiones, se condena el franquismo, se procede al reconocimiento moral y material de las víctimas no sólo de la guerra sino también de la represión durante la dictadura y se insta al Gobierno para que lleve a cabo una política integral de reconocimiento y protección económica y social de los exiliados y de los llamados “niños de la guerra”. Es falso, por tanto, que no haya habido una explícita condena oficial del franquismo. Por último, la memoria histórica no es el equivalente de la historia, sino algo muy distinto. Como dijo el historiador Santos Juliá, la memoria histórica es “una metáfora para designar un relato sobre el pasado que, a diferencia de la historia, no está construido sobre el conocimiento o la búsqueda de la verdad”. La historia la hacen los historiadores, con métodos y puntos de vista distintos; la memoria histórica la utilizan los políticos para justificar y hacer propaganda de sus ideologías y posiciones. Escojan ustedes entre aproximarse a la verdad mediante la historia o dejarse engatusar para reafirmarse en sus convicciones previas mediante la memoria histórica. Precisamente hace unos días, en un documento llamado Appel de Blois, diecisiete distinguidos historiadores europeos de distintas tendencias –entre ellos Eric Hobsbawm, Jacques Le Goff, Hélène Carrère d'Encausse, Carlo Ginzburg, Winkler y el español Rafael Valls Montes– han mostrado su inquietud ante los “riesgos de una moralización retrospectiva de la historia y de una censura intelectual”, llamando la atención para que se ponga fin “a la deriva de las leyes memorialísticas” y advirtiendo que, “en un Estado libre, no corresponde a ninguna autoridad política definir la verdad histórica y restringir la libertad del historiador bajo la amenaza de sanciones penales”. En España, algunos quieren estudiar el pasado y hacen bien, es la labor de los historiadores. Pero es preciso que utilicen los métodos de la historia, no la manipulación propia de la memoria histórica.c
Josep Maria Puigjaner
Preguntas detrás del ‘big bang’
E
l acelerador de partículas (LHC), ahora en reparación, fruto del ingente trabajo del Laboratorio Europeo de Física de Partículas, dio hace días el primer paso hacia la investigación de cómo se produjo el big bang, es decir, el momento inicial del universo, hace 15.000 millones de años. Es obvio que los resultados que obtenga ese acelerador gigante van a comportar nuevas preguntas filosóficas e imprevistos problemas teológicos, con sus consecuencias en la vida de las religiones. No sé si los filósofos y los teólogos tendrán demasiado tiempo para pensar, porque el físico Stephen Hawking, que estuvo hace poco en Galicia, vaticinó que entre todos podríamos destruir la Tierra en J.M. PUIGJANER, escritor y periodista
unos cien años. La proliferación de armamento nuclear, las consecuencias del cambio climático y los desequilibrios económicos y sociales entre las zonas del hambre y las de la opulencia, tienen una capacidad mortífera planetaria. No creo que Hawking haya querido revestirse de ángel del Apocalipsis, pero sus razones son poderosas. Fue el mismo Hawking quien, en su obra Historia del tiempo, se hacía estas reflexiones: “La formulación habitual de la ciencia, basada en la construcción de un modelo matemático, no puede contestar por qué tiene que haber un universo que obedezca a tal modelo. Ni tampoco puede responder a la pregunta de por qué el universo existe. ¿La teoría unificada sobre el origen del universo tiene tanta fuerza como para conllevar el origen de su existencia? ¿O bien necesita un creador?
Y si es así ¿ quién creó al creador?”. Estas preguntas le dejan a uno perplejo ante el destino de la Tierra y el sentido de la vida. Ante la búsqueda del big bang y los interrogantes de Hawking, a algunos todavía nos sirve el planteamiento totalizador de Teilhard de Chardin, el evolucionista cristiano de mayor calado intelectual. El mundo ha ido siempre adelante, desde las fórmulas primitivas del ser vivo hasta la aparición del hombre. En consecuencia el hombre está llamado a seguir siendo el eje y la flecha de la evolución. Para Teilhard, aun con fracasos y retrocesos, el universo conseguirá la plenitud total, fruto de la confluencia definitiva con el punto Omega, es decir, Dios. Esta afirmación se sale del ámbito de la ciencia y entra en el ámbito de la fe, pero ahuyenta el miedo.c
JUEVES, 23 OCTUBRE 2008
Samuel Hadas
Cortejando el voto judío
L
a comunidad judía de Estados Unidos suma apenas cinco millones de almas, el dos por ciento de la población, pero razones de peso han motivado que tanto candidatos demócratas como republicanos le dediquen una especial atención en las elecciones presidenciales y legislativas. ¿Qué hace que la comunidad judía constituya un reto para los candidatos, tanto los presidenciales como los aspirantes a escaños en el Congreso? En primer lugar, su identificación con un régimen democrático que le permite proteger sus derechos como minoría religiosa e influir, en la medida de lo posible, en el proceso de toma de decisiones en el sistema. Ello tiene expresión en el grado de inscripción en el registro electoral, del 4% al 5% del total, así como en su participación en las elecciones (es en ambos sentidos la comunidad con el más alto porcentaje nacional). Además, la comunidad judía se concentra en centros con una significativa influencia como Nueva York, Pensilvania, Florida, Ohio. De ahí su impacto desproporcionado sobre los resultados electorales.
McCain y Obama difieren en todos los temas, a excepción de su ‘sólido’ compromiso con Israel En el último medio siglo, más de un 75% de los votantes judíos ha votado casi automáticamente por candidatos demócratas. En algunos casos, esta tendencia se modificó: Ronald Reagan (38% en 1980); George Bush (30% en 1988), George W. Bush (25% en el 2004). Los sondeos conceden al senador Barack Obama entre el 60% y el 67% de los votos judíos, aunque el porcentaje de indecisos es alto, casi el 25%. El apoyo a Obama está basado en su tradicional identificación con el Partido Demócrata y en su identidad liberal (el 73% de los judíos se considera liberal y moderado), como por sus posiciones. Decenas de destacados judíos forman parte de los equipos electorales. Aquí gana Obama de lejos: la actriz Barbra Streisand, el ex alcalde de Nueva York Ed Koch, los diplomáticos Dennis Ross y Dan Kurtser, entre otros, lo apoyan. El voto judío en Florida, Ohio o Pensilvania, en una contienda ajustada, podría inclinar la balanza por una parte u otra. Florida es un estado clave en el que las campañas de los candidatos centran su atención. Los votantes judíos registrados constituyen más del 6%. En las urnas podrían ser más del 8% del total. Los republicanos, alarmados por la ventaja de Obama, le atacan agresivamente por su disposición a negociar “con los peores enemigos de Israel” y por “estar rodeado de asesores antiisraelíes”. Obama y McCain, dicho sea de paso, proclamaron reiteradamente su apoyo a Israel. Difieren en todos los temas, a excepción de su “sólido” compromiso con Israel. Pero su actitud hacia Israel es sólo una de las cuestiones en liza. Los judíos están preocupados, no menos que otras comunidades, por cuestiones clave como la crisis financiera, la salud, la educación y la pobreza, temas que influirán en su voto.c