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teoría 2019 gil casazza

FICHA # 1 SOLÁ-MORALES, Ignasi, “Prácticas teóricas, prácticas históricas, prácticas arquitectónicas” en Inscripciones, Barcelona, G. Gili, 2003. LIERNUR, Jorge Francisco, Arquitectura, en teoría, escritos 1986-2010, Buenos Aires, SCA-nobuko, 2010.

Prácticas teóricas, prácticas históricas, prácticas arquitectónicas Ignasi Solà-Morales

1. La arquitectura moderna se articuló, por una parte, a partir del paradigma de la racionalidad técnica y, por otra, de la expresión de los sentimientos y emociones del arquitecto como intérprete de los deseos y esperanzas de la sociedad. Criterios de racionalidad técnica basados en la eficiencia, el ajuste entre necesidades y recursos, el conocimiento analítico de dichas necesidades y el avance de las posibilidades materiales de darles respuesta, estuvieron, en mayor o menor grado, acompañados de la exigencia de que la arquitectura, al igual que el arte en todas sus dimensiones; debía ser expresión del espíritu del tiempo, manifestación de anhelos y objetivos de justicia, igualdad y solidaridad, así como búsqueda de una feliz armonía entre la vida individual y colectiva en las aglomeraciones sociales constituidas por las ciudades. En Le Corbusier, en Walter Gropius. en Mies van der Rohe o en Erich Mendelsohn, por sólo citar unos pocos nombres bien representativos, la legitimidad de su discurso arquitectónico encontraba su fundamento en criterios más amplios, ya fuese de racionalidad técnica, o bien de expresividad psicológica. La teoría de la arquitectura adoptaba referentes y paradigmas procedentes de la teoría social, y la historia pasaba a un plano mucho más secundario, aunque no dejase de estar presente como relato especializado que reforzaba el discurso técnico y psicológico. La teoría se construía abandonando toda intención sistemática y desarrollando, por el contrario, discursos especializados en torno a problemas higiénicos, de transporte, de aprovechamiento del suelo o de eficiencia en los distintos niveles de la construcción de la ciudad. También aquellas preocupaciones por la expresión de esta misma eficiencia, o de los anhelos de cambio hacia una sociedad más justa y feliz, se justificaban a partir de teorías estéticas cuyo apoyo en la psicología de la forma o en la simpatía simbólica variaba en cada caso y para cada tentativa de establecer razones o criterios generales. Pero con este nuevo paradigma, se producían aún otros cambios. Con el desarrollo de lo que convencionalmente llamamos arquitectura moderna, desaparece la tratadística, es decir, cualquier tentativa de organizar ordenadamente el conjunto de principios y conocimientos en los que fundamentar la práctica de la arquitectura, a la vez que aparecen discursos parciales, estudios, manifiestos y narraciones históricas de alcance limitado, gracias a las cuales se establece la legitimación de la nueva arquitectura. En relación al papel de la historia como fundamento de los principios teóricos, es importante insistir en el hecho de que, o bien pervive una historia de la arquitectura dentro de la historia de las artes, tal como se había planteado por la gran historiografía del cambio de siglo o bien las historias limitadas de la construcción con nuevas tecnologías y materiales, de la casa, de las ciudades; constituyeron un discurso complementario para la legitimación de los orígenes y de la racionalidad de las técnicas o procesos que debían desarrollarse en el presente. Las historias de Eugène E. Víollet-le-Duc, de Hermann Muthesius, y también las de Adolf Platz o las de Ludwig Hilberseimer fueron, evidentemente, historias instrumentales: aproximaciones a fenómenos del pasado con los que, literalmente, iluminar el presento, o bien relatos con los que explicar lenguajes y técnicas a través de sus orígenes. Pero no sólo las historias limitadas tuvieron una función de soporte sino que, en sus más ambiciosos autores, -fueron siempre un instrumento para legitimar el presente desde una narración teleológicamente orientada desde el pasado hasta el presente. Siegfried Giedion, Nikolaus Pevsner, Leonardo Benevolo, Bruno Zevi, y tantos otros, construyeron relatos coincidentes en el mismo aserto: el proceso iniciado en el barroco, en la revolución industrial o en las vanguardias artísticas, era el proceso del progresivo alumbramiento de la verdad definitiva, la aurora de una nueva civilización, sensibilidad, arte, arquitectura, etc., que alcanzaba su plenitud en el presente. Si la historia era un instrumento ligado a la nueva teoría de la arquitectura, esta 2

relación era la de aportar credibilidad, certidumbre respeto de la veracidad y conveniencia de los principios psicológicos, técnicos sobre los que se construye la actividad arquitectónica presente. Más que aportar principios, contribuía a hacer la historia de la arquitectura más verosímil a aquello que ya estaban proponiendo las teorías. 2. En un texto manuscrito de Colin Rowe, de 1958, que, al parecer, debía ser el guión de un comentario para la BBC sobre el libro de Henry-Russell Hitchock Arquitectura de los siglos XIX y XX, el profesor por entonces de Cambridge, decía lo siguiente: "Podemos sospechar que el arquitecto moderno está habituado a recibir del historiador una conmoción semejante a la que el lector victoriano de novelas recibía de los escritores de su época. En otras palabras, está acostumbrado al final feliz (happy ending). Conflictos y contraconflictos deben acabar resolviéndose; castigos para unos, premios para otros, mientras que el héroe y la heroína (¿pueden ser estos la ingeniería y la arquitectura o, por el contrario son la arquitectura y la sociología?) intentan demostrar, con su experiencia, que se encuentran en una situación idónea para desarrollar una vida de ilimitada fecundidad y de felicidad inagotable. ¿Es útil para una discusión sobre la arquitectura introducir una visión teleológica y plantear la escatología de la arquitectura moderna? O, por el contrario, ¿sería más sencillo proponer que las historias del desarrollo arquitectónico desde la revolución industrial lleguen hasta el presente a partir de la hipótesis de que el presente es el fin de la historia?”. 1 Esta larga cita, evidentemente crítica respecto de la historiografía usual del movimiento moderno, y de su predeterminado destino legitimador, me parece que define claramente lo que será, en torno a los años setenta, el cambio de paradigma teórico de la arquitectura de aquel momento. Desde distintas instancias, el paradigma tecnológico-psicológico entra en crisis en los años cincuenta. El nombre de la fenomenología, del humanismo, de la antropología y de la historia crítica, asistimos al desmonte del edificio racional-técnico-social que estructuraba la llamada arquitectura moderna. Las irónicas palabras de Colin Rowe no hacen más que levantar acta del fin de una episteme, contra la que luchaban tanto el Team X, como los arquitectos nórdicos, tanto los brasileros como Louis I. Kahn. La historia encontraba el camino expedito para ocupar un lugar en la fundamentación teórica de la arquitectura. Un nuevo paradigma, ahora sí que histórico, constituirá el fundamento teórico de la arquitectura durante más de veinte años. La cultura arquitectónica occidental se aprestará a vivir un verdadero neohistoricismo con evidentes diferencias con lo que llamamos el historicismo decimonónico, pero también con no pocos puntos de contacto, uno de ellos y el no menos importante, será el de establecer una nueva mirada atenta y complacida a los materiales de la historia, al “pasado como amigo”, según la famosa expresión de Ernesto N. Rogers. Dos grandes corrientes se disputaran la hegemonía del discurso histórico de la arquitectura. Por un parte, el estructuralismo formalista procedente de la gran tradición purovisualista de comienzos del siglo XX. Aby Warburg, Fritz Saxl, Edwin Panofsky, Rudolf Wittkower, serán los referentes de una historiografía en la que el eterno retorno de las estructuras formales tenderá a ofrecer instrumentos de decodificación del presente en permanente analogía estructural con el pasado. Por otra parte, la historia crítica de raíz hegeliana, que arranca del neohistoricismo de Gyorgy Lukács y del materialismo dialéctico tal como se desarrollaría en el proyecto de la historia global de la escuela de los Annales. Para la tradición formalista, sea como fragmento, como indicio o como residuo, el historiador mostrará las continuidades del presente con el pasado, y ofrecerá posibilidades de interpretación por debajo, más allá, más profundas que las apariencias evidentes. Toda la obra del propio Colin Rowe es un testimonio brillante de este tipo de aproximación de la historia de la arquitectura y, también, a la historia cultural en busca de estructuras profundas que permitan mostrar el nervio interno de la obra, su razón de ser más decisiva al tiempo que las invariantes formales que la hacen inteligible. 1

Reseña del libro Architecture Nineteenth and Centuries, de Henry Russell-Hitchcock, en Rowe, Colin, As/ was Saying (vol. I), The Mit Press, Cambrigde, (Mass), 1996.

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El nuevo formalismo, con sus amplias resonancias estructuralistas, daría lugar, en paralelo al discurso de la autonomía disciplinar. La habitual dependencia de la teoría arquitectónica de los paradigmas teóricos de las ciencias físico-matemáticas, sociales o psicológicas y, por tanto de la necesidad de predicar para la arquitectura discursos interdisciplinares, cede su lugar –como también sucediese en el rico y brillante momento teórico del eclecticismo decimonónico-, a la fundamentación histórico-formal de la arquitectura entendida como autónoma e independiente. La autonomía disciplinar es consecuencia de la autonomía del análisis estructural propiciada por esta corriente metodológica y filosófica. Autonomía no significa que la arquitectura no pueda compararse con otros fenómenos culturales o técnicos, ni que su ámbito de acción no entre en relación con otros ámbitos de la realidad. La autonomía disciplinar significa no sólo que hay instrumentos específicos para el análisis arquitectónico y que estos instrumentos críticos pueden ser objeto de elaboración teórica, sino que serán punto de partida de nuevas prácticas arquitectónicas contemporáneas. El imponente peso de los análisis históricos de Colin Rowe en la cultura de los arquitectos del mundo anglosajón hasta finales de los ochenta, y la historiografía, a veces implícita y a menudo explícita, en el cuerpo teórico elaborado por Aldo Rossi, ayudan a entender la posición absolutamente central de la historia, de cierto tipo de historia formal y estructuralista, entre los años sesenta y ochenta en el cuerpo teórico de la arquitectura. No menos decisiva, primero en Europa y, curiosamente con un decalage de más de diez años, en Estados Unidos, es la colocación de la historia en el centro de la teoría arquitectónica, algo que Manfredo Tafuri y sus colaboradores practicaban ya desde mediados de los años sesenta. El proyecto tafuriano es el de una historia crítica, un discurso contraído desde las técnicas historiográficas y desde las hipótesis de la crítica de las ideologías. El discurso exterior se impone a la propia práctica arquitectónica y a su reflexión autónoma como la única legitimidad capaz de explicar, discernir y, en definitiva, evaluar la arquitectura misma. “Con este criterio la historia de la arquitectura siempre aparecerá como fruto de una dialéctica no resuelta”, escribe Manfredo Tafuri en el texto “El proyecto histórico”, que publica como introducción a su última gran libro de síntesis.2 Y continúa: “La combinación entre anticipaciones intelectuales, modos de producción y modos de consumo ha de hacer “saltar” la síntesis contenida en la obra. Allí donde se da como todo finito, es necesario introducir una disgregación, una fragmentación, una “diseminación” de sus unidades constitutivas. Será necesario realizar un análisis separado de estos componentes disgregados. Relaciones de encargo, horizontes simbólicos, hipótesis de vanguardia, estructuras del lenguaje, métodos de reestructuración de la producción, intervenciones tecnológicas, se presentaran así desprovistas de la ambigüedad connatural a la “síntesis” mostrada por la obra. Es evidente que ninguna metodología específica, aplicada a los componentes y aislada de esta manera, podrá dar cuenta de la “totalidad” de la obra (…) iconología, historia de la economía política, historia del pensamiento, de las religiones, de las ciencias, de las tradiciones populares, podrán apropiarse separadamente de los fragmentos de la obra disgregada. Para cada una d estas historias, la obra tendrá algo que decir. Desmembrando una obra de Alberti se podrán iluminar los ejes cardinales de la ética intelectual burguesa en formación, la crisis del historicismo humanista, la estructura del mundo simbólico del Quattrocento, la estructura de una relación particular de encargo (mecenazgo), la consolidación de la nueva visión del trabajo en el ámbito de la producción en la construcción. Pero ninguno de estos componentes servirá para explicar la obra. El acto crítico consistirá en una recomposición de los fragmentos, una vez “historizados”: en su remontaje”. Una primera paradoja del pensamiento de Manfredo Tafuri y de su decisiva influencia en el pensamiento arquitectónico de los últimos treinta años consiste en la doble actitud de distanciamiento y de colocación central. El discurso interno de la disciplina arquitectónica está contaminado ideológicamente. El arquitecto no es más que el interprete, brillante o zafio, de dicha ideología dominante. Pero él no está en disposición de 2

Tafuri, Manfredo, La sfera e il laberinto, Enaudi, Turín, 1980, versión castellana: La esfera y el laberinto, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1984.

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entender ni de entenderse. Tampoco es legítima la historia que nutre la práctica arquitectónica. Le falta distancia, es instrumental, operativa, como le gustaba repetir a Tafuri. Por el contrario, el discurso fiable, consistente y desvelador de la verdadera condición de la arquitectura en el presente o en el pasado, es el discurso de la historia crítica, una práctica teórica que, desde la negatividad, asume la única posibilidad de un discurso interpretativo verdadero. Hay una historia crítica de la arquitectura. No es una actividad intelectual aislada, ni es un instrumento exclusivamente disciplinar. Pero es el discurso más omnicomprensivo de la actividad ideológica llamada arquitectura y, en último término, aspira a suplantar cualquier otro intento de historia regional o parcial que pudiese erigirse en el discurso autónomo. En Lukács, cuya influencia en Tafuri y en sus primeros mentores tales como Giulio Carlo Argan, Asor Rosa o Mario Tronti, fue fundamental, pero también en el inmenso trabajo de Marc Bloc, Lucien Febre o Fernand Braudel a través de la revista y los trabajo de los Annals, hay algo en común: el desarrollo de una historia con fundamentos materiales –tales como la geografía, la demografía o la economía- que permiten desembarcar, más tarde, en la historia de las ideas, de las construcciones ideológicas y de las formaciones sociales. Se trata también de una específica forma de estructuralismo en la medida en que los escritos de Kart Marx se encontrarían los fundamentos de la distinción entre lo estructural y lo superestructural, de modo que la tarea de la historia sería recorre el camino inverso. Llevar los fenómenos superestructurales, tales como las ideologías –por ejemplo, la arquitectura-, y buscar para ellos explicaciones estructurales y fundamentos materiales. La historia neomarxista-tafuriana no es, sin embargo, teleológica, destinada, como tal vez podría suponerse, a explicar el progreso de los pueblos y de las culturas, por el contrario, acaba siendo una historia cíclica; un nietzscheano eterno retorno por el cual la corrupción ideológica de cualquier innovación de vanguardia se reproduce prácticamente con la misma estructura, ya sea en Brunelleschi, en Borromini, en Piranesi, en Le Corbusier o en Peter Eisenman. Un destino trágico e irresoluble fundamenta la permanente existencia de una pasión sin límite por los objetos arquitectónicos reconocidos como pura futilidad, como infinito entretenimiento.3 3. ¿Es todavía hoy la historia el paradigma de la teoría arquitectónica? Tanto si intentamos contestar a esta pregunta desde el lado de la historia como desde el de la teoría arquitectónica la respuesta será claramente, no. Si en alguna cosa hay coincidencias entre los pensadores contemporáneos es en el agotamiento del modelo hegeliano de explicación. En Kart Marx y en Sigmund Freud se sostuvo, desde distintas ópticas, que por debajo de los hechos netos había una estructura profunda que debía descifrarse y desvelarse. Un conocimiento fundamentado con realismo debía ocuparse de traspasar la apariencia, la imagen, el mundo fenoménico para bucear, más allá, hacia las profundidades Donde era posible descubrir las verdaderas estructuras, las verdaderas razones de las cosas por lo menos desde Michel Foucault sabemos que las cosas no son más que el cruce de sus relaciones, y que el conocimiento al que podemos acceder dependerá, en todo caso, de nuestra habilidad por detectar el máximo número de flujos relacionados que se entrecrucen en un evento. El pensamiento contemporáneo parte del desorden en la realidad, de la multiplicidad y de las diferencias entendidos como datos iniciales. Difícilmente desde estas bases podemos pretender retornar a los orígenes o ser capaces de reconstruir la trama originaria. La tarea de la historia ya no es la de los grandes relatos. Como anunció Paul Veyne en su polémico libro de 1971.4 La historia se escribe a partir de operaciones que dependen de nuestra intención, de la intriga que guía nuestras pesquisas. Según las intrigas, según el complot de los hechos que queremos descifrar, se organizarán nuestros instrumentos, la jerarquía de los documentos que decidiremos utilizar y la narración que acabaremos escribiendo. 3

Tafuri, Manfredo, "L'Architecture dans le boudoir" en La esfera y el laberinto, op. cit. Veyne, Paul, Comment on écrit l´historie: essai d´epistémologie, Seul, Paris, 1971, versión castellana: Cómo se escribe la historia: ensayo de epistemología, Fragua, Madrid, 1981. 4

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No se trata de que hay historia general e historias regionales, sino que las historias se construyen siempre por hipótesis y por una determinada concentración en un núcleo de relaciones a las que se les concede el privilegio de la atención histórica. Incremento, por lo tanto, de los elementos subjetivos, azarosos y casuales en el relato, pero también apertura, no previamente determinada, a la capacidad demostrativa de cualquier conjunto de hechos netos. Más que la búsqueda de nuevos modelos de explicación total, lo que la historia pretende acometer con recorridos transversales, micro historias, recortes a través de fisuras todavía inexploradas a la búsqueda de otros, de distintos sentidos. Esta total desregulación produce, lógicamente, una relativización de los propios relatos que pasan a competir en concurrencia abierta con otros relatos de signo opuesto, o al menos diferente. En estas circunstancias, ¿quién puede pretender que la historia se magíster vitae y fundamento de la disciplina arquitectónica? Pero las condiciones del pensamiento teórico no son menos consistentes. Es verdad que las ciencias han abierto la puerta a la complejidad desde todos los puntos de vista. En primer lugar las ciencias aceptan la convivencia de los distintos modelos teóricos sin necesidad de previos protocolos de falsedad de unos frente a otros. La lógica de la investigación científica admite el avance y la aceptación de nuevas teorías científicas, sobre todo desde una concepción pragmática de su capacidad de interpretación de un determinado ámbito de fenómenos. La teoría del caos y la del quarz, por citar dos tópicos científicos convertidos casi en sujetos periodísticos, no son excluyentes, en muchos campos se aceptan avances en el conocimiento que estaban basados no en un acceso de la naturaleza de las cosas sino a la estabilidad estadística de ciertos fenómenos. ¿Quiere esto decir que estamos ante una teoría sin principios? Más bien todo lo contrario. La relajación aparente de la teoría en las ciencias físico-matemáticas, biológicas y también en las ciencias humanas, tiene que ver con el final de los dogmatismos, incluidos los dogmatismos científicos, y de la concepción unitaria y excluyente de los conocimientos supuestamente racionales. En la medida en que avanzan nuestros conocimientos relacionales y, por consiguiente, en la medida en que tanto las historias como las ciencias se entienden como relatos diversos en un verdadero pluralismo epistemológico, parece diluirse la idea de que la arquitectura necesite para su propia identidad, paradigmas incuestionables que la garanticen de forma permanente. En una entrevista, Michel Foucault le preguntaba a Gilles Deleuze por su relación con la política y por la impresión de cierre que éste daba a menudo frente a estas cuestiones. La respuesta de Deleuze era extremadamente esclarecedora: “Sé que estamos viviendo con nuevos modos de plantear las relaciones entre teoría y práctica. La práctica se concebía antes unas veces como aplicación de una teoría, como una consecuencia y, en otras, por el contrario, como aquello que deber ser para la teoría como la propia fuente creadora de una forma de teoría futura. En todo caso, las relaciones entre teoría y práctica se concebían desde el prisma de un proceso de totalización en un sentido o en otro. Es posible que, para nosotros, la cuestión se plantee de otro modo. Las relaciones entre teoría y práctica son mucho más parciales y fragmentarias. Por otra parte, una teoría es siempre local, relativa a un campo reducido y puede tener su aplicación en otro ámbito más o menos lejano (…) La práctica es un conjunto de conexiones entre un punto teórico y otro, y la teoría es el engarce entre una práctica y otras. Ninguna teoría puede desarrollarse sin encontrarse ante una especie de muro que sólo la práctica puede penetrar (…) Para nosotros, el intelectual teórico ha dejado de ser un sujeto, una conciencia representante o representativa. Los que actúan y los que luchan han dejado de ser representados, ya sea por un partido ya por un sindicato dispuesto, a su vez, a arrogarse el derecho a ser su conciencia. ¿Quién habla y quién actúa? Siempre son una multiplicidad los que hablan y los que actúan, incluso en la propia persona. Todos somos todos. No existe ya la representación, no hay mas acción, acción teórica, acción práctica en un conjunto de relaciones, en redes (…) 6

Una teoría es exactamente como una caja de herramientas. No tiene nada que ver con el significante. Es preciso que sirva, que funcione y que funcione para otros, no para uno mismo”. 5 Con toda seguridad, estas palabras son un indicio de un modo de pensar la teoría y la práctica con una óptica bien distinta a la que, en los últimos años, ha producido la insostenible división entre teóricos y prácticos, también en el territorio de la arquitectura. Nuestras universidades y escuelas de arquitectura están llenas de departamentos y cursos de Teoría e Historia que, al tiempo que reclaman el privilegio de ser la voz iluminadora de la realidad y su conciencia crítica, generan un mecanismo masoquista en quienes hacen la arquitectura como la conciencia desventurada detectada por Marx en su texto sobre el 18 Brumario, de aquellos que “hacen lo que saben sin saber lo que hacen”. Mientras las revistas gráficas de arquitectura y los libros profusamente ilustrados intentan mostrar las obras, los hechos y las prácticas como algo insuficiente que se explica en sí mismo, cuyo acceso y comprensibilidad son inmediatos y cuyo valor es evidente. Durante años, un pretendido academicismo, avanzado ha considerado de buen tono, de honestidad intelectual, que el teórico de la arquitectura no se contamine con la práctica; podría ocurrir que se manchase o condicionase la supuesta independencia intelectual del teórico. Esta situación, en la que seguimos viviendo, es inaceptable incluso cuando la esquizofrenia teórico-práctica en la arquitectura se enriquece con la aportación extradisciplinar de quienes proceden de otros ámbitos del conocimiento. Es inútil querer delimitar previamente las relaciones entre teoría y práctica. La acción sin reflexión es simplemente la ejecución de la ideología establecida. Una grandísima parte de la arquitectura que se construye, y una no desdeñable cantidad de la que se enseña, se establece desde tópicos que no se discuten, sobre decisiones estéticas y éticas que se asumen sin someterlas a ninguna revisión. La acción práctica de la arquitectura se asemeja a una actividad in vitro; algo que se da en el interior de una atmósfera cuyas condiciones no se modifican y cuyas características están determinadas, previamente, como datos ante los que, a menudo, se carece de la capacidad reflexiva para cuestionarlos. La práctica se desarrolla entre una limitadísima banda de opciones que define un abanico de alternativas tan reducido que acaba por convertir estas alternativas en puras banalidades. La llamada teoría, por su parte, mediante canales académicos y editoriales muy precisos, se despliega o bien con finalidades ornamentales (siempre es de buen tono acompañar la información sobre un edificio con el breve texto “crítico”, de un teórico que cante las alabanzas al producto) o, por el contrario, el discurso teórico se ensimisma en un círculo autónomo, cada vez menos relacionado con la práctica, en el cual la llamada producción teórica e histórica sigue leyes y derivas dictadas por el propio mercado interno de la producción sofisticada de textos, de usos funambulistas de textos literarios, filosóficos y científicos. La impunidad de la teoría y de la historia se basa en que sólo se juzga desde su propio interior y tiene poca acogida entre otros expertos de la teoría e historia social, de la estética, la filosofía o la historia política. El modo de construir los discursos históricos y teóricos ha relegado a la arquitectura y su teorización a un capítulo separado de la historia del arte y de la cultura; la ha dotado de terminología y jerga propias, y sus referentes y métodos a menudo no son compartidos por otros actores de la actividad intelectual. En esta dicotomía y aislamiento, la producción de discursos de exclusivo uso interno, no son más que síntomas de una delimitación artificial del territorio y de una pobre capacidad de fecundación y estímulo entre ambas posiciones. Atravesar la dualidad teoríapráctica, desplegar discursos transversales, construir plataformas desde las que poder ver el presente y el pasado, desde distintas y nuevas observaciones, es la tarea ineludible del momento. Para ello no serán suficientes ni los discursos esclerotizados del juicio y la autojustificación que de sí misma hace la práctica, ni el discurso autónomo, autosatisfecho de la academia teórico-

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Entrevista publicada en L´Arc, 49, 1972.

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histórica. Sólo nuevas dosis de creatividad interpretativa, de crítica a aquellos modelos y nociones convertidas en convencionales, permitirá desarrollar un trabajo de análisis y comprensión renovado. Cabe generar un entendimiento de lo que sucede que ilumine líneas de trabajo, caminos que no van a ninguna parte, tópicos carentes de sentido, o proposiciones que signifiquen un entendimiento rico, agudo y creador del nueva significado de la realidad. El método tampoco está previamente fijado. Como el mar de El cementerio marino de Paul Valery, ésta es una tarea toujour recomencé, un proyecto siempre en proceso, una práctica inacabable. SOLÀ-MORALES, Ignasi, “Prácticas Inscripciones, Barcelona, G. Gili, 2003

teóricas,

prácticas

históricas,

prácticas

arquitectónicas”,

en

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Arquitectura, en teoría, escritos 1986-2010 Jorge Francisco Liernur Introducción El que habrá de leerse no es un libro de Teoría de la Arquitectura. La inversión del orden de los términos, la coma y el cambio de la preposición que componen su título quieren sintetizar este asunto. Es más, sabemos que cuando luego de una afirmación o antecediéndola agregamos “en teoría”, solemos querer expresar que esa afirmación no es firme, o más bien que no está anclada en la realidad. Así, al decir “Arquitectura, en teoría”, estamos queriendo enunciar una condición problemática, una relación controversial de la idea de arquitectura con la existencia, con la esfera de las cosas y los hechos. Aunque no de manera sistemática, los ensayos que componen este volumen constituyen es cierto, un intento de reflexionar sobre temas que exigen una aproximación a cuestiones teóricas. Pero no se trata de un libro de “Teoría de la Arquitectura”, en primer lugar porque creo que no podemos hablar de una “Teoría de la Arquitectura”. Nombramos con la palabra Arquitectura un conjunto demasiado complejo de ideas, prácticas, instituciones, pericias, imágenes, historias, construcciones, objetos y materiales, como para suponer que ella es algo más que un significante que nos permita vagamente evocar ese conjunto o más probablemente apenas algunos de sus aspectos. Solo la ilusión de unidad e inmediatez que da el sustantivo, y nuestra fe en la consistencia de las palabras “duras como piedras” pueden hacernos creer que cuando decimos “arquitectura” estamos refiriéndonos una entidad tan identificable como cuando decimos “gato”, “Roma”, o “dolor”. Pero si es necesario estar alertas y poner en cuestión la apariencia de unidad e incluso la existencia misma de lo que designamos como “Arquitectura”, deberíamos también cuidarnos de la aparente certidumbre que nos ofrece el otro sustantivo. Porque: ¿qué estaríamos queriendo decir con Teoría en relación con esta disciplina? Fue recién en 1673 cuando la palabra théorie fue utilizada por Claude Perrault para traducir el término que Vitrubio empleó en sus Diez Libros sobre Arquitectura: ratiocinatio. Indra Kagis McEwan ha explicado muy bien la diferencia entre una y otro: “en la antigua Grecia –ha escrito- el campo semántico de theoria y otros similares ha estado vinculado a la observación o al ver. Teoria refería literalmente a la mirada interrogatoria, o metafóricamente a la contemplación. No había equivalente en latín. Cicerón es el único escritor latino que usa el término, y cuando lo hace (solo una vez) escribe el término en griego”. 6 Vitrubio distinguía dos actividades de la arquitectura. La primera, a la que designaba asociada a la transformación concreta de la materia. Es de notar que no excluía de ella el pensamiento (meditatio), pero en este caso se refiere a la preparación previa (lo que será el proyecto) que esa transformación requiere. La ratiocinatio era la otra actividad que se componía a esta disciplina (ratiocinatio autem est quae res fabricatas sollertiae ac rationis proportione demonstrare atque explicare potest). McEwan agrega que “el latín ratiocinatio, por otro lado, no se vinculaba a la visión sino sobre todo al lenguaje. Ratiocinatio era esencialmente un término retórico, vinculado simultáneamente a la razón (ratio en latín), y a la argumentación. ¿Por qué es tan importante esta distinción entre “teoría” y “ratiocinatio”? Porque, proveniente de la retórica, para Vitrubio era la ratiocinatio en tanto “argumentación” lo que garantizaba la auctoritas del arquitecto. Sin dominar la ratiocinatio los arquitectos serían incapaces de “explicar hasta qué punto las cosas han sido hechas con oficio y cálculo”. En el sentido de Vitrubio deberíamos entonces entender que la arquitectura necesita de este momento de comprensión reflexiva, de ponderación de lo hecho, para presentarse ante la sociedad de una manera que supere la “continua y rutinaria práctica” que define a la frabrica.

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Indra Kagis Mcewan, Vitruvius, or the hidden menace of theory. Auf der suche nach eine Theorie der Architektur, Hamburgo, 2005.

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En una de sus interpretaciones más frecuentes el término “Teoría” -θεωρία- se supone en cambio derivado de θεωρεῖν cuyo significado está ligado al ver u observar la escena teatral. El theoros es el espectador, en cuya raíz está la palabra Thea, que significa ver. Por eso los romanos traducían theoría como contemplatio. Para Platón la theoria no era la visión ocular sino la mirada del alma, pero el propósito de esa contemplatio, de esa mirada sobre los hechos, estaba orientado a una cada vez mayor elevación, desde los hechos, a partir de la intuición, hacia la Idea. En las “Praeceptiones” de Hipócrates puede advertirse una diferenciación entre una reflexión acerca de las prácticas de la curación, y un pensamiento dirigido a comprender las razones de la enfermedad. Pareciera que mientras, como hemos visto, la meditatio vitrubiana se refiere el pensamiento que organiza la praxis, a lo que actualmente llamaríamos proyecto, la ratiocinatio se correspondería más bien con el primer tipo de pensamiento hipocrático, con la particularidad de que mientras que el resultado de la práctica de la curación es evidente e indiscutible (el enfermo cura o no cura), el arquitecto necesita convencer no solamente acerca de la pertinencia técnica de sus soluciones sino además acerca de la cualidad estética –discutible- de sus resultados (res fabricatas (...) ac rationis proportione). Theoria no es ni lo uno ni lo otro, sino que se corresponde más bien con la actividad de contemplatio ligada al segundo tipo de aproximación hipocrática dirigida a reflexionar no sobre el objeto de la medicina –la práctica de la curación- sino sobre la medicina en sí misma, o sobre los orígenes, razones y dinámicas de la enfermedad. La referencia a estos términos nos puede ayudar a abordar la cuestión en la condición contemporánea. Si aceptamos asociar la meditatio a la tarea del proyecto, es decir a la capacidad de organizar anticipadamente la configuración y el proceso de la obra de arquitectura, no queda considerar el lugar que ocuparían los otros dos, en tanto es en el territorio conceptual por ellos definido donde podrían ubicar los textos que habrán de leerse. Para eso es importante notar que Vitrubio en ningún momento alude a la contemplatio, theoria, o meditación orientada al acercamiento de la Idea, como una actividad de los arquitectos. Tácitamente se reconoce aquí que ese tipo de meditación es propia de otro campo del saber, la Filosofía o, como se expresará de manera más específica en la modernidad, de la estética. Vitrubio exigía en cambio que los arquitectos llevaran adelante simultáneamente la fabrica y la ratiocinatio. Sostenía que de dedicarse solo a lo primero omitiendo lo segundo non potuerunt efficere ut haberent pro laboribus auctoritatem (no serán nunca capaces de alcanzar autoridad igual a la de su labor, o como traduce Agustín Blánquez, “no podrán conseguir labrarse crédito alguno con sus obras”). Vimos con McEwan, que la idea de ratiocinatio estaba ligada al lenguaje, o más bien a la retórica, porque se trataba de argumentar para ganar autoridad. Es más, tan distante es la idea de ratiocinatio de la theoria como aproximación a la Idea, esto es, la Verdad que ambas podían ubicarse en polos opuestos. En la retórica la ratiocinatio no tiene nada que ver con la verdad de la argumentación sino con la capacidad que esta tiene de conseguir su finalidad que es convencer al auditorio. Por eso el término fue explícitamente desarrollado por Quintiliano como asociado al efecto de énfasis. Según Vegge, para Quintiliano ratiocinatio “refiere a un tipo de amplificación en la cual el orador consigue que el tópico hable por sí mismo de manera que el auditorio pueda extraer por sí mismo la conclusión lógica que el orador busca. Dado que la línea de argumentación demanda un trabajo intelectual y mental del auditorio, el impacto objetivo de la inferencia lógica es poderoso. La táctica, aunque no expresada como conclusión consigue de este modo un mayor efecto persuasivo que si hubiera sido expresada directamente. Para dejar claro como debe ser entendida la ratiocinatio Quintiliano asocia este fenómeno al concepto retórico de énfasis (...) el cual “deriva su efecto de las palabras mismas”.7 Obviamente los conceptos vitrubianos no pueden ser trasladados de manera mecánica a la actualidad. Entre otra infinidad de diferencias, la necesidad de una articulación de las dos actividades fabrica y ratiocinatio que Vitrubio requiere a los arquitectos de su tiempo, debería

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Ivar Vegge, 2 Corinthians-a Lelter about Reconciliation, Tubingen, 2008.

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atribuirse en el nuestro más bien con lo que llamamos Institución Arquitectónica, esto es al complejo conjunto de prácticas y entidades que dan lugar a los procesos de aprendizaje, proyecto, construcción, difusión y legitimación al que nos referimos al principio con el sustantivo arquitectura. Es solo si se entiende a la reflexión como parte activa, necesaria y articulada con el conjunto de este complejo como se puede aceptar una cierta autonomía o especificidad de la actividad contemporánea de ratiocinatio. Porque del mismo modo que sus Diez Libros condensan el ejercicio exclusivo de la fabrica, no es menos cierto que también consideran que la actividad de ratiocinatio despegada de la praxis material de la construcción no es más que umbram nom rem persecuti videntur (perseguir sombras y no la cosa en sí misma). Y éste es efectivamente uno de los riesgos que dependen de la consistencia de esa articulación con el corpus de la disciplina. Cuando, como ocurre con demasiada frecuencia, la crítica se desvincula de la “cosa en sí misma” que constituye ese corpus, no solo termina “persiguiendo sombras” sino, en el mismo movimiento, desguarneciendo a la fabrica de su legitimidad. Me gustaría que los textos que habrán de leerse sean entendidos en este registro, vale decir, no como theoria, esto es como búsqueda de un tránsito desde la arquitectura hacia Idea, sino como esa ratiocinatio cuya intención está en reflexionar acerca del valor técnico o estético de los productos de la realidad, con el propósito de ayudar a construir esa auctoritas, ese lugar de poder dentro del cuerpo de la sociedad, sin el cual la actividad de los arquitectos se reduciría a la simple repetición de pericias de un mero oficio. Estos ensayos fueron escritos a lo largo de 20 años con diferentes destinos, en algunos casos como ponencias en reuniones o congresos, en otros como artículos para ser publicados en libros o revistas, o como comentarios críticos sobre obras. Si bien en ellos se alude a cuestiones como la belleza, la condición metropolitana, el tiempo, la reproductibilidad, la materialidad, se trata de un conjunto de trabajos que reflexionan sobre problemas con los que el ejercicio de la arquitectura debe hacer sus cuentas cotidianamente. Hemos tomado la decisión de difundirlos en este volumen no solamente porque se encuentran dispersos y algunos son difícilmente localizables o no han sido difundidos en nuestro país, sino porque pensamos que al reunirlos podríamos contribuir a estimular una reflexión más sistemática sobre aquellas cuestiones, o al menos a detenernos a considerarlas con mayor atención que la que habitualmente se les presta. Como lo he tratado de mostrar en otras oportunidades, la arquitectura en la Argentina se ha caracterizado a lo largo de su historia por una subordinación a mi juicio excesiva a la imposiciones de la fabrica o a los impulsos de algunos de los creadores con muy pocos momentos de ratiocinatio en términos modernos, vale decir colectivos e institucionales. La convicción de que la arquitectura es solo o fundamentalmente fabrica, ha sido y es dominante en nuestro medio, en el que el pensamiento crítico –que en eso consiste la ratiocinatio en este tiempo que nos ha tocado vivir- suele ser considerado como un adorno o un ejercicio propio de momentos de ocio o de especialistas. A mi modo de ver en ese casi inexistente lugar que ocupa esta otra mitad vitrubiana de la Arquitectura, o lo que es lo mismo en su incapacidad de construir auctoritas, reside la debilidad mayor que explica la pobre performance de esta disciplina en nuestro país. Afortunadamente la construcción de una articulación más equilibrada de ambas actividades solo depende de nuestra conciencia y de nuestra voluntad.

Liernur, Jorge Francisco, Introducción en Arquitectura, en teoría, escritos 1986-2010, Buenos Aires, SCAnobuko, 2010

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