Fernand Van Steenberghen - Guillermo De Ockham

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Centro Pieper

MAR DEL PLATA - ARGENTINA

«GUILLERMO DE OCKAM»

Fernand van Steenberghen

“Filosofía Medieval” Club de Lectores Buenos Aires, 1967

Material de Lectura para la Primera Clase Magistral del Ciclo Pensamiento Moderno

- 2009 -

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GUILLERMO DE OCKHAM VIDA Y OBRAS Nacido hacia 1285 en el condado de Surrey, Guillermo estudió artes liberales (antes de 1309) y la teología (13091315) en Oxford. Bachiller bíblico en 1315, bachiller sentenciario en 1317, enseñó hasta 1324 sin llegar al magisterio, razón por la cual se lo conoce con el nombre de Venerabilis Inceptor. Denunciado en Avignon, en 1323, por sus enseñanzas, es citado a la corte papal en 1324. El proceso se arrastró lentamente sin llegar a una condenación. A fin de mayo de 1328, habiendo tomado partido por los espirituales contra Juan XXII, Ockham huyó de Avignon y encontró refugio en la corte de Luis de Baviera, primero en Pisa, después en Munich (1329), donde se comprometió a fondo en el conflicto político-religioso entre el Emperador y el Papa. Excomulgado desde junio de 1328, trató de reconciliarse con la

Iglesia y con su orden después de la muerte de Luis de Baviera (1347), pero murió en 1349 y se ignora si había obtenido su perdón. Los escritos filosóficos de Ockham comportan la Expositio aurea, la Summa logicæ, la Expositio super libros Physicorum y las Quæstiones super libros Physicorum, las Summulæ in libros Physicorum y, por último, diversos opúsculos. Entre los escritos teológicos, muchos tienen una importancia considerable para la filosofía: la Ordinatio o comentario sobre el primer libro de las Sentencias, sobre todo el prólogo de ese comentario, donde el autor desarrolla largamente su teoría del conocimiento; los siete Quodlibeta, el Tractatus de prædestinatione.

DOCTRINAS PRINCIPALES Teoría del conocimiento. La sensación es una forma intuitiva de conocimiento, pues alcanza al existente. En cuanto al conocimiento intelectual, que prolonga la sensación, puede ser intuitivo o bien abstractivo. El pensamiento intuitivo es aquel que capta la existencia (o la no existencia) de las realidades individuales, datos de la experiencia sensorial o de la experiencia interna; es el conocimiento más perfecto, único que es plenamente objetivo y evidente; empero Dios podría, por una intervención sobrenatural, en virtud de su potencia absoluta, causar en nosotros una intuición en la ausencia de su objeto. El conocimiento abstractivo es, en un

primer sentido de la expresión, el que descuida la existencia de su objeto para no detenerse sino en su contenido; en un segundo sentido, es el conocimiento de un objeto de pensamiento abstraído de muchos individuos o universal. Pero, ¿cuál es la naturaleza de ese objeto de pensamiento abstracto y universal? Según los partidarios del realismo, el concepto universal representa una naturaleza o esencia inteligible participada realmente por los individuos de los cuales es abstraída y de los cuales es predicada en el juicio: así, la naturaleza humana no existe en sí (como lo pretende el realismo

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exagerado, el platonismo, por ejemplo) sino que es poseída verdaderamente por Pedro y por Pablo, y es esta naturaleza real la que es representada por el concepto universal “hombre”. Para Ockham, semejante doctrina comporta un residuo de realismo exagerado y da a nuestros conceptos un alcance objetivo que no tienen: no conocemos la naturaleza íntima de las cosas, pero las clasificamos en categorías sobre la base de semejanzas superficiales; el concepto (y el término que lo traduce en el lenguaje) no es más que el signo o el símbolo de que nos servimos para designar una categoría de realidades semejantes; los términos (gramaticales y lógicos) reemplazan los grupos de objetos cuyos símbolos son; el universal no traduce pues sino una “comunidad de signo”. Notemos, sin embargo, que si los términos del lenguaje tienen un sentido convencional (y varían, pues, de una lengua a otra), el concepto pensado (y el término lógico que lo expresa) es un signo natural, puesto que designa una clase de objetos que se revelan a la conciencia con rasgos verdaderamente semejantes, cuyo concepto es el símbolo, impuesto por el objeto mismo.

Esta doctrina que reduce el conocimiento abstracto al conocimiento de los “términos” significativos, objetos del pensamiento, o de los “nombres” por los cuales designamos las clases de objetos semejantes sin pretender alcanzar su naturaleza real, o “conceptos” desprovistos de verdadero valor como representaciones de naturalezas reales, ha sido llamado terminismo o nominalismo o conceptualismo, por oposición al realismo anterior. Es evidentemente el fruto del empirismo de Ockham. El nominalismo da al orden de los conceptos un alcance muy diferente del que le atribuían las escuelas tradicionales. Ockham se ha interesado vivamente por la transposición de la lógica aristotélica en lenguaje nominalista, poniendo de relieve el carácter puramente formal de la lógica, así como diversas nociones importantes en la perspectiva nominalista, tales como la suppositio y el modus significandi.

Metafísica. El empirismo de Ockham acarrea consecuencias fatales en metafísica, pues desemboca en un agnosticismo completo para todo lo que supera la experiencia. Puesto que el universal no existe de ninguna manera fuera de la inteligencia abstractiva, lo real está formado por individuos estrictamente aislados los unos de los otros; el problema del principio de individuación es pues un falso problema: no hay lugar para explicar la individuación, ella se impone de suyo. En cuanto a la estructura interna del ser concreto, la posición de Ockham está regida por dos principios: el principio de economía:

“no hay que multiplicar las entidades sin necesidad” (es lo que se ha llamado la “navaja de Ockham”) y el principio de distinción: “toda distinción real implica la separabilidad”, es decir que las cosas realmente distintas pueden existir separadamente, al menos para la omnipotencia de Dios. Sobre la base de estos principios, Ockham elimina la mayor parte de las composiciones reales afirmadas por las escuelas anteriores: esencia y existencia, sustancia y accidente, relaciones y fundamentos, formas sustanciales subordinadas, formalidades

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escotistas. La experiencia no justifica, como realidades distintas, más que la materia, la forma sustancial, el alma vegetativa o el alma sensitiva en los vivientes, los actos concientes de conocimiento y de apetito. Los demás accidentes: cantidad, cualidad, relaciones, no son distintos de la sustancia sino en el pensamiento; es el caso, por ejemplo, para la relación de causalidad en el mundo exterior: la experiencia nos revela concomitancias y secuencias, pero sólo el pensamiento establece relaciones de causalidad entre las cosas. El agnosticismo es todavía más pronunciado en teología natural. En reacción contra las tesis escotistas,

Ockham discute la validez de las pruebas de la existencia de Dios, puesto que ellas son construidas con la ayuda de conceptos abstractos y del principio de causalidad. Imposible demostrar por la razón los atributos de Dios; por lo demás éstos significan a Dios, pero no expresan su naturaleza íntima, cuya simplicidad absoluta escapa a toda distinción, incluso la distinción formal (Escoto) y la distinción virtual (Santo Tomás). La existencia y la perfección de Dios son conocidas por la fe, que nos ilumina notablemente acerca de la omnipotencia divina: Dios puede realizar todo lo que no es estrictamente contradictorio y Ockham recurre constantemente a esta potentia Dei absoluta.

Psicología. El hombre está compuesto de materia, de forma de corporeidad, de un alma vegetativo-sensitiva y de un alma intelectiva; pero la existencia de esta última, su naturaleza inmaterial, su unión sustancial al cuerpo y su inmortalidad no son conocidas más que por la fe. El conocimiento intuitivo es debido a la acción de los objetos conocidos, que producen en el sujeto cognoscente el acto intuitivo, accidente real del alma. En cuanto a los conceptos universales abstractos, se forman en el alma intelectiva por la simple puesta en

presencia del objeto y de la inteligencia: no hay acción de fantasmas, no hay intelecto agente, no hay especies inteligibles; Ockham estima superfluos todos estos engranajes. El querer es una actividad estrictamente autónoma frente a los motivos propuestos por la inteligencia; el poder de autodeterminación de la voluntad es absoluto. No siendo la voluntad y la inteligencia realmente distintas de la sustancia del alma, la cuestión del primado de la una o de la otra está desprovista de sentido.

Física. En virtud de la orientación general del sistema, la filosofía de la naturaleza se caracteriza, en Ockham, por una doble tendencia. Por una parte, simplificación por eliminación de las entidades metafísicas juzgadas superfluas: cantidad, movimiento, tiempo, lugar,

relaciones, no tienen ninguna realidad distinta de la sustancia corporal. Por otra parte, la acentuación del papel de la experiencia en el examen y la solución de los problemas, lo que abre la vía a la física nueva llamada a superar la de Aristóteles.

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Ética. No hay casi lugar para una ética natural en la filosofía de Ockham, pues según él la ley moral no tiene ningún valor absoluto, depende del soberano querer de Dios (voluntarismo divino) y no podría por tanto ser conocida más que por revelación. Pudiendo Dios

modificar el orden natural según su beneplácito, el examen de la naturaleza humana no podría revelarnos los imperativos de la vida moral; por otra parte el concepto de naturaleza humana está desprovisto de valor en el orden real.

[Texto tomado del libro de FERNAND VAN STEENBERGHEN, Filosofía Medieval, Club de Lectores, Buenos Aires, 1967, pp. 171-177.]

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