¿Cuál es el sentido de salvar especies en peligro de extinción?
“Los animales tienen el mismo derecho que nosotros de vivir en un planeta de manera libre y feliz”
Hay un motivo simple para salvar a las especies: porque queremos hacerlo.
Muchos de nosotros amamos el mundo silvestre. Pensamos que los animales son lindos, majestuosos o simplemente fascinantes. Nos encanta caminar bajo los rayos de sol que se asoman entre las ramas de un viejo bosque o bucear sobre un arrecife de coral. La naturaleza es hermosa, y este valor estético es un motivo para conservarla, así como lo hacemos con obras maestras de arte como la Mona Lisa o Angkor Wat. El principal inconveniente de este argumento es que condena a todos aquellos animales y plantas que no son tan apreciados por los humanos: los feos, los que huelen mal, o simplemente son extraños. Si no nos resultan atractivos, quedan relegados. Frecuentemente escuchamos que debemos conservar ecosistemas como las selvas porque probablemente contienen elementos útiles, especialmente medicinas. La pregunta habitual es “¿qué pasa si se extingue una planta que contenía la cura para el cáncer?” ¿Y qué sucede con aquellas especies que no producen algo útil como medicinas? Es poco probable que la sangre de los gorilas de montaña contenga la cura para el cáncer. Por lo tanto este argumento, si bien tiene cierta fuerza, no nos lleva muy lejos. Un gran avance llegó en los años 90, cuando los biólogos empezaron a explicar todas las formas en que nos beneficia la simple presencia de las plantas y animales. Estos beneficios, que la mayoría de nosotros subestima, son llamados “servicios del ecosistema”. Algunos de estos servicios resultan obvios. Por ejemplo, hay plantas y animales de los que nos alimentamos. A su vez, tanto el plancton fotosintético en el mar así como las plantas verdes nos brindan el oxígeno que respiramos. Estos ejemplos son bastante directos, pero en algunos casos los servicios que nos brindan
pueden ser más sutiles. Un claro ejemplo son los insectos polinizadores como las abejas.
Muchos de nuestros cultivos dependen de estos insectos para producir semillas y no sobrevivirían -ni hablar de brindarnos alimento- sin ellos. Es por este motivo que el declive en los insectos polinizadores es una gran preocupación. Para comprender cuánto dependemos de estos servicios del ecosistema, imaginemos un mundo donde el humano es la única especie, quizá en una nave espacial lejos de la Tierra. No existen plantas que liberen oxígeno, con lo cual hace falta fabricar un sistema que haga lo mismo. En este sentido será necesario contar con una planta procesadora de químicos en la nave. Esta misma planta también tendrá que crear agua. Además no hay qué comer, así que habrá que crear alimentos artificialmente. Se podrían sintetizar químicos como azúcares y grasas aunque hacerlos apetitosos sería extremadamente difícil. Hasta el momento no logramos siquiera inventar una hamburguesa artificial que resulte convincente. Sin mencionar a los microorganismos que viven dentro nuestro, muchos de los cuales son beneficiosos. El punto es que, si bien en teoría podríamos hacer todo esto de forma artificial, en realidad sería muy difícil. Es mucho más fácil dejarle a la naturaleza hacer esta tarea. La dimensión de estos servicios del ecosistema, al sumarlos, da un resultado extraordinariamente grande. En 1997, el ecologista Robert Costanza y sus colegas estimaron que la biósfera brinda servicios por un valor de aproximadamente 33 billones de dólares al año. En comparación, la economía global produce aproximadamente unos 18 billones al año en la actualidad. Cinco años después, el equipo llevó este argumento un poco más allá al preguntarse cuánto ganaríamos conservando la biodiversidad. Concluyeron que los beneficios serían 100 veces mayores a los costos. En otras palabras, conservar la naturaleza es una inversión asombrosamente conveniente. Por el contrario, dejar que las especies disminuyan y se extingan parece ser la jugada incorrecta. Un estudio realizado en 2010 concluyó que una extinción
desenfrenada de especies podría generar para el año 2050 una pérdida equivalente al 18% de la producción total de la economía global. El periodista ambiental George Monbiot ha sido especialmente crítico del tema.
Monbiot considera que todas estas valoraciones son poco confiables, lo cual permite a aquellos en el poder arreglar los números como más les convenga. Si alguien quiere construir un camino que atraviesa un hábitat importante, sencillamente va a exagerar los beneficios del camino y menospreciar los de la vida salvaje. “Los bosques, bancos de peces, la biodiversidad, los ciclos hidrológicos pasan a pertenecer, de hecho, a los intereses -corporaciones, terratenientes, bancos- cuyo excesivo poder es su mayor amenaza”, escribió Monbiot en 2013. Puede que esté en lo correcto en cuanto a que cualquiera de estos sistemas es propenso a sufrir abusos. El argumento contrario es que ante la ausencia de un sistema de este tipo, los abusos suceden de todas formas -motivo por el cual muchos grupos de conservación apoyan actualmente la idea de asignarle valor a los ecosistemas. Uno de los aspectos positivos de la idea de los servicios del ecosistema es que es universal. Con lo cual los argumentos más débiles que mencionamos antes empiezan ahora a tener más sentido. Tomemos la idea de que la naturaleza es hermosa y la debemos preservar por su estética y belleza. El placer que sentimos ante lo maravilloso de la naturaleza, puede ser ahora considerado un servicio del ecosistema. La naturaleza nos brinda belleza. Puede que se pregunten cómo ponerle un precio a esto. ¿Cómo podemos medir objetivamente la belleza? Bueno, no es posible, pero eso no nos detiene a la hora de decidir cuánto vale. Lo hacemos todo el tiempo con pinturas, música y otros tipos de arte. Si valoramos algo y estamos dispuestos a pagar para tenerlo, entonces tiene valor. Para hacer lo mismo con la naturaleza, necesitamos un sistema que nos permita pagar para experimentarla. Un ejemplo sencillo el ecoturismo. La gente a cargo de este tipo de viajes turísticos tiene un claro incentivo para proteger a los animales. Los gorilas son su fuente de sustento, y este tipo de tours puede generar más ingresos que otros usos de la tierra como por ejemplo la agricultura. Sin embargo, en un principio el ecoturismo ofrece una posibilidad para que la belleza de la naturaleza se pague por sí sola.
Tomemos el ejemplo de los gorilas de montaña. Viven en una cordillera donde los árboles tienen un tupido follaje. Si queremos preservar a los gorilas, también debemos preservar el ecosistema donde viven. Por lo tanto, si decidimos salvar a los gorilas de montaña, por extensión estamos eligiendo preservar el hábitat particular en el que viven y la mayoría de especies con quienes lo comparten. En este punto, muchos se echan para atrás. Una cosa es pagar para salvar a los maravillosos gorilas de montaña, dicen, ¿pero ahora también tenemos que pagar para salvar unos árboles, arbustos e insectos? Quizá esos gorilas no sean tan buena inversión después de todo. Los bosques en las laderas brindan toda una serie de servicios útiles que no siempre sabemos apreciar. En especial, ayudan a garantizar un suministro regular de agua. Todo el mundo sabe que el clima es cambiante. A veces llueve mucho, lo que implica inundaciones. En otros casos no llueve lo suficiente y se provocan sequías. Ambos extremos son peligrosos. Los árboles en las montañas ayudan a regular esto, asegurando un suministro confiable de agua dulce. Esto es muy bueno para las poblaciones que viven en las tierras bajas. Ya sea que lo pongamos en términos económicos o no, la ciencia nos indica que los ecosistemas nos brindan toda una serie de aportes sin los cuales no podemos vivir, y que mientras más diverso sea el ecosistema, mejor. Así que por nuestro propio bien -tanto en cuestiones prácticas como alimento y agua, y necesidades menos tangibles como la belleza- los debemos proteger. Por supuesto que los humanos también formamos parte del ecosistema, y no hay nadie que se esté queriendo deshacer de nosotros. Así mismo, no podemos cuidarnos a nosotros mismos sin preservar la naturaleza, porque la necesitamos por muchos motivos. Esta es una nueva forma de pensar en la conservación. No es “naturaleza por sí misma”, ya que explícitamente trata de ayudar a las personas. Tampoco es “naturaleza para la gente”, porque no se ocupa únicamente de los beneficios directos que nos ofrecen los ecosistemas. Por el contrario, se trata de ver a la sociedad humana y a los ecosistemas naturales como un todo inseparable. Mace llama a esta perspectiva “naturaleza y gente”. Esto no implica preservar todas y cada una de las especies, lo cual sería imposible aunque lo intentáramos. Tampoco trata de mantener todo exactamente igual, porque también sería imposible. Aunque sí significa que debemos asegurarnos de que los ecosistemas sean tan ricos y diversos como sea posible. Esto va a ser bueno para ellos, así como para nosotros.
Pedro y el Capitán
Muchas de las veces no nos conocemos, no sabemos inclusive porque reaccionamos de tal forma a una situación o nuestras acciones. La mayoría de las veces las encajamos en algo que suele hacerlo perder de vista y que se nos olvida lo que realmente somos. El conocimiento de sí mismo es algo primordial, ya que de esta manera nos ayuda a poder estar convencidos y reafirmados en un pensamiento sin que nadie más nos diga o que personas ajenas a nosotros mismos nos lo hagan notar. En esta lectura está claro que uno de los participantes o personajes, realmente no se conocía, sino que todas sus acciones las escudaba en algo que no tenía nada que ver con su persona. Por lo tanto Pedro lo hace verse desde su interior y realmente conocer al ser que ha creado durante toda su vida y que no es lo que él creía ser. El conocimiento de sí mismo nos encamina a una vida sin dudas y sin sorpresas, ya que estos nos ayudan a poder desenvolvernos de la manera más correcta dentro de nuestro entorno y con nosotros mismos.