Estamos despiertos? A. R. Orage
Orage examina el sueño y el despertar como hechos y como metáforas de nuestra condición psicológica y espiritual.
¿CÓMO podemos probarnos a nosotros mismos, en algún momento determinado, que no estamos dormidos y soñando? Las circunstancias de la vida a veces son tan fantásticas como circunstancias de los sueños; y cambian con la misma rapidez. ¿Qué pasaría si despertáramos y encontráramos que la vida es un sueño, y que nuestra dormidez y sueños actuales son meramente sueños dentro de un sueño? Hay una doctrina tradicional, usualmente asociada con la religión, pero a veces invade la gran literatura, que nuestro estado de vigilia presente no esta siendo, para nada, despierto. Ciertamente no es sueño nocturno, ni tampoco es el sonambulismo ordinario; sino que es, dice la tradición, una forma especial de sueño comparable a un trance hipnótico en el que, sin embargo, no hay hipnotista sino sólo sugestión o autosugestión. En primera instancia, desde el momento del nacimiento y antes, estamos bajo la sugestión de que no estamos completamente despiertos; y es universalmente sugerido a nuestra conciencia que debemos soñar el sueño de este mundo – como nuestros padres y amigos lo sueñan. Los niños pequeños, es notorio, encuentran difícil al principio distinguir entre esta suposición, a decir, sus otros sueños, y el sueño en el que viven sus padres. Después en la niñez, cuando la sugestión original se ha instalado, la autosugestión nos mantiene en el mismo estado mas o menos continuamente. Nuestros amigos y vecinos, y todos los objetos que percibimos, actúan como soporíficos y sugestiones de sueño. Ya no, como en la infancia temprana, tallamos nuestros ojos en la duda de la realidad de este mundo. Estamos completamente convencidos de que no sólo es real, sino de que no hay ningún otro. Soñamos pero no dudamos que estamos despiertos. La religión, es obvio, presupone que la vida mortal es un modo de sueño del cual es posible despertar hacia una vida eterna. El Nuevo Testamente, por ejemplo, constantemente hace uso de la imaginería del sueño y el despertar. De acuerdo a los Evangelios y a las Epístolas, dormimos con Adán y despertamos con Cristo; y el refrán de la Doctrina es que debemos esforzarnos por despertar de nuestro estado de vigilia presente y “volver a nacer.” En literatura reciente la idea ha sido explotada por Visen y H. G. Wells entre otros escritores. La obra de Visen, Cuando los Muertos Despertamos, y la novela de Wells, El
Durmiente Despierta, asumen en sus mismos títulos que nosotros los humanos estamos dormidos pero podemos despertar. Es naturalmente difícil, por supuesto, convencernos de que estamos dormidos. Una persona dormida, en medio de un sueño, usualmente no puede despertarse a si misma. El sueño puede ser tan desagradable que lo despierta; o se despierta naturalmente; o puede ser sacudido hacia el despertar. Muy raramente puede uno despertarse voluntariamente. Es aun más difícil despertar voluntariamente del sueño hipnótico. Y si desde estos relativamente ligeros estados de sueño es difícil que despertemos por nuestros propios medios, podemos imaginar la dificultad de despertar voluntariamente de la dormidez y el sueño mas profundo de nuestro estado de vigilia. Pero ¿cómo podemos convencernos a nosotros mismos de que estamos realmente en una forma de sueño cuando, aparentemente, estamos realmente despiertos? Comparando los dos estados principales de conciencia que conocemos y observando sus características evidentemente comunes. ¿Cuáles, por ejemplo, son las características sobresalientes de nuestro sueño ordinario como lo conocemos a través de nuestros sueños recolectados? El sueño sucede, es decir, no lo iniciamos deliberadamente ni creamos sus figuras y eventos. Y en este respecto se parece a la vida en vigilia, en que no predeterminamos nuestras experiencias, ni creamos o inventamos las figuras y los eventos con que nos encontramos en el día a día. Otro elemento común de nuestros modos de vida de sueño y vigilia es la variabilidad de nuestra conducta. A veces estamos horrorizados, otras, gratificados, de recordar como nos hemos comportado en una situación de sueño. Es verdad que cualquiera que haya sido nuestra conducta, humillante o halagadora para nuestro orgullo, no podríamos haberla hecho de otra forma. Nuestra inquietud o satisfacción es solamente un recuento de la revelación presumida de nuestros seres (yoes) inconscientes. Pero ¿cómo es que, al final, estos hechos difieren de los hechos de nuestros sueños de vida en vigilia? En los sueñosvigilia también cortamos una figura lamentable o buena, no por diseño predeterminado, sino como vaya sucediendo; y nuestro arrepentimiento o satisfacción es igualmente contingente en el efecto que el episodio tiene en nuestro orgullo personal. Pero, ¿podemos decir verdaderamente, de antemano, que, pase lo que pase, nos comportaremos así y así y no de otra manera? ¿No estamos sujetos a la sugestión del momento y obligados a ser desviados de nuestra resolución por enojo, avaricia, entusiasmo? Exactamente como sucede en el sueño-dormidez, nuestra vida en vigilia siempre nos esta tomando por sorpresa; y estamos constantemente comportándonos
como no pensaríamos que nos comportaríamos. Ni, en retrospectiva, podemos verdaderamente decir que podríamos haber hecho mejor o peor en la situación de ayer. Si se repitiera exactamente, sin duda podríamos. Pero, tomándolo como y cuando fue, con nosotros mismos como éramos entonces, no pudo haber sido diferente de otros sueñosdormidos que hemos experimentado. La seria examinación del paralelismo entre los dos estados de sueño y vigilia revela muchas otras similitudes. Sólo uno más necesita mención aquí – el cercano parecido de nuestra memoria con respecto a la experiencia de los dos estados. Es verdad que de nuestra vida despierta (en vigilia) preservamos una recolección más o menos continua, mientras que nuestra vida-dormida (en el sueño) es una serie de memorias discontinuas. Pero a parte de esta diferencia específica nuestra actual facultad-de-memoria parece comportarse casi igual con relación a las dos formas de experiencia. Sabemos cuan difícil es recordar voluntariamente un sueño de la noche anterior; el sueño fue vívido, y todos sus detalles estaban en nuestra mente al despertar; pero en un instante todo desapareció, sin dejar rastro tras de sí. La memoria del sueño-despierto de ayer no es tan traicionera, o caprichosa, con respecto a sus características principales; pero, ¿dónde, hoy, está el detalle vívido de ayer? Vimos claramente mil y un objetos, y hasta los atendimos. Escuchamos conversaciones, hablamos, observamos hombres y cosas en la calle, leímos libros o periódicos, leímos y escribimos cartas, comimos y bebimos e hicimos o percibimos una cantidad, que ningún hombre puede enumerar, de objetos y acciones. Es fue solamente ayer, en el vívido sueño de vigilia de ayer. ¿Cuántos de esos detalles permanecen en nuestra memoria hoy; o cuántos podríamos recordar por esfuerzo? Tan completamente como los sueños nocturnos, la masa de nuestros sueños de vida de ayer se desvanece hacia el olvido de nuestra inconsciencia. Puede temerse que haya algo mórbido detrás de estas especulaciones; y que un esfuerzo por ver a nuestra vida en vigilia meramente como una forma de sueño debe de disminuir su importancia para nosotros y nuestra (importancia) para ella. Pero esta actitud hacia un hecho posible y probable es, per se, mórbidamente tímido. La verdad es que tal como en los sueños nocturnos el primer síntoma de despertar es sospechar que uno esta soñando, el primer síntoma de despertar del estado despierto – el segundo despertar de la religión – es la sospecha de que nuestro despertar presente esta soñando también. Estar conciente de que todos estamos dormidos es estar en el punto de despertar; y estar concientes de que sólo estamos parcialmente despiertos es la primera condición de convertirnos en y volvernos más plenamente despiertos.
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