Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra. (Salmo 46:10) Desde hace tiempo quería compartir algo con vosotros aunque sea desde la lejanía. Tenía ganas de deciros que, a pesar de nuestro escaso mutuo conocimiento, Ellen y yo os echamos de menos y quisiéramos estar entre vosotros. Esos eran al menos los planes que teníamos. Pero nuestros planes no siempre coinciden con los de Dios; llevábamos orando tiempo al Señor para que Él nos concediese el precioso don de un hijo en el momento adecuado y parece que ese momento es ahora aunque eso cambie nuestros planes. Es en esta situación cuando este versículo ha adquirido un nuevo sentido para nosotros: ahora es el momento de estar quietos y glorificar a Dios por poder experimentar en nuestra propia vida (en nuestra propia carne sería más apropiado) el milagro de la vida. Sin embargo, eso también crea luchas en nuestro interior justamente por querer estar entre vosotros y cumplir con nuestros compromisos. Precisamente este salmo habla de luchas. Si lo leemos atentamente nos daremos cuenta de que no sólo es un canto a la confianza en Dios. El salmista recuerda a los enemigos de Dios que Jehová de los Ejércitos es el Todopoderoso que lucha a favor de su pueblo, así que los enemigos de Dios deben cesar de combatir contra Él y contra Su pueblo. De esa forma debe entenderse el estad quietos del versículo 10. Y a la vez es un mensaje directo para los que confiamos en su señorío: relajaos, Dios está luchando a nuestro favor. Así, a bote pronto, me parece que este versículo es muy adecuado para todos los cristianos que vivimos en este mundo tan agitado. Por una parte deberíamos dejar de luchar en contra de Dios al no permitir que Él haga Su voluntad es nuestras vidas, cosa que desgraciadamente en muchas ocasiones hacemos al no ejercer los dones que Él nos ha dado; por la otra, deberíamos relajarnos y dejar de preocuparnos en exceso si realmente reconocemos su señorío en nuestras vidas. Conseguir el equilibrio entre estos dos puntos puede hacer que nuestra vida espiritual madure hasta alcanzar “la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13). Al menos así lo estamos experimentando Ellen y yo. Con mucho amor, Jesús y Ellen Polaino