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EN TORNO A LA SUBJETIVIDAD 1.
Formación y reflexión
Se trata de elaborar con los elementos naturales de que dispongo la obra de
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personalización: cada día nos hacemos más personas, nos formamos más íntegramente, en la medida en que nos abramos a una plenitud existencial y subsistencial que cada vez se va haciendo más compleja. Desearía ser más de lo que soy ahora. Me encuentro limitado. Me defino en un lugar sin una posible visión de conjunto o panorámica. De toda mi sucesión temporal, sólo capto un espacio de tiempo limitado: este presente concreto, el instante en que estoy viviendo. El pasado es un horizonte en el que se ha desenvuelto mi vida pero que ya no me pertenece; el futuro, sólo, si, a fuerza de imaginármelo, puedo prever cómo será, pero sólo me doy cuenta, en todo lo que esta expresión significa, de este instante que también va pasando. Mi vida se conforma de todos los instantes vividos plenamente, que me pertenecen como me perteneció, por ejemplo, la camisa que antes me había puesto y que ya habré abandonado por considerarla deslucida. Como hombre, pues, soy un ser temporal, histórico, pero viviendo sólo en instantes separados, aislados, que por la memoria van quedando anotados en el diario de mi vida como un todo continuo. Esta es mi vida temporal. ¿Habrá algo más precario y pegado de un hilo que ésto? Consideremos las exigencias que debe tener una auténtica filosofía de la persona o de la subjetividad. Su método debe ser la reflexión. Por medio de ésta, hago filosofía de mí mismo, de mi carácter de situacionalidad, de posicionalidad en un conjunto realístico que aparece ante mí como un horizonte de posibilidades. Tengo que tratar de convencerme de que ésta es mi vida. Soy el que la está viviendo. No puedo entregar mi vida a otro para que la viva por mí. Esto es impensable. Soy yo quien me voy haciendo aquí, en este mundo que se me presenta con unas concretizaciones precisas. No puedo claudicar aunque la tarea no sea fácil. Tengo que renunciar a pensar mi vida como algo ya hecho y entregado. No, mi vida está desarrollándose: es una tarea que se realiza a medida que voy viviendo: la vida se vive viviéndola. La reflexión, pues, me constituye en mi ser de hombre, es
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decir, de persona. Funda mi racionalidad: ésta consiste en mi capacidad de acercamiento peculiar a la realidad. Ser racional significa ser capaz de trascender un mundo sicofísico al que el animal sí esta determinado. Soy lo incondicionado en un horizonte de condicionalidades. Pregustar la soledad del quedarse aislado sin más defensa ante la inmensidad arrolladora: un grano de arena inadvertido en la extensión de la playa: sentir agudamente la insignificancia de mi ser ante el universo. Pero hay algo en mí que me dice que soy en medio de mi situación insignificante, sin sentido. (Es necesario hacer una valoración de una experiencia de este tipo). He sentido con mi cuerpo muchas cosas buenas, deseables, apetecibles. Me queda una sensación de satisfacción y de saciedad. Tengo que ordenar mis sensaciones para ir configurando el mundo de mi exterioridad: soy en un mundo concreto a través de mi cuerpo. ¿Cómo estoy viviendo esta situación determinante de mi ser? ¿Cómo estoy armonizando todo ésto en mí? A veces me cercan tantas ideas que no sé cuál atender primero. Algunas son desechables, insulsas, fastidiosas y fatuas y sin embargo me invitan tan insistentemente que me veo seducido por ellas. Así es como vengo a pensar en nimiedades y en necedades, a pesar de que sé en ese momento que hay cosas mucho más importantes y en las que sí debo quebrarme la cabeza. ¿Basta sólo pensar y darle vueltas a una misma idea, o será más necesario no pensar tanto y actuar desprevenidamente? Lo meritorio en la vida sólo se hace a costa de grandes sacrificios. Todo lo que vale la pena es difícil de algún modo. Es el sentido del adagio: “Agarrar al toro por los cuernos”. Los problemas son para ser o intentar ser resueltos, no para dejarlos a un lado. Uno siempre debe hacer lo que tiene que hacer aprovechando el momento presente, en el que tenemos unas circunstancias que no iremos a tener después. Mi consigna, entonces, será: aprovechar al máximo el instante pasajero sin amedrentarme ante el porvenir que aún no conozco y que sólo es un sinnúmero de posibilidades, ni por el pasado que ya dejó de ser y quedó definitivamente determinado. En último término: tengo que ser más realista en mi modo de proceder y en mi manera de afrontar la vida, porque estoy participando en un juego en el que no debo perder porque una pérdida en este sentido sería caer en el absurdo y en el fracaso definitivo. Todo en la naturaleza humana es un afán por triunfar, por llegar más allá. Hay una expectación que envuelve
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toda la vida y es lo que sostiene esta vida en cada momento: una expectación, una espera de lo que aún no es pero que va a llegar a ser por y a partir, de algún modo, de lo que ahora es. Uno siempre está esperando que el mañana será mejor, que más adelante se conseguirá lo que aún no somos o no tenemos y que se vislumbra tenuemente mediante la imaginación. Deseamos conseguir lo que ahora se nos hace inaccesible. Esta mirada al porvenir y esta confianza de que iremos a conseguir lo que deseamos es lo que nos define como seres en búsqueda. Todo cuanto planeamos o programamos está basado en esta característica tan propia del hombre. Estoy convencido en lo más íntimo de mí mismo que puedo conocerme cada vez de un modo mejor. Hay que destacar la importancia de la relación con el otro a este respecto. ¿Este otro se puede considerar como un resonador de mi yo? ¿De qué depende el éxito de mi relación con los otros, con el prójimo? A veces pienso que no he educado lo suficiente mi yo ya que en el fondo es muy salvaje porque en algunos momentos cree que no ES sino él solamente: he actuado sin tener en cuenta la absoluta alteridad del otro, sin tener en cuenta que el otro es un sujeto tal como lo soy yo con una complejidad estructurada de un modo determinado y con una historia personal única. Pero, ¿por qué habré olvidado o por qué no habré tenido en cuenta ésto? Quiero plantear la cuestión de la salvación o intento de autoafirmarse del sujeto mismo frente a lo que hace peligrar esta apertura misma del yo como sujeto. ====== He pensado en lo degradante que es toda forma de imposición a las conciencias. Cualquier organización que pretenda ser solo organización me parece inhumana. La regla mata, es el espíritu el que da vida. Cuando nos apegamos a la norma de modo que creamos que ella sola nos puede salvar, vamos por un camino contrario a la salvación. El apego obcecado a la ley nos aleja de lo más humano que somos. A veces creemos estar liberándonos cuando seguimos fielmente la norma por la norma pero nos está ocurriendo precisamente lo contrario. Siento un gran anhelo indefinible. Me veo perdido en el tiempo, en medio de las cosas, entre las personas. No me encuentro a mí mismo tal como soy. No me he podido concentrar como quisiera. Me veo diluído en los acontecimientos. Es como si prestara todo lo que soy y al final me quedara sin mí, sin lo que soy. Me siento como un individuo en la masa amorfa de una
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sociedad incomprensible, sin un centro orientador desde el que pudiera decir: yo soy y me estoy realizando existiendo. Una de las cosas que más me impresiona es el tema de la renuncia: uno necesita dejar, abandonar gran parte de lo que no es para alcanzar lo que más se desea. En la medida en que uno esté dispuesto a renunciar a muchas cosas, a uno mismo si es posible, en esa medida crecerá en libertad, o se sentirá realmente libre. Yo me puedo encadenar a los objetos, a mis cosas, cerrando ante mí todo el horizonte de entrega y de realización que se me ofrece. Siempre nos rodea esta paradoja: en la renuncia está la riqueza. Sin embargo, he venido a descubrir la absurdidez de algunas acciones humanas. He experimentado el absurdo o la ambigüedad de mí mismo sobre todo en ciertas situaciones. ¿Nunca alcanzaré a comprenderme? Estoy insatisfecho de lo que hago. Me siento débil y a la vez lanzado a un mundo que me acosa y exige de mí lo máximo. No comprendo por qué uno tiene que trabajar denodadamente en pro de unas metas si siempre se tendrá este sentimiento de inacabamiento. En algunos momentos me he experimentado como alguien venido a menos, como un ser malogrado, como alguien que tiene un mensaje que decir pero que por salvaguardar el secreto de ese mensaje y para que éste siga siendo lo que es, no lo descubre en forma imprudente y sin riesgo, sino que lo preserva para manifestarlo en el momento preciso y a la persona que realmente interesa. En uno de esos momentos así siento el vacío de mis acciones más íntimas, pero suelo caer en el error de creer que para que una acción mía valga tiene que percibirse por los otros como una acción realmente aceptable y aún plausible: en este sentido los demás no serían para mí sino condición de la validez de mi praxis y sólo tendrían sentido para mí en la medida en que fueran los dadores o reconocedores de mis acciones como válidas. Pero el hombre nunca encontrará un sentido absoluto y único para sus acciones y para el complejo de realidades que no es él (Cf. el no-Yo de Fichte) mientras camine o peregrine hacia la luz, mientras esté en búsqueda, mientras se halle incompleto y tenga posibilidad de malograrse.
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La relación con el otro
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Una situación en que me experimento como indigente o absurdo puede ser aquella en que tengo que relacionarme con los demás. El otro es para mí siempre motivo de inquietud: me hace sentir a veces como un ente buscador tan sólo de placer y satisfacción, cuando el diálogo está imposibilitado para los dos, porque aunque no nos conozcamos, nos atraemos: se abre un abismo entre los dos porque a la vez que deseamos comunicarnos, entrar en diálogo, nos vemos separados profundamente el uno del otro ya que somos dos mundos completamente distintos los que se encuentran. Tanto el otro como yo oponemos todo el silencio que encerramos ante lo extraño, ante lo que conocemos por primera vez. Esta situación deja de convertirme en un extraño para mí mismo cuando me decido a ser influido o determinado por el otro (por este otro con quien estoy tratando de entrar en diálogo), es decir, cuando yo me abro a él con todo lo que soy para que haga conmigo lo que a él le parezca, esto es, me interrogue, me obligue en cierto modo a responderle y me ponga en tensión hasta que no cambie mi actitud hacia él. Es la actitud de amor o de amistad que reemplaza la de desconcierto, miedo o asombro, la que me abre una dimensión del otro hasta este momento desconocida para mí: la dimensión de su intimidad, de su yo íntimo que hasta el momento había estado oculta, a oscuras, en espera de mi acto creador que la sacó a la luz. Conozco así la persona del otro. Me doy cuenta de que no es solo cuerpo, además compruebo de un modo muy vital que éste, su materialidad o lo más percibible para mí en un primer momento no es toda la persona del otro, es decir, éste no se ve limitado nunca a ser sólo cuerpo con un complejo de funciones y acciones tan solo explicables biológicamente. Estamos en un nivel distinto de la primera zozobra que experimento cuando me encuentro por vez primera con el otro. Ahora nos percibimos los dos como personas, nos damos cuenta de nuestro ser y podemos decidir marchar a partir de aquí en una búsqueda conjunta de autenticidad. Unimos nuestras fuerzas en la co-creatividad y en la comprensión. Las mismas inquietudes nos mueven como sujetos en tanto pretendemos ser más de lo que somos. Nos abrimos los dos a un universo nunca antes percibido conjuntamente. Tengo que contar con el tiempo. Es mi compañero permanente y constante. Soy en el tiempo: mi ser se extiende en el paso del tiempo. Conservo sólo una sombra o recuerdo borroso de mi vida pasada y no sé nada de mi porvenir y no logro vislumbrar siquiera cómo será éste. Estoy encadenado o determinado al presente. Estoy articulado y compenetrado con mi situación: con mi lugar y mi tiempo. Mi corporeidad es lo que cambia, es lo que se identifica con el suceso, con el transcurso, con el tiempo. Es el suceso mismo. Yo como espíritu, propiamente no
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cambio, no paso: me voy realizando con mi cuerpo. Este es mi concreción. Es el modo de realizar mi contacto. Es el modo de estar en un mundo, de relacionarme con los otros. Pero no puedo establecer diferencia o separación entre cuerpo y alma o espíritu. Yo soy cuerpo-espíritu: soy un todo, un YO, un otro para otro yo, a quien le han hipostasiado unas funciones o actividades en una entidad y otras funciones en otra. Pero soy UN todo. El amor debe ser plenamente gratuito. No se exige, es espontáneo, personal, expresión y sentimiento a la vez entre personas. Amor no es simplemente atracción física. Es el deseo y la intención de entrega que surge entre personas. Todos nos sentimos incompletos, carentes de una alteridad que nos complete. A través de nuestro amor nos realizamos y expresamos. Es natural, propia y peculiar del sujeto la capacidad de amar. Amando, revela su ser y su esencia intersubjetiva. Necesita para conformarse como tal de la entrega de sí, de la apertura a los otros. El intento de construir una comunidad basada en el amor es una expresión de nuestro ser personal, porque la persona auténtica no tiende a quedarse aislada en sí, sino que tiende precisamente por lo que es, a salir de sí, a darse a los otros y correlativamente a aceptar y a recibir el mensaje de los otros. El amor es la forma de acercarme a lo que soy yo como ser en tensión que aún no es del todo. El amor me arranca del círculo vicioso en el que estoy encerrado, en el que no me percibo sino a mí mismo como aparte e irreductible a los otros. La entrega y apertura al otro, a ella, me obliga a conocerme y a conocerla. El amor nos deja aún en tensión: trato de superarla, de liberarme de mí mismo a través de la entrega incondicional al otro, pero de nuevo seguiré en esta tensión existencial que caracteriza mi vida puesto que yo soy no-plenitud, insatisfacción viviente. Mi vida adquiere sentido de la esperanza de poder alcanzar mi definitivo ser. El amor, ya que me hace salir de mí mismo, es un preámbulo y un pregustar de la definitiva felicidad que produce la realización completa. Cuando amo, todo se ilumina, encuentro todo más humano, el ser amado se encuentra en el misterio. El misterio entra en nuestra vida. La entrega es misteriosa.
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La verdad como exigencia
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La verdad surge esencialmente donde encuentra un espacio propicio para su epifanía. No espera sino que este tenga todo lo requerido porque es de la esencia de lo verdadero aparecerse por sí mismo, tal como es, en su ser mismo, ante, con y en el hombre, único lugar o medio o intermedio de lo verdadero. Decimos ésto metafóricamente, pero se nos ha de entender que más allá de toda palabra pronunciada o conjurada, se encuentra escondido bajo la sombra de lo inesencial, lo esencial. Es de la esencia de lo verdadero su manifestación bajo la palabra que lo oculta a los ojos curiosos del necio y del inocente. Necesitamos estar iluminados o asombrados que en definitiva es lo mismo, para poder estar atentos a la aparición de la verdad en nosotros, porque esta surge invadiéndonos y llevándonos al misterio porque todo misterio es una revelación anticipada y evidente, bajo la forma de lo escondido, de la misma verdad polifacética que goza ocultándose y dilatando su exposición y epifanía esencial y teleológica.
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Pensar: compromiso del yo
No podemos seguir pasando por encima de los acontecimientos. No podemos limitarnos a vivir por vivir. La vida implica algo mucho más grave que hemos descuidado ilusoriamente. Tengo pues, que cambiar el modo de vivir y de enfocar los problemas. Me realizo en una serie de hechos circunstanciados, que en la mayoría de los casos me separan de lo que yo más afirmo como mi individualidad. Advierto que ésto es sólo el inicio de una reflexión, que como es lógico suponerlo, tiene que ser especificada y delimitada. El campo que trato de abordar es un horizonte que estaba vedado antes o al que no se podía entrar porque se consideraba inaccesible. Podemos preguntar: ¿es lícito afirmar que hay un campo para la reflexión que haya sido inaccesible y que ahora aparece con una lucidez y claridad meridiana? Ha ocurrido algo parecido a lo que sucede después de un terremoto cuando aparecen en la superficie aspectos nunca vistos de las entrañas de la tierra. Pero, ¿éramos nosotros inaccesibles a nosotros mismos? ¿Sólo podía o puedo, cotidianamente, percibirme como lo que en ningún momento soy? ¿En qué estructuras aparezco ante mí mismo? ¿Qué influye o por efectos de qué mecanismos me percibo como me percibo? ¿Bajo qué condiciones me percibo como sujeto?
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El discurso: sus efectos e implicaciones
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El discurso que nos limita y nos trasciende es completamente independiente a nosotros una vez se ha formado y adquirido la estructura de tal. Este discurso a veces parece traicionarnos precisamente porque nunca nos igualaremos del todo con él. Es y será siempre lo otro, lo dicho, lo extraño (en un contexto modernista en el que se ha hecho norma la apropiación de todo lo que no tenga nombre o sello de propiedad, tendemos a adueñarnos de estos discursos, en cuanto productos discursivos que circulan libremente en su contexto discursivo, en el que se reúnen con sentido latente o manifiesto para un o cualquier sujeto. Por ésto puedo decir: “yo dije ésto” o “este relato me pertenece porque yo lo elaboré, porque yo lo hice; por lo tanto si yo lo hubiera querido, hubiera permanecido desconocido (alejado) de cualquier otro sujeto a quien yo no se lo hubiera entregado o por lo menos prestado.” (Aquí radicaría el sentido personal que tendría el diario y la correspondencia como formas textuales significativas para un sujeto.) De los que manejan (controlan) el proceso de edición, es decir, de publicación, dependerá si mi discurso queda inédito o si podrá circular. Es interesante analizar todo lo que implica este porque y este hubiera. En estos dos términos están contenidos los supuestos o los condicionamientos e implicaciones de un modo de considerar las cosas: el paradigma moderno que surge cuando Descartes se cuestionaba el modo escolástico de pensar y ensayaba uno nuevo: el individual, partiendo del Yo como lo primero, -como el fundamento del nuevo modo de hacer filosofía- y en éste, de su razón, del Cogito, como lo único indemostrado y que lo demostraba todo. El pensamiento se convirtió así en el punto de partida de toda manera de hacer filosofía: la filosofía moderna. Es este el primer estadio en la historia de nuestra idea, de nuestra metafísica ya signada por lo que la ha caracterizado en estos tres siglos: la supremacía de la racionalidad, del discurso, del orden, de la regla, de lo nombrado, de lo consciente, del sistema, del Yo. Podemos, siguiendo ordenadamente estos problemas reconstruir la historia del saber, de nuestro saber que ha rendido frutos óptimos a los mantenedores del sistema, a los educadores y a los políticos que sobre los hombros de éstos últimos han descargado la responsabilidad de hacer conservar, mantener, o en otros términos, hacer conservable, higiénico, este orden que para ellos es tan ordenado y tan respetable y del que nadie puede atreverse a mover una sola piedra, dirían aquellos, “así, sin más ni más, porque sí, porque ya todo está hecho o existe como debe existir”. Enunciemos este mismo tema de otra manera: yo como estructura compleja tengo una dimensión de expresibilidad. Puedo manifestarme como soy justamente por esa capacidad que
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parece confundirse con la facticidad. Ser fáctico es ser perceptible por otros, concebible desde un ángulo diferente del que me hallo. Estoy en un momento concreto y soy así a través de una condición muy delimitada: mediante la concreción determinada por mi cuerpo. Este es el que me da el carácter de individuo como tal. Soy individualizado por los otros, por el otro que me percibe por tener un cuerpo. Esto ya es un hecho porque mi cuerpo es delimitador del horizonte para el otro. Como tal es percibido, es tomado por el otro. El otro se refiere a mí como a este cuerpo que percibe, salvo que en este caso, yo soy un cuerpo particular para él. Si soy un desconocido, solo seré uno más, un individuo más que tiene las mismas características que cualquier otro, que puede encontrar en cualquier recodo. Si soy un conocido, adoptará una actitud más acorde con este conocimiento previo que haya hecho de mí: me tratará como a un individuo más o menos conocido, según el caso, siendo posibles todos los grados de relación que entre dos personas se pueden establecer: desde la simple relación inicial que predispone a un conocimiento hasta la relación más íntima entre los cuerpos que exige un contexto más amplio y extenso en el sentido temporal. En este último caso, el cuerpo del otro ha asumido un carácter muy peculiar: es todo el mundo del otro el que a través del lenguaje se me hace patente con todo lo que es o pueda ser para mí: un todo distinto de mí. La posibilidad de la intimidad surge a partir de aquí, porque no podría darse una intimidad contando solo con mi cuerpo como único polo. Intimidad implica correlación. Es un absurdo que yo pueda ser íntimo conmigo mismo. Intimidad implica al mismo tiempo salida de lo que yo soy en lo más íntimo pero hacia el otro que se me expresa también a partir de lo más íntimo de sí. Aunque aquí estamos implicando el enunciado en la enunciación, creo que es comprensible que un elemento no lo es todo en una definición. Hay que poner a trabajar o a funcionar estos elementos que es lo que estructura cualquier relación de lo real. Un solo elemento no es el todo.
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El pensar y la vida
Estamos frente al cambio: se escucha en foros, conferencias y en conversaciones cotidianas. Todos opinan sobre el tema. Quisiera entender lo que se trata de insinuar y sólo me quedo en las
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palabras dichas y con una cierta nostalgia con respecto a lo inabarcable que nos revela más directamente a través de lo dicho, porque siempre que decimos algo, nuestra palabra es como una leve muestra de todo lo que quedó sin decir. Me preocupo y pienso. Trato de dilucidar lo que se me aparece como inabarcable y me encuentro con mi limitación. Quiero desplegar velas al viento como el poeta que pregona con su palabra su libertad. Quiero que mis palabras sigan servilmente lo que pienso y sean el sostén de lo que imagino. Construir para contener es mi intención. Eso haré, me he dicho, como hablando con un supuesto interlocutor que auscultara mis intenciones calladas. Escucho. Nada. Sólo yo que tiemblo, porque estoy solo. Yo solo, solamente. ¿Dónde encontrar palabras para expresar lo que siento? ¿Cómo contener todo lo que parece explotar en mí y surge como un torrente incontenible? Sólo unas cuantas intuiciones pueden ser expresadas en un instante. Las demás quedan en el silencio. Pienso: “Debe ser así, porque, de otro modo, cómo podrían superar el tiempo? Se amontonarían y formarían un caos”. Pasan rápidamente los días, uno tras otro y nos sumen en la ensoñación de lo ya vivido. Lo vivido es manifestación del esfuerzo materializado. Sólo se revive por el recuerdo lo que nos produjo alguna sensación de permanencia en el instante. En este sentido, la satisfacción que se obtiene en la realización de un deseo puede sentirse como la permanencia en ese mismo deseo en el momento de satisfacerse. Quiero comprender la vida misma a partir de su misma presencia y con relación a su limitación. A veces me he preguntado por qué a partir de la vida hay que entender el acabamiento. ¿Qué relación especial hay? El hombre es el único ser viviente que es consciente de que vive. Los demás se limitan a vivir. En ésto, creo que radica uno de los factores de mayor tragedia para el hombre. ¿Qué es la contingencia o la fragilidad en cuanto experiencia, sino el percibir este lado trágico que tiene todo lo que es vida? Si ahondo en ésto, acabo por concluir que todo lo que es viviente tiene que realizar determinado ciclo vital hasta la muerte misma: todo lo viviente, precisamente porque participa de la vida, tiene que acabar. Vida es proceso, después de nacer ¿qué se puede seguir? El crecimiento, es decir, el adelanto o el desarrollo de los demás momentos o fases vitales. La vida es aliada del tiempo. Se iguala con los instantes de éste: La vida necesita del tiempo, ya que no se puede pensar sin éste, pero éste no necesita de aquella para aparecer como la ley vital unificadora. Pensar sobre la vida parece raro, inaceptable, ya que la vida se vive, no se piensa. ¿Cómo se relaciona entonces la razón con la vida? Tengo que emprender una acción dirigida, constante y
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unificada en lo que tengo que hacer. Tengo que decidirme a trabajar en una sola línea de acción. Tengo que encauzar mis fuerzas para realizar algo fecundo. De lo contrario, mis aspiraciones no serán sino ilusiones. Para escapar del simple ensueño tengo que realizar y enfrentar una verdadera batalla conmigo mismo. Lo grave de la situación es que si no me decido inmediatamente nunca lo haré. Mi vida es una carrera en la que tengo que estar preparado lo mejor posible. Lo que yo deseo hacer y ser con más vehemencia es lo que más me cuesta en este momento, sin embargo quiero hacerlo. Si quiero, puedo hacerlo. Primero que todo, tengo que emplear la astucia para saber emplear las oportunidades, escasas por cierto, de que dispongo en el presente. Usar medios violentos de un modo directo no repercute sino en mí mismo de un modo violento. Quiero conseguir ciertas cosas de modo violento porque de otra forma no se conseguirían, pero de modo oculto, sofisticado, de manera que esa violencia no aparezca directamente. Algunas veces me pregunto por qué no me puedo controlar tal como lo desearía. En el fondo no soy tan dueño de mí como lo había pensado. Soy un conjunto de insatisfacciones. Cuando realizo algo que había anhelado con fuerza, termina la ilusión y no queda sino una sensación parecida al hastío. En el fondo no me entiendo, a pesar de que creo comprenderme completamente. Tengo motivos por los que preocuparme. Lo que más me ha impresionado es la figura de un genio niño amordazado. La belleza del arte frustrado en algunos casos.
La
percepción de la belleza por la que intuímos y nos introducimos en la armonía cósmica puede verse anulada. Cuando me detengo un momento en la lectura y pienso por unos instantes en lo que estoy haciendo y en el sentido general de mi vida, vienen a mi recuerdo imágenes diversas cuyos portadores parecen reir ridículamente. El frenesí de la vida nos circunda. Reflexiono sobre mi proyecto irrealizado hasta ahora. Considero el poder evocador de las palabras que traen al momento actual los sucesos tormentosos de nuestro pasado, de ese pasado que nos parece imponente, incomprensible precisamente por su inabarcabilidad: ¡Cuánto no fue lo que pude hacer desde que estoy viviendo! ¿Dónde ha quedado todo lo que hicimos? ¿Es simplemente el rastro que dejamos en el tiempo? Tenemos los días encima preguntando por nosotros la orientación del sendero. ¡Cuántos proyectos en vano!. Es nuestro mismo yo quien nos recrimina. ¿Por qué no hicimos aquello para lo que fuimos llamados? ¿Qué hemos hecho del tiempo que se
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nos dió para ello? Me pregunto por mis proyectos. El tiempo se lleva estas hojas escritas: son poco duraderas. Cuando caminaba recordé lo que era: uno que había olvidado pensar, un individuo que había renunciado a lo que había escogido él mismo en un acto de generosidad. Tenía que aprovechar estos momentos de lucidez mental para reencontrarme y orientar de nuevo la ruta hacia donde creo en forma sincera que debo conducirla. Yo soy yo: profunda frase, grave expresión que se pierde en mi intimidad y me cerca de la exterioridad. Está enraizada en mi contorno como la presentificación posibilitada por medio de la imaginación. Esta es la que hace posible la particularización en mí de una constatación que es universal, en el sentido de que todo sujeto (en términos del sujeto trascendental de Kant) puede decir YO y reconocerse en la relación que establece con la realidad (en la relación sujeto-predicados, referidos éstos a lo real del yo como el conjunto de las posibles experiencias del yo). Esto es lo que da sentido a mi individualidad. Esta se fundamenta en la razón porque por medio de ésta, dicha experiencia (que es un ordenar lo real a partir de un sujeto que en este caso soy yo) se universaliza y supera las barreras del tiempo y del espacio, que funcionaban en un primer momento original -aunque no en el sentido del tiempo, sino como relación antepredicativa hecha pósible solo como un dato de la razón- como las condiciones de posibilidad de una experiencia de tal tipo. Esta es mi mayor característica: soy un individuo, un sujeto, porque me percibo como tal. Lo hago a través de mi cuerpo. Este es distinto en cuanto cuerpo a cualquier otro cuerpo, en el sentido de objeto-cosa, u objeto-persona. (Yo, a través de mi cuerpo, en cuanto res objetivada, soy objeto de una experiencia por otro yo que puede repetir en sí o apropiarse de las características de todo sujeto que puede ponerse en contacto con lo real por medio de sus características que lo inducen y lo preparan a ello como sujeto cognoscente definido de modo a priori porque precisamente es la experiencia la que se hace posible por dicho sujeto. Sin estas condiciones, ni siquiera habría experiencia. O sea que son unos supuestos y no solo unas condiciones hipotéticas permitidas ad demonstrandum y dejadas después como insuficientes e innecesarias. El conocimiento en estos términos universales o la universalización de toda experiencia que al principio es individual es hecha posible por la filosofía crítica de Kant)
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Mediante la imaginación, entonces, hago presente y real lo que concibo a través o mediatizado por la distinción radical entre mi cuerpo y el cuerpo del otro y el de las cosas. A través de mi cuerpo percibo inmediatamente esta distinción. Se puede pensar que en cuanto sujeto soy consciente de mis procesos. Me doy cuenta de que soy como un laboratorio de procesos complejos de carácter racional. Puedo ser consciente inclusive de que soy consciente de mis actos. Me doy cuenta de mi conciencia. Tengo conciencia de que tengo conciencia. Creo que aún no se ha estudiado el proceso complejo de una concientización llevada hasta el infinito: ¿qué o quién sería consciente en última instancia? ¿Cómo es el último estadio en que se tiene conciencia del estado consciente inmediatamente anterior? ¿Es posible hablar de una conciencia de una conciencia de una conciencia….? ¿La última posible conciencia sería la contemplación del concepto puro como lo plantea Hegel? ¿Qué o quién sería consciente en primera instancia y cuál sería el posible límite -o más bien sería el mismo proceso de conciencia en sí misma, la conciencia en sí, identificada con el mismo concepto puro o absoluto pasando por diversas instancias más o menos racionales, lo que revelaría la esencia racional de todo lo real, lo que nos resolvería esta cuestión? ¿Será sólo un círculo vicioso que sólo proporciona una confusión insulsa? ¿Será sólo un círculo que por ser cerrado no proporcionaría ningún progreso hacia una posible meta racional más allá del mismo proceso y de donde le vendría su luz racionalizante o esencializadora? ¿Por qué no comprendo desde un principio esta sencilla fórmula: “Yo soy yo”? Qué extraña ligazón establece el verbo ser entre el primer Yo que se refiere al individuo que soy yo captado por mí de modo inmediato a través de mi cuerpo y el segundo yo que obra en la proposición como predicado, definiendo la esencia de este individuo captado al inicio de manera empírica?
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La imaginación
En todo lo que se refiere a lo imaginativo hay una íntima ordenación de los elementos que no responde propiamente a todas las normas del recto pensar. Más bien hay que admitir que nos hallamos ante un caso de ordenación específica y peculiar ante una manera de enfrentar siempre
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lo real. ¿Qué es todo ese mundo de relaciones heteróclitas de elementos dispersos que parecen ordenarse en la red específica de las evocaciones, visiones y encuentros logrados? ¿Qué clase de lógica construir para comprender de manera acertada el juego de los procesos relacionantes en la cadena donde adquiere sentido lo imaginado? Hay que tener en cuenta todo lo que está implicado en el planteo de este problema de la imaginación, entendiendo por ésta no solo la operación mental poco precisada sino todas las complejas estructuraciones con respecto a lo real que parecen superar y sobrecoger el pensamiento. Por éso pienso que la consideración de ésto conllevaría el análisis de algunas de estas concretizaciones de lo imaginado a través de la inspiración poética y todo el mundo construido por medio del lenguaje como en el caso de una novela. ¿Cuál y cómo es la complejidad creada por medio de la imaginación? Imaginamos cuando creamos, cuando proyectamos. El proyectar es un tipo de adelantar, exponer, hacer ver o desplegar. El proyecto es un diseño para probar fuerzas y calibrar engranajes. Por éso, todo trabajo importante, de envergadura, requiere una exposición previa de lo que se va a conseguir con el fin de nivelar previamente los altibajos. La proyección anticipada del plan a realizar es requerida en todo trabajo científico, en toda obra que trate de ser duradera. Por éso la técnica requiere un proyecto. Toda tecné o experiencia dirigida a lograr algo concreto exige un preparar el terreno a recorrer en la obtención de lo intuído, planificado o imaginado. En este sentido hay que ver la obra literaria como una preparación en el plano de la imaginación de lo que propiamente en el trabajo creativo se irá realizando. En el evento de consignar por escrito lo imaginado hay que tener un cuadro previo imaginado de lo que se tratará de lograr. El que escribe necesita un derrotero que muchas veces ha sido fruto de todo un estudio de posibilidades a realizar. Cuando se empieza a trabajar nos encontramos con un cúmulo de posibles realizaciones delineadas levemente en nuestra imaginación. Es un cuadro interior que a ratos desaparece, se opaca, para volver en otros, más luminoso y con más concreción. Debo ordenar lo proyectado para que se pueda exponer como lo posibilitado. Esto es lo que hago cuando pienso para hablar o para escribir. El ordenamiento de los posibles desarrollos presiente la lógica de la argumentación. Entre lo que se constituye como trascendental, el yo ocupa un puesto de mando para acoger las posibles verbalizaciones a partir del sujeto de la
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proposición gramatical que opera como la concretización de cualquier posible predicado limitador del campo. En este sentido tenemos el lenguaje como el campo de la experimentación del yo donde efectivamente aparece como efectuador de las exterioridades del sujeto, porque es como sujeto como el yo puede captarse como yo. El yo, fuera de toda experiencia relacionante, solo tiene vigencia en el sentido de los idealismos románticos de Fichte, Schelling y Hegel. A medida que aseguramos el campo de la escenificación de toda experiencia posible, ésta pasa al plano de las realidades porque ya participa de todas las condiciones de cualquier ente real. Hay que señalar en este punto la función o el papel que pueden tener los elementos oníricos diseminados entre los otros elementos de nuestra vida consciente, desplegada entre momentos claramente identificados y subordinados todos a la concepción del yo como un centro unificador de operaciones con sentido. Lo que se hace entre los sucesos identificados como pertenecientes a la conciencia del yo es indiscutiblemente aceptado como perteneciente a un yo que determina situaciones en un horizonte definido por la racionalidad tal como se entiende a partir de Descartes. Dentro de esta manera de ver las cosas hay una frontera plenamente definida entre lo onírico y la vida real, entendiendo por real, solo la consciente, la diurna, la dominada por la concepción clara y distinta. La región del sueño es discutible en su carácter de explicación del conjunto de lo real dentro de la teoría gnoseológica o dentro de una supuesta gnoseología general que partiría del supuesto de la cognoscibilidad de todo el conjunto del no-yo. Los elementos tomados oníricamente que conciernen a lo imaginado en un momento determinado solo son analizables desde el punto de vista del arte según esta opinión que basa todo su pensar a partir del momento cartesiano con sus limitaciones a lo racional exclusivamente. Lo onírico es analizable sólo entre estos polos, más allá de los cuales se torna vacío, legendario y ajeno a lo científico. Es claro que en estas delineaciones teóricas aparece todo un marco de pensamiento y una manera específica de ver las cosas. Se podría decir que estas consideraciones pertenecen a una ideología teórica, o sea a una manera de entender y de concebir los elementos del mundo real y natural que está definido a partir de un centro y orientado entre unos polos claramente distinguibles. Precisamente el pensar que se define a sí mismo como claro y distinto tiene que definir todo este complejo de problemas y de situaciones señaladas para ser tal. Es muy característico de todo este laborar teórico o en otras palabras, girar siempre ante un solo punto en la espesura oscura del bosque de lo real, el
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que diga u opere una distinción entre lo racional y lo irracional. Parece más bien plantear que la frontera o espacio entre estos dos estamentos se torna demasiado movediza y controvertible para soportar toda una construcción teórica de tal magnitud como nuestra historia del pensamiento o historia cultural de Occidente. Se discrimina lo que se ha caracterizado con ciertas cualidades definidas previamente, de lo que no tiene estas cualidades. Es una operación mental que revierte a algo posterior a esta misma operación mental. Se distingue algo mental o racional en virtud de algo que se define a partir de dicha distinción. Es, empleando la misma figura anterior, girar en torno a un lugar para, sabiéndolo, volver a este mismo lugar, sin haber adelantado nada y sobre todo teniendo la ilusión de que se ha hecho una labor teórica importante, simplemente por haber adelantado explicaciones o descripciones verbales de un seudoproblema científico. Es urgente repensar pero no a partir de los mismos moldes (o paradigmas) que nos llevarían al mismo lugar de partida, sino a partir de una nueva manera de ver lo real, a partir no de la permanente ideología teórica sino ante una mirada científica fundamental de las cosas, acorde con el progreso técnico que siempre irá adelántandose al teórico por cuanto que el hacer que se expone ante todo en el experimentar con lo proyectado, va abriendo caminos por donde el pensar se va delimitando. Lo importante entonces, es que el pensar no nos desvíe y nos haga dar vueltas en redondo, siempre en torno al mismo sitio, sino que analizando y repensando lo ejecutado, planee nuevos proyectos, diseños e indicaciones por los que la tecné se realice cada vez más como tecné. Hay que comprender cómo se obviaría este problema secular que no nos daría ningún conocimiento teórico sino que se limitaría a un hablar siempre lo mismo y nunca enfrentar la posibilidad de lo-otro como campo a partir del cual se define en gran parte el yo como fundamento o fundamentador. En este sentido el sicoanálisis es un serio análisis de esta estructura compleja que se manifiesta en muchos aspectos o en muchos y muy dispares signos o elementos semiológicos, o acontecimientos, imaginaciones, sueños, palabras que tienen un sentido no presente en sí mismos como un círculo vicioso que a nada revertiría, sino al contrario, como unos elementos dispares, diferentes e incomunicados externamente, y que si tienen algún tipo de enlace o de relación, como en realidad lo tienen, es el de ser signos de su misma estructura significante, es decir, que como elementos son elementos de algo, coinciden en ser cifras de una misma escritura, o en otras palabras, en ser los elementos significativos, aparentes, de una
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totalidad latente. En ser los efectos realizados de una causa presente en cada momento operante de los efectos realizados. Al pensar enfrentamos lo real. Si partimos del dato de lo real tal como es vivido en nuestro momento cotidiano, advertimos la profunda realidad de un encuentro en que se posibilita la apertura de lo que es, o en otras palabras, en que se prepara la dimensión para la apertura de lo enfrentado en su carácter de dado. Es así como posibilitamos también, si se adopta esta actitud positiva, un enfrentamiento dinámico. Sólo lo que implique algún tipo de cambio nos puede ofrecer un adelanto ya sea en la interioridad de la investigación o en la dilucidación de lo real. Nuestro transcurrir así se conceptualiza. Nuestro mirar incita a la contemplación. Nos dejamos subyugar por lo real cuando sentimos que somos parte de un todo que se nos da de muchas maneras a través de los momentos realizadores de nuestro ser condicionado. Nos miramos pero aún queda algo que nos llama desde nosotros mismos y nos exige ahondar en nuestro contacto. Cuando sentimos que somos nosotros los que nos expresamos, vemos toda la implicación subjetiva que tiene todo acto en que se pueda decir que se da lo personal. De este modo nuestro actuar dialéctico explica cada vez más nuestro ser que se expresa en un logos que no agota lo real, pero sí trata de abarcarlo, y ahondándolo desde diferentes ángulos de observación, lo va aclarando poco a poco. Por ésto esta clase de lectura que está ligada con lo vital mismo como modo de realización perfeccionalizable, es la base misma de este tipo de conocimiento enfrentador.
(Estas reflexiones se pueden considerar como el punto de partida de un estudio de lo que constituye nuestra realidad que no se conoce tal como es, de una sola vez, como sí podría serlo el objeto de una ciencia natural, en que de antemano ya tenemos un método claramente definido que nos orientaría en la manera de entender o analizar dicho objeto. Nos advierte también este método qué clase de cuidados hay que procurar y qué se debe evitar con el fin de no perder la orientación acertada. Hoy todo es discutible o se pone en cuestión. Todo mundo admite que hoy no hay nada definitivo o dado ya de una vez por todas y que apenas es ahora cuando se está abriendo un nuevo campo de investigación en lo que se refiere a las ciencias humanas.)
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8.
El yo y la filosofía
La descripción que en cierta variante del discurso filosófico se hace del sujeto existente, del yo, enfrentado como sujeto a un mundo que se torna de este modo en el objeto absoluto, no puede aportar un grado más de desarrollo de este mismo discurso porque simplemente se está partiendo de una evidencia en el sujeto que realiza esta constatación y se la está elevando arbitrariamente al nivel de lo abstracto (como si un producto de nuestra imaginación o de nuestra percepción por más evidente u objetivante que parezca, pudiera sin más, convertirse en un concepto, en un elemento del discurso científico, por un acto de la voluntad del sujeto que practica este oficio. No se puede pretender darle el carácter científico a algo que no lo tiene ni lo puede tener, dado que su condición o determinación es la de ser un elemento de otro discurso o consideración de lo real). Se acepta esta apreciación subjetiva, pues, como punto de partida, como dato incuestionable donde se asienta todo un razonamiento o elaboración mental por medio de nociones que se refieren de una u otra forma a este primer dato o planteamiento (Cf. por ejemplo la filosofía de Heidegger, y sobre todo, la que violentando los textos y sacándolos de su contexto, las variantes de estas apreciaciones subjetivas, ésto es, el existencialismo). Hay que analizar éste como otro tipo de empirismo con respecto a la interrelación de los discursos en una historia de éstos a partir de la definición histórica de la filosofía moderna conocida como nuestra metafísica. Hay que ver cómo se ha desarrollado una ciencia a pesar de ésto. Precisamente los discursos científicos se desarrollan en una episteme muy concreta, la que hay que pensar más bien como el espacio donde pueden realizarse y articularse los más diversos discursos, pero respondiendo a unos marcos de posibilidad que no se pueden transgredir. Siento que soy conducido de algún modo por las circunstancias. Me quedo perplejo pensando cómo de manera inconsciente cumplimos ciertos eventos que no habíamos planteado o planeado así como han ocurrido. Sabemos esto una vez que han ocurrido. Nos sentimos como barquitos de papel llevados por la corriente. Despertamos cuando encallamos ante un guijarro incomprensible. En estos momentos caemos en lo nostálgico: se suspira por lo vivido y por lo que no se vivió. Subjetivamente se ha definido en forma incorrecta algunas veces lo que es
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el hombre. Me parece que esta “descripción” metafísica, cuasi literaria, cae en el vacío por que no se está criticando ningún dato o idea. Se acepta esta apreciación subjetiva como el punto de partida, como dato incuestionable. ¿Este sería otro tipo de empirismo? En este sentido he orientado mi reflexión y de ahí que aún no he planteado el problema en forma correcta. Lo que habría que hacer antes sería determinar qué origina o de qué modo se organiza un conocimiento científico, es decir, cuál es el proceso que éste debe seguir. (Esto implica la crítica de las ideas u opiniones aceptadas de manera ilusoria como evidentes; el análisis de su historicidad y de las condiciones del planteamiento del problema) El yo va integrando dentro del cúmulo de sus experiencias -o relaciones con la realidad externa- todos los contactos con lo real en que él efectivamente se capta como yo, como centro de operaciones. Sin embargo, el yo no es puntual, ni es una instancia de una sola consistencia: es una instancia conformada sólo por la sucesión de dichas experiencias temporales que va teniendo a lo largo de su vida síquica. Pero es una instancia conformando con otras todo el llamado aparato síquico. Este es una complejidad, una realidad conformada no solo por las experiencias del yo sino también por las experiencias (de todo tipo) que no alcanzan a ser conscientes. O sea, que el yo no es todo el aparato síquico. Este desborda las experiencias yoicas que la sicología clásica consideraba como único objeto de consideración del estudio de lo mental. Debemos volver a Freud para leer en él lo que la sicología posfreudiana desconociendo la fundación científica que origina el sicoanálisis ha renegado y echado a la cuneta del olvido. Primero que todo: a partir de qué elementos concretos se hace posible la fundación de la ciencia de lo síquico. Cómo se efectúa la ruptura con respecto al campo ideológico de donde surge. Hay que analizar la constitución del sicoanálisis como ciencia, su estructura teórica, los nuevos conceptos que instaura y el criterio de su articulación con otros dominios científicos. En este sentido se debería plantear una investigación del aporte dado por el sicoanálisis y un reordenamiento de la lectura de Freud.
9.
Subjetividad
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Sin esfuerzo no hay fuerza que continúe. Hasta el final debemos ir tensos como quien sediento busca la fuente que sabe que difícilmente se hará real porque es tan real en su imaginación que es imposible que sea más real fuera de ella. Esto es lo que hace que sea tan real -lo único real- el contenido mental cuando una gran tensión acompaña este acto mental. Así actuamos cuando ansiamos que todo nuestro yo sea la misma escena donde tiene que ocurrir todo lo considerado como real. ¿Quién nos designa para efectuar lo que se ordena? Es una continua cuestión que aparece tan pronto como quedamos libres de pensar o de actuar en busca del orden que todo lo sume en una aparente simetría donde todos los elementos de la realidad se convierten en eslabones de una gran cadena que tiene un inicio en una fundamentación no conocida, incierta -precisamente porque es fundamentación, en el sentido de comienzo sin origen- porque no se podría pensar un posible lugar o modo de existencia de algo, más allá de lo cual, es decir, antes, no hay nada. El antes como adverbio de tiempo nos determina el espacio por conocer, o nos sitúa ya ante una primera determinación, por cuanto es un localizar en el sentido de que podemos mirar en una cierta dirección.
Allí -en ese espacio-tiempo demarcado, porque el tiempo al
determinarlo, o concretarlo- constituye ya cierto modo de la presencia de lo que es o puede ser -algo, o un ente-, en el sentido de cualquier, porque cualquier cosa puede ocupar esa posición o desempeñar esa función o como dicen los lógicos, una constante, es decir, algo concreto, puede desempeñar la función que estaría determinada por la variable. ¿Será esta constante la reflexión filosófica, en el sentido de que ésta opera siempre con lo general o lo generalizable, por cuanto que siempre aspira o tiende a enfocar una totalidad o busca un sentido único, originario, más allá del cual si surgiera otro sentido, no tendría razón alguna o no tendría justificación porque se saldría del sistema en el cual y solo en el cual podríamos pedir reglas o claves del sentido?) Me invade un silencio que solo aparece en momentos de hastío. Sigo siendo un sujeto entre objetos innominados, vistos solo como tales. Me abruma y me abate mi subjetividad. ¿Dónde dirigirla?
¿Hacia el acabamiento final?
¿Al fin solo el silencio?
¿Qué se hace el trabajo
emprendido diariamente? ¿Solo vamos preparando ese momento de aniquilación? Es como si toda la acción nuestra se redujera a un aprisionamiento lento pero progresivo por parte de las cosas que vamos poseyendo. No las poseemos sino que ellas nos dominan de manera inexorable
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porque cuando digo que una cosa es mía es cuando más me aferro a ella demostrando así mi propiedad sobre ella. Pero no dejo de actuar como sujeto. Es la obsesión de ser aparte, de sentirme algo distinto a los demás, a las cosas que me rodean. Hay que analizar si el que yo sea demasiado consciente de mi yo, si la percepción obsesiva de mi distinción, es o puede ser una forma de fijación -según el sicoanálisis- en una etapa de mi desarrollo como individuo o una forma de regresión a esa misma etapa. Me pregunto cuando ya ha pasado cierto tiempo después de tener ciertas vivencias impactantes, por el fundamento de nuestras ensoñaciones de donde surgen muchos puntos de vista que se traen al presente. Siento como si el tiempo nos sumergiera en un volumen denso en su entidad envolvente en todo lo que percibimos. Todo lo que existe para nosotros ahora, en el presente, se da en medio de esta dimensión. Siempre está en el presente aunque a veces sea inconsciente para mí. Escribo y me siento aprisionado en medio de los signos que son como las marcas de mis impulsos e intentos de salir hacia lo mismo y estático. Quedan fijados de una forma objetivable a lo que es siempre lo vivido, lo continuamente alargado en el tiempo. Es lo más extraño a nuestro interior y a nuestro preguntar por los entrecruzamientos de los elementos. Y pensamos en un orden en el interior del cual, tal vez el exterior es solo un reflejo. Porque, ¿con qué criterio podríamos decir que algo está o no está ordenado? ¿No será porque ese orden o esa norma para mantener siempre el orden ya preexiste siempre a lo ordenado en lo real, de tal modo que de forma intuitiva, como dicen los filósofos, ya podemos decir con toda seguridad que algo está o no ordenado? ¿Será simplemente la forma acostumbrada de mirar las cosas? Porque en ese caso seríamos solo individuos con cierta predisposición a la acomodación dentro de ciertos cánones de todos los elementos que podríamos decir son o forman parte de la compleja realidad, siempre la misma, a pesar de nuestros sueños e imaginaciones. Y ese mismo orden me impide entrar de lleno en el nivel de la ficción donde podría llevar todo mi mundo real, el adquirido y apropiado y convertido en experiencia de alguna forma no
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especificada, a nueva ordenación, sujeta a un código especial, funcionando según pautas solo prestadas por el sistema así creado. En la ficción, sostenida por la tarea de la imaginación, no se enfrenta uno con la realidad misma (con la que se enfrenta solo el individuo que cree que solo existe ese tipo de realidad y con la que tiene relaciones muy estrechas, de profunda consecuencia para su movimiento entre las cosas, como que no ve sino por este agujero hacia toda la realidad que se presenta de mil formas cambiantes y diferentes) sino con lo que se ha creado a partir de ella, con lo que ha aparecido con esa nueva luz que surge con la traslación de lo real y cotidiano a un nuevo orden solo conocido en este caso por su creador y por los participantes en su orgía. En este proceso metafórico donde manipulamos la otra escena, donde trabajamos como si no trabajáramos, donde acechamos relaciones complejas y a veces tan elementales como las de la misma vida y a veces más complicadas y profundas porque tienen todo un contenido por descifrar según la lectura que se haga y se ponga a prueba con los elementos ya aparecidos de la primera tarea de la ficción. Por eso siento la misma línea destructora que separa mis edades del centro álgido donde se vivían los efluvios del sentido, solo palpado en momentos de hastío interior. Uno mismo y presente es el tiempo que nos recoge ahora. Lo veo ahora perteneciente a nuestros cuerpos y pienso cómo era cuando lo veía solo mío, adherido a mis instantes contemplados con pasmo, mientras iban diluyéndose como una enorme vela que había sido prendida para espantar los recuerdos oscuros. Entre la superficie y la profundidad no queda sino lo mismo porque allí me presento a reclamar lo que solo llamo mi propiedad. No me detengo ante los personajes que se ocultan en otros lugares de los signos siempre los mismos. Son los sonidos como voces interiores que nos levantan a empezar de nuevo pero aún sigo ahí dispuesto a ser solo yo aunque la onda de espanto me cobijaba cuando subía desde lo mismo a la imaginación también siempre la misma. Allí, sin pesar, me situé para capturar los espacios interiores de un tiempo siempre extraño desde fuera y doloroso desde adentro. Porque desde el fondo de la luz no vemos sino el nivel sonoro de lo oscuro porque así se nos hace sólido y más cotidiano que lo visto cuando quedamos ante los momentos en que solo palabras y símbolos se queman en nuestro interior.
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Debo crear primero, dentro de mí la obra que ha de salir luego, como producción toda entera, como una obra ya acabada. Como el escultor que tiene ya en su imaginación la estatua ya terminada, en todos sus aspectos y que se limita posteriormente al trabajo sobre la materia. Ya la forma -lo esencial para los antiguos- está o existe de manera plena y es lo que mueve al artista. El problema subsecuente es valerse de los materiales que tiene a mano para materializar esa forma, de manera que adquiera forma sensible, como obra artística. De ahí, la importancia de preparar los materiales, saberlos trabajar y relacionar, pero más aún, de crear y perfeccionar la idea central, la forma, o el contenido en este caso, que es lo que ha de darle todo lo esencial a la obra. Así ésta llega a ser algo artístico. Este carácter radica básicamente en un aspecto intuitivo, no es racional, no en el sentido de que sea irracional sino en el de que no se sujeta a las normas racionales, a las que sí se atiene todo discurso que pretenda ser lógico, es decir, evidente por sí mismo, por su estructura racional. Siempre hay que creer que la verdad para más de uno está determinada por su destino incierto. ¿Qué es lo más verdadero en una situación que se vive precisamente así, como ocurre, sin pretender más allá de sí nada más que su proyección temporal como toda entidad pasible de alguna forma de duración? ¿Cómo pensar que tales formas de acaecer suponen una sola intuición? Es el pensar un abandonar la inercia de la intuición que se produce en un instante y un entregarse por completo a la tarea oculta, lenta y fatigosa del crear con coraje. Todo pensador vence la tranquilidad somnífera de la intuición para complicarse la vida con la filosofía diurna que exige un pensamiento lógico plenamente consciente de sí, sin pretender caer de modo plácido en el nirvana en que todo se daría ya hecho y como trabajado. Pienso que, en gran parte, la experiencia de la droga con todo su intento del viaje imaginario y de la realización ilusoria en un mundo de formas y colores sicodélicos, enturbiantes y perturbadores, es un intento de inercia vital: de dejarse llevar por la inacción, por el frenesí de lo que en otras palabras es un dejar pasar, o mejor, convertirme o situarme al margen de la realidad como pensamiento receptor. Para otros, como por ejemplo, los antisiquiatras, como Cooper, dicha experiencia alucinógena es una oportunidad de revivir o sentir ciertos estados mentales en que se proyecta de manera marcada el inconsciente, como es el estado esquizofrénico.
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10.
Sobre la memoria
Dentro de mi percepción de las cosas reales tengo recuerdos que llenan mi memoria de los días olvidados. Son vivencias de la vida real: la forma como en un momento determinado de mi vida, vivida como una sucesión de instantes unas veces iguales y otras tan distintos, se ha apropiado lo que llamo mi yo de la realidad confusa y cambiante. Me he ido situando poco a poco en el entorno de los entes conducido como de la mano por los sentidos presentidos en las palabras que conforman nuestro lenguaje, interconexión entre lo real complejo y nuestra subjetividad. Yo mismo me siento insertado en esa realidad que se aleja de mí a medida que me sitúo en este nuevo espacio ocupado por mi cuerpo cuando hablo o pienso en y desde el presente. Estoy pues, situado ante la única alternativa que ya ha sido tomada por los que manejan mi cuerpo o mi mente cuando navego por el tiempo presente en busca de un pasado que se me torna cada vez más oculto tras los avatares cotidianos. No es que haya claudicado ante el presente y busque solo el pasado para esconderme detrás de estos acantilados formados por todos los minutos vividos o dejados de vivir cuando fueron señalados por los ciudadanos de todos los países cuando le daban vuelta a sus relojes para no ver más la realidad cambiante. Esta nos deja para zambullirnos de nuevo en lo que aún no somos pero esperamos ser con la paciencia que tienen los niños para iniciar un nuevo juego. Es como si el yo solo fuera un cúmulo de emociones ya sentidas a través de los muchos intentos que desde niños hicimos para parecernos a los hombres mayores que pasaban por nuestras ventanas cuando nos asomábamos a ver la realidad exterior que iba debajo de los brazos de los muchos obreros que salían y dejaban sentir su olor característico por toda aquella calle donde se situaba nuestro barrio y nuestra casa, derruída ya en nuestro recuerdo de ahora. Ya no es la misma, me lo ha dicho el compañero de aquella vez cuando salíamos a ver el atardecer antes de encerrarnos de nuevo en otro día que se iba para envolvernos en la oscuridad remota de nuestros cuartos. Y no parecen personajes de carne y hueso en esta rememoración de aquellos episodios abandonados ya al silencio de lo codiciado: son sombras de un frío laberinto donde
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ningún cuerpo tiene nombre porque no lo necesita para ser solo señalado como lo que en un pasado tuvo vida y existió en la región de los hombres. Tampoco lo necesita en este intento de relación de los hechos como la lista de una madre de familia cuando esta haciendo su mercado semanal. Son como figuras erráticas pero no de una novela que hayamos dejado encima de nuestra mesita de noche sino de la nuestra, de la que llevamos como pegada a nuestra vida misma trazada en cada palmo de nuestra piel, vivida con los mil entrecruzamientos de una apariencia hecha realidad en cada minuto y en cada recodo de los momentos cotidianos. Más espacios cubre la que se echa encima de los alfombrados de la tarde a esperar que el dueño del día esparza por fin las últimas voces con las que llama la misma sensación de las canciones dichas en un momento de ensueño y de entusiasmo porque son los mismos personajes de los sueños los que nos dejan tras los movimientos precoces de la misma indocilidad en manos de los niños que no quisieran ser lo mismo que ahora son los que nos conducen tras los destellos de la realidad. Porque sé que en esos momentos, en que se oculta lo real para mirarlo por última vez, nos sentimos perdidos entre las orillas de los mismos contornos donde naufragó nuestra confianza y donde se sitúa la misma esfera de los pañuelos para que una pobre mujer pueda decir que cobijó a su hijo con semilla de futuro para que se quedara con las mismas sensaciones de espasmos comenzados y no continuados porque aún tiene que ser la realidad en este mundo donde todo funciona con la perfección dictada por las máquinas que han hecho un holocausto de las sensaciones de las señoras cuando se embarcan a hablar de helechos y de realidades nobiliarias. Este es el mundo trasnochado, añorado y ensoñado por los mismos cotidianos afanes de luz y de armonía seductora tras los mismos esperpentos tras las luces de un farol que alumbró los mismos destellos de nuestra congoja. Nos sentimos niños pero ya no lo somos. Cómo explicarnos este misterio nos pregunta el profesor que asistió a nuestro estupor. Y así, de la misma forma le respondemos porque es la misma realidad que pasa por nuestro lado tratando de ver las esferas. Desde el fondo del pasado devorado ya por los años, veo todo lo que ha ocurrido como si fuera un único largo camino en el destino de los seres que han corrido la misma suerte de estar vivos así como yo, que desde el seno de la existencia no comprendemos sino que estamos como puntos determinados en el espacio de una larga trayectoria que pronto será solo una línea desaparecida en el infinito.
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Es la misma sensación cotidiana la que se apodera de nosotros buscando la misma callada respuesta tras los momentos vividos y dejados de anotar en el libro de las preocupaciones porque siempre son las mismas acciones las que suscitan la misma actitud hacia lo que aparece de pronto como aprisionando toda la atención que se pueda tener por lo que perturba lo que aparece de pronto en el escenario de los hechos. Es así como los viajeros buscan respuestas en los contornos de la realidad donde ésta aparece como queriendo decir las mismas cosas de todos los días y de pronto algo puede ocurrir distinto. Lo que nos preocupa es que un suceso inesperado pueda trastornar nuestra captación de los hechos, lo que da vigor a nuestras reclamaciones ante los mismos personajes de las novelas que se mantienen como obras llevadas a escena en el momento de desarrollarse ante nosotros mediante la lectura taciturna en el rincón de nuestros cuartos. Allí siguen viviendo nuestros personajes como cuando niños también nos dedicábamos a los mismos cuidados que ahora ya en mayor grado nos preocupan fuertemente, siendo la mayor miseria para nosotros tener que atender a los mil cuidados que la vida impone sobre nosotros como si tuviéramos que depender de los mil detalles todos distintos y tan sin importancia que se imponen sobre nosotros, como si hubiera alguien empeñado en que hiciéramos las cosas más insignificantes del mundo precisamente por el único motivo de que a esa persona se le hubiera ocurrido tamaña perversión o aberración. Pensamos algunas veces qué es lo que conduce el vericueto de los hechos que nos mantiene siempre los mismos pese a los hechos siempre distintos que se entretejen con otros igualmente confusos e insignificantes. Todo hecho por elemental que sea envuelve todo un complejo hilo de problemas que se enreda con todos los demás de la madeja y van dirigidos siempre al mismo lado de la realidad: la que solo contemplamos desde la posición relativa del arte donde solo se impone la alternativa de saber ver bien. Ahora cuando ya las creía perdidas vienen a mi memoria escenas de mi vida pasada como aquellos lugares que volvemos a ver cuando vamos y pasamos por un pueblo visitado hacía mucho tiempo y que no creíamos volver a ver ya. Es como si toda nuestra vida se compusiera de mil diferentes detalles conformando la inmensa filigrana de nuestra existencia consciente. Cree uno más en la proposición del pensador oriental para quien el vivir es un eterno retorno de los mismos momentos ya vividos bajo apariencias cada vez más diversas, que en la de Heráclito, por
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ejemplo, para quien es imposible que nos “bañemos dos veces en el mismo río”. La vida es un desarrollo vivido sin repetición, o sea, sin reversión, pero los sujetos que la viven de un modo consciente tienen una imaginación y una capacidad de ver en el pasado y de revivir desde el presente actual toda una serie de situaciones vitales ya pasadas. En la sicología experimental, el tema de la memoria ha sido uno de los más solicitados últimamente e investigado aún en el laboratorio para intentar descubrir el mecanismo y el asiento efectivo de esta capacidad o facultad de la mente. Pero esta desborda este nivel y hay que movernos más bien en el de la parasicología o aún en el del sicoanálisis. Incluso el análisis literario puede mostrar cómo gran parte del proceso de la creación literaria toma su impulso y fuente de inspiración del mundo recreado por la memoria y completado por la imaginación. Se puede revivir porque el yo conservó lo que afectivamente le impresionó del conjunto de experiencias vividas en que participó directamente. Por eso es que nuestros recuerdos más lejanos siempre guardan una mayor carga afectiva porque el yo estaba abriéndose en esa edad temprana en que siempre nos vemos en un pasado lleno de juguetes y de las personas que nos ayudaron a enfrentar la terrible realidad del mundo exterior. El yo estaba abriéndose a dicho mundo sin prejuicios en esos primeros impulsos como el pajarillo que ensaya sus primeros vuelos para probar si ya puede efectivamente hacerlo. Pero a medida que los condicionamientos del ambiente y del medio familiar y demás personas van acostumbrando o adecuando al niño a determinadas pautas o normas de conducta, estos también van frenando su proyección natural y espontánea al mundo exterior y el niño va adecuando su actitud con el fin de mantener siempre la aprobación por parte de todos los demás, hace solo lo que él va sabiendo que será aprobado por los que lo rodean, habla solo lo que no será reprendido y reprime o esconde lo que él está seguro -porque ha aprendido a serlo- será reprobado inmediatamente por aquellos cuyo afecto es más precioso que el juguete añorado durante mucho tiempo.
11. Historia Cuando la realidad de un momento nos envuelve, nos sentimos sumidos en lo que es la vida misma, nos sentimos formando parte de lo que es el decurso mismo de la existencia y por lo
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tanto no hay particularizaciones que aparezcan evidentes por sí mismas en dicha totalidad, sino tan solo con respecto a algún criterio determinado que se orienta hacia esa misma totalidad. Hay que reconocer la separación o distinción en ésta de varios niveles de importancia, de episodios correspondientes a las vidas entrecruzadas de los diferentes individuos concretos que participan como actores en esa totalidad de historias reales (que son las mismas vidas), que toman lugar en la acción conjunta. Porque esta es precisamente la conjunción de infinitas historias que se van haciendo. Por eso, aquella siempre es el fondo translúcido de nuestros sueños e imaginaciones, porque aunque éstos se alimenten en ella, sin embargo adquieren su plena dimensión cuando es de manera efectiva vivida o realizada, o sea, cuando deviene a ser, cuando se forma, cuando va desarrollándose, y luego, cuando es vuelta a vivir con el recuerdo de los que participaron de una u otra forma en ella. Porque la historia no es solo la de los grandes hombres, no es solo el desarrollo de los individuos ilustres que han participado en lo que nos parece desde el presente como un remoto pasado, donde se formaron los ideales que acompañan o seducen a las actuales mayorías. La HISTORIA es el desarrollo mismo de los acontecimientos en que participamos todos. Es el pueblo, las fuerzas que están operando en su seno y se originan en él, las que constituyen el motor, lo que mueve la historia, las que la hacen funcionar.
12. El estilo Muy acertado encuentro el análisis del estilo que lo toma como expresión de lo que es el autor. En el estilo, en la forma de escribir, se refleja o se presenta lo que es el que escribe. El hecho de que se elija determinada forma, ciertos mecanismos específicos de construcción, revela ya una posición determinada: la de quien escribe. Por éso, el estilo hay que situarlo en el plano del sujeto. Las formas estilísticas son ya algo objetivo, demasiado objetivo: es la obra misma, es decir, es la materialización de lo estético-literario. Lo estilístico es entonces, un carácter que define ya la obra en sí, sin relación en ese caso a un sujeto. Ya la obra, una vez ha sido creada, realizada, se presenta con sus caracteres objetivos. Si es un relato, es algo autónomo, como cualquier cosa y en tanto que tal, es pasible de un efecto de conocimiento: se puede tomar como objeto de conocimiento y producir el conocimiento del objeto (de su objeto). Es decir, hay que tratar de abandonar los supuestos en los que se ha mantenido siempre una crítica literaria: limitarse a hacer una interpretación que es más bien un efecto de desconocimiento de lo que la obra misma es. Así,
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por ejemplo, se ha pretendido explicar o analizar una determinada obra, aludiendo de manera directa a un sujeto, a una escuela, a una relación histórica, pero interpretada de un modo preintencionado que ya se convierte en un desconocimiento, o en una idea de lo que se pretende explicar. Es decir, lo primero que hay que hacer en este caso es abandonar todo tipo de ideología o mejor todo tipo de crítica literaria que esté concebida según los planteamientos ideológicos que ya parten de un desconocimiento de lo mismo que pretenden explicar. (Estos pueden ser algunos puntos de una nueva manera de concebir una crítica literaria).
He estado haciendo intentos de adaptarme a una forma especial, propia, de contar, de narrar. He ensayado con algunas que son tradicionales: el relato en primera persona de acontecimientos pasados, la narración de hechos acaecidos a unos personajes ideados por mí, la descripción, en forma poética, o de frases intercaladas, de situaciones imaginadas, ilusionadas, que vendrían a ser una poetización de algunas situaciones personales. Imagino unas situaciones que de manera anímica o sentimental, son muy afines o hasta reproducen algunas situaciones vividas antes por mí. Lo que pasa es que se me escapan muchos aspectos de esas experiencias que considero reveladoras en determinados casos, y veo que integrando los aspectos más esenciales (si es que un aspecto puede ser esencial) en una situación imaginada en que aparezca más o menos reflejada el sentimiento, o diría, no sólo el sentimiento, sino todo contenido anímico que se pueda tomar como inspirador. Cuando un sujeto, que tiene experiencia en la escritura, es exigido a hablar sobre los temas o asuntos literarios –sobre lo que es su dedicación cotidiana o habitual-
adelanta algunas
justificaciones o aclaraciones que sorprenden o por lo demasiado obvias o al contrario por lo sumamente extrañas o “subjetivas”: Que se trata de dejar todo a la inspiración, que es una mitad trabajo y la otra mitad intuición o método ya aprendido en anteriores esfuerzos de escritura. Que no se puede seguir o definir una estructura previa, un método y a continuación seguirlo fielmente. Que se trata solo de comenzar e ir construyendo sobre la marcha el desarrollo de lo que finalmente será o sería el texto (libro, novela o cuento) como obra final.
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Siempre me ha parecido que la producción textual es un asunto misterioso, inconsciente, desconocido, tan sumamente subjetivo, de cada uno, que intentar objetivarlo o pensarlo es imposible o daría lugar a tantas opiniones como autores se trata. Sería más conveniente apreciar o disfrutar en un sentido estético precisamente de la obra final, del texto que se nos presenta, prescindiendo de las condiciones de su producción. Al respecto, sin embargo, hay implícitos algunos cuestionamientos que si se pretendiera ahondar en el tema, se podrían explicitar o tematizar. Desde un enfoque epistemológico o pedagógico se podría decir, es interesante o pertinente sondear en el asunto de la producción teórica: no tanto para esclarecer “finalmente” como se realizó esta, sino con el propósito de entender este proceso tan “emocionante” de la producción de una obra literaria, como obra de arte –como obra de creación literaria- aunque de nuevo, valga la redundancia, se encontraría uno con las opiniones más diversas y personales, si se interrogase directamente a sus creadores. Pero sin pretender realizar un “tratado de la creación literaria”, se puede pensar cómo, de qué forma, a partir de qué elementos, con qué estructura se trabajó, qué influyó más en una determinada obra, si lo biográfico, en forma esencial o la crítica a una realidad social o imaginada, si las lecturas previas realizadas por el autor en cuestión o la formación de toda una vida conformada por las lecturas realizadas desde la más temprana infancia, etc. En este enfoque formativo se trata de entender el proceso de construcción de un texto para poder orientar a los que pretendiesen formarse como escritores, cómo debieran proceder o actuar: se parte del supuesto de que es suficiente desestructurar, por así decir, la obra escrita, el texto literario, para conocer su proceso de elaboración o de construcción como obra de arte. No tanto a nivel de disposición de los elementos materiales empleados: sistema de la lengua escrita, gramática, sintaxis, ortografía, etc., sino en lo que se refiere al proceso de imaginación o de planteamiento de los temas que determinaron o guiaron el proceso concreto de escritura. Aquí algunos anotarían que esto es lo que le da al proceso o al hecho de escribir toda su especificad y dificultad: que no se puede generalizare o intentar develar algunas reglas o un método general que pudiera ser objetivado o enseñado para formar futuros buenos escritores…
°°°°°°°°°°°
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Por donde voy no conozco otra sinrazón que la relación con lo inerte que nos objetiviza y nos tranquiliza. Esta razón para ser irracional es una posición que cualquier filósofo de capa caída daría en el actual debate postmoderno para servir de fundamento a una elaboración de sueños y de maromas mentales. Cómo se concibe que se pueda construir a partir del contexto cálido, ordenado y cerrado de nuestro presente-pasado racionalista un caos asistemático, un desordenado conjunto irracional, frío y abierto a cualquier tipo de dicción? Son dos posibilidades que no ocurren en un mismo esquema. Pero todos los esquemas son cortados al unísono. Una sola voz suena cuando se definen las fronteras entre lo vegetal y lo animal. El técnico nos mira caviloso por nuestro peregrinar danzante. En el inquietar de su posición nos desasiste de su fiesta serena y sosa desde su preguntar cósico. Qué cosa nos inquieta más que el no limitar frustrador de la perspectiva de lo real? Situamos lo técnico como lo que nos sitúa ante lo real desde la perspectiva más agobiante que se pueda tener. Por éso lo técnico como escenario de la nueva empiria se sitúa dentro del campo de lo referido por la sola dimensión de lo cotidiano y por la sola luz que alardea la utilidad como criterio desde que la ostentación originada en el pragma clasificó los entes según diversos criterios mitificadores, según la nueva órbita de la Modernidad. En este sentido, habría que señalizar la situación del fenómeno ocurrido en el sector de desarrollo y concatenación de los discursos denominados como fetichización que no es sino la acomodación (con-formación) de una mirada natural y existente y por lo tanto permitida desde el punto de vista de que todo lo que se sostiene o sucede de alguna forma, tiene una razón de ser, no en el sentido de que todo efecto tiene su causa ahí mismo, su causa que no lo desampara, sino de que es posible descubrir la ley o leyes que rigen su aparición y develamiento. En el recinto sagrado donde solo pueden resonar los platillos del discurso teórico y en el que solo cabe el ditirambo que se reviste de cántico de alabanza y de redundancia. ====== La imaginación nos permite descubrir las imbricaciones que están ocultas en lo más interior de nosotros mismos. Cuando pasamos en la memoria por los lugares recorridos es como si el afecto se transparentara y quedara reflejado en esos hechos como alfombras de días pasados. Prefiero vivir en lo más hondo de mi imaginación que en lo tímido de los días siempre los mismos en los mismos lugares de impotencia.
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En la música se transfieren unos temas con posibilidades nunca desarrolladas de manera completa. Sólo la atmósfera que puede presentarlos hace que pensemos que son reales. Pero reales son solo tan pocas. Las formas musicales y los criterios que tenemos para decidir cuando nos encontramos ante una verdadera creación son concretos y aceptados por todos. En lo que observo encuentro parte de mi subjetividad. Cómo puedo tener relación con lo que es distinto de mí? Sólo tengo plena conciencia de mis estados de ánimo porque incluso de que estoy conociendo algo solo estoy seguro en base a criterios establecidos por otros, criterios que por este motivo se convierten en objetivos. La tarea que hay que emprender se reduce pronto a vagas intenciones cuando no la acompaña una verdadera resolución. Es lo que siempre nos ha pasado a los inconstantes. Vemos después, que los hechos que realizamos fallan porque no los conduce una verdadera intención. Entonces, los acontecimientos se nos vienen con su caudal de incomprensión para nosotros. No los comprendemos y por lo tanto no los recibimos como incorporados a nuestra historia. Esto hace que nos sintamos extraños y de esta suerte vamos perdiendo contacto con el mismo mundo de los hechos que nos rodean. Pronto todo se vuelve inaprehensible y una atmósfera de irrealidad nos envuelve.
A MANERA DE CONCLUSION… No son los grandes pensamientos los que más despiertan nuestros intereses cotidianos. Son las necesidades que velada o abiertamente están presentes en todas nuestras buenas intenciones. Son buenas porque aparecen como permitidas o al menos, no atentatorias contra lo que se considera sea el bien de todos. °°°°°°°°
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He estado haciendo intentos de adaptarme a una forma especial, propia, de contar, de narrar. He ensayado algunas que son tradicionales: el relato en primera persona de acontecimientos pasados, la narración de hechos acaecidos a unos personajes ideados, la descripción, en forma poética, o de frases intercaladas, de situaciones imaginadas, ilusionadas, que vendrían a ser una poetización de algunas situaciones personales. Imagino unas situaciones que de manera anímica o sentimental, son muy afines o hasta reproducen algunas situaciones vividas antes. Se me escapan muchos aspectos de esas experiencias que considero reveladoras en determinados casos, y veo que integrando los aspectos más esenciales (si es que un aspecto puede ser esencial) en una situación imaginada en que aparezca más o menos reflejado el sentimiento, o diría, no sólo el sentimiento, sino todo contenido anímico que se pueda tomar como inspirador. °°°°°°° Por donde voy no conozco otra sinrazón que la relación con lo inerte que nos objetiviza y nos tranquiliza. Esta razón para ser irracional es una posición que cualquier filósofo de capa caída daría en el actual debate postmoderno para servir de fundamento a una elaboración de sueños y de maromas mentales. ¿Cómo se concibe que se pueda construir a partir del contexto cálido, ordenado y cerrado de nuestro presente-pasado racionalista un caos asistemático, un desordenado conjunto irracional, frío y abierto a cualquier tipo de dicción? Son dos posibilidades que no ocurren en un mismo esquema. Pero todos los esquemas son cortados al unísono. Una sola voz suena cuando se definen las fronteras entre lo vegetal y lo animal. El técnico nos mira caviloso por nuestro peregrinar danzante. En el inquietar de su posición nos desasiste de su fiesta serena y sosa desde su preguntar cósico. ¿Qué cosa nos inquieta más que el no limitar frustrador de la perspectiva de lo real? Situamos lo técnico como lo que nos sitúa ante lo real desde la perspectiva más agobiante que se pueda tener. Por éso lo técnico como escenario de la nueva empiria se sitúa dentro del campo de lo referido por la sola dimensión de lo cotidiano y por la sola luz que alardea la utilidad como criterio desde que la ostentación originada en el pragma clasificó los entes según diversos criterios mitificadores, según la nueva órbita de la Modernidad.
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En este sentido, habría que señalizar la situación del fenómeno ocurrido en el sector de desarrollo y concatenación de los discursos denominados como fetichización que no es sino la acomodación (con-formación) de una mirada natural y existente y por lo tanto permitida desde el punto de vista de que todo lo que se sostiene o sucede de alguna forma, tiene una razón de ser, no en el sentido de que todo efecto tiene su causa ahí mismo, su causa que no lo desampara, sino de que es posible descubrir la ley o leyes que rigen su aparición y develamiento. Es en el recinto sagrado donde solo pueden resonar los platillos del discurso teórico y en el que solo cabe el ditirambo que se reviste de cántico de alabanza y de redundancia. °°°°°° La imaginación nos permite descubrir las imbricaciones que están ocultas en lo más interior de nosotros mismos. Cuando pasamos en la memoria por los lugares recorridos, es como si el afecto se transparentara y quedara reflejado en esos hechos como alfombras de días pasados. Prefiero vivir en lo más hondo de mi imaginación que en lo tímido de los días siempre los mismos en los mismos lugares de impotencia. °°°°°° En lo que observo encuentro parte de mi subjetividad. Cómo puedo tener relación con lo que es distinto de mí? Sólo tengo plena conciencia de mis estados de ánimo porque incluso de que estoy conociendo algo solo estoy seguro a partir de criterios establecidos por otros, criterios que por este motivo se convierten en objetivos. La tarea que hay que emprender se reduce pronto a vagas intenciones cuando no la acompaña una verdadera resolución. Es lo que siempre nos ha pasado a los inconstantes. Vemos después que los hechos que realizamos fallan porque no los conduce una verdadera intención. Entonces, los acontecimientos se nos vienen con su caudal de incomprensión. No los comprendemos y por lo tanto no los recibimos como incorporados a nuestra historia. Esto hace que nos sintamos extraños y de esta suerte vamos perdiendo contacto con el mismo mundo de los hechos que nos rodean. Pronto todo se vuelve inaprehensible y una atmósfera de irrealidad nos envuelve.
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OTROS
TEXTOS
ANEXOS
DE LA POESIA La poesía, es ocioso decirlo, tiene muchas acepciones. Se puede decir que a lo largo de la historia de la literatura, cada autor ha tenido su propio modo de enfocarla. Pero hay algo que salta a la vista: desde Aristóteles a Heidegger, pasando por Hegel y Schelling, se ha querido ver la poesía en relación con la filosofía. Algunos han pretendido decir que la experiencia poética o dramática está casi, por no decir en igual plano, que la experiencia metafísica. Nietzsche veía en la tragedia lo más profundo a que habían llegado los griegos en su identificación con lo valores vitales que eran los únicos que él reconocía. La misma literatura era la eternización de la vida: la comunicación que se podía establecer entre un mundo antiguo y nosotros. Con S. Beckett se ha vuelto a hablar de experiencia dramática como experiencia metafísica: un íntimo contacto con entidades que influyen decisivamente en el hombre o que son de su misma esencia como son la muerte, la desesperación, la incomunicabilidad, etc.
Quiero decir, al
nombrar aquí a Nietzsche y a Beckett, que lo poético no es un simple juego de palabras, como también lo advirtió Heidegger, sino que nos lleva a un plano muy profundo de lo real. (En Les Indomables de Beckett uno de los personales llega a definirse por el silencio al que el autor le da un valor metafísico: “Cuando deje de hablar, hablaré de mí mismo”.) El fenómeno poético que aparece ante nosotros primero que todo en su forma material, las palabras, es ante todo un deseo manifiesto de captar una intuición o una visión momentánea de una armonía escondida en la naturaleza. Alguien decía que el poeta copia la naturaleza y se inspira en ella por analogía a una obra de arte. El poeta trata de comunicar su íntima experiencia metafísica a los hombres (a su pueblo): es un mediador entre una realidad, que es develada solo a unos pocos, y los otros hombres que no tienen esa experiencia. De aquí que la misión del poeta, aunque escondida, sea tan importante: mantiene la fe de los otros en los grandes valores, les
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recuerda siempre que al lado de la misteriosa realidad que él les comunica, está su misma realidad, la que viven todos los días, pero no por ésto es ésta la más real. La Poesía (Dichtung, literatura) abarca todo lo artístico que hay en el hombre. Este, por el hecho de ser una conciencia es capaz de poetizar (dichten). Es algo muy de él, porque es el modo como acontece la verdad en la obra de arte, es decir, es la manera como el develamiento de la verdad ocurre en el seno de la misma obra. (De ahí que la poesía, Poesie, es el modo como sucede la verdad en la obra de arte literario). Por éso la poesía es un modo muy particular que tiene el poeta de acercarse al misterio, en el sentido de lo indescifrable. El poeta ya dispone del lenguaje que es el producto cultural de un pueblo, que lo condiciona en su dichten. En los dos articulos de Heidegger: Hölderlin y la esencia de la poesía y El origen de la obra de arte están bien expuestas estas ideas. Por qué se puede decir que la poesía trata de ponernos en contacto con una verdad, con una captación de algo verdadero? Por qué se puede poner la poesía al mismo nivel que la filosofía? Se plantea esta pregunta porque a veces se tiene la concepción de que el poeta se encuentra en una relación con la realidad pero como en la dimensión del sueño. Se cree que el poeta solo trabaja con ilusiones, las que envuelve con las palabras, y al que por lo tanto no debe dársele ningún crédito. Aristóteles, no siendo poeta, nos dió el contenido o lo que pretende ser el artista literario. Plantea que la poesía está entre la filosofía y la historia. Es un término medio: es más filosófica que la historia. (Se ha partido de la intuición para explicar lo poético, pero es la única manera de llegar a definirlo, porque es inabarcable dada su sutil apariencialidad, su fenomenicidad). Muchos filósofos han reflexionado sobre la poesía, es decir, no han creído que la filosofía no tenga nada que ver con la literatura. Algo en lo que también insiste Heidegger y que hay que reconocerle en este punto es la cuestión de la poesía como fundamentación. El poeta instaura lo permanente: lleva a su concreción lo que él cree que se debe conservar o guardar como lo más sagrado, porque enfrenta los “signos de los dioses” con los cuales el pueblo se va a sentir más seguro. Precisamente, el poeta en su intuición, en su experiencia intuitiva de una situación en la que él experimenta la armonía de su ser intimo con la naturaleza, desea o siente la necesidad de concretizar su experiencia poética en la palabra. Acude al lenguaje cotidiano, producto de una historia cultural, es decir, que hereda toda una
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cultura. Por medio de esa “realización” de lo poético en y por medio de la palabra, el poeta conserva y transmite a los otros unos “signos” que él ha presentido. Max Bense en su libro Estética -en el que analiza algunos puntos importantes de la estética contemporánea- acude a Heidegger, Kafka, Hegel y aún a Aristóteles para analizar algunos factores de lo estético en nuestros días. En la evolución que de lo poético, nosotros somos espectadores, vemos cómo se va tendiendo a aquello que proclamaba Nietzsche: la experiencia metafísica. Aún el liberarse de todo un formalismo que se había admitido tradicionalmente demuestra un deseo de llegar a lo más esencial que se debe tener en cuenta en lo poético: como intento de asir lo que parece inasible. (Hay una unidad muy profunda entre Poesía y Filosofía porque ambas tratan d abrirle al hombre la puerta al reino de lo metafísica.) Algunos filósofos han intentado profundizar en lo poético. Se ha de tener en cuenta que lo fundamental es que el poeta nos pone en contacto con una realidad inasible por otros medios, misteriosa. Es decir, trata de comprender la poesía más desde su fondo mismo: llegar a lo esencial del fenómeno poético y dejar el estudio de las formas y elaboraciones lingüísticas a los eruditos o críticos literarios. Debemos ir más allá de las meras formalizaciones teóricas: no podemos tener unos conceptos rígidos sobre algo tan variable y heteróclito como es la literatura en su forma. La teoría literaria es la reunión de todas las reglas y nociones formales que se deben tener en cuenta antes de llegar a afrontar una obra literaria. Saber por ejemplo, que Macbeth es una obra dramática y no épica, aunque pueda tener no obstante, elementos líricos o épicos. Encerraría el conocimiento de los géneros literarios, todas las clases de rima métrica, el lenguaje como condicionaste de la literatura. Es decir, lo teórico que se necesita para comprender o crear una obra literaria. En la historia literaria se trata de llegar a comprender el desarrollo o evolución de las formas y elementos de la obra literaria. El transcurso en el tiempo en determinadas épocas y regiones como se han ido concretizando todos los elementos de que hoy disponemos.
DEL LIBRO COMO “OBRA DE ARTE”.
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Cuando es preciso hablar sobre un poeta o un escritor de renombre, uno siempre se encuentra ante una dificultad porque la fama habla más de las obras hechas que estas de sí mismas. Sin embargo, es normal que esto ocurra en un mundo en el que es preciso llegar a obtener la fama para poder ser conocido. No se puede prescindir de ella ya que es el medio como el arte llega a ser conocido o más correctamente, llega a su destinatario. Pero no se puede esperar otra cosa en un mundo en el que se impone el orden de la propaganda propalada por los medios de comunicación contagiados por la ideología del consumo y del criterio de la oferta y la demanda. Ciertas obras que pasan por “obras de arte” son ofrecidas a los consumidores como “auténticas” obras de arte. En este punto hasta los críticos están manipulados porque ya no se sabe qué criterios acerca del arte son los que se imponen o los que hay que tener en cuenta siempre. Estamos pues expuestos a lo que ofrecen las programadoras de los teatros y a lo que las casas editoriales quieran lanzar como un nuevo boom, porque aquí el criterio que está primando es el comercial: es más artístico lo que es aceptado por el gran público que es quien en última instancia paga la película o compra el último libro exhibido en las vitrinas de las librerías. Pero el público, preguntamos, por quién o por quiénes ha sido previamente preparado para aceptar una determinada mercancía “del arte” de novísima factura? Quiénes son esos críticos que en todas las revistas de gran demanda y a través incluso de los periódicos les aconsejan a sus lectores acerca de qué mercancía deben usar después de leer u objetivar lo que previamente les han presentado como lo mejor o lo más aconsejable como la última moda a seguir? Son estos “críticos” como unos
médicos
que
están
recomendando
la
“medicina”
que
solo
ellos
conocen
“profesionalmente” pero con la diferencia de que aquí no han auscultado previamente la enfermedad del paciente.
LECTURA DE LA FENOMENOLOGÍA DEL ESPIRITU DE HEGEL Tratemos de introducirnos en la problemática misma de Hegel a partir de la noción de fenomenología. Hegel se sitúa en un plano conceptual a partir del cual trata de imaginar toda la realidad, todo el mundo cambiante de las cosas. (Hay que mirar la posibilidad de realizar desde aquí la crítica de todo idealismo, de toda pretensión de querer darle la primacía a lo espiritual, a lo conceptual, por encima de la misma realidad, es decir, de las condiciones reales que enmarcan todos los fenómenos).
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Este devenir de la ciencia en general o del saber es lo que expone esta Fenomenología del Espíritu. El saber en su comienzo, o el espíritu inmediato, es lo carente de espíritu, la conciencia sensible. Para convertirse en auténtico saber o engendrar el elemento de la ciencia, que en su mismo concepto puro, tiene que seguir un largo y trabajoso camino. (HEGEL. Fenomenología del espíritu, p. 21) El intento de Hegel en el Prólogo a la Fenomenología del Espíritu es precisamente esbozar en líneas generales lo que es este DEVENIR caracterizado como el camino de la conciencia sensible hasta la ciencia o el saber. Este “largo y trabajoso” camino es el objeto de una ciencia muy especial que es la FENOMENOLOGÍA tal como la entiende Hegel. Desde aquí podemos entrar a tratar varios puntos: Por ejemplo, la conciencia misma, la ciencia, el movimiento dialéctico, la verdad como proceso, etc. La intención en última instancia de Hegel es conducir la filosofía misma a su elemento esencial en el que se desarrolla realmente. Este elemento es el de la cientificidad, que para Hegel es el movimiento mismo de las esencialidades puras, que es su naturaleza propia. Este movimiento de las esencialidades puras constituye la naturaleza de la cientificidad en general. Considerado como la cohesión de su contenido, este movimiento es la necesidad y el despliegue de dicho contenido en un todo orgánico. El camino por el que se llega al concepto del saber se convierte también a su vez en un devenir necesario y total, de tal modo que esta preparación deja de ser un filosofar contingente que versa sobre éstos o los otros objetos, relaciones y pensamientos de la conciencia imperfecta, tal como los determina la contingencia, o que trata de fundamentar lo verdadero por medio de razonamientos, deducciones y conclusiones extraídas
al azar de determinados
pensamientos; este camino abarcará más bien, mediante el movimiento del concepto, el mundo entero de la conciencia en su necesidad (F. E., p. 25) La fenomenología, entonces, abarca todo el proceso de la conciencia misma. Este proceso es concebido como un automovimiento de la conciencia a través de toda la serie de sus configuraciones. A través de éstas se va realizando la esencia misma del saber o de la ciencia. El
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camino para llegar hasta este elemento, la figura absoluta de la conciencia, el espíritu absoluto, es un movimiento dialéctico. Por ésto se puede decir que metodológicamente la exposición del sistema de Hegel está enmarcado por la dialéctica, por las leyes de la sucesión y de la oposición, si así cabe imaginarse imperfectamente el trascendental aporte de Hegel. El proceso por el que a partir de la conciencia misma nos aproximamos al elemento de la ciencia del saber absoluto, está concebido a manera del proceso cósmico general. (En éste vemos cómo un elemento del proceso se diluye, se niega o es sustituido por el momento siguiente hasta completar todo el ciclo), o a manera del proceso de la historia de la humanidad o de la historia del individuo singular, puesto que como nos dice Hegel, También el individuo singular tiene que recorrer, en cuanto a su contenido, las fases de formación (destacado por mí, I. B.) del espíritu universal, pero como figuras ya dominadas por el espíritu, como etapas de un camino ya trillado y allanado. (F. E., p. 21) La Fenomenología del Espíritu termina cuando llegamos al nivel del concepto. Se desarrolla entonces, al nivel de la conciencia sensible. Nos acercamos progresivamente al saber absoluto, pero cuando llegamos a la inmediatez absoluta del ser que es patrimonio del yo, nos situamos al nivel de la Lógica. En ésta es trata la dimensión de la simplicidad del saber. En esta nueva dimensión se prepara el espíritu en el elemento del saber. En este elemento se despliegan los elementos del espíritu en el modo en el que éste sabe su objeto como sí mismo. El proceso de la conciencia a través de sus sucesivas configuraciones está enmarcado entre ésta misma y el saber absoluto: un proceso meramente conceptual, “espiritual”, por el cual nos introducimos en la dimensión de la racionalidad. Todo el proceso se concibe como un todo real que va progresando y se va desvelando poco a poco. Sabemos de antemano que todo va a terminar en la racionalidad que explica toda la realidad. En el momento más elevado del proceso, lo real se confunde con lo racional. Enunciemos solamente, algunos de los temas esenciales que se pueden estudiar desde esta perspectiva en la Fenomenología del Espíritu de Hegel: ·
La fenomenología como el proyecto que desarrolla Hegel en su obra. Sus
limitaciones. Su objetivo.
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·
La verdad. La cientificidad como la verdadera figura en que se desarrolla la
existencia de la verdad. ·
La ciencia como devenir. El movimiento dialéctico.
·
Crítica de la filosofía tradicional. La posición de Hegel está en contraposición a ésta.
(íntima relación de la dialéctica y el devenir. Alusión a Heráclito) ·
La fenomenología como proceso que parte de la conciencia y se acerca a la ciencia. (O
mejor como exposición conceptual de este mismo proceso conceptual). La conciencia como punto de partida. El Espíritu en su inmediatez o conciencia sensible. Análisis de ésta.
A partir del comienzo en que se da la conciencia sensible como el espíritu en su inmediatez, nos dirigimos hacia el grado más elevado de la ciencia misma. Este proceso por el cual a partir de la conciencia nos aproximamos al elemento de la ciencia, del saber absoluto, está concebido por Hegel a la manera del proceso cósmico general. (En éste vemos cómo cada momento individual del proceso o del ciclo se diluye, se niega en su ser mismo por los otros momentos que lo sustituyen y vienen a ser otro ser ahí que va a ser sustituido también por los siguientes), o a la manera de la historia de la humanidad o de la historia del individuo singular. Hegel se sitúa aquí en la actitud netamente idealista de concebir toda la realidad a partir del espíritu mismo. Lo espiritual lo domina todo. “Lo espiritual es lo real”. El porvenir mismo con las posibilidades de realización que ofrezca no es sino la misma actuación del espíritu quien ya ha dominado previamente el proceso. Es un círculo vicioso a nivel del concepto, sin tener en cuenta las verdaderas condiciones de todo proceso de conocimiento. Más adelante volveremos sobre ésto. Hegel considera toda la historia de la humanidad como el acercamiento progresivo hacia la verdadera figura de lo real. Un proceso evolutivo a través de los diversos momentos histórico-sociales que se van sucediendo, siendo éstos mismos en su sucesión o en su fluir, la esencia misma de la historia. El intento de Hegel es pues, conducir la filosofía a su elemento esencial en el que ella misma se desarrolla esencialmente, es decir, en la dimensión en que ella llega a ser lo que debe ser: autoconcepción del proceso mismo, autoconciencia de la conciencia. Esta, a medida que se
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va volviendo sobre ella misma, se va intelectualizando y así se va aproximando a la racionalidad que es la misma inteligibilidad, pero en movimiento. La conciencia en movimiento es la posibilidad de existencia de la filosofía misma, de la ciencia, pues la filosofía para Hegel, por lo que está situada en la dimensión de la verdad, se mueve esencialmente en la cientificidad. Además, ésta es la verdadera figura en que se desarrolla la existencia de la verdad. La verdadera figura en que existe la verdad no puede ser sino el sistema científico de ella. Contribuir a que la filosofía se aproxime a la forma de la ciencia -a la meta en que puede dejar de llamarse amor por el saber para llegar a ser saber real: he ahí lo que yo me propongo. La necesidad interna de que la filosofía sea ciencia radica en su naturaleza, y la explicación satisfactoria acerca de ésto sólo puede ser la exposición de la filosofía misma… Sé que el poner la verdadera figura de la verdad en esta cientificidad -lo que vale tanto como afirmar que la verdad solo tiene en el concepto el elemento de su existencia-, parece hallarse en contradicción con un cierto modo de representarse la cosa y sus consecuencias… (F. E., p. 9) La filosofía, según Hegel, había que concebirla en su cientificidad, por analogía con las ciencias de su tiempo que estaban en su pleno resurgimiento y sedimentación, y que hacían vislumbrar que en un futuro se llegaría a conseguir lo que siempre la ciencia había pretendido: penetrar en la verdad de lo real y situarse en la real dimensión científica. Hegel cree en la misma posibilidad para la filosofía y aplica el principio de desarrollo como principio metódico completo. De ahí que la fenomenología del espíritu se halle determinada metodológicamente por dos presupuestos: 1.
Todos los fenómenos, la conciencia entre ellos, han de ser considerados en
transformación y desarrollo. Abrir los ojos también para lo cambiante, para lo que se mueve y progresa, porque el proceso mismo es también esencial. No considerar solo lo mutable sino
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también lo inmutable de todos los fenómenos. En este punto está uno de los mayores aportes de Hegel a la filosofía. 2.
Las contradicciones han de captarse en su fluidez, en su compenetración
recíproca (separación-unificación). Hay que tener en cuenta que Hegel está situado y determinado por su tiempo, por su momento histórico, lo que le impide ver más allá de éste como fin del proceso dialéctico del desarrollo. Esto es un condicionamiento general de estos presupuestos. Hegel se sitúa en un plano distinto al de la filosofía tradicional que era incapaz de concebir el todo real. Sólo veía aquella, lo inmutable de los fenómenos, es decir, consideraba que la esencia estaba solo en lo mas interior de las cosas, precisamente en lo que mostraban de más permanente e invariable. Se excluía el devenir mismo, el desarrollo, el progreso. Esta segunda dimensión se la veía como lo inesencial. Lo verdadero y lo falso además eran categorías fijas, inmutables, en franca oposición. Sólo se veían instancias irreductibles. No se ven sucesiones y no se piensa todo en términos de totalidad. No sospechaban los filósofos, anteriores a Hegel, la dimensión histórico-social de los fenómenos o de los conceptos. Estos se los tomaba ya dados de un modo originario, definitivo. (…) por existir la filosofía, esencialmente, en el elemento de lo universal. Que lleva dentro de sí lo particular, suscita más que otra ciencia cualquiera, la apariencia de que en el fin o en los resultados últimos se expresa la cosa misma, e incluso se expresa en su esencia perfecta, frente a lo cual el desarrollo parece representar, propiamente, lo no esencial (…) Cuando arraiga la opinión del antagonismo entre lo verdadero y lo falso, dicha opinión suele esperar también, ante un sistema filosófico dado, el asentimiento o la contradicción, viendo en cualquier declaración ante dicho sistema lo uno o lo otro. No concibe la diversidad de los sistemas filosóficos como el desarrollo progresivo de la verdad, sino que sólo ven en la diversidad la contradicción. (F. E., p. 8)
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Así ve Hegel el panorama de toda la filosofía tradicional. El, entonces, quiere exponer lo que él considera lo esencial y que siempre se ha dejado aparte. Ve que la exclusión que enfatizan los metafísicos tradicionales tiene su razón de ser en el mismo condicionamiento de los términos excluidos. Esta dependencia de los términos la vemos más patente en lo referente a las verdades relativas y a las verdades absolutas. Una verdad dada es relativa, se halla condicionada por elementos subjetivos y objetivos, pero al mismo tiempo, como verdad que es, contiene un elemento de verdad absoluta, es decir, sin ninguna relación con algo que no tenga que ver con la verdad. Según ésto entonces, toda teoría científica es verdadera y falsa a la vez. Es verdadera en cuanto emite juicios verdaderos, pertinentes, sobre un objeto determinado, pero es falsa en cuanto no considera la totalidad del objeto. En la verdad misma, por su misma esencia, existe el elemento de no verdad. Admitiendo la concepción dialéctica hegeliana, no podemos decir cuándo una ciencia ha expresado un concepto verdadero de tal modo que podamos decir que nos hallamos ya en la verdad definitiva, porque la verdad no se ha desvelado completamente, de un modo definitivo, de un modo originario, sino que se va desvelando progresivamente. Es además este mismo devenir de la verdad lo que hace que ella sea lo que es. El devenir en Hegel es esencial para la constitución de la verdad. (Se podría dirigir una investigación muy interesante acerca de la comparación del concepto de verdad que tienen Hegel, los griegos y el mismo Heidegger. La verdad encierra dentro de sí misma el elemento de lo no verdadero: si concebimos la verdad ante todo en su devenir, es notorio que éste se va mostrando, se va desvelando progresivamente. En Hegel, la mostración misma de la verdad es el proceso mismo, por tanto, es un proceso que nos acerca a la dimensión de la ciencia pero que ya ha sido allanado por el espíritu. Una autodesocultación del Espíritu mismo de aquello que no lo deja ser lo que es. -Aquí solo adelantamos a manera de esbozo, lo que puede ser un tema para una investigación ulterior-) En cada momento del proceso de la conciencia no tenemos de una vez por todas, la verdad desplegada. Un darse definitivamente iría contra la esencia misma de la verdad tal como la concebimos. La verdad se va dando por el proceso mismo: a medida que el proceso se va desarrollando, vamos aproximándonos a la dimensión de la ciencia que es el verdadero elemento en que se desarrolla su existencia, como lo hemos visto. En el concepto progresivo de lo que está oculto, es decir, en el desplegamiento que va avanzando por etapas, tenemos como presupuesto
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el de que de alguna manera lo que vamos a encontrar al fin del proceso ya está implícito en el mismo comienzo, pero de un modo no desarrollado. El proceso dialéctico es un desplegamiento que nos entrega lo que la ciencia siempre ha buscado pero de un modo imperfecto. La filosofía como tarea siempre iniciada, se va introduciendo paulatinamente en lo real, es consciente de su propósito de aproximarse o de esencializarse en la ciencia. Hegel al inicio del prólogo a la Fenomenología nos pone sobre aviso con respecto a una falsa opinión que ha dominado toda la metafísica tradicional. Esta falsa opinión es la que se puede ver desde el concepto de verdad que hemos definido en este contexto, contexto que no es otro que el de la problemática misma de Hegel. La mejor introducción a ésta es la misma Fenomenología del Espíritu. Esta falsa opinión que ataca Hegel a partir de su propia posición es la de creer que el fin, con exclusión del proceso del desarrollo, expresa lo que es la realidad misma, y, por otro lado, el admitir que solo existen verdades inmutables. Con relación a ésto, Hegel dice que esta falsa apariencia en la que cae la filosofía misma por existir ésta en el elemento de lo universal, se rechaza a partir de la constatación misma de los procesos reales que constituyen la misma realidad. En efecto, en la misma naturaleza, por ejemplo, en el caso citado por Hegel, el proceso orgánico nos indica que es éste la esencia de la cosa misma. El resultado final solo es posible porque se ha dado previamente el proceso. Desde este punto de vista, el proceso mismo es lo real, lo verdadero y no solo el resultado. Este ser, separado de su desarrollo no es sino el cadáver que la tendencia deja tras de sí, como dice Hegel. En el caso citado por él, el capullo y la flor son falsos ser-allí de la planta, pero necesarios en el proceso para llegar al fruto. Su darse previamente integrados en el proceso son la misma posibilidad realizada y a la vez la base, el antecedente necesario de todo lo que se sigue. El fruto, fin de este proceso biológico es el fin de éste, pero solo ha sido posible al desaparecer los otros momentos anteriores. La posibilidad de la plenitud está dada en la misma sucesión de las formas definitivas que como momentos van originando el todo concebido a la manera de un círculo siempre en devenir en el que el fin se iguala con su comienzo, porque ya en éste está, de un modo velado y escondido, el fin, como configuración verdadera y definitiva.
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Este todo es entendido de un modo más completo que el modo spinozista. Para Spinoza, en efecto, el todo de una esencia en sí y como tal es una universalidad abstracta que prescinde de sí misma, simplemente está, yace, de ahí que se imposibilita la historia porque se excluye la acción que implica contar con sí mismo. En cambio, de acuerdo con Hegel, la filosofía puede contar con ese todo, con la sustancia, pero como saber de esa universalidad que implica un movimiento del en-sí, del todo. De aquí que la actividad básica del pensamiento consiste en identificar el ser consigo mismo, lo que implica el concepto de negación puesto de relieve por Hegel y descartado por Spinoza. A este concepto de negación, Hegel le confiere un rasgo no crítico -referido a la sociedad-. Es por ésto por lo que Marx en los Manuscritos llamó la atención al señalar que si la negación y la afirmación están unidas en su superación hegeliana, ésta no obstante, deja los fenómenos sociales tal como son. El pensamiento especulativo cae en el error de suponer transformación en la realidad por medio de la simple superación conceptual. En Hegel, ésto se explica porque el aprendizaje del devenir social y el desarrollo del conocimiento filosófico como proceso de crecimiento básico, sincronizaban con la circunstancia de que Hegel, como representante de la sociedad de su tiempo, daba preeminencia al progreso social a base de reformas pacíficas. Su descubrimiento radical fue el de la dialéctica pero no pudo desarrollarla hasta sus últimas consecuencias, porque, como ya se dijo, su situación concreta le impedía ir más allá de lo que ésta disponía como término del proceso histórico. Era necesario que este proceso dialéctico instaurado por Hegel y concebido como el método de la filosofía misma, tuviera o asumiera su verdadera aplicación en relación con la realidad. Después de Hegel otros filósofos se dieron cuenta acertadamente de su genial aporte. En efecto, mientras éste se encerraba en lo conceptual, en la dimensión del concepto puro como término o fin el desarrollo dialéctico (aunque Hegel admitía que éste solo no es el todo en su esencia), aquellos van a partir del mismo condicionamiento histórico-social del conocimiento. Descubren cómo las verdaderas contradicciones que son el motor del proceso están en la realidad misma de las luchas entre los hombres y no en la fría abstracción filosófica, separada de todo contacto con lo concreto.
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Hegel mismo se enfrentó, en su época a la acusación que hacían a su sistema al considerarlo netamente abstracto, afirmando que la filosofía en ningun modo considera lo abstracto como lo hace sí la matemática, sino que investiga lo real concreto, lo que se produce a sí mismo dialécticamente, pero entendiendo este autoproducirse idealmente como la realización del concepto. El proceso de desarrollo de la verdad lo concibe en el sentido de su idealismo absoluto, como objetivo, ésto es, “la verdad como el movimiento de ella en ella misma”, formada por el concepto. Es acertada a este respecto la observación de que Hegel cayó en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento replegándose en sí mismo, moviéndose por sí mismo. El movimiento del proceso desarrollándose a partir de sí mismo constituye lo positivo que, como hemos visto, en virtud de la dialéctica, incluye lo negativo. En este sentido, lo falso no es de ninguna manera un modo existencial adecuado al concepto, por lo que debe desaparecer; no obstante, forma una unidad dialéctica con lo verdadero. Según ésto, lo verdadero es “el delirio báquico en el que ningún miembro escapa a la embriaguez” (FE, p.32) Es decir, que la verdad solo está en el sistema científico de ella, en la exposición y en el lenguaje: 1.
En el sistema científico de ella. Esto es expresado, al igual que la concepción de la
sustancia, como esencialmente en el sujeto, en la representación que enuncia que lo absoluto como espíritu, cuyo movimiento de conversión en objeto de su yo y retorno de nuevo desde esta diferencia a la identidad al saber puro, nos libera del error de entender la dialéctica en el sentido de dialéctica sujeto-objeto, pues para hablar de este dualismo, se necesita el resultado de un dato, no es un punto de partida, implica el desdoblarse del en-sí, necesita depositarse en una forma o en un concepto. 2.
En la exposición que por su índole reclama la forma contraria a la del concepto,
porque se pretende que lo absoluto sea sentido e intuido, no concebido. 3.
En el lenguaje, tal como lo expresa Husserl. De los planteamientos de éste se
desprende que todo principio de la filosofía aún siendo verdadero aparentemente, es ya falso, en cuanto que es solamente el fundamento y la facilidad de su refutación está dada en el sentido de que en rigor es el desarrollo del mismo principio refutado.
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Hegel concibe la dialéctica como la experiencia que la conciencia tiene con ella misma, un proceso
conceptual,
una
autoexperiencia,
un
autoconcebirse,
que
va
progresando,
introduciéndose poco a poco en el interior de la verdad hasta llegar al saber absoluto. A partir de aquí se explica todo lo real. Entendida así la dialéctica como un movimiento de la conciencia, no es tanto un método de análisis, sino más bien un método de construcción sintética y sistemática del contenido. Este movimiento dialéctico que la conciencia lleva a cabo en sí misma, tanto en su saber como en su objeto, en cuanto brota ante ella el nuevo objeto verdadero, es propiamente lo que se llamará experiencia. (F E, p. 58)
Es la misma dialéctica, con el movimiento conceptual que implica, la que funda la verdad. Esta constituye el movimiento propio de la conciencia. Esta, a medida que se va desarrollando, nos va introduciendo en la dimensión de la ciencia. Hay que ver ésta en relación con la verdad. El que la forma de la proposición se supere no debe acaecer solamente de un modo inmediato, por el simple contenido de la proposición sino que este movimiento opuesto debe expresarse; no debe tratarse tan solo de un entorpecimiento interno, sino que debe exponerse
este retorno del concepto a sí mismo. Este movimiento, que en otras
condiciones haría las veces de la demostración, es el movimiento dialéctico de la proposición misma. Solamente es él lo especulativo real, y solo su exposición constituye la exposición especulativa ( F E , p. 43)
Tratemos de ver la verdad en este contexto. El proceso mismo de la conciencia nos pone paulatinamente en este elemento. Así es como Hegel analiza el condicionamiento histórico de la verdad, al ver la esencia de esta en su progresivo desplegamiento -labor que sería continuada después de Hegel al demostrarse el condicionamiento social del conocimiento, de la dialéctica. Para Hegel, entonces, es determinante el devenir concebido como la vida misma.
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El fin para sí es lo universal carente de vida, del mismo modo que la tendencia es el simple impulso, privado todavía de su realidad y el resultado escueto simplemente el cadáver que la tendencia deja tras de sí. (F E , p. 8) El proceso histórico esencial junto con el fin es constitutivo de la vida misma como se puede ver en todo proceso biológico. La historia entendida así es la vida misma. Vida del todo en la que la de cada momento o individuo particular es igualmente necesaria, Así hay que entender la frase de Hegel cuando dice que el proceso de la conciencia es un proceso que “engendra sus momentos” al atravesarlos. (Imaginemos la figura de un círculo en la que todos los posibles radios son engendrados a partir de lo que el círculo en sí mismo es, es decir, por su misma esencia y por la misma característica o esencia del círculo) Situado así el proceso mismo de la conciencia expuesto a lo largo de toda la Fenomenología, es decir, considerado en su dimensión histórica o progresiva, hay que considerarlo como un autodespliegue que está en el “camino de la serie de sus configuraciones”. Así hay que tener en cuenta que el Absoluto es la configuración definitiva luego de haber recorrido el largo y penoso camino de sus sucesivas manifestaciones. Prescripción ésta del fin del desarrollo de la conciencia, meta de por sí idealista (según sus intenciones antimaterialista) porque en el saber absoluto coinciden, en el sentido de su idealismo, el objeto y el concepto, pues el objeto según su propia esencia es sujeto, es decir concepto. Es aprehendido aquí de un modo conceptualmente exacto. Con ésto el desarrollo encuentra su fin, la dialéctica se convierte en metafísica (limitación ésta de la dialéctica hegeliana, aunque de ningún modo, llegada determinante de su discurso).
HISTORIA Y RELIGION El hombre, único punto posible de referencia para una filosofía “desde abajo”, es decir, para la antropología, es el único ser que hace historia. Desde un punto de vista bíblico, esa historia humana adquiere un nuevo sentido: es el hombre religioso quien la hace: el hombre judío es consciente de lo que en su historia está sucediendo. El misticismo judío es distinto, por eso, de los misticismos paganos.
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Dios se vale de esa misma historia para realizar su plan de salvación por medio de la revelación progresiva al pueblo. Esa historia humana que es asumida por Dios adquiere por ésto una nueva dimensión: se hace sagrada. Lo profano se sacraliza, o mejor no hay una separación entre lo sacro y lo profano. El hombre ve que toda la naturaleza (lo mismo que la historia, el cosmos y las demás “realidades terrenas”) es un signo de lo sagrado, que aquí es Dios, el Dios de Israel. El hombre bíblico es profundamente judío: su vida toda gira alrededor de la Alianza: de aquí se desprende que el sentido de su vida sea dado por la respuesta aceptadora o negadora de esta llamada divina. Pero Dios que se revela necesita de la respuesta del hombre. Esto es claro en el plano del encuentro personal, esto es, entre personas. Por qué se llama este hecho o realización del plan de Dios, un encuentro? Porque es un diálogo interpersonal entre Dios y su pueblo (pueblo aquí entendido como esa comunidad hebrea primitiva escogida por Dios para realizar la revelación de su salvación, es decir, de su amor hacia el hombre) El desarrollo del diálogo o la historia de la salvación manifestada primero a un pueblo se hace posible porque el hombre bíblico es capaz de ver en su historia lineal la realización de algo más profundo: era consciente, como decían antes, de que su historia era la historia de las sucesivas manifestaciones de Dios. Pero ésto se hace posible porque el hombre en sí mismo es capaz de experimentar lo sagrado: como lo expone Schillebeeckx, el hombre al darse cuenta de su subjetividad encarnada en el mundo, por ésto está en capacidad de una experiencia de lo trascendente. Creo que ésto es lo que ocurre en la revelación, en la realización de ese deseo salvífico de Dios en un pueblo, Israel. (Esta historia no es sino la prehistoria del Cristianismo: en el NT, lugar histórico de la nueva Alianza, la revelación encuentra su confirmación y realización. El acontecimiento histórico de Cristo es el único centro y punto de referencia de toda la historia. Todo se estaba preparando para esta revelación plena realizada en Cristo). La teofanía en la naturaleza no se puede tomar como un naturalismo acerca de la manifestación de Dios, sino el medio para llegar a una auténtica concepción bíblica del Dios de la historia. (H. Duméry en este sentido hace una descripción fenomenológica de la Iglesia: la manifestación de Dios en la historia -de un pueblo muy especial, Israel- se concretiza, se institucionaliza en ujna Iglesia en la que se realiza la plenitud de la nueva alianza.) Schillebeeckx dice tambien que la Iglesia es el sacramento del mundo así como Cristo es el sacramento de Dios. En el NT esa manifestación de Dios a través de la asunción de una historia, se realiza de una manera diferente.
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Efectivamente, en un contexto neotestamentario hay que tener en cuenta que la salvación se está realización por otras vías pero teniendo en cuenta toda una revelación anterior. Dumery estudia al hombre ante Dios, pero no para hacer una antropología trascendental, aunque se podría creer que sí, pero solo hace una fenomenología de la religión en su forma institucionalizada, la Iglesia, dejando a un lado lo que el creyente pueda encontrar de esencial en ella. La revelación es el diálogo entre Dios y el hombre mirado “desde arriba”, es decir, desde Dios. Es la manifestación misma de Dios que se revela. De este modo realizada la salvación del hombre. No es sino la actuación del amor radical de Dios al hombre. LENGUAJE HUMANO Y PALABRA DE DIOS. Dios, autor de la escritura, se sirvió de hombres para concretizar, materializar ese designio salvífico y así éste pudiera adquirir la dimensión de la temporalidad. Dios habla con lenguaje de hombres para que su mensaje llegue a los hombres pero sigue conservando el carácter de Dios invisible, de misterio. La exegésis nos debe llevar a investigar lo que esos hombres quieren significar en sus escritos y lo que Dios quiere revelar por medio de esas significaciones naturales de sus palabras. Tenemos pues, que la Revelación adquiere una materialización muy precisa. Dios se sumerje, se zambulle en la realidad humana por medio del acontecimiento de Jesús. Hay que tener en cuenta pues, la totalidad de la escritura, la tradición y la fe, En la escritura, Dios condesciende, toma las palabras humanas y a través de ella revela su salvación. La TRADICION bíblica es con la Escritura el fundamento de la teologia. Es un todo el que lleva la teología como reflexión sobre el Dios que se revela. En la Iglesia se conserva la tradición que está que está conformada por los comentarios y el eco de la exigencia del acontecimiento revelado en Cristo. El Espíritu Santo ayuda a crecer esta tradición hecha por los apóstoles. La INSPIRACION: es la acción realizada por el Espíritu en la consignación de la palabra de Dios en la Biblia. El hagiógrafo obra movido por la inspiración, es posible conservar la concretización de la Revelación. Dios mismo es el autor intelectual que se vale de un lenguaje humano.
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