Hurtado Romero Wendy 16 de Mayo de 2007 EN LA CIUDADELA EL AMOR HALLÉ Amor…palabra difícil de conceptuar y describir, ¿acaso sólo se refiere al sentimiento que se expresa hacia las personas? La respuesta, que una mujer de edad avanzada y ánimo vigoroso ha encontrado en la Plaza de la Ciudadela de México, es un rotundo no. Marina a sus 61 años ha logrado descubrir respuestas a cuestionamientos que de forma inconsciente la vida le ha obligado a realizarse, “pensaba que sin él…mi mundo se acabaría, pero después de venir aquí descubrí que amo más el baile” (risas). Sábado 12 de mayo, Plaza José María Morelos (mejor conocida como Plaza de la Ciudadela), se puede ver la gente de diferentes edades reunida en grupos, buscando un mismo fin: disfrutar un día completo de baile, por pasión a él o aspiración de aprender a manifestarlo de una mejor forma; el clima parece no favorecer pues el cielo se ve nublado y han comenzado a caer ligeras gotas sobre los rostros y trajes que hacen elogio al principal baile ejecutado en este recinto, el danzón. En las áreas que rodean los jardines se hallan grupos de salsa, mambo y hasta danza prehispánica, ni habar, aquí sólo hay de dos sopas o te quedas observando y admirando lo que se hace en cada clase o le entras a una, nada más recuerda… bailando y cooperando de a cinco pesitos, como dice una voz grave a través del altavoz. Entre pasos de danzón (cuadro, columpio, acordeón y rondón) se halla Marina quien cansada de bailar éste, desde las once de la mañana, ha decidido ir a la lona de enfrente. Entre una pieza y otra Marina sin temor alguno comenta sobre su vida – ha dejado de sonar el merengue es momento de saber que su matrimonio duró 29 años, en el que tuvo 3 hijas, “a mi me ha gustado el baile desde chica, pero a mi marido no, nunca me prohibió ir a bailar pero tenía que atender el negocio, así que pues por mucho tiempo no fui a fiestas”. Después de años la vida marital se vio truncada por una tercera persona, su marido la engañó y ella decidió pedir el divorcio.
De lo anterior hace ya dos años, la depresión comenzó a calarle, sentía que su vida no tenía más razón de ser, pero hubo una persona que hace un año la invitó a la Ciudadela, desde entonces “mi vida cambió hasta me siento mejor, ya ni le hago caso a las enfermedades, de mi marido ni que hablar…ya no me interesa, por mi que se quede con la otra, porque yo amo el baile”. Marina una mujer que no representa su edad, pues aún calza altos tacones y luce en su rostro la jovialidad y alegría que se presume sólo tienen los jóvenes, no sólo se dedica a bailar en este lugar, también acude cada domingo al jardín del Auditorio Nacional, aún cuando le lleguen los achaques de la edad ella finge no tenerlos, todo sea por que sus hijas le permitan seguir asistiendo. Aunque el amor hacia una persona se apagó en un momento por diversas circunstancias, Marina halló uno nuevo… el baile, la pasión de moverse y sentir cada nota que mueve sus pies, sus brazos, su cuerpo completo, porque no sólo se ama a las personas, se ama a las cosas que hacemos y todo lo que nos rodea, se ama a la vida misma. Cada día de baile inspira a un día más de vida “no si ya nada más de pensar que se viene el fin de semana me emociona bastante, aquí tengo muchos amigos”. La razón de que la edad de la mayoría de los asistentes oscile entre los 50 y 60 años, no es otra que el rejuvenecer, sentir el amor de vivir y saber que la diversión y alegría no se va con los años, el llegar a la vejez no implica abandonarse en una silla mecedora en plenos rayos del sol, porque los sentimientos al igual que la música jamás envejecen. Marina y sus compañeros de baile son una lección de vida para todos aquellos que asisten a la Plaza. El bailar en la Ciudadela no sólo es aprender o demostrar buenos pasos, es cultivarse de la vida para saber llevarla, es conocer gente que está más que dispuesta a compartir sus experiencias, y sobre todo es amar algo que no se considera tangible “no dejen de venir, nunca dejen de bailar o hacer lo que más aman, porque sólo así uno se mantiene viva”.