El Robot Cordial La Ad

  • June 2020
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EL ROBOT CORDIAL (La amabilidad) Eloy estaba entusiasmado con su creación. Después de cuatro años de trabajo en la universidad, sería el primero en presentar un “robot cordial”. Como proyecto de final de carrera había diseñado un robot de aspecto muy humano, programado para quedar bien en más de doscientas situaciones diferentes. El estudiante de ingeniería miró con orgullo su obra. A primera vista parecía un hombre de treinta años, perfectamente peinado y con un traje de color crema que le sentaba muy bien. Sus movimientos eran tan suaves y su voz tan natural que todo el mundo pensaría que era un ser humano. - ¿Y para qué sirve?- le preguntó Amanda, una compañera de la universidad. - Cuando lo hayamos probado con éxito- dijo Eloy-, fabricaremos miles de robots cordiales. Haremos diferentes modelos para emplearlos como porteros, recepcionistas, camareros…en fin, todas las profesiones en las que es importante ser amable, quedar bien. - No es lo mismo quedar bien que ser amable- le recordó Amanda. - Mi robot cordial conseguirá ambas cosas, porque además aprende de sus errores. - Eso me cuesta creerlo- dijo ella. - Espera y verás- la desafió Eloy mientras activaba la batería del robot. El androide trajeado empezó a caminar en círculos por la sala, como si buscara su lugar. Cuando detectó a la bella estudiante, se detuvo ante ella y la saludó: - Buenos días tenga usted. Hace un bonito día, ¿no le parece? - Puedes hablarme de tú- le dijo Amanda conteniendo la risa. El robot respondió: - No entiendo. ¿Puede repetir la pregunta? Eloy intervino en defensa de su creación. Hablaba a la estudiante al oído para no confundir al robot. - Esta programado para hablar de usted- le susurró.

Su misión es ser cortés y educado en todas las situaciones. Por eso, cuando alguien se enfada, sabe rectificar. ¿Quieres una prueba? Haz ver que te enfadas. Amanda, divertida, miró al robot y le gritó con furia: - ¡No me hables así, pedazo de imbécil! El rostro del robot cordial palideció- un efecto muy bien conseguido- antes de preguntar con tono dulzón: - Disculpe, ¿qué le hubiese gustado que le dijera? - Cuando hables conmigo, quiero que al final de cada frase digas princesa. ¿De acuerdo? - Entendido, princesa. Puedo ayudarla en algo, princesa? - Pues no. ¡Lárgate! Eloy apoyó la batería del robot y regañó a su compañera de universidad. - Estás confundiéndolo. El robot cordial es ahora igual que un niño pequeño. Está aprendiendo a comportarse como una persona. Hay que ser muy cuidadoso con lo que le decimos. Mañana empieza las prácticas. ¿Quieres acompañarme? - ¡No me lo perdería por nada del mundo! A Eloy le costó conciliar el sueño la noche antes de la prueba. Se había propuesto filmar al robot cordial en distintas situaciones, con personas que no supieran que no era un ser humano. Presentaría la película junto a su obra el día de fin de curso. Algunos fabricantes habían confirmado su asistencia. Quién sabe: además de acabar la carrera con buenas notas, quizá le compraran su genial invento… El estudiante de ingeniería cruzó los dedos para que todo saliera bien. Las pruebas del robot cordial empezaron en una parada de autobús, donde Nelson- acababa de ser bautizado con ese nombre- guardaba cola disciplinadamente. Eloy y Amanda se habían situado a un par de metros de distancia. El inventor filmaría todo lo que sucediera con una microcámara escondida en la aguja de la corbata. En el laboratorio todo había funcionado a las mil maravillas, pero Eloy empezaba a temer que en la calle no fuera tan sencillo, ya que la gente a veces dice tonterías o se enfada por tonterías.

Una anciana que esperaba el autobús delante del robot dio inicio a la prueba con una pregunta: - ¿Sabe si este autobús para en el polígono norte? - Desconozco esa información, señora- respondió Nelson-. ¿Puedo ayudarla en algo más? - No, gracias. - Eso ha estado bien- susurró Amanda a Eloy, que estaba encantado-. Pero tienes que enseñarle a conversar de maneras menos formal. ¡Nadie habla así! - Nelson sí- le respondió orgulloso. Cuando se montaron en el autobús y éste empezó a llenarse de gente, empezaron los problemas. El robot no se dio cuenta de que con su metro ochenta y sus anchas espaldas no dejaba pasar a un ejecutivo que quería ir al fondo del vehículo. Amanda y Eloy vieron cómo le gritaba a Nelson: - ¡Apártese, demonios! Está bloqueando el paso. El robot cordial estaba programado para reaccionar de dos maneras a los gritos: si le gritaban después de hablar, pedía que le corrigieran; si le gritaba sin que hubiera dicho nada, ofrecería ayuda. Por lo tanto dijo: - ¿Puedo ayudarle en algo? - ¡Sí, váyase al cuerno! - ¿Al cuerno? ¿Sería tan amable de decirme dónde queda eso? El ejecutivo pensó que aquella respuesta era una provocación y agarró a Nelson por las solapas. Al robot cordial le saltó una alarma que se dispara ante un peligro de robo. El autobús se detuvo en seco. El conductor abrió las puertas pensando que había fuego en el vehículo. Todos los pasajeros salieron corriendo, incluso el ejecutivo, que no entendía qué había sucedido. Tras ese primer fracaso, Eloy y Amanda fueron andando con el robot hasta el centro comercial. “Si al menos es capaz de ir de compras sin provocar un follón”, pensó el inventor, “podré demostrar que sirve para algo”. El inicio fue prometedor, porque Nelson detectó a un anciano que cargaba muchas cosas y le abrió las puertas del centro comercial. Luego entró en una carnicería con la misión de hacer la compra.

Todo iba bien hasta que una señora muy gorda se le adelantó justo cuando a él le tocaba el turno. Demasiado tarde para cambiar el mensaje, dijo: - Quiero cuatro chuletas de cerdo y medio kilo de carne picada, por favor. Aunque la mujer se había colado, no le sentó nada bien que Nelson hablara a sus espaldas. - ¿No ve que estoy comprando?- le regañó-. ¿O es que soy invisible? Aquella situación no estaba prevista en los protocolos del robot cordial, que dijo: - ¿Invisible? No comprendo. ¿Tendría la amabilidad de aclararme esta cuestión? - ¡No me da la gana!- contestó la mujer-. ¿O es que me está llamando gorda? ¡Es usted un grosero! El carnicero que no se había dado cuenta de que la mujer se había colado, acudió en su ayuda con un rodillo de amasar hamburguesas. - Si viene usted a reírse de los clientes, le voy a dar su merecido. - No quiero mi merecido- respondió Nelson automáticamente, pensando que se trataba de un error-, sino cuatro chuletas de cerdo y medio kilo de carne picada. - ¡Carne picada vas a tener!-gritó el carnicero mientras salía hecho una furia, dispuesto a arrearle con el rodillo. Eloy se interpuso entre el carnicero y Nelson. Al ver que su compañero y amigo recibía un rodillazo en la cabeza, Amanda empezó a gritar: - ¡Es un robot! ¡Es un robot! En aquel momento llegó la policía para aclarar aquel lío y Amanda le dijo a Eloy: - Tu robot nunca será camarero ni recepcionista, como mucho serviría para actor cómico. Por muy amable que sea, hace falta algo más que palabras bonitas para entenderse con la gente. - ¿Qué le falta?- preguntó Eloy abatido. Amanda señaló con el dedo el pecho de Nelson y dijo: - Lo mismo que al Hombre de Hojalata de El mago de Oz, le falta un corazón. El acto amable Zipi y Zape, los protagonistas de una clásica serie de historietas, se esforzaban en hacer “la buena acción del mes”. Dado que la amabilidad se puede dar diariamente en pequeñas dosis, piensa cómo puedes alegrar la jornada de tus amigos y familiares con acto amable cada día. “Somos ramas de un mismo árbol, gotas de un mismo mar” (LACORDAIRE)

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