EL PARQUE NO ERA EL MISMO Una mañana de sol todavía cálida, fin de marzo, te vi por primera vez, casi sin verte. Te miré en realidad desde una bruma de dolor, desde un silencio de desgano, desde un tiempo sin conciencia, cuando andaba yo como perdido por haber perdido mi futuro, mi amor, mis días del pasado mis noches de hacía poco. Caminabas muy seria, sin mirarme, como sumergida en tus pensares, como protegida en tus viajes por tu adentro, por tus vueltas internas en quien sabe que tiempos y espacios y con quienes. Eso me parecía, que poco existía para vos, afuera de vos misma. Y sin embargo aún así, con el correr de los días, me fijé en vos, en tu pelo, en tus ojos bajos, todavía sin ver cuán bellos eran. Insensiblemente, casi sin darme cuenta, empecé a mirarte más, a disfrutar tu presencia, a concluir que ese color bermellón de tu ropa, le quedaba hermoso al parque, sobre todo después de la lluvia. Cuando estabas vos, era cuanto mas verde mejor. Te extrañaba cuando no estabas. El parque no era el mismo sin vos. Es que me gustaba mirarte. Nada mas. Mirarte, verte pasar, disfrutar tu paso, admirar tu andar. Y sonreí por dentro. Sonreí para mí. Nunca supiste nada. Pero te adopté, te necesité.
Me pregunté quien serías, cómo sería tu vida, porqué estabas siempre tan seria. Un día, mucho después, te dije Adiós! Y por mucho tiempo no te vi. Hasta la primavera, en que te recuperé. Al menos para un saludo inocente, para una sonrisa, para mirarte fugazmente a los ojos cuando nos cruzábamos siempre caminando, bebiendo el aire, abriendo las mañanas. Un día supe quien eras. Sólo eso. Nada más. El parque sin embargo, no lo sabía, y seguramente como yo, seguía fantaseando con esa bella mujer que adornaba el verde pasto tierno con rocío en las mañanas de abril o septiembre. JM.