El Infierno Existe

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P. Juan López Pedraz S.J.

… y sin embargo ¡El infierno existe!

Agrupación Católica Universitaria de la Habana 2

FOLLETOS A.C.U. PUBLICADO BAJO LA DIRRECCIÓN DEL P. AMANDO LLORENTE, S.J. Director del Buró de Información y Propaganda de la Agrupación Católica Universitaria de La Habana

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Y sin embargo... el Infierno existe Dos métodos para conocer si hay infierno Para averiguar si un cable eléctrico es de alta tensión, se puede seguir dos métodos: el primero es, sencillamente, alargar la mano y tocar; si usted queda electrocutado, es señal de que el cable es de alta tensión. El segundo método es aplicar un voltímetro y leer el indicador. Supongo que usted no dudaría en escoger este segundo método, si no tiene complejo de suicida. Hay también dos métodos para averiguar si efectivamente existe el infierno: el primero, aguardar a morirse; si usted se condena es señal de que existe el infierno, salió usted de dudas. El segundo método es investigar, ver las razones que avalan su existencia, y si realmente usted cree que no existen tales razones, que el infierno es un invento de los curas para tener las conciencias amedrentadas, le felicito, puede seguir disfrutando plenamente de la vida, sin preocuparse de los mandamientos ni demás zarandajas. Ahora que en lo que supongo que estará de acuerdo conmigo es en que tocar un cable para ver si es de alta tensión es un poco arriesgado, y usted seguro que no lo hace. Yo nada más le pido que usted deje funcionar normalmente su cerebro al tratarse de este problema. ¿No sería terriblemente trágico que tuviera que estar arrepintiéndose eternamente de no haber investigado a tiempo? Más: le reto a que me señale si hay en su vida un problema que le interese solucionar más que éste. Y también le digo que este es un problema que no se soluciona con un chiste o con mirar para otra parte. No sé si usted querrá pararse aquí mismo y cerrar el folleto, porque usted no quiere tener preocupaciones. Está bien. Puede usted hacerlo, lo trágico será si por no haberse preocupado ahora se va a preocupar eternamente.

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Es lógico que usted tenga dificultades contra el infierno Yo no dudo que usted tenga dudas y dificultades contra el infierno. Más, me parece lógico, y sobre todo psicológico. Y le voy a decir el porqué de gran parte de estas dificultades, y por qué nos preocupan e impresionan más que otras. Es muy sencillo. Cuando usted tiene calor se quita la americana y se queda en mangas de camisa; cuando le duele la cabeza se toma una aspirina, y se lo quita. Podríamos seguir. Es fácil hacer la inducción y formular una ley: cuando hay algo que nos molesta, nos esforzamos por suprimirlo, si podemos; este esfuerzo pudiéramos decir también que crece conforme al cuadrado de la molestia que nos causa. Ahora, no me negará que el infierno, de existir, resulta algo terriblemente molesto. No nos deja ser felices en nuestros pecados. Cuántos divorciados y divorciadas vueltos a casar, que cada vez que montan en avión, o tienen que sufrir una operación, sufren una crisis de angustia y nerviosismo. Y yo sólo conozco dos sistemas de que no molesten las moscas: o espantarlas o matarlas; yo sólo conozco dos sistemas de que una idea no moleste: o espantarla, no pensar en ella; o matarla, tratar de probar, de persuadirse que es falsa. El primer sistema, espantarlas, es el que seguimos siempre que no podemos lo segundo, pero ¡claro!, a una persona sensata no le satisface, y por eso instintivamente acude al segundo: tratar de persuadirse de que el infierno no existe. No lo dude usted, muchas de esas dificultades no son más que el forcejeo, más o menos inconsciente, pero muy psicológico, de librarnos de este obstáculo que nos impide hacer muchas cosas que quisiéramos hacer, o nos amarga la vida, si ya las estamos haciendo. ¿A que no le vienen tantas dudas contra el misterio de la Santísima Trinidad, que es más oscuro y profundo...?

La posición lógica Por esta parte tampoco soy tan ingenuo que no vaya a admitir que este hecho de la existencia de un infierno eterno es algo terriblemente duro de creer. Pero a mí me parece, que la posición 5

lógica y razonable, siempre que se trate de aceptar un hecho o rechazarle, es ver las pruebas que tiene a su favor, y después las dificultades que tiene en contra, tirar una raya y sacar la suma total, ver si realmente las dificultades son capaces de anular la fuerza de las pruebas. Esto trataré de hacer en este folleto. No me negará que sea razonable, y que no quiera imponerle nada. Claro que la gravedad con que tengo que hacerlo me hará acumular las ideas sin apenas poderlas desentrañar, con el peligro por otra parte de que resulte un poco indigesto. Y pasemos al capítulo de las pruebas. I

Las razones para que exista el infierno Dios puede poner alguna sanción No voy a detenerme a demostrar que Dios tiene derecho a poner alguna sanción para los que no quieren sujetarse a sus leyes. Es demasiado evidente: si no Dios sería un pobre infeliz en manos de sus criaturas. ¿De qué le valía dar órdenes y establecer sus leyes? Si a las criaturas no les agradaba obedecerlas, el único recurso que le quedaba a Dios sería entornar sufridamente los ojos, cruzar los brazos resignadamente, y aguantar; ¿y eso sería un Dios omnipotente? Eso sería un títere. Además, El mismo estaría empujando a las criaturas a ser unos desalmados; porque si la misma recompensa iba a recibir un asesino, un ladrón y un sinvergüenza, que un hombre honrado o una monjita que se pase la vida cuidando leprosos, no traía cuenta ser persona decente. Y que esta sanción no la reciben en esta vida, es también claro. Vemos a muchos sinvergüenzas gozar y divertirse hasta el último momento, y a muchas personas honradas, ser explotadas hasta después de enterradas. 6

Pero el problema comienza ahora: al tratar de determinar en concreto cuál es esa sanción. Ahora que si alguno sabe cuál es esa sanción, es el legislador que la determina. Por eso sencillamente, voy a presentarle el testimonio directo del mismo Dios, que es el que tenía que señalar la sanción por el pecado.

La sanción que dice Dios que Él puso Usted sabe que Jesucristo habló en nombre de Dios; más, que demostró que El era Dios de la única manera que esto puede demostrarse, firmando con la firma infalsificable de Dios: el milagro Pues bien, ese Jesucristo nos habla no menos de catorce veces sobre el infierno en los Evangelios, nos asegura de su existencia, nos previene contra él, etc... Yo no sé si usted ha comprendido toda la fuerza que encierra este número: catorce veces en los Evangelios. Para comprenderlo le recuerdo que los Evangelios no son más que un resumen pequeñísimo de la vida y enseñanza de Jesús. Y que en ese resumen hable Cristo no menos de 14 veces sobre el infierno nos dice bien claro la importancia que daba Jesucristo a esta verdad; cuando otras verdades de la religión católica no aparecen más que dos o tres veces, o incluso una sola. Y, ¡qué frases tan enérgicas y contundentes emplea! «Si tu mano te escandaliza córtatela: más te valiera entrar manco en el reino de los cielos que con las dos manos caer en el infierno, en el fuego inextinguible, donde el gusano no muere, y el fuego no se extingue. Y si tu pie te escandaliza, etc. y si tu ojo...» (Mc. 9, 42-48 Mt. 5, 25; 18, 8-9). Alargaría este folleto si yo tratase de traer todos los textos en que Jesucristo se refiere al infierno, pero no puedo dejar de transcribir la parábola en la que Cristo se pone ex profeso a describir el infierno. «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y banqueteaba opíparamente todos los días. Y un pobre, llamado Lázaro, yacía tendido a su puerta lleno de heridas. Hubiera querido hartarse de lo que caía de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. 7

Más aún, los perros venían a lamerle sus úlceras. Murió pues el pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado en el infierno. Estando en el infierno, en medio de sus tormentos levantó sus ojos y divisó de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritando dijo: ‘Padre mío, Abraham, ten compasión de mí, y envía a Lázaro para que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas’. Abraham le respondió: ‘Hijo, acuérdate de que tú recibiste tus bienes durante tu vida y asimismo Lázaro sus males. Ahora él tiene aquí su consuelo y tú tus tormentos. Y además de todo esto, entre nosotros y vosotros hay un vacío enorme, de modo que los que quisieran pasar de aquí a donde vosotros estáis no podrían, ni los que están ahí pueden pasar a nosotros’. Dijo él: ‘Pues yo te ruego Padre mío, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para avisarles, no sea que también ellos vengan a este sitio de tormentos’. Contestó Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas, que los oigan’. Dijo él: ‘No, Padre Abraham, sino que si va a ellos uno de los muertos se arrepentirán’. Díjole: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, ni aunque resucite uno de entre los muertos se convencerán’». (Le 16, 19-31). ¿Más claro? Hasta sale al paso a esa frase tan extendida con que muchos quieren excusar su incredulidad: «Nadie ha vuelto del infierno a contarlo» Habría que decirlo más despacio; porque no es cierto. Pero vamos a dejarlo pasar. ¿Sabe usted lo que pasaría? Lo que pasa con el que ha sido testigo de un crimen: se impresionaría enormemente; aquellos a quienes él se lo contase se impresionarían mucho menos; y la impresión iría disminuyendo, según se iba alejando en el tiempo y en el espacio. ¿No pasa esto también en otras intervenciones sobrenaturales de Dios, como son los milagros? Los testigos presenciales se conmueven hondamente, ¿los demás? A medida que se alejan del epicentro, las sacudidas emocionales se van amortiguando. Tendría Dios que obsequiar con una aparición de un condenado a cada hombre para que nos impresionase; y todavía había que ver lo que quedaría de esa impresión al cabo de veinte o treinta años, sobre todo si había dinero o carne de por medio... Esto es pura psicología. 8

Volvamos a donde estábamos. Voy a traerle otro testimonio inequívoco de Cristo: será el último. Cuando describe el momento supremo y decisivo de la historia, el juicio final, emplea estas palabras, nada ambiguas, al condenar a los malos: «Id, malditos de mi Padre, al fuego eterno que fue preparado para el diablo y sus ángeles». (Mt. 25, 41). Aunque podría traerle más textos, basta con lo dicho.

Y no pueden tener otra interpretación Y ahora yo pregunto: ¿se puede dudar sinceramente de que Cristo habló clara y terminantemente del infierno? ¿Se puede dar otra interpretación lógica a las palabras de Cristo? Pero voy a permitirme con usted un lujo de concesión: Voy a concederle que estas palabras de Jesucristo pudieran tener otra interpretación de la que obviamente suenan las palabras, y de la que siempre le ha dado la Iglesia a través de todos los siglos de la historia. Pues bien, Cristo tuvo que prever esta interpretación equivocada. Era Dios, y por consiguiente no se le ocultaba el futuro. Y Cristo que ve esto, que ve que sus palabras van a ser interpretadas erróneamente, y precisamente porque van a tomarlas en el sentido obvio que tienen en el lenguaje de los hombres, y que ve que va a ser causa de la creación de ese mito que iba a atormentar a la humanidad, y Jesucristo repito, que ve todo esto, sigue usando estas fórmulas despistantes y engañosas; esto ¿qué es?; esto, ¿no es engañar? Si usted, por interpretar en su sentido obvio la receta de un médico envenena a su hijo, ¿no tiene la culpa el médico que no habló más claro? Y si el médico previó esta confusión y no le avisó a usted, ¿no es mucho más criminal? Como ve esto tampoco tiene salida.

El enigma de Cristo si no hubiera infierno Pero hay más: ya no son sólo las palabras de Cristo las que están aquí en juego, es la misma persona de Cristo y su misión la que se hace incomprensible, de no existir el infierno. Porque, pre9

gunto: ¿A qué vino Cristo a este mundo? A salvarnos, está claro. ¿A salvarnos de qué? Si no hay infierno, ¿de qué nos iba a salvar? Y ese lujo de morir crucificado, clavado como un vulgar criminal en un madero, ¿a qué viene entonces? ¿O es que se dejó azotar hasta ararle la espalda y asomarle los huesos, y que murió en la cruz entre espasmos horribles por deporte, por puro deporte? Y por otra parte, si para redimirnos de nuestros pecados hubo que pagar un rescate de valor infinito, como es la muerte de Dios, ¿no quiere decir esto que el pecado tiene una pena infinita? El precio de un objeto debe ser proporcional a su valor. Y la única pena de una criatura que puede ser infinita, es la que es eterna; porque la criatura no puede aguantar una pena de intensidad infinita, porque es limitada. Por todos los caminos desembocamos en el mismo término. Por lo tanto, este dogma del infierno está tan incrustado, tan enraizado en el Cristianismo, que no se le puede arrancar, sin arrancar al mismo tiempo las verdades más fundamentales y profundas del cristianismo. Ni tendría sentido la vida y misión de Cristo, ni sería Dios; porque de no existir el infierno, o Cristo se equivocó al afirmarlo, o nos engañó. Las dos cosas son incompatibles con la divinidad. Pero por otra parte, esta mutua dependencia y unidad indisoluble hace que todas las pruebas, todos los milagros que sostienen la verdad del Cristianismo y la divinidad de Cristo, están también apoyando la verdad del infierno.

El enigma de los milagros si no hubiera infierno Quizás se extrañe que traiga aquí a colación para probar esta verdad del infierno, aquellos milagros que prueban directamente la divinidad de Cristo y de la Iglesia Católica. Pero lo hago por una razón muy sencilla: porque yo creo que en el ataque a una posición enemiga, la máxima fuerza del ataque y de medios de combate debe descargar sobre el punto más estratégico y difícil de tomar. Y la convicción en este dogma del infierno, por lo menos subjetivamente, es quizá la verdad más difícil de creer para 10

muchas personas, y por otra parte, es otro de los puntos claves y estratégicos del hombre. Porque yo no digo que vayamos a servir a Dios por temor al infierno, pero lo que sí digo es, que si no hubiera infierno, ¿quién serviría a Dios a la larga y en todas las dificultades? A esta verdad le pasa lo que pasa con los fundamentos de un edificio; los cimientos no son los que hacen que suban las paredes del edificio, pero las paredes no suben sin los cimientos. Y tampoco se puede negar que una de las razones que más empujan a ir adelante, es el saber que está cortada la retirada. Este es el principio psicológico que explotó Hernán Cortés cuando quemó las naves. Esto hace el infierno con nosotros, cortarnos la retirada, hacernos imposible el ser malos. Por todas estas razones siento no tener sitio en este folleto, aunque tampoco le corresponde por otra parte, para presentarle la nube imponente de las pruebas y milagros que testimonian la divinidad de la Iglesia Católica y de Jesucristo, desde los milagros estupendos que realizó el Maestro, empezando por su Resurrección del sepulcro, que por más que se han empeñado no han podido explicar todas las escuelas racionalistas, siguiendo después por los miles y miles que ha realizado en la Iglesia durante los veinte siglos de su historia, y acabando por los que hoy se realizan dentro de ella. Le podría traer las mil doscientas curaciones milagrosas, proclamadas como tales por el «Bureau Medical de Lourdes», al que tienen acceso y en cuyas sesiones de estudios de los milagros toman parte cualesquiera médicos de la raza que sea, de la nacionalidad que sea; y obsérvese esto, de las creencias que sean : católicos, protestantes, judíos, ateos, Y para el 15 de octubre de 1949 habían pasado exactamente veinticinco mil médicos. Curaciones que tienen que ser comprobadas de nuevo al año siguiente en París (¿quiere usted más publicidad?) por otra comisión médica distinta compuesta por quince especialistas, figuras de primera talla de la medicina francesa ; algunos miembros de la Academia Nacional de Medicina de Francia, y no olvide que tienen que dar su dictamen en París, a la luz del día, sabiendo que 11

le están observando innumerables enemigos de la Iglesia, hombres de ciencia, que están al acecho para sorprenderlos, aunque sólo sea en un error, para airearlo a los cuatro vientos. Aunque quisiera ¿puede un ladrón robar si sabe que le están observando cientos de policías y que le van a descubrir de todas maneras? ¿Se pueden pedir más garantías? Pues bien, tengo que añadirle que cuando la ciencia está ya satisfecha, la Iglesia Católica no lo está, y nombra todavía una comisión distinta, antes de reconocer ella oficialmente un milagro. Y no le hablo de los milagros de Fátima, el del sol, presenciado por 70.000 espectadores, ni de los cuatro milagros que exige la Iglesia para cada canonización, y todos los años son varios los santos canonizados, etc. Y ahora sí afirmo : Cuando una institución que ha resistido veinte siglos de persecuciones y puede presentar un bloque tan importante y compacto de pruebas de su origen divino, afirma que el infierno existe y lo afirma poniendo en juego ese mismo origen divino, sería una inconsecuencia suicida el encogerse de hombros. Dios no saldría garante de una institución que difunde el error.

II Las razones para que no exista el Infierno El infierno sería un castigo injusto Vamos a pasar ya a escribir en la columna de los sumandos, los sumandos negativos: aquellas cosas que están en contra de la existencia del infierno. Para no dispersarnos en dificultades secundarias vamos directamente al nudo de la dificultad: descarnadamente, sin atenuaciones, es ésta: el infierno eterno sería injusto. Luego no puede haberlo hecho Dios. No hay proporción entre el delito y el castigo. No disimulo ni aminoro la dificultad. 12

Por de pronto, yo pudiera retorcer el argumento y decir: Si no hay un infierno eterno, Dios es un mentiroso, puesto que nos ha asegurado muchas veces que existe. Usted me dice que si existe el infierno Dios es injusto. Yo le replico que si no existe, es mentiroso. ¿Quién tiene razón? Para que su argumento tuviera fuerza, lo que tendría que hacer es: o probar que Cristo no es Dios, dar una explicación natural a todas las pruebas y milagros del Cristianismo, empezando por la Resurrección de Cristo, o demostrar que Cristo no afirmó la existencia del infierno. Mientras no se demuestre una de las dos cosas, la dificultad no tiene fuerza objetiva. Lo único que se deduciría, es que los hombres no sabemos como conciliar la existencia del infierno con la justicia divina. Pero el hecho de que los hombres no sepamos cómo se armonizan los hechos ¿ya es razón para negarlos? Porque entonces tendríamos que retirar de todas las ciencias una serie de hechos, que no sabemos cómo se pueden compaginar. Para que no crea que son frases huecas lo que digo, le voy a citar un solo caso: el enigma del éter; si usted ha estudiado física sabe que por una parte tiene que tener una rigidez superior en mucho a la del acero: sino, no podría transmitir a esas velocidades imponentes la vibración de la luz y la fuerza gravitacional, que atrae a los astros entre sí a distancias inconmensurables. Pero por otra, tiene que ser un gas tan sutil que si fuera nada más que un millón de veces más sutil que el vacío más perfecto logrado por el hombre, acabaría por expulsar pronto de la atmósfera de la tierra; y del choque con los astros adquiriría una temperatura de 38.000 grados. Se ha tenido que decir que el éter es un cuerpo sólido sin densidad ni peso. ¿Lo entiende usted? Por una parte, un cuerpo sólido, y por otra sin densidad ni peso. Y no lo suprima usted porque entonces los problemas son mayores. Ahí tiene un ejemplo. Y sin embargo, tiene que haber algo que de alguna manera haga posible todo eso. Y no le hablo del misterio del tiempo y del espacio, y de la sensación animal, etc. ¿Ve como el hecho de que no se puedan compaginar dos hechos, no arguye que no exista uno de ellos? 13

Nos faltan datos para juzgar En esto nos pasa lo que le pasaría a un aborigen de Australia, que nunca hubiera oído hablar de la radio y el teléfono. Si se le dice que puede dialogar con un señor que está en Londres, como si estuviera presente, le parecería imposible. Y si explicablemente tuviera algunos conocimientos de Física podría argumentarnos que eso era imposible. Lo primero, porque un ruido por poderoso que sea no se transmite a esa distancia. ¿Oyó usted la bomba de hidrógeno, equivalente a doce millones de toneladas de T.N.T.?, y estaba a menos de la mitad de camino. Y lo segundo, porque el ruido se propaga a trescientos treinta metros por segundo, por lo tanto tardaría varias horas en ir y volver con la respuesta. El raciocinio es impecable. Y sin embargo se puede. Hay una manera en que eso se puede. Y ¿por qué no puede pasarnos lo mismo tratándose del infierno? Puede ser que en virtud de los datos que poseemos nos parezca injusto el infierno; pero ¿poseemos todos los datos? ¿tenemos todos los elementos de juicio que tiene Dios, sabiduría infinita para juzgar? ¿no es entonces lógico, como se hace en ciencia, no rechazar un hecho porque no sabemos conciliarlo con otro, y menos rechazar lo más claro y conocido por lo más oscuro y desconocido?

¿Y por qué ha de ser injusto? Pero en realidad ¿es tan injusto como se pretende? ¿No existe proporción entre el delito y el castigo? Un bofetón es un bofetón, se le dé a quien se le dé. Pero se lo da un soldado a otro y no le pasa nada; se lo da al general en jefe, y lo pasan por las armas. ¡Claro! A medida que es mayor la distancia entre ofensor y ofendido la ofensa es mayor. Cuando la distancia sea infinita entre la criatura y el Creador, la ofensa es objetivamente infinita. Y que este raciocinio no es un andamio más o menos real, es que el mismo Dios actuó conforme a este principio, aun cuando era Él el que iba a sufrir las consecuencias. Para satisfacer por el pecado exigió la sangre de su Hijo, una satisfacción infinita. No iba 14

a exigir más de lo que se le debía. Y entonces, si el pecado es de una malicia infinita: ¿qué extraño es que se le imponga un castigo en cierto modo infinito? Pero es que el hombre no capta toda esa malicia, me dirá usted. Pero es que tampoco es necesario que capte esa malicia infinita. Basta que sepa que la tiene. Basta que uno sepa que un líquido es venenoso para que sea responsable del crimen de envenenamiento si se lo da a tomar a alguien, aunque no haya sentido todo el daño que hace. Pero por otra parte, si la fuerza que nos impulsa al pecado fuese una fuerza infinita, tendríamos razón en exigir el sentir en su totalidad la malicia infinita del pecado, para que existiera en nosotros una fuerza que contrarrestase la del pecado. Pero las dificultades que tenemos que superar para no pecar, tampoco son infinitas y son fácilmente superables con los medios que Dios nos ha dado, si los queremos emplear. Y no contento con esto, por si a pesar de todo sucumbimos a veces, Dios ha puesto abundancia de medios fáciles para podernos recuperar. De modo que tampoco es tan difícil lo que se nos exige. No olvidemos esto.

En último término el responsable de lo que suceda es el hombre Pero además, ¿qué hay de injusto por parte de Dios en esto? ; Dios crea al hombre y le asigna un fin último, un estado definitivo que ha de conseguir, la felicidad eterna en el cielo. No iba a estar el hombre siempre en camino. Pero ese fin último del hombre lo ha de conseguir humanamente ¡es lógico!, es decir, libremente, o sea, si actúa conforme a lo que exigen la naturaleza de las cosas y la suya propia. El que no se ajuste a ese orden esencial, no consigue ese fin último y se vería privado de él. Pero Dios señaló un término a ese estado en que se consiguen el fin último. Si en ese momento el hombre se encuentra voluntariamente apartado de su fin último, quedará separado para siempre. Se acabaron las oportunidades. Alguna vez habían de acabar; y Dios señaló que fuese con la muerte. Ahora bien, si el hombre no quiere actuar conforme a la razón y a las leyes esenciales de los seres, ¿por qué va a ser Dios 15

injusto, si no consigue su fin? ¿Por qué va a ser injusto con usted el ingeniero que construyó su aparato de televisión, porque no funciona, si usted no lo maneja conforme a las normas que él le dio, fundadas en la misma naturaleza del aparato? ¿Por qué va a ser injusto el excluir de un club al que no quiere someterse a las condiciones que se exigen para entrar en él? Si esas condiciones fuesen injustas o extraordinariamente difíciles de cumplir, todavía se podía argüir de injusticia; pero no olvide que Dios sólo exige lo razonable. Y note usted que esto pasa también en el orden meramente natural, y nadie arguye de injusticia. Toca uno un cable de alta tensión, y queda electrocutado para siempre. Deja caer unas gotas de ácido sulfúrico en los ojos, y queda ciego para siempre. ¿Y esto es injusto? Y sin embargo no hay proporción entre una acción tan sencilla e inocente como tocar un cable y quedar electrocutado; dejar caer unas gotas de ácido y quedarse ciego. Pero es que quebrantó el orden esencial de la naturaleza física, y se quedó ciego para siempre. Y aquí lo mismo da que haya tocado por descuido, o a sabiendas: el efecto es el mismo; y no se le da una nueva oportunidad para enmendarse. En cambio, Dios aquí no procede así. Siempre que el pecador se arrepienta no importa las veces que haya pecado. Dios le da una nueva oportunidad. Dios nos deja tocar el cable cientos de veces y nos vuelve a resucitar; pero si el hombre no quiere someterse, se empeña en rechazar el perdón, ¿por qué Dios va a ser injusto si le da lo que él ha querido, después de haberle avisado a lo que se expone? Si usted no quiere acercarse al fuego, ¿tiene la culpa el fuego de que usted no se caliente? Si cierra la ventana ¿tiene la culpa el sol de que la habitación no se ilumine? ¿O es que Dios va a tener que limitar su derecho y libertad, cambiar el orden esencial de las cosas porque el hombre no quiere limitar la suya? Lo lógico y razonable creo yo que es, que sea la criatura la que se acomode al Creador y no el Creador a la criatura, sobre todo cuando lo que exige el Creador es razonable.

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¿No podría Dios dar otro castigo? Pero me dirá usted: Dios podía, por ejemplo, castigar al pecador por más o menos tiempo, después aniquilarle o admitirle en el cielo. Yo no niego que Dios «podía» hacer esto y otras muchas cosas, pero el problema está en si tenía que hacerlo. Como usted si quiere puede darle diez duros a un amigo suyo, pero mientras no se demuestre que usted tiene que dárselos, usted no es injusto si no se los da.

Pero Dios ¿no es infinitamente bueno? Pero me seguirá usted insistiendo: Bien puede ser que no sea injusto. Pero, ¿no es Dios infinitamente bueno? ¿No es ante todo un Padre? Y un padre no castiga eternamente a su hijo. De nuevo pongo la dificultad sin tapujos ni disimulos. Es curiosa, con frecuencia, nuestra actitud ante Dios. Se parece a la que tenemos en un hotel cuando nos presentan el menú. Vamos escogiendo los platos: éste me gusta, éste no. Escogemos los que nos gustan, y los demás los dejamos. Escogemos las perfecciones divinas que nos agradan, y las otras las dejamos. Bondad sí, Justicia, no. Misericordia sí, Santidad no. Paciencia sí, Supremo custodio del orden no. Eso sí, si alguien nos hace una fechoría, inmediatamente clamamos por la justicia de Dios que castigue al miserable. Pero no, a Dios hay que tomarlo tal cual es, totalmente: con la misma necesidad que es infinitamente bueno, es infinitamente justo, y tiene que querer que se respete el orden esencial de los seres. Queremos un fuego que sirva para cocer los alimentos y fundir los metales, pero que no nos queme si metemos la mano en él. Y eso no, el fuego si sirve para cocer, ha de quemar también al que se acerca.

Precisamente por ser infinitamente bueno Pero precisamente por ser infinitamente bueno, tiene que odiar infinitamente el mal: en el mismo grado que un padre ama a su hijo, odia el perderlo. Si usted ama su propia salud como 100, 17

odia la enfermedad como 100. Todo lo que es cuesta arriba es también cuesta abajo. No son más que las dos caras de una misma realidad. Si Dios es infinitamente bueno, ha de amar infinitamente el bien, y por consiguiente odiar infinitamente el mal y, ¿qué extraño es entonces que castigue el pecado, que es el mal esencial del Universo, infinitamente, es decir, eternamente, que es lo único infinito que admite la criatura? Pero además ¿qué sabemos nosotros que es mejor, que Dios castigue eternamente el pecado, o no? Desde luego que desde el punto de vista único y exclusivo de nuestra conveniencia y gusto, sí, sería lo mejor que el infierno no fuera eterno: se podría pecar con más tranquilidad. Pero en el Universo no existe sólo el hombre, y para juzgar qué es lo mejor no hay que mirar a una parte sola del todo, sino a todo el conjunto. Para ir a la oficina y poder vivir en el campo, es mejor para un hombre tener automóvil; pero si por tenerlo no va a tener qué comer él y su familia... Como en el hombre y en la mujer. Dos conjuntos de cualidades distintas, el hombre tiene la fuerza, el arrojo, la actividad; la mujer el atractivo, el sacrificio, la ternura. Lo que consigue uno por la fuerza, lo consigue la otra por el amor. La voluntad del hombre maneja los acontecimientos, pero la mujer maneja la voluntad del hombre. Y el resultado viene a ser igual. La falta de unas cualidades está compensada por otras. Y también muchas veces, lo que es mejor desde un punto de vista, no lo es desde otro. Desde el punto de vista de la elegancia y ferocidad, es mejor el tigre de Bengala; desde el punto de vista de la fuerza y resistencia, es mejor el elefante. Y, ¿quién sabe cuál es el punto de vista que ha escogido Dios en el Universo? A no ser que también queramos imponerle a Dios el punto de vista al cual ha de ordenar el Universo, y que este punto de vista sea nuestra propia conveniencia y gusto.

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Dios victima de su propia bondad Pero entonces, si somos lógicos, mirando sólo bajo el punto de vista de nuestra propia conveniencia, lo mejor sería no sólo que el infierno no fuera eterno, sino ni temporal ni de ninguna clase. Y siguiendo a carga de lógica, sacando consecuencias, no debía haber ni dolor, ni enfermedades, ni sufrimientos de ningún género. Y más, si Dios por ser infinitamente bueno, debía hacer siempre lo mejor, no debía castigar nunca, y dar el mismo premio de felicidad al canalla más canalla que al santo más santo, porque eso demostraría más bondad, y por otra parte usted al santo no le hace ninguna injusticia porque no le quita nada de lo suyo. Y todavía más; conforme a eso, Dios estaría obligado a crear el mundo más perfecto posible, porque eso sería mejor; pero como por perfecto que sea un mundo siempre puede ser mejor por ser limitado necesariamente, resultaría que Dios no podría hacer absolutamente nada. ¡Pobre Dios, paralítico por su misma bondad! Pobre Dios del que había que decir que era tan bueno, tan bueno, que no valía para nada.

EL DESQUITE DE LA BONDAD Pero, ¿y no le parece a usted que ya nos ha dado Dios pruebas suficientes de su infinita bondad, que contrapese la infinita justicia del infierno, en que El que era el ofendido se haya hecho hombre y se haya dejado crucificar, para que ni usted ni yo nos condenemos? ¿Le parece poca bondad, que El esté dispuesto a perdonarnos siempre que le imploremos el perdón? Cíteme un hombre que haya hecho algo parecido con otro hombre, aunque sea su hijo. Un hombre perdona tres, cuatro, veinte veces, pero siempre... Y al fin y al cabo nunca habría una distancia infinita entre un hombre y otro. Ahí tiene la compensación de que le hablaba más arriba. Sí, el castigo es en cierto modo infinito, pero también ha hecho y hace esfuerzos infinitos para que no caigamos en él. Junto a la infinita justicia, la infinita bondad. Yo no sé hasta donde han disipado sus dudas las anteriores líneas. Necesariamente le tienen que quedar dudas, recelos y 19

oscuridades. Eso pasa siempre que se tratan de explicar fenómenos que se nos escapan. Cualquier explicación que se trate de dar sobre la naturaleza, por ejemplo, de la sensación en el animal, tiene que dejar muchas incógnitas, muchos pozos de dudas. Pero el error estaría en hacer recaer sobre la existencia misma de la sensación: el ver, oír, gustar, las oscuridades y dudas que tenemos sobre su explicación. III

Aunque sólo fuera probable la existencia del Infierno Pero todavía voy a ser generoso con usted: después de todo lo que le he dicho, vamos a suponer que sólo he logrado demostrarle a usted que el infierno es tan probable que exista como que no exista. Pues bien, aún así, si somos razonables, mientras no tuviéramos una certeza absoluta de que no existía, deberíamos proceder como si existiera. Y esto, si quiere usted ser consecuente con su manera de actuar en la vida. Si no me equivoco es ésta : usted no tiene mayor inconveniente en tocar un cable eléctrico a 10 voltios de tensión, aunque haya un 90 % de probabilidades de que hay corriente; para tocar un cable a 120 voltios es casi seguro que no lo tocaba, si no le ofrecían algo que mereciese la pena. Y estoy seguro que a 150.000 voltios, aunque hubiera un 90 % de probabilidades de que no había corriente, usted no lo tocaba. Seguramente que usted tampoco es partidario de la ruleta rusa: meter una bala en uno de los seis huecos del tambor de una pistola, darle vueltas al tambor, poner la pistola sobre la sien, y disparar el gatillo: hay 5 probabilidades contra una de que la pistola no se dispare. ¿Ha visto usted la ley de la conducta de todo hombre razonable? A medida que es mayor el mal que se nos puede seguir de una acción, exigimos mayor seguridad para correr el riesgo, y 20

llega un momento cuando el daño es suficientemente grande, que sin una seguridad absoluta no nos lanzamos. Ahora, saque la consecuencia. Yo únicamente le pregunto si hay, más aún, si puede haber un peligro más trágico e imponente que el infierno eterno. Ahí dejo colgando esta pregunta. Intente responder a ella. Quiera Dios que la lectura de este folleto le haga pensar sobre este problema, el más trascendental que arrastra usted consigo. No sea usted víctima de esta triste verdad: los males, mientras tienen remedio, no nos impresionan, y cuando nos impresionan ya no tienen remedio. Créame, que para mí sería la mayor de las alegrías si un día, allá en la eternidad, nos encontráramos en el cielo, en la casa de nuestro Padre Dios, que hizo el infierno por amor para que no tuviéramos más remedio que amarle, como el padre que amenaza a su hijo con desheredarle si se aleja de la casa paterna, y allí usted se me acercara y estrechándome la mano, vamos a imaginarlo así, me dijese: ¿se acuerda de aquel folleto que usted escribió sobre el infierno? A él debo yo estar aquí feliz para toda la eternidad. NOTA: He aquí en síntesis la doctrina de la Iglesia sobre el infierno: Que existe un castigo eterno para aquellos que voluntariamente han muerto apartados de Dios. Este castigo comprende dos clases de penas: De sentido: Consistente en el fuego que atormenta a los condenados. De daño: En estar privados de Dios, y por lo tanto de la felicidad. Esta última pues, es la que constituye el infierno, aunque en esta vida nos impresiona más la otra. Todas esas descripciones de dragones, calderas, etc., son imaginaciones de bastante dudoso gusto.

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