EL INCENDIO DEL KURSAAL En la finca conocida como “Parque de la Victoria”, con su entrada principal cerrando la prolongación de la calle Carboneros, a unos pasos de la Plaza de Fariñas, se alzaban, aparte de alguna pequeña edificación destinada unas veces a vivienda y otras a oficinas, dos grandes locales utilizados como salas de espectáculos. El principal de ellos, nuestro popular “Teatro del Parque”, construido de madera y techado con láminas, y el otro, más pequeño, el “Salón (o Restaurante) del Parque”, que se alzaba sobre un firme piso cementado, elevado un metro aproximadamente sobre el nivel del resto de la finca, y en el cual una estructura de hierro servía de firme marco al local, cerrado por planchas de madera fácilmente desmontable, lo que permitía convertir esta sala de espectáculo en un local abierto, casi al aire libre, en los cálidos días del verano. Fue en las postrimerías del segundo decenio de este siglo en tiempos fáciles para la explotación en casinos y sociedades recreativas, de salas de juegos de azar, especialmente el de la ruleta, cuando una empresa dedicada a la explotación de esta clase de negocios, tomó en arriendo este local y lo convirtió en sociedad recreativa que decidió denominar “Kursaal anglo-hispano”. El negocio marchó bien el tiempo que las autoridades consintieron tolerarlo, ya que oficialmente existía la prohibición de explotar este tipo de negocios. Pero, dependiendo éste de forma principal de la tolerancia de las autoridades locales y éstas, decididamente, del criterio del Gobierno de Madrid, la explotación de la sala de recreos estaba expuesta, continuamente, a los avatares de la política nacional. Así, instalado firmemente en el poder el Directorio Militar constituido como consecuencia del golpe castrense que encabezó el General Primo de Rivera en Barcelona el día trece de septiembre de mil novecientos veintitrés, una de las medidas que adoptó fue terminar con la tolerancia con que se había venido autorizando, en la práctica, el funcionamiento de las “salas de recreos”. Consecuentemente, desapareció el principal medio de ingreso de que disponía para su sostenimiento económico el “Kursaal”, como pura y simple sociedad recreativa, empezó a languidecer. El 19 de noviembre de 1923 fue un día lluvioso, de esos días de la temporada de lluvias en que éstas suelen abatirse, fuerte, inclemente, sin descanso, sobre nuestra ciudad. El temporal se generalizó a la caída de la tarde; la noche se anunciaba poco propicia para salir de los hogares, al igual que otras noches de
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idénticas características invernales, la empresa del “Teatro del Parque” decidió suspender su función de cine anunciada para aquella velada. Horas mas tarde, cuando nada ni nadie podía presagiar la tragedia, las campanas de la iglesia parroquial comenzaron a lanzar al aire la sobrecogedora señal de alarma, avisando del incendio que, ya para esos momentos, adquiría proporciones amenazadoras. La lluvia se había aplazado. La gente, entre sobrecogida y curiosa, se lanzó a la calle acudiendo al lugar del suceso. El espectáculo era realmente impresionante. Cuesta trabajo comprender y mucho mas aceptar, como pueden conjugarse, en un momento como aquel, la tragedia y la belleza. El recuerdo de Nerón acude a nuestra mente. La suya, tan diabólica, elaboró la idea del incendio de Roma para recrearse en la grandiosidad de lo que para él constituía un maravilloso espectáculo. Porque, pese a sus lamentables consecuencias, a la terrible tragedia que puede llevar en sus entrañas, acoge y alucina, estremece y sugestiona, la visión de esas devoradoras lenguas de fuego, consumiendo en el marco de la oscuridad de la negra noche implacable, ferozmente, todo lo que encuentra a su alcance. Y así fue, en medio de estas encontradas emociones, como la gente que acudió a las cercanías del lugar del siniestro, vio desaparecer aquel edificio que durante muchos años había sido lugar de reunión de buena parte de la sociedad local, quedando solo en pie, para dar testimonio de su existencia, las columnas de hierro que sustentaron aquel local que fuera, en su tiempo, popular sala de espectáculos. Por fortuna, no obstante lo impresionante del incendio, no se registraron víctimas. Hubo, eso sí, las consiguientes escenas de terror protagonizadas por los vecinos de los edificios cercanos, especialmente los del gran patio de dos plantas lindantes con el local siniestrado, edificio a cuya evacuación por parte de sus moradores, se atendió con la urgencia del caso. Y, como siempre que vivíamos circunstancias análogas, el pueblo y las autoridades locales de Gibraltar, hicieron inmediato acto de presencia, trayéndonos el aliento de su solidaridad, personificado en esos angustiosos momentos, por su eficiente Cuerpo de Bomberos que, con el material de que disponían, tomaron a su
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cargo -en La Línea se carecía entonces de ese importante servicio- combatir el incendio con los eficaces elementos de que estaban dotados para tan heroica misión. Aquel trágico fin de nuestro flamante “Kursaal”, se prestó en aquellos días a muchos comentarios. La feliz coincidencia del temporal de lluvias que le precedió, con la explicable suspensión de las secciones de cine en el “Teatro del Parque”, dieron pábulo a no muy positivas interpretaciones. Por mi parte ignoro si se llegaron a precisar las causas que originaron el incendio, ni sus posteriores consecuencias de otro orden. Para mí, y en el relato de estos recuerdos, solo existe la realidad del hecho en si: la del impresionante incendio que devoró, como fiera hambrienta, a su indefensa víctima, el local en que funcionó el “Kursaal AngloHispano”, hasta que aquella triste noche del diecinueve de noviembre de mil novecientos veintitrés.
LA LÍNEA DE MIS RECUERDOS. Enrique Sánchez-Cabeza Earle.
i.h.m.
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