EL HOMBRE CON SUDORES NOCTURNOS
Despierto helado, yo, quien avanzó a través de sueños de estela de calor a su residuo: sudor y una sábana pegajosa.
Mi carne era su propio escudo: sanaba cuando era acuchillada.
Crecí explorando el cuerpo en que podía confiar incluso si adoraba el riesgo que hacía robusto
un mundo maravilloso en cada desafío de la piel.
No puedo sino lamentar que dicho escudo haya sido roto, mi mente no fue más que prisa, mi carne se redujo y se estropeó.
Tengo que cambiar las sábanas, pero verme, por el contrario,
detenido verticalmente donde estoy abrazando mi propio cuerpo como si lo protegiera de
los dolores que me atravesarán,
como si las manos pudieran contener una avalancha.