El Cielo De Los Transformers

EL CIELO DE LOS TRANSFORMERS Hay momentos que se prestan para ser tomados como estaciones o paradas de un camino continuo. Lugares desde los que se puede echar un vistazo hacia atrás y hacia adelante, que nos permiten “ubicarnos” por así decirlo, en el espacio. Pensemos que es posible hacer lo mismo en el tiempo, si eliminamos la idea de un tiempo lineal o causal podemos pensar que existe una serie de sucesos que trazan rutas más o menos subsecuentes, ni necesarias ni eternas. Porque los puntos de referencia, así como el camino mismo en el cual hoy nos detenemos varían y con ellos sus efectos también lo hacen. Por ello es que los análisis que germinan con la esperanza de hacerse eternos resultan sospechosos. Se puede hablar para siempre de un fenómeno, de un concepto, de un movimiento. A veces sucede que la palabra calla la boca de donde nace. Y el fenómeno toma formas diversas hasta convertirse en algo contrario a lo que entendíamos con él o en eso que las intuiciones audaces logran prever y que no se esperaba en el inicio. Con esto quiero curarme de todo germen totalizante. De toda totalidad que niegue la contradicción. Pues estoy convencido de la capacidad creativa y pervertidora de las inquietudes humanas, con todos sus complejos orgánicos y psicológicos que muchas veces la llevan a un estanque traslúcido del cual difícilmente logra regresar. La cara de Optimus, sobretodo su ojo azul, estaban llenos de realidad. Ahí encuentro la magia de estos efectos especiales. No tanto en la capacidad de crear ambientaciones imposibles y situaciones ridículas, sino el efecto en la recepción del espectador. He visto películas con momentos impensables para ser filmados: la caída de los pasajeros desde la proa elevada del Titanic hasta las aspas del barco; cuando Terminator dispara a la cara del policía dividiéndola en un mar de aluminio como el mar rojo por el cual atravesara Moisés y su gente, o cuando se repara los tejidos del brazo; los perros zombis de Resident Evil; el teniente Dan con y sin piernas en Forest Gump; los hombres blancos que se teletransportan en la Matrix, etc. Todos diferentes, elaborados con técnicas en búsqueda de un efecto particular, que, sin duda, se logró. El efecto en los transformers abarata todo lo que había visto antes. Se vuelve una lucha de pistones contra válvulas y balatas que llenan la pantalla. De repente un color, muy rápido, te recuerda a la pierna o al brazo, pero no se sabe bien a bien qué sucede. Es el efecto especial puro. El efecto que es muestra de la capacidad técnica del cine cuando no se pretende condicionar la recepción a una película “de animación” o caricatura. La demostración descomunal de la capacidad de los pixeles y el movimiento se convierte en una buena clínica de guitarra o batería, tips que hay que saber utilizar de forma creativa, de no hacerlo se convierten en huecos ruidosos y grises.

Tampoco quiero extenderme mucho, véala usted mismo en su cine favorito: Transformers es el resumen de años de expectativas del cine de taquilla. Es la dosis que sintetiza los deseos de un público adiestrado sin mucha dificultad: efectos especiales, cero contenidos, diálogos y situaciones previsibles, música que hace mancuerna con la imagen para dar como resultado la satisfacción de una emoción esperada, “humor” basado en el cliché y en las situaciones que atentan contra el status quo: la mamá que ingiere mariguana, un robot que llora una despedida y siente celos, perros cogiendo en la sala, una mujer delgada gringa buscando famélicamente a un tipo promedio, etc. L a autolegitimación del humor por la tradición, Errores de secuencia: un robot puede llegar de E.U a Egipto en 30 minutos, pero no puede alcanzar corriendo a un humano que mide menos de dos metros. Un robot cuyo disparo deshace el pecho metálico de un enemigo no puede perforar la espalda de carne del mismo humano a menos de tres metros de distancia. Un robot que tiene piel y es mujer, el único por alguna extraña razón. El ejército gringo logra engañar a la inteligencia que puede dominar el universo, hace que tema a sus metrallas y sean derribados por una bazuca en dos segundos. Desfile militar que ocupa una tercera parte de la cinta. Etc. Transformers cumple con todos los requisitos para ser el estandarte de una época que limita sus expectativas a los deseos cumplidos que ya dije arriba. Cine que es cine sólo porque se exhibe en una sala. Como estas pinturas y obras que son arte sólo porque están en un museo. Y sin embargo crean expectación continua. Han cambiado los juicios para establecer la delimitación entre lo que sí y lo que no “debe o no debe considerarse arte”. No me importa en particular un juicio. Creo que todos tienen errores desde el momento en que se contemplan como juicios. O cuando no abrazan la contradicción interna y externa. Cuando no dialogan. Transformers puede volverse materia de análisis, en su producción y recepción porque tiene la ventaja de estar autolegitimada de ambos extremos. Un juicio que siendo subjetivo se convierte en universal: ese es el criterio de la mercancía hueca. Es curioso que el público reciba de manera tan perfecta la satisfacción completa de sus deseos y que se sienta insatisfecha, necesita encontrar otro objeto del deseo, ahora sí, en el contenido. Pero no lo hará, es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor. Cuando veamos transformers en un par de años, o en más años, nos sentiremos avergonzados por los efectos tan malos. La gente seguirá yendo al cine, en lugar de comprar películas, por ejemplo, de cine independiente o documental, qué sé yo.

Espero que algún día llegue algo tan bueno como el cielo de los transformers, donde humanos y robots se reúnan por los deseo de justicia y de paz.