Donald Meek El Hombre Que Fue Lirio

  • April 2020
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  • Words: 2,180
  • Pages: 6
Donald Meek; El hombre que fue Lirio. Un viejo axioma de Hollywood establece que, para ascender del purgatorio de los secundarios hasta el firmamento de las estrellas es pertinente tener bien apuntalada una sólida reputación de maldad, dureza y villanía. Con maneras blandas y miradas de cordero degollado ningún actor de reparto consiguió hacerse un hueco entre la elite de la farándula. Una vez más la ecuación se repite con nuestro protagonista aunque, desgraciadamente, en sentido contrario. No nos engañemos, por mucho que simpaticemos con un personaje tarde o temprano caeremos en la cuenta de una serie de taras que lastrarán de forma definitiva la consecución de los objetivos marcados, del mismo modo que es poco probable que un pigmeo supere el record mundial de salto de altura, a nuestro personaje le fue del todo imposible adentrarse en el paraíso de las estrellas, ni sus facciones, ni su diminuta estatura se lo permitían. Apartado del olimpo, mutó en ese actor de carácter que dio vida, mejor que nadie, a aduladores trémulos, tímidos irreparables y a entrañables calzonazos rehenes de una sociedad que los subyuga. De nada le sirvió interpretar brillantemente a hombres de negocio difíciles de uña, profesores autocráticos, severos fiscales y, al menos, a un espía Nazi… Nunca ascendió a la primera división del cine, ni siquiera militó en segunda, tuvo que resignarse a jugar en la tercera división hollywodiense; aquella que disputan los denominados actores de carácter o de reparto. Pero, a diferencia de la mayoría, asumió su papel con la habilidad y grandeza interpretativas suficientes para convertirse en un actor omnipresente, de los pocos cuya imagen está solidamente tatuada en nuestro recuerdo.

¿Cuántas veces, al abrigo de unas copas, surgiría una conversación similar a la que sigue? -Ayer vi: ¡Vive como quieras! Por cierto, actuaba junto a James Stewart y Lionel Barrymore, un actor bajito, calvo, si hombre… ¿no sabes? - Ya sé quien dices, uno pelado, bajo, que sale en “todas” con visera -Efectivamente, el mismo… Ese actor diminuto y bonachón que muchos tenemos grabado en nuestra retina, aunque pocas veces acertemos a pronunciar su nombre, no es otro que el inigualable Donald Meek. Nacido en Escocia en 1878 comienza, con tan sólo ocho años, a hacer sus pinitos en el mundo de la interpretación de la mano de Sir Henry Irving, sin embargo pasarán más de cuarenta años hasta que lo veamos dedicado, por completo, al mundo del cine. Antes tendrá que recorrer una larga y tortuosa senda vital que determinará su futuro como actor de reparto. En 1894 recala en Estados Unidos como parte integrante de una compañía de acróbatas, en la cual un Meek ligero y parco en dimensiones, es el hombre perfecto para ejecutar el triple salto mortal en el trapecio. Al poco de hacer pie en América, la desgracia le saldrá al paso. El espectáculo estaba preparado, el más difícil todavía era un hecho, Meek repasaba los últimos detalles antes de la función, nada podía fallar, entonces sucedió… un pequeño fallo en la recepción y las manos de los trapecistas no llegan a fundirse, batiendo, de modo brutal, los huesos del diminuto acróbata contra la arena de la carpa. El resultado; una grave lesión cervical que le obliga a abandonar el mundo del circo. Desesperado, en un país que no es el suyo, y privado por el destino de su único medio de vida, se alista como soldado en el ejército americano. Su objetivo: librar Cuba de los ejércitos de Sagasta. Donald, al igual que cientos de compañeros, evita las balas españolas con relativa facilidad. No le resultará tan sencillo librarse de los millones de mosquitos cuyo hábitat natural es el manglar cubano. Trasladado a La Habana, tendrá que sufrir un largo periodo de convalecencia a causa de la fiebre amarilla. Finalmente salva el pellejo, aunque en la acometida pierde parte de su cabellera. Con veinte años Meek se ha convertido, definitivamente, en un viejecito adorable. A la vuelta de su aventura antillana y perfilado el físico que le haría mundialmente conocido; baja estatura, -apenas alcanzaba el 1,60- voz temblorosa, calva inmaculada,

etc, nos lo encontramos actuando en teatros de segunda dentro de la escena bostoniana. Aunque no será hasta 1903 cuando aparezca, por vez primera, como parte integrante de un montaje en Broadway, su título: “The Minister Daughters”. Los años pasan y, no sin esfuerzo, se irá labrando una sólida carrera teatral. Entre 1921 y 1931 participa en más de veinte representaciones, entre ellas “Six Cylinder Love” una comedia de gran éxito, con más de cuatrocientas representaciones, y de cuyo plantel fue parte integrante Hedda Hooper. Años más tarde participa junto a Henry Hull, -otro ilustre secundario- en “The Ivory Door” nuevo éxito teatral puesto en escena en más de trescientas ocasiones. Una de sus últimas obras en Broadway es; “Broken Dishes” estrenada en 1929 en el Ritz Theatre, supuso el debut interpretativo de otra ilustre de Hollywood: Bette Davis. Broadway, fue su casa durante diez años y no dejó de serlo hasta bien entrado 1931, año en el que decide levar anclas en busca de nuevos horizontes. Meek había rodado su primera película en 1922 “Star Dust”, pero no será hasta 1929 cuando, a raíz de la aparición del sonoro, su relación con el cine se torne más cálida, ese mismo año graba junto a Edgard G Robinson y Claudette Colbert “The holle and the wall” y más tarde “The Studio morder mystery”, el primero de los doce films en los que encarnará al Dr. Crabtree. Se trataba de una serie de películas de corta duración grabadas en Nueva York para la Vitaphone Corporación1 e inspiradas en las novelas de misterio escritas por S.S Van Dine. (Creador del exquisito Philo Vance, detective refinado cuya dedicación al crimen es solamente proporcional al amor que siente por el mundo del arte)

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The Vitaphone Corporation: Compañía productora subsidiaria de Warner Bros., fundada en 1926 luego de la adquisición por parte de Warner de los estudios Vitagraph, donde la productora se dedicó a experimentar en el campo del cine sonoro, llegando a estrenar DON JUAN (1926) con acompañamiento sonoro en el sistema denominado Vitaphone (sonido en discos). Con el advenimiento del sonido en el cine, el sistema Vitaphone fue descartado hacia 1930, aunque Warner conservó la productora como subsidiaria para la producción de cortometrajes, especialmente la serie LOONEY TUNES y MERRIE MELODIES.

Será en 1933 cuando se decidirá a embarcarse en aquel tren de la United Pacific que le dejará a las puertas de Hollywood y de ahí a forjarse, en el breve periodo de 13 años, una sólida carrera artística que abarcará más de 125 títulos. Convirtiéndose en un actor imprescindible para la cinematografía americana de los años 30 y 40. Si la afirmación suena a exagerada, no lo es tanto si repasamos el elenco de directores para los que trabajó, Ford, Lubitsch, Browning, Curtiz, Hawks, Hathaway, Lang, Thorpe, King, Fleming, Wellman, Cukor, Capra... son algunos de los apellidos con los que compartió rodaje en, al menos, una ocasión. En pocos años hizo de todo y todo lo hizo bien. Posiblemente su personaje arquetipo sea el Poppins de “Vive como quieras”, aquel diminuto contable, timorato y acomplejado que no dudará en soltar una sonora pedorreta a su jefe, para acto seguido adoptar como suya la vía trazada por el abuelo Vanderhof; “La suerte esta echada Mr Vanderhof… seré un lirio”, es la frase a través de la cual se confirma la metamorfosis capriana de Poppins, de torpe contable en feliz fabricante de autómatas, todo ello dentro del particular universo de la casa Vanderhof. Por cierto, conviene no perder detalle del personalísimo baile final del bueno de Donald. El personaje de Poppins en un principio no estaba presente en el guión de ¡Vive como Quieras!, fue el propio Capra quien empecinado en contar con la colaboración del actor, creó al personaje de la nada. Lo raro es que acabada la película la colaboración entre ambos nunca volviera a concretarse. Y más extraño todavía es lo que sucede a nuestro subconsciente, el cual nos invita a creer que participó en más de una película del director, el motivo exacto lo desconozco, aunque haciendo un pequeño ejercicio mental, probablemente llegaríamos a la conclusión de que todo lo que rodeaba a Meek (manso) era mucho más Capra que el propio Capra. Sin lugar a dudas, su personaje más recordado fue el de Mr Peabody, aquel viajante de Whisky que se embarcaba con destino Lordsburg en “la diligencia” más famosa de la historia. Aquel personaje insignificante, de vestimenta y modales refinados, que afirmaba ser de Kansas City, Kansas. Aquel hombre que por interés y nada más que por interés se convirtió, muy a su pesar, en inseparable y al mismo tiempo contrapunto del doctor Boone (fantástico Thomas Mitchell). El único de los personajes que intenta mantener la cordura en ese mundo de locos que es el salvaje oeste, un hombre sensato inmerso en un firmamento de tarados. En definitiva, un individuo atrapado por un destino que le sobrepasa y que es incapaz de controlar.

Sería una injusticia excesiva afirmar que Donald Meek vivió únicamente de su imagen de tímido compulsivo de voz atiplada y mejillas caídas, puesto que enfundado en ese mismo perfil fue capaz de interpretar a personajes sin escrúpulos; hombres de negocios de corazón de hierro, espías despiadados, abogados sin entrañas... Haciendo de malo, era todavía mejor actor, nunca utilizó la violencia, ni siquiera poseía un lenguaje duro y agresivo. Recurriendo al lenguaje pugilístico diríamos que era ligero como una mariposa pero picaba como un escorpión. Con un ejemplo bastaría para ilustrar sus habilidades como villano pero, ante la perspectiva de que este artículo sea uno de los pocos que se escriban sobre el actor, vamos a poner dos. El primero hace referencia al mezquino presidente de la St. Louis Midlands Railroad, el diminuto en tamaño aunque gigante en crueldad Mr. McCoy de “Tierra de audaces”. Encargado de capturar a la gran leyenda del oeste americano; Jesse James. Consumando su hercúlea misión, a través del engaño y la mentira, aprovechándose de las buenas intenciones de aquellos que querían y creían en la bondad del forajido. Sus malas prácticas le convertirán en enemigo mortal del forajido y a la par en blanco predilecto del mayor Rufus Cobb, el contumaz director del Liberty Weekly Gazette, -magníficamente interpretado por Henry Hull- cuya sempiterna editorial encabezaba del siguiente modo: “si han de prevalecer la ley y el orden en el oeste, la primera medida a tomar es echar de las ciudades a los presidentes de los ferrocarriles 2 y luego, cazarlos como a perros…” El segundo ejemplo lo encontramos en el fiscal del estado de Illinois Mr John Felder, despiadado rival de un joven aprendiz de abogado llamado Abraham Lincoln, evidentemente el futuro presidente, interpretado por Henry Fonda, saldrá airoso del envite. No ocurrirá lo mismo con el espigado actor, vapuleado de forma inmisericorde -en el duelo interpretativo- por Mr. Meek. Tanto es así, que podríamos afirmar que Lincoln logra la absolución de sus defendidos pese a la humillante derrota de Fonda. El fiscal Felder es un hombre ajeno a los sentimientos, un personaje carente de entrañas que desconoce el significado de la palabra caridad, capaz de proponer a una madre que envíe a la horca a uno de sus hijos para librar al otro de la muerte, a cambio de saciar a una sociedad sedienta de sangre. Todo ello plasmado en la pantalla gracias a su enorme

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Intercambiable por abogados, políticos, Sheriffs…

expresividad en rostro y ojos, sus deliberados titubeos en la oratoria y a un inigualable talento a la hora de utilizar las manos como elemento expresivo, recursos que se convertirán en constantes a lo largo de su trayectoria artística. En Meek hasta la calva actúa. Fue el cincuenta por ciento de aquella pareja de galenos remilgados e ineficaces conocidos como Whacker y Bronson, que denostados y relegados por el gobernador de jamaica debido a su torpeza y mala praxis terapéutica, se avienen a acabar con la competencia facilitándole, al Capitan Blood, la huida de su dorada prisión caribeña. Fueron cientos los personajes a los que dio vida a lo largo de su trayectoria artística, médicos, contables, viajantes, hombres de negocios, sastres, abogados, etc. A todos ellos, desde su escasa arboladura e ingente timidez, fue capaz de conferirles grandeza, convirtiendo a personajes fácilmente prescindibles en maravillosas imágenes para el recuerdo. Diminutos, pero deliciosos, retales que se irán fijando en nuestra mente y que sumados a otros mayores, trenzarán el gran paño que constituye nuestra memoria cinematográfica. (Tal vez lo mejor del cine) Por todo ello y por mucho más, Donald Meek es poseedor de su propia estrella en el Hollywood Walk of Fame. En “Ciudad Mágica” lo recordamos haciendo, una vez más, de contable, en el que sería el último papel de su carrera, puesto que moriría durante el rodaje, victima de una leucemia que arrastraba desde tiempo atrás. Meek falleció en los Ángeles el 18 de noviembre de 1946, y en la actualidad sus restos “actúan” en el cementerio Fairmount de… Kansas City, Kansas.

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