DNA (Documento Nacional Apropiado)
Por Javier Rodríguez
Las palabras contenidas en este libro tienen varios objetivos, que a priori apuntan implacables, paridos con locura y sangre, algunos previamente y otros en la misma fecha, 24 de Marzo de 1976.
Muerte, impunidad, NN, endeudamiento, guerra sucia o guerra loca, culpables que no tuvieron oportunidad de ser juzgados ni de pagar con responsabilidad, indultados de un juicio de “vencidos a vencedores” con repetido, deslucido y obediente final a la tradición humana, 2818 días de infame y musical “Proceso de Reorganización Nacional” aparecen por un lado, destacados, para que la MEMORIA y el pueblo argentino nunca mas se descubran siendo violados y asesinados, repitiendo errores pasados, por los atracos al poder de los “iluminados de siempre” que disponen de nuestras vidas y derechos bajo el lema “Dios y la Patria” . A ellos les asestan por aniquilar la Paz, mostrándoles la verdadera lucha. Las víctimas de dicha dictadura, los desaparecidos, las “Madres” de Plaza de Mayo, las “Abuelas”, los “Hijos”, los exiliados, los que apostaron a la vida rodeados de muerte, los corajudos que lucharon y los que a pesar del terror vivido no se entregaron, los estafados y malogrados por desconocer como cuidarse del mismo poder que encomendamos nos proteja, los muertos y los sobrevivientes de “Malvinas”, los que lloran cada una de las 30.000 almas que no morirán nunca como propias, y aquellos que sienten como la congoja los inunda al acercarse a estas atrocidades dirigidas por lo “adecuado”, por el sistema, occidental y “cristiano” en este caso, o en cualquiera de sus teatros.
Para ellos, a quienes quiero reconocer y agradecer su existencia en este mundo, estos vocablos tienen un honesto, amoroso y sensible abrazo infinito que los reúne, los hermana, susurrando: “Lo único perdurable es el Amor”.
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Quiero dedicar este libro a María Inés, mi musa inspiradora en el “arte de vivir y amar”, quien llenó por siempre de luz mi corazón, con su dedicado y paciente puente hacia el infinito y noble entrega a la hora de “empujarme a tomar acción” en esta primordial exploración, que de otra forma no hubiera podido nacer y a mis hijas, Agustina y Carolina, por ser el Sol que alumbra mis días.
Asimismo quiero agradecer a mi entrañable “hermana del corazón”, Alejandra, por su regazo y contención inquebrantable, a Lidia y Alicia, por desempolvarme las alas y acompañarme en el camino por los pasillos de mi mente, a mi amigos Marcello , Walter y Mercedes, por la compañía sensible y amorosa de sus palabras y actos de apoyo, y a Ricardo Cheratti, quien de alguna manera me devolvió las ganas de escribir a partir de un sentido poema llamado “Hijos ajenos”, que me regaló en uno de esos hermosos encuentros “no casuales”, que generamos en la Vida, y que a continuación quiero compartir con Uds.
Desde el corazón...
Javier Rodríguez
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Los hijos apropiados espectrales péndulos del destino. Cautivos inocentes del pasado con vínculos de sangre ya perdidos. Sin nombres ni apellidos verdaderos; con familias sustitutas en remiendo su futuro impuesto y trastocado. Son hijos ajenos, sin pasado. Sin padres, ni abuelos, sin la cuna aquella vacua, verdadera y única. Trastocada identidad hasta su muerte; han violado papeles y expedientes lo que existen son simples evidencias de miserables captores embozados en las sombras de tiempos de turgencia. ¡Vaya piedad! que oculta al ser errante su origen, apellido y procedencia ¡ Vaya amor de sueño realizado! con la llegada a puerto del pirata y su botín, berreante, en el reparto. No habrá paz espiritual para las partes ...para quienes robaron ...para los sustitutos embozados. Ni tampoco, doloroso, lamentable para hombres y mujeres, apropiados en insaldable crimen de barbarie. Para ellos la sociedad adeuda tratar de esclarecer, camino al faro referente universal, justicia plena. Orígenes reales que ocultados invaden el presente de pasado.
Ricardo Luis Cheratti “Transparencias del iris”
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I “...Nací el 16 de Marzo de 1976... ocho días antes del Golpe...”, aseveraba desde muy chico, sintiéndome de esta manera “mágicamente cubierto”, como siendo un Nibelungo, protegido acorazadamente por algún hechizo poderoso y amparado de las tinieblas y espectros de la oscuridad, que aún no conocía bien, pero que íntimamente sentía como una de las horas más tristes y negras vividas en este país.
Esta era la manera, inusual, originaria y casi pintoresca, que con el paso de los años se volvió “semi-automática”, de explicarle al mundo acerca de la fecha de mi nacimiento; ante los aparentemente insignificantes cuestionamientos entre niños, los variados requerimientos sociales o las “caras de nuevos padres y madres”, que comenzaba a experimentar. ¿Y dónde trabaja tu papá? ¿Cómo se llama? ¿De dónde vinieron? ¿Dónde viven?
Preguntas usuales, que en mi situación, por el cerco informativo sugerido en el hogar debía filtrar al máximo, limitándome a confiar cierta información en algunos pocos solamente, los más allegados, un minúsculo círculo.
Y creo que merecen una reflexión aparte estas “familias allegadas”, puesto que fueron los primeros indicadores o fusibles que obtuve del mundo “real”, eficientes termóstatos, dispuestos a entregar devolución brutal y comenzando a generar diversas situaciones donde ya reinaba la sensación de ambigüedad absoluta, aún en mi corta existencia.
Particularmente siento que lo “íntimo”, como a su vez lo “ambiguo”, se fueron convirtiendo por el protagonismo y el tiempo, en férreos colaboradores a la hora de conformar algunas de las aristas de mi naturaleza.
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Esto quizás sea mas claro a partir que sepan que ese pequeño ser, (al que por esos caprichos e ironías de lo que se supone es el “nombre propio”, cuando en realidad nunca deja de ser un designio elegido por los padres y en este caso, legitimizado en mis documentos como Carlos Javier) había nacido y formalmente crecido como hijo único en un “hogar militar”, con todas las letras.
Puntualmente, no me refiero a ningún hospicio ni institución castrense dedicada a la crianza de niños, si es que existen, sino a una típica familia de la Fuerza Aérea Argentina, originaria de Ciudad Jardín, en la localidad de Palomar, partido de 3 de Febrero.
- Ah...Si...Ciudad Jardín....conozco. Viven todos militares ahí, ¿no? - Mmmm...Si, hay muchos. - Es residencial...la parte más cara de Palomar. - Es lindo pero mucho no recuerdo...Nosotros vinimos para acá en el ’78...cuando yo tenía dos años...Allá vivíamos en la calle Wernicke...cerca de la plaza del avión...
Muchas son las cosas que se dicen de esta ciudadela, construida por los militares y dispuesta de tal modo que nadie pudiera escapar de la misma si fuera necesario, algunos cuentan que es posible divisar la silueta de una esvástica, desde las alturas, por la disposición de las calles y la metáfora creativa de sus creadores, en tal caso.
Es un barrio muy coqueto delineado por empedrados de casas lindas e inmensos árboles, que están presentes hasta en el nombre de algunas calles.
La mayoría del recorrido dispuesto, igualmente, tienen “apellido de aviadores”, que alegran especialmente el status y los días de sus habitantes más aún que la cerveza alemana, también muy acostumbrada en aquel lugar.
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Por dos años vivimos en estas tierras de bases interminables e históricas plazoletas, donde hasta habían plantado un avión en la más céntrica, como emblema existencial de su aceptación vertical y divina.
Prontamente, y sin mediar mucha aparente coherencia mas que la cercanía con las lomas de un tal Zamora, donde estaba la casa de mis abuelos maternos; levantamos vuelo hacia el sur del Gran Buenos Aires, hacia Monte Grande propiamente, un páramo donde todo parecía estar tan detenido en el tiempo que apenas el Mundial de Fútbol se animaba a contagiarle su ritmo.
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II
“Veinticinco millones de argentinos, jugaremos el Mundial”
Ese mismo mundial, brutalmente impregnado de olor a circo romano, que estaba sirviendo de excusa sonora para callar los gritos desamparados, también servía de distracción en este sitio.
Permitía envolverse en su colorida máscara, aprovecharse de la euforia colectiva y del “pseudo patriotismo” exacerbado para pasar completamente desapercibido, si es eso posible de alguna forma, en un lugar donde viven pocos que se conocen mucho.
Y era tan escasa ciertamente la población en aquel momento, que sus habitantes quienes lógicamente se conocían desde antaño, nos reconocían inmediatamente como “vecinos nuevos” alternándose en saludarnos o evitarlo disimuladamente, en ambos casos de la forma más hermética posible y de acuerdo a los comentarios mas recientes.
Parecía un extracto potenciado del “clásico libro del pueblerino ilustrado”, seguido al pie de la letra perfectamente, desde las conversaciones matutinas hasta la disposición de sus edificios destacados o incluso, el incipiente circuito comercial.
Dos plazas céntricas y una calle principal que las conecta. Una ruta provincial que atraviesa la representativa manzana donde metódicamente habitan los bancos estatales, el edificio municipal, el cuartel policial y la omnipresente iglesia.
Nosotros llegamos a una calle llamada Hilario Ascasubi, por el escritor cordobés del siglo XIX, autor de Santos Vega y también conocido como Aniceto el Gallo o Paulino Lucero que tomó parte en la lucha contra los federalistas de Rosas y Quiroga; donde predominaban los inmigrantes, en su mayoría italianos y que presentaba un panorama desolador para mí, en cuanto a la presencia de niños cercanos.
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Comenzaba a “intentar” disimular el sentimiento de soledad que de alguna manera había comenzado a sobrevolarme y que empezaba a tornarse recurrente y vasto.
Un sentir que había aprendido a controlar y olvidar, en presencia de otra gente, socialmente reconocidos como “amigos”, y que pronto comenzaron a fascinarme, a convertirse en mi principal vía de distracción y escape. Así, entre compañeros, a mi temprana edad y sin el fundamento histórico requerido, aprendí precozmente que mi “situación familiar y/o militar” causaba comentarios, actitudes y desconfianzas dispares sobre los mencionados padres de mis eventuales compinches y amigos, a partir de cierta guerra sucedida, casi simultáneamente con mi nacimiento.
Por un lado, conocí gente que sentía me alababa a mí, o a mi familia, con tal brillo en los ojos como si estuvieran delante del mismísimo general José de San Martín, a quien por otra parte, nunca dejo de admirar por su auténtico coraje y argentinismo, y se explotaban el pecho una y otra vez bramando... “con los militares estuvimos mejor.... sino jodías, nadie te jodía....yo siempre volví del trabajo tarde y nunca me pasó nada” y demás dosis de proclama enérgica, con estandartes claros augurando la vuelta de la milicia al poder. Me miraban ensimismados en sus recuerdos y esperando ansiosamente mi aprobación al respecto, posiblemente además añorando algún comentario o acotación del tipo “Viva Rosas”, tal como había sido inculcado por mi viejo, todavía siendo un pequeño.
Justo a mí, que fui anotado para hacer Jardín de Infantes en el Gato con Botas.
Que no entendía el contenido dentro de la cabeza de los militares.
Que repudiaba desde mis entrañas cada entrada o salida de alguno, de servicio o simplemente de visita, en mí casa.
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Que sentía que me robaban permanentemente la posibilidad de tener un padre, trocándolo por un valeroso superior donde subordinarme. Que debía acostumbrarme a contemplar como desde el plomero al electricista o los diversos choferes familiares fueran personal de “ellos”, puesto que la paranoia de mi viejo no permitía que entrara ningún civil desconocido ni siquiera a poner un enchufe o a cambiar un simple cuerito, y mucho menos, a transportar nuestras felices vidas.
Que no entendía que él tuviera “varios apellidos” al igual que sus compañeros de trabajo que lo llamaban a diario y verme inconscientemente forzado a verlo como un juego de adivinanzas, que hasta llegaba a divertirme inocentemente cuando podía reconocerlos, a todos, en sus variantes camaleónicas, y ante el enojo paterno por mis “insubordinaciones”.
Que no podía decir que él era militar, ante la amenaza del enemigo encubierto y agazapado, con la bajada de línea que se requería, para desconfiar como un solitario vigía en la noche, negra y con hedor de un mundo plagado de sediciosos.
-Papá...teléfono...es Rosales...dice que es Robledo... -Te llama Quintana... o mejor dicho, Quintás....
La magia de la niñez cubría de inocentes sonrisas el círculo misterioso que proponía la Fuerza Aérea en ese período, a mí alrededor.
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III
Igualmente, yo sabía que dentro de su misterioso mundo, mi viejo tenía cierto poder.
Se notaba en su seguridad y elevada autoestima que era eficiente accionándolo.
Vencía a la estepa inhóspita que suponía Monte Grande en 1978, consiguiendo al tan burocrático y solicitado teléfono, que por otro lado era vital para un agente de inteligencia en aquella época, en apenas un día, o a cualquier reglamento escolar que quisiera digitar mi educación primaria fuera de los caminos que él quería, lo sometía sin mucha pérdida de tiempo.
- ¿A qué escuela querés mandarlo a Javier? - Mirá, dicen que la 14 es muy buena, pero le corresponde la 16, por cercanía, al lado del Jardincito donde lo mandamos al preescolar...la otra está en la avenida, un poco más lejos. - Y esa que tiene, ¿no es buena? - La otra es mejor...la catorce... - Voy a hablar con alguien...alguna inspectora...algo pueden hacer....
Obviamente mi papá averiguó quien era la inspectora municipal correspondiente y con la henchida bendición de la “subordinación y el valor” comencé con premura el primer grado en la Escuela Nº 14 “Remedios de Escalada de San Martín”, vistiendo mi inocencia de blanca palomita y poderosas alas, con otra guerra por comenzar, de repente.
Mi viejo, como “gran militar-familiar ausente”, no iba justamente a hacerse costumbre de acompañarme en los años de estudio, ni siquiera en los comienzos del ciclo; aunque en esta génesis escolar su imagen fue perfectamente reemplazada por una enérgica Directora, portadora de un aturdidor y persistente megáfono. “Yo no me rendí”
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En ese momento los “milicos” todavía tenían todo el poder, y cuando estalló la guerra de Malvinas, se hizo mucho más evidente.
En la escuela, hicimos nuestra tarea dibujando las islas y fui galardonado por la pericia demostrada además en geografía y composición.
- Buen día Sr. Rodríguez, ¿cómo esta Ud.?... - Muy bien Sra. Directora...Aquí he venido hasta la escuela, porque Ud. me lo ha pedido. - Si...si...Claro. Le he pedido que venga porque además de invitarlo a que conozca como trabajamos en nuestro establecimiento, en este momento de tensión que esta viviendo el país, realmente quería hablarle del maravilloso dibujo que ha representado su hijo, justamente bajo la consigna de ilustrar el conflicto de Malvinas. - Ud. dirá, entonces. -Su hijo es realmente un prodigio, para llenarse de orgullo Sr. Rodríguez...vea estos detalles, la calidad del mismo es increíble para un chico de seis años...honestamente estoy muy impresionada, y gratamente. - Le agradezco sus palabras Sra., Javier realmente dibuja muy bien, en verdad, tiene mucho talento... - ¿Ud. le enseñó o lo mandan a dibujo? - No, su habilidad es natural y no le ha enseñado nadie. Ciertamente tiene mucha imaginación y eso es muy valioso. Además en casa se la pasa dibujando...Yo me defiendo y, por ejemplo puedo hacer muy buenas copias de algo previamente hecho pero a diferencia de esto, Javier puede crear de la nada, o mejor dicho desde su inventiva propia. - ¿Vio como hizo la silueta de las islas?...
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IV
“Ahora La Semana entró a Nepal, el país de los gurkas asesinos”
El resto, conoció la euforia, y luego el dolor que circuló por todas las coloridas portadas que se habían explayado con idoneidad inusitada y cómplice, de principitos, gurkas y muñecas inflables.
Recuerdo publicaciones de “La Semana” mostrando en una mano a la aristocracia militar enfundando Rólex de oro macizo y burlándose luego en otra, con arriesgadas trucas fotográficas del zar mediático de siempre, señalando “El Ruso contra los coroneles”.
Y esto justamente me remonta al único recuerdo que conservo luego de haber conocido el trabajo de mi viejo, quien por las formalidades aeronáuticas dependía de la Jefatura 2 de Inteligencia o “J2” para los cercanos, y que por lo expuesto poseía un entorno que difería de cualquier oficio de “padre almacenero o fabricante de zapatos”.
-¿Y por qué esta así? - Porque hubo un accidente y se derrumbó. Yo perdí un amigo ahí... - ¿Murió?
Fue un raid salvaje. En un día soleado, cercano a la terminal de Retiro, conocí un edificio maltrecho y derrumbado al que mi viejo no me permitió ingresar, llamado Cóndor y un supuesto taller automotor, donde el rugido de los aviones de Aeroparque cegaba cualquier intento de diálogo o coloquio.
Allí, mayor aún que la sorpresa por la variedad de armas presentes o por la enorme sumisión de los empleados detrás de mi viejo y a la voz de “Jefe”, fue la que me apropió una gran cantidad de cartelería de diseño castrense, con una leyenda
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intimidatoria, “Alerta centinela, el enemigo esta al acecho” y numerosas imágenes de calaveras avisando el tiro certero al intruso.
Comprendí casi instantáneamente porque nunca antes había ido y porque nunca volvería a hacerlo.
Empero la cuidadosa reserva reinante cercenó de mi mente lo percibido, como si nunca hubiese pasado, como si toda esa violencia implícita no fuera parte del mundo que yo vivía.
- Omar, ¿ya me conseguiste los medicamentos? - ...este... - No hables Carlé, por favor...te dijo el médico que evitaras hablar por lo menos un día nomás... - ¿No los tenés?... ¿Podés ser tan boludo? - No grites, te va a hacer mal...no te alteres - Mal me hacen esta manga de pelotudos.... - Papá, recién te operaron la boca... - Doblá y vamos para una farmacia....Ahhh...me cago en la gran puta...
El “Jefe” había resultado ser un tipo apático, extremadamente duro, de carácter férreo y martirizante al nivel máximo de enviar algunos de sus compañeros directamente a la terapia psicológica, luego de años de literalmente “soportarlo” y subordinándose con valor, a él.
Todavía recuerdo imágenes de sus rostros despavoridos por los gritos de mi viejo ante lo que él generalmente consideraba ineptitud o ineficiencia. No podía dejar de hacerlo ni aunque tuviera la boca cocida, hasta desquiciarlos al borde de las lágrimas.
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Por otro lado, es imaginable que en nuestra casa no había discusiones de ningún tipo ni lugar para más gritos que los suyos y estos definitivamente ultimaban cualquier intento de oposición o sublevamiento.
Nunca me levanto la mano siendo niño, puesto que le bastaba con alguna mirada fulminante y un sonoro “¡Javier!” para inmovilizarme y hacerme acatar.
No obstante, para mucha gente todo este misterioso camino era una elección privilegiada y fue así como ciertos “padres pro milicos” se aventuraban al acercamiento, y lo digo de este modo porque luego noté que en épocas de retomada democracia estos comentarios en voz baja, que resonaban nefastos sones de balas y sangre, los hacían verse casi como la “subversión apátrida” que describía mi viejo en alguna carta encontrada hace algunos meses atrás, dirigida en una ceremonia a cierto brigadier que dejaba el mando.
“...Posiblemente, las circunstancias políticas vividas por los argentinos, y que en su oportunidad desencadenaron en una lucha sin cuartel contra la subversión apátrida, coadyudaron para que la superioridad volcara esfuerzos para mejorar la infraestructura, proveer de medios técnicos y actualizar material de sus unidades y demás dependencias, a fin de dotarlas de una mayor y eficiente operatividad, con una óptima ubicuidad que se vio reflejada con gran notoriedad, en la hora que lamentablemente nos tocó vivir, y que felizmente hemos superado.
Aquellos que llevamos algunos años en este organismo podemos avalar en toda su dimensión que existe un viejo concepto en la especialidad, que un servicio de inteligencia debe ser complejo, delicado y costoso. Complejo por la diversidad de las tareas que se realizan, delicado por la calidad de las misiones que se desempeñan, y costoso, porque precisamente el éxito de los factores anteriores demanda un gran esfuerzo monetario.
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En estas circunstancias tampoco señor Brigadier quiero omitir dos anhelos, que comparto con el personal a mis órdenes: que Dios ilumine el ejercicio que inminentemente inicia en su nuevo destino, y que las festividades cristianas que se aproximan, las celebre en compañía de los suyos, llenas de amor y felicidad...Nada mas, muchas gracias.”
Lógicamente los que compartían estos conceptos, que me eran desconocidos todavía, no obtenían de mi, más que una cordial sonrisa.
Esa que pronto aprendí a trazar sobre mi cara como si de un lienzo se tratara, esa que me permití soltar casi como un cable a tierra ante todo el dolor que comenzaba a echar sendas raíces dentro de mí.
Comencé a valorarla mucho, como el tesoro invaluable que la considero, a disfrutarla en cada situación.
Aquellos que me conocen saben que siempre la elegí como opción válida, sin importar el evento o el calibre de la tristeza, si acaso esta golpea mi vida.
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V
Asimismo, la mejor parte me la proponía la otra campana.
Esas miradas cortadas y cabizbajas. Esas familias donde se extinguía el aire de un soplo cuando sonaba: “el papá de Carlitos es militar...”, casi siempre delatado por la inocencia de algún compañero.
Las transformaciones eran inmediatas y medidas al centímetro, para no fallar.
Increíblemente, respirando lento y profundo, disimulaban el “infarto de miocardio” causado por la noticia y se esforzaban por no ver al “Ángel de la Muerte” pronto a desvastar el hogar, en un niño de pocos años. Tenían los ojos rojos e infectados, minados de llagas y excoriaciones. Las que produce esa enfermedad lacerante, conocida como el “Miedo”, que corrompe intoxicadamente todo lo que anega y contagia.
Elaborado como la “Muerte”, en los lúgubres laboratorios del Hombre como agria recompensa a la carrera humana, mofándose de acuerdos religiosos que la condenan y demás construcciones humanas que la aborrecen incoherentemente, ya desde el alba de los días de hordas primitivas.
Si bien las muecas estaban aprendidas a la perfección del error que se paga muy caro, sus rostros me acercaban algo que reconocía fácilmente, que ya era moneda corriente en mi propia vida...en mi propia casa...la “Cara de la Desconfianza”.
“Esos serían”, pensaba yo, acercándolos a los dichos de mi viejo sobre las personas de quienes había que cuidarse.
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Porque si algo existía para el, eran los Enemigos. Todos lo eran. Por todas partes, incesantes, variados en color y culto, amorales e ilegales. Bien fachista y xenófobo, hoy diría.
Recuerdo una tarde cuando la música me acercó un inédito temblor interno y con el miles de voces me susurraron que necesitaba exteriorizarlo, como si me quisieran explicar la dolorosa conexión con las frágiles lágrimas que quería compartir.
Sintiendo la aurora del descubrimiento de un gran secreto, tibiamente pregunté, al vacío.
- Escuchen esta canción de Sting....es nueva....es muy triste pero hermosa...
Aunque la “historia oficial” de algunos hechos, que me fue entregada esa tarde lluviosa que sentí desgarrar mi alma en llanto, por una canción que hablaba de mujeres que bailaban solas, y que exigía inocentes respuestas de niño, al parecer en demasía, contaba de unas “viejas putas
llorando por veinte loquitos de la guerra” y se
esforzaba por sonar austera, casi proveniente de un noticioso justiciero.
La más absurda reducción, inverosímil, del holocausto cometido, diría hoy en día.
- ¿Quién es Pinochet? - Uno que fue presidente chileno. - ¿Y las Madres de Plaza de Mayo? ¿A quienes buscan? - Son unas viejas putas...rompen las pelotas por unos muertos...de la guerra. - ¿Qué guerra? - Hubo una guerra cuando vos naciste, y los dos bandos tuvieron muchos muertos...fue una guerra...contra los subversivos y gracias a Dios, vencimos por el bien de la Patria.
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Y sucumbí ante tanta parafernalia y explicaciones confundidas, dignas de vencer al sistema informativo de un país entero, hicieron lo propio con un niño.
“Fue una guerra....son cosas que pasan en una guerra...”
Eran tantas ya, las luces, que como pequeños candelabros asomando sus tímidas gotas de color, formaban un sendero enmarcado.
E hizo falta de un huracán de mentiras tan grande, como el que vino, para borrarlas todas, de un plumazo, hacia la noche desconocida.
- ¿Quiénes son mis padrinos? ¿Por qué son cordobeses? - Tu madrina se llama Elvira, la mujer de mi amigo Germinal. - ¿Y por qué él no es mi padrino? - Porque la iglesia no lo permitía, por eso fue su hijo. - ¿Cuándo los voy a conocer?
La sensación extraña de ver al pequeño grupo de mi familia en Villa Giardino, rodeándome, junto a dos perfectos desconocidos que mi viejo había planeado sirvieran de testigos ante la garantía litúrgica de haber engendrado un hijo legítimo, como rezaba el correspondiente comprobante, me disparaba indefectiblemente a la chocante situación de no haberlos vuelto a ver nunca mas, de sentirlos ausentes, desaparecidos, de apenas recordar sus nombres y de no entender la disposición tan lejana y arbitraria en la selección de mi padrinazgo.
-¿Y por que tenés dos millones menos? - Porque me anotaron en Capital... están más adelantados.
Era una tarde cualquiera en la colonia de vacaciones, donde quizá lo llamativo sería el record de temperatura registrado por los noticiosos sino fuera primera semana de
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enero y ya todos estuvieran hartos del calor elevado y la sofocación reinante aunque faltaran todavía muchos días similares.
Tanta sofocación como luego, mentalmente, generó la simple pregunta que volvió a sonar, insidiosa, repitiéndose y aumentando la intensidad sonora original hasta hacerse casi inaudible, justo al llegar a casa.
Era extraordinario como funcionaba la figura del hogar familiar a la hora de destruir cualquier interrogante o intento de acción amenazadora a la “política” impuesta.
Una especial y exigente transformación donde todo volvía a la tranquilidad aparente y digna de una suntuosa serie de televisión norteamericana, como los Hart.
Apenas entré a mi casa, fui tan determinante con mis padres como luego lo sería a la hora de la encrucijada litúrgica llamada “catequesis”, a la cual me negué desde el inicio, y por el resto de mi vida.
Prontamente me encontré rechazando su influencia manipuladora de inspirada música y
esclavizado
arte,
sus
fastuosas
y
altísimas
torres
góticas
que
buscan
empequeñecernos, alentando la voluptuosidad de la sumisión y la culpa, ofreciendo sospechosa guía sobrenatural, protección frente a la muerte e incluso inmortalidad, todo a cambio de pagar con esclavitud religiosa, odio al cuerpo, a la alegría del mundo, y reverenciando a los débiles, al inmovilismo, a los arrodillados que abandonaron la racionalidad.
Todas estas mentiras, incluido Dios y los diversos Mesías solares, quedaron anticuados para mí a partir de Darwin y la Ciencia, del deseo del tiempo que no puede ser conquistado por pretéritos órdenes verticalistas de poder.
- No quiero ir más...a la colonia...no voy mas. - ¿Por qué?
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- Me aburro. - Siempre estás aburrido...acá en casa decís lo mismo...y en la escuela también... - Me aburro...encima los chicos preguntan muchas cosas...
Responsabilizar a la mezcla de aburrimiento e interrogatorios atosigantes era una salida elegante aprendida a esa altura y que solucionaba, o mejor dicho, que me alejaba de las situaciones indeseadas.
Ellos no querían muchas preguntas, de nadie, ni siquiera mías, que agitaran la custodiada calma familiar, así que me alejaban de un plumazo de los entornos amenazantes.
Y funcionaba a la perfección, a juzgar por el resultado.
Mi papa se encargaba automáticamente de verificar el tamaño de la fuga, si existía alguna y volvía a repetirme por enésima vez el chequeo de la información “ventilada”.
-¿Y qué carajo preguntan esos?... - Me preguntan donde vivíamos antes...de que trabajas... - Pero yo no te dije lo que les tenés que decir... ¿les dijiste que era militar? - No. Hernán sabe solamente, ya te conté. - Yo te dije que les digas que vendo autos...en el centro...y punto.
Me recordaba una vez más lo de su profesión ficticia de vendedor de automóviles, esa que debía defender a rajatabla como si fuese cierta y que lo amparaba del colosal desfile de autos “oficiales” que transitaban mi casa, pues la mentira y la “doble vida” eran componentes vitales de la estrategia para alejar a los enemigos y al peligro certeramente.
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Transitaba un monólogo espeso relatando que para algunas personas los militares, como él, eran objetivos de odio y problemas, por lo tanto debíamos prevenirnos de tal posibilidad simplemente manteniendo la “boca cerrada”.
“El silencio es salud”, dirían en aquellos momentos, mientras enterraban generaciones enteras en la neblina del desconocimiento y la falta de diálogo, en la incomunicación familiar, o en la muerte misma.
De un modo directamente proporcional comencé a descifrar que conservar el silencio siempre me garantizaba un rincón de seguridad, conocida, y por el contrario, las palabras me relacionaban con los hechos y finalmente me convertía en esclavos de las mismas. Dicen que la mente olvida y el papel no. La nada les ahorra el trabajo a ambos. El silencio y la nada son la misma cosa.
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VI
Con el tiempo, siendo ya un adolescente, supe que durante la dictadura, en Monte Grande los militares tenían una especial preocupación al haber perdido los padrones electorales en manos de los “feroces Montoneros”, tal como me relatara una vez un viejo hombre, quien había participado en las
fuerzas policiales que reprimían
ilegalmente y que se desempeñaba en ese particular momento que lo conocí como empleado de seguridad privada; a quien experimenté algo alcoholizado
y
“envalentonado”, en una fiesta, y que confiado en mi supuesta filiación castrense, me narró extensamente las atrocidades que supo cometer y compartir.
- Mirá pibe...yo te voy a contar lo que eran esos hijos de puta....eran como fantasmas, siempre al acecho... Nosotros igual les dábamos sin asco...andábamos recorriendo en el auto y levantábamos gente todo el tiempo, y si no eran “pesados” igual los hacíamos boleta...
Una vuelta, ahí en Bvd. Buenos Aires, donde esta el supermercado matamos un grupo bien grande de estos hijos de puta...mas de veinte recuerdo...todavía están los balazos en las
paredes...Esos hijos de puta habían conseguido los padrones
electorales...nos iban volar a todos por los aires, en nuestras casas...tu viejo te debe haber contado....
- Mmmm, si, algo...yo tengo entendido que fue una guerra muy despiadada para ambos bandos... - Eran muy escurridizos los zurditos, una vez llevamos a tres tipos detrás del frigorífico como solíamos hacer, ¿viste?
Siempre lo mismo, luego de sacarles sus documentos de identidad, los hacíamos caminar unos metros, los fusilábamos por la espalda y a otra cosa, mariposa.
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Pero un jodido de estos salió corriendo tan rápido que ni siquiera pudimos herirlo...corrió como un perro y... ¡se nos escapó!...increíblemente se nos escapó el hijo de puta....se subió al ferrocarril Roca y no lo pudimos manotear...ni ahí ni en ninguna estación... la puta que eran jodidos estos subversivos...
Esa fue mi primera aproximación a la “violencia impune” desplegada por las fuerzas militares y me negaba a creer que mi viejo hubiera tenido algún tipo de implicancia en todo ese accionar dantesco, del cuál nunca nadie me había hablado. Luego aprendí que los líderes Montoneros tenían raíces y orígenes fachistas. ¿Zurditos...fachos? Violencia al fin.
“¿También vos sos una subversiva hija de puta? ...Vos no mereces saber...Sos una subversiva de mierda... ¿No querías un hijo?....ahi está...ahora no me rompas las pelotas con boludeces.... ¿Qué mierda querés saber vos?... ¿qué carajo te importa la madre?....no digas boludeces. Si Javier se entera...yo me pego un tiro....vos sabés que no lo voy a poder mirar en la cara nunca mas...”
Filoso como un diestro mandoble, le arrebataba al aire su alma en delgadas láminas.
Una discusión reiterada, soslayada, con el mismo final siempre cubriéndolo todo de complicidad silenciosa. Esa que expresaba el facilismo de no saber que hacer o de no considerarse capaz de hacer algo, según mi mamá.
Esa que en realidad fue la táctica preferida de ella desde antaño, basada en grandes dosis de nula autoestima y una difícil historia personal, que le sirvieron repetidamente el mas perfeccionado atuendo de víctima, sumisa y jadeante hasta el final.
Si hubiera estado presente o hubiera percibido
de alguna forma estas repetidas
disputas no habrían pasado mas de veinte años hasta contarles todo esto y
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probablemente estaríamos recorriendo otra historia , quizás igual de dolorosa en su esencia pero sin tanta burla irónica a la inteligencia humana, sin tanto montaje, sin tanto show.
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VII
Yo también había aprendido a tener una doble vida, antes de los seis años.
Entrenado en la difícil propuesta de vivir en subordinación y valor permanentes, también me había convertido en un maestro del camuflaje.
Podía alterar magistralmente mi imagen e incluso inducir a los demás a ver lo que yo pretendía sin ninguna dificultad y de un modo extremadamente calculador y manipulador.
Y debía ser literalmente un maestro de la improvisación en algunos momentos para sortear el intrincado laberinto, puesto que mi “vida encubierta” requería de los máximos esfuerzos posibles para seguir siéndolo.
¿O piensan que es fácil la vida de un chico de seis años que se reconoce íntimamente como un extraterrestre?
Yo tenía elaborada mis conclusiones. Miraba las estrellas manifestando un particular vínculo y desconociendo la Tierra como mi hogar natural, con la sensación de estar de paso, como un turista, pero adaptado a un mundo de convenciones introducidas en múltiples cajas, algunas más grandes, provistas para dar refugio del clima y otras más pequeñas, con ruedas en las esquinas, utilizadas para trasladarse, o más grandes y con posibilidades de recorrer los cielos.
Sumado a esto, las evidencias de mi documento extraño, las lejanas edades de mis padres, de escasas posibilidades biológicas legítimas de engendrar y un torbellino de imágenes y sueños relacionados me castigaban sin tregua. Para ese momento, una extraña mancha en mi brazo izquierdo me permitió recorrer el Hospital Aeronáutico Central buscando respuestas imposibles de hallar en la ciencia pero no para mi mente en ebullición constante.
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Todo se relacionaba, en algún punto, con la certeza de provenir de otro mundo, de sentirme alienígena y como evitar ser descubierto.
Con esta condición “distintiva”, no era sorprendente para mí transitar los distintos niveles de educación sin ningún esfuerzo y apenas prestando atención, o ganarle al ajedrez al adulto o niño que osara sentarse enfrente mío mientras devoraba con suma dedicación un plato con galletitas.
A mi entender, “sorprendente” era ser extraterrestre, no inteligente como me decían ser y aunque provechoso en principio esto generaba una exposición bastante grande, y algo incómoda a mis propias labores de “inteligencia” y camuflaje.
Luego supe que estas pesadillas o sensaciones anormales eran en realidad habituales en los casos de niños apropiados, y para mi infortunio, extremadamente recurrentes.
Imprevistamente, en mis sueños, abro los ojos y me encuentro en algo que semeja un habitáculo dentro de una variedad difusa de alguna dependencia militar, con extrema seguridad reflejada en muros y techos.
Es un cuarto claro, con mucha luz y con cierto aire de institución neuro-psiquiátrica.
Recuerdo que mi movilidad esta reducida de alguna manera, desconociendo actualmente las causas “físicas”, si existían, o si se debía a los caprichos oníricos puntualmente pero evoco que este hecho potenciaba mi oído en una agudeza de anormal percepción, aún para mi ser alienígeno.
Súbitamente alcanzo a reconocer ruidos familiares, pisadas acercándose desde un destino incierto.
Son botas, decenas, multiplicándose hasta formar un compás agobiante de pisadas firmes y decididas.
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“Ahora me vienen a buscar”, pienso en ese momento mientras me interrumpe un chasquido metálico importante.
Un mecanismo abre la única puerta de mi habitación-celda y mis ojos atónitos contemplan la escena.
Allí dispuestos están ellos, los militares en fila, con sus rangos etiquetados y las miradas ausentes siguiendo el libreto de la obediencia debida.
Uno solo, el del medio, baja la cabeza comprendiendo que enfrente se encuentra un niño de seis años apenas. El resto continua observando un matiz indefinido de la nada emergente en la punta de sus narices, aguardando proceder al traslado correspondiente.
Esa era la sensación más extraña y repetida de modo visceral en estos sueños.
Interiormente sentía que los militares me iban a venir a buscar algún día indeterminado y esa imagen persecutoria se calcaba con fidelidad milimétrica, en cada copia.
Era imposible escapar siendo un niño indefenso, prisionero de aquel rumbo ignoto que me esperaba atravesando la salida de mi cautiverio de luces blancas y cámaras sensoras.
Por eso transitaba mi vida extraterrestre de la misma manera que aquel camino rodeado de militares, caminando ciego un paraje solitario, aguardando la hora de que llegara el final del experimento, con la única recompensa de las “vacías” adulaciones humanas, que por frugales momentos disfrutaba.
Claramente para mí el regocijo no era mas que aquel que radicaba en el feliz engaño, de haber simulado perfectamente “ser un mortal humano”, no habiendo dejado
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ninguna duda al respecto a los demás, mas que el que yo entendía como lógico desempeño de un alienígena enmascarado.
Hoy puedo asegurar que esta situación realmente disparó muchísimo mi ego, siendo niño, casi hasta el espacio de donde parecía provenir, pero felizmente funcionó como un hábil mecanismo de protección mental para enmendar las dudas acerca de mi origen.
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VIII Enseguida encontré mi alianza con la ciencia ficción, que esbozaba intentos desde hacía años por contar una novela de mundos lejanos, similares al mío, como única y de alguna manera nostálgica referencia visible a una historia desconocida.
Mágica e íntimamente conecté con los “huérfanos del universo”, como los llamo hoy, con vidas fortuitas de pasados inciertos, oscurecidos por las lúgubres sombras de la guerra y la muerte, que las trilogías del espacio y los famosos superhéroes representaban por esos tiempos.
De todos estos alienígenas donde reflejaba al mío propio, había encontrado uno que se revelaba como una especie de señal en el camino, un referente indiscutido a la hora de transitar una vida en esta tierra de humanos, donde el Sol lo hacía poderoso, diferente, superdotado.
Superman. Una imagen muy poderosa desde cualquier perspectiva donde se lo mire. Sin embargo lo que me atrapaba superlativamente era su inteligencia, no esa que le permitía atravesar las situaciones más peligrosas y vencer a sus enemigos, sino la que lo mantenía día a día de incógnito por la vida.
Era tan sarcástico ver como se mofaba de todos los seres humanos, disfrazándose con apenas unos anteojos y mostrándoles lo que patéticamente pensaba de ellos en esa imagen desvalida y temblorosa que reflejaba su alter ego.
Una actuación perfecta, redonda por donde se la mire. Superman representaba un perfecto idiota todos los días de la semana y nadie percibía que detrás de esas gafas se encontraba el hombre súper poderoso que todos ansiaban ser.
Y en esa burla histriónica diaria se vislumbraba además el mayor de sus temores y el de todos los demás alienígenas sin importar su origen, el miedo a ser descubierto.
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Sin importar la popularidad, los poderes o el grado de beneficio a la humanidad generado ningún extraterrestre quiere revelarse como tal. Que todos sepan que es un bicho raro.
Así era como me sentía, y de esta forma, ocultándolo, encontraba respiro a la metamorfosis constante.
Así lograba dejar mi mundo paralelo y volver a este de apariencias formalizadas y guiones perversos. Por lo tanto, me calcé mis gafas orgullosamente y decidí simplemente esperar a que llegara el día y a confiar que posiblemente si tenía tiempo, lograría desarrollar algunos poderes especiales que me permitirían sortear ese momento decisivo al final del camino.
Menos mal que no llegó ese temido final, la vez que me llevaron al hospital Aeronáutico para estudiar la piel de mi brazo, repleta de manchas como si de un extraño anfibio se tratara.
Un edificio grande pero austero, donde el silencio predominaba los pasillos y las salas.
Subidas, idas y venidas por los distintos pabellones. Múltiples estudios esperándome y yo esperándolos a ellos como una “hora señalada”.
Los delantales circulaban a mí alrededor dejando alguna opinión o una simple cara de asombro.
Los contemplaba desahuciado de pensar que nunca habían visto algo
parecido y que por eso no tenían respuestas claras para informar, ni siquiera tenían la mínima experiencia en biología extraterrestre que era requerida.
Cuando me extirparon un pedacito para realizar lo que se denomina biopsia pensé que mi destino estaba escrito, tal como lo había visto multiplicarse oníricamente.
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Por eso no me sorprendí de haber salido silenciosamente de aquel nosocomio, sin respuestas y con la reserva acostumbrada.
Siendo muy chico para manejar conceptos tan complejos y en investigación secreta, como los hoy relacionados al descubrimiento ADN, de algún modo entendía cierta analogía con esto en el hecho que me habían extraído parte de mi piel para examinarla y compararla de acuerdo a los parámetros humanos conocidos.
Evidentemente, y de alguna manera intuía que en algún momento iba a llegar a un trance de este tipo, de determinaciones químicas y microscópicas. Ese era el conocido final de la tortuosa senda.
- ¿Pa...Qué es lo que tengo? -Nada. Por ahí...un poco sucio nomás...
Ironizó mi viejo, de rutina, casi sonriendo y poniéndole un candado al asunto.
Él, sin dudas, ostentaba el cinturón de campeón argentino de lo irónico, de lo misterioso, y de lo debido o adecuado.
Mientras desandábamos el frío camino de vuelta, con el chofer al volante secundado por mi papá y mi mamá a mi lado, en la parte posterior del vehículo asignado, el mutismo complotaba con el pensamiento perturbador de haber expuesto la biología íntima a las pruebas reveladoras y colgaba como una espada de Damocles, justo enfrente de mí. “Ya está. Se acabó.”
Ahora, si no lo sabían aún, era imposible pensar que toda esa movida médica no acusara mi naturaleza extraña.
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Como expresé anteriormente, la situación de aún no conocer las técnicas de determinación molecular que hoy están relacionadas con el ADN, no me alejaba del irremediable escenario donde el mundo se enteraría de la noticia de mis genes extraños.
Mi preocupación fundamental era la circunstancia que dentro de él habitaban precisamente mis “viejos”, a quienes la crónica seguramente les llegaría volando a velocidad supersónica, aunque por otra parte, de algún modo sentía que no existía lugar para el asombro, en ellos, que de antemano
los sentía “cómplices” en ese
experimento.
Buscando la colaboración necesaria, unas alas de conocida reserva me envolvieron gustosas.
Mi experiencia me decía que si abría el grifo del olvido, inundaría todo sin dejar rastros.
Y nuevamente funcionó, con los días pasando pesadamente y ni siquiera una agonizante palabra relacionada asomando una bandera blanca.
No se volvió a hablar del tema, como de muchos otros. Fue silenciado de un balazo experto para el alivio general en esa casa custodiada.
“Están de mi lado, o por lo menos, parece que no les molesto.”
Acepté la participación activa de mis padres en el mantenimiento de lo que suponía era una gran mentira.
Honestamente pensaba que tenía aliados en esos dos seres de edad mayor y evidentes ganas de tener un hijo propio, que por eso aceptaban inmutables mi naturaleza
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extraña, encontrando coincidencias con el proceder de la familia Kent, padres adoptivos del niño de Krypton.
No obstante, sintiendo todo eso tan claro, no podía enfrentar la situación de hablarlo racionalmente con ellos, de firmar el implícito tratado.
“Lo saben...yo lo sé...y sé que lo saben...”
Era una situación imaginada, casi impensable, motorizada por enormes ganas de obtener certezas, de ponerle palabras a algunas cosas. Y de repente surgía una y otra vez la complicidad del silencio, ofreciendo la conocida salvación de seguir un carril desapercibido.
Veía en esto la usual estratagema, la clara y preferida elección de mis padres, al no promover ningún acercamiento y me amparaba de exponerme a develar una idea que me podía hacer que me juzgaran como a un “loquito de la guerra”, manteniéndome sigiloso a la espera de que ellos quebraran ese “arreglado” silencio.
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IX
Con todo, pasaron los días y los meses y de lo sucedido no se esbozó un solo recuerdo ahogado...ni una respuesta, ni el menor comentario.
Percibía que cualquier acercamiento o comentario de mi parte que no estuviera contemplado por la medicina general devenía infaliblemente en la psiquiatría bajo el umbral de la “locura”
Entonces decidí yo mismo buscar algunas revelaciones y comencé a mirarlos “bajo lupa”, muy de cerca, a vigilarlos propiamente y de una forma trabajosa, para enorgullecer a cualquier agencia de espionaje que se precie de serlo.
Hasta que un día, desde mi escondite contemple con dolor algo que me atemorizó como una voraz tarántula de un metro ochenta.
La imagen contradictoria revelaba a mi papá, el tipo más recio del planeta llorando como un niño pequeño perdido en el bosque, en el reparador seno materno de una forma inexplicable, inaudita.
- No le puedo decir que lo quiero.... - No te mortifiques... - Es que no puedo....
Hablaban de mí y de la imposibilidad de ese hombre casi omnipotente de expresar sus sentimientos amorosos conmigo.
O por lo menos eso era lo que yo entendí. Y que cerraba el círculo ante esa imagen dura de mi viejo, lejana de tratos amorosos y palabras dulces.
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Aunque lo sentí “natural” en cierta forma debido al temperamento espartano que ostentaba, fue un filoso corte en las entrañas que dolorido oculté con gran animosidad en lo profundo, insondable, de la mente.
No obstante, una idea reclamante se formó clara en mi cabeza y apuntaba hacia mis padres sabiendo que “existía algo importante que debíamos hablar antes que murieran”, algo que no me animaba a decir ni a preguntar, pero que entrañablemente me acompañaría por muchos años.
Tanta era la protección que les brindaba a mis viejos para no desenmascararlos en sus actos ruines que había elegido el momento final de sus vidas para aclarar estas incertidumbres que cuando niño llegaron a ser sobrenaturales, como dándoles la tregua que ellos pretendían hasta el fin, para que luego no hubiera lugar ni tiempo para reproches por sus daños y farsas.
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X
Repaso hoy los últimos años de mi viejo, desenfundando y mostrándome para mi admiración un revolver brasilero, Rossi calibre .38 que había adquirido en el año ’92 y que años después se transformaría en su herencia, integrándose honoríficamente a mi pequeña pero mimada colección de armas.
La pieza insólita y desagradable por otra parte, surgió el año pasado, cuando encontré los documentos de este artefacto y con ellos el desconcierto de saberme engañado una vez más, al datar la fecha originaria de 1972 y desconociendo la forma en que se había utilizado por más de veinte años.
De igual modo, me convenció para que aprendiera a manejar, indudablemente, en un Falcon. Pero no en uno cualquiera, de los tantos que solíamos utilizar sino en un Falcon propio, amarillo patito, y del mismo año de mi nacimiento, que por su accionar obstinado había clavado anclas en el garage de mi casa.
- ¿De donde lo sacaste? - ¿Les gusta?...se lo compré a un comodoro...está nuevo. - Es viejo. Y es horrible, además. - Es modelo ’76...pero estuvo mucho tiempo guardado...lo tenía casi sin usar y además le hicieron todo nuevo, el motor tiene muy pocos kilómetros. - ¿Amarillo? - La pintura también es nueva, y el techo vinílico se lo agregaron, porque no le corresponde al modelo...este es estándar... - Es horrible... ¿y el Peugeot? - Lo voy a vender, si apenas lo uso... ¿o no ven que siempre ando en coches del trabajo?...Para que lo quiero. En cambio este te puede quedar a vos, para que aprendas... - ¿Ese armatoste?
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- Es mucho más seguro que te pegues las dos primeras piñas, que seguramente te vas a pegar manejando, con este...con un Falcon.
El Falcon, que me sería legado luego, había tenido un pasado oscuro, represivo, que pacientemente se encargaron de borrar las manos modificadoras y que yo, desconociéndolo íntegramente, al punto de ni siquiera sospecharlo, conducía inconscientemente, apartado de la señal que a mi historia parecía alumbrar, brillando desde su tablero de impunidad morbosa.
Cinco meses después de que muriera mi viejo, y aún desconociendo su conexión con los fatídicos móviles del Proceso, me desprendí aliviado de ese pesado cargamento de la Fuerza Aérea por una generosa cantidad de billetes estadounidenses.
Estas son algunas de las razones que me llevaron a presentir que había llegado el gran sinceramiento que mi viejo necesitaba conmigo cuando, ya muy enfermo para sus sesenta y siete años, y en el umbral del hado se sentó a conversar inusualmente conmigo sobre el futuro de la familia y ciertas cosas relacionadas con una despedida.
Espontáneamente sentí que había llegado el momento de la verdad y solo temí angustiado.
Claro que no fue así, y si bien mi viejo mostró un interés y una conexión inusitada conmigo esa noche, no tuvo el valor para de una vez por todas, poner las cartas sobre la mesa y se contentó con solamente elegir asesorarme financieramente sobre los pasos a seguir por la familia, que prontamente yo encabezaría ante su ausencia física.
Y así se murió delante de mí, coherentemente con su plan de ocultamiento y cobardía, una mañana, en Enero del ’95.
Lloré muchísimo, todo lo que había ahorrado y tanto como era posible, durante varios días.
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En seguida de comprobar la magnitud del dolor, de la pérdida, supuse que mi coraza estaba nuevamente reparada y sin encontrar luego, desgracia comparable, simplemente me limité a cerrar la válvula de las numerosas lágrimas caídas, para mantenerme estoico y reacio a derramarlas, nuevamente, por mas de diez años.
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XI Hoy llegué a la conclusión que mi viejo no me podía decir que me quería, sencillamente porque no lo sentía.
Yo era la mayor ironía de su irónica vida.
El “botín de guerra” que yo había representado para él en algún momento, a diferencia de un animal ajeno consumido a las brasas, traía consigo complicaciones fuera de su plan de conciliación hogareña a partir de la llegada de un bebé.
Las fantasías perversas de mi viejo habían convertido a ese hijo apropiado que escondía en un mar de falsedades, en un personaje temible e insurrecto, por mera cuestión de relación sanguínea. Como si existiera una sangre “propiamente” subversiva y endémica.
Yo representaba al hijo cautivo de “su” enemigo, al que había traído a casa engañado, con la nefasta consecuencia que descubrirlo anticipadamente podía traerle la furia de mi accionar vengativo al respecto.
Esta era la causa primordial del recelo y el desamor paterno. Inclusive pude sentir dolorosamente como el mayor desprecio al que fui sometido, aquel suministrado por mi abuelo paterno, más allá de su avaricia gallega, de posguerra y la diferenciación que observaba en el trato con sus nietos, estaba ligado a su reprobación por mi existencia dentro de la familia.
Igualmente durante mi infancia, recorría entre todo el arsenal de juguetes y entretenimiento que mi papa me proveía, sobrepasando mi propia conciencia y exigencias, hasta extraer mi valioso traje de Superman, y aunque me faltaban los superpoderes conocidos los reemplazaba con una imaginación sin límites que me
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mantenía fortalecido, colmado de armaduras provechosas pero por desgracia, invariablemente solitario.
Y lógicamente, también tenía mi Kriptonita.
Esa limitación única y misteriosa que dejaba al hombre más poderoso del universo en un estado de debilidad extrema, por el solo hecho de provenir de su antiguo y lejano mundo.
Pequeños asteroides cargados de radiación y de recuerdos, enigmáticos. Una roca era suficiente para cubrirlo de fragilidad humana, de mortalidad.
Tenía cerca de cuatro años y la curiosidad “in crescendo”, vertiginosamente.
Salí en dirección al “cuartito del fondo” entre juegos y búsquedas inocentes que matizaban mis tardes de aburrimiento.
Entre la maraña de objetos y artilugios dispuestos, me acerqué a un mueble construido para alojar las herramientas, debajo de la mesada de mármol gris en una esquina y próximo a un viejo horno desvencijado que prometía atesorar preciados elementos.
Comencé abriendo algunas puertitas y moviendo ciertas maderas hasta que perdí el aliento, de un mudo tajo, guillotinado.
El horror se apoderó de mí por primera vez en la vida, descarado. Súbitamente, una araña, la primera que recuerdo haber visto y la más horripilante, apareció desafiante, desplegando enormes pelos y patas ante mis azorados ojos.
Mi respuesta fue inmediata, instintiva y reveladora, aunque en ese momento solo me aportaría la información de mi nacida “aracnofobia”.
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Solo grité. Tanto y tan fuerte como pude. Tanto que congelé el tiempo por décadas.
Sentía que no pararía mas de gritar, por más que explotaran mis pulmones o acaso mi garganta de niño.
Pareció una eternidad hasta que sentí una mano salvadora, por detrás que había llegado a rescatarme del trance horroroso. Era mi abuelo materno, un ángel propiamente, a lo largo de su vida, quien venía siguiendo el rastro de mi brutal alarido en pos de un solo pedido desgarrador.
-¡Mamáaaa...papáaaa!
Inmediatamente me emponzoñó el terror por ese particular monstruo de grandes y temibles patas y deseché cualquier intento de continuar mi búsqueda, a partir de ese momento, y por muchísimos años, de lo que me intrigaba dentro del desordenado desván.
Aprendí a ahuyentarme de investigar lo oculto, lo sombrío, aquello que tuviera que remover con dificultad, costosamente, y renuncié a “revolver la mierda” ante la amenaza de cualquier otra maligna aparición.
Considero hoy que esa fue mi fórmula siendo todavía un niño, de aceptar abandonar prontamente
la
investigación
de
acontecimientos
que
sentía
íntimamente
perturbadores ante el sólito miedo de confrontar con una historia sistemáticamente transferida e inculcada.
Tal como había concluido mi etapa de espionaje a mis padres, el recelo de toparme con una monstruosidad me alejó raudamente de toda búsqueda.
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Casi diez años después retomé mi exploración de esa lúgubre habitación, descubriendo para mi sorpresa y desencanto que solo dos desconocidas y ajadas revistas eran el valioso cargamento que suponía encontrar dentro de la desvencijada cocina.
La edición veintiuno del “Ratón de Occidente”, correspondiente a 1976 y “Satiricón” de 1974 eran los únicos sobrevivientes hallados por mí ahí dentro, cubiertos por una montaña de tierra y telas de araña y atacados por mortíferas polillas.
No me parecieron revistas “familiares”, como las que habitualmente recibíamos y casi podía asegurar que no eran de mi viejo, dado el descuido y abandono con que se encontraban, escondidas. De alguna forma, el antiguo horno tenía una carga ciertamente insolente y “misteriosa”.
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XII
- Vos tenés una tendencia natural a la ilegalidad...Tengo miedo por vos...
De esa manera mi papá me juzgaría irrevocablemente ante mis travesuras, algunos años después, dejando brotar la locura conciente.
Hoy veo como en verdad para él yo era básicamente “trucho”, “zurdo” como solía decir, conociendo las irregularidades de mi origen y como este contexto me convertiría invariablemente en el enemigo algún día.
- Las cosas se hacen por derecha, como corresponde, o ilegalmente, por zurda...
Esa tendencia natural que su fantasía me imponía por tener “sangre subversiva” y que únicamente revelaba lo siniestro de sus pensamientos y su accionar “adecuado”.
Porque la única ilegalidad que existía naturalmente en mi vida desde el comienzo, era el delito en mi inscripción falseada y carente de validez que no obstante mis padres supieron efectivamente sortear.
- Son unos hijos de puta... - ¿Quiénes? - Los del Registro Civil que fui hoy...no lo anotaron esos pelotudos...están locos....no se que mierda piensan esos...mañana lo anoto en el lugar donde me inscribieron a mi, y a otra cosa.... - ¿Podrás hacerlo? - Voy a hablar con alguien, que pueda hacer algo...
Lógicamente me anotó del modo que había establecido y obtuvo el visto bueno del Estado argentino para aceptar impunemente otra de las atrocidades de turno, ya que además de bienes también se robaban personas.
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Es aborrecible analizar como los sistemas creados por los seres humanos son grandes adeptos a la falsedad, y cuentan con una amplia variedad de perspectivas, ante un hecho identificablemente repudiado por todos los habitantes y credos existentes, como las guerras y sus consecuencias.
Es tan simple como considerar que si das muerte a una persona en la esquina, te convertís invariablemente en un asesino. En idéntica situación, aunque dado que la convención social indique lo contrario, enmarcando un escenario bélico, quizá te tilden de héroe y hasta dispongan entregarte una medalla por la acción “guerrera”. O varias, si tu saña lo amerita. En el caso de eliminar a cincuenta mil podrás llegar a ser visto por los historiadores de turno como un gran conquistador.
-Pa, ¿y yo a quién me parezco? -Mira tenés el mentón igualito al mío, lo mismo el lóbulo de la oreja...igual de chiquito eras “medio chinito” y yo le dije a tu mamá que te cambiáramos por otro porque se habían equivocado y no eras el nuestro, pero ella dice que tenés su boca y su cara...y lo mismo dijo Marina después de gritar: Machito!
- ¿Y porqué me pusieron Carlos Javier? - Bueno, en realidad esperábamos una nena, y te íbamos a llamar Carolina. Cuando naciste tuvimos que cambiar de planes y surgió el nombre “Javier”, por una famosa zamba de Anzuátegui que nos gustó mucho en aquellos tiempos. “Carlos” te lo agregamos ante el apuro de inscribirte, porque pasaban los días y seguíamos sin encontrar otro que combinará mejor...Además es mi nombre también.
Lo que alcanzaba comprender es que si por un lado me habían relatado todos los inconvenientes y dolorosos tratamientos que sortearon durante casi diez años para tener un hijo, era muy llamativo no haber preparado una mínima selección de nombres probables y así evitar caer en el azar o el facilismo.
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Hoy dejé de verlo como una simple incongruencia, al saber que mi aparición fue tan repentina y diversa del “cargamento femenino” esperado por ellos que ni siquiera lograron esmerarse en la inventiva de mi gracia. Justamente de esto se trata mi vida actualmente. De reinvención y reconstrucción permanente, de recodificación y reelaboración de cada evento que recuerdo a mi alcance y su real interpretación.
Fueron casi treinta años los que funcionó perfectamente y casi sin fisuras el “Truman Show” de la obra de mi vida. Una teatral eternidad en cartelera para cualquier espectáculo del mundo, hasta el más exitoso.
Yo, simplemente observaba. Siempre existe una parte que es el observador, constante, infatigable, que sin importar lo que pase, él observa todo a su alcance.
Nos observa a nosotros, a nuestro entorno, sin importarle la felicidad o la tristeza o siquiera si vivimos o dejamos de hacerlo. Solo tiene la función de observar, de estar ahí, al costado, juzgando si realmente valemos la pena. Desde allí simplemente, veía mi vida.
Renunciaba al hecho que aquellos fantasmas alienígenos de mi infancia y algunas esporádicas discusiones fuera de contexto, con mis eventuales parejas hicieran mella en la hábil estructura montada y protegida por el pacto de silencio.
Yo me concebía, signado por la “tendencia natural a la ilegalidad” que desde la adolescencia me acompañaba por obra paterna, como un caso normal de “hijo rebelde de padre militar” y me había apartado de cualquier posible conexión a otro pasado desconocido, que alterara mi orden establecido.
Considero esta “vida de farsa” como el mayor daño que me ha proporcionado mi familia “adoptiva”, al hacerme sentir su falta de interés o inclusive amor hacia mi, para
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decidir que yo transitara un camino de tinieblas, ocultándome con ahínco la senda para encontrar la preciosa verdad, que por otro lado se convirtió en mi opción constante a partir del descubrimiento de tanta mentira vivida.
En mi notorio y persecutorio sentimiento de soledad puedo agregar, honestamente, que la posibilidad de abundar sufrimiento me alejó siempre de mirar con atención, de desmenuzarlo. El camino de la verdad requiere extrema dureza y soledad, para ver hasta donde el alma quiere llegar.
Repaso una discusión de platos rotos, que tuve con la madre de mis hijas, cuando todavía estábamos casados y que indudablemente aceleró los tiempos de esa separación, en ocasión de llegar tarde a la cena y que impensadamente se convirtió en una punzante incoherencia de prolijos manteles.
- No tenés ni idea de lo que decís....no me estas escuchando... no tenés idea de nada... - ¿Vos decís que yo no tengo idea de nada?...justo vos me lo decís...si vos ni siquiera tenés idea de quien sos hijo... ¿o lo sabes?...no me vas a decir que pensás que sos hijo de tus viejos...vamos.... - ¿De qué me estás hablando? - Lo que te dije.... ¿o viste alguna vez una foto de tu vieja embarazada?...
Fue un ataque despiadado, certero y sorpresivo. Repentinamente sentí el efecto desconocido de estas palabras hirientes y cargadas de ingratitud, a mí y a mi universo concebido. Recordé inmediatamente la “crueldad de los niños” que me señalaba por tener un padre viejo y demás “desprolijidades” relacionadas a mi origen.
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XIII
No obstante, la verdad luminosa no iba a llegar por el camino de las palabras y creo que de algún modo esto se debe a que no estaba preparado para aceptar ese discurso y lo iba a negar por siempre.
- Gordo, quiero que sepas que cuando necesites averiguar más acerca de tu historia yo voy a estar apoyándote... - Mirá Ine, te agradezco de corazón lo que me decís pero no creo estar interesado en averiguar nada...en serio... ¿o ahora vas a saber mejor que yo, quién es de mi “sangre”?
Me había acercado a la existencia inapelable de “componentes raros o misteriosos, que explotaban como bombas” en mi historia y esta vez, el proceso había surgido desde la mujer que probablemente más me haya amado, de quien desmenucé y aprendí el significado profundo de este sentimiento, casi llegando al borde del sacrificio, y que pese a esto no vacilé en abandonar sin miramientos, como una “vulgar traidora”, para alejarme a un lugar seguro y conocido, trocando sufrimientos erróneamente. Simplemente no quería sentirme así, al
desconfiar de mis padres y decidí
encomendarle ese rol.
Algunos días después, otra mujer iba a terminar de abrirme los ojos o mejor dicho, a darme la posibilidad de comenzar a abrirlos.
Mi vieja fue, impensadamente para ella, la encargada de develar el brutal engaño, golpeándome con odio desconocido.
Y fue básicamente a partir de una “mirada”, irrepetible por lo cruel e inolvidable por lo indicadora, que me di cuenta que yo no era hijo suyo.
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Esa ojeada que me hizo cargada de desconfianza me alertó invariablemente de la situación, y rápidamente sentí el desmoronamiento próximo.
- Yo no se que mierda te pasa...no se por que estas tan desconfiada conmigo....pero lo que si se es que me acabas de mirar de una forma que me dice que no soy tu hijo...y te lo digo así de claro porque yo tengo hijas y conozco perfectamente del modo en que las miro y de la manera en que nunca las miraría...tal como me miraste vos recién.... - ¿Qué decís? - De repente tengo esta sensación de que no soy hijo de ustedes...es muy fuerte....mejor contame que esta pasando porque igual de alguna manera lo voy a averiguar... La descomunal sorpresa de mi mamá la dejo sin palabras y solo atinó a dar media vuelta y encerrarse en su habitación de un movimiento tan rápido que hasta se veía desafiante para la enfermedad que la aqueja.
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XIV
Seguidamente tomé el teléfono dispuesto a aclarar el panorama con quien yo sabía encontraría un nivel de honestidad cercano al mío, y me permitiría conocer ciertamente que era todo eso que estaba sintiendo por dentro.
Llamé a mi tía Mariel, la mujer del fallecido hermano de mi papá, una persona que yo conocía de personalidad tan directa y espontánea al punto de mandarme a cagar, sin vueltas, si acaso me encontraba planteando fantasías alocadas a las once y media de la noche.
- Hola Tia, ¿cómo estas? - ¿Qué haces Javier? Justo estaba al lado del teléfono y lo sentí, pensé que era Leti... - Mirá tía, hay algo que me suena raro acá en casa y te llamo a vos para que me expliques que pasa...mi vieja esta limada, ya lo sabés....pero recién se fue al carajo y me miró de una manera que me hizo sentir que no soy el hijo de ella...te lo digo de verdad, acá hay algo raro... -...no te alteres Javier... ¿hablaste ya con tu mamá? - Como me pedís que no me altere cuando mi vieja no me dice nada y me mira como a un desconocido... -...
En ese momento me di cuenta que la había dejado zozobrando, entre las cuerdas, a punto de vomitar verdades y dejé seguir un poco mas la conversación para darle aire a ella, por compasión, antes de sacar la estocada mortal a la farsa.
- A ver, tía, vos sabes que yo tengo dos hijas, ¿no?...Okey, yo se perfectamente de la manera que jamás las miraría y que es justamente como recién mi vieja lo hizo conmigo...tía, yo te considero una mujer honesta y te pido que si tenés algo para decirme, por favor lo hagas ahora.
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- ...esta bien, porque mejor no venís mañana por la tarde a casa así charlamos...por favor no te alteres te pido...y tratá de hablar con tu mamá.... - ¿Qué querés que hablé con ella si me cortó la cara?...Mañana nos vemos.
Apenas colgué el teléfono, reconocí el valor de la verdad por mas triste que fuera y experimenté una sensación de alivio gigante, como si hubiera perdido 30 kilos, de repente.
Tuve una noche larguísima, de llantos y abrazos, acompañado por Carolina, una vieja novia con quien nos encontrábamos reinventando nuestra relación en esos días, y donde solo encontraba lugar para pensar en los pasos que seguían, mientras hilvanaba mentalmente todos los sucesos que como numerosas fichas de dominó comenzaban a abalanzarse sistemáticamente luego de la originaria.
“Nosotros igual te queremos”, decían mis primos entre gemidos, el día siguiente, como buscando sortear las diferencias existentes en la consanguinidad perdida de modo súbito, cerrando el marco mi tía con sus explicaciones temerosas para no aventurarme ni aventurarse a la contradicción con encontradas versiones.
Ella me explicó que a pesar de no querer compartir el silencio impuesto en el tema por mi papá, habían decidido acatarlo, mientras mi tío todavía vivía, con la consigna de evitar mentirme si en algún momento yo me acercaba con preguntas al respecto. Misión cumplida, o mejor dicho, a medias.
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XV
Aquí emprendí el camino de la búsqueda de mi origen, conociendo lugares y gente que nunca pensé que me relacionaría.
Prontamente me hice a la idea que existía una posibilidad muy grande que mi historia se tratara justamente de eso, de aceptar el hecho de no conocerla jamás.
Y transité por muchos intentos familiares de seguir ocultando la verdad, con historias repetidas de madres adolescentes abandonadas y parteras desmemoriadas o simplemente muertas.
Decidí tomar el toro por las astas y confrontar lo que en algún momento fue el bastión de resistencia y apoyo de todo el montaje familiar.
Porque si en algún momento, de pequeño, sentía el azote de las dudas al respecto, las disipaba con las palabras de la “tía” Marina, mi eventual partera, receptora en este mundo y casi pariente por tantos años.
Apenas llegué a visitarla, me di cuenta que solo me esperaban allí un montón de engaños para sumar al caos de mi mente y enfáticos intentos por quitarse responsabilidad, de los actores participantes.
Fue indudable y cruel ver como Marina simulaba mayor envejecimiento y deterioro para excusarse en la imagen de una “pobre viejita” y como su hijo Daniel, quien también se había relacionado conmigo por mas de quince años me saludaba sin rastros de haberme visto alguna vez en la vida.
Igualmente esta idea de “pobre viejita” no tiene real significancia económica dado el altísimo estándar de vida que desplegaba la mujer desde hacía mucho tiempo,
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contando como propios inmuebles muy costosos e inusuales viajes por todo el globo, para una partera barrial.
Ella me acercó lo que posiblemente haya sido el “plan B”, en virtud del descubrimiento.
Me dijo primeramente que no desconfiara de mi papá y que era casi un acto de amor el que ella realizaba acercando niños a padres necesitados, como en mi caso.
Mintió una y otra vez, acerca de la existencia de mis supuestos padres adolescentes y de otra vieja partera, lógicamente difunta, quien había sido la que realmente me había conseguido, ahorrándose la posibilidad de darme a conocer más detalles, salvo el apoyo económico de mi familia para culminar el embarazo. Era un hecho muy fuerte, escuchar a esta mujer pensándose una benefactora, homóloga de la Madre Teresa de Calcuta, por la provechosa acción de vender bebés , directamente mencionándolo como si de encontrarles hogar a unos cachorros se tratara y comentándome cuan sanito era yo al venir al mundo, casi como de “selección”.
- Javier, te voy a contar algo que solo mi hijo Dani sabe y para que veas que clase de persona soy y que no tengo nada que ver con los militares...
Una vez yo estaba siguiendo el embarazo de una mujer, hasta que se hizo el séptimo mes y luego no la volví a ver nunca más, ni siquiera volvió a terminar los controles, lo que me extraño mucho.
Cuando se destapo todo con la vuelta de la democracia, me vinieron a ver de las Abuelas para que yo admitiera que había atendido a esta persona y así ellas podían demostrar que era uno de los chicos que buscaban...me presionaban para que hable.
Y yo le dije a Daniel que iba a hacer algo que posiblemente pondría en riesgo mi vida...porque vos sabes que los militares callaban a cualquiera que pudiera hablar
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en ese tiempo...y firmé para que reconozcan al chiquito...Fue uno de los primeros casos que encontraron las Abuelas...y yo me jugué...
Vos con esto no tenés nada que ver...quedate tranquilo hijito...me apena no saber mas para contarte de tus papás pero como ves ya no hay forma de averiguar ...ha pasado mucho tiempo...y es como te dije...no desconfíes de Carlos.
Al finalizar el espectáculo, salí de su lujosa propiedad abatido por la cantidad de insultos a la inteligencia que había soportado, con dientes apretados y un cuaderno sediento, vacío.
Me sentí burlado, traicionado, me ofusqué por el tiempo perdido y pudorosamente por no haberle roto el cuello, como íntimamente sentía ante un abuso tan descarado de quien solía decir sentirse como mi tía.
Decidí en breves instantes que no había llegado hasta Palomar para escuchar solamente mentiras, e iluminé el camino, proponiendo visitar al antiguo compañero de mi papá en la fuerza, Mingo.
Él y su mujer habían sido amigos de mis papás durante mucho tiempo y según me contaron en casa, inexplicablemente se habían alejado hasta perder esa amistad, en virtud de reiterados celos aparentes que sentían por otra familia allegada, justamente la de Marina.
No obstante, casi al cumplir los trece años vi como ellos se reconciliaban de sus viejas diferencias figuradas y los conocí en su casa, también en Ciudad Jardín, luego de muchísimo tiempo de escuchar hablar de ellos.
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Esta vez, contaba casi treinta.
Se había desplegado un abanico primordial de sucesos, desde aquel conmovedor reencuentro entre ellos.
Apenas estacioné en la puerta de Aviador Franco, tal como recordaba, divisé la silueta de Mingo en la cocina y llamé.
-Hola Mingo...soy Javier... ¿te acordás de mí? - ¿Javier?.... ¿Qué haces querido?...pasá por favor....Betty abrí la puerta que está Javier... el hijo de Carlitos.
Ambos nos dimos cuenta de inmediato al mirarnos, conectando, de las razones de mi visita imprevista.
Del mismo modo que los otros supuestos amigos de mi viejo, Mingo también supo desaparecer incomprensiblemente luego de su muerte, sin dejar más rastros que dos esporádicas conversaciones telefónicas, de oficio, con mi mamá, apenas había enviudado.
Ese día me miró a los ojos y vio los suyos comenzar a lagrimear. Yo me percaté de inmediato, desde mi interior recién endurecido.
- Mingo, ya se todo...recién fui a lo Marina y me mintió como una perra...vine acá pensando que podía encontrar otra cosa... - ¿Qué es lo que sabes, hijo? - Lo de mi papá, que no soy hijo de ellos...ya lo se todo.
Mingo se quebró al instante y entre lágrimas murmuró. - Vos no sabes todo lo que yo lo quería a tu viejo...éramos como hermanos con el gallego...tantos años de amistad...tantas cosas vividas en la Aeronáutica...con él y el
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Nano éramos los Tres Mosqueteros...así nos decían... Y de repente me vino a mentir a mí... ¿vos sabes cómo fue?
- Contame vos... - Mi hermano, pobrecito, se pensó que habían tenido familia...me enteré que mi mejor amigo había sido padre por que a mi hermano se lo contó el pediatra del barrio...me entendés...yo sabía que tu vieja no podía quedar embarazada pero igual me mintió...
Tu viejo no era manso pero la que lo dominaba era tu mamá...por eso se lo llevó de acá, de Ciudad Jardín donde era tan feliz...para huir con la mentira...Se fueron a Monte Grande...antes ella estaba muy deprimida, tomaba muchas pastillas... y tu viejo todo lo hizo por ella...él odiaba vivir en ese pueblo y luego quiso volver.
Yo soy católico, vos lo sabes, al igual que mi mujer y nunca pudimos tolerar esta falsedad enorme así que nos dejaron de lado...yo hablé con tu viejo y le expliqué mis razones para no compartir la mentira...Pero el me dijo que si de alguna manera vos te enterabas se pegaba un tiro y a otra cosa...y que iba yo a hacer... ¿dejar que se matara mi amigo?...
Yo hablé con tu mamá, cuando murió tu viejo, para apoyarla en ese momento si ella deseaba contarte la verdad...pero me sacó cagando...me dijo que nunca mas me acercara a su familia ni siquiera por teléfono...te imaginás el dolor que sentí en ese momento...pero su culpa me hacía ver peligroso a mi también... - Y vos que sabés, ¿cómo me consiguió mi viejo? - Eso nunca me lo contó...no sabría que decirte... - Es que yo me imagino lo peor, ¿me entendés?... - Si, te entiendo...
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Dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre. De repente, distingo la que acaba de cerrarse, rotulada como “vida anterior” y todos los sucesos que cambiaron a partir de esto, de quien era en quien soy.
Me pregunto, ¿dónde está la puerta que acaba de abrirse?
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XVI
Inicié mi tránsito por todos los pasos del proceso investigativo, tal cual lo propone el Estado, transitando altibajos emocionales muy importantes hasta llegar finalmente al misterioso examen de ADN.
-Nosotros no hicimos nada malo...era algo común en ese momento...lo hizo mucha gente. - ¿Escuchas lo que decís? ¿No te das cuenta como me cagaron la vida? - Nosotros no te cagamos... lo hicimos por vos. - Lo hicieron porque querían un hijo...no por mí, por ustedes. Sino me hubieran adoptado como a cualquiera y listo. Pero no, ustedes querían que fuera legítimo... ¿no? Me hubieran dicho que era adoptado y punto... ¿o acaso te olvidas como me quisiste mentir al principio?...que era hijo de una pendeja y no se que mierda mas... ¿o te olvidaste de las mentiras?...Sabían que no iban a poder sostener la historia de la “adolescente embarazada que la había dejado el novio” conmigo...y armaron todo el circo ese... - Estaba muy mal visto en ese momento adoptar...no era tan fácil...queríamos protegerte. - ¿A mí? A ustedes. ¿Nunca pensaste que quizás podría estar interesado en saber la verdad, averiguar quienes fueron mis padres...? Si les hubiera interesado yo o lo que siento acaso, me lo hubieran dicho y así tenía oportunidad de elegir...me entendés el poder mas grande que tengo...igual que vos y que todo el mundo...el de “elección”...y sin embargo eligieron otra cosa, para salvaguardarse Uds. de la cagada que se mandaron conmigo...de eso se querían proteger...alucinaban que yo era un subversivo en potencia y papá tenía miedo que yo me vengara...por eso me mentían... ¿O te olvidás de mi supuesta “tendencia natural a la ilegalidad” y sus discursos acerca de eso? - Papá estaba muy loco, decía muchas cosas...pero lo hicimos por vos...fue por amor a vos...
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- ¿Qué cosa? Te explico algo, el amor al igual que todas las acciones o servicios sirven a “uno mismo”, hacia allí están dirigidas. Lo que amas es la sensación placentera que produce este amor en vos. Amas el deseo en si mismo y no a quien se desea. - Nunca te lo dijimos para que no sufrieras... Además papá siempre me decía que él te lo iba a decir en algún momento...que él se iba a encargar de eso algún día... - ¿Y vos le creías? - No, por momentos no le creía...y peleábamos por eso...pero siempre me decía que era una subversiva de mierda yo también... que no me metiera que él te lo iba a decir...yo tenía miedo. - ¿De él? - Si...Claro...no podía hablar...no podía hacer nada. - Vos sabías que nunca me lo iba a decir...y de hecho si yo no lo descubría, vos tampoco me lo hubieras dicho... ¿o no es así? - Si, tenés razón. - Ves como nunca te interesó pensar en mi...me traicionaste... - Yo no te traicioné... - ¿A no? Si me decís que nunca pudiste hablar por el miedo a papá... ¡él se murió hace mas de diez años!... ¡y vos seguiste con la boca cerrada!... ¿Amor a quién? ¿A mí? Ni en pedo...a él y también a vos, pero no a mí, de ninguna manera...seguramente tenían miedo de ir en cana....y de todos modos la fidelidad se la demostraste a él y a su memoria en todo caso...porque a mí, a mí me traicionaste.... ¿o me equivoco y en realidad me contaste? - ¿Por qué íbamos a tener miedo de ir presos? No hicimos nada malo... - ¡Cometieron un delito... ¡o me vas a decir que no me anotaron “truchamente”, ahora!...eso es un delito.... ¿Y qué carajo les pasó a mis papás para que yo llegara con Uds.? - Yo no sé...pero me siento muy culpable por ellos...y por vos también...yo estaba muy deprimida y cuando llegaste vos sentí que me salvabas la vida...pero nunca dejé de pensar en tu mamá...como sería...que le había pasado...y me sentía muy culpable
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por eso...yo le preguntaba a papá pero él... vos sabés, gritaba mucho...y siempre me decía que no me metiera que no era asunto mío....pero yo se que me salvé gracias a ella y gracias a vos... yo siempre quise averiguar que le había sucedido y mantuve el silencio, sintiéndome culpable.... - La culpa no existe...es un espejo inventado para no sentirte un hijo de puta por tus acciones...total te sentís culpable y no sos un mal bicho por la cagada que te acabas de mandar...limpiás mágicamente con la culpa...es una gran irresponsabilidad únicamente...es como el tipo que le mete los cuernos a su esposa todos los martes con su mejor amiga y necesita sentirse culpable de eso para no volver a su casa y verse como una auténtica mierda, sentado a la mesa, y así el martes que viene vuelve a coger tranquilo...total se sintió culpable y listo....seguro que un hijo de puta no es, no sabes lo culpable que se siente por su amada mujer, con quien gestó tantos hijos ...se hace mierda el “pobre tipo” casi al borde de la úlcera...pero el martes que viene volverá a estar listo para su amante... ¡así funciona la culpa!... ¡Es una mentira enorme! - No sabía que hacer... - Entre tu culpa y tu “no saber que hacer” me afanaron diez años, ¿sabés mamita?...diez años donde pude haber buscado a mis orígenes...en diez años pasan muchas cosas... ¿Entendés mi enojo con tu egoísmo?
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XVII
En algún período abrumador, cansado de accionar activamente como recordaba al detective Petrocelli en la pantalla televisiva, decidí abandonar directamente la investigación y a la usanza burócrata conformé una “comisión investigadora” con Carolina, y una amiga enorme, Sandra, a la cabeza.
Lógicamente, una mitad de mi ser, la que resultó abatida por la violencia explosiva del descubrimiento, quería que se cumpla la regla que manifiesta que si no estas dispuesto a llegar al fondo de una cuestión, lo mejor es crear tal encargo, emulando a los gobiernos cuando tratan de ocultar algo o simplemente no hacer nada al respecto.
Algún lapso después retomé, cuando volví a sentirme preparado, fortalecido, el timón en este proceso de indagación propia y de alguna manera, vital.
Afortunadamente, a lo largo de este transcurso, y mucho antes aún, pude alegrarme de contar con el apoyo cargado de afecto, sincero y extraordinario, que permanentemente me brinda, Alejandra, mi hermosa “HERMANA”, y lo digo de esta manera, con mayúsculas, por merecimiento reconocido, con quien de cierta forma me recompensó la vida, regalándomela, para que me abrigue en su abrazo de amor puro.
Simbólicamente, logré aceptar cierta cuestión de fe cristiana que promulga el hecho que los sucesos que el camino en esta tierra nos tiene preparados, no están dispuestos nunca sino es que podemos soportarlos. “Lo que no mata, fortalece”
Algo así como que no te golpean más duro de lo que podés resistir, y de esta manera, al no ultimarte termina endureciéndote, tal como también proclamaría Nietzsche, desde la vereda de enfrente a Dios. Ese camino es el que llena de importancia y valor a ser yo mismo y permite llegar a ser quien realmente eres.
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Considero que los acontecimientos que generamos son necesarios para forjarnos en lo que necesitamos aprender, por más desgraciados que sean y a partir de aquí, somos responsables de dar todos los pasos necesarios para llegar a los sitios escogidos. La ciencia y la investigación se originan en el descreimiento.
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XVIII
Cuando la luz nos cubrió las caras, todos quedamos enceguecidos.
La Verdad llegó reluciendo su rubia cabellera enrulada, enmarcada con hermosas alas de blancura infinita. Golpeó fuerte, a decir verdad.
Yo, propiamente, elegí transitarla y esto que aquí escribo tiene la intención primera de corroborarlo dentro de mi, de limpiarlo de impurezas, de dejarlo salir poniéndole palabras, de generar catarsis.
Por su lado, mi vieja sintió el duro impacto, con daño resquebrajante, que anticipó agigantadamente el proceso de su deterioro, convenido en el Mal llamado Parkinson. Me enorgullezco de la ciencia, en estos casos. Nunca mejor asignada una nomenclatura, con milimétrica precisión de relojería, donde la palabra “mal” adquiere su dimensión íntegra.
Un egoísmo involuntario y temblequeante que devora todo a su alrededor despiadadamente entre cócteles aberrantes y muecas barrocas, de lo grotesco.
- Vieja, no te veo bien...me parece que tomaste mal tus pastillas, de nuevo... - No, solo estoy cansada. - Tené cuidado...te vas a caer arriba del plato...
La absoluta terquedad de mi vieja se desmoronaba con setenta y siete años a cuestas cargando culpas y taras, que además habían curvado su espalda artrítica con una sinuosidad atroz, impiadosa. La falta de reconocimiento, en este caso, de su enfermedad avanzada era disculpada por los imprevistos embates mentales que la misma suponía.
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- Ojo, te vas a lastimar...dame, a ver... - Tengo hambre.
Sin diferencias sustanciales, la escena se repetía hasta el hartazgo cuando mi vieja, obnubilada por las dosis elevadas de droga que ingería, transitaba un sombrío sendero de delirio y tristeza.
- Vieja, por favor...vamos así te acostás...no estas bien, vení conmigo... - No...Quiero comer...tengo mucho hambre. - Pero si no te podés sostener en pie...vamos, dale. - No...No quiero. - Dale, mira como estas...a ver...dejame que te limpio... ¿No te das cuenta que se te calló la cara sobre la salsa? ...Por favor, vamos...
La llevaría a dormir, en medio del almuerzo, para sortear una película atroz y monótona, que dado el ostracismo y la rebeldía que ella asumía, por un lado alejando al personal que yo le proponía por “no necesitarlos”, en cada caso con una invariable sonrisa, yo había determinado transcurrir en la soledad de ser un “hijo único” de una escasa familia ausente.
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XIX Realmente encontraba estimulante el camino de limpieza y reconexión histórica con mi vida, y agradecía entre sollozos, el envión con el que las palabras amigas de Ricardo habían estremecido mi alma, algún tiempo atrás.
Recuerdo que él, luego una pequeña discusión con mi amigo Marcello por algunos marcos para cuadros que le habíamos encargado, mientras construíamos juntos un sueño con formas de bar, artístico hasta la médula y paradisíaco en su propuesta al que llamamos “Vincent” en homenaje al genial Van Gogh y a algunos otros notables “Vicentes”, lo sorprendió con un gesto inmortal e inesperado, tal como me relatara luego.
- Ud. se piensa que es el único que tiene problemas...nosotros también los tenemos...y no solo de “guita”...pero si mi socio le dijo que le vamos a pagar, no desconfíe, es un hombre de palabra y muy ordenado, ...muy prolijo...es hijo de militares... - A mí con eso no me garantiza nada...al contrario... - No me entiende, me refiero nomás a como es esa gente de metódica... - De seguro...no comparto igualmente... - Le digo por lo ordenado. Mire Ricardo, yo no conozco su situación pero por lo que me esta diciendo se nota que Ud. piensa que es el único que tuvo que sufrir por los militares...No tiene ni idea, y no le hablo por mi...Mire, él, que recién se fue...así como lo ve, no hace mucho acaba de enterarse que no es hijo de sus viejos y que posiblemente sus padres sean “desaparecidos”...me entiende lo que le quiero decir, no todo es como se lo ve... ¿no? - Lo siento tanto, yo no sabía, discúlpeme por favor...y aguárdeme un segundo...quiero darle algo… que tengo para Javier...
De improviso, el dolor los unió a ambos en un abrazo emocionado, del cual nació ese hermoso poema que, de pronto, Ricardo sacara mágicamente de sus escritos para
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hacérmelo llegar preciosamente enmarcado en un azul de mis predilectos, tal como él sabía.
Fue conmovedor recorrer sus líneas, su poesía y más aún agradecerle personalmente ese formidable obsequio de amor al prójimo, recibiendo como premio para mi delicia el libro “original” que lo contenía.
Observé sus versos inundados de verdad, desgarradora y auténtica, al igual que los embates que sufrían mis ojos en ocasiones, perdidos o quizás cabizbajos.
Y por sobre todo, comprendí su necesidad interior de purgar una llaga vertiente de ardor e injusticia. Yo no creo en la existencia de lo que llamamos “Justicia”, ni de hombres ni “divina”, pero si verdaderamente esta raza, desde sus albores a la fecha, y sin importar su inclemente figura travestida, me ha dado abundancia de ejemplos de su referido antónimo.
A partir de este pensamiento, desesperanzado de revertir mediante la cosecha de mera fe y obteniendo una acción reparadora como recompensa al deseo infantil que algo se produzca, asumo la necesidad humana de transportar esta pesada carga hacia frágiles papeles, de apoyo extraordinario, en pos de la paz en el alma. La esperanza es el mal peor porque prolonga el tormento.
Llevar a letras minuciosas todo este sufrimiento legítimo pero impensado algunos años atrás era una propuesta tentadora e históricamente circundante.
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XX
Finalmente esta certidumbre allanó por completo mi corazón, dejando un tendal de lágrimas, una masacre de varios días en mis vísceras, cuando arribé al final de otro texto, que brotaba dolor desconocido y que me habían prestado en una visita espontánea a las oficinas de la Conadi.
¿Vos querías saber como era?
Pensé, tragando saliva. Ya lo sabés, ahora ponele el pecho. Yo estudio bellas artes y vivo del diseño hace ya varios años, habiendo con esto dotado a mi ojo observador de una profundidad notable, idónea.
Este se detuvo receloso, amagando una retirada mientras leía: “Allí va la vida. La masacre de Margarita Belén” en una portada salpicada de balazos sangrantes que anunciaban su contenido.
Fue un acercamiento meticuloso al holocausto vivido por su escritor y por aquellos mártires de probado honor “guerrero”.
“¡Viva Perón!”, dije como cuando niño me reconocí poseedor de un inexplicable sentimiento por lo que ese vasto apellido generaba. Sin embargo, no era lo mismo que sentirme hincha de River, como fui inculcado en la fe paterna desde muy temprano, era algo menos tangible, más idealizado, pero que contenía cierta pasión desconocida.
No sabía ni recordaba los porques de esto, por otra parte, nunca había confiado demasiado ni me interesaba en la política, ni siquiera para darle importancia a lo que proponía, pero lo que si tenía bien claro era que, enérgicamente me sentía “peronista”.
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Desde chiquito y aún más en la adolescencia, cuando comencé a percibir el desagrado que esto generaba en los círculos donde trascurría mi vida, que señalaban este parecer como vulgar fervor de “cabecitas”, responsabilizándolo de haber arruinado a la nación entera.
Luego de leerlo, me sentí hermanado en su propuesta para alivianar, como dice, “esa profunda melancolía dominguera de los lunes o de cualquier otro día de la semana cuando la nostalgia, o como vos la llames, te viene sigilosa por atrás, te tapa los ojos y te dice al oído: Te agarré otra vez”, que por lapsos caprichosos bombardeaba mi pecho hasta hacerlo estremecer en la locura de una demolición inminente. “Este tipo, Jorge, estaría por explotar internamente”, sentí aliando sentimientos.
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XXI
Justo en ese momento comencé a escribir el dolor que ardía dentro mío, y que tal cual “Santiago Nazar” atravesaba día a día en la negrura de la mentira.
“Así justamente es como me siento, como el personaje de esa novela de García Márquez, ese Santiago Nazar”, relacioné hábilmente en una de las tantas sesiones de terapia psicológica donde, buscando la paz, relataba extensamente un sentir eterno de “desconocer algo que casi está dispuesto a la vista de todos”, como en esa crucial crónica tan anunciada.
Ya de vuelta en mi casa, me encomendé a la musa creativa y accioné los mecanismos corroídos para dejar correr la congoja entre tintas.
-Por favor mamá...te pensás que no me doy cuenta como estás... - Estoy bien. - Mirá, yo también consumí drogas, vos lo sabés y también sabes que por eso no me podes mentir...necesitás descansar...te estás durmiendo. - Yo quiero comer. - Vas a hacer lo mismo que el otro día, vas a tirar todo... ¿te querés lastimar?..Yo no quiero que te hagas daño...nada más, mamá, pero vos no me haces nada de caso....acordate como dejaste abierto el gas el otro día... - Lo que pasa es que vos me odias...me odias por lo que hicimos...nosotros hicimos algo que hicieron muchos...algo que era normal...ya vas a necesitar de mi. - ¿Qué decís? ...Esas son tus fantasías por la cagada que te mandaste, igual que las que tenía papá...vivía perseguido por eso. Yo no te odio ni cerca de eso estoy, e igualmente te lo agradezco pero no siento necesitar algo tuyo...lo que pudiste darme, dejé de esperarlo hace algún tiempo, y ahora que no estás bien entiendo que ya no podés hacerlo. - ¿Y qué es eso?
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- Simplemente darme amor de madre...por el hecho de ser tu hijo y no ese rostro de desconfianza que relucís orgullosa en tu cara, desde las mañanas. - ¿Pensás que es así? - Me di cuenta que solo te importe como hijo mientras era un chico, como si hubiese sido un cachorro en vez de un niño...luego cuando fui creciendo y también fueron creciendo los problemas simplemente te borraste...te dedicaste a vivir por tu marido y tu madre hasta cuidarlos en su enfermedad y para luego llorarlos largamente...esas fueron siempre tus preocupaciones, yo no...Y ahora ni siquiera podes reconocer un delito comprobado. - ¡Yo quería tener un hijo! Así lo hicieron muchos... - Eso no quiere decir que haya estado bien hacerlo. Y no quita el hecho que es un delito...que no haya sido castigado es otra cosa, otro cantar...además vos únicamente querías salir de tu depresión de pastillas...y yo te servia justamente para eso...en ese momento me necesitabas como una mascota, que luego crece y pierde importancia... ¿te suena conocido?
Igualmente no te culpo por esto porque reconozco que nunca tuviste posibilidad de valorarlo... - ¿Por qué? - Por la realidad que siempre tuviste todo servido, sin sacrificios de ningún tipo...y lo mismo sucedió cuando quisiste tener un hijo... ¡te lo trajeron en bandeja! ...Cuando te robas algo no te importa lo que cuesta conseguirlo, es mas, no tenés ni siquiera idea de lo que significa esto...como los ladrones, con la plata, cuando la despilfarran en dos minutos…Todo esto me demuestra que ni siquiera podés ver es lo que te está pidiendo este ser humano que anotaste como tu hijo... ¿te importa esto acaso?
Yo sabía como terminaría la función, de antemano a la caída del lienzo.
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Acompañe al cuarto a mi vieja y luego limpié el desastre de vidrios y spaghetti con que culminó otra comida frustrada. El silencio conocido fue su natural respuesta, eso también lo sabía.
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XXII
Raudamente abandoné la habitación y me dirigí al auto estacionado, solitario, donde broté en llanto como un niño.
Dentro del brutal habitáculo sollozante las herramientas de tortura dispuestas anticipaban un dantesco festival de flagelos e insanía. La desesperación es el precio de tomar conciencia de lo sucedido.
“Hola mamita...no sabes cuanto te extraño, tanto que hasta me duele decírtelo... ¿Cómo eras mami? ¿Qué les paso? Sabes que te amo, donde sea que estés quiero que me escuches, por favor...Mamá... ¿Por qué nos sucedió esto? ¿Dónde estas mamá? ¿Y papá?... ¡Mamá! ¿Dónde es que están?... ¿Dónde es que estas? Nuevamente los mensajes de una conversación ficticia pero inmensamente necesaria taladraban mi cerebro en ebullición, lloraba por una madre que no conocía, y por otra que daba muestras permanentes de desamor y desconsideración impune.
Recordé cuando siendo niño lloraba de este modo desgarrador, y únicamente mis abuelos maternos podían, entre caricias, darme consuelo.
¡Abuela! Comprendí, de una forma alivianadora, cuanto amor me habían dado ellos, desinteresadamente y sin miramientos a la oscuridad de la historia oculta.
“Mi abuela me quería de verdad”, protesté entre llantos, maldiciendo mientras por su ida de este mundo. “¡Abuela!” Me angustió llamarla sabiendo que no encontraría respuesta, que ella ya no estaría para acudir a mis brazos. “Ya no tengo abuela”, concluí mortificado.
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Pensé por unos segundos en las aguerridas almas que transitaron los jueves en soledad y sin quebranto, durante mucho tiempo la emblemática Plaza de Mayo. Esas mujeres que había visto, y que de solo pensar en ellas sentía el crujir en mi seno, olvidando lo que el sistema legitima respecto a la sangre derramada de tantos y al dolor válido de algunos pocos.
“Yo no tengo abuela”
“Es arduo el camino de buscar una familia, solitariamente y sin que esta quizás se entere de tu propia existencia. Posiblemente, algún día la encuentre, viva o muerta”, pienso mientras apunto como propósito de estas líneas el hecho de revelar una nueva visión, de las tantas tentativas efectuadas en los diversos niveles, de encubrir el auténtico terrorismo de Estado y las impunes barbaries cometidas, con el compromiso voluntarioso de un país entero de no volver a permitirlas, tal cual se discursa enfáticamente hoy en día.
Anhelo desde mi espíritu llegar a este resultado y quizás con el tiempo pueda contarles, con la mayor felicidad del mundo a mis hijas y nietos, el nombre de quienes realmente fueron mis padres y como fueron sus vidas.
Para finalizar quiero reconocer unas palabras que me dijera una amiga, y siento que auténticamente sintetizan mi vida.
“Los gigantes en esta historia fueron tus latidos, y sus deseos de vivir, aún alejados de sus brazos.”
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