Demoni~1

  • October 2019
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-------------------------------------------------------------------------El Demonio de la Peste H.P. Lovecraft. -------------------------------------------------------------------------Jam�s olvidar� aquel espantoso verano, hace diecis�is a�os, en que, como un demonio maligno de las moradas de Eblis, se propag� el tifus solapadamente por toda Arkham. Muchos recuerdan ese a�o por dicho azote sat�nico, ya que un aut�ntico terror se cerni� con membranosas alas sobre los ata�des amontonados en el cementerio de la Iglesia de Cristo; sin embargo, hay un horror mayor a�n que data de esa �poca: un horror que s�lo yo conozco, ahora que Herbert West ya no est� en este mundo. West y yo hac�amos trabajo de postgraduaci�n en el curso de verano de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic, y mi amigo hab�a adquirido gran notoriedad debido a sus experimentos encaminados a la revivificaci�n de los muertos. Tras la matanza cient�fica de innumerables bestezuelas, la monstruosa labor qued� suspendida aparentemente por orden de nuestro esc�ptico decano, el doctor Allan Halsey; pero West hab�a seguido realizando ciertas pruebas secretas en la s�rdida pensi�n donde viv�a, y en una terrible e inolvidable ocasi�n se hab�a apoderado de un cuerpo humano de la fosa com�n, transport�ndolo a una granja situada a otro lado de Meadow Hill. Yo estuve con �l en aquella ocasi�n, y le vi inyectar en las venas ex�nimes el elixir que seg�n �l, restablecer�a en cierto modo los procesos qu�micos y f�sicos. El experimento hab�a terminado horriblemente (en un delirio de terror que poco a poco llegamos a atribuir a nuestros nervios sobreexcitados) , West ya no fue capaz de librarse de la enloquecedora sensaci�n de que le segu�an y persegu�an. El cad�ver no estaba lo bastante fresco; es evidente que para restablecer las condiciones mentales normales el cad�ver debe ser verdaderamente fresco; por otra parte, el incendio de la vieja casa nos hab�a impedido enterrar el ejemplar. Habr�a sido preferible tener la seguridad de que estaba bajo tierra. Despu�s de esa experiencia, West abandon� sus investigaciones durante alg�n tiempo: pero lentamente recobr� su celo de cient�fico nato, y volvi� a importunar a los profesores de la Facultad pidi�ndoles permiso para hacer uso de la sala de disecci�n y ejemplares humanos frescos para el trabajo que �l consideraba tan tremendamente importante. Pero sus s�plicas fueron completamente in�tiles, ya que la decisi�n del doctor Halsey fue inflexible, y todos los dem�s profesores apoyaron el veredicto de su superior. En la teor�a fundamental de la reanimaci�n no ve�an sino extravagancias inmaduras de un joven entusiasta cuyo cuerpo delgado, cabello amarillo, ojos azules y miopes, y suave voz no hac�an sospechar el poder supranomal (casi diab�lico) del cerebro que albergaba en su interior. A�n le veo como era entonces y me estremezco. Su cara se volvi� m�s severa, aunque no m�s vieja. Y ahora Sefton carga con la desgracia, y West ha desaparecido. West choch� desagradablemente con el Doctor Halsey casi al final de nuestro ultimo a�o de carrera, en una disputa que le report� menos prestigio a �l que al bondadoso decano en lo que a cortes�a se refiere. Afirmaba que este hombre se mostraba innecesariamente e irracionalmente grande; una obra que deseaba comenzar mientras ten�a la oportunidad de disponer de las excepcionales instalaciones de la facultad. El que los profesores, apegados a la tradici�n ignorasen los singulares resultados tenidos en animales, y persistiesen en negar la posibilidad de reanimaci�n, era indeciblemente indignante, y casi incomprensibles para un joven

del temperamento l�gico de West. S�lo una mayor madurez pod�a ayudarle a entender las limitaciones mentales cr�nicas del tipo "doctor-profesor", producto de generaciones de puritanos mediocres, bondadosos, conscientes, afables, y corteses, a veces, pero siempre r�gidos, intolerantes, esclavos de las costumbres y carentes de perspectivas. El tiempo es m�s caritativo con estas personas incompletas aunque de alma grande, cuyo defecto fundamental, en realidad, es la timidez, y las cuales reciben finalmente el castigo de la irrisi�n general por sus pecados intelectuales: su ptolemismo, su calvinismo, su antidarwinismo, su antinietzahe�smo, y por toda clase de sabbatarinanismo y leyes suntuarias que practican. West, joven a pesar de sus maravillosos conocimientos cient�ficos, ten�a escasa paciencia con el buen doctor Halsey y sus eruditos colegas, y alimentaba un rencor cada vez m�s grande, acompa�ado de un deseo de demostrar la veracidad de sus teor�as a estas obtusas dignidades de alguna forma impresionante y dram�tica. Y como la mayor�a de los j�venes, se entregaban a complicados sue�os de venganza, de triunfo y de magn�nima indulgencia final. Y entonces hab�a surgido el azote, sarc�stico y letal, de las cavernas pesadillescas del T�rtaro. West y yo nos hab�amos graduado cuando empez�, aunque segu�amos en la Facultad, realizando un trabajo adicional del curso de verano, de forma que a�n est�bamos en Arkham cuando se desat� con furia demon�aca en toda la ciudad. Aunque todav�a no est�bamos autorizados para ejercer, ten�amos nuestro t�tulo, y nos vimos fren�ticamente requeridos a incorporarnos al servicio p�blico, al aumentar �l numero de los afectados. La situaci�n se hizo casi incontrolable, y las defunciones se produc�an con demasiada frecuencia para que las empresas funerarias de la localidad pudieran ocuparse satisfactoriamente de ellas. Los entierros se efectuaban en r�pida sucesi�n, sin preparaci�n alguna, y hasta el cementerio de la Iglesia de Cristo estaba atestado de ata�des de muertos sin embalsamar. Esta circunstancia no dej� de tener su efecto en West, que a menudo pensaba en la iron�a de la situaci�n: tant�simos ejemplares frescos, y sin embargo, �ninguno serv�a para sus investigaciones!. Est�bamos tremendamente abrumados de trabajo, y una terrible tensi�n mental y nerviosa sum�a a mi amigo en morbosas reflexiones. Pero los afables enemigos de West no estaban enfrascados en agobiantes deberes. La facultad hab�a sido cerrada, y todos los doctores adscritos a ella colaboraban en la lucha contra la epidemia de tifus. El doctor Halsey, sobre todo, se distingu�a por su abnegaci�n, dedicando toda su enorme capacidad, con sincera energ�a, a los casos que muchos otros evitaban por el riesgo que representaban, o por juzgarlos desesperados. Antes de terminar el mes, el valeroso decano se hab�a convertido en h�roe popular aunque el no parec�a tener conciencia de su fama, y se esforzaba en evitar el desmoronamiento por cansancio f�sico y agotamiento nervioso. West no pod�a por menos de admirar la fortaleza de su enemigo; pero precisamente por esto estaba m�s decidido a�n a demostrarle la verdad de sus asombrosas teor�as. Una noche, aprovechando la desorganizaci�n que reinaba en el trabajo de la Facultad y las normas sanitarias municipales, se las arregl� para introducir camufladamente el cuerpo de un reci�n fallecido en la sala de disecci�n, y le inyect� en mi presencia una nueva variante de su soluci�n. El cad�ver abri� efectivamente los ojos, aunque se limito a fijarlos en el techo con expresi�n de paralizado horror, antes de caer en una inercia de la que nada fue capaz de sacarle, West dijo que no era su suficientemente fresco; el aire caliente del verano no beneficia los cad�veres. Esa vez estuvieron a punto de sorprendernos antes de incinerar los despojos, y West no consider� aconsejable repetir esta utilizaci�n indebida del laboratorio de la facultad. El apogeo de la epidemia tuvo lugar en agosto. West y yo estuvimos a punto de sucumbir en cuanto al doctor Halsey falleci� el d�a catorce. Todos los estudiantes asistieron a su precipitado funeral el d�a quince, y compraron una impresionante corona, aunque casi la ahogaban los testimonios enviados por los ciudadanos acomodados de Arkham y las propias autoridades del municipio. Fue casi un acontecimiento p�blico, dado que el decano hab�a sido un verdadero benefactor para la ciudad. Despu�s del sepelio, nos quedamos bastantes deprimidos, y pasamos la tarde en el bar de la Comercial House, donde West, aunque afectado por la muerte de su principal adversario, nos hizo estremecer a todos

habl�ndonos de sus notables teor�as. Al oscurecerse, la mayor�a de los estudiantes regresaron a sus casas o se incorporaron a sus diversas publicaciones; pero West me convenci� para que le ayudase a "sacar partida de la noche". La patrona de West nos vio entrar en la habitaci�n alrededor de las dos de la madrugada, acompa�ados de un tercer hombre, y le cont� a su marido que se notaba que hab�amos cenado y bebido demasiado bien. Aparentemente, la avinagrada patrona ten�a raz�n; pues hacia las tres, la casa entera se despert� con los gritos procedentes de la habitaci�n de West, cuya puerta tuvieron que echar abajo para encontrarnos a los dos inconscientes, tendidos en la alfombra manchada de sangre, golpeados, ara�ados y magullados, con trozos de frascos e instrumentos esparcidos a nuestro alrededor. S�lo la ventana abierta revelaba que hab�a sido de nuestro asaltante, y muchos se preguntaron qu� le habr�a ocurrido, despu�s del tremendo salto que tuvo que dar desde el segundo piso al c�sped. Encontraron ciertas ropas extra�as en la habitaci�n, pero cuando West volvi� en s�, explic� que no pertenec�an al desconocido, sino que eran muestras recogidas para su an�lisis bacteriol�gico, lo cual formaba parte de sus investigaciones sobre la transmisi�n de enfermedades infecciosas. Orden� que las quemasen inmediatamente en la amplia chimenea. Ante la polic�a, declaramos ignorar por completo la identidad del hombre que hab�a estado con nosotros. West explic� con nerviosismo que se trataba de un extranjero afable al que hab�amos conocido en un bar de la ciudad que no record�bamos. Hab�amos pasado un rato algo alegres y West y yo no quer�amos que detuviesen a nuestro belicoso compa�ero. Esa misma noche presenciamos el comienzo del segundo horror de Arkham; horror que, para m�, iba a eclipsar a la misma epidemia. El cementerio de la iglesia de Cristo fue escenario de un horrible asesinato; un vigilante hab�a muerto a ara�azos, no s�lo de manera indescriptiblemente espantosa, sino que hab�a dudas de que el agresor fuese un ser humano. La v�ctima hab�a sido vista con vida bastante despu�s de la medianoche, descubri�ndose el incalificable hecho al amanecer. Se interrog� al director de un circo instalado en el vecino pueblo de Bolton, pero este jur� que ninguno de sus animales se hab�a escapado de su jaula. Quienes encontraron el cad�ver observaron un rastro de sangre que conduc�a a la tumba reciente, en cuyo cemento hab�a un peque�o charco rojo, justo delante de la entrada. Otro rastro m�s peque�o se alejaba en direcci�n al bosque; pero se perd�a enseguida. A la noche siguiente, los demonios danzaron sobre los tejados de Arkham, y una desenfrenada locura aull� en el viento. Por la enfebrecida ciudad anduvo suelta una maldici�n, de la que unos dijeron que era m�s grande que la peste, y otros murmuraban que era el esp�ritu encarnado del mismo mal. Un ser abominable penetr� en ocho casas sembrando la muerte roja a su paso... dejando atr�s el mudo y s�dico monstruo un total de diecisiete cad�veres, y huyendo despu�s. Algunas personas que llegaron a verle en la oscuridad dijeron que era blanco y como un mono malformado o monstruo antropomorfo. No hab�a dejado entero a nadie de cuantos hab�a atacado, ya que a veces hab�a sentido hambre. El numero de v�ctimas ascend�a a catorce; a las otras tres las hab�a encontrado ya muertas al irrumpir en sus casas, v�ctimas de la enfermedad. La tercera noche, los fren�ticos grupos dirigidos por la polic�a lograron capturarle en una casa de Crane Street, cerca del campus universitario. Hab�an organizado la batida con toda minuciosidad, manteni�ndose en contacto mediante puestos voluntarios de tel�fono; y cuando alguien del distrito de la universidad inform� que hab�a o�do ara�ar en una ventana cerrada, desplegaron inmediatamente la red. Debido a las precauciones y a la alarma general, no hubo m�s que otras dos v�ctimas, y la captura se efectu� sin m�s accidentes. La criatura fue detenida finalmente por una bala; aunque no acab� con su vida, y fue trasladada al hospital local, en medio del furor y la abominaci�n generales, porque aquel ser hab�a sido humano. Esto qued� claro, a pesar de sus ojos repugnantes, su mutismo simiesco, y su salvajismo demon�aco. Le vendaron la herida y trasladaron al manicomio de Sefton, donde estuvo golpe�ndose la cabeza contra las paredes de una celda acolchada durante diecis�is a�os, hasta un reciente accidente, a causa del cual escap� en circunstancias de las cuales a nadie le gusta hablar. Lo que m�s repugn� a quienes lo atraparon en Arkham fue que, al limpiarle la cara a la monstruosa criatura, observaron en ella una

semejanza incre�ble y burlesca con un m�rtir sabio y abnegado al que hab�an enterrado hacia tres d�as: el difunto doctor Allan Halsey, benefactor p�blico y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic. Para el desaparecido Herbert West, y para m�, la repugnancia y el horror fueron indecibles. Aun me estremezco, esta noche, mientras pienso en todo ello, y tiemblo m�s aun de lo que tembl� aquella ma�ana en que West murmur� entre sus vendajes: -�Maldita sea, no estaba bastante fresco!. Fin Para hacerme llegar tus comentarios, sugerencias o si deseas colaborar con Liter@net por favor, env�a un E-mail � � � � � web hosting • domain names • web design online games • digital cameras advertising online • calling cards