Cuentos Cortos

  • April 2020
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  • Words: 907
  • Pages: 7
Alejandro Ramírez http://cuentominicuento.blogspot.com/

LA MUERTE

Esperaba en el quirófano el inicio de la cirugía cuando inesperadamente entró ella. Era alta y esbelta, la mujer perfecta. Se acercó y me dijo al oído que me había llegado la hora, que había venido a anunciármelo y a darme la opción de negociarlo. Si no era yo, sería un ser querido. Sus palabras me llegaron directamente al alma y no sentí incredulidad. Pensé durante unos segundos y le ofrecí mi abuelo que ya rondaba los 80 años y no tenía mucho que perder. Mientras me realizaban la operación, el abuelo murió de forma repentina. Me dejó como herencia una hermosa finca en las afueras de la ciudad.

Casi dos años después volvió a aparecer. Ya estaba montado en el carro cuando la vi a mi lado. Me dijo que en pocos minutos iba a morir en un accidente, que aceptaba mi destino o le daba algo a cambio. Salvo mi esposa y mi bebé de seis meses, no tenía más que ofrecerle. Pensé un poco más y le ofrecí mi esposa. Esa mañana Susana murió después de resbalar en las escalas. Me legó un generoso seguro de vida del cual ignoraba su existencia. Siete años después volvió. Estaba haciendo las tareas con mi hija cuando apareció y me dijo que un paro cardiaco me mataría esa tarde. Que aceptara mi destino o le diera algo a cambio. Sólo me queda mi hija y a ella no la quiero cambiar, le dije. No se preocupe, dijo, su hija va a tener cuatro hijos y usted

puede ofrecerme uno de ellos. Lo medité durante un lapso más largo y juzgué que de 4 hijos que iba a tener podría sacrificar uno por su padre. Además podría terminar de educarla mientras tanto, no era un mal negocio. Acepté. Pero esa deuda acabó con mi tranquilidad. Lo único que me consolaba era pensar en la pequeña fortuna que me iba a reportar la muerte de ese nieto. CAJA DE PANDORA

Hace algunas noches me caí de la cama a medianoche y me di un golpe en la cabeza. No fue muy fuerte, pero sí delicado. Ese golpe creo que liberó algo en mi cabeza, una caja de pandora o una especie de archivo de los

pensamientos entonces no soy que pienso detenerme a consecuencias

proscritos. Desde el mismo. Digo todo lo sin cortapisas, sin reflexionar en las de mis palabras.

Si alguien me empuja en la calle, lo insulto. Si el bus frena de forma brusca, lanzo una exclamación de ira. En el mercado, critico todos los productos de forma indiscriminada. Entre amigos hablo mal de las mujeres, todas me parecen gordas o anoréxicas, procaces y chismosas. Ni siquiera yo me libro de mis mordaces palabras. Cuando cada mañana me miro al espejo, no puedo dejar de pronunciar en voz alta que soy un obeso y miserable sacerdote de provincia. LA PRINCESA

Aburrida de la tediosa vida en el palacio, de los sirvientes y las doncellas, la Princesa decidió que quería otro destino. Le ordenó a su padre que le hiciera construir una inexpugnable torre y le consiguiera un dragón. Desde entonces la Princesa está encerrada en la última habitación de la torre, custodiada por un feroz dragón, y a la espera de su príncipe azul que aún no llega. SOMBRAS, NADA MÁS

Después de 12 años decidí volver a Medellín a disfrutar de todo el dinero que había ahorrado en esos años de arduo trabajo en Alicante, España. Compré un apartamento en Envigado de 140 m2 por un precio irrisorio. Tenía garaje, cuarto útil, piscina, jardín, etc.

Tardé varios días en amueblarlo e instalarme definitivamente. Desde la primera noche empezaron los ruidos. Escuchaba que un hombre y una mujer hablaban y al cabo de los minutos empezaban a discutir violentamente. Esa noche no dormí ni fui capaz de salir de la habitación. Sólo a la cuarta noche fui capaz de controlar un poco el temor. Me acerqué a la puerta y escuché: estaban ebrios, hablaban de dinero, ella le reprochaba una traición y luego gritos y golpes. Tuvieron que pasar varias noches antes de que me decidiera a esperar en la sala, el lugar de donde provenían los ruidos. Me senté y a la misma hora de siempre empezaron. Vi llegar la imagen corpórea de ellos, quizá la sombra. Estaban achispados y él hablaba y hablaba de un cargamento que se había perdido; luego ella recordó el nombre de otra mujer y empezaron a discutir airadamente hasta que él la golpeó y la dejó inconsciente. O muerta. La cargó y salió del apartamento. Salí al corredor y no los vi. Tenía la convicción de que la escena continuaría en otro lugar. ¿Pero

dónde? Pensé en el garaje y bajé las escalas corriendo. Cuando llegué, las sombras estaban entrando al cuarto útil (un pequeño espacio cerrado destinado a guardar los objetos en desuso). Abrí la puerta tras él y vi que insertaba una llave en algún lugar del suelo y se abría una compuerta que daba paso a una caleta subterránea. Vacilé un par de segundos y los perdí de vista. Cuando sentí que tenía valor para bajar, descendí las escaleras y vi los cuerpos en descomposición. Un revólver junto a uno de los cuerpos insinuaba un suicidio o una masacre. Denuncié el caso y se llevaron los cadáveres. La policía revisó el lugar y encontró muchos dólares y droga. Las sombras no regresaron.

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