Hubo un tiempo en el que las noches sonaban a cuento. A cuento para soñar. Pero esas noches ya acabaron. Ahora los cuentos han muerto y se han fosilizado en páginas encuadernadas. Cuentos que nacieron una noche de luna menguante bajo las estrellas, vividos por el cuenta-cuentos como si lo viviera en sus carnes. Escenificando cada palabra, cada movimiento, siendo por un momento quien no era, sólo en la intimidad de su corazón y sus compañeros, hermanos o amigos. Cada una de las palabras que quedaron en la memoria de innumerables cuenta-cuentos están muertas y enterradas en cada página de un libro. Donde no corresponde su memoria. Los cuentos se cuentan, se sienten, se viven. No es teatro, no es lectura, es una forma diferente de contar historias. Una forma tan diferente que no nos damos cuenta de que sólo quedan vestigios. ¿Dónde se reúnen los cuenta-cuentos ahora para contar fabulosas fantasías de magos y princesas, de monstruos y héroes…? La raza del cuenta-cuentos es una raza prácticamente extinguida desde el momento en el que un cuento se publicó y se leyó. En el que un cuento pasaba de transmitirse de viva voz con sus altibajos y aspavientos a plasmarse en un papel inmóvil y sin vida.