Consumo Contemporaneo

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Septiembre 21, 2006

¿Qué es lo que más busca la gente en los directorios de Internet?

Los restaurantes, las agencias de viajes, los hoteles y los fontaneros se sitúan en las primeras posiciones del ranking elaborado por qdq.com.¿Qué busca la gente en los directorios de Internet? De todo, por supuesto, pero, sobre todo, asuntos relacionados con el ocio y la comida. Los restaurantes constituyen la búsqueda estrella. Al menos, es lo que más personas tratan de encontrar tanto en la edición digital como en la impresa de QDQ. Exactamente, el 20,4% de las consultas de la guía en papel y el el 15,4% de las realizadas en la versión digital se dedicaron a buscar un restaurante. Tras el sector de la restauración, lo que más se busca en la guía impresa de QDQ son los fontaneros y los servicios de reparación de electrodomésticos (3,9%), mientras que en Internet les ganan la partida las consultas de agencias de viajes, con el 7,5%, y los hoteles, que representan el 3,2%. Mutualistas y cines Justo después, en la versión on line, aparecen las inmobiliarias, con el 3,2% de las consultas, y los cines (2,9%). A continuación, con porcentajes superiores al 2% se sitúan los fontaneros, los talleres de automóviles, las búsquedas genéricas de tiendas y de empleo y las relacionadas con la reparación de electrodomésticos (ver tabla). Producto

Consultas*

%

Restaurantes

16,37

15,4

Agencias de viaje

8,04

7,5

Hoteles

4,42

4,2

Inmobiliarias

3,4

3,2

Cines

3,1

2,9

Fontaneros

2,75

2,6

Talleres de au

2,65

2,5

Búsquedas de tiendas

2,46

2,3

*En millones Fuente: El economista Tags: Internet

LA PIRáMIDE DE LA MARCA Autor:Carlos Naranjo Sierra “Cualquiera puede hacer una oferta, pero hace falta ingenio y perseverancia para crear una marca”, decía David Ogilvy, uno de los grandes precursores de la publicidad moderna, y tenía razón. Si por el número de ofertas que se hacen se pudiera medir el éxito de una empresa, no cabe duda de que la mayoría de empresas serían exitosas, pero la realidad es otra. Sólo unas pocas empresas son exitosas y este éxito se debe más al trabajo de comunicación estratégica con sus

clientes que a las ofertas en sí mismas. Recientemente he venido trabajando en el desarrollo de una teoría que explique el éxito de una marca en relación con el funcionamiento mental del ser humano. Es decir, que permita establecer los pasos que debe seguir una empresa para crear una marca, teniendo como premisa fundamental: que el espacio que ésta debe ganar está en la mente del cliente y no en la realidad. A partir de mi trabajo publicitario, especialmente con pequeñas y medianas empresas, y del estudio de la psicología que he adelantado en los últimos años, he logrado identificar tres instancias por las cuales debe pasar un nombre para convertirse en un concepto mental, es decir, en marca; como quien escala una pirámide de la base a la cima. Estas instancias no son necesariamente sucesivas y en algunas ocasiones es posible encontrar marcas que se hallan en medio de dos estados, pero nunca marcas que no estén en alguno de los tres estados, pues por definición, una marca debe ser, como mínimo, identificada por sus posibles consumidores para poder considerarse como tal. Los tres niveles de la pirámide son: Nivel 1: Ser conocido instancia q se basa únicamente en que el cliente sepa de la existencia de la marca. Aún no logra reconocer su diferencia pero la identifica. Tal vez esto explique por qué algunas campañas publicitarias funcionan por el mero hecho de "salir al aire” pero el riesgo percibido. Nivel 2: Ser diferenciado un atributo que le permite salirse del montón y rompe el ritmo constante de la monotonía. El consumidor ya logra establecerla claramente en la mente pues conoce sus beneficios particulares. Nivel 3: Ser único Este estado, aunque es privilegio de unos pocos, es el estado ideal de la marca. Consiste en que sus características son tan particulares que logra crear un vínculo único con el consumidor. Éste le atribuye beneficios y características tan particulares que no encuentra con quién compararla. Un buen ejemplo de esto es el VW escarabajo: su diseño, su concepto y sus características son tan particulares que ningún otro auto se le parece. Es único y con una buena estrategia de marca se hace incomparable e inimitable. Tanto para las grandes empresas como para las PyMEs, labrarse un nombre, una marca, es un asunto fundamental para la supervivencia del negocio en el largo plazo. En un mundo cambiante, donde el acceso a la tecnología y la información es cada vez mayor, la construcción de una marca no puede basarse en el producto o el servicio como tal, sino en el significado que ésta adquiera para los clientes. No ser consciente de eso es arriesgarse a quedar condenado a los infortunios del anonimato. EL CONSUMO DEL SIGNO Por: Martín Álvarez Comesaña El discurso impersonal de la globalización se ha instalado en la cultura, convirtiendo a ésta en una herramienta más de la logística económica. En este contexto, el ejercicio del diseño participa de un sistema que concibe e interpela al individuo sólo en cuanto consumidor. La globalización es transferida desde lo económico a todos los escenarios del intercambio social y se presenta como una realidad de dimensión “geológica”, neutra, incontestable. Se incorpora al ideario cultural y mediático bajo una

nomenclatura difusa que remite a una suerte de mitología tecnocrática: habitamos mansos la nueva aldea global, sin geografía, sin materia, suspendiéndonos en una red planetaria de percepciones virtuales, consumiendo ávidos la inmediatez televisada, sin memoria. La trama del mito discurre en lo mágico, lo esotérico, construyendo una interpretación de lo real desde lo onírico que escapa del análisis y la crítica. Gracias a la industria cultural, se construye una réplica mitológica de la globalización, un relato que nos describe una realidad más cercana y tolerable que su modelo original. Percibimos una globalización sin territorio, sin polaridad, de libre movimiento e intercambio, ignorando el mapa que dibuja en la práctica esta relación: una autodefinida “cultura occidental” que habita el centro y el presente mediático, y relega al resto a transitar en la periferia del espacio y el tiempo. Se produce un intercambio cultural desigual entre centro y periferia, reflejo de la realidad que acontece en el intercambio económico. El centro fabrica una ingente cantidad de realidades-presentes, imágenes y relatos que habitan la actualidad y se expanden hasta los márgenes de la cobertura tecnológica, donde son consumidos por una periferia que sólo transmite “infrarrealidades”, mensajes que son rápidamente relegados al olvido, cuando no directamente rechazados de la escena mediática. En este contexto los valores de la cultura dominante se definen universales mientras que los valores de las culturas periféricas son tachados de locales y obsoletos. El binomio universal-local nos obliga a replantearnos el relato del multiculturalismo, un discurso que el poder ha sabido tomar y recrear con la imaginería mediática hasta conseguir mostrar mestizaje y comunión cultural donde existe exclusión y marginación. El mestizaje cultural no se produce en campo neutral, consiste en un vasallaje del sistema local a los acordes del sistema globalizador dominante, un encuentro que se resuelve en una neutralización de la diferencia, una uniformización cultural que allana el terreno para la adhesión de las economías locales al sistema hegemónico capitalista. Cada comunidad expresa su cultura en un marco identitario que interrelaciona con su sistema socioeconómico. Sin éste la expresión cultural se desvanece o queda confinada en un espacio ritualizado de representación folklórica. La globalización de los sistemas económicos se presenta, finalmente, contraria a la sustentación de las culturas periféricas, lo que se traduce en una defunción, de alcance global, del principio de identidad existente. El relato de la globalización, como construcción simbólica, ofrece al individuo una nueva identidad de dimensión global, una identidad como consumidor. Establecida en el territorio mediático, esta identidad apela al individuo como célula urbana, hiperconectada y fragmentada de lo colectivo. Identidad que nace y muere en la inmediatez comunicacional, requiriendo para su pervivencia de una permanente revisión y actualización a través del consumo. En este escenario, la práctica del diseño es pensada desde una sistemática multidisciplinar aplicada al consumo del signo. Un consumo del signo como fetiche del intercambio social, en el que el producto es relegado a mera constatación material del propio acto del consumo. Acto ritualizado en el que la identidad del individuo se proyecta en lo colectivo y se legitima.

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