Concurrencia De Pareceres. Coincidencias Y Discrepancias En El Movimiento

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CONCURRENCIA DE PARECERES

CONCURRENCIA DE PARECERES COINCIDENCIAS Y DISCREPANCIAS EN EL MOVIMIENTO

PRIMERA EDICION: FEBRERO 1967 SEGUNDA EDICION: AGOSTO 1971 EDICIONES DEL MOVIMIENTO Gaztembide, 61 - Madrid Colección "Nuevo Horizonte"

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CONCURRENCIA DE PARECERES

DEL DISCURSO PRONUNCIADO POR S. E. EL JEFE DEL ESTADO, FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE, EN LA SESION DE APERTURA DE LA X LEGISLATURA DE LAS CORTES ESPAÑOLAS, EL 18 DE NOVIEMBRE DE 1971

SOBRE EL CONTRASTE DE PARECERES NO A LOS PARTIDOS POLITICOS "Se equivocan los que creen que nuestro proceso de institucionalización política podría, más tarde o más temprano, conducir a una fragmentación de la unidad social en múltiples partidos políticos. Si en algunos pueblos funciona con eficacia el contraste de pareceres por esas vías, es porque éste se ha forjado y disciplinado en una norma unitaria que todos aceptan. Pero el ejemplo de los otros no nos sirve, cuando nuestra historia es en este terreno suficientemente elocuente. También nosotros creemos que la fecundidad de nuestras asambleas puede asegurar con la mayor precisión y relevancia los distintos pareceres, intereses y puntos de vista en una sociedad viva. Pero sería un error confundir lo que hay de legítimo en las diferentes opiniones, con la posibilidad de encuadramientos dogmáticos preconcebidos en grupos ideológicos, que, de una u otra forma, no serían más que partidos políticos. (Grandes aplausos.) Esto está claro en nuestro Sistema institucional. Pero quisiera insistir en ello, para que nadie pueda albergar dudas, o para que con interesadas interpretaciones se quiera dar a nuestro Sistema caminos y cauces que no le corresponden. Nuestro Sistema ha hecho posible la unidad entre los hombres y las tierras de España. Ha demostrado su eficacia representativa, y el proceso de desarrollo y evolución sólo puede hacerse afirmando nuestra propia peculiaridad. Los españoles de hoy saben que hay una jerarquía de valores naturales en la que se funda la convivencia política y que ésta es imprescindible para lograr el progreso y alcanzar el bienestar. Nuestras Leyes son muy claras en esta materia y nuestros Principios Fundamentales; los Principios del Movimiento Nacional, que por su naturaleza son permanentes e inalterables, señalan perfectamente el cuadro exacto de nuestro Sistema institucional. Los cauces de representación están determinados con precisión, y nuestras Leyes Fundamentales los definen con toda claridad. Nuestro Sistema político acepta la opinión pública como cauce del contraste de pareceres, pero con el fin de llegar a la concurrencia de criterios. Es la unidad la que preside nuestro Sistema, que tiene como uno de sus fundamentos la formación de un orden social justo, en el que todo interés particular queda subordinado al bien común, como establece el artículo 3.° de la Ley Orgánica del Estado. En nuestro Sistema caben ciertamente las asociaciones, organizaciones y hermandades que intenten promover ese bien común, pero tan sólo en la medida en que estén integradas en el Movimiento Nacional ("¡Muy bien!" Grandes aplausos), comunión de los españoles en los Principios Fundamentales, y al mismo tiempo, organización a la que corresponde informar el orden político, abierto a la totalidad de los españoles, y tiene por misión promover la vida política en régimen de ordenada concurrencia de criterios. Nuestro Sistema representativo, más sincero y fiel que el de los viejos tiempos políticos, que tanto contribuyeron a dividir a los españoles, es susceptible de continuo perfeccionamiento, pero en él lo único que no cabe son los partidos políticos ni nada que de un modo u otro conduzca a ellos. El pueblo se mueve en el área en que vive, la familia, el municipio, el Sindicato, las asociaciones orgánicamente constituidas en función de intereses culturales, profesionales o de otra índole. Su integración en las Cortes de la Nación se realiza a través de las normas establecidas en las Leyes Fundamentales. Todo movimiento asociacionista que, marginando a la organización del Movimiento Nacional, albergue la esperanza de volver, antes o después, a la formación de grupos ideológicos que nos conducirían a los partidos políticos, nunca será posible. (Grandes aplausos.) DEMOCRACIA ORGANICA Frente a la democracia formal, nosotros oponemos la democracia práctica, una democracia a través de los cauces naturales en que el hombre discurre y que por eso recibe el nombre de

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democracia orgánica. La Constitución política española, integrada por nuestras Leyes Fundamentales, se ha apartado en todo momento de la creación abstracta de normas y se caracteriza por la ausencia de unos marcos rígidos como los que con tan poco éxito ilusionaron a los constitucionalistas del siglo XIX, sino que ha nacido de la propia realidad española, como respuesta concreta a nuestras peculiaridades y a nuestros problemas, que nos ha permitido un proceso de constante perfeccionamiento de nuestras estructuras políticas, que ofrece un ejemplo de Estado social de derecho que las actuales naciones del mundo, tan sujetas a profundas convulsiones, harían bien en considerar con mayor atención y menos doctrinarismo. El Movimiento Nacional ha demostrado, al correr de estos años, la capacidad creadora necesaria para encontrar las soluciones más adecuadas a la demanda de cada situación. En los primeros momentos, cuando estábamos empeñados todavía en nuestra Cruzada de Liberación, nació el Fuero del Trabajo como expresión del espíritu de justicia social que, desde el principio, animó a nuestro Estado. Después, la Ley constitutiva de las Cortes, "Órgano superior de participación del pueblo español en las tareas del Estado"; el Fuero de los Españoles, donde se contienen los deberes y derechos de la persona humana; la Ley de Referéndum, que establece la consulta directa a la Nación en los casos de mayor trascendencia para la vida de la Patria; la de Sucesión, que declaró al Estado constituido en Reino y estableció lo concerniente a las previsiones sucesorias; la Ley que proclamó los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, y como culminación de ese proceso la Ley Orgánica del Estado, que perfeccionó y encuadró en un armónico Sistema las instituciones del Régimen. Tenemos, por tanto, un orden institucional completo, genuinamente nacional y respaldado por refrendo popular, que presenta un certero equilibrio de las instituciones y órganos en que se realiza el Estado." FRANCISCO FRANCO 18-XI-1971 EDICIONES DEL MOVIMIENTO 1971

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NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN Ediciones del Movimiento.- Gaztambide, 61. Madrid Printed in Spain. Impreso en España por Imprenta SAMARAN Amparo. 103. Madrid. El tema de la concurrencia de pareceres, uno de los más importantes de nuestro desarrollo político, ha cobrado últimamente una gran actualidad, concretamente en torno al problema de la participación política. Es evidente que el asunto ha despertado interés, expectativas y atenciones por parte de algunos sectores de la sociedad. Pero conviene no confundirse, y no sacar de quicio y de magnitud los problemas. Cada tema tiene su contextura, sus dimensiones específicas, y ha de ser contemplado en función de una congruencia general con el sistema de instituciones, ideas y propósitos de nuestro orden jurídico y político. Esa preocupación por la congruencia, por la coherencia entre las bases doctrinales del Régimen y los desarrollos concretos en el terreno de las cotidianas realizaciones, ha inspirado desde siempre al Movimiento. Este es el motivo que nos lleva a lanzar esta segunda edición del presente folleto, aparecido por primera vez en febrero de 1967 y que conserva hoy toda su vigencia y actualidad. Creemos, sinceramente, que Concurrencia de pareceres. Coincidencias y discrepancias en el .Movimiento", es un repertorio de argumentos, de incitaciones, de ideas válidas para contemplar desde ellas el futuro político de nuestro país. No hay razón alguna para identificar, sin más, el desarrollo político de un pueblo con el debatido tema del asociacionismo político, que no ha conseguido formularse de manera suficientemente diferenciadora de los partidos, y que, por lo tanto, se ha llegado a la conclusión de su inviabilidad, ya que no diferenciándose en la realidad de los partidos resulta incompatible con el sistema institucional vigente. Creemos que hay otros caminos, otras vías para ampliar y favorecer el desarrollo y la efectividad' de esa concurrencia. El presente trabajo es un haz de sugestiones y de apuntes en torno a esos caminos de futuro. Con esa voluntad lo ofrecemos hoy a los lectores, de nuevo, en la seguridad de que contiene elementos suficientes y eficaces para combatir la confusión y abrir horizontes a una leal y consecuente evolución política que el Movimiento Nacional es el primero en desear. VIII-1971

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PREÁMBULO A LA PRIMERA EDICIÓN do al papel de estéril superestructura y de ínterferencia, carentes de representación popular auténtica, sin más destino político que el de realizar una obstrucción sin control. Pero la concurrencia es algo más que la escueta negación de los partidos y del partidismo. Es da posibilidad de armonizar da vida política fundamentada en la permanente convocatoria que desde unos principios y, más concretamente, desde el Movimiento Nacional, se brinda a todos los españoles. Es decir, que la concurrencia tiene un signo esencialmente positivo, creador, constructivo de una nueva sociedad, más abierta y más dinámica, más ágil y más juvenil. Se trata de suscitar la promoción de pareces, que es tanto como decir el sentida colectivo de responsabilidad civil, de abrir canales y vías para que esos pareceres se aprovechen en la tarea común del mejoramiento y evolución de nuestra convivencia. Mención especial merece el tema de lar vías de concurrencia. Porque la virtualidad del sistema consiste, sobre todo, en que su acción sea rápida y supere el terreno de las simples palabras. Por eso, al lado de la consideración valorativa de la concurrencia, es necesario señalar los caminos por los que ésta puede y debe producirse. Desde el ámbito in formativo hasta la culminación de da concurrencia en el seno del Consejo Nacional, parando por la representación, las áreas específicas y das bases populares del Movimiento, se tratan en este folleto los modos en que la concurrencia se articula y concreta. Evidentemente, el futuro político español va a depender en buena medida del acierto con que la concurrencia sepa brindarse a la sociedad. Contamos ahora con una madurez y una solvencia insospechadas hace años. Buen momento, pues, para iniciar el camino de la concurrencia, que es la continuidad coherente con nuestro desarrollo político de veintisiete años de paz. Camino en el que todos los españoles tenemos algo que meditar, algo que apartar, algo que decir y ofrecer en paz, libertad y solidaridad. 11-1967

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CONCURRENCIA POLÍTICA CONTRASTE DE PARECERES Los nuevos horizontes que al pueblo español se le presentan a partir de la promulgación de la Ley Orgánica del Estado no son otros, en esencia, que canalizar de la forma más expresiva y eficaz su capacidad de expresión y acción políticas. Una sociedad con inteligencia, personalidad y verdadero espíritu creador es claro que está capacitada para ofrecer en su seno una diversidad de pareceres y criterios que son los que, en definitiva, bien conjugados, sabiamente encauzados, potencian la vida política del país. España, por fortuna, vive un tiempo en el que sus estamentos sociales dan prueba de una singular vitalidad, de un convencimiento de que están plenamente facultados para ejercer la acción política, que viene a reflejarse en esa amplia aportación de criterios y pareceres que informan la vida nacional. Se echa de ver, por tanto, que nuestra hora política precisa de unos canales, de unas vías idóneas que encaucen debidamente las variadas vertientes, los diversos ángulos de opinión que afloran con vitalidad dentro de nuestro sistema político. La Ley Orgánica del Estado, aprobada en masa por el pueblo español, ha determinado que sea el Movimiento quien, en régimen de ordenada concurrencia, encauce y regule aquella diversidad de pareceres que, aun cuando puedan discrepar en cosas accidentales, tienen el denominador común de buscar el bienestar de los españoles. Estimamos nosotros que aquel régimen de ordenada concurrencia de pareceres ha de venir configurado por una serie de vías, de cauces, que se identifiquen plenamente con aquello que resulte más natural a la sociedad, es decir, con cuanto signifique mayor eficacia en orden a garantizar unos mejores resultados y una más legítima expresión de pareceres. Entre las vías de concurrencia política que el Movimiento debe utilizar parece conveniente señalar tres de indudable importancia, y que en realidad incluso antes de promulgarse la Ley Orgánica ya vienen siendo instrumento de expresión de los españoles. Una primera vía de concurrencia es la informativa. En efecto, la actual libertad de Prensa viene aportando una variada gama de criterios que el Movimiento, como centro receptor de la opinión pública, ha de considerar y encauzar hasta los poderes públicos como contribución al perfeccionamiento de la acción de gobierno. Los órganos de información, como vía de concurrencia política, han de ser en el futuro una de las bases más eficaces de la democracia española. Un segundo cauce, para que la capacidad de opinión de nuestra sociedad contribuya a la acción política, viene a constituirse en virtud de los instrumentos representativos que el actual sistema político español ofrece. La Ley Orgánica del Estado ha ensanchado de tal manera nuestras bases democráticas, que hoy, desde los Ayuntamientos hasta el Consejo del Reino, pasando por las Cortes, Consejo Nacional del Movimiento y otros variados organismos, están ampliamente configurados sus representantes según el libre derecho a elegir que la Ley otorga a los españoles. No parece pueda existir más legítimo instrumento de expresión política que aquel que permita al pueblo nombrar a sus más altos representantes. La vía representativa puede ser, pues, junto a la informativa, dos de los más auténticos métodos para que el Movimiento acoja la concurrencia de pareceres políticos del pueblo español. A estas vías añadamos una tercera, que habremos de denominar de "áreas específicas", en tanto viene a concretar de forma extraordinariamente aguda la capacidad de expresión política. Se constituye esta vía de concurrencia de acuerdo con las especiales convocatorias (congresos, asambleas, reuniones, etc.) que pueden hacerse a los hombres que puedan aportar altos criterios para abordar y solucionar cardinales problemas nacionales. Otras variadas zonas de concurrencia han de constituir la ordenada acción política que la Ley Orgánica encomienda al Movimiento. A propósito hemos dejado para el final la que constituye el vértice de todas ellas: el

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Consejo Nacional, como representación colegiada del Movimiento y que ha de ser quien entre otras importantes misiones tiene la de proyectar a la realidad práctica las más altas previsiones del Régimen. Desde garantizar la permanencia del Movimiento hasta potenciar la libertad de opinión de los españoles y ejercer el cuidado y la vigilancia de que las acciones de gobierno se ajusten a los más altos cánones sociales, el Consejo Nacional queda constituido por la Ley Orgánica como el más calificado instrumento de la expresión política del pueblo español. Sucesivamente hablaremos, con el debido detenimiento, de las variadas vías de concurrencia a que nos hemos referido. 19-1-67

VIA INFORMATIVA Si por una parte Pueblo y Movimiento repudian el régimen de partidos políticos y por otra reconocen que la vida política precisa, para que sea verdaderamente creadora, el concurso de los criterios y opiniones de la sociedad, es claro que habrán de habilitarse los medios oportunos para canalizar aquellos pareceres que, fieles a los Principios Fundamentales del Movimiento, lleguen al seno de éste. Desde hace treinta años el Movimiento viene acogiendo muy variadas expresiones políticas, sobre las que se han fundamentado las actuaciones de infinidad de hombres públicos del Régimen. Queremos decir que el hecho de que actualmente se insista más en el régimen de concurrencia política en lo que este sistema significa como guía del futuro y en los medios pertinentes para realizarlo no quiere decir en modo alguno que esa concurrencia no venga llevándose a cabo desde hace muchísimos años. Es público y notorio que cuantos grupos se responsabilizaron el 18 de julio de 1936 han venido ejerciendo en la política española en los más diversos grados de poder. Ministros, Subsecretarios, Directores Generales, Gobernadores, Alcaldes, etc., procedentes de cualquiera de aquellos grupos que contribuyeron al 18 de julio, han trabajado durante muchos años y con no poca eficacia sometiendo sus criterios y opiniones al régimen de concurrencia política, y obteniendo de sus diálogos y contrastes de pareceres nada menos que treinta años de paz y la mejor etapa económica de la historia del pueblo español. Quiere decirse que treinta años de eficacia en la política han sido consecuencia de la propia eficacia del régimen de concurrencia, orientado y dirigido por el jefe Nacional del Movimiento. A partir de la aprobación de la Ley Orgánica el régimen de concurrencia sufre unas amplias aperturas que obligan al Movimiento a crear unos instrumentos, unas vías, que han de servirle para promover activamente la concurrencia y garantizar, al mismo tiempo, su pureza y eficacia. Entendemos nosotros que de forma global, y sin que esto implique carácter exhaustivo alguno, pueden ponerse en marcha tres vías de concurrencia capaces de encauzar y potenciar el espíritu democrático de.los españoles y su derecho y capacidad para intervenir en la cosa pública. Tres vías de concurrencia que vamos a denominar "vía informativa", "vía representativa" y "vía de las áreas específicas de concurrencia". Dediquemos ahora un breve comentario a la "vía informativa". No cabe duda que desde la entrada en vigor de la actual Ley de Prensa, se han manifestado pareceres, matices y criterios diversos que periódicos y revistas profesan con entera libertad, en orden a contribuir a la perfección de la vida nacional. Es decir, el ámbito de la información se ha instituido por si mismo en vía de concurrencia política, en tanto cumple con dos objetivos públicos de extraordinaria envergadura. En primer lugar la crítica y libre opinión de la Prensa consigue que el Poder cobre

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plena conciencia de que existe una opinión nacional sin la cual no puede gobernarse, al tiempo que esa crítica, esa opinión del órgano,de información, reflejo de opiniones populares, orienta y ayuda a la gestión de la Administración. Por otra parte, los órganos de información maduran la conciencia de la sociedad en torno a los asuntos públicos, es decir, crean en ella una capacidad de opinión recta y sólida, que habrá de ser la que garantice la autenticidad de los diversos caminos democráticos. Es, por tanto, "la vía informativa" un poderoso medio para encauzar la concurrencia política. El Movimiento, pues, ha de ser un auténtico receptor de todo el cúmulo de opiniones, criterios, pareceres y críticas constructivas que invaden el ámbito informativo. El Movimiento que enlaza el Pueblo con el Estado ha de estimular por un lado las corrientes de opinión que en la Prensa se centran y, por otro, hacer que esas corrientes reviertan al seno del Movimiento para ser contrastadas, discutidas, orientadas y sometidas al común denominador del bienestar nacional. La diversidad de criterios que hoy están de manifiesto en nuestros ámbitos informativos son la garantía de que la información, como vía de concurrencia política, puede alcanzar una plenitud de formas realmente insospechada. Sólo es menester que el Movimiento, como centro receptor, canalice hacia el Estado toda la capacidad de acción política que un órgano de información supone, tanto en función de sus propios criterios como de los que recoge del ciudadano medio. 19-1-67

VIA REPRESENTATIVA Quedamos en que la información es una excelente vía de concurrencia política, en tanto el Movimiento se constituye en receptor de todo el cúmulo de criterios y matices que inciden _ en los ámbitos informativos. Consideremos ahora la "vía representativa", como otro de los más aptos cauces de expresión política de los españoles. La Ley Orgánica del Estado ha ampliado de tal forma las bases democráticas de nuestro sistema político, que puede decirse claramente que apenas quedará representante alguno en los altos Organismos del Estado que no haya sido elegido por la libre voluntad popular. En efecto, Ayuntamientos, Cortes, Consejo del Movimiento, Consejo de Estado, etc., así como múltiples Organismos del más variado nivel, van a tener en su seno a unos hombres que han llegado hasta allí en virtud de una elección libre realizada por los españoles. Quiere decirse que hoy el pueblo español está representado por quien él ha querido, y que mañana, puesta en marcha la Ley Orgánica del Estado, esa representación se va a identificar mucho más aún con la libertad de opinión y la libertad de elección de los españoles. Deducimos, por tanto, que, en virtud de las Leyes aprobadas por el propio pueblo, este tiene en sus manos unos instrumentos representativos que le garantizan su participación en la vida política del país a través de los distintos Organismos e Instituciones. Es decir, habremos de considerar a la "vía representativa" como un medio de primer orden para que la concurrencia política, dentro del Movimiento, aporte los más altos valores y eficacias. Porque se nos ocurre preguntar, ¿existe mayor libertad de opinión y mayor libertad de criterio político que aquella que garantiza al español su derecho a intervenir en la elección de sus concejales, sus representantes sindicales, sus procuradores en Cortes y hasta sus Consejeros del Reino? Lo que precisamos es perfeccionar nuestros sistemas representativos, de manera que éstos sean siempre auténticos instrumentos de promoción política, de selección de futuros hombres públicos y de incorporación de las nuevas generaciones a la tarea política. Logrado esto, resulta necio que nadie pueda invocar a los partidos políticos como medio de promoción de ideas y de hombres. Toda la capacidad de acción política que otorga a los españoles el actual sistema representativo viene dada en función del ciudadano como miembro de un municipio, de una familia, de un sindicato,

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de una asociación profesional; es decir, a la hora de actuar en política el español de 1967 lo hace a través de unos ordenamientos naturales de convivencia montados por el Movimiento, para sustituir el nocivo instrumento de los partidos políticos. Entiende, por tanto, el Movimiento que la vía representativa, donde tantos y nobles criterios y opiniones contribuyen a la elección y puesta en órbita de los altos representantes democráticos, es por sí misma un ejemplar cauce para la concurrencia política, donde la variedad de matices y criterios tienen el fondo común de una democracia orgánica en plena etapa ascensional. El Movimiento, pues, asume, dentro de sus funciones ordenadoras de la concurrencia política, esta de perfeccionar la "vía representativa" y promover al máximo la creación de cuantos instrumentos contribuyan a la formación, limpieza y madurez de los criterios políticos populares. 19-1-67

AREAS ESPECIFICAS DE CONCURRENCIA Mediante la "vía informativa", el Movimiento se instituye en receptor de todo el caudal de opiniones que inciden en el campo informativo, a fin de garantizar que ningún criterio válido caiga en el olvido, sino que, por el contrario, pueda constituirse en levadura de proyectos y obras. Mediante la "vía representativa" el Movimiento, merced al montaje de su democracia orgánica, ha conseguido que el pueblo pueda intervenir en política, eligiendo libremente a sus representantes, haciendo valer sus derechos a opinar y sustrayéndose, al mismo tiempo, de las influencias disgregadoras de los partidos políticos. La "vía informativa" y la "vía representativa" son ambas excelentes para potenciar la concurrencia de ideas, matices y opiniones que se centran, intercambian, contrastan y estudian en el seno del Movimiento, como órgano supremo que promueve, ordena y garantiza las variadas corrientes del pensamiento político español unidas por el denominador común de la fidelidad a los Principios Fundamentales. Se completan ambas vías de concurrencia con una tercera que podemos denominar "áreas específicas de concurrencia". ¿Qué son estas "áreas específicas"? ¿Qué pueden llegar a ser las "áreas específicas de concurrencia", en orden a servir de levadura unificadora, estimulante y creadora de la capacidad política de los españoles? ¿Hasta qué punto las "áreas específicas" pueden contribuir a fomentar una verdadera capacidad de diálogo político creador entre españoles que, aunque unidos en lo fundamental, discrepan en cosas accidentales? Parece justo responder intentando dar somera idea de lo que pueden ser las "áreas específicas de concurrencia". Las vías informativas y representativas, es claro que tienen un carácter permanente por su propia función. Sin embargo, habrá cuestiones en que el Movimiento necesite unas informaciones concretas, soluciones específicas a altos problemas nacionales. Y, con tal fin, podrá convocar Asambleas, Reuniones, Congresos, Consejos, Conversaciones, etc., donde cuantos españoles fieles al Movimiento tengan algo que decir, en torno al tema específico propuesto, tendrán oportunidad de hacerlo con entera sinceridad, libertad y responsabilidad. Es decir, para concretar, interesa o urge un planteamiento de nuestra política agraria -ponemos por ejemplo-; dentro del seno del Movimiento, como organismo ordenador de criterios políticos, quedan convocadas ideas y personas, los diversos matices que concurren a esclarecer las cuestiones fundamentales para adoptar soluciones eficaces para la política agraria. Tenemos ya, en mesa redonda, dentro del Movimiento, a unos hombres que, unidos por lo fundamental, van a

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discutir, proponer, estudiar todo aquello que pueda convenir al mejor ordenamiento de nuestra agricultura. Los españoles que intervienen en aquella Asamblea, Congreso o Reunión, son españoles que, aun inscritos todos en el Movimiento, pueden discrepar en materia técnica; claro está que todos ellos, por fidelidad al Movimiento, son promotores a todo trance de la más alta justicia social y de la más inviolable unidad nacional. Acontece, por tanto, que cuantos están opinando y dialogando a través de esa área específica de concurrencia que es ese imaginario Congreso Agrario a que venimos refiriéndonos, tienen, ante todo, una idea común: el bien de los españoles, una ordenación agrícola justa. Nadie, ninguno de los asambleístas, puede pronunciarse por soluciones injustas, puesto que su lealtad al Movimiento se lo impide, y de intentar burlarla se lo impediría la Asamblea. Preguntamos, ¿qué haría un partido político no sujeto a los Principios Fundamentales del Movimiento a la hora de hacer una ordenación de la agricultura? ¿No se prestaría a servir a los intereses parciales, a las imposiciones de los propios dirigentes del partido? En estas "áreas específicas" no hay posibilidad de engaño ni de fraude. En la mesa redonda hay hombres que discreparán en lo pequeño, pero que están unidos en lo fundamental. Allí no han ido a discutir posiciones ni juicios de partidos, sino a buscar una solución inteligente y justa, que pueda luego servir al Poder para llevar a cabo una política ejemplar. Las "áreas específicas de concurrencia", con todo su cortejo de Asambleas, Congresos, etc., que pueden convocarse por muchos y variados problemas nacionales, pueden ser un eficaz y alto sistema de ejercer el diálogo político dentro de nuestra democracia orgánica. Porque si, en definitiva, lo que la acción política debe buscar es el bienestar del pueblo, la grandeza del país, parece que el camino aconsejable para lograrlo es ir al grano directamente. En el caso, en el ejemplo que acabamos de proponer, se ha dado para libre para que puedan exponer sus criterios y apuntar soluciones quienes entiendan y conozcan los problemas de la agricultura. Lo mismo habrá de ocurrir con aspectos relacionados con la educación, la industria, etc. Las soluciones que puedan encontrarse en el amplio diálogo que las "áreas específicas" ofrecen, serán, sin duda, más eficaces que las que pudiera proponer el programa de un partido político. En el primer caso habla de técnica dirigida por los mandamientos morales de una política justa; en el segundo hablarían políticos profesionales sometidos a la presión, la coacción o el mandato de intereses ajenos al pueblo. 19-1-67

NEGACION DE LOS PARTIDOS POLITICOS La Ley Orgánica del Estado, aprobada por una mayoría abrumadora de españoles, señala muy concretamente en su artículo 4 ° que "el Movimiento Nacional informa el orden político, abierto a la totalidad de los españoles, y, para el mejor servicio a la Patria, promueve la vida política en régimen de ordenada concurrencia de criterios". Viene a consagrar, por tanto, la Ley Orgánica, toda una manera de hacer política nacida de la filosofía y los esquemas doctrinales que el Movimiento aportó a la comunidad española desde sus primitivos tiempos fundacionales. Durante treinta años la democracia orgánica propugnada por el sistema político español implantado el 18 de julio de 1936, ha sido capaz de sustituir con ventaja al expediente disgregador de los partidos políticos. La estafa que a la opinión pública le hacían los grupos insolidarios que pugnaban por el Poder, el desorden, la injusticia social, la disgregación paulatina del país, -consecuencias inmediatas del régimen de partidos políticos-, han sido sustituidos por treinta años de orden, paz, unidad y resurgimiento, notas consustanciales con la democracia orgánica establecida por el Movimiento Nacional.

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No quiere decirse, en ningún caso, que la negación de los partidos políticos haya supuesto exclusión del contraste de pareceres. Por el contrario, las vías representativas inauguradas a través de las unidades naturales de convivencia (familia, municipio, sindicatos...) se han constituido en receptores de los variados criterios, que, fieles a los fundamentos doctrinales y morales del Movimiento, han venido aportando los españoles. Quiere decirse con esto que nuestra democracia orgánica, la que el pueblo ha consagrado con su afirmación categórica del 14 de diciembre, tiene medios, energía y agilidad suficientes para hacer participar a nuestra sociedad en la vida política, sin necesidad de verse amenazada por el caos, la esterilidad y el desorden que supone la actuación de los partidos políticos. Al encargar la Ley Orgánica al Movimiento la trascendente misión de promover .la vida política de la nación, ordenando la concurrencia de cuantos criterios y opiniones eficaces y nobles podamos aportar los españoles, no ha hecho más que reconocer, alzar. a la categoría de constitución, la doctrina política que ha servido de médula y levadura a la gestión realizada durante treinta años por el Movimiento Nacional. Implica esto, pór tanto, que la comunidad española, la misma que ha admitido la Ley Orgánica como la más alta defensa del futuro, está ya madura para ejercer con eficacia los más amplios derechos que la democracia orgánica le reconoce; significa que los españoles están dispuestos a volcar sus opiniones, sus criterios, sus pareceres,,dentro del Movimiento que el propio pueblo fundó, libres de imperativos, coacciones y directrices que no tengan un origen limpio y claro; es decir, libres de los particulares criterios que puedan ostentar quienes no admiten la respuesta clamorosa que el pueblo español viene dando a las unitarias convocatorias del Movimiento. La convocatoria actual supone nada menos que el establecimiento de aquellos mecanismos que van a permitir a los españoles abrir en el seno del Movimiento diálogo ordenado y creador sobre los múltiples problemas nacionales; diálogo del que, desde luego, quedarán excluidos ellos mismos se excluyen- quienes pretenden retornar a un sistema de partidos que el propio pueblo ha condenado taxativamente en la Ley Orgánica del Estado. Porque la negación de los partidos no supone en modo alguno coartar la opinión, antes bien es la mejor manera de salvar ésta y hacerla fructificar. "Desde el momento en que los partidos se convierten en plataforma para la lucha de clases y en desintegradores de la unidad nacional, los partidos políticos no son una solución constructiva, ni tolerable, para abrir la vía española a una democracia auténtica, ordenada y eficaz. Pero la exclusión de los partidos políticos, en manera alguna implica la exclusión del legítimo contraste de pareceres, del análisis crítico de las soluciones de gobierno, de la formulación pública de programas y medidas que contribuyan a perfeccionar la marcha de la comunidad." Son palabras del jefe del Estado al presentar a las Cortes el Proyecto de Ley Orgánica del Estado. 19-1-67

EL CONSEJO NACIONAL Y EL CONTRASTE DE PARECERES La Ley Orgánica del Estado, aprobada por la casi totalidad del censo electoral español, y ya en pleno vigor como basamento constitucional del Régimen nacido el 18 de julio de 1936, ensancha los cauces democráticos de la sociedad hasta un punto que difícilmente cabría esperar dentro de la ordenación de los partidos políticos. La democracia orgánica, creación de la filosofía política del Movimiento, adquiere con la puesta en marcha de la Ley Orgánica del Estado, una dinamicidad en sus instrumentos y una claridad en los objetivos a alcanzar, que en ningún caso el pueblo español, que es quien va a usufructarla, está dispuesto a desperdiciar ninguna de las

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posibilidades que le ofrece, en beneficio de insinuaciones más o menos solapadas que pueda recibir de quienes fueron causa y promoción de la época catastrófica de los partidos políticos. De ahí que esa misma Ley Orgánica a que venimos refiriéndonos, y que entraña -no nos cansemos de repetirlo- la más firme voluntad del pueblo en crearse su propio futuro, haya previsto en su armazón constitucional la creación del alto y esencial Organismo del Consejo Nacional del Movimiento, como centro motor y vigilante de la acción y los derechos democráticos de los españoles y como área del mayor rango institucional y representativo para el ejercicio de la ordenada concurrencia política. Los fines que la Ley Orgánica atribuye al Consejo Nacional, como representación colegiada del Movimiento, son de una concreción que no admite la más pequeña duda en su interpretación. Recordemos: El Consejo Nacional tiene como fines fortalecer la unidad, defender la integridad de los Principios Fundamentales del Movimiento, velar por que el desarrollo económico, social y cultural se ajuste a las exigencias de la justicia social, velar -también- por el desarrollo y ejercicio de los derechos y libertades que las Leyes Fundamentales reconocen a los españoles, estimular la participación auténtica y eficaz de las entidades naturales y de la opinión pública en las tareas políticas, encauzar dentro de los Principios Fundamentales del Movimiento el contraste de pareceres sobre la acción política, cuidar de que la juventud se forme en la fidelidad a aquellos Principios Fundamentales y de que las nuevas generaciones se incorporen a la tarea colectiva; cuidar -en fin- de la permanencia y perfeccionamiento del propio Movimiento. Parece -al menos esa es nuestra opinión- que la simple lectura de esta relación de fines que la Ley Orgánica encarga de desarrollar al Consejo Nacional, como representación colegiada del Movimiento, es suficiente para comprender, sin la más mínima duda ni la más pequeña reticencia, que el pueblo español tiene en su Consejo Nacional nada menos que el manantial de doctrina y la palanca de acción política y social que necesita, para caminar hacia el futuro resguardado de cualquier tentación que pudiera hacerle pensar en una regresión a viejas fórmulas políticas de partido, donde ni el pueblo estaba representado ni se ejercía la política en su beneficio. La acción política que el actual sistema español implica se configura en un binomio de muy clara expresión: por un lado, ejerce una actitud que viene marcada -cada día más- por un alto signo social que está presente -habrá de estarlo cada vez más- en los desarrollos económicos, sociales y culturales; por otra parte, garantiza la expresión democrática de los españoles en régimen de ordenada concurrencia de criterios dentro del Movimiento. Es decir, las dos bases, mejor aún, las dos proyecciones del sistema político actual prevén y garantizan la puesta a punto del desarrollo del país, de acuerdo con su vocación de pueblo moderno, por una parte, y estimulan y ordenan la más amplia libertad y representación democrática por otra. Alto desarrollo y amplia y ordenada libertad son los claros mensajes para el futuro que los españoles han visto marcados en la Ley Orgánica, y qUe no son otra cosa que el fruto que viene rindiendo la doctrina del Movimiento. Lógico, por tanto, que sea el espíritu de ese Movimiento, reflejado en su Consejo Nacional, como firme representación colegiada, quien estimule, vigile y garantice que estén siempre a punto los mecanismos morales, doctrinarios y de acción política, que le permitan al pueblo caminar con la holgura y la tranquilidad que da el saberse a salvo de cualquier intento de turbiedad política. El Consejo Nacional, por tanto, -ahí está la relación de sus fines- es el mejor argumento de que van a disponer los españoles para que nada ni nadie, ni con sutilezas ni con afanes más o menos mostrencos, interfiera los caminos de nuestra unidad política y nuestra Revolución social. Como alto bastión del Movimiento vigilará que en ningún caso la acción de gobierno busque soluciones que no estén acordes con la soberana voluntad del pueblo de alcanzar los más altos grados de justicia y bienestar; instrumentará los mecanismos pertinentes para que la libertad de opinión se traduzca en eficacias positivas, y garantizará, por otra parte, la integración de las nuevas generaciones en la acción política. Si a esto añadimos la grave responsabilidad que la ley le otorga de fortalecer la unidad, defender la integridad de los Principios Fundamentales y la

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permanencia del Movimiento, fácil se echa de ver que la Ley Orgánica que acaban de aprobar los españoles no es fácil que sea boicoteada, por mucho que intenten afinar y por mucho que se camuflen los profesionales de la vieja y conflictiva política de la lucha de partidos y de la lucha de clases. 19-1-67

ORDENACION DE LAS BASES POPULARES Ante una contemplación objetiva de los aconteceres políticos y sociales de la España radicada en los postulados y proyecciones nacidos bajo el cardinal espíritu del 18 de julio de 1936, parece que, de acuerdo con la voluntad de la mayoría de los españoles, expresada el 14 de diciembre de 1966, hay un hecho concreto difícil de escamotear con ficciones y juegos malabares subsidiarios del régimen de partidos políticos. El hecho concreto es que el pueblo español ha reencontrado sus naturales formas de hacer política, de hacer sociedad, de perfeccionarse en sus andaduras sociales para estar a punto a la hora de enfrentarse en el futuro. El pueblo español, las bases populares que constituyen el cuerpo, el armazón dinámico de cualquier esquema doctrinario que la política pueda ofrecerle, está demostrado que únicamente obedecen con rigor, disciplina y entusiasmo aquellos postulados, aquellas voces, aquellas convocatorias que sean capaces de dar excelsa cima a los compromisos revolucionarios que determinaron, de una vez para siempre, el triunfo de la Revolución Nacional -triunfo absoluto de la justicia social y garantía de unidad nacional-propugnada, dirigida e inspirada por el Movimiento. El pueblo español, las bases populares de nuestro país, las que se han identificado plenamente el 14 de diciembre para conquistar el futuro, únicamente exigen una garantía del Poder: que nada ni nadie, ni con violencias manifiestas, ni con ocultas sutilezas, pretenda buscar caminos que ya quedaron incinerados hace treinta años. El pueblo español, las bases populares sin las cuales toda política es imposible que alcance fertilidad, han dispuesto, al admitir y aprobar la Ley Orgánica del Estado, que el viejo tiempo está absolutamente liquidado, que el viejo caciquismo, que los intereses particulares de los partidos políticos enfrentados con el interés soberano de la comunidad están plenamente liquidados. Las bases populares de la democracia orgánica del actual Régimen español han decidido, por su augusta, libre y enérgica voluntad, que el futuro sólo al pueblo pertenece y que el futuro será lo que el pueblo quiera que sea. La Revolución Nacional, en la que se adscriben todos los españoles hijos de la unidad creada y conquistada por los bandos contrarios que fueron protagonistas de nuestra guerra civil, es el punto de unión, el vértice donde el Movimiento se identifica con los españoles. Es claro, por tanto, que los postulados de esa Revolución, la ejecutoria y magisterio de ese Movimiento y el repudio inexorable hacia los partidos políticos haya sido la bandera que los españoles han esgrimido para dar el más amplio y demostrativo SI a la Ley Orgánica del Estado. Esa inteligente y, a la vez, candente, incontable mayoría que ha dado su afirmación al futuro de la Revolución Nacional, no significa, en realidad, más que una llamada que los españoles en masa hacen para que las bases populares de la nación se ordenen en una participación política de gran envergadura. El pueblo español, nuestras bases populares, están en absoluto despegadas de los cánones rancios, sean de derechas o de izquierdas, sean liberales o eminentemente tradicionales, extremistas o radicales, a la hora de pensar en el futuro. Quiere esto decir que las bases populares del país han cambiado la piel y la mentalidad después de treinta años de Movimiento Nacional y no reconocen otro futuro ni otras fórmulas para

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conquistarlo que aquellas que garanticen la justicia social a todo trance, la unidad nacional, el destierro de los monopolios económicos, sociales y políticos y la máxima libertad de expresión. Se hace patente que todo esto lo garantiza el Movimiento, puesto que la casi totalidad de los españoles acaba de reterminar que la ordenación política -en régimen de ordenada concurrenciaha de llevarla a cabo ese Movimiento, al tiempo que se anatematiza, por delito de lesa patria, cualquier intento de resurrección del viejo sistema de partidos. Este deseo de nuestras bases populares va a hacerse efectivo a través de las vías de concurrencia política a que nos hemos venido refiriendo. Vías en las que cuantos participan habrán de tener la vista fija en la fidelidad a los Principios morales, nacionales y sociales que el Movimiento imprime, y que son, ni más ni menos, los que van a garantizar en el futuro la actuación a gran escala en la vida política española de las bases populares de la nación. Bases populares que están, sin duda, integradas en una Revolución nacional y social a la que no es fácil adormecer con subterfugios, imposiciones y claudicaciones sociales, propias de un régimen de privilegios y partidos políticos ya fenecidos por obra y gracia del pueblo español. 19-1-67

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CAUCES DE CONCURRENCIA HORIZONTE DE LA CONCURRENCIA Es inherente a toda comunidad política la diferencia de enfoque en buena parte de las cuestiones que la afectan. Hay opiniones distintas, pareceres contrapuestos, matices varios dentro de una misma opinión fundamental. Toda esta gama de criterios debe servir para impulsar la vida política, no para paralizarla, y ha de contar con las vías oportunas para poderse manifestar y canalizarla en bien de la comunidad. La concurrencia tiene, pues, que formalizarse de algún modo y del modo más eficaz. Considerando que las exageraciones partidistas llevan a obstructores enfrentamientos y hasta la misma beligerancia civil, se hace imprescindible buscar otro sistema más realista y más práctico. No se trata ya de extremar las disidencias y las discrepancias hasta límites que muchas veces pueden ser irreconciliables, y hasta crear serios motivos de desunión, sino de utilizar esta corriente de pareceres con la mayor precisión, con el más claro signo positivo en provecho de los intereses comunes. Pero no basta con enunciar y aceptar la idea de la concurrencia. El Régimen español abre vertientes para hacerla efectiva: la primera de ellas es la informativa, por los medios de expresión y comunicación pública que, como se ha venido demostrando desde la promulgación de la nueva Ley de Prensa e Imprenta, tiene ya un funcionamiento vivo, ágil y responsable en un clima de entera libertad. Por esto ya están surgiendo opiniones y puntos de vista diferentes que repercuten en toda la vida nacional. Ante esta realidad, la prueba de eficacia funcional, el Movimiento ha de estar atento a todos los criterios, todos los pareceres y opiniones que arrastren positivas aportaciones al bien de la comunidad. La segunda vertiente o la segunda vía es la representativa. Esta vía, que ya venía mostrando la necesidad y la práctica de la concurrencia, se ha vigorizado notablemente, se ha ampliado en términos 'bien concretos con la Nueva Ley Orgánica, que multiplica la representación. Estos representantes pueden llevar su opinión, confrontarla, formular propuestas, soluciones y correcciones, tanto a los niveles intermedios de su gestión como a las cámaras superiores que son las Cortes y el Consejo Nacional. Por estas dos vías, sin que nada se interrumpa, sin que sufra merma o desdoro el prestigio del Poder o la mecánica administrativa, se ha de ejercer con entera limpieza democrática un eficaz control del Poder. Pero el Movimiento Nacional está llamado en este trance a la creación de unas áreas específicas de concurrencia que, en su propio seno, ha de establecer -es una de 'sus misiones de esta hora, y muy consecuente con su ,propio contenido doctrinal- una convocatoria ancha para promover el diálogo, contrastar opiniones y pareceres, recoger soluciones a las cuestiones más palpitantes. De su propia dinámica tiene que surgir la plataforma y el procedimiento para que las distintas perspectivas sociales produzcan en él la discusión de problemas. Ello ha de significar para España una gran confianza, una positiva potencialidad política. En lugar de la dispersión, la concentración y la conversión á proyecto o propuesta concreta de todo el caudal de confrontaciones. El Movimiento tiene que recoger y sugerir estos temas de acuerdo con las necesidades reales de cada instante. Como corresponde a la manera en que el hombre moderno se produce en sus relaciones con la colectividad, la técnica de esta concurrencia se ha de plasmar en Congresos, Asambleas, Coloquios, Reuniones, Encuentros, Conversaciones. El Movimiento tiene aquí, como organización derivada de una comunidad de principios para promover el bien común, su más específica tarea actual. Su misión será que las tres vías confluyan positivamente en el quehacer político. Entre los fines asignados al Movimiento figuran los siguientes: inspirar la acción política del Estado, informar del orden político, promover la vida política en régimen de ordenada concurrencia, fortalecer la unidad entre los hombres y las tierras de España, defender la

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integridad de los Principios del Movimiento Nacional, velar por que la transformación y desarrollo de las estructuras económicas, sociales y culturales se ajusten a las exigencias de la justicia social, velar por el desarrollo y ejercicio de los derechos y libertades reconocidos por las Leyes Fundamentales, estimular la participación auténtica y eficaz de las entidades naturales y de la opinión pública en las tareas políticas, contribuir a la formación de las juventudes, incorporar las muevas generaciones a la tarea colectiva, encauzar el contraste de pareceres sobre la acción política y garantizar -a través del Consejo Nacional y de acuerdo con los Principios Fundamentales- el orden jurídico institucional. A plena conciencia de su misión, fiel a su origen y al desenvolvimiento de sus posibilidades, el Movimiento comparece en el nuevo horizonte de la vida española con la responsabilidad de suscitar la concurrencia y ordenarla y convertirla en corriente creadora de impulso político. Con este sugestivo quehacer dibuja en el futuro la responsabilidad de su misión: el servicio a la comunidad nacional. De la conciencia exacta de esta misión depende que la participación sea más abierta y segura cada día y que el país renueve, como lo hiciera el día 14 de diciembre, su confianza en la empresa nacional de superación y afirmación histórica que venimos viviendo. 19-1-67

CLARIDAD EN LAS VIAS DE CONCURRENCIA Se echa de ver con facilidad, no más comprobar muchas de las manifestaciones que vienen haciéndose a raíz del último Referéndum nacional, que aún queda latente en la vida española una suerte de afectos hacia la vieja quincalla política que constituyeron los partidos. No basta que treinta años de recuperación nacional-recuperación impuesta, precisamente, como consecuencia del desorden y disgregación de los grupos y banderías-nos hayan demostrado que la prosperidad y la fortaleza requieren el denominador común de la unidad; no basta que el pueblo español en masa haya aceptado la Ley Orgánica del Estado como la negación más clara y decidida de cuanto suponga invocación a una política mediatizada por intereses de grupos o de clase; a pesar de esto, tan pronto como el Movimiento (en virtud de las capacidades y derechos que el pueblo le otorga para ordenar la concurrencia de criterios tiende las vías más eficaces, para que opiniones y pareceres diversos confluyan en su seno para potenciarlo y garantizar el derecho de expresión de los españoles, surgen, puntean, en el ágora nacional ciertas siluetas fantasmales que gustarían de complicar las etapas ascensionales del país con estériles regresiones a mecanismos políticos ya superados. El seno del Movimiento es tan amplio, y, por otra parte, el Movimiento ha procurado siempre -y mucho más ahora- que toda noble y sugestiva opinión tenga ,acomodo en él para hacerla viable, que no se comprende cómo todavía pueden prevalecer en el país tan contumaces actitudes a la hora de entender y comprender que fuera del talante unitario de ese Movimiento no cabe opción política alguna. Entre las posiciones que contribuyeron de alguna manera a sentar los Principios Fundamentales del Movi- , miento, es claro que se manifiestan sus discrepancias -y esto es bueno-en torno a muy variados aspectos de la política. Esto no es nuevo, pues desde hace treinta años el Movimiento alberga en su seno gentes y corrientes que, sometidas al denominador común impuesto por el 18 de julio de 1936, han trabajado unidas, intercambiando criterios y estudiando sus propias y nobles discrepancias, para mejor conseguir los fines primordiales. El régimen de concurrencia -que no es de hoy- ha dado a los españoles unas etapas de paz que son, precisamente, las que le han llevado a alzar hasta el rango de constitución nacional aquel sistema de concurrencia. Choca, por tanto, que nadie con cierta vitola

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política pueda hoy esperar que el Movimiento, que por sí mismo ha consagrado una nueva manera, de hacer política, pueda variar de sistemas precisamente en el momento que el pueblo poco menos que los canoniza. Las variadas opiniones que dentro del Movimiento están inscritas tienen un ejemplar camino para cristalizar. - El camino es claro, sencillo y eficaz. Las opiniones y quienes las ostentan, es decir, ideas y personas, han de promover en todo momento cuanto suponga una feliz ordenación de la vida colectiva, constituirse en instrumento al servicio de la filosofía y de la acción del Movimiento, puliendo cuanto dentro de éste haya que pulir, disciplinando cuanto haya que disciplinar y creando cuanto en ti haya que crear; todo, pues, dentro del Movimiento, sin grupos, sin cohortes, sin intereses, sin terceras posiciones establecidas por sorpresa en los flancos de la comunidad nacional. La capacidad de acción política requiere dos cosas esenciales: asociación y expresión. En el seno del Movimiento toda asociación es lícita; pero sólo lo es en tanto cumple un fin específico (profesional, laboral, cultural, educativo, etc.) y no encubre filiaciones y disciplinas ajenas a la comunidad de los españoles en el Movimiento. De no ser así, es claro que entonces tal asociación sería un partido, elemento de disgregación que los españoles no aceptamos. Y respecto a la expresión política, el Movimiento, con sus órganos de concurrencia (capacidad representativa, congresos, asambleas, reuniones, consejos, etc., etc.), presenta unos ámbitos democráticos donde, desde luego, ni la crudeza ni la exigencia están desterrados, en tanto se fundamenten en el servicio y la lealtad al propio Movimiento y a los españoles. 21 -1-67

ÁREAS DE CONCURRENCIA La Ley Orgánica del Estado, en su carácter de Fundamental, accederá a su máxima plenitud cuando incidan en ella dos nuevas circunstancias previstas para el futuro inmediato: primera, su necesario complemento legal mediante la entrada en vigor de aquellas otras disposiciones que implícita o explícitamente están llamadas a dotarla de toda su deseable dinamicidad, y, segunda, cuando se pongan en marcha aquellos dispositivos adecuados para que la ortodoxia teórica nacida con la propia Ley se convierta en una realidad práctica apta para avalar el cumplimiento de los fines que al Estado y la comunidad nacional competen de acuerdo con su propio articulado. Si nos centramos en esta última, tomaremos necesariamente como punto cimental o de partida la misión sugestiva que al Movimiento se atribuye en el artículo 4.° de la Ley, al señalarse que "...para mejor . servicio de la Patria, promueve la vida política en régimen de ordenada concurrencia de criterios". Y son estas cuatro palabras, "ordenada concurrencia de criterios", las que centran la ilusión popular para el desarrollo político que convoca los mejores afanes colectivos hacia el futuro. La preocupación que han patentizado se refiere, de manera exclusiva, a la dimensión que deba alcanzar esa concurrencia criteriológica y, más aún, a los cauces quo hayan de ser habilitados para que su plasmación real ofrezca una positividad incuestionable. En el primer aspecto, a la luz del espíritu todo de la Ley Orgánica, podemos afirmar ya sin vacilaciones de ninguna clase que su esfera de acción tendrá una valoración máxima limitada sólo por los márgenes que nuestra propia legislación impone en orden a la legitimidad de las conductas

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personales o de asociación. En el segundo, las dudas se disipan de inmediato si analizamos aquellas zonas que ya podemos calificar como áreas específicas de concurrencia. Y éstas son, básicamente, tres: primera, la facilidad de utilización de los medios informativos nacionales abiertos ya, desde la entrada en vigor, hace unos meses, de la Ley de Prensa, a las discrepancias circunstanciales de quienes coinciden en lo fundamental; segunda, la presencia viva de toda la comunidad española, a través de sus representantes directos elegidos en las esferas de su convivencia natural, en todos los estamentos institucionales, tales como son, por ejemplo, el Consejo Nacional, las Cortes Españolas, e incluso el Consejo del Reino; y, tercera, aquellas otras fórmulas que el propio Movimiento Nacional habilite con carácter temporal o permanente -Asambleas, Congresos, Reuniones, Coloquios, etc.mediante las cuales sea factible canalizar las opiniones diversas y hasta dispares. La ordenación del sistema, pues, se halla perfectamente delimitada, y sólo resta, en una progresión firme y segura, irla dotando de toda la amplitud anticipada ya por el propio sistema al que hemos prestado nuestra aprobación unánime en el reciente referéndum. Será así como todos los criterios podrán hacer acto de presencia, y como las ideas y los hombres formados en diferentes ideologías encontrarán la senda idónea para prestar una colaboración a la comunidad que nadie debe negar ni siquiera disminuir. El espíritu y la letra de la Ley Orgánica, insistimos, marca o previene ya la existencia de estas áreas específicas de concurrencia, a las que todos los españoles han de tener claro y nunca obstaculizado acceso. Del vigor y de la flexibilidad de su funcionamiento, y de la sucesiva e ininterrumpida creación de otras nuevas por parte del Movimiento Nacional, depende en gran medida la conquista del mañana, y es, precisamente, su puesta en marcha la que lo garantiza y lo define en su más generosa estructuración. 20-1-67

VIAS DE CONCURRENCIA POLITICA La democracia orgánica consolidada por la Ley aprobada en el referéndum del 14 de diciembre ha venido a dar solución a uno de los más complicados dilemas que los pueblos presentan a lo largo de su vida política. En efecto, el equilibrio entre autoridad y libertad, es decir, la confrontación positiva entre el ejercicio del poder, con todo su cupo de responsabilidades, y la libertad de la sociedad para ejercer sobre aquel poder los controles precisos para que no se desborde ni por abusos, ni por errores, ni por arbitrariedades, requiere unos instrumentos políticos que, garantizando, tanto la autoridad del Estado como las libertades ciudadanas, sean capaces de conducir a un pueblo por sendas eficaces. Estos instrumentos políticos, esos sistemas de gobierno, de variada arquitectura, han de incidir en una virtud esencial: que verdaderamente estén al servicio del Estado y del pueblo, al servicio de la autoridad con las garantías suficientes para que el Poder sea fiel a sus responsabilidades, y, por otra parte, al servicio de la libertad del pueblo, muy expresamente en cuanto a éste le corresponde vigilar y controlar las acciones de gobierno. Es claro que si el sistema de partidos no es apto para gobernarnos, había que crear otras arquitecturas políticas funcionales capaces de dotar al Estado de autoridad y al pueblo de libertad. La nueva democracia española trae a los españoles la posibilidad de dar cima y expresión verdadera a las libertades de opinión y de criterio, encaminadas a orientar y controlar y aun ejercer las acciones de gobierno. La Ley Orgánica, aprobada en masa por los españoles, atribuye al Movimiento la alta función de ordenar y promover la vida política en ordenada concurrencia de criterios.-Como vías de esta concurrencia, capaz de hacer llegar hasta el Estado

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sus opiniones, sus ideas, sus criterios, sus exigencias y sus necesarios controles, será menester citar, entre otras, la vía informativa y la vía representativa. En efecto, es claro que los ámbitos de la información y de la Prensa constituyen un evidente campo para la concurrencia política. La reciente Ley de Prensa ha conseguido un alto grado de estimulación en los españoles, en orden a exponer sus personales criterios y agudizar su conciencia política. Así se matizan, enriquecen y fomentan con sus opiniones y críticas sus propias vías de concurrencia política hacia el seno del Movimiento, para que éste, como mentor supremo, garantice y exija del Estado oído atento a las voces populares. Es, pues, la informativa una de las fórmulas que mayor juego han dé dar en la democracia española. Porque ¿puede negarse la capacidad de control que sobre el Estado ha de ejercer una Prensa libre y fiel a su responsabilidad de servir al país? Como complemento a las vías informativas, hay otro extraordinario mecanismo de concurrencia política dentro del Movimiento, que garantiza en sí mismo las mejores acciones democráticas. Nos referimos a la representación política. La Ley Orgánica del Estado amplía considerablemente la representación popular dentro de los diversos organismos: Municipios, Cortes, Consejo Nacional, Consejo del Reino, etc., tendrán, a partir de ahora, un elevadísimo número de representantes elegidos libremente por los españoles, quienes, en virtud de su alta jerarquía representativa otorgada por el pueblo, han de hacer valer las opiniones y criterios en que el pueblo basó su elección. Además del ámbito informativo y del representativo, en que se hará efectivo el contrapunto de opiniones y propuestas políticas, el Movimiento habrá de constituir "áreas específicas de concurrencia", utilizando, a tal efecto, los sistemas de diálogo y de convocatoria de pareceres que recojan las inquietudes y aspiraciones de la sociedad y las canalicen hacia las esferas de decisión política. Preguntamos: ¿hay modo más expeditivo de concurrencia política que este orden democrático que el Movimiento ofrece y el pueblo acepta? Entendemos que no. Fuera de discusión la fidelidad que todos debemos a los Principios fundamentales del Movimiento, cada español elegido por el pueblo para representarlo va a tener muchas y honrosas ocasiones de contribuir a la unidad y la grandeza de España, haciendo fructificar dentro del Movimiento sus útiles criterios y sus nobles discrepancias.

CAUCES DE CONCURRENCIA El modo de alcanzar una concurrencia sin partidismo no es otro que el desarrollo del sistema de diálogo y contraste de pareceres. Hablar de concurrencia es aludir al problema político más decisivo que tiene planteado la democracia moderna. Un problema de relación entre la sociedad y el Estado; un problema también de ordenación y disposición de la sociedad misma. Se trata de alcanzar el máximo rendimiento de todas las fuerzas sociales, de obtener la presencia de la sociedad, articulada en el seno de un amplio. sistema de diálogo, en el que opiniones, juicios críticos, aportaciones y criterios puedan comparecer en armónica concurrencia, en ordenada conjunción. Actualmente las sociedades tienden a una dinámica fundada en el equilibrio y en la confrontación de pareceres y tendencias diversas, no a una atomización anárquica, a un panestatismo, a una centrifugación de fuerzas y de energías. Pero esta concurrencia hay que articularla y hacerla posible cada día, hora a hora. Por eso es la concurrencia un tema decisivo de nuestro tiempo, casi podríamos decir el tema medular de nuestra hora, el más radical y el más urgente. En la concurrencia se encierran posibilidades y potencias capaces de hacernos arribar a un nuevo concepto de la sociedad, de la convivencia y

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de la democracia. En instrumentar eficazmente la concurrencia política está la tarea más sugestiva de nuestro presente y de nuestro inmediato futuro. En principio, pueden señalarse tres vertientes concretas, a través de las cuales articular la concurrencia política: la vertiente informativa, la representativa y la de áreas específicas de diálogo y trato de los problemas. El desarrollo de estas vertientes equivale a una nueva sociedad, en la que se dan juntamente un control democrático del poder y una unidad fundamental apoyada en las instituciones, en las leyes y en la madurez social y civil. En el ámbito informativo se suscitan y comparecen opiniones, matices, juicios y soluciones. Todos los medios de expresión y comunicación social constituyen un gigantesco sistema de diálogo, que ha de ser abierto y libre, al que han de tener acceso todos los pareceres que se promuevan en el seno de la sociedad y en torno a las cuestiones de interés colectivo. Nadie puede negar la enorme y trascendental vitalización política que para la sociedad española ha supuesto la vigente legislación de Prensa. La opinión pública y los medios en que se expresa son una fuerza capaz de impulsar positivamente el avance democrático de un país, siempre que se produzcan en términos constructivos, en interés del bien general de la colectividad. Es preciso tener sensibilidad para percibir la riqueza que se encierra en ese caudal de opiniones y pareceres manifestado en los medios de comunicación social. La información constituye, pues, la primera vertiente de la concurrencia- política. La segunda vertiente es la representativa. En efecto, en todos los niveles a los que tienen acceso los representantes del pueblo, niveles que llegan hasta las Cortes y el Consejo Nacional, se pueden reflejar y confrontar los diversos pareceres y matices que toda política abierta y dinámica suscita necesariamente. El sistema representativo español, notablemente ampliado y fortalecido en la nueva Ley Orgánica del Estado, es una extraordinaria vía de expresión, percepción y registro de pareceres y tendencias, cuyo desarrollo ordenado y eficaz representa una base enorme de influencia en las decisiones políticas. Las actuales realidades españolas en el mundo de la información y en el ámbito de la representación son, pues, las dos primeras vertientes de la concurrencia política. Pero quizá la vertiente que constituya una novedad más radicalmente sugestiva sea la de las áreas específicas de concurrencia. En la esfera informativa se abre cauce a la libertad política, en la representativa se ofrece la estructura de esa libertad y en las áreas específicas se guarda y se desarrolla el sentido de convocatoria y de diálogo, su ejercicio y su responsabilidad. Se trata de, dado un problema cualquiera que afecte a la colectividad nacional, ofrecer el dispositivo adecuado para el diálogo, trato y concurrencia de opiniones, pareceres y tendencias en torno al tema. Toda la sociedad ha de tener la oportunidad, la ocasión de asistir, con su opinión y su punto de vista, al diálogo sobre aquello que la ocupa y la preocupa. La concurrencia en áreas especificas se apoya en tres bases: la convocatoria, la asistencia y la técnica concreta que la sirva. Técnica que es, por otra parte, la más ceñida a la actualidad política del mundo, que se despliega en Congresos, Asambleas, Reuniones, Conversaciones, etc. La concurrencia en las áreas específicas de problemática es el camino más firme y más seguro para alcanzar un grado creciente de libertad política fundada en la responsabilidad. 20-I-67

UNA NUEVA Y ANCHA VIA El hombre español, ante una nueva circunstancia histórica nacional, debiera estudiar y meditar con la más viva atención ese mensaje de fin dé año del Caudillo dé España, Francisco Franco, en el cual, en dos frases afortunadas, el Jefe del Estado sitúa el futuro español como lógica continuación de un pasado que ya es historia y, por tanto, experiencia, mediante la cual podemos

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abrir para el futuro "una nueva y ancha vía". Serenamente, Franco tiende ese puente entre dos tiempos, entre dos circunstancias, y, como lógica consecuencia, con la que pudiéramos llamar "su" Ley Orgánica del` Estado, inicia la marcha por la "ancha vía", la de la continuidad vital; marcha durante la que España pueda ir . construyendo cada día nuevos futuros. Saliendo de una larga etapa de inmensas dificultades, coronadas por extraordinarios éxitos, lo lógico y justo sería que todos los españoles comprendieran que no es éste el tiempo de las prisas y de las improvisaciones, con el único objeto de llegar lo antes posible a una meta arti ficialmente marcada, y sí, en cambio, la ocasión de que serenamente se preparen los instrumentos y las adaptaciones que, como en el pasado inmediato, permitan alcanzar, con nuestro paso y nuestra luz, las metas de todas las posibilidades, de acuerdo con nuestro tiempo y nuestro espacio. Desconocer la dureza creadora del pasado e inventarse sobre ello un porvenir no nos puede conducir más que al callejón sin salida de un artificio, a lo Potemkin, tras el cual no puede haber más que fracasos y tardíos, desgarramientos de pobres vestiduras. Pero, por otra parte, tampoco es buen aire de andadura esa de aferrarse a las formas circunstanciales de un pasado, que ya cumplieron su cometido, confundiéndolas con cosas sustantivas cuando han sido tan sólo instrumentaciones temporales, muy eficaces en su momento, pero ahora ya muertas por el paso del tiempo. La dinámica de' la vida social no permite esos retrasos ni esas prisas. Todo requiere un ritmo acorde con el tiempo y la realidad y, sobre todo, cada sustitución exige, para que sea viable, que no se desmonte nada hasta que lo nuevo entre en funciones y eficacias probadas. Habrá que combatir contra las alegres prisas de algunos, de los que no han construido nada pero que tienen, con sus impaciencias, enorme capacidad para la destrucción. 17-1-67

LIBERTAD DE OPINION Una de las más plenas características de la libertad del individuo estriba en que todo el cupo de opiniones personales, de clara raíz creadora y respetuosa con los criterios ajenos, encuentran aquellos cauces que puedan conducirlas hasta el límite feliz en que las opiniones se transforman -en virtud de` su calidad- en inspiración operativa de proyectos y realizaciones. Por curiosa paradoja se viene dando que precisamente en las posiciones desde donde sin el más mínimo respiro se pontifica sobre las libertades individuales -posiciones equivalentes a los partidos políticos-, es también donde con mayor sangre fría se anulan y perturban los inalienables derechos del hombre a opinar y dar cima a sus criterios. En efecto, el partido político, por su personalista y parcial visión de los problemas nacionales -visión que les viene dada por ,el egoísmo de clan o de secta-, asume en sus directrices con carácter exclusivo el punto de vista de quienes lo dirigen y usufructúan, dando de lado, menospreciando, olvidando los criterios de las amplias masas populares, que, en definitiva, son quienes los ponen en órbita. Es decir, que no existe vía más expeditiva para coaccionar y burlar la libertad de opinión -y, por tanto, la libertad individual- que ejercer la política desde las posiciones personalistas y parciales de los pedos. La degeneración histórica de un pueblo suele ser froto acostumbrado de la política de partidos. Las últimas décadas de nuestra particular historia española no han sido otra cosa que la etapa creadora y vital que los españoles nos hemos metido entre pecho y espalda para curarnos de los gérmenes de disolución y discordia civil, que la democracia inorgánica depositó sobre nuestro cuerpo social. De ahí que la Ley Orgánica del Estado, aceptada por el pueblo español en

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masa -Ley que por no olvidar los pecados del pasado tiene capacidad para potenciar los caminos del futuro-, excluya terminantemente el régimen de partidos políticos, al tiempo que valora firmemente, preserva y garantiza la promoción de la vida política, la diversidad de puntos de vista y opiniones en régimen de ordenada concurrencia de criterios del Movimiento. Resulta interesante insistir en este aspecto de la Ley Orgánica del Estado, porque es. precisamente a través de él como puede valorarse debidamente la afirmación clamorosa con que los españoles la han aceptado. Toda opinión valiosa, todo criterio conducente a servir generosamente a la comunidad, podemos verterlo los españoles a través de ese cauce de concurrencias que ordenará el Movimiento. El diálogo, la discusión de aquellos criterios, nunca habrán de ser motivo de disolución y discordia, en tanto quienes han de exponerlos no lo harán en función de un grupo o partido político con intereses ajenos a la virtud unificadora del Movimiento, sino precisamente en función de su lealtad a ese Movimiento y a los españoles. Es, por tanto, digno de recordar hasta la saciedad este estupendo medio que los españoles han aceptado en masa con la Ley Orgánica. del Estado y que va a permitirles poner en marcha toda su capacidad de criterio político, librándose al mismo tiempo de cuantos nocivos personalismos, de cuantos intereses inconfesables anidan en la penumbra de los partidos, sectas y grupos que, lejos de estimular la libertad personal, la coartan y envilecen. La política del futuro, la política española que vamos a comenzar a ejercer todos los españoles, va a ser una política de ventanas abiertas. Quien tenga algo que decir podrá hacerlo dentro de los cauces que el pueblo acaba de señalar al aprobar la Ley Orgánica: los cauces del Movimiento; cauces que excluyen -por voluntad del pueblo también- cualquier invocación, sutileza o manipulación que pretenda ostentar el más elemental parecido con los liquidados partidos políticos. 21-1-67

DEMOCRACIA VIVA Está comprobado que la mejor manera de escamotear los derechos democráticos del pueblo es entregar su representación política en manos de los partidos políticos. Digamos, en primer lugar, que si el Movimiento Nacional y el pueblo español -al aceptar en referéndum las Leyes Fundamentales- repudian el régimen de partidos, no lo hacen por cerrar el paso á toda la variación y justa gama de criterios y opiniones que en torno a la cosa pública afluyen en el seno de la sociedad. El repudio total y sin solución de continuidad que sobre' los partidos proyecta el pueblo español, se debe simplemente a que, en definitiva, el criterio de la persona se difumina en la mayor esterilidad tan pronto es absorbido por la vía falsa de los grupos políticos. Es cierto que éstos acostumbran a presentar un alarde de espectacularidades democráticas, a invocar sin descanso la libertad y los derechos del hombre; mas todavía es más cierto que a la hora de la verdad, aquella espectacularidad queda reducida a servir de máscara a los intereses particulares de los gestores del partido, para quienes la representación social y política que el pueblo les entrega queda archivada hasta las próximas elecciones. El partido político adolece del grave escándalo de permanecer ocioso a la hora de acometer las acciones sociales que el pueblo espera, y evade las realidades concretas del país, en tanto el enfrentamiento con éstas puede suponer el enfrentamiento con los intereses propios de los grupos detentadores de la dirección del partido.

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Es claro que de esta manera las bases democráticas quedan inertes, y los criterios y esperanzas del pueblo, embarrancados. El sistema democrático propuesto por el Movimiento, y aceptado en masa por los españoles, significa nada menos que el camino más eficaz para que nuestro pueblo pueda desarrollar su vida política dentro de los más depurados cánones de una democracia viva, sin peligro de que la capacidad de expresión, la capacidad de opinión de los españoles pueda ser, en ningún caso, boicoteada por los intereses particulares del partido político cuando éstos -la mayoría de las veces- no coincidan con el interés general de la nación. Hay un apartado realmente interesante en la Ley Orgánica del Estado recientemente aprobada por el país. "Todos los Procuradores en Cortes -dice el mencionado apartadorepresentan al pueblo español, deben servir a la Nación y al bien común y no estar ligados por mandato imperativo alguno." ¿Puede alguien negar honradamente que los diputados miembros de un partido no están ligados inexorablemente a los imperativos impuestos por el estado mayor de aquel partido? ¿Puede alguien negar honradamente -¡y ahí están las etapas anteriores al 18 de julio de 1936!- que aquellos imperativos van encaminados precisamente a retorcer la opinión pública, a destruir cuanto exista en los grupos contrarios -aunque sea bueno-, a enfrentarse, incluso, con los derechos del pueblo y las altas decisiones nacionales y sociales que el Etado trate de imponer? El Movimiento, centro y motor de cuantos criterios, pareceres y opiniones surjan de la sociedad, asume hoy la responsabilidad de ordenar toda concurrencia política, y de vigilar hoy estrechamente que tras aquella concurrencia no se esconda en ningún caso la mercancía de contrabando que impone disciplinas, imperativos y exigencias ajenos y aun contrarios a la propia disciplina del Movimiento. Este busca y acepta cuantos criterios, pareceres y opiniones tengan el suficiente fundamento para contribuir a activar y ennoblecer los cauces vivos de nuestra democracia orgánica. Intentos de crear Al socaire del Movimiento agrupaciones que recuerden al partido político con directrices y disciplinas propias, ni uno. No lo quiere el pueblo y, naturalmente, ni lo quiere tampoco el Movimiento ni lo consiente. Las vías de concurrencia política de nuestra democracia orgánica (vías informativas y representativas, junto a las convocatorias en áreas específicas de diálogo y deliberación) constituyen el mejor sistema abierto para que los hombres proyecten sus ideas con claridad y entereza en este momento político de la nación. Dentro del amplio concurso y capacidad de diálogo que el Movimiento ofrece. 27-1-67

EL ARCO HA SIDO RECONSTRUIDO Y VITALIZADO "Cada cuerpo y cada realidad social defendía, como podía, su propia conservación y su pretensión de preeminencia atacando a los demás. Libertad y autoridad degeneraban en sus respectivos extremismos de anarquía y dictadura, de subversión y re. presión." Es muy cierto que nuestra guerra civil fue la etapa final de un proceso de caída de todo un orden social caducado, sobre el cual, en un momento dado, y falto en absoluto de cimientos sociales, se desplomó el Estado, que entonces tenía forma y remate monárquico, dando paso con su caída al seudo Estado republicano, el cual, falto de una sociedad correspondiente, intentó sustentarse sobre las masas votantes de las grandes urbes, sobre las estridencias de la demagogia y, sobre todo, intentando sustituir la realidad de un pueblo, y de su arquitectura funcional y necesaria, por las bambalinas de papel coloreado de unos supuestos ideológicos optativos y llenos de promesas. Podríamos decir, pues, que la República española no fue la

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enfermedad de España, sino la manifestación dolorosa y sangrante de una enfermedad nacional de la cual ella, la República, era su externa y más visible y molesta manifestación. Tenía que llegar la guerra civil, con todas sus tremendas consecuencias, y, llegada la paz que ganaron las armas, era precisa una larga etapa de reconstrucción física y moral, económica y social, durante la cual el pueblo español reconstruyera sus estructuras lógicas, superara las que estaban desfasadas y restaurara todo lo que el vendaval se había llevado y aún tenía y tiene vigencia. Pero, además, y partiendo de la verdad de que lo que se había caído era algo más que una forma externa, había que llegar a la creación de un Estado, fuerte y flexible al mismo tiempo, en el cual la sociedad renacida encontrara su lógica expresión, y que fuera el Estado, al mismo tiempo, ese arco clave que sostiene toda la estructura social y, suavemente si es posible, ordena las grandes rutas por las que la sociedad, con vida propia, pueda marchar. En este momento histórico español, después del referéndum, todo nos dice que se ha acertado en lo fundamental. Ya hay una sociedad que está, o va en camino de estar, en su tiempo y en la circunstancia española de tiempo y lugar; ya hay un pueblo capaz de superar los compartimientos estancos que tanto daño han hecho a la vida española y, después del referéndum, habrá que repetirlo muchas veces, ha mostrado su voluntad de no recaer en las frivolidades cismáticas, puesto que comprende las posibilidades de grandeza y vida que hay en la realidad. Son estas razones poderosas que debían obligarnos a no hablar de la vuelta a la "normalidad", como si el pasado fuera siempre la normalidad, ni de interregno, que significa casi interinidad, ni de momento en el que "al fin" se ha liquidado algo. De todo lo pasado, y sin encerrarse en ninguna cuadrícula doctrinal, ni en ningún interés menor, con pleno equilibrio moral e intelectual, debe llegarse a la conclusión lógica y creadora de que aquí, en España, han pasado todas las cosas que tenían que pasar bajo el dictado de la vida misma, y que, superadas etapas creadoras atadas a una circunstancia concreta, llegan otras de valor creador semejante, durante las cuales, sin vueltas al pasado ni saltos en el vacío, se mantenga ascendente la vida de nuestro pueblo, con las instrumentaciones correspondientes, que pueden ser de una forma u otra, pero sobre todo no sujetas a ninguna forma que quiera decir la "vuelta a la normalidad". Lo normal es la vida de un pueblo con todos sus negativos o positivos avatares. 27-1-67

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NUEVA DEMOCRACIA NECESIDAD DE UN ORDEN POLITICO NUEVO "Para que exista la debida previsión del futuro es necesario que exista una continuada acción política y que ésta sea respaldada por el pueblo." Franco, en el Mensaje a las Cortes Españolas, el día Z2-12-66. Habrá que seguir meditando sobre el Mensaje que el Caudillo de España, Francisco Franco, dirigió a las Cortes Españolas, al presentarles el proyecto de la Ley Orgánica del Estado, :porque en él, en ese Mensaje histórico con que se inicia una nueva etapa de la vida nacional, están muchas claves de nuestro porvenir, en tanto en su texto están las justificaciones más claras sobre las que la citada Ley se fundamenta. Porque sería absurdo, y peligroso incluso, tomar esa Ley, que el pueblo refrendó con su voto masivo, y considerar ese texto como algo aparte del acontecer nacional de tantos años, como si los anteriores años de historia patria, con sus hondas raíces clavadas en la realidad española, no tuvieran esa Ley como lógica consecuencia de continuidad y de lealtad a una línea. Esa Ley, claro está, no es la del "borrón y cuenta nueva", sino, muy al contrario, la afirmación de la continuidad dinámica de un proceso que aún no ha agotado su ciclo creador. Como ha dicho muy bien el Generalísimo, "el acierto de nuestro Movimiento_ político es el haberse apercibido, desde hace treinta años, que nos hallamos ante una nueva era, aunque desde entonces el proceso político general se haya acelerado"; con lo cual, lógicamente, y al no tratarse nuestro caso español de una situación circunstancial cuya meta es la vuelta a la vieja "normalidad", todo cambio formal o instrumental, tal como la Ley que comentamos, es tan sólo una dinámica manera de situarse eficazmente en la hora universal, en la exacta realidad española, sin nostalgias inoperantes del pasado ni afanes frívolos de cambiar de postura y de atuendos exteriores, éstos sí real y verdaderamente circunstanciales y pasajeros. Porque, hay que saberlo y decirlo, con el Referéndum no se dio legalidad a una herencia y sí, en cambio, se logró la aprobación, en "consejo de familia" podríamos de-~ cir, de toda una gestión nacional, con treinta años de esfuerzos, y sobre la cual, el pueblo, espectador y beneficiario de esa gestión, afirmó con un rotundo sí que estaba de acuerdo. Nada más ni nada menos. Ahora bien: lo que ya resultaría absurdo sería utilizar un gran triunfo comunitario, en el que se afirmó la unidad del pueblo español como comodín para alcanzar la división en grupos y partidos, cada uno de los cuales representaría un solo matiz o un solo interés. Cuando, como coronamiento de unos años incómodos, pero fabulosamente creadores, se ha logrado la unidad "en la calle", nadie sensatamente podría comprender eso de fomentar y hacer la división en las tertulias, en las "ideologías menores", en las frívolas interpretaciones optativas. Y también habrá que decirlo una y cien veces, con palabras de ,Franco: "Ningún sistema, por perfecto que se conciba, se hubiera podido justificar sin una acertada acción política, que no puede existir sin un pensamiento o ideario que lo defina." Lo que puede interpretárse, si no hay mala fe por principio, como la confirmación de lo acertado de una política nacional que con Franco en el poder supremo fue informada por el Movimiento y sus concepciones. "Porque somos fuertes podemos prescindir de antibióticos y concedernos ciertas licencias que, aunque a primera vista pudieran producir escándalo, nos dan la temperatura de la nación y nos permiten descubrir cómo se mueven los eternos enemigos de nuestra paz interna." Pero sobre esto, que es muy claro, no se puede jugar a seguir antiguas corrientes partidistas, que no nos dicen nada de permanencia y sí mucho de fugacidad peligrosa. Habrá que valorar cada día un poco más esa capacidad de comprensión y lealtad que el pueblo ha dado a la realidad de España. En el Referéndum, como buen ejemplo, no ha habido partidos y sí, en cambio, unidad absoluta ante el porvenir nacional.

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CONTINUIDAD ASCENDENTE HACIA EL PORVENIR Como lógica consecuencia de un proceso ascendente de la sociedad española, dirigida, que no encuadrada, por una doctrina y acción política muy dentro del tiempo, he aquí que, llegado su momento, ha habido que ampliar y profundizar los cauces que ordenen hacia el futuro la vitalidad de nuestro pueblo y la eficacia de su Estado. Porque, necesariamente, en cada circunstancia histórica, tanto nacional como internacional, cuando se corona una etapa creadora y se inicia otra, que es positiva continuación de la anterior, hay que instrumentar la coyuntura con las formas correspondientes para evitar que el sistema se anquilose y que las formas no expresen exactamente las nuevas estructuras sociales nacidas, o renacidas, gracias a la labor bien hecha de la etapa anterior. Ahora bien: esta instrumentación legal de la nueva circunstancia en el caso español expresa el logro de una madurez social y política, una coincidencia equilibrada de una y otra, que impone la apertura de los viejos moldes, la suavización de rigideces, que fueron vitalmente necesarias, precisamente ahora, cuando el pueblo ya está en forma y se ha identificado con el Estado, con el Poder, siendo capaz de marchar, por su voluntad, por las rutas abiertas hacia los nuevos horizontes ya visibles. Podríamos decir que la siembra es ya cosecha óptima, en la cual, al participar todo el pueblo, está la cimentación del porvenir y las posibilidades de continuado ascenso. Y, claro está, para continuar la empresa nacional, emprendida con tanto brío y tan evidentes aciertos, lo lógico es que la unidad siga siendo imprescindible elemento, fuerza primera del pueblo y de su Estado. No hace muchos días que el pueblo español, con su rotundo sí en el Referéndum, ha expresado su voluntad de unidad y de ascenso, su fe en la dirección y su confianza en sí mismo. Por primera vez, tal vez desde la ya lejana fecha de la unidad nacional, nuestro pueblo, con plena conciencia de lo que estaba haciendo, ha tenido ocasión de manifestar, de un extremo a otro de nuestra geografía, esa evidencia de la unidad entre las tierras y los hombres de España, ante una gran empresa en plena realización, y, al mismo tiempo, de manera tácita, su confianza en las líneas maestras de una política, la del Movimiento, dentro de la cual la diversidad de opiniones o puntos de vista singulares encuentran cauce y formas expresivas cada día más amplias y fáciles. Con su voto, cauce amplio hacia la participación en el poder, el pueblo ha afirmado su comprensión de las nuevas formas de participación política, sin intermediarios ni caprichosos aprioris, y le ha dado su espaldarazo auténticamente democrático. ¿No está eso bien claro? En la Ley Orgánica del Estado, sin rigideces ni cuadrículas que aten las realidades vitales, están previstas amplias formas 3e participación activa del pueblo en los órganos de poder, en la Administración, en los órganos legislativos; pero, por otra parte, huyendo acertadamente de todo mimetismo servil, se procura que los cauces de participación efectiva y directa sean los lógicos y correspondientes a unas estructuras sociales vivas, orgánicas, dinámicas y cambiantes, y no los ilógicos e inorgánicos del sistema de partidos o grupos banderizos, que es y ha sido siempre expresión de una sociedad en descomposición, sin horizontes ni previstas metas. La Ley Orgánica y las esperadas leyes que la complementarán se basan en la existencia de un pueblo en marcha, en una sociedad que asciende y toma forma espontánea y lógica y, además, en el conocimiento de las circunstancias internacionales cambiantes de un mundo con tensiones y encrucijadas difíciles. Es por todo eso una Ley que nace al servicio de una realidad viva, de un pueblo en pleno desarrollo económico y social y, por tanto, dentro de la circunstancia española

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ascendente que permite y necesita la participación de todos a través de los cauces más amplios de la vida real. Por todo ello, por toda esta serie de realidades vivas, sería absurdo que se intentara la diversión de fuerzas por medio de agrupaciones o fracciones que encuadren tan sólo un matiz político, una clase, unos intereses parciales. Esos grupos tan conocidos que buscan lo que separa y no lo que une, que pueden llamarse uniones o partidos, pero que, con un nombre u otro, son siempre elementos de disgregación. Habrá diferencias de opiniones y diferencia de fórmulas, claro está, pero por los cauces abiertos en las nuevas formas jurídicas que arrancan de la aprobada Ley Orgánica, la concurrencia y la participación activa, hacia arriba, podrá actuar con todos los medios, sin cortapisas, con la mayor capacidad constructiva. Los tiempos nuevos no admiten la vuelta a métodos que ya están desfasados en todas partes y que han demostrado en España su impetuosa capacidad de disgregación y destrucción. Por ello, la concurrencia ordenada de pareceres no es ninguna vuelta a los partidos y a las querellas políticas. Y hay que partir de esta convicción, claramente establecida, para contribuir con eficacia a la evolución homogénea de la sociedad española.

NUESTRA PLATAFORMA DEMOCRATICA Nunca los partidos políticos representaron verdaderamente las aspiraciones populares, ni siquiera llegaron a disponer como tales de un verdadero cuerpo ideológico. Fueron más bien pactos-que-se creyeron soluciones en los albores del liberalismo-de los distintos grupos que se disputaban el poder con los intereses de unas clientelas agrarias, obreras, mesocráticas, que no disponían ya, a través de sus asociaciones naturales-gremios, sindicatos, corporaciones, cofradías, etc.-de medios para hacer llegar sus -anhelos a las alturas del Poder. Estas clientelas venían a sustituir, por medio del principio democrático, a las antiguas mesnadas de las disputas banderizas y han conservado por mucho tiempo, todavía lo llevan en el fondo, un espíritu de discordia civil: Lo que ideológicamente tratan de representar para obtener la adhesión y el voto de sus afiliados ha sido lo que sus dirigentes y teorizadores han sabido asumir de distintos movimientos revolucionarios o del espíritu tradicional. Los apoyados en lo primero han sido los llamados partidos de izquierdas, y los que ostentaban lo segundo, de derechas. Pero cuando la revolución ha querido dar un gran paso adelante ha prescindido de los partidos llamándose el Partido-con mayúscula-, o cuando el espíritu nacionalista ha sido exacerbado se han dado también con carácter de partido único los totalitarismos de los partidos fascistas. Todo partido político lleva en el fondo un afán totalitario y excluyente, unos gérmenes de discordia civil y una difusa carga ideológica. Por lo primero establece una disciplina que tiende a someter la voluntad individual a las invocaciones de la "conveniencia de partido", que en realidad el afiliado desconoce; por lo segundo, muestra la agresividad característica de las luchas banderizas, y por lo tercero, a fuerza de propaganda de tópicos, crea en sus masas un fanatismo que en diversas y aun opuestas manifestaciones ha tendido a sustituir, suplantar o posponer o confundirse con las creencias y los fervores religiosos. Cuando el sistema de partidos ha logrado en algún pueblo surtir los efectos positivos de una concurrencia pacíñca, de un turno normalizado de poderes, no ha sido precisamente por el sistema en sí, sino porque éstos, de alguna manera, se han sometido a instancia superiores de moderación o han dejado traslucir concurrencias más legítimas y trascendentes: las instancias de la Patria, del peligro común, o las demandas comunitarias apremiantes de carácter social o económico, que mediante el obligado cauce de los partidos y el talento y la actividad de los dirigentes, han logrado prevalecer en las instituciones de representación y gobierno.

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El mundo moderno se ha dado cuenta de que exige una gran revisión el sistema de partidos. Ya se sabe bien que no vale en los pueblos nuevos que han ascendido a la independencia, pues vuelve a sumirles, y con más peligrosas trazas, pese a las denominaciones pompósamente democráticas, en las más viejas luchas tribales. Los países más desarrollados comprueban, una vez que las tareas a realizar dentro de las distintas instituciones se han tecnificado e imperan las ideas de bien común, que las divisiones partidarias no hacen más que entorpecer las cosas y ofrecer oportunidades a las subversiones totalitaristas de derecha o de izquierda. La experiencia española de los partidos ha sido de las más nefastas de la historia política contemporánea. Sus facciones y fanatismos disminuyeron o aniquilaron la obra de excepionales gobernantes en el siglo xlx y en el presente, hasta llevar a nuestro pueblo a la exasperación y la salida de la última guerra civil. No sabemos hasta qué punto sabríamos incorporarnos bajo superiores instancias y moderaciones, haciendo patentes las realidades de nuestras agrupaciones naturales y cámaras intermedias -que los grandes sociólogos del ~ mundo valoran hoy primordialmente-al sistema europeo de los partidos políticos. Lo que sí sabemos es la manera de que la representación y la concurrencia sean más auténticas si llevamos a su perfección el incoado sistema de una democracia orgánica; si sabemos que no podemos perder el tiempo en probatinas cuando lo necesitamos para proseguir todo lo comenzado: plenitud de la gestión, el diálogo y la representación sindical; la empresa iniciada y nacionalmente exigida del desarrollo económico por la línea emprendida ya, concurrencia de pareceres y personas dentro del Movimiento. Las invocaciones y la voluntad democrática que lleva esta determinación nacional aprobada con la Ley Orgánica por el histórico Referéndum en nada contradice, sino que salvaguarda precisamente, el verdadero espíritu democrático que tanto han falseado siempre las facciones o las componendas de, los partidos políticos. Ya decíamos más arriba que donde éstos no producen mayores daños es porque hay una instancia superior y un compromiso comunitario que los anula en gran parte. Nuestra instancia superior y nuestro compromiso se llama el Movimiento. De una parte, como comunidad de principios; de otra, como cauce de inspiración del Régimen, y en la etapa que se avecina, como plataforma abierta de la opinión bajo esos principios fundamentales. Tanto en sus organizaciones como en las instituciones nacidas de su impulso, ha de producirse, en plena libertad, la concurrencia de personas y de opiniones por todos los medios de comunicación y de diálogo que pueda disponer o abrir. El Movimiento se apresta a realizar esta nueva etapa, de la misma manera que en las anteriores representó la unidad y la paz frente a las asechanzas y peligros exteriores, las demandas sociales y la formulación creciente-desde el Fuero del Trabajo y Fuero de los Españoles a la nueva Ley de Prensa-de las libertades. 23-1-67

EL CAMPO DE JUEGO Se discute, y se pone incluso en duda alguna vez, la realidad contenida en la concurrencia de criterios de que habla la Ley Orgánica del Estado. Bueno es que ocurra lo primero, porque el texto legal ofrece una concitación clara y decidida, de alcance auténticamente nacional; pero que, y ello resulta a todas luces evidente, exige y predetermina la necesidad de construir ahora, a partir precisamente del articulado de la Ley, las plataformas y los cauces idóneos para que, en el seno del propio Movimiento, puedan canalizarse de forma adecuada las opiniones y propuestas que puedan existir o crearse en el amplio marco de la comunidad española. Deviene innecesaria de todo punto, en cambio, la segunda postura, puesto que la nueva norma de rango fundamental

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es firme y rotunda en la generosa apertura implícita en sus diez Títulos y en sus cuatro Disposiciones Adicionales. La Ley Orgánica no se anda con rodeos a la hora de señalizar el marco de la concurrencia de opiniones dispares, y, tras la afirmación genérica del artículo cuarto -"el Movimiento Nacional... informa el orden político, abierto a la totalidad de los españoles...-, establece en el vigésimo primero, entre los fines del Consejo Nacional, representación colegiada del Movimiento, los de "... estimular la participación auténtica y eficaz de las entidades naturales y de la opinión pública en las tareas políticas"-apartado c)-, "... incorporar las nuevas generaciones a las tareas colectivas"apartado d)-y "encauzar-apartado e)-, dentro de los Principios del Movimiento, el contraste de pareceres sobre la acción política". Es decir, que se abren explícitamente unos anchurosos caminos idóneos para que sea positiva y fehaciente nuestra presencia activa en esta parcela sustancial para la vida del país. El Movimiento-que definió Franco ante las Cortes como "solera de nuestros principios y levadura del desarrollo político en ordenada concurrencia de criterios" se cualifica, pues, como algo abierto a la totalidad de los españoles, sin exclusiones de clase o tipo algunos y sin tendencias monologueantes. Luego, se apuntan dos caminos adecuados para fortalecer esa presencia de que hablamos, que son la representatividad de "las entidades naturales", cuyos cauces se han multiplicado de forma notoria, y la "opinión pública", que ya con anterioridad, desde que fue aprobada la Ley de Prensa unos meses atrás, había demostrado su positiva colaboración al sentir común nacional. El deseo expreso de sumar las generaciones jóvenes a los programas del país implica que no nos hallamos ante un orden político cerrado y subraya una generosa apertura que, además de en el espacio, se produce también en el tiempo. Por fin, se hace una llamada precisa al "contraste de pareceres sobre la acción política". Los argumentos que con muy escasa fortuna tratan de esgrimir algunos caen, así, por su propia base. Atravesamos una situación política, más que clara, diáfana, que nos garantiza el pase decisivo hacia el futuro, valiéndonos precisamente de esas razones poderosas que son una representación incrementada de todos los españoles en las tareas de gobierno, a través de nuestras entidades naturales-familia, Municipio, Sindicato, Corporaciones profesionales-, unos medios de información amplios en su significación conceptual, un prometedor enlace generacional y una convocatoria sostenida para contrastar los distintos pareceres. Este, y está meridianamente prefijado por la Ley Orgánica, es el campo de juego al que habrán de comparecer cuantos deseen intervenir en la gestión de la "res publica". Cualquier otra posible versión entrará sin ambages en los senderos de la clandestinidad, de la pretensión perniciosa de resucitar los partidismos y, en definitiva, en la bien delimitada ilegalidad. 23-I-67

SISTEMAS DE DIALOGO Con la aprobación en masa por el pueblo español de la Ley Orgánica del Estado, los cauces democráticos de nuestra política van a depurarse a conciencia en virtud del ensanchamiento de las bases representativas. Cortes, Consejo Nacional, Consejo del Reino, van a recibir en el futuro las virtuales influencias de la opinión popular, en cuanto los llamados a integrar tan altos organismos lo harán según la libre decisión de los españoles que hayan de elegirlos. Procuradores y Consejeros del futuro serán la consecuencia indeclinable de la capacidad y cuidado que los españoles pongamos en elegir a los hombres que hayan de representarnos.

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Es claro que el pueblo precisa conocer, antes de decidirse a elegir sus candidatos, cuáles son las formas de pensar de éstos, sus criterios, sus puntos de vista en orden a la vida política y social del país. El pueblo necesita que ante él se refleje un muestrario de gamas positivas, creadoras, entre las que elegir según las especiales características de cada uno; bien entendido que gamas y criterios diferentes en ningún caso comportan ruptura y desunión, sino, muy por el contrario, ayuda y complemento. Pues ya es sabido que los diálogos inteligentes, generosos, donde cada opinión se centra en la búsqueda de aquello que mejor pueda servir a la comunidad, son, precisamente, la fuente de toda solución positiva. El seno del Movimiento va a ser el encargado de canalizar y hacer prosperar todas nuestras capacidades de expresión política, de manera que toda discrepancia, toda opinión encontrada entre cuantos participen en la amplia concurrencia de criterios que el Movimiento centra y absorbe, lejos de producir desbordamientos y disgregaciones, servirá para contrastar la virtud del pensamiento de cada uno o la imperfección a corregir de los puntos de vista que no alcancen la bondad imprescindible. Parece que existen quienes no aciertan a comprender cómo pueden cristalizar dentro del Movimiento diversas y aun opuestas opiniones si los llamados a sustentarlas no están respaldados por una nueva versión de los antiguos partidos políticos. A nuestro juicio, no es que les falte a quienes así piensan capacidad para comprender estas nuevas vías de concurrencia política, sino simplemente deseos, generosidad para renunciar a personalismos estrechos en beneficio del supremo bien de la comunidad. Perdónesenos al proponer un elemental ejemplo. Supongamos que es menester alinear los más altos y concienzudos criterios del país en orden a buscar una solución eficaz para Iqs problemas de la enseñanza, de la industria, del campo. Quiere decirse que en régimen de partidos políticos, cada uno de ellos ofrecería sus especiales criterios, cerrados, imperfectos, nada respetuosos con los del partido de enfrente, criterios mediatizados por intereses ocultos y no previstos, en ningún caso, como norte hacia el total beneficio de la comunidad. Cada partido presentaría un programa para resolver los problemas de la enseñanza, de la industria, del campo. Tantos programas como partidos. Como consecuencia, luchas, torpedeamientos sistemáticos a las opiniones ajenas, aunque éstas fuesen correctas, siquiera fuera por impedir que prosperasen y con ello prosperase también la ocasión de ganar al contrario unos escaños en el Parlamento. En definitiva, los altos criterios necesarios para solucionar los problemas del país brillarían por su ausencia; en su lugar se haría ostentación de todo lujo de astucias, componendas y zancadillas para hacer fracasar los proyectos ajenos, aunque fuesen éstos los que el pueblo necesitaba para ordenar su enseñanza, su industria o su campo. Dentro del ordenamiento de la concurrencia política que el Movimiento asume, donde podrán llegar ideas y personas del más variado talante, no cabe en' ningún caso el desfasamiento habitual del partido, puesto que en el seno del Movimiento nadie va a hablar en nombre de grupo o partido alguno, sino simplemente en nombre. de su leal saber y entender y sin otra disciplina y otra lealtad que la que debe al pueblo y a los principios fundamentales que ese pueblo ha inscrito por su voluntad soberana en los anales del Movimiento. La concurrencia política que va a iniciarse nos libra de una parte del interés torcido y solapado que pueda anidar fuera de los caminos del pueblo, y, por otra, amplía la capacidad, la extensión de opiniones y criterios hasta un punto máximo, pues en un Movimiento común y solidario no hay lugar para cualesquiera coacciones que puedan imponer la reserva de criterios. 27-1-67

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EXCLUSION DE LOS PARTIDOS POLITICOS LA EXCLUSION DE LOS PARTIDOS POLITICOS Afortunadamente para todos los españoles, el vigoroso tirón que nos lleva hacia el porvenir nos está agrupando en magníficas unanimidades vitales. En lo fundamental, todos estamos unidos en esa decisión de marchar sin descanso hacia adelante, y por ello casi nadie comprende esa supuesta necesidad de dividirnos en fracciones, en uniones o en partidos, que ya por sí mismos anunciarían la aparición de fisuras artificiales, sobre los inevitables contrastes de pareceres, perfectamente legítimos y hasta necesarios. Hablar ahora de partidos y de su reglamentación legal es tanto como renunciar al ascenso, como volver a las ataduras del cisma social, a la desunión como sistema, a la proliferación de las cabezas de ratón de los demagogos que quieren administrar pequeñas parcelas de opinión para enconarlas y hacerlas elementos negativos y frenos de todo progreso. Los partidos han sido siempre expresión de un tiempo social en descenso, de una manera lamentable de sustituir las necesarias estructuras por artificios doctrinales, unas formas de minifundios políticos y morales, mezclados en anárquicas marañas, antesalas de barricadas, de economías en caída, de enfrentamientos ciudadanos y hasta de desquiciamiento de lo familiar bajo la pugna de las pasiones banderizas. Realmente donde hay partidos ya no hay sociedad y sí tan sólo amalgama de intereses restrictivos, de confusión y de odios. Y, claro está, que no se nos diga de esa por mucho admirada armonía de dos partidos en turnos de mando, como en la Gran Bretaña y en los Estados Unidos, por ejemplo, puesto que esa posibilidad de partir la opinión en dos grandes organizaciones políticas, con cierta o mucha eficacia, ha sido posible, en esos dos casos y países concretos, gracias a que el hecho se produjo en circunstancias nacionales singulares, bajo un imperio en crecimiento en el caso británico-que ya ha entrado en declive-o en medio de un fabuloso crecimiento económico y social, en el caso americano; pero aun así, cuando el imperio ha declinado en la Gran Bretaña, o los problemas se agudizan en los EE. UU., estas fórmulas del juego de dos partidos empiezan a fallar, en tanto debilitan los poderes del Estado, sin ser por ello eficaces medios de defensa social. Por otra parte, y como magníficos ejemplos, sobre el caso francés, que ha encontrado en De Gaulle la fórmula necesaria para sustituir de hecho a los partidos, pese a las pataletas de éstos, nos encontramos a la casi anarquía partidista italiana, que eriza de dificultades y alarmas su progreso, mientras que en Alemania, en plena euforia democrática, la unión de cristianodemócratas y socialdemócratas, forzados por la realidad, nos muestra la necesidad de la unidad de mando, con matices, para evitar la disgregación. Y nada habría que decir realmente sobre el partidismo en España. Todo un siglo de caídas, de pronunciamientos, de guerras civiles, de caos e impotencia alumbra el camino y la historia de nuestros partidos, desde el conservador más cerrado al progresista más abierto a todas las corrientes de moda. Para desembocar, como última solución, en la turnante incapacidad de conservadores y liberales, "genial" descubrimiento y maniobra de Cánovas, que nos mantuvo quietos y agónicos hasta que la aparición de otros partidos extremos arrastró al tinglado a la catástrofe, forzó la dictadura bien intencionada de Primo de Rivera y, al final, en ese juego, nos trajo la República, el Frente Popular, el caos y la guerra civil de tres años. Treinta años sin partidos, con el Movimiento Nacional, bajo el mando de Franco, nos ha permitido alcanzar el nivel actual, el equilibrio social, la prosperidad y, además, la libertad. Ahora es posible que los contrastes de pareceres, no organizados en fracción o en partido, nos ayuden a superar problemas y a entender circunstancias, puesto que para estos contrastes hay cauces claros que les permiten llegar al poder, a la discusión y al término medio o a la aceptación de puntos de vista discrepantes. Habrá que ampliar y mejorar estos cauces de cooperación y de contraste de opiniones; pero en ningún caso debe tolerarse que sobre las discrepancias

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inevitables y necesarias se monten los tinglados partidistas que ya anularon a España y obstruyeron la necesaria revolución nacional durante más de un siglo de discusiones, de motines, de desencantos, de demagogia y de ruina física y moral. Frente a la unidad vital de España, la que en estos días ha tenido varias y magníficas expresiones, la reaparición de los partidos políticos séría algo más qué un disparate; sería una tremenda estupidez de perniciosas consecuencias para la unidad y la paz y la prosperidad españolas. 23-I-67

ASOCIACION Y PARTIDO Treinta años de autoridad, trabajo, unidad y disciplina de los españoles bajo la dirección ejemplar de Francisco Franco han permitido, de una parte, la creación de unos instrumentos económicos y laborales capaces de poner al país en marcha hacia la conquista de unos niveles de vida que jamás pudieron soñar los regímenes que antecedieron al Movimiento Nacional. En otro sentido, se ha sustanciado por el propio pueblo español cualesquiera instrumentos u ordenaciones de expreso carácter político que no contribuyan a salvaguardar la paz, la unidad y la libertad de los españoles. El porte esencialmente creador del Movimiento Nacional ha desembocado, después de treinta años de positivas evidencias, en unos esquemas o instituciones políticas que los españoles acabamos de consagrar como la más alta carta jurídico-política al aceptarlas y darles el visto bueno en el Referéndum Nacional del 14 de diciembre. Nos estamos refiriendo, claro está, a la Ley Orgánica del Estado, donde cada español acaba de afirmar cuanto de positivo ha de tener nuestro futuro. La filosofía política del Movimiento, traducida a los ejercicios reales de la vida ciudadana, significa que el español se encuentra en este momento debidamente pertRechado de aquellos argumentos democráticos, de aquellos instrumentos democráticos que van a permitirle verter su capacidad de expresión, de opinión, de criterios políticos en el ancho mundo de la política nacional. Treinta años de Movimiento Nacional significan, ni más ni menos, que los españoles nos hemos habituado a ejercer la política por encima de cualesquiera tendencias divisorias que, lejos de garantizar nuestra libertad individual, nos entregaban atados de pies y manos al juego personal impuesto por las camarillas políticas. Treinta años de Movimiento Nacional han servido para que los españoles nos enterásemos que, por encima de las expresiones políticas que puedan ofrecer las artificiales contexturas de los partidos, los clanes y los grupos, están las naturales expresiones políticas que nos brindan nuestras agrupaciones naturales. El Sindicato, el Municipio, la familia, toda otra asociación natural que pueda agrupar a los españoles en orden a un quehacer positivo fiel a los imperativos, la disciplina y la moral del Movimiento Nacional, es, sin duda, instrumento político de la más noble expresión, en tanto excluye en su composición orgánica cualquier tendencia, previsión o entusiasmo de índole particular que pueda herir las tareas creadoras y comunitarias que los españoles ejercemos dentro del Movimiento Nacional. A partir del clamoroso SI con que ha sido aceptada la Ley Orgánica del Estado, que garantiza, entre otras muchas cosas, la libertad de opinión de los españoles, es menester dejar bien claro que en ningún caso esa mayoritaria, voluntad del pueblo ha dejado abierto él más mínimo resquicio para que la libre concurrencia de criterios que el Movimiento va a ordenar pueda suplantarse por invocaciones más o menos trasnochadas al mayúsculo engendro de los partidos políticos. Habrá que repetir, una vez más, que toda noble discrepancia ha de tener su asiento y su camino dentro de los unitarios crisoles del Movimiento, pero que jamás las discrepancias ni la

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diversidad de criterios habrán de suponer posiciones legales donde puedan auparse los gérmenes nocivos del partido político. Toda asociación, para que encuentre carta de naturaleza dentro del Movimiento Nacional, habrá de tener como característica esencial ser promotora y servidora de la política unificadora que los españoles aceptamos el 18 de julio de 1936 y que acabamos de refrendar el 14 de diciembre; es decir, habrá de garantizar una exhaustiva fidelidad al Movimiento y una exhaustiva repulsa a las posiciones partidistas y disgregadoras que comporta toda bandería, todo partido político. Porque la grandeza de la Ley Orgánica del Estado reside precisamente en eso: en dar paso libre a la discrepancia, a la variedad de criterios dentro del Movimiento, en orden a potenciarlo más, en orden a adquirir más amplitud de ideas y criterios, para mejor inspirar al Estado Nacional que vino a crear el 18 de julio de 1936. Fuera de ahí, fuera de las básicas lealtades al Movimiento, todo cuanto busque cristalizarse política y socialmente fuera de lo que los españoles refrendaron el 14 de diciembre se llama perder el tiempo y enfrentarse con la voluntad de la nación y el orden constituido. 21-1-67

PLURALISMO Y PARTIDOS El tema de la concurrencia política es uno de los que más atraen la atención española en estos momentos. Sobre todo, desde que la aprobación de la Ley Orgánica del Estado ha puesto sobre la mesa la creciente democratización del poder y de la sociedad. La Ley Orgánica, además de su contenido concreto, ha servido de acelerador para las inquietudes españolas, como espuela de la responsabilidad y del afán de participación. Puede decirse que los españoles han aceptado la Ley Orgánica no sólo conscientes de lo que ella les da, sino, también, dispuesto a asistirla, a llenarla, a sacarla adelante en, 1-l terreno de las realidades. Y tal vez el campo más sugestivo que la Ley brinda al pueblo sea el de la concurrencia política. La concurrencia política consiste en lo siguiente: dada una unidad política esencial, alcanzada tras muchos esfuerzos, garantizada por una doctrina, por unas Instituciones y por unas Leyes, respaldada por una afirmativa asistencia popular, alcanzar dentro de esa unidad toda la aportación positiva que supone el pluralismo de opiniones, de matices, de pareceres, de juicios críticos y de programas concretos de acción. Además, brindarle al pluralismo que reside en la sociedad los canales adecuados para expresarse, para manifestarse, para que disponga de una orientación real que haga posible, a la vez, su solvencia y su libertad. Lo primero que hay que aclarar es que el pluralismo a que nos referimos no tiene nada que ver con el partidismo político. En toda sociedad viva existe pluralismo; esto es no sólo real, sino también deseable. Una sociedad sin pluralismo, sin matices, sin diversidad sería algo incoloro, monolítico, prácticamente muerto. La pluralidad y el contraste son a la vida política de un pueblo lo que el movimiento a la máquina o la espiritualidad a la obra de creación. Sin pluralidad no hay vida política, no hay civilidad, no hay colectividad dinámica. Sin embargo, nada de lo dicho reclama el sistema de partidos, negativo en general y nefasto para España en particular. No falta quien piensa que sólo el sistema de partidos es capaz de garantizar el pluralismo, la riqueza de la vida política. Nada más falso. Hoy en día, en la mayoría de países democráticos, el sistema de partidos funciona como una simple interferencia entre las necesidades del Estado moderno y las aspiraciones de la sociedad. El sistema de partidos, o se limita a funcionar como una simple maquinaria electoral encaminada al asalto del poder, o como una barrera de obstrucción al Gobierno, que, aunque no controla ni limita positivamente nada, impide la relación directa y orgánica entre el pueblo y el Estado. Ni una sola crisis militar, económica o política,

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social o cultural de nuestros días se ha resuelto por la intervención de los partidos. Por el contrario, hemos podido ver cómo en momentos decisivos para las naciones los partidos han tenido que ser limitados, soslayados en favor de nuevos caminos y de nuevas soluciones. Tal ha sido el caso de Francia, el de Italia, el de Grecia, por aludir tan sólo a sucesos relativamente recientes. Por otra parte, las masa sociales se distancian cada vez más de las élites de los partidos, haciendo irreal la antigua suposición de que los partidos representaban los intereses y las aspiraciones del pueblo. Pluralismo y partidismo no son términos análogos o equivalentes, sino que puede decirse que son términos contradictorios. Si, por una parte, resulta necesario estructurar y acelerar un sistema político en el que lo plural se manifieste y crezca, no lo es menos el tomar clara conciencia de que tal sistema no puede admitir el partidismo político, la facción o la bandería. Todo aquel que aspire a que los españoles formemos de verdad una sociedad moderna y avanzada, libre y democrática, plural y ordenada, debe, en principio, guardarse del truco de los que identifican pluralismo con partidismo. De los que quieren que pluralidad o vida política sana signifique otra vez disensión, atomización. Que signifique, en suma, retroceso y retraso. 23-I-67

LOS PARTIDOS Y LA CONCURRENCIA DE PARECERES "España avanza hacia la demostración de que es factible gobernar democráticamente a un pueblo prescindiendo del régimen de partidos." (Del diario "La Crónica", de Lima.)

Entre las interpretaciones de la Prensa internacional, en las que predomina la objetividad, sobre el Referéndum español y las nuevas formas políticas que la Ley Orgánica del Estado debe producir, hemos de destacar hoy esas apreciaciones plenas de interés del diario de Lima "La Crónica". Un periódico de lengua española, que se publica en la revuelta Hispanoamérica, ha sabido captar nuestra verdad, y de manera sincera, tal vez mirando la dolorosa realidad partidista que lo rodea, desea que esta experiencia de democracia sin partidos cuaje y pueda ser en su día punto de partida para ensayos internacionales basados en la forma española de gobierno. Sobre los "a priori" políticos, un órgano de opinión, en medio de un mundo que no encuentra el camino hacia el porvenir, busca afanosamente en la fórmula española lo que ésta tenga de viable, aún más allá de nuestras fronteras nacionales. Se empieza, pues, a comprender que lo que aquí se intenta cuajar no es una fórmula de salida a una situación dada, y sí, en cambio, una fórmula de continuidad política y nacional "con otros medios". Ya nuestro Caudillo, Francisco Franco, aclaró suficientemente que "hay en nuestro Movimiento Nacional, en cuanto restauración de una tradición secular y honrado intento de interpretar las ideas cristianas de nuestro pueblo, unos elementos fundamentales, de valor permanente, que han de ser la base de nuestra legislación, y otros históricos y coyunturales, que deben adaptarse a las realidades y necesidades de cada momento, por lo que son necesarias instituciones flexibles que puedan acomodarse a los cambios inevitables, todo ello con el asentimiento del pueblo". Y, de acuerdo con estas apreciaciones de nuestro Jefe del Estado, el solo hecho de aceptar los cambios coyunturales y, con ello, cambios instrumentales, dentro de una línea maestra que sigue siendo el soporte de la vida española, parece que no aconseja a nadie la vuelta atrás, confundiendo esas servidumbres históricas y coyunturales con el renacimiento de los partidos, cuya sola presencia anunciaría la caducidad de esos "elementos fundamentales de valor permanente" mencionados por Franco, al someterlos a la pugna partidista, a la pluralidad de interpretaciones optativas alejadas de todos los valores permanentes, y pendientes tan sólo de lo coyuntural, que pasaría, como ha ocurrido siempre en

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vísperas de catástrofes revolucionarios, de elemento circunstancial a eje central de todas unas interpretaciones "políticas" de fracción o de grupo. Como dice "La Crónica", el sistema clásico envejece y pierde cada día más capacidad para gobernar a los pueblos, como, por otra parte, lo están demostrando tantos pueblos que marchan sin rumbo entre las estridencias partidistas y el caos, renovado en cada jornada, de unas seudo democracias anárquicas por inorgánicas y artificiosas. De lo cual se deriva lo anacrónico que resultaría que nosotros, por puro mimetismo, renunciáramos a instrumentar eficazmente una clara Ley, cosa que será difícil y laboriosa, para dar paso, por tontería o comodidad, a lo que ya está caducado y es peso muerto y peligroso a todo lo largo y ancho del actual mundo democrático en crujía. Si estamos en el tiempo, cosa que parece reconocer "La Crónica", todo lo que hay que hacer es procurar que los instrumentos en construcción, los que servirán la actual coyuntura, sean incesantemente perfeccionados, para que con ellos la "necesaria concurrencia de pareceres" puede ser fuerza viva y creadora. Lo otro, volver hacia atrás, es absurdo y, por tanto, peligrosísimo para la vida y el futuro de España, de todo el pueblo español. 23-I-67

NO ESCISION: CONCURRENCIA El texto de la Ley Orgánica del Estado, tras el análisis efectuado con un mínimo detenimiento por cuantos sectores integran la población española, está siendo sometido ya a un tiroteo dialéctico y a veces demagógico. Se trata de una realidad que centra incuestionablemente una gran parte de la atención nacional y que exige, por tanto, un intento continuado de que pongamos las cosas en su punto. Una Ley-más aún, una Ley de rango fundamental en nuestra Constitución abierta-impone necesariamente que, para atenernos a su auténtica interpretación, nos ciñamos siempre a su espíritu y a su letra: espíritu que aclaró hasta la evidencia el propio jefe del Estado al presentarla a las Cortes, y letra que determina el conjunto de su articulado. Pero han proliferado ya, insistimos, los francotiradores que sólo se detienen en puntos muy concretos y en versiones fragmentarias y, como tales, insuficientes. Se habla en este sentido de uniones políticas, de agrupaciones, de centrismos y de otras muchas entidades-se ha propuesto un amplio abanico de denominaciones para ellas-que atentan por igual al profundo sentido de unidad que emana de la Ley Fundamental que nos ocupa. Y no es tiempo, en absoluto, para estos novedosos ropajes que apenas tratan sino de encubrir tendencias o matices sobradamente conocidos de antaño y que los mismos hechos alcanza dos en estos últimos tiempos se han encargado de superar con creces a la vista de cualquier imparcial observador. Las palabras de Francisco Franco fueron tajantes en el acto a que antes nos hemos referido: "Desde el momento en que los partidos se convierten en plataformas para la lucha de clases y en desintegradores de la unidad nacional, los partidos políticos no son una solución constructiva ni tolerable para abrir la vía española a una democracia auténtica, ordenada y eficaz:-" Y la realidad encubierta por esas numerosas denominaciones a que aludimos, convenzámonos cuanto antes, no es otra cosa que un embrión partidista que, si se dejara desarrollar, podría conducir a una división cuyas consecuencias conocemos ya cumplidamente por nuestra propia, reciente y dolorosa experiencia. En la ortodoxa interpretación de la Ley tenemos marcada una línea de acción serena, firme y, en todo caso, meditada, ya que, y también son palabras de Franco refiriéndose al sugestivo

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progreso nacional, "... todo ello se ha realizado en un clima de paz, de orden, de mutua inteligencia, de concurrencia ordenada, de fecunda unidad nacional, de verdadera y profunda libertad". Ahora nos encontramos ante una nueva etapa, que no puede aparecer subrayada por el popular "borrón y cuenta nueva", sino que, muy al contrario, encuentra sus mejores esencias en este pasado inmediato apto para enorgullecer legítimamente a los españoles y que sólo halla su exacta dimensión en la oportunidad de un aceleramiento histórico que debe abarcar todos los capítulos de la vida nacional, que habrá de ser estimulado por la asistencia inequívoca de todos nosotros, y que se nos ha brindado generosamente a través de los cauces abiertos por la propia Ley Orgánica mediante una expresión de pareceres en los medios informativos, el incremento de la representatividad directa en todos los niveles y la constitución de áreas específicas para la concurrencia política configuradas en una u otra forma, pero siempre en el seno del Movimiento Nacional. Gozamos un orden social y político que asombra al mundo entero y que ha sido capaz de transformar nuestras estructuras de convivencia básica progresiva e ininterrumpidamente. No podemos, así, hacer tabla rasa con lo que tanto nos costó conquistar, y definir "a priori" nuestro futuro valiéndonos de esas vacuas y encubridoras denominaciones que no irían más allá de una revitalización peligrosa de lo que ya superamos plenamente. Necesitamos nuevas formulaciones, sí, pero de verdadera perfección, que no se queden en una mera trastrocación ideologica, sino que prefijen una corriente de aire fresco y renovador hábil para fomentar un desarrollo integral en el que ya nos encontramos inmersos. Y los tres caminos antes citados, válidos a la luz de la Ley Orgánica, son el mejor cauce para ello. No escisión: concurrencia. Este ha de ser el terna del futuro español. 23-I-67

EL MOVIMIENTO Y EL DESARROLLO POLITICO Los treinta años de ejercicio político del Movimiento han establecido, a la par que unificado, los estratos más íntimos de la sociedad española, las bases de lo que con la voluntad, disciplina e inteligencia del pueblo puede llegar a ser una de las expresiones más vitales de la democracia. Hasta el advenimiento del Régimen surgido el 18 de julio de 1936, las fórmulas de expresión política que a los españoles se les ofrecía adolecían de la grave rémora que todo régimen de partidos entraña, es decir, el peligro, la posibilidad-en España un hecho consumado-de que la acción independiente de los grupos políticos, lejos de garantizar la libertad de opinión y la capacidad unitaria y creadora del pueblo, coartara aquélla y debilitara ésta en beneficio de los poderes particulares de los partidos, hábiles en exagerar los defectos del contrario para mejor resaltar las problemáticas virtudes propias. Se deduce de ahí que toda la diversidad de criterios que una sociedad madura puede ofrecer al juego ordenado de la política, lejos de constituir la base de una auténtica democracia, se transformaba en un gravísimo repertorio de posiciones encontradas, de irreconciliables actitudes que del campo político habrían de trascender al social. En consecuencia, y como fruto lógico de un sistema falso de participación del pueblo en la política, el legítimo derecho a opinar, las bases cardinales de la más pura democracia, se transformaban en la más efectiva levadura de una sociedad anarquizada, con sus clases desunidas y en pleno expediente de liquidación como pueblo al servicio de su destino histórico. Se desprende, por tanto, que el Movimiento habría de venir a salvar las posibilidades democráticas de los españoles, estableciendo un sistema político fecundo, donde las vías de participación del pueblo en la política garantizaran la eficacia de la diversidad de criterios que nuestra sociedad puede y debe aportar. El sistema político que el Movimiento ha germinado durante los últimos treinta años ha venido identificándose de tal forma con la voluntad del pueblo, que la Ley Orgánica del Estado-garantía constitucional que avala las nuevas formas de

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participación política-ha merecido uno de los más plenos e históricos espaldarazos de los españoles. No parece podría haber ocurrido de otra manera, puesto que la agudeza política de nuestro pueblo adivinó en ella la alta ocasión de terminar para siempre con la secular irreconciliación que siempre le ha amenazado a la hora de ejercer sus derechos políticos. La Ley Orgánica del Estado, al encargar al Movimiento de promover la acción política de los españoles y en régimen de ordenada concurrencia de criterios, apuntala las bases de lo que en el futuro se ha de transformar en la forma más expresiva y vital de la democracia. En efecto, la sociedad española ofrece hoy a la vida nacional una serie de expresiones políticas, de criterios y pareceres que aun cuando discrepen en lo accidental, asumen en su-totalidad las virtudes comunitarias, la fidelidad a los orígenes comunes de todas ellas, es decir, los fundamentos del 18 de julio de 1936. Es ahora, por tanto, cuando al Movimiento le corresponde ordenar con eficacia la diversidad de pareceres que habrán de ser el estímulo y la forja de una acción política de gran trascendencia. Para ello habrá de garantizar que las vías que encaucen la concurrencia gocen de la agilidad precisa para evitar su estancamiento y correspondan, al tiempo, al auténtico sentir de los españoles. Queremos decir que el Movimiento ha de garantizar dos cosas esenciales: en principio, que las opiniones sean absolutamente libres y honestas; en segundo lugar, que los criterios varios que incidan en el marco unitario del Movimiento no fundamenten sus posibilidades democráticas en la negación sistemática de las virtudes del contrario. Apuntan ya en nuestra vida política los cauces de concurrencia que la sana opinión política de los españoles han venido forjando en los últimos treinta años y que van a constituir los fundamentos de la nueva democracia: la democracia orgánica. Cauces que vienen dados por los medios de expresión anejos a la libertad informativa, a nuestros sistemas actuales de representación y toda la variada gama de creaciones políticas que el Movimiento ha de ofrecer a la sociedad española en la nueva etapa de desarrollo político. 25-I-67

EL MOVIMIENTO COMO REPRESENTACION DE TODOS Desde el primer momento, en el largo camino hacia formas políticas que expresaran las condiciones del instante histórico y la realidad del pueblo español, el Movimiento procuró que el pueblo, de manera efectiva y orgánica, estuviera representado en todos los órganos del poder. No se soslayó esa realidad de la presencia popular, puesto que el sistema y su doctrina querían estar, y lo han estado de hecho durante todos estos años, vinculados a la viva realidad de nuestro pueblo, unido y en forma, basando en él todas las construcciones nacionales, jurídicas, políticas y morales, aunque, con muy buen acuerdo, sin sentirse Obligados en ningún caso, por justificación innecesaria o mimetismo absurdo, a copiar mecánicamente lo que existía fuera de nuestras fronteras, en pueblos distintos, en niveles distintos también, en otras culturas y en otras historias. Por las vías de la representación sindical, por la del Municipio y por esa viva representación de los cabezas de familia, sobre realidades de la vida diaria de las gentes, se procuró alcanzar formas representativas auténticas que pudieran expresar de la mejor manera la que se llamó "voluntad del pueblo"; pero, de acuerdo con las experiencias propias y ajenas, sin confundir al pueblo con la masa electoral abstracta, dividida en grupos y partidos y manejada demagógicamente, por el halago, la amenaza o la promesa fácil, lejos de toda la efectiva realidad de un orden social y de los límites elementales que no se pueden saltar sin caer en el caos. Todo lo cual quiere decir, sin duda alguna, que el Movimiento, guiado por una doctrina que está en el tiempo, no ha negado a los partidos para conseguir un monopolio político y sí únicamente para sustituir esa fórmula de dispersión social y humana que es el partido por otras fórmulas de

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convivencia y relación y de representación más de acuerdo con la lógica, con la realidad viva de un orden social en ascenso y, concretamente, con las nuevas formas de vida española, alcanzadas éstas a lo largo y a lo ancho de unos años durante los cuales lo social fue uno de los motores de nuestro renacimiento. Es evidente que la empresa española, comenzada hace treinta años, sigue ascendiendo hacia metas de la mayor altura y que es capaz de estructurar todo un orden social, basado en la justicia, con eficacias constructivas de las que se están beneficiando todos los hombres de España. Y, por otra parte, también es evidente que, poco a poco, se van alcanzando formas más amplias de representación auténtica en las que participan las gentes, cada día con más libertad y confianza, sin que nadie realmente lamente la ausencia de los partidos políticos que en otros tiempos, monopolizando con unas minorías la representación popular, nos han llevado a tantas caídas, a tantos fracasos y, al final, hasta la catástrofe de 1936, en la que España estuvo a punto de desaparecer como nación. Pensar ahora en volver a un sistema de partidos, turnantes o no, sería, evidentemente, la mayor locura que se podría hacer. Equivaldría a volver a un pasado lamentable, a sus imprecisiones políticas y sociales, a la división de las gentes, a los compartimentos estancos y a los particularismos que tanto daño han hecho, y, sobre todo, en poco tiempo, a renunciar a las óptimas cosechas hechas posibles por treinta años de esfuerzos y de trabajos. Tan sólo los que confunden sus pequeños afanes particulares y sus orgullos con el destino de todos los españoles pueden propugnar la vuelta a esa disgregación negativa que es el pluralismo partidista de las "ideologías" fraccionarias y disidentes, tan sólo capaces de confundir febrilmente a las multitudes electorales, rompiendo la esencial unidad del pueblo español en su marcha hacia el futuro. 15-1-67

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MOVIMIENTO Y CONCURRENCIA MOVIMIENTO Y DEMOCRATIZACION El régimen de ordenada concurrencia política en que a partir de la promulgación de la Ley Orgánica del Estado va a desenvolverse la vida del país no es más que una lógica consecuencia del proceso de formación democrática a que el Movimiento Nacional viene sometiendo a la sociedad española. En efecto, la corrupción de la democracia inorgánica estuvo a punto de terminar con la capacidad de nuestro pueblo para ejercer con capacidad, con equilibrada capacidad ciudadana, su voluntad política. Porque es claro que tan pronto como se invoca la democracia, todo se hace pensar, discurrir y polemizar sobre cuanto la voluntad soberana del pueblo supone. Esto no es óbice para que esa voluntad, teórica justificación de los más airados valores y significados democráticos, quede escamoteada con subterfugios y propagandas del más variado y sospechoso cuño. La voluntad popular parece ser que alcanza su más calificada dimensión cuando el pueblo es perfecta y realmente libre para conocer y ejercer el derecho de sus opiniones y criterios. Criterios y opiniones no ofrecen garantía justa cuando quien dice sustentarlos no está en absoluto libre de la opresión social, de las angustias económicas, de las ignorancias políticas impuestas por los propios grupos que, coaccionando y hostigando en lo social y en lo económico a los ciudadanos, detentan al mismo tiempo la ordenación y representación política del país. Venimos a decir que el Movimiento, certero en ofrecer unas novísimas fórmulas políticas, ha permitido al español volverse a encontrar en su camino, es decir, eliminar cierta secular patología política y social que le incapacitaba para discernir con justeza su futuro. El Movimiento, con sus conquistas sociales, con sus nobles imperativos morales, ha librado al español de opresiones e ignorancias hasta ponerle a punto de ser lo suficientemente libre como para que su voluntad pueda ser reflejo fiel de lo que piensa y no de lo que puedan imponerle criterios extraños. Ese ha sido el momento preciso en que la doctrina de la representación política-esencial sustento de la permanencia del Movimiento-ha alcanzado su más clara expresión, su más amplia apertura, para que la voluntad y libertad de expresión del pueblo español se traduzca en hábito ordenado y creador de ejercicio ciudadano de la política. Se echa de ver, por tanto, que la participación de los españoles, con sus pareceres y criterios dentro de la concurrencia convocada por el Movimiento, ha de tener unos límites y unas exigencias. Los límites, claro está, que es el propio pueblo quien los impone : su renuncia taxativa a que por nada ni por nadie pueda entrar en el seno del Movimiento el espíritu mediocre de ciertas maneras de hacer política, que renuncien a identificarse con su espíritu comunitario y creador ; es decir, pretendan resucitar aventuras y disciplinas políticas ajenas a las que la voluntad del pueblo determine-ha determinado-que sean las constitutivas del Movimiento. La dimensión concreta de la concurrencia ha de venir determinada por la fidelidad a la tónica que se ha venido imponiendo desde hace treinta años y gracias a la cual la capacidad política de nuestro futuro español ha sido salvada. Ahí precisamente están los límites que tácitamente el pueblo nos impone -se impone él mismo- para ejercer la política dentro del sistema de concurrencia. Nada de vueltas al pasmo y a sistemas liquidadas ; libertad –sí- de expresión para montar los instrumentos de diálogo más eficaces dentro del Movimiento. Y respecto a las exigencias, el pueblo, los españoles, todos cuantos creen en el futuro y tienen esperanza y ganas de ejercer sus libertades, parece han de exigir de ese Movimiento-el mismo que les ha puesto en marcha y liberado de pasados estériles-una capacidad exhaustiva para promover, alentar y mantener los sistemas de diálogo dentro de la mayor pureza y eficacia ; potenciar y perfeccionar sus montajes representativos ; garantizar plenamente que opiniones y criterios tengan acomodo en la mesa redonda que el Movimiento ha de constituir para quienes, fieles a sus fundamentos,

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buscan-deben buscar-en sus originales y creadoras discrepancias la gracia, la armonía y el espíritu creador de nuestra democracia orgánica. 25-1-67

CONCURRENCIA POLITICA Si la democracia es algo más que una palabra o que un artilugio para cubrir apariencias, debe responder a lo democráticamente acordado en un repertorio fundamental de coincidencias en un proyectar comunitario. La Ley Orgánica aprobada masivamente en el Referéndum del día 14 de diciembre establece paladinamente las reglas del juego democrático español para el establecimiento, perfeccionamiento y evolución-la Ley Orgánica no cierra el paso a adecuaciones y modificaciones que los tiempos exijan-de unas áreas de ordenada concurrencia política que acoja la diversidad de criterios y la comparecencia de propuestas de acción. Consolidada la paz, cimentado el orden jurídico institucional, garantizadas las libertades, reglamentada la sucesión a la jefatura del Estado, afirmadas progresivamente las relaciones internacionales, desaparecidos del horizonte los cercos y las amenazas que de una manera beligerante trataron de asfixiar el resultado de la triunfante Revolución Nacional, nuestro país se ha dado a sí mismo un sistema de perfeccionamiento democrático que orgánicamente queda definido en la nueva Ley. El Movimiento, que ha sido en todo momento la concurrencia de colaboraciones y entusiasmos, la convocatoria permanente al servicio, primero de la reconstrucción; siempre a la defensa del espíritu nacional frente a todas las asechanzas; progresivamente, a la apertura de cauces de participación y convivencia, medidas de desarrollo económico y justicia social, asume, por su propia naturaleza, el cometido de constituirse en plataforma de concurrencia de pareceres y propuestas de orden político. Bien claramente lo determina el artículo cuarto de la Ley Orgánica del Estado. Si en el Movimiento está depositada, a través del Consejo Nacional, la fidelidad y pureza de los principios, en este mismo Consejo y en toda su Organización ha quedado el compromiso de ofrecer la base de las coincidencias para organizar el palenque de las discrepancias y el cauce de las libres propuestas. Amén de las experiencias ya realizadas en distintos ámbitos, esa magna creación del Movimiento Nacional que ha sido la Organización Sindical-que sobre la marcha ha adquirido una dinámica y un carácter especial-ha dado ya desde 1944, en que se celebró el primer Congreso de Trabajadores, un claro ejemplo de concurrencia, de participación y de propuesta. Estas y nuevas áreas permitirán el pleno desenvolvimiento de la nueva Ley, de la democracia orgánica que ha quedado legalmente establecida. Están los medios de información, que con la nueva Ley de Prensa e Imprenta vienen, ya desde hace bastantes meses, permitiendo una antes insospechada y garantizada libertad de opinión : asambleas, reuniones, comisiones, congresos, conversaciones de toda índole que pueden reglamentarse o producirse ocasionalmente facilitarán esa necesaria concurrencia y contraste. No conviene equivocarse ni despistarse en esto, pues se falsearía no solamente el texto de lo aprobado, sino el espíritu del mismo Referéndum. El pueblo español no quiere dar pasos en falsos y quiere, evidentemente, proseguir en los dados, en la ruta emprendida, mejorando y evolucionando. Por fortuna, ha perdido muchos de los motivos y de los encastillamientos partidistas de las antiguas banderías y se halla muy concorde con el espíritu que reina en el mundo moderno: justicia social y desarrollo. Sabemos, sin lugar a dudas, que en la realización de esta justicia y en la planificación del bienestar no hay criterios ni ideas monopolísticas, y por ello apetecemos que cada cual desde sus esferas, en su ámbito, en representaciones intermedias o

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de grado superior, verifique crítica y control de la aplicación de fórmulas para llevar a cabo estos objetivos y que puedan ser ofrecidas propuestas diferentes de méjora o variación. 19-1-67

PARA EL LEGITIMO REPRESENTACION

CONTRASTE

DE

PARECERES

Y

LA

AUTENTICA

Es evidente-y ello coincide toda la Prensa-que la nueva Ley Orgánica aprobada clamorosamente el día 14 del pasado diciembre necesita leyes y disposiciones complementarias para su mejor aplicación y exacta viabilidad. Mas lo que no puede ser esperado ni postulado de estas vías de verificación es nada que contradiga el espíritu y la letra de la propia Ley. La Ley Orgánica y su unánime aprobación corresponden a una creencia y aspiración nacional que no pueden ser traicionadas: esta creencia y esta aspiración son las de que el Régimen, nacido 'del Movimiento y por él inspirado, ha hallado y está dispuesto a organizar con la mayor amplitud y matización los cauces de representación, participación y concurrencia de opinión política sin la perturbación de los partidos políticos, que taxativamente quedan excluidos de la Ley aprobada. Entendemos, pues, que es ingenuo, evasivo o increyente en la virtualidad de la ley aprobada por el Referéndum venir ahora, como se ha sugerido en más de un periódico, con la creación de asociaciones políticas-uniones u organizaciones, ni siquiera con momentáneos fines electorales para que la representación y la concurrencia sean posibles en toda su democrática amplitud- Tal solución sería salir de la casa de Herodes para entrar en la de Pilatos : una nueva crucifixión nacional. La familia, el sindicato, el Municipio, las Cortes, el Consejo Nacional, la Prensa y medios informativos, las Cámaras intermedias, las nuevas áreas de confrontación que, sin duda, ha de crear el Movimiento-algunas de las cuales, como los congresos sindicales, ya vienen funcionando para el coloquio y la discusión, para la electiva promoción política, llenarán completamente esta misión con el más auténtico y puro sentido democrático. Estos cauces y plataformas serán un medio eficacísimo para repristinar la democracia y, sin intermediarias disciplinas y beligerancias del partidismo, devolverla su validez representativa popular y su espontaneidad en los pareceres. Malos son-y ello está en la conciencia democrática del mundo, con los intentos de apuntalarlos y suplirlos con otras instancias-los partidos más o menos tradicionales; pero aún sería peor sustituir éstos con un simulacro de atomización. Ellos, al fin y al cabo, donde hayan logrado una cierta estabilidad, se han ido sometiendo a ciertas reglas y plegándose de alguna manera a exigencias de superior categoría, en virtud de movimientos nacionales, imperativos y circunstancias históricas de convocatoria nacional, que reducen o disimulan los perfiles más abruptos de las banderías que los partidos significan intrínsecamente. Pero crear asociaciones partidarias sería infinitamente peor y más difícilmente reductible a servir a los intereses de la comunidad. Los acuerdos básicos serían prácticamente imposibles, o quizá obtenidos, absolutamente inseguros para edificar nada serio sobre ellos. Resulta de muy mala información o de escasa meditación basarse, como lo hace algún periódico, en la existencia de organizaciones políticas fundidas como corresponde originariamente la constitución de F. E. T. y de las J. O. N. S., para crear otras organizaciones políticas. En primer lugar, ni Falange ni la Comunión Tradicionalista fueron jamás partidos. Su fusión, en una organización nuclear del Movimiento, partió de la consideración de que ambas

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fuerzas eran precisamente antipartidos y con un contenido ideológico tendente a la aglutinación, la comunión de ideales que dio origen al Movimiento Nacional, en el doble contenido de fidelidad a las tradiciones nacionales y de demanda de una justicia social. Ningún germen de partidismo representó la unificación; antes al contrario: ella conjuraba toda tentación de que ambas fuerzas degeneraran en partidismos. Como estas fuerzas fueron básicas para el Movimiento, como a los hombres procedentes de cualquiera otra organización no podía repugnarles, desde el punto de vista nacional que unificadas ofrecían, ellas fueron antes que nada una oferta de concurrencia, un ejemplo de colaboración. Jamás podrá sostenerse-y los ejemplos en contra serían abrumadores-que hubieran establecido un monopolio de filiaciones pactantes, sino la expansión de un auténtico y profundo Movimiento Nacional. Para ser consecuentes con la Ley aprobada tenemos que llevar sin reservas su aplicación hasta el final. Y esta decisión, ya determinada y sancionada por nuestro pueblo, hará que el Movimiento, una vez más, sorprenda por su dinámica, su actualismo, su realismo y compromiso comunitario, como lo ha demostrado en sus etapas anteriores. En vano pretenden algunos caracterizar estas etapas por lo más temporal, caedizo y anacrónico, tantas veces sostenido con más fervor que nadie por los hoy sedicentes paladines de la democracia. El Movimiento va a formalizar y consolidar las áreas de concurrencia y representación que le confiere la Ley Orgánica. Esta concurrencia, que ha sido plenamente demostrada en el Referéndum, donde la mayoría del pueblo español se ha manifestado en pro del perfeccionamiento orgánico de las instituciones que el Movimiento creó. 21-1-67

AUTENTICIDAD DE LA CONCURRENCIA POLÍTICA La filosofía política del Movimiento Nacional ha incidido siempre, desde sus tiempos fundamentales, en aquellos datos, en aquellas proyecciones que tendieran a proveer al pueblo de los instrumentos políticos más afines y consecuentes con su propia sustancia. De ahí que el repudio de cuanto tendiera a organizar la vida nacional dentro del sistema estéril y disgregador de los partidos políticos fuera la constante de la actuación comunitaria del Movimiento. En su lugar, como sustitución de aquella instrumentación de grupos y banderías que coartaban la libertad del pueblo y los desunían ya en sus más íntimas bases, el Movimiento argumentó constantemente ofreciendo a los españoles unas vías de expresión natural, desde las que los criterios populares alcanzasen la cima donde se crean los altos ordenamientos políticos del país. Es menester señalar que la entereza y la constancia que el Movimiento ha asumido desde siempre para dar por fenecida la solución de los partidos políticos no quiere decir, en ningún caso, que aquella se hiciera pendiente de la idea clave de que los grupos habrían de sustituirse por el partido único. Entendemos-siempre lo hemos entendido que si el régimen de partidos entraña una grave aberración por su capacidad de disgregación y por la ausencia de verdadero interés nacional y social que su actitud comporta, el partido único apunta hacia las más graves tiranías, en tanto coacciona la libertad de opinión del individuo y lo incapacita para alcanzar verdadera personalidad social y política, al no poder apartarse un ápice de las contexturas doctrinarias marcadas por el partido único. La filosofía política del Movimiento repudia por igual ambos sistemas, pues uno y otro ni garantizan la libertad del hombre ni garantizan tampoco la autenticidad de la expresión política. Ante una posible acción de gobierno, ante unos planteamientos políticos del futuro, el ciudadano

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inmerso en el engranaje de los partidos no puede ver sino aquello que con sus particulares criterios de grupos le presenta el estado mayor de los caciques que dirigen el partido; al futuro elector se le oculta, se le desfigura o se le niega lo que de bueno puede haber en los grupos contrarios. Queda así coartada su libertad para ver con sinceridad y claridad el total panorama político del país. El partido único agrava aún los males de la pluralidad de grupos en tanto su opinión, su criterio cerrado y parcial, viene a imponerlo por la violencia. Ambas soluciones fueron superadas por los hallazgos doctrinales del Movimiento. La concurrencia política que, a partir de la aprobación de la Ley Orgánica del Estado, va a ordenar el Movimiento significa que los grandes problemas nacionales van a sufrir una eficaz disección dentro de la mesa redonda, donde convergerán cuantos portadores de criterios y opiniones diversas busquen en el diálogo creador la potenciación del Movimiento y de la vida pública española. El régimen de concurrencia política significa la fórmula' más auténtica que el pueblo ha encontrado para pronunciarse sobre los problemas del país, sin necesidad de destruir el orden y disgregar la sociedad. A nadie se le oculta -y éste será uno de tantos mecanismos que el régimen de concurrencia utilizará-que es mucho más eficaz, por ejemplo, que a la hora de ofrecer al Estado una ordenación precisa sobre Educación se reúnan en Asambleas y Congresos los Maestros y Profesores del país, que la declaración programática que en torno a la enseñanza pueda hacer el alto mando de un partido político, donde puede que no haya ni un solo educador y donde puede darse por seguro que el programa no coincide en nada con los presentados por los partidos contrarios. Es cierto, pues, que las grandes Asambleas Nacionales, donde cada asistente lo hará en virtud de su capacidad profesional y no inscrito en nombre de un grupo artificial que lo maneja para fines bien diferentes de la educación del país-seguimos con el ejemplo-, habrán de lograr más prósperas realidades. 27-1-67

CONCURRENCIA Y MOVIMIENTO "Nunca nos han preocupado las palabras, sino los hechos-manifestó el Jefe del Estado en su discurso de presentación de la Ley Orgánica del Estado a las Cortes Españolas-. En política, las palabras son fáciles: libertad, autoridad, fraternidad, derecho, progreso, justicia, y así sucesivamente se pueden combinar de muchas maneras en discursos elocuentes. Nuestros archivos parlamentarios están llenos de ellos ; pero hay que leer al mismo tiempo el resto de la crónica de aquellos años. Se puede hablar de democracia y luego interpretarla cada uno a su manera democracia liberal, parlamentaria, popular, socialista, dirigida, gobernada, etc. Lo que es difícil es darle a un pueblo, en un momento dado, la realidad de una mejor economía, de una más auténtica justicia social, de una más efectiva participación, de unos principios verdaderos, de una mayor cultura, de un derecho vivido, de una democracia orgánica. Estos hechos, y no aquellas palabras vanas, son la verdadera, indiscutible verdad de nuestras leyes y de nuestras instituciones." De este concreto párrafo del discurso del Caudillo entendemos nosotros que hay que partir para marchar con claridad y poner en marcha con eficacia cuantos trámites y mecanismos implica el régimen de concurrencia política, porque el régimen de concurrencia no es el resultado de lucubraciones más o menos gratuitas en torno al pensamiento político, sino la cristalización en esquemas orgánicos, la traducción a una arquitectura política tangible, de los deseos y las aspiraciones democráticas de un pueblo cuando éste se ha entregado a los entrenamientos precisos para hacerse indeclinablemente dueño de sí mismo. A este respecto señalaba el Jefe del Estado en el discurso de referencia que "no hay democracia sin bienestar; no existe verdadera libertad sin capacidad del pueblo para la satisfacción de las necesidades morales y

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materiales ; no hay representación auténtica sin verdadera ciudadanía, pues los hombres y las unidades naturales de la sociedad tienen que hacerse presentes ante el Estado siendo plenamente dueños de sí mismos, única forma de que el Estado pueda mantener la autoridad al servicio del Derecho, sin imponer servidumbres so pretexto de liberar a unos y a otros de otras disciplinas artificiales". Es claro, pues, que la Ley Orgánica del Estado viene a señalar el punto culminante a que el pueblo español ha llegado para hacerse dueño de sí mismo, es decir, para participar, sin miedo al fracaso, en las grandes gestiones democráticas que le aguardan. El Movimiento (instrumento moral, social y político, que ha ganado para los españoles toda esa serie de atributos y conquistas que el Jefe del Estado señala como imprescindibles para que la sociedad se haga presente ante el Estado con capacidad, orden y garantía -es decir, siendo "dueña de sí misma"-), el Movimiento, repetimos, mentor, organizador y realizador, bajo el mando de su Jefe Nacional, del perfeccionamiento económico, social y político de los españoles, ha de completar su tarea histórica creando, canalizando y garantizando las vías políticas del futuro. El advenimiento de la Ley Orgánica del Estado habrá de garantizar que las vías que encaucen la concurrencia gocen de la agilidad precisa para evitar su estancamiento y correspondan, al tiempo, al auténtico sentir de los españoles. Queremos decir que el Movimiento ha de garantizar dos cosas esenciales: en principio, que las opiniones sean absolutamente libres y honestas; en segundo lugar, que los criterios varios que incidan en el marco unitario del Movimiento no fundamenten sus posibilidades democráticas en la negación sistemática de las virtudes del contrario. Apuntan ya en nuestra vida política los cauces de concurrencia que la sana opinión política de los españoles han venido forjando en los últimos treinta años y que van a constituir los fundamentos de la nueva democracia: la democracia orgánica. Cauces que vienen dados por los medios de expresión anejos a la libertad informativa, a nuestros sistemas actuales de representación y toda la variada gama de creaciones políticas que el Movimiento ha de ofrecer a la sociedad española en la nueva etapa de desarrollo político. 25-1-67

CONVOCATORIA Y ASISTENCIA La concurrencia política en las áreas específicas de diálogo se apoya en el eje dinámico que forman la capacidad de convocatoria y la capacidad de asistencia. Si uno de los dos términos fallan, la concurrencia se puede convertir en una palabra vacía de sentido real. De una parte, ha de existir la capacidad y el afán de brindar esas áreas de concurrencia al juego de la sociedad ; de otra parte, la sociedad ha de sentir como suya esa posibilidad y la ha de llenar de presencia viva y operante. Evidentemente, la misión de efectuar esa convocatoria corresponde al Movimiento, muy concretamente a través de su Consejo Nacional. Tanto por decisión de la Ley Orgánica como por despliegue lógico de su trayectoria política, el Movimiento tiene la misión de promover la vida política en régimen de ordenada concurrencia de pareceres. Y eso significa la necesidad de ofrecer una dilatada convocatoria, explicitada en la articulación de áreas en las que los problemas sociales, culturales, económicos y políticos encuentren adecuada resonancia y vía para su resolución. El Movimiento ha de convocar, ha de brindar a la sociedad audiencia y plataforma para expresar sus opiniones, sus pur. tos de vista, sus actitudes. Pero, a su vez, la sociedad ha de asistir. La concurrencia establece un juego político del que nadie puede quedar marginado. Un juego político que no ha sido impuesto ni forzado, sino, por el

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contrario, libremente aceptado en una masiva afirmación popular. La afirmación del pueblo en el Referéndum no puede entenderse como una sumisión pasiva, sino como un compromiso dinámico con el futuro. Y ese futuro viene determinado por las bases de la convivencia política, cuya manifestación más clara es la concurrencia que el Movimiento ha de promover y que el pueblo ha de vivificar. No la convocatoria puede demorarse ni la asistencia puede retraerse. Es necesario que ambos términos se produzcan de manera armónica, sincronizada, en íntima y consecuente solidaridad. El campo donde se ha de dar tal armonía es precisamente el que constituye la técnica de la concurrencia. Todas las posibilidades de enfoque de los problemas, toda la aportación posible de pareceres y tendencias se ha de manifestar, dentro de la unidad esencial, con el máximo grado de libertad. La convocatoria del Movimiento, a través de su Consejo Nacional, ha de ser reflejo de una percepción política, de una sensibilidad que el Movimiento ha de verter sobre la vida social. La asistencia de la sociedad, a su vez, debe producirse con el espíritu de quien sabe que acude a algo suyo, a hacer válido y permanente un instrumento de singular valía que se le ofrece y brinda. Por eso, a través de Congresos, Asambleas, etc., a través de todos los medios que se articulen para que la concurrencia llene y fecunde esas áreas específicas de diálogo, se ha de conservar el equilibrio armónico entre la autenticidad de la convocatoria y la autenticidad de la asistencia. Sólo así, con esa condición de autenticidad y mutuo compromiso, puede alcanzarse una sociedad más dinámica y más libre. Sólo así puede salvarse de verdad la libertad del pueblo y la unidad nacional.

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INDICE SOBRE EL CONTRASTE DE PARECERES ..............................................................................2 NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN...............................................................................................4 PREAMBULO A LA PRIMERA EDICIÓN....................................................................................5 CONCURRENCIA POLÍTICA......................................................................................................6 Contraste de pareceres Vía informativa Vía representativa Areas específicas de concurrencia Negación de los partidos políticos El consejo nacional y el contraste de pareceres Ordenación de las bases populares CAUCES DE CONCURRENCIA ...............................................................................................15 Horizontes de la concurrencia Claridad en las vías de concurrencia Areas de concurrencia Vías de concurrencia política Cauces de concurrencia Una nueva y ancha vía Libertad de opinión Democracia viva El arco ha sido reconstruido y vitalizado NUEVA DEMOCRACIA.............................................................................................................25 Necesidad de un orden político nuevo Continuidad ascendente hacia el porvenir Nuestra plataforma democrática El campo de juego Sistemas de diálogo EXCLUSION DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS........................................................................31 La exclusión de los partidos políticos Asociación y partido Pluralismo y partidos Los partidos y la concurrencia de pareceres No escisión: concurrencia El Movimiento y el desarrollo político El Movimiento como representación de todos MOVIMIENTO Y CONCURRENCIA .........................................................................................39 Movimiento y democratización Concurrencia política Para legítimo contraste de pareceres y la auténtica representación Autenticidad de la concurrencia política Concurrencia y Movimiento Convocatoria y asistencia

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